jueves, 25 de octubre de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SUCEDEN COSAS




Querida Mariana: Muchas cosas suceden en las esquinas. Hay una ley física (no escrita) que indica que la mayoría de cosas que suceden en el mundo ocurren en las esquinas y no, por ejemplo, a mitad de la calle. Tal vez por esto, la mayoría de puertas están a lo largo de la calle y no en las esquinas, porque si así fuera, una puerta esquineada podría ser el acceso a otra dimensión.
Siempre que salgo a la calle pongo mi atención en las esquinas. Ahí he tenido encuentros sorpresivos y sorprendentes. A veces camino en la banqueta y en una esquina me topo, de manera intempestiva, con un amigo que tenía años de no ver. El encuentro es prodigioso, es como si, de pronto, uno viera en el cielo una lluvia de estrellas, en un día soleado. El otro día, al llegar a una esquina me detuve como si estuviera frente a un enorme muro porque las garras de un perro doberman se asomaron. Me detuve, generé adrenalina al mil, y sólo regresó la armonía cuando vi que el perro tenía un bozal en la trompa y era guiado por una muchacha bonita a través de una correa resistente. Una vez vi una película donde un delincuente corría y corría, llevando en la mano el collar que había arrebatado de una chica que estaba en la puerta de una librería. Al dar la vuelta a la esquina, el delincuente chocó contra un hombre que resultó ser un policía. Hasta ahí llegó su carrera delincuencial. Supe que eso sólo podía haber ocurrido en una esquina.
Cuando a Alfonsina le dije que muchas cosas suceden en las esquinas, ella me dijo que yo era un viejo perverso, que siempre estaba pensando en puterías, así lo dijo. Comprendí. Hay mujeres que, por las noches, se adueñan de las esquinas, se paran debajo de un farol. Pero yo voy más allá, no me quedo, diría Alfonsina, en la simple putería, ¡no! La esquina, por su forma y por el misterio que encierra, posee un sentido especial.
Por eso, el otro día presencié algo único. Iba en mi auto y paré en la esquina para ver si venía auto en la calle perpendicular, de pronto vi a Fer, el indigente que le apodan Aluxe. Estaba parado en la esquina y movía los brazos como si fuera un pájaro suspendido en el aire. Fer tiene una sonrisa fácil, sus ojitos siempre son como de alcancía, así que cuando ríe, sus ojos son apenas una rendija de papel de china. Movía sus brazos en forma frenética y reía. ¡Fer!, le grité y él, sin dejar de mover sus brazos, dijo: “¡Estoy volando, estoy volando!”. El automovilista de atrás tocó el claxon de manera amenazante y yo tuve que avanzar. Lamenté hacerlo. Lamenté que no hubiera un espacio para estacionar el auto, para bajarme y presenciar ese prodigio, ese encanto. “¡Estoy volando, estoy volando!”, dijo Fer, mientras, gozoso, movía los brazos como si fuera un colibrí. Sus pies estaban en el suelo, pero su emoción estaba encaramada en el cielo, en alguna otra dimensión. Cualquiera hubiese dicho que estaba drogado. No sé si él se droga, no lo sé. Sé que toma su poquito de alcohol, eso sí. Pero yo nunca había visto a alguien tan cuerdo iniciar un vuelo. No, perdón, nunca había visto volar a alguien con tal conmoción.
Por eso digo que es difícil hallar puertas en las casas de las esquinas. La esquina posee un misterio. Fer no habría volado a lo largo de la calle. No. Tal vez la calle le sirvió como pista para el despegue. La esquina fue como su Cabo Cañaveral, el espacio ideal para hacer el vuelo.
Me hubiese gustado que presenciaras ese instante, que te llenaras con ese hilo de oro. Fer, uno de los hombres más sencillos del mundo, chaparrito, con ojitos de rendija, ¡estaba volando! Era un delicioso chupamirto en una esquina de Comitán. Pensé que en ese momento, en ninguna calle del mundo estaba ocurriendo un fenómeno semejante.
Posdata: A mí no me sorprende la aparición de un cometa o de un arco iris. Estos son fenómenos naturales. ¿Mirás? Naturales; es decir, deben verse con naturalidad. Siempre voy pendiente de las esquinas de mi pueblo. Ahí encuentro el prodigio, ahí está el azar, lo sorprendente. A veces, como me sucedió hace poco, aparece don Carlos Navarrete, quien, después del homenaje que le brindaron en la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, caminaba por Comitán. A veces, me topo con hombres maravillosos, como Fer, que vuelan por lo bajito, pero que se emocionan en su vuelo, porque saben que no hay vuelo sencillo, no hay simple vuelo.