jueves, 11 de octubre de 2018

CARTA A MARIANA, CON TECHO INCLUIDO (SIN ALBUR)




Querida Mariana: Esta fotografía la tomé en San Cristóbal de Las Casas. ¿Mirás qué nombre tan bonito? No vayás a preguntar qué clase de negocio es. No lo sé. Lo que sí puedo decirte es que no venden madera. ¡No! Tal vez a los propietarios les gustó la palabra y así bautizaron a su negocio. Es una palabra que a muchos chiapanecos los remite a la infancia. Al menos a mí me remitió a la tarde en que conocí el tejamanil. Estaba, por primera vez, en el rancho La Hierbabuena, de tío Guillermo. Mi mamá me dijo que la acompañara a la cocina, que estaba en una casita aparte de la casa grande. Caminamos al lado de pinos y de pájaros azules y de hilos de aire fresco. Cuando llegamos a la casita de madera, que nadie dudaba que era la cocina, porque siempre soltaba columnas de humo, vi que las paredes estaban construidas con maderas muy finas, delgadísimas. Pensé que era un prodigio que la casita no se cayera con un simple soplido, al modo en que el lobo tiraba la casa de uno de los tres cochinitos. ¡Era tan frágil, tan delicada! Cuando mi mamá vio mi cara de asombro dijo la palabra: Tejamanil, las paredes eran de tejamanil.
Años después reconocí que mi primo Pedro (Peter) estaba hecho de otra sustancia. Un día, Peter llegó a Comitán, mi papá dijo que él vivía con su familia en Los Ángeles, California. Allá había nacido, porque el primo de mi papá, del mismo nombre del hijo, había pasado al otro lado “De mojado”. ¿De mojado? Sí, mi papá dijo que así nombraban a los mexicanos que pasaban (de manera ilegal) al otro lado (Estados Unidos). Mi papá dijo que tal vez les decían así, porque en ese tiempo era común que los mexicanos cruzaran nadando el Río Grande, que era zona limítrofe entre México y Estados Unidos.
Cuando tomamos cierta confianza, Peter me contó cómo era la vida allá en su ciudad. Me la contó, mientras caminábamos por las calles de Comitán y yo le mostraba el mercado, el templo de El Calvario, el parque central y el cine Montebello (al que fuimos todas las tardes). Cuando nos sentamos en una mesa de “Nevelandia” y pedimos helados de vainilla, Peter sacó su cartera y me enseñó unas fotografías: en la primera aparecía una güerita con blusa hasta el cuello, dijo que era su novia (Peter en ese momento tenía dieciséis o diecisiete años y había llegado a Chiapas para conocer a la familia paterna. Yo tenía doce años); luego me enseñó una fotografía donde estaba su casa, era una casa sin barda, con jardín al frente, con el pasto bien podado y con unos setos laterales a manera de murete delimitador. Dijo que la casa era de madera. Yo me sorprendí porque establecí una gran diferencia entre la casita de madera (de tejamanil) que había conocido en La Hierbabuena y la casa donde vivía Peter. La casa de éste era una residencia de dos plantas. Pensé que la casita de tejamanil jamás resistiría un piso arriba, le sucedería lo mismo que a la casa del hermano cuch, como diría don Elías Cordero, quien, como si fuese San Francisco, trataba de hermanos a todos los animales, así decía hermano cenzontle, hermana mariposa, hermana burra (por favor, Mariana, no te vayás a sentir aludida, es un mero ejemplo).
Más me sorprendí cuando Peter comenzó a enumerar las distintas partes de la casa. Cuando llegó al techo dijo que estaba hecho con tejas, también de madera. ¿Cómo? ¿Tejas de madera? Pero ¿qué no las tejas estaban hechas de barro, como las que había en muchas casas comitecas, esas tejas rojizas manufacturadas en el mítico barrio de Yalchivol? Peter dijo que el techo de su casa estaba hecho de pequeñas tejas de madera y me explicó el procedimiento de construcción, porque dijo que su papá había hecho la casa. Claro, dijo, no solo. La había construido con ayuda de dos amigos.
Cuando Peter se fue, le pregunté a mi mamá si conocía alguna casa hecha de madera. Me dijo que sí. Entonces la vi directo a los ojos y le pregunté si conocía algún techo construido con tejamanil. Dijo que sí, dijo que por ahí, en alguna caja (no recordaba bien a bien en dónde), había una fotografía antigua del parque de Comitán y ahí se veía el kiosco y ella recordaba que el techo estaba construido con “delgadas tejas de tejamanil”. Así lo dijo mi mamá: Delgadas tejas de tejamanil. Imaginé el techo del kiosco comiteco como una delicada sábana, como de ala de mariposa.
Posdata: Peter me contó que el techo de su casa estaba construido con tejas de madera, y me contó que el entrepiso de la casa estaba, igual que las paredes, hecho de tablones gruesos, resistentes, tratados para que no se apolillaran. Supe entonces que el espíritu de mi primo gringo estaba hecho de otra sustancia. Mi espíritu estaba hecho con tejamanil, casi casi como decir con esencia de ala de mariposa.