martes, 23 de octubre de 2018

CARTA A MARIANA, CON ALAS DE MIGRANTE




Querida Mariana: mi papá rentaba una casa, a media cuadra del parque central de Comitán. Por necesidad de su trabajo era una casa grande, con cuatro corredores y muchos cuartos. Era tan grande que, en muchas ocasiones, funcionaba como una posada, así que los familiares que llegaban hallaban asilo. Yo, desde mi recámara, veía a tíos y primos en sus habitaciones y los veía contentos e independientes. Mi papá era feliz prodigando su corazón y los cuartos de la casa en forma gratuita. Siempre fue muy generoso.
Tal vez de ahí me nació la idea de aceptar migrantes en mi casa. Pero, como las casas en que he vivido, después de aquellas enormes casas de mi papá, son pequeñas, no acepto ni a primos ni a tíos ni a amigos ni a advenedizos. Mis huéspedes están hechos, como aquel personaje cinematográfico interpretado por López Tarso, ¡de papel!
Mi emoción es grande, pero el territorio es mínimo, así que, como decía el chiste: “Si va a llevar tostadas, llévelas en polvo juan”, yo recibo a muchos migrantes en versión condensada (Pienso que debo explicarte lo del supuesto chiste: En la terminal de los transportes Cristóbal Colón había un letrero con el mensaje: “Si va a llevar tostadas, llévelas en polvo juan”; sucede que un titipuchal de tostadas hace mucho bulto, por lo que si muelen la tostada y lo vuelven polvo juan el montón de tostadas cabe en un pomito).
Sé que mi comentario puede caer en el terreno de lo banal, porque el problema de la migración es una cosa seria en el mundo, pero debo decir que hay millones de casas en el mundo que son como la mía: Reciben decenas de inmigrantes, a pesar de que son espacios minúsculos. Y esto es una demostración que, a pesar de las fronteras y de las distintas culturas, todos somos como una gran familia, la utópica familia humana, en la que tanto daño nos hacemos los unos a los otros, desde el principio de los tiempos.
Yo sé que tu familia es comiteca por varias generaciones. No es mi caso. Mis abuelos maternos sí fueron chiapanecos, así como mi abuela materna, pero mi abuelo paterno llegó de Italia, en un barco. Soy nieto de un migrante italiano. Mis papás no nacieron en Comitán, mi papá nació en San Cristóbal de Las Casas y mi mamá en Huixtla. ¿Por qué miles y miles de personas van de un territorio a otro? Por muchas razones. Los que van de uno a otro lado lo hacen por motivos de estudio, o de trabajo, o por alguna pasión o por que huyen. Los que huyen también lo hacen por múltiples razones: porque son delincuentes, porque son perseguidos políticos o porque un alambre de púas les circunda el espíritu.
A mi casa, desde adolescente dejé que entraran muchos inmigrantes. No te enojés si digo que siempre he sido como el presidente Cárdenas, porque he dado asilo a la inteligencia trashumante. Desde que tuve once años más o menos he recibido gente inteligente de todo el mundo. Ellos, ya lo supusiste, vienen envueltos en libros.
Ayer, en una Arenilla, mencioné al poeta español Machado. Sí, él, junto con Unamuno y el francés Julio Verne, fueron de los primeros inmigrantes que llegaron a mi casa. Yo, emocionado, los atendí; los atendí con el mismo desprendimiento con que mi papá recibía a los viajeros en casa. Algunos amigos y parientes llegaban a la casa y se quedaban dos o tres días, porque iban de paso; pero algunos se quedaron por más de un año. Mi papá los dejó ser. Ahí hallaron un cuarto y comida para pasar la mala racha o el desasosiego de la penumbra.
Perdoná mi imprudencia. Yo he recibido sólo a grandes mentes. Ninguno de ellos pide algo, no molestan, sólo me hacen compañía. Ellos son inmigrantes que dan, son como muchos que han llegado de otros países y han dejado sólo un camino de luz. Los inmigrantes españoles que acogió Cárdenas vinieron a sembrar enormísimos árboles que prodigaron sombra. En Chiapas recordamos al maestro Fábregas, papá del doctor Fábregas Puig, y Luis Alaminos (a quien tuve el privilegio de conocer y tratar, aunque hay sido en no más de dos ocasiones). Alaminos y Fábregas fueron inmigrantes que, como si fueran Moisés, abrieron los mares de muchos mares chiapanecos.
A mi casa han llegado inmigrantes de Francia, de Turquía, de Chile (poetas enormísimos: Rojas y Neruda), de España, de Argentina, de Estados Unidos, de Canadá, de Guatemala, de Cuba (ah, de la bella isla. Ahora recuerdo a dos de ellos, bueno, a tres, a la poeta Carilda y a los narradores Senel Paz y Leonardo Padura, de quien ahora leo la novela “La transparencia del tiempo”, por sugerencia de Samy, el librero de Lalilu. A mi casa han llegado muchos inmigrantes de Japón, de Alemania, de Bélgica, de Chile, de Colombia (¡ah!, el gran narrador Juan Gabriel Vázquez llegó a casa y ahí se quedó y esto es para agradecer. Puede quedarse todo el tiempo que desee.)
Mi casa se ha llenado de inteligencia inmigrante. Éstos han llenado mi casa de luz. A mí me han hecho feliz a lo largo de más de cincuenta años. Ha sido tan grata su compañía que, cuando he tenido necesidad de emigrar de un lugar a otro (también he sido inmigrante), los he envuelto en cajas de cartón y los he llevado o he recomendado que amigos míos los reciban y les den alojamiento.
Posdata: Mi abuelo vino de Italia. En reciprocidad yo he admitido inmigrantes italianos en mi casa. Acá duermen Baricco (que leo porque el maestro Sarelly lo mencionó en algún texto), Calvino, Tabucchi, Pasolini y Moravia.
Los que llegan a mi casa llegan de muy lejos, de más allá del mar. Han llegado con los pies húmedos, llenos de arena, de estrellas de mar y de cielos. Pero me hablan de manera tan cercana que parece que llegaran de la esquina, donde se toma café con pan de Las Torres. Mi vida se ha llenado de la inteligencia de inmigrantes. Perdón. Sé que la migración es un problema y no es el aire tan suave que rodea mi jardín. Perdón. Pero mi experiencia ha sido ésta.