sábado, 31 de mayo de 2025
CARTA A MARIANA, CON HARTA IMAGINACIÓN
Querida Mariana: ¿qué es la imaginación? ¿Qué papel juega en el desarrollo del ser humano? Los pichitos están llenos de imágenes, basta verlos jugar para saber que son inventores de mundos. Hay incluso algunos que se inventan amigos imaginarios, platican con ellos y juegan. Sobre todo los niños que no tienen hermanos, se obligan a imaginar, para llevar la vida en forma menos dramática, porque la vida no es sencilla, no es fácil de llevarla. Sólo se puede sobrevivir con mundos que nos alejan de este mundo de todos los días. Para eso, desde siempre, ha servido la literatura. Los cuentos están plagados de seres sacados de la imaginación. En Comitán tenemos leyendas pobladas de seres imaginarios, pero que son tan verosímiles que ahí andamos escuchando que alguien se levantó a las doce de la noche, de las doce en punto, porque escuchó las pisadas de un caballo: era El Sombrerón; o quien escuchó el grito de La Llorona. A mí nunca me pasó tal cosa. Mentira. Hace años, en la casa cerca de la Matías de Córdova, a media noche, escuché un caballo (eran los años sesenta), se me erizó la piel del miedo y supuse que era el famoso Sombrerón, como soy (para que rime) un collón, lo que hice fue meterme debajo de las cobijas y dejar que el personaje siguiera su camino. No he visto que alguien se pregunte qué es lo que busca, porque en caso de la Tisigua es una mujer que seduce a los bolos, que al ver a esa mujer bellísima la persiguen y amanecen todos enlodados, olvidados en algún terreno. Pero ¿qué quiere el Sombrerón? No lo sé. La verdad tampoco me interesa saberlo. La leyenda cuenta que es un ser maligno disfrazado de rico ranchero, tal vez, a la manera de Fausto, ofrece paga a cambio del alma.
En todas partes del mundo hay leyendas, en todas partes hay cuentos. Desde siempre, los niños se han reunido en torno del abuelo o de la abuela para escuchar historias, divertidas o dramáticas, con moraleja o sin moraleja, sólo para divertir, sólo para hacer menos pesada la carga de los días. Así pues, cuando los abuelos no están presentes por alguna circunstancia aparecen de inmediato los sucedáneos: los libros, que son maravillosos abuelos que cuentan historias en forma permanente. Los libros siempre están estimulando la imaginación.
Claro, estos tiempos son tiempos sin mucha imaginación. Se ha sembrado poco en los últimos años, por eso la cosecha es magra, bien pishcul. Ya no se ven abuelos rodeados de niños en la hora del cuento, ya no se ve niños en las bibliotecas escuchando a un cuenta cuentos. Ahora todos están frente a la sustituta de la nana, la pantalla, y medio mundo ve imágenes que no obligan a procesarlas, ya todo está dado, esto hace que la mente no ponga a funcionar ese archivo prodigioso de la imaginación. Bueno, con decir que la mayoría de novelas ahora está enfocada a temas actuales, lo que vemos en la televisión y leemos en los periódicos es trasladado al tamiz de la literatura. Uno piensa: ¡qué poca imaginación de los escritores! Pues sí, se conforman con pepenar historias verídicas y dramáticas y llevarlas al papel. Hemos ido empobreciendo a la imaginación.
Hace años, ya bastantes, conduje un programa en radio IMER que se llamó: “Imagina que te llamas”, que era eso precisamente, un juego que estimulaba la imaginación de mis invitados y de la audiencia, amplia audiencia. Mi invitado llegaba y yo le decía, por ejemplo: “Imaginá que te llamás piano”, él, entonces debía imaginar ser tal instrumento musical y de ahí venía el juego que nos hacía sorprendernos con respuestas geniales y destornillarnos de la risa por algunas ideas que entraban al juego del albur. “¿En dónde te gustaría que te tocaran?” De acuerdo a la profesión y oficio de mi invitado así era la propuesta de imaginación. Fueron programas célebres, épicos. Gente grande jugando a ser niños de nuevo, todo con el poder de la palabra, la palabra vehículo fundamental de la comunicación entre seres humanos.
No sólo hemos perdido el poder de imaginar, también, qué pena, hemos restado poder a la palabra. Recordá que en Comitán siempre se tuvo a la palabra como una prenda, cuando alguien daba la palabra la honraba. Los tratos en el pueblo eran, en muchas ocasiones, de palabra, con eso estaba dicho todo. Ahora ¡ay, Dios mío! La gente dice que sí, pero no dice cuándo. Bueno, la verdad es que dicen sí, pero es todo lo contrario. Le hemos restado presencia a los valores esenciales, valores como el de honrar la palabra (en la tierra de Belisario, en la tierra de Rosario) y el de sembrar árboles en el terreno de la imaginación.
