sábado, 24 de agosto de 2024

CARTA A MARIANA, CON POCA LUZ

Querida Mariana: el otro día fui al barrio de La Pilita Seca, barrio de gente chambeadora, de gente unida, donde tengo varios amigos. Caminaba por una calle cuando llamó mi atención el letrero de un anuncio fotográfico: “Poca luz”. ¿Por qué esa aparente contradicción? Digo esto, porque todo mundo sabe que la fotografía necesita de luz, si hay poca luz el trabajo del artista se complica. Me acerqué entonces al local y hallé al propietario, Don Augusto Ventura, que trabajaba ante una pantalla de computadora. ¿Qué anda haciendo?, le pregunté, y vi en su rostro que apareció la misma pregunta: ¿qué andaba haciendo yo, qué deseaba? Me presenté y al rato Don Augusto me platicaba varias cosas de su oficio y la razón del nombre de su empresa: “Foto Poca Luz”. Se llama así en homenaje a su papá, quien fue fotógrafo durante muchos años y los compas del gremio le pusieron ese apodo: Poca luz, sobrenombre con el que es conocido y reconocido en Comitán. El hijo cuenta que su papá, al tomar fotografías, siempre decía que su flash tenía poca luz y de ahí. ¡Tal vez ni es cierta la versión! Digo esto, porque luego platiqué un rato con el papá (hombre maravilloso, del que no hablaré más hoy, porque su vida es tan intensa que te hablaré de él en otra carta). Cuando platiqué con su papá, Don Augusto Caralampio Ventura Moreno, me dijo que siempre cargaba un exposímetro para medir la intensidad de la luz y, después de hacer la medición, comentaba: “hay poca luz”, y de ahí le trabaron el apodo. Por lo que sea, esa mañana prodigiosa, al conocer al hijo y al padre constaté que ellos son seres de mucha luz. Como ya lo dije, luego te platicaré del papá, ahora me concentraré en el hijo. ¿Vos conocés el Foto Estudio Ventura que ahora está frente al Archivo Municipal? Bueno, pues ese estudio es de la mamá de Augusto Ventura, Doña María Eugenia Velasco Aguilar. Augusto niño comenzó a hacer sus pinitos en la fotografía en el estudio de su papá y de su mamá (que ahora están separados) y, desde hace dos años, tiene su negocio independiente, en el barrio de La Pilita Seca, en la mera esquina de la primera calle oriente sur y sexta avenida sur oriente. ¿Cómo le va?, le pregunté, me dijo que bien, más que bien y lo noté en su rostro feliz. Me invitó a sentarme. No gracias, le dije, así está bien. Pero cuando vi que la invitación era para sentarme en un butac con la cubierta de piel de algún animal ¡acepté! Por supuesto que sí, quién en Comitán desprecia ese lujo. Me senté con cuidado, pero al tener mis posaderas en ese asiento me sentí en armonía, pensé que ese butac de cuero es como el abuelo genial de los muebles ergonómicos de la actualidad. Qué comodidad, qué disfrute. Don Augusto se sienta ahí o (pucha, se consiente) los fines de semana cuelga una hamaca que tiene su pabellón para evitar los piquetes de los pinches zancudos y deja que el mundo siga girando en su movimiento vertiginoso. Él disfruta ser su patrón y dispone de su tiempo, porque sabe que lo más valioso de la vida es una buena salud y disponer del tiempo al antojo. Hace su chamba con mucho gusto, con pasión. ¡Cómo no! Lleva años metido en el ajo de la fotografía, que es un oficio apasionante, si no que lo diga el maestro Álvarez Bravo o Juan Rulfo, quien no sólo escribió “Pedro Páramo”, también fue un gran fotógrafo. Ahora Augusto Ventura realiza su trabajo bajo las exigencias de estos tiempos modernos. Cuando alguien lo contrata para un festejo él acude al salón, al templo, a la casa o donde sea, y no acepta ni una cervecita, porque anda concentrado en su trabajo. Hace tomas en video o fotografía fija y al final entrega en un USB los detalles captados. Lo entrega con la foto del festejado o de la festejada. Me apantalló, porque en la pantalla de su celular me enseñó la cinta de un acto que él grabó. ¡Bien! ¡Muy bien! ¿Por qué no le pusieron el Caralampio de su papá? Y me contó una historia fascinante. En la familia Ventura Velasco primero nació Chely, luego Betty, luego llegó Lilia, más tarde Geny. ¿Y el varoncito, ‘apá? No llegaba. Augusto cuenta que su mamá fue al templo de San Caralampio y le ofreció al milagroso santo comiteco: “Tatita, si me