martes, 16 de octubre de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE UN LETRERO CON UN APELLIDO




Querida Mariana: No sólo ropa llevamos en las maletas de viaje. Llevamos todo lo que somos, lo que hemos sido. Cada vez que un viajero (comiteco, haitiano, francés, español) sube al camión o al barco o al avión o a la carreta lo hace con todas las nubes y piedritas que conforman su historia personal.
Algunos dicen que van de vacaciones para dejar en casa lo rutinario. Se trata, insisten, de llenarse con la luz de otros territorios, de abandonar lo que nos rodea frecuentemente. Pero está demostrado, casi científicamente, que adentro de la maleta del corazón van escondidos los territorios abandonados, con su carga de siglos, y esta carga va con nosotros a todos lados, en cada instante.
Y digo esto porque, de vez en vez, amigos que andan de viaje por el mundo se topan con mi apellido, escrito, bien en una taza o en un libro o en una fachada, y me envían fotografías para que yo las observe y las conserve.
Raúl Macal y su esposa viajan ahora por Europa y Raúl, el otro día, me envió una serie de fotografías donde aparecía mi apellido en un cruce de caminos y en una botella de sambuka. Antes, mi maestra Miriam, me envió la fotografía de una taza que tenía escrito mi apellido; y hace como veinte días, Lulú García Díaz me envió la fotografía que anexo. Esta foto la tomó, desde el auto en que viajaba, en una calle de San Francisco, California.
Esto, por supuesto, me halaga. ¿Mirás qué prodigio? Mis amigos reciben la luz de otros territorios, sus miradas pepenan piedritas y nubes inéditas, pero en alguna esquina o en una mesa se topan con mi apellido y piensan en mí. ¿Mirás el privilegio? A miles de kilómetros, con sus miradas llenas de nubes y cielos extranjeros aparece mi apellido y es como si apareciera mi imagen y al hacerlo (lo sé) piensan en esta tierra y algo de ésta vuelve a enredarse en su espíritu. Imagino entonces que yo soy el feliz pretexto para hacer un nudo en el hilo de Ariadna, que es el hilo que les sirve para no perderse en el laberinto de todo aquello que no es Comitán.
Hace como dos años, Rocío fue a Buenos Aires y cuando volvió, emocionada, me invitó un café y al estar sentados frente al parque central de Comitán, con una sonrisa picarona, mientras mirábamos a los niños que jugaban al lado de los boleros, deslizó sobre la superficie de la mesa redonda una bolsa de papel y dijo que la abriera y que mirara, y la abrí y miré que había un libro de poesía de Ricardo Molinari. Entonces contó que cuando vio mi apellido en la portada pensó en mí y pensó que, tal vez, el gran poeta argentino era como mi tío abuelo. Y cuando vio que yo, también emocionado, abría el libro y leía en voz alta un fragmento, dijo que debía viajar, que debía hacerlo, y me recordó los años en que platicaba a todos mis amigos que mi mayor deseo era viajar a París y mencionaba todos los lugares que visitaría: el Louvre, Montmartre, Montparnasse; y que caminaría a la orilla del Sena y me sentaría en un café al aire libre y haría apuntes de los lugares visitados y, a mi regreso, escribiría un libro con esos testimonios y esos apuntes y …
“Viajá”, dijo y agregó que me estaba haciendo viejo y que un día ya sólo me quedaría como única posibilidad la de sentarme ante una ventana para ver lo que sucedía en la calle. Entonces me lanzó un reto, dijo que debía viajar y conocer los países de los cuales tuviera libros y tomando su obsequio dijo: “Este libro es de Argentina”. Yo, que soy muy dado a darle vuelta a los retos, dije que prometía viajar a todo el mundo, pero que antes debía completar mi colección de libros editados en todos los países del mundo (cuando lo dije pensé en los álbumes de figuritas que coleccioné cuando niño. Cuando completara mi álbum de “Libros impresos del mundo” ¡haría un periplo jamás realizado por ser humano!). Rocío preguntó cómo iba mi colección y yo dije que tenía ya el suyo, tenía un libro impreso en España, otro en México y uno más de Cuba, que me obsequió mi amiga Paloma. ¿Cuatro? ¡Sí! Rocío se golpeó la frente con la mano derecha y vaticinó que nunca completaría ese álbum; es decir, jamás viajaría y riendo dijo que no fuera caballo, que hiciera lo posible por comenzar con los cuatro países mencionados, bueno, cuando menos con Argentina, un año, y España, el otro, y Cuban después; dijo que cuando estuviera en España, bien podía dar un brinquito a Portugal y a Italia y a Francia (están tan cerca, dijo) y comprar libros en portugués, en italiano y en francés.
Hace como diez días, Charito regresó de un viaje a Europa y me trajo de obsequio un libro editado en Francia. Ya tengo cinco figuritas en mi álbum que contiene (según el dato que siempre maneja Eusebio en sus clases) ciento noventa y cuatro países. Ya sólo me faltan ciento ochenta y nueve. No sé si algún amigo viajará a Sudáfrica y me traerá un libro de allá.
A Rocío le dije que prometía cumplir mi palabra. Ella levantó la mano, pidió la cuenta y dijo que estaba bien, que yo nunca haría el viaje. Yo también sonreí, dije que nunca debe decirse nunca, metí la mano en la bolsa de mi pantalón y saqué un billete de cien y pagué la cuenta.
Posdata: Mientras lleno mi álbum sé que mis amigos viajan por mí. Yo, desde este chunche, viajo todos los fines de semana. El domingo pasado entré a Google Maps y fui a la colonia Roma, de la Ciudad de México, una de las primeras colonias aristocráticas de aquella ciudad. Mi punto de inicio fue el departamento en el que viví cuando estudié en la UAM-Iztapalapa, que estaba en la calle Tlacotalpan. Caminé por Baja California, llegué a Insurgentes y me dirigí al sur hasta llegar a Ciudad Universitaria. ¡Uf! Fue un viaje alucinante, un viaje que me regresó a 1974. Hallé un poco cambiada la ciudad, pero reconocí nubes y piedritas que recogí hace más de cuarenta y tantos años.
Mis amigos viajan por mí y lo hacen conmigo. Cuando se topan con un letrero donde aparece mi apellido toman la fotografía y me la envían. ¡Piensan en mí, a miles de kilómetros de distancia! Gracias, Miriam, Lulú y Raúl y gracias al amigo que cuando esté en China me traerá un libro impreso en aquel enigmático país. ¿Completaré algún día mi álbum? ¡Está en chino!