miércoles, 17 de octubre de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA DE LA IMPORTANCIA DE SER




Querida Mariana: Los sabios nos dicen que es importante ser y no parecer. Armando Alfonzo, distinguido comiteco, era y no parecía. Era un hombre que entendió la importancia de ser, por eso, al final de su vida y en la posteridad, es reconocido como un ser importante.
Los jóvenes de estos tiempos tal vez desconocen la grandeza de su obra, por eso, su hija, como si fuera una manda divina, hace hasta lo imposible para que la obra de su padre sea difundida, que no desaparezca escondida en el polvo del olvido, polvo injusto que, en muchas ocasiones, desintegra obras grandiosas. Ahora que estamos cerca de celebrar en México el Día de Muertos recordamos la necesidad de no olvidar a quienes fueron antes que nosotros. La sociedad actual viene del esfuerzo de los ciudadanos anteriores. La obra de los artistas plásticos contemporáneos viene de la tradición y en ésta, en la más ilustre tradición, aparece la obra de don Armando. Raúl Espinosa, el caricaturista comiteco, tiene dos grandes influencias: la obra del gran cartonista Carreño y la obra de Armando Alfonzo. Es tanta la admiración de Raúl que tiene caricaturas donde coloca sus personajes en escenarios que Armando creó. Raúl, poco a poco ha dejado de lado esa influencia para hallar el estilo propio que, en el futuro, será el camino de los artistas comitecos por venir.
La hija de Armando sabe que el legado de su padre es vital para la identidad comiteca, por eso, en estos tiempos de redes sociales, ella sube cada mañana una obra de su padre (A veces insiste, vuelve, como si fuera álbum de figuritas, imágenes repetidas. ¡No importa! En la intención intensa está la efectividad). Ella, como si el Facebook fuera un inmenso museo (¡que lo es!), abre las puertas cada mañana para que nuestras miradas se posen, como pájaros entusiasmados, en las ramas donde están las tintas de Armando Alfonzo.
El otro día, ella subió un dibujo a tinta que muestra una imagen de los míticos zanjones, que el artista dibujó en diciembre de 1958; es decir, el próximo día diecisiete de diciembre, esta obra cumplirá sesenta años. Los jóvenes de hoy tienen una impresionante obra gráfica de los instantes vividos y de los paisajes, cuando acuden a un viaje toman el celular, “pushan” y obtienen cientos de fotografías que pueden conservar en álbumes digitales. En los años cincuenta era difícil llevar una cámara fotográfica. Armando, gracias a su genio e ingenio, se dedicó con afán y alegría a realizar bocetos de los espacios comitecos que visitaba, así tenemos imágenes del parque central, de calles y avenidas, de fachadas de casas y de templos y, como en este caso, de una imagen casi bucólica de los zanjones. Los zanjones ¿aún existen? No lo sé. Esa zona no está reconocida oficialmente con ese nombre, por esa zona hay una colonia que se llama El Arenal (a mí me gustaba más el nombre de Los Zanjones). Tengo algún recuerdo de aquella zona, ahora, entiendo, parte de ella tiene un campo deportivo que se construyó aprovechando el zanjón, provocado por la extracción de barro para hacer tejas y ladrillos, por esto (digo yo) la zona de los zanjones está cerca de las ladrilleras de Yalchivol. No sé si mi recuerdo es real, pero en este dibujo de Armando Alfonzo hallo muchas referencias. En primer plano (artista sublime) hay una serie de ramitas para dar la sensación de profundidad, y en el fondo hallamos (achurado) un montículo de arena, que era la montaña de donde los artesanos iban a sacar el barro, por eso el nombre, porque la actividad provocaba zanjones donde antes hubo montículos. Puedo estar equivocado, pero la galera que se ve al fondo es una ladrillera, casi puedo ver las filas de ladrillos y al fondo hallar el horno donde ponen a cocerlos; casi puedo oír el sonido de los pies de los artesanos a la hora que aplastan el lodo chicloso del barro con agua; casi puedo ver las hileras de ladrillos puestos a secar en el amplio patio; casi puedo oír el sonido que hacen los pajaritos que, en primer plano, se paran en las matas y picotean las semillas; casi puedo oír el lento andar de las nubes que se ven al fondo; casi puedo oír el sonido de la carreta (hecha con madera) que transporta el material a la ladrillera; casi puedo oír la risa de los niños que se resbalan desde lo alto del montículo hasta llegar al zanjón, todos empolvados. Casi, de verdad, puedo oír el trazo que hace la plumilla sobre el papel cada vez que don Armando dibuja una línea.
Posdata: Gracias al genio de Armando Alfonzo y a la terquedad de su hija, los comitecos tenemos en nuestras manos y en nuestros corazones ramitas inéditas que nos ayudan a entender el enormísimo árbol del cual provenimos y del cual formamos parte. Que Dios conceda a ambos la gracia infinita.