sábado, 10 de agosto de 2024

CARTA A MARIANA, CON ABRAZO PARA DOÑA MARTITA RUIZ

Querida Mariana: el 7 de agosto de 2024 ocurrió un vuelo sorprendente en el pueblo, las Águilas de Chiapas volaron espléndidas, como siempre, y amenizaron el festejo de los noventa años de Doña Martita Ruiz. Ah, qué vuelo tan espectacular, cada aleteo (que es como decir que cada nota musical, cada bolillazo) celebró la vida de Doña Martita. Vos conocés a la festejada, la has visto en su restaurante que ahora se ubica frente al Museo Rosario Castellanos. Doña Lolita Albores nos enseñó a ver la vida, donde nada es casual, donde todo tiene un símbolo. El día de la celebración del cumpleaños de Doña Martita, todo el mundo conmemoró los cincuenta años del fallecimiento de su vecina: Rosario Castellanos; y en Comitán celebramos los noventa años de vida de Doña Martita, una mujer ejemplar, para su familia y para la sociedad en general. Nada es casualidad. El festejo fue en el tradicional barrio de Yalchivol, en el fastuoso “El laurel”. ¿Por qué se llama así el salón de fiestas? Porque en el jardín existe un hermoso ejemplar de este árbol. Debe haber más laureles espectaculares en nuestra ciudad, pero como éste es único en un espacio delimitado se convierte en un laurel magnífico. El día de la celebración de Doña Martita estaba hermoso, como era un día soleado regaba una sombra donde los niños y niñas (hijos de algunos invitados) jugaban al amparo de una cobija de aire limpio. Todo tiene símbolo, la familia decidió que el guateque debía ser en un lugar inolvidable y que sirviera para definir la personalidad de la festejada: El laurel. Vos y todo mundo sabe, las hojas de dicho árbol sirven para formar la corona del triunfo. Doña Martita es una campeona, no acudió a las Olimpiadas de París, pero sí recibió el afecto de toda su familia, parientes y amigos y amigas (amigas, sobre todo), todos le entregaron, con su abrazo y cariño, la corona que reciben todos los campeones de la vida. Doña Martita ha sido un ejemplo de trabajo y de resistencia. Ninguna piedra en la vida la ha detenido, con donaire, con gran fe, ha caminado durante noventa años sobre el camino que Dios le ha trazado, no ha sido un trayecto fácil, pero ella jamás se ha vencido, siempre ha demostrado una gran capacidad para hacer polvo los obstáculos. Qué gran lección de vida para todos, qué orgullo para Comitán al tener una mujer de ese talante. En el letrero de su empresa “Super Pollo” aparece una fecha: 1979, como año de inicio; es decir, su empresa lleva cuarenta y cinco años de servir a nuestra sociedad. ¿Mirás cómo seguimos costurando la hebra mágica? Doña Martita cumplió noventa años de vida y, de pasadita, el festejo sirvió para decir que la mitad de su vida la ha dedicado a atender su negocio de pollos crujientes. En el Comitán de los años setenta recuerdo que había algunos locales donde vendían pollos rostizados, desde la calle se veía cómo los pollos atravesados por un fierro daban vueltas y vueltas hasta que quedaban todos mareados, pero perfectamente rostizados, listos para hincarle el diente. Todas las personas que iban a disfrutar los campos cercanos a la ciudad, como San Rafael, por ejemplo, pasaban a comprar un pollito rostizado y no lo soltaban hasta chuparle el último huesito. Pero un día Comitán vivió una noticia fantástica, el inicio de la empresa de Doña Martita y su esposo; yo conocí el negocio sobre la avenida Rosario Castellanos, a pocos pasos donde está la sucursal Banamex, del centro. ¿Mirás? Otra vez aparece el nombre de la famosa escritora comiteca. En 1979, el centro de Comitán perdió su “manzana de la discordia”, pero, en compensación, Doña Martita y su esposo, el famoso “Güero”, Julio César Ruiz Utrilla, inauguraron el pollo que fue una innovación en la ciudad. La población, por primera vez, tuvo la posibilidad de elección, unos siguieron comprando los pollos rostizados y la mayoría, de veras, probó el pollo que ellos ofrecían y se cambiaron para siempre, porque era “la receta secreta”. Sí, querida Mariana, antes que a Comitán llegara el coronel Sanders, con su pollo Kentucky Fried Chicken, Don Julio César y Doña Martita comenzaron a engalanar nuestro cogote con un pollito suave que tenía una cubierta crujiente. El mito cuenta que Don Julio César, quien viajaba constantemente a Guatemala, por cuestiones de trabajo, conoció