hacés el milagro de que esta criatura que tengo en la panza sea varón le pondremos tu santo nombre”, y ¡cabal!, nació el varoncito, pero a la hora de apuntarlo en el registro civil fue tanta la emoción que se olvidaron del Caralampio y sólo le pusieron el de Augusto. ¡Ay, Señor de la Misericordia! Ahora, para compensar el olvido, todos los 10 de febrero, cuando se celebra la Entrada de Flores en honor a Tata Lampo, la familia pone un conjunto musical en la esquina para que alegre el festejo. Pero en la familia que formó Augusto con su esposa Sandra Guadalupe Gordillo Guillén también hay historia de nombres. Cuando esperaban el primer bebé convinieron en que llevaría el nombre que eligió Sandra: José Pablo, y así fue, tuvieron cuidado de no olvidar ningún nombre, pero Augusto cuenta que cuando estuvieron en la oficina del Registro Civil vio sobre el escritorio un documento con el nombre de José Sebastián y dijo que le gustaba ese nombre, ¿y si lo cambiamos? ¡Cómo podés creer!, dijo Sandra. Bueno, dijo Augusto, así se llamará nuestro segundo hijo. Y cuando llegó el segundo varón le pusieron José Sebastián, y ya encarrerados, el tercer hijo se llama José Emanuel; ya habían convenido que si llegaba el cuarto le pondrían José Julián, pero ya no llegó . ¿Y la niña, ‘apá? No se preocuparon, son felices con sus tres varones, y qué bueno que ahí paró la cosa, porque al ritmo que llevaban el quinto se hubiera llamado José José. A medida que transcurrió la plática hallé destellos sublimes. Augusto tiene dos reflectores que fueron hechos por su papá, son muebles de madera, con cuatro focos en el interior y para atenuar la luz (para hacer que la luz sea poca) les puso papel albanene al frente, esto evita que la luz sea directa. Una genialidad. ¡Papel albanene grueso! Asimismo, me enteré que como es hijo del “Poca luz” los amigos jodones le dicen “Chispita”. Ah, la picardía y el ingenio comitecos ¡siempre presente! Cuando querás un trabajo fotográfico no dudés, bajá al barrio de La Pilita Seca, disfrutarás el ambiente de ese barrio tradicional y hallarás con Augusto un buen servicio. En dos o tres ocasiones, con mi amigo Jorge Gómez Solís, quien es como agua de esa Pilita Seca, tuve la oportunidad de “banquetear”, que es costumbre del barrio, donde, sentados en una banqueta, un grupo de amigos teje y desteje los rumores y chismes del pueblo. Ah, eso es un disfrute inigualable. Ahora no me senté en la banqueta, pero tuve el privilegio de sentarme en un butac maravilloso que Augusto tiene en su estudio, sentado casi al ras del piso miré el movimiento de los peces que nadaban en una pecera que el artista de la lente tiene al lado derecho de su pantalla. ¡Qué manera tan intensa de vivir la tranquilidad de su oficio! Mientras trabaja y elige fotografías los peces nadan, como si le dijeran que él también nada en la burbuja del aire, un aire armonioso. Vi feliz a Augusto, porque al otro lado de la pecera está la sala de la casa, el comedor. Desde acá, dijo, veo a mi esposa y a mis hijos. Si un día buscás la definición de felicidad, querida Mariana, no olvidés esta imagen, la imagen de una familia constituida por Augusto, Sandra y los José José José. Posdata: no olvidés que en otra carta te contaré parte de la vida prodigiosa del papá de Augusto, Don Augusto Caralampio, quien, después de sufrir un accidente en la motocicleta y quedar malito de la cadera, decidió “jubilarse” de su oficio, pero, recio, campeón, guerrero, se puso a arreglar motocicletas en un pequeño taller que tiene a pocos pasos del negocio de su hijo, ahí, acompañado de un radio, donde escucha la estación Radio Independiente, del periodista Luis Octavio Jiménez, le entra al arreglo de motores y demás vainas. Cuando lo saludé llegó un chico a preguntar si cargaba baterías de motocicletas, claro, dijo él, le pidió la batería y le dijo que en una hora estaría al cien. El chico dijo que pasaría a las cuatro de la tarde. Don Augusto Caralampio dijo que estaba mejor, porque así tendría más tiempo de carga. El cuarto se ilumina con dos focos, porque es pequeño y sólo entra luz de la puerta de calle. Ya nada dije, pero vi que el ambiente sigue honrando su apodo: el taller tiene poca luz. ¡Tzatz Comitán!