lunes, 20 de marzo de 2023

CARTA A MARIANA, CON ESTILOS

Querida Mariana: somos una sociedad dependiente, en mayor o menor grado. Tengo amigas que son “totalmente Palacio”, mi amigo Julio es totalmente Palacios. Rosario fue totalmente “Castellanos”. Otros son totalmente “Liverpool” y hay muchos que son totalmente “Tío Jul” o totalmente “San Marcos”. Yo, debo confesarlo, durante un tiempo fui totalmente “Sabritas”. Ayer pasé por la comunidad de San José Obrero, maravilloso pueblo donde siguen elaborando ollas de barro y encontré este letrero metálico, ya viejo, deslavado. Llamó mi atención, porque el tiempo hizo que se vea como un negativo de fotografía. Imagino que recién colocado sobre la pared tenía los colores tradicionales de Sabritas. Parece que ya te conté en una ocasión que cuando era estudiante de primaria de la Matías de Córdova, a la hora del recreo hacía fila frente al mostrador de la tiendita escolar y cuando me tocaba mi turno sacaba la moneda que me había dado mi mamá y pedía una coca pequeña, con envase de cristal, y cinco galletas Ritz, esas que son redonditas, con puntitos en el centro y dentadas en los bordes y que tienen granitos de sal en la superficie. Descubrí que para mi gusto ese era el maridaje perfecto. Buscaba un lugar para sentarme, donde viera el juego de básquetbol que se desarrollaba en la cancha (en ese tiempo los patios no tenían domos) y al dar una mordida a una galleta tomaba un sorbo del refresco. Llegué a dominar la técnica de tal modo que el refresco me alcanzaba para acompañar las cinco galletas, cuando daba la última mordida a la galleta tomaba el último sorbo de la coca. No fui totalmente Coca Cola, porque, a pesar de que mi papá era el distribuidor autorizado para vender la Coca Cola en Comitán y lugares aledaños; en las tardes, cuando iba al cine Montebello, a ver películas norteamericanas, el maridaje se modificaba, el encuache perfecto para los cacahuates japoneses era un vaso de Pepsi Cola. Una vez, en un tendejón compré unos cacahuates japoneses y fui a comerlos a la casa, tomé una Coca Cola de la bodega e hice la prueba. ¡No, no! Mi paladar ya se había acostumbrado al cacahuate japonés con Pepsi. Y esto fue así, porque la empresa de la Pepsi Cola había hecho trato de exclusividad con los cines comitecos, el Comitán y el Montebello. Pero, cuando fui a estudiar a la Ciudad de México, primero en la UAM, luego en la UNAM (durante cuatro años) y al final en la UVM, fui totalmente Sabritas, porque un mediodía, en el cuarto de Alonso (que era de Chicomuselo y estudiaba ingeniería civil), en la casa de doña Rome, descubrí que el maridaje perfecto era una bolsa de Sabritas clásicas con un vaso de caguama Superior. Y, no sé por qué, la cerveza tenía que ser caguama. Una vez probé una Superior, en botella de medio litro, más o menos, y el sabor se modificó. El encuache ideal era un vaso de caguama y Sabritas clásicas. Fui totalmente Sabritas. Y ahora que me topé con el anuncio deslavado y vi la famosa carita redonda sonriente y leí el lema de que Sabritas “me quiere ver sonreír” supe que yo era un caguasabritodependiente. ¿Sonreía? Sí, la pasaba bien con los amigos que improvisaban una mesa con una caja de cartón para tomar las caguamas que eran subidas desde la calle a través de una soga y una maleta deportiva, porque doña Rome había prohibido el consumo de bebidas alcohólicas en los cuartos. Uno del grupo salía con la maleta deportiva, con dos botellas vacías caguameras, y una vez llenas, heladas, alguien del grupo lanzaba la cuerda, el otro la amarraba a las asas de la maleta y en un apurado movimiento el contenido pasaba de la calle a la recámara, y de la bolsa a la improvisada mesa, y de ahí a nuestras gargantas y estómagos. Y el complemento ideal eran las Sabritas clásicas. Tiempo después la empresa inventó el lema: “A que no puedes comer sólo una…” No, no podíamos. Era una papita y un sorbo de cerveza; y era una y otra bolsa y una y otra caguama. Posdata: hoy, ni Sabritas ni caguamas. No. Hoy mis maridajes, mis encuaches, son otros. En lugar de Sabritas como una tostada de maíz con soya guisada con salsa de semilla de calabaza (pipián, hacé de cuenta) que me prepara mi mamá. Esto lo acompaño con agua de limón, ligeramente caliente, sin azúcar. Ah, es una delicia. Por fortuna sigo poniendo en mi espíritu el lema antiguo de Sabritas: sonrío. Sonrío, porque ya me di cuenta que esta empresa de papas usa un lema engañoso. Qué bueno que ya dejé la dependencia hacia ese producto nocivo. ¡Tzatz Comitán!