jueves, 4 de octubre de 2018

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA




Imaginemos a un habitante de Barcelona o de Buenos Aires o de Benarés. Imaginemos a un habitante de alguna ciudad del mundo que comience con B: Baltimore o Belo Horizonte. Imaginemos que ese habitante ve esta fotografía. ¿Qué ve? Ve a un grupo de mujeres (incluida una niña) que platican; lo mismo hacen los dos hombres que están frente a la puerta de un edificio, un edificio que se antoja bello, porque tiene balcones y remates de columnas aparentes. El edificio se ve deteriorado, un remate de columna ya está incompleto, como si la rata del aire lo hubiera carcomido. El habitante de la ciudad cuyo nombre comienza con B, y que puede ser cualquier ciudad del mundo, miraría una imagen más o menos común, en un día más o menos común. Tal vez pensaría que es una lástima que el edificio, bello, sobrio, tenga ese deterioro en la fachada. Tal vez pensaría que en su ciudad, Barcelona o Baltimore, las autoridades municipales ya habrían procurado que una cuadrilla de obreros, dirigida por un experto en restauración, arreglara el desperfecto. ¿Se haría alguna pregunta el habitante de la ciudad con Be? Tal vez, sólo como juego, se preguntaría cuál es el tema del que hablan las mujeres que están muy concentradas; tal vez, sólo como juego, se preguntaría si entre ellas y los dos hombres hay algún hilo que emparente las conversaciones, porque, a veces, ocurre que un grupo de personas (en una esquina) habla de la película más reciente y en la otra esquina un grupo de personas habla acerca del mismo tema. Lo mismo sucede en las cafeterías o restaurantes.
Pero dejemos afuera de esta lectura al habitante de la ciudad que comienza con B e imaginemos que esta fotografía la observa un habitante de una ciudad cuyo nombre comienza con C, Comitán por ejemplo. Este habitante, al primer vistazo, sabrá que el edificio corresponde al Teatro de la Ciudad y reconocerá a los dos hombres que están en la puerta abierta: David Esponda y Óscar Bonifaz y entonces sabrá que la fotografía es histórica, porque dicha foto corresponderá al 3 de octubre de 2018, día en que David dirá, a todo el que pase por ahí: “El maestro Óscar me está entregando el teatro”, porque David (así lo asegura) fue nombrado como director del Teatro de la Ciudad, por el actual presidente. El habitante comiteco que vea esta fotografía reconocerá que este edificio tiene una historia fascinante, porque (ya Óscar Bonifaz contó la historia en un delgado libro) el papá de Natalia Rovelo mandó a construirlo como un obsequio, en agradecimiento encadenado, por la docilidad de su hija, quien (así lo dictaban los tiempos), jamás se opuso a una orden de su padre, sin importar que afectara el destino de su felicidad; Óscar Bonifaz cuenta que Natalia Rovelo siempre decía: “Sí, papá”, a todo ordenamiento del padre (el libro de Óscar se llama así). Este mismo edificio fue el lugar en donde estuvo la primera sucursal del Banco Nacional de México y también alojó imprentas, restaurantes, billares y el famoso y mítico Cine Montebello. En tiempos de Absalón Castellanos, como gobernador, y con la dirección del arquitecto José Gustavo Trujillo Tovar, se inició el remozamiento del edificio hasta convertirlo en lo que hoy es: El Teatro de la Ciudad. El arquitecto Trujillo (como dictaba el buen gusto y la tradición histórica) respetó toda la fachada e intervino los interiores para convertirlo (en opinión del señor Juárez, técnico espléndido que conocía todos los teatros de Chiapas) en el teatro más afectuoso y cálido del estado.
El maestro Óscar fue director del teatro durante mucho tiempo. Cada cambio de administración municipal dos o tres despistados preguntaban si habría renovación en la dirección del teatro, pero los presidentes consideraban a Óscar parte del inventario y lo ratificaban. Él (Óscar) días antes del término del ejercicio gubernamental guardaba en una caja de cartón las fotografías y cuadros que colgaba en su oficina, sólo como un mero juego, porque sabía que dos días después del inicio del nuevo trienio sacaría las fotografías y cuadros para volverlos a colgar en la pared, porque había sido ratificado y continuaba incólume en su puesto.
El día de esta fotografía ya no subió a su oficina. Ahora, la oficina estaba ocupada por el nuevo director. A Óscar Bonifaz, el ex presidente Fox lo pensionó. Esta fotografía casi es el testimonio no oficial del adiós de Óscar al espacio en el que estuvo durante más de diez años. Abandona el escenario para entrar de lleno, de nuevo, al espacio donde la única luz que se desparrama proviene del reflector mayor: El sol.
Y ahora, ¿qué hará Bonifaz? Ya prepara una publicación que promete tener la picardía que siempre lo ha acompañado. La publicación se llamará Tutís. Él dice que los comitecos preguntarán: ¿Ya leíste el tutís de Bonifaz?, y cuando alguien lo tenga en sus manos dirá: Ahora sí está muy arrugado el tutís de Bonifaz (para los habitantes de las ciudades con B digo que tutís es un modismo que significa culo).
Ya corresponderá a David Esponda hacer las gestiones urgentes para que el teatro tenga el mantenimiento que demanda. Protección Civil ha advertido que la butaquería de la parte superior debe ser intervenida para que vuelva a ser una zona segura, tal como lo exige el protocolo de espacios públicos donde la asistencia es, en ocasiones, apabullante.
En el mundo hay muchas ciudades cuyos nombres comienzan con B o con C. Los habitantes de las B reconocen a sus personajes relevantes, así como los de las C saben quiénes son los que, de pronto, se detienen ante la puerta de un edificio y platican. Acá están Óscar y David.