sábado, 18 de marzo de 2023

CARTA A MARIANA, CON UN RECUERDO LEJANÍSIMO

Querida Mariana: tengo amigos que recuerdan actos que vivieron cuando tenían dos años. ¿Yo? Imposible. ¿Vos? ¿Cuál es el recuerdo más lejano que tenés? A veces hago el intento de recordar alguna plática con mi papá. Me cuesta mucho. Logro pepenar algunos instantes sublimes, pero no recuerdo un comentario en particular. Mi memoria es muy pishcul, muy de pichancha. Debo decir que esta memoria endeble que poseo no sólo me provoca molestia por no recordar momentos sublimes, porque también resulta una muy buena aliada con lo que es mi trabajo. A ver, te cuento, cuando asomó la pandemia hice lo que la autoridad sanitaria recomendó: me quedé en casa. Ya te conté que el tiempo nunca me alcanzó para hacer todo lo que debía hacer. Digo esto, porque tengo amigos que se aburrieron soberanamente, no hallaban qué hacer, por eso se daban escapaditas a sus ranchos para divertirse. Yo me puse a escribir, a dibujar, a pintar y a leer, pero como no me estaba permitido salir y había que estimar la paga, comencé el galano arte de la relectura y, como mi memoria es una alcancía con la panza quebrada, lo que para otros es relectura para mí fue lectura, fue como si tomara el libro por primera vez. Ah, qué divertido es el arte de la relectura donde todo es novedoso. Pero, por eso, lamento que mi papá ya no esté físicamente conmigo, porque no alcancé a registrar sus palabras. Una mañana estuve con mi respetado licenciado Jorge De La Vega en su casa para entrevistarlo. Él fue muy amable, pero de entrada me dijo que no podía grabar lo que platicáramos, pero sí podía tomar nota. Ni tardo ni perezoso tomé una libreta pequeña que siempre llevo en el pantalón y mientras él platicaba yo transcribí casi el noventa por ciento de lo que contó. Me basta acudir a esa libreta para tener las palabras del licenciado Jorge. Cómo lamento no haber hecho un ejercicio similar con mi papá. Por eso celebro que vos registrás en video algunas pláticas con tu mamá y con tu papá. Vos que sos amante del cine te enteraste que un cineasta fue nominado para el Óscar 2023 con un documental corto donde presenta lo que su hija respondió a interrogantes que él le hizo a través de muchos años, el papá sentó a su pichita frente a la cámara y le hizo preguntas; al año siguiente se repitió la escena y así durante varios años. Las preguntas siempre fueron las mismas. Ahora, después de mucho tiempo presentó al mundo un testimonio maravilloso que sirve para que los espectadores sepamos cómo cambia la perspectiva de una niña conforme crece; pero, además, está el testimonio familiar. La niña puede recoger parte de su pasado y los padres tienen las palabras precisas. El cineasta grabó a su hija durante dieciséis años, en el día de su cumpleaños. ¿Sabés qué edad tenía la niña cuando se sentó frente a la cámara por primera vez? ¡Dos años! ¡Pucha máquina! Ahora todo mundo puede verla a esa edad, pero, sobre todo, los papás tienen el registro preciso y lo mismo sucede con ella. ¡No ganó el Óscar! ¡Qué lástima! A mí me habría encantado saber que sí se lo habían otorgado, porque habla de algo esencial en el cine: contar una historia que es testimonio de vida. Con una cámara sencilla y sin mayores recursos escénicos el papá grabó para siempre el pensamiento de la hija, algo que, sin duda, se convierte en síntesis del pensamiento de una niña norteamericana de la primera década del siglo XXI. No tengo registro alguno de lo que mi papá dijo. Apenas tengo algo como una serie de refranes que él mencionaba a cada rato. Claro, has de entender que esto para mí es como oro molido, porque de alguna manera se convierte en un ideario, en una forma de ser. Mi papá pepenó estos refranes en algún momento y me los repetía, como si me los quisiera dar en herencia. Pero, como siempre, miento. También tengo algunas ideas que sí quedaron en mi espíritu. Me encanta que vos hacés un ejercicio similar al cineasta norteamericano. Hoy, la tecnología nos permite conservar momentos sublimes, no sólo las imágenes, sino también las voces. Ah, sería maravilloso haber sentado a doña Lolita Albores frente a una cámara para que nos contara todas las anécdotas que sabía. ¿Por qué pensás que sus discos