lunes, 15 de octubre de 2018

CON AROMA DE CHAMPAÑA




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que tienen el aroma de una noche lluviosa, y mujeres que huelen a barra de cantina.
La mujer barra de cantina está llena de imágenes que huelen a noche abierta. Para empezar, la puerta de su espíritu es abatible, con una serie de cejas de madera que, a manera de persiana, permite que pase el aire y la mirada de algún voyeur pervertido o inocente. He visto a hombres que, con el pretexto de conocer el interior, pretenden abrir esa puerta abatible, creyendo que es posible violar la intimidad de esta mujer que es única, única por desmesurada, por franca y porque el falso pudor nunca es parte del barril donde conserva la cerveza que sirve en vasos llenos y deja sobre la barra.
La mujer barra de cantina no tiene nombres comunes, jamás se llama Carmen, Guadalupe o Elena. ¡No! Ella adopta nombres que suenan muy de hombres, como “León de Oro” o como “El gallo de Oro”. Hay, se mira, una obsesión por emplear metales preciosos. En Xalapa conocí a una falsa mujer barra de cantina que se llamaba “La puerta de ónix”, pero, cuando fuimos al puerto de Veracruz y nos sentamos en un café al aire libre confesó que su nombre verdadero era Clara y luego, como si estuviéramos en una cantina de mala muerte, hizo el chiste de que también servía cerveza oscura, como el color de su piel. ¿Entendiste?, me preguntó: Clara y oscura. Yo reí, pero lo hice con el mismo tono con que la tarde abría su ventana para recibir la noche.
En este instante es importante decir que hay dos tipos de mujer barra de cantina, una falsa que acepta que los amigos del amado lleguen a casa y otra, la auténtica, que es renuente a las manifestaciones amistosas tumultuarias. La primera permite que los amigos se sienten en la mesa y vean, en la pantalla del televisor, el partido de fútbol soccer o el Súper Tazón del americano. Ella sirve los jaiboles con un popote, en lugar de servir una cucharilla larga, y sirve pequeños platos con cacahuates, pedazos de queso, aceitunas y chicharrines con salsa chamoy. La otra mujer barra de cantina es más selecta, si el término puede adjudicársele. Tal vez sea más justo decir que es mujer que tiene el cabello de color champaña, que, en lugar de poner discos de Chavela Vargas en el reproductor, pone discos donde el sax de Charlie Parker parece bajar nubes y sembrarlas a mitad de la sala. El amado de la falsa mujer barra de cantina termina borracho; el amado de la auténtica mujer barra de cantina se embriaga.
No obstante esta diferencia, ambas mujeres tienen la particularidad de ser excelentes acompañantes a la hora del dolor o de la pena, a la hora que el amado piensa que la vida le debe la gloria prometida, a la hora que el amado cree que todo se reduce a una ventana sin cristal o que el único abono de la vida es la mierda del buey. Ella tiene el alma regada con mezcal o con tequila o con comiteco o con champaña, por eso, cuando el amado la toma entre sus brazos siente que una brasa comienza a abrazarlo. Ese fuego tiene la misma esencia de la veladora del templo o la calidez del sol a la hora que se oculta tras las montañas.
¡Ah, bendita mujer! ¡Bendita entre las benditas! No hay nadie como ella, porque su columna vertebral está tallada en madera de cedro, porque el espejo que tiene en la pared posterior, en la contrabarra, siempre abarca toda la pared, y esto es así para que el amado sepa reconocerse a cualquier hora y en cualquier dirección. Ella es como un encantamiento que descubre el origen y el destino.
Cuando el amado ha bebido suficiente de su fuente, ella, generosa, le abre sus piernas para que él pruebe el brebaje de Ambrosía, el que tiene el sabor pepenado en la casa materna, el que posee el secreto que la abuela le transmitió desde niña. Porque ella es fruto de la tradición, su nobleza no es gratuita, viene de siglos atrás, de cuando en las pulquerías estaba prohibida la entrada de mujeres, de uniformados y, sobre todo, de ambulantes.
Ella juega Rentoy, ese mítico juego de cartas, típico de las pulquerías del siglo pasado. Es maravilloso saber que el rentoy permite que uno de los compañeros pueden hacer señas sugerentes para que el otro sepa por dónde debe ir el juego. La mujer barra de cantina es experta en ese tipo de señales. El amado descubre en ese juego de señas la maravilla de la seducción, la plenitud del lenguaje erótico.
Muchos hombres desean a la mujer barra de cantina. Para no caer en equívocos, es preciso insistir en que hay dos tipos de esta mujer: una que sirve popotes en los jaiboles y otra que tiene el sabor del Martini seco y que el amado debe tener la suficiente clase y categoría para humedecerla.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que tienen mariposas en los pechos, y mujeres que son como una calle con baches.