el famoso pollo campero que desde 1971 ofrece el pollo frito y se fijó muy bien del proceso. ¿Podría poner algo similar en nuestro pueblo? Pensó que sí y, comiteco inteligente y chambeador, emprendió el negocio que hoy es una empresa exitosísima. No me hagás mucho caso, pero el otro día me llegó el rumor (que doy por cierto) que pronto abrirán una nueva sucursal en Nicalococ, ahí donde (Rosario lo cuenta en su novela “Balún Canán”) llevaban al hermanito de la niña protagonista a volar papalotes en el llanito. ¿Querés que yo siga uniendo los nombres de Rosario y de Doña Martita? No soy yo, sólo planteo la serie de engarces que se ha dado entre ellas dos, comitecas talentosas, mujeres hechas con aroma de menta y de fuerza universal. Mi mamá, quien goza de la amistad de Doña Martita, me cuenta que cuando Don Julio César iba a viajar a Guatemala pasaba a la casa a avisar a mi papá de la proximidad del viaje. Mi mamá revisaba un muestrario de estambres españoles que él había conseguido en aquel país. El famoso “Güero” llevaba hilaza de acá y traía los estambres que sólo mi mamá ofrecía en su tienda. Nadie sabía que esos estambres europeos se los traía Don Julio César del país vecino. Las mujeres que compraban con mi mamá se extasiaban con la calidad de esos estambres, que, dice mi mamá, eran mucho más finos que los hechos en México. El 7 de agosto de 2024, después del homenaje que Arenilla-revista le rindió a Rosario Castellanos en el quincuagésimo aniversario de su fallecimiento, llevé a mi mamá al Salón El Laurel, que está un poco más allá del templo de la Virgen del Rosario, que tiene el atrio más amplio de la ciudad. Caminamos por el amplio vestíbulo y encontramos un cartel de bienvenida que ostentaba un croquis con la disposición de las mesas. Sudé tantito, mientras mi mamá, siempre muy derechita, saludaba. ¿Qué número de mesa le habían asignado? Por fortuna, una nieta de la festejada reconoció a mi mamá (la chef Delia) y dijo que ella tenía un asiento en la mesa principal, donde estaría Doña Martita con sus amigas. Uf. La tranquilidad volvió a abrazarme, me sentí chento, mi mamá estaría cerca de la dueña del día, de la heroína, de la mujer maravillosa, cimiento de una gran familia. Cuando regresé por mi mamá (temprano, porque debíamos continuar con la conmemoración de Rosario Castellanos) me tocó conocer a la hija de Doña Martita: Cecy, quien vive en Palenque al lado de su familia. Mi mamá me platicó que Don Julio y Doña Martita tuvieron cuatro hijos: Cecy y tres hermanos: Walter Emilio, Julio César y Mario Alberto. La familia se ha hecho grande, ahora, el árbol ha crecido tanto como el laurel del salón de fiestas, está lleno de ramas con nietos y nietas y demás retoños. Cada integrante de la familia honra el legado de la pareja original. En cuanto el negocio del pollo crujiente fue abierto, mi palomilla y yo acudimos a hacer fila para comprar cuatro órdenes y las llevamos al rancho de Quique, donde, sentados debajo de la sombra de hermosos árboles, disfrutamos ese riquísimo pollo, acompañado, por supuesto, de unas caguamas y luego un pitutazo de ron. Todos nos vimos y estuvimos de acuerdo que ese pollo era más sabroso que el ya agotado pollo rostizado. Fuimos de los cientos de personas que se hicieron adictos al pollo que vendía Don Julio y Doña Martita. La vida es generosa, porque mi Paty también tiene nexos con la familia, porque ella es amiga de Milo (Walter Emilio), quien hoy es un profesional destacado en el campo de la odontología. Él radica en la ciudad de Puebla. Los cuatro hijos estuvieron el 7 de agosto de 2024 en Comitán, vinieron a honrar a su mamá, a darle el abrazo cálido que reservan los hijos sencillos a la madre que ha sido como una fortaleza, como un castillo con torres y almenas bien formadas. Yo también conocí a Milo en los años setenta, admiraba su capacidad innata de bailarín. Eran los tiempos de las discotecas, de la Tzisquirín (del Hotel Robert’s). Milo fue como el Travolta comiteco, porque bailaba como John Travolta en la famosa película “Fiebre de sábado por la noche”. Posdata: a los grandes restaurantes les conceden estrellas, Rosario es la gran escritora de la tierra de las nueve estrellas; Doña Martita es una de las grandes mujeres también de esta tierra. Las dos paisanas merecen la corona gloriosa de laureles. ¡Felicidades! ¡Tzatz Comitán!