¿Qué hacer para regresar ese valor fundamental del pensamiento? Ah, qué difícil. Los maestros hacen su chamba en las aulas y los promotores culturales en diversos espacios. Pero no la tienen fácil, porque los chicos y chicas están enganchados a los chunches tecnológicos. La avalancha del Tik Tok, por ejemplo, es algo que jala en forma galana a la juventud. Todos “tictoquean” al son que les tocan. El mundo ha cedido espacio a la imagen repetida, al mensaje uniforme. ¿Qué será la sociedad del futuro? No lo sé, nadie puede predecirlo, los expertos afirman que será un mundo lleno de novedades como la de la Inteligencia Artificial que ha venido a ser una gran revolución tecnológica, pero también advierten el riesgo de un empobrecimiento en el área del campo imaginativo. Todos los avances en el mundo se han dado porque alguien los pensó, ¡los imaginó! Si la gente común deja de imaginar, todo lo estaremos poniendo en manos de intereses económicos de grandes corporativos.
El libro sigue siendo el gran producto cultural, el que incentiva a la imaginación, el que da rienda suelta a los caballitos que se convierten en Pegasos, en Unicornios. El mundo sería chato sin la presencia de esos alados caballos, deberíamos reconocer que la caballada está flaca, empobrecida, si sólo nos quedamos con caballos sin posibilidad de vuelo. El mundo dejaría de volar, y el vuelo es lo que hace la diferencia, en un mundo tan pobre, en todos los sentidos, es necesario estimular a la imaginación, estimular el vuelo.
Los promotores culturales no la tienen fácil. ¿Cómo llamar la atención de los niños cuando todo es pantalla, cuando ya cansa la palabra? He sido testigo, tal vez vos también, que cuando alguien habla la gente se aburre dos segundos después de iniciada la charla. De inmediato la gente saca sus celulares y siguen sentados en las butacas, pero ya no están en espíritu en la plática, todos están pegados a esa pantalla atractiva.
Se dice que ahora se lee poco. No pienso que sea así, tal vez estos tiempos son tiempos donde la humanidad lee más que nunca, pero el problema no radica en ello, sino en la estimulación de ese fragmento del que he venido hablando: la imaginación. Cuando los niños se reunían en torno al abuelo y lo escuchaban contar un cuento, esas palabras eran estimulantes directos de la imaginación, las mentes volaban, cada niño imaginaba las escenas haciéndolas propias. Hoy, las leyendas escasean, ya no se dan. Bueno, ni preguntés el porqué. Es porque ya no hay espacio para imaginar. Hoy, las leyendas que circulan en Comitán son las que circulan en todas las demás ciudades del mundo. Sabemos más de Corea que de México. Nos fuimos quedando sin personajes. En los años setenta, las revistas de monitos nos presentaron héroes mexicanos: Kalimán, Chanoc, Yanga, los niños corríamos a la Proveedora Cultural, con Don Rami Ruiz, a comprar las revistas para disfrutar esas historias, que estimulaban nuestra imaginación. Te he contado que íbamos al Cine Comitán a ver películas de Tarzán y saliendo nos reuníamos en el sitio de la casa para jugar nuestras propias historias, no eran aventuras en el África, ¡no!, eran en Comitán. El árbol de jocote servía para que los más aventureros colgaran lazos y, bien al estilo Tarzán, pasaran de una liana a otra, mientras eludían a los cocodrilos que abajo abrían sus bocotas llenas de dientes afilados. ¿A qué juegan los niños de hoy? Están concentrados en los videojuegos. A veces, los viejos pensamos que ellos no juegan, son los juegos en pantalla que juegan con ellos, que los dominan, que los entretienen, que les van cancelando su posibilidad de imaginar, de crear.
Posdata: en el pueblo siempre ha existido gente creativa, tenemos grandes músicos, grandes pintores, grandes escritores, grandes cantantes. Durante mucho tiempo, a pesar de la incomunicación con las grandes ciudades, hubo buena cosecha. ¿Hoy? Veo a jóvenes que comienzan a descollar. Ojalá que sus creaciones vuelen alto, que vayan más allá de las ideas comunes, de las ideas gastadas.
¡Tzatz Comitán!