son tan exitosos? Porque ahí está su voz, la maravillosa capacidad oral que poseía. El chiste del chiste es la forma en que se cuenta, doña Lolita contaba las anécdotas con una gracia sin par. Nos quedaron muy pocos testimonios. Digo pues que ahora recuerdo dos cosas que mi papá me decía: la primera es una genialidad, la segunda también. A veces salía de casa al lado de mi papá, caminábamos y, casi siempre, nos topábamos con alguien que escupía al suelo (en ocasiones, qué cochinada, el tipo preparaba el gargajo y lo soltaba). Mi papá me recomendaba: “Nunca hagás eso. La sangre se vuelve agua cuando uno escupe”. No escupo. No quiero que mi sangre se vuelva agua. Me cuesta trabajo, mucho trabajo, cuando el dentista me hace algún arreglo y me indica: “Escupa”. Quisiera decirle: no, doctor, ¿no sabe que la sangre se vuelve agua? Lo otro también es una genialidad. A veces sonaba el despertador y no me levantaba. Mi papá se daba cuenta que seguía botado, entraba, me movía y al despertar me recordaba que un diablito siempre estaba debajo de la cama con un anafre, para que esté calientita, y la persona no trabaje, se convierta en un flojo, en un sobrino predilecto de Luzbel, candidato perfecto para el infierno. Ni escupo ni me levanto tarde, vos sabés que me acuesto a las ocho de la noche y me levanto, gracias a Dios, a las cuatro de la mañana, y a esa hora me activo, oro, leo, escribo, hago taichí de viejito, me baño y me preparo para las actividades laborales del día. Esas dos joyitas las mantengo como una verdadera herencia. Los dos, digo yo, son mitos, el primero no tiene sustento científico, y el segundo alude a una ficción simpática, pero terrible, como de cuento terrorífico. Pero digo que conservo algunos refranes que él siempre repetía y que son también parte de su personalidad. Te cuento y luego vos me dirás qué refranes usa tu papá, son parte del carácter, porque ya sabés que para un refrán siempre existe la contraparte; es decir, la personalidad contraria. Por ejemplo, cuando alguien dice: “Al que madruga Dios lo ayuda”, no falta el compa que completa: “No por mucho madrugar amanece más temprano”. El primero lo dice un optimista, el segundo lo dice un huevón. Mi papá siempre dijo: “Ande yo caliente, ríase la gente”. Eso era parte de su ideario, es una genialidad. Conozco a personas que siempre están pendientes de lo que ahora se llama “outfit”; es decir, visten con prendas que combinen. Mi papá era de las personas que sostienen que cuando hace frío lo importante es cubrirse, sin importar la estética del vestido. Otro dicho de mi papá lo tomó del disco de doña Lolita Albores: “Puro fracaso ‘tamos mirando”. Lo decía botándose de la risa y lo aplicaba cada vez que yo intentaba un negocio y después de cierto tiempo lo cerraba porque no había tenido el éxito esperado. Un ejemplo fue cuando abrí una galería de arte. Dios mío. Pensé que estaba en Milán o en París. La realidad me puso frente al espejo maravilloso: No, niño, vivís en Comitán. Otro dicho genial era el de: “No jodáis a los hijos de Judea”. Lo aplicaba siempre que aparecía un molestoso. El dicho es fantástico porque es un maravilloso juego donde la palabra joder se relaciona con el maravilloso pueblo israelí. Esto no se aplica en ningún otro idioma, sólo en castellano. Los hijos de Judea formaron una de las doce tribus de Israel y son los ancestros del gran Jesús. Así que Jesús es hijo de Judea, ah, cómo lo jodieron los romanos. Así que cuando mi papá lo decía estaba diciendo que no fueran como Poncio Pilato, que se fueran a lavar las manos a otra parte. Un dicho más fue el de “Más se perdió en la guerra” y el que también fue parte de su ideario: “Jodido por mil, jodido por mil quinientos”; es decir, echale el resto. Cuando aparecía el fracaso me decía que más se había perdido en la guerra, y los países habían renacido en la posguerra y estaba el ejemplo de Japón; era un poco como decir: nunca te des por vencido. Posdata: tengo más dichos, gracias a Dios. Esto sí lo tengo bien aprehendido, cuando escucho que alguien dice uno de esos dichos o refranes hago una pausa, porque sé que ahí está también el espíritu de mi papá. ¿Qué dichos dice el tuyo? Esos dichos dicen cómo es él. Nunca lo olvidés. ¡Tzatz Comitán!