viernes, 12 de octubre de 2018

DEFINICIÓN DE REUNIÓN




A ver, ¿cuántas personas deben estar en un mismo espacio para que se diga que eso es una reunión? Una vez, hace muchos años, Juan me dijo que me invitaba a una reunión en su departamento. Cuando me lo dijo imaginé un grupo de amigos y conocidos. Cuando llegué, muy puntual a las dos de la tarde, con una botella de vino en la mano, y Juan abrió vi que nadie había en la sala. Nada dije. Pensé que yo había sido demasiado puntual. Me senté en la mecedora que Juan tenía a mitad de la sala y vi que él colocaba un disco en la tornamesa y luego iba a la cocina y desde ahí me decía si quería beber algo. Dije que una cerveza. Apareció él con dos botes en la mano, luego trajo un platón con cuadritos de queso, jamón serrano y aceitunas negras. Abrió el bote, hice lo mismo. Alzamos las cervezas y dijimos el clásico ¡salud! ¿A qué hora llegarían los demás? Mientras bebía un sorbo de la cerveza, que estaba deliciosa, con el frío adecuado, aguzaba el oído, con la esperanza de escuchar algunos pasos y risas en la escalera, esperaba que tocaran el timbre.
Tal vez porque soy hijo único, siempre he visto con admiración los grupos de personas. Detesto formar parte de las multitudes, pero me sorprendo ante la visión de un estadio lleno de gente, gente que acudió a un concierto o a ver un partido de fútbol.
Odio las corridas de toros, pero me subyuga ver cómo cientos de aficionados se paran y gritan olé y beben vino o cerveza. Me emociona ver cómo cientos de personas pierden poco a poco su identidad y se vuelven parte de un conglomerado fantástico. Masa informe que no tiene brazos ni piernas, que sólo tiene ojos y bocas, grutas oscuras y luminosas.
Cuando Juan se paró, puso otro disco y fue a la cocina por otras cervezas, yo, desde la sala (no tuve el valor para decirlo de frente) le grité: “¿A qué hora vienen los demás?” Sin saber bien a bien qué quería yo decir con ese los demás. ¿Quiénes eran los demás y, sobre todo, cuántos eran? Juan sacó la cabeza por la puerta abatible y preguntó: ¿Quiénes? Supe entonces que no habría más, que la famosa reunión se concretaba a nosotros dos. Juan regresó, me dio el otro bote y yo me paré. ¿Vas al baño?, preguntó él. Yo caminé hacia la silla donde había dejado mi suéter y mientras metía un brazo en una manga dije que debía retirarme, que me había acordado que tenía una reunión en el trabajo. Juan me vio como si una grieta se abriera en el piso, me dijo que si no podía cancelarla, dije que no, dije que no acostumbraba cancelar las reuniones, que mi presencia ahí en su departamento era la prueba más fehaciente, pero que, a veces, debía retirarme, porque otras reuniones exigían mi asistencia.
Sé que mi salida intempestiva fue porque Juan había empleado la palabra reunión, yo había dado por sentado que esa tarde habría más personas y cuando vi que sólo estaríamos él y yo sentí una especie de cierta frustración, casi casi como si hubiese sido una fiesta en la que la mayoría, abrumadora, había cancelado y nos hubiesen dejado solos y yo tenía que cargar con el peso de la charla.
Siempre he dicho que me cuesta mucho trabajo relacionarme con la gente. No sé de qué hablar cuando estoy solo frente a otra persona. Doy gracias a Dios cuando hay más personas y la plática fluye bien sabrosa, sin necesidad de que yo tenga que decir algo.
Esa tarde, en el departamento de Juan, me atrapó ese complejo. Creo recordar que hablamos de la película Rocky (la primera), que recién habíamos visto en video, pero cuando se agotó el tema hubo una pausa en donde él se paró a revisar los discos y yo no supe qué decir ni qué hacer. Tomé un pedazo de queso y comencé a roerlo como si fuese un ratón tierno, de tal suerte que si Juan me preguntaba por qué estaba tan callado yo pudiera decir que estaba comiendo y le mostrara el minúsculo pedazo roído.
Me agobian esas pausas que se producen en pláticas de pareja. Cuando asisto a una reunión nunca falta la voz que corta de tajo esa pausa y todo vuelve a ser un río donde fluye el agua de la plática.
En fin, ¿cuántas personas deben estar en un mismo espacio para que pueda llamarse reunión? ¿Dos personas hacen una reunión? Los compañeros de oficina bromean, dicen que fulano de tal tuvo una reunión, ¡pero de ombligos!, y uno sabe que en ese instante el fulano de tal está sólo con sutana en el cuarto de un motel. Son dos y, según los compañeros de oficina, están en una reunión, de ombligos, pero reunión al fin. Yo, desde la humedad de mi espíritu, pienso que el término reunión se aplica cuando hay más de dos, ¡tres ya es reunión!, según yo.