jueves, 22 de agosto de 2024

CARTA A MARIANA, CON MÁS CARTAS

Querida Mariana: Paty Cajcam pidió la nueva edición de “Cartas a Ricardo”, de Rosario Castellanos. Este libro, vos lo sabés, compendia la correspondencia que Rosario le envió a su novio, luego esposo y posterior divorciado. Mientras ella le enviaba toneladas de cartas, el tal Ricardo ni las abría, mucho menos que le contestara. Era pillín, era cabrón, ella estaba enamorada. Después de treinta años de su publicación, la UNAM vuelve a hacer una reedición de dos mil ejemplares. La primera publicación, del CONACULTA, se agotó. Era, hasta ahora, un libro casi inconseguible. Ahora, los lectores que estén interesados (como la Paty) pueden conseguir un ejemplar. Hay que apurarse, porque, insisto, el tiraje fue de solo dos mil ejemplares. El libro llegó a las manos de Paty y ella me lo prestó unos días, para que le dé una lectura rápida. Además del prólogo de Elena Poniatowska, que aparece en la edición original, ahora se agrega un texto de Sara Uribe, quien es nuestra amiga, porque hemos leído su libro “Materia que arde”, donde, a partir de la propia voz de Rosario, nos da elementos biográficos muy interesantes. La Uribe es Maestra en Letras Modernas y coordina la Cátedra Rosario Castellanos, en la UNAM. ¡Nadita! Esta reedición es un acierto, la UNAM honra a quien fue su estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras, a quien, posteriormente, dio cátedra en la misma facultad y a quien, en el periodo del Rector Ignacio Chávez, fue la jefa de información y prensa de la UNAM, su oficina estaba en el décimo piso de rectoría. La UNAM le cumple a Rosario, en su quincuagésimo aniversario luctuoso. Su deceso lamentable ocurrió en Tel Aviv, en 1974, cuando ella era Embajadora de México en Israel. Lamentable accidente, bobo. Todo bonito, menos el inicio del textito de la solapa del libro. ¡Ay, Señor! Los lectores y estudiosos de la vida y obra de Rosario estamos acostumbrados a encontrar imprecisiones que hacen más farragoso el camino que debería ser tranquilo. El otro día hallé una declaración de Enriqueta Ochoa, donde le echa lodo, lodo galán, a Rosario, sólo bonita no le dice. No habla de su obra, habla de su persona, de lo que Enriqueta recibió de Rosario. Andá a saber qué tan cierto es lo que dice, pero también debemos recordar que nadie es monedita de oro. Te comparto algunas palabras que Enriqueta dijo acerca de Rosario: “Ella no soportaba que existiera otra voz. Mire, Lolita es un ser muy elevado, ella la cuidaba, la quería y soportaba a Rosario Castellanos. Sin embargo, se quedaba uno a solas con Rosario y no hacía más que hablar mal”. ¿Mirás? Enriqueta dice que, a espaldas de Dolores Castro, su gran amiga, hablaba mal de ella. Pucha. Enriqueta pinta a Rosario como una cabroncita. Bueno, recordá que acá otra Lolita, nuestra amada Lolita Albores, dijo que cuando los papás de Rosario murieron y ella vivía con Rosario, ésta mandó a vender el ropero que Doña Lolita usaba, casi casi como una “atenta” invitación para que ya se fuera de la casa. Lo cierto es que Rosario dijo que Enriqueta era una “niña boba”. Ah, entonces, no se podían ver. Por eso Enriqueta dijo que Rosario era mala: “Toda la gente la conoció como la mujer más inteligente, intelectual, muy buena, y es la gran mentira. Es la gran mentira. Ni a su hijo lo amó, no fue capaz de dejar, ni siquiera, su vanidad por vivir más cerca de su hijo. Fue una mujer detestable”. ¿Por qué digo esto? Porque ahora en este libro dan datos oscuros, es como si lo hubiera escrito la Enriqueta Ochoa, para vengarse. Hablo de la solapa, nada más. Mirá cómo empieza el texto breve de la solapa: “(Ciudad de México, 1925 – Tel Aviv, 1974)”. La información es correcta, pero falta el agregado que diría: a los pocos días de nacida su familia la llevó a Comitán, Chiapas, lugar donde vivió su infancia y parte de su adolescencia. Según el poeta Enoch Cancino Casahonda, a Rosario la trajeron a Comitán a la edad de tres meses, más o menos. Enoch fue amigo de Rosario, se entiende que ella le contó la versión. Digo esto, porque una persona que no tenga antecedentes mínimos de la biografía de Rosario se quedaría con la impresión que nació en la Ciudad de México, que era el Distrito Federal en ese momento, sin tener más datos de su “chiapanequidad”; acá hace falta decir que el cordón umbilical (el mushuc) de Rosario estuvo ligado a esta tierra, ella siempre se asumió como comiteca. Luego en la solapa aparece que “es una de las escritoras más destacadas, además de haber sido diplomática, catedrática y una de las pioneras del feminismo en México”. Muy bien, nada por objetar. Pero luego viene otra joya donde se demuestra que no hubo un buen análisis al redactar dicho textito. Mirá qué dice: “Creció en la hacienda de su familia, en Comitán, Chiapas, cercana al medio rural y a las comunidades indígenas de la región”. ¡Es un absurdo! Por decir lo menos. La redacción da a entender que nuestra escritora, de chiquitía, se la pasó en la finca. ¡Falso! Todo mundo sabe que Rosario vivió su infancia y parte de su adolescencia en dos casas del centro de Comitán, que están perfectamente ubicadas. Rosario iba al rancho en temporadas, pero no “creció en la hacienda”, como dice el texto de la solapa de este libro. Posdata: me apena que la UNAM, mi universidad amada, cometa este tipo de dislates. Este texto ayuda no al conocimiento, ayuda a hacer más confuso el camino, a ponerle más piedras. Pero bueno, palo dado ni Dios lo quita. No queda más que entrarle, con gusto, a las cartas que Rosario escribió, porque ahí está, como diría Niurka, “su veldá”, su verdad, sin traducciones. Al principio de la correspondencia habla de Tuxtla y dice que es una ciudad chata; habla de Comitán y dice que es una ciudad inverosímil. En estas cartas hallamos a Rosario de cuerpo y de espíritus completos, una mujer de ironía muy fina y enamorada hasta el tuétano. Rosario fue una Ricardodependiente. ¡Tzatz Comitán!