miércoles, 3 de octubre de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE APARECIÓ EL RECUERDO DE AMALIA





Querida Mariana: Amalia murió hace dos o tres años. Emiliano detuvo su carro, sacó la cabeza, me saludó y gritó: ¡Amalia murió! Los automovilistas de atrás tocaron el claxon, con insistencia, Emiliano debió seguir la marcha, sacó la mano y se fue. Vi la placa de su auto: Michoacán. Tal vez Amalia vivía allá. No lo sé. Ya nunca lo supe.
Yo recuerdo a Amalia en su casa, sentada en el balcón, tejiendo chambritas y viendo la calle. Los amigos la saludaban, desde la banqueta platicaban. Nunca tuvo novio, a pesar de que tuvo muchos pretendientes. Era muy bella, tenía ojos color aceituna y una cabellera negra que le llegaba hasta la cintura, pero casi no salía de casa. Le encantaba hacer lo que hacía: sentarse en el balcón, tejer y ver la calle. Yo iba a su casa, porque Emiliano, primo hermano de ella, era mi amigo.
Cuando entraba a su casa escuchaba la música que provenía de la sala. Olvidé decir que Amalia también escuchaba música, era otra de sus pasiones, ponía discos de los Beatles. Decía que era el grupo más grande del mundo. Yo platicaba en ocasiones con ella. Tal vez con ella aprendí a cortar una conversación cuando ésta amenaza con prolongarse. Amalia, cuando advertía que era hora de cerrar la conversación, se paraba y decía: “Los días pasan” y ella entraba a su recámara y así yo me quedaba parado sin saber qué hacer.
El otro día pensé en Amalia, pensé que ella se pasaba los días sentada ante el balcón. En cuanto lo pensé me di cuenta de esa pequeña torcedura lingüística: Ella decía “Los días pasan” y yo pensé: “Ella se pasaba los días”. Pensé entonces que esa ligera desviación era una grieta enormísima. Una cosa es decir que los días pasan y otra, muy diferente, decir que uno pasa los días haciendo tal cosa. Pensé que los hombres y mujeres que saben vivir optan por pasar los días en lugar de que los días pasen por ellos.
Así como lo platico, en tono de sol ocultándose en tarde de otoño, parecería que la vida de Amalia fue muy plana, porque no hacía más que tejer, escuchar música y ver la calle desde el balcón de su casa. Pero, Amalia era feliz, se le veía en el rostro, siempre como ventana recién lavada, como llena de luz. Ella decía: “Los días pasan”, pero, la verdad es que ella no dejaba que los días pasaran por ella, ¡no!, ella se pasaba los días haciendo cosas, cosas mínimas, sencillas, casi simples: tejer, escuchar música y ver la calle. Digo que nunca tuvo novio, a pesar de que muchos muchachos la pretendían. Ella decía que no, cuando algún muchacho la invitaba a salir, a tomar un café, a ir al cine o a un día de campo. Digo que a veces platicaba con ella, en esas contadas ocasiones me confesaba que su vocación era ser feliz, un poco como decir que si mantenía una relación lo dejaría de ser. Los jóvenes de hoy dirían que seguía la prédica de “Más vale solo que mal acompañado”. Tal vez ella sabía que mantener una relación significaba estar mal acompañado. Insisto, querida Mariana, ella siempre tenía el goce de un canario, su rostro siempre mantenía la plenitud de un día soleado. Yo conocí a otras muchachas, muchas, que tenían pareja y eran infelices, a menudo las vi enojadas o llorosas (dos o tres, incluso, enfermas de depresión), porque sus parejas les habían hecho trastadas. Amalia siempre fue un mar armonioso, sin tormentas.
Cuando platico la historia de Amalia, Armando dice que era una vida sin chiste; dice que el chiste de la vida es atreverse a navegar en mares tormentosos. Yo no sé. Amalia nunca se arriesgó a los huracanes, jamás tuvo necesidad de nadar para llegar a una isla después de zozobrar. ¡No! Ella, desde que nació, supo que había llegado a la isla y disfrutó ésta de la mejor manera.
A mí me encantaba entrar a su casa, escuchar “Let it be”, caminar por el patio enladrillado, entrar a la sala y saludarla: “Hola, Amalia”. Desde entonces el nombre de Amalia me ha gustado pensarlo y pronunciarlo. Entraba y la dividía en dos sílabas bien marcadas: Hola, Ama-lia. Me encanta saber que este nombre comienza con la palabra ama.
Posdata: El otro día pensé en Amalia, pensé en lo que ella decía: “Los días pasan”, y pensé en lo que yo pensé: “Se pasaba los días”. Sí, ella pasaba sobre los días, caminaba muy por encima de ellos, caminaba con una gran dignidad, con un gran sosiego.
Sé que los demás pensarán que ella no vivió, porque ahora, en tiempos posmodernos, todo mundo dice que uno debe atreverse a vivir y este atreverse significa salir, correr, trepar, nadar, volar, zozobrar; pero yo digo que sí vivió, vivió a plenitud, con gran armonía. Ella fue una gaviota diferente, de vuelo sosegado, armonioso, verdaderamente feliz.