lunes, 12 de mayo de 2025

CARTA A MARIANA, CON UN OBSEQUIO

Querida Mariana: el libro llegó por correo. No soy madre, pero el libro llegó a casa el mero día de la madre, el 10 de mayo. Ni mi mamá tuvo este obsequio intelectual que yo sí. Llegó por correo. Es bueno saber que, a estas alturas del siglo XXI, un libro impreso llega a través de un empleado de Correos de México, porque mucha gente piensa que ambos elementos están casi en extinción. La vocación del correo fue, esencialmente, entregar cartas. ¿Quién escribe cartas ahora? Pero los impresos continúan vigentes y el correo sigue cumpliendo su función. No me llegó carta, me llegó el libro más reciente de mi amigo David Tovilla. Estaba frente a mi computadora, escribiéndote, cuando tocaron la puerta, me levanté, abrí el ventanillo y el empleado postal dijo mi nombre. Sí, soy yo, respondí. Me pasó el libro empaquetado y dijo que firmara de recibido, di las gracias, él se despidió y cerré el ventanillo. Vi el nombre del remitente: David Tovilla, sopesé el paquete y supe que era un libro. Ah, qué buen obsequio en mero día de la madre. Pensé que era un privilegio recibir un presente ese día, sobre todo con el convencimiento de que mucha gente no labora, porque todo mundo se prepara para celebrar a las madres. El empleado cumplía con su trabajo y yo fui un feliz lector. Fui a la sala a terminar tu carta, a enviar un mensaje de agradecimiento a David y me dispuse a leer el libro “La savia humana es tiempo convertido en memoria”, de David Tovilla. Fue en 2014 que leí el libro “Fiesta grande, una vivencia”, de David, texto que condensa en forma magistral la experiencia de la feria de San Sebastián en Chiapa de Corzo; luego leí “Bragadicto”. Desde entonces no volví a tener noticias editoriales de mi amigo; es decir, me he perdido la lectura de “Centenario de Octavio Paz”; “Apuntes para el descubrimiento”; “¿Por qué no?”; y “Aficiones”. Llegó hasta la casa su libro más reciente y de inmediato lo leí, lo leí sin interrupción, hasta terminarlo, era día de la madre, día de descanso, día para satisfacer el sentido intelectual, el sentido que se vale de los demás para decir ¡estoy vivo!, ¡estoy viviendo! David ha escrito un libro valioso, como lo dice en su título, acá está la savia humana, sintetizada en dieciocho rosetones, cada uno de éstos escrito en forma pulcra. Dichos rosetones son como ventanas donde el autor se acerca y nos transmite lo que su memoria ha decantado con el paso del tiempo. David nos entrega sus más íntimos recuerdos, instantes vitales sublimes. En “Carpa” aparece la evocación de un circo, un suceso que lo frustró; en “Horno” el instante desgraciado donde se quemó el brazo al prender el horno de la estufa; en “Tranca” un suceso dramático donde tomó una barra de dura madera para amenazar al padre borracho que golpeaba a la mamá. Todos estos eventos le ocurrieron en su niñez. Esta sucesión de recuerdos es como un archivo calamitoso. David narra, en forma galana, cada instante. No lo cuenta en primera persona, no dice yo, dice él, se ve a distancia, para tener mejor perspectiva, como si dijera no soy yo al que le sucede esto, es él. Y él, en un momento de la vida, ya no niño, se ve sujeto a una persecución absurda y él debe refugiarse, el narrador cuenta que él, el protagonista de esta historia, huye de casa y lleva en su maleta sólo una caja con los quince tomos de la “Obra completa” de Octavio Paz. En medio del desasosiego, Paz es su compañero intelectual. Con eso nos dice que, incluso en las épocas más oscuras, la luz de los grandes pensadores son la tea que permite seguir caminando. Y David me envió un poco de su luz, de su savia humana, en una cajita que contiene dieciocho ventanas, en cada una de estas ventanas aparece él. Al término de la lectura supe que había conocido la autobiografía de él, del personaje que David eligió para contar su historia, una historia llena de momentos oscuros, donde tuvo que sobreponerse para emerger lleno de vida. Posdata: el libro me llegó el diez de mayo, mero día de las madres. Esa mañana, sin ser madre tuve entre mis manos un obsequio intelectual de primera. En cuanto lo tuve entre mis manos deshice el sobre amarillo y hallé otro amarillo, uno que, en medio de la oscuridad de la vida, convoca a la luz. ¡Tzatz Comitán!