lunes, 22 de octubre de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE TODOS ESTAMOS EN UNA CALLE EMPEDRADA




Querida Mariana: Digo que Raúl viaja por mí, viaja por todos. Los tiempos actuales lo permiten. Antes, cuando mi tío Manuel viajaba a Europa (lo hacía con frecuencia, porque tenía los recursos económicos para hacerlo y porque, igual que Raúl, era un sibarita) enviaba postales a la casa. El cartero hacía sonar su silbato, el perro ladraba y la sirvienta salía a recibir la correspondencia. En la mesa de centro de la sala, mi papá hallaba la correspondencia: cartas comerciales del banco Nacional de México o de la cervecería Moctezuma o de la Coca Cola, la revista Selecciones, publicidad para el sorteo del Tec de Monterrey y las postales de tío Manuel, enviadas desde Roma y París. Dichas postales eran las clásicas imágenes del Coliseo Romano y de la Torre Eiffel. En la parte posterior, con letra clara y elegante, mi tío nos enviaba saludos desde Roma y desde París. A la hora de la comida, mientras servía en el vaso de cristal un poco de agua de chía, mi papá comentaba que su hermano Manuel estaba en Europa y se había acordado de nosotros. Sonreía. Muy orgulloso levantaba la postal para que la viéramos todos, la levantaba como si fuera una vela inflada de un barco bogando por los mares del mundo. Pero las postales no tenían personalidad. Un fotógrafo profesional (anónimo) se paraba frente a los grandes monumentos y hacía la toma que se reproducía por miles y miles. En todas las casas del mundo recibimos la misma fotografía, que se salvaba de la repetición por las letras que, como corazones pegados, venían en la parte posterior.
Ahora ya nadie envía postales desde Europa o África o Asia. ¡Nadie! Todos los viajeros suben las fotografías a las redes sociales y comparten sus experiencias de viaje con medio mundo. Hace meses yo viví la experiencia de Julia y Richard, quienes hicieron un viaje en bicicleta, desde Chiapas hasta la Patagonia. Desde mi mesa de trabajo, a través de la pantalla de la computadora, los fui siguiendo.
Debo decir que hay viajeros que están contaminados con el Síndrome de la Postal y suben fotografías comunes; es decir, se paran frente a la Fuente de Trevi y toman la foto; se paran frente al Coliseo Romano y toman la foto; se paran frente a la Torre Eiffel y toman la foto. El comediante mexicano diría: ¡Qué les pasa! Miguel Ángel Godínez me contó que, en un viaje a Europa, aprendió más de la cultura ajena en las calles que en los museos. La vida está trepada en la cuerda donde las personas hacen de equilibristas, día y noche.
Hay viajeros, como Raúl, que suben a las redes sociales su experiencia de vivir el instante y lo comparten, porque saben que ellos viajan por los otros, por los que, bien en el encadenamiento del trabajo o en el encadenamiento del ocio, estamos sentados frente a una pantalla viendo lo que sucede afuera, lo que hacen los que desatan el cordel de la rutina y suben a aviones, barcos, autobuses o trenes y viajan, viajan, porque saben que la mayor experiencia de la vida es el viaje. Yo coincido con ellos, la vida es un viaje, las mejores novelas y cuentos que he leído en mi vida han sido las que son como viajes. Los mejores escritores son grandes viajeros. Yo, a través de sus libros, viajo. Sé que ellos, como Raúl, también viajan por mí, ¡para mí!
Raúl (y miles más, ¡millones!) viaja y sube fotografías a las redes para que los otros vivamos su experiencia. No nos da la postal de la Torre Eiffel. Sabe que de nada serviría decirnos: Acá estoy parado y les comparto esta experiencia para que ustedes sientan lo mismo que yo. Sabe que no podemos estar parados en el lugar que él está.
La fotografía que anexo, querida mía, sí me pone en el lugar correcto: Yo soy la mirada. Veo a Raúl y veo un grupo de personas caminando por una calle de Segovia. Raúl es como un director de cine que prepara la escena de vida y como Hitchcock y como Polansky y como Francois Truffaut también aparece en la película. En esta fotografía, su esposa camina detrás de él, platica y busca algo en su bolso, algo que tiene que ver con lo que platica. Detrás de Mary una mujer ve hacia arriba, busca algún detalle en un balcón. La chica de la chamarra azul turquesa ve el portón. Raúl nos da a escuchar el murmullo de las pláticas, de los pasos sobre las piedras, del asombro ante lo que no había sido visto jamás. Y yo, junto con Raúl y con ellos (desde el balcón donde estoy), escucho cómo el eco de este tiempo rebota en esa cantera silenciosa de siglos. Y recuerdo, gracias a este instante, que una tarde, sentado en una banca del parque central de Comitán, a la hora que los pájaros se arracimaban en los árboles en busca de su hueco para dormir, abrí un libro de Machado (el prodigio verbal de España) y leí que el poeta había dictado cátedra en Segovia, en el mismo pueblo al que Raúl me llevó una tarde de éstas, mil tardes después que lo caminé al lado de Machado.
Imaginé estar al lado de Raúl y le pedí que se detuviera tantito; busqué en mi alforja y abrí el libro de Machado y, emocionado, leí en voz alta: “Chopos del camino blanco, álamos de la ribera, espuma de la montaña, ante la azul lejanía; sol del día, claro día, ¡hermosa tierra de España!”.
Posdata: ¿Qué más queda? Gritar a toda voz: ¡Cotz! ¿A poco no? Desde la hermosa tierra de España, desde la tierna rama de un árbol que se llama Comitán, lugar original de Raúl y de tantos.
Viajeros llegan a Comitán y los veo como veo a Raúl: Gozando del sol que injerta renuevos en sus cuerpos y en sus espíritus.