viernes, 17 de marzo de 2023

CARTA A MARIANA, CON RECUENTO

Querida Mariana: hubo un tiempo que tuvimos un registro más o menos preciso de los templos en Comitán. En los años sesenta, las personas hablaban de los templos existentes, y los de mi generación crecimos con esos nombres. Son los que ahora seguimos mencionando: templo de Santo Domingo, templo de San Sebastián y los demás que sabés. En ese tiempo la mayoría de la población creyente era católica. Pero un día, casi casi sin aviso comenzaron a llegar otras religiones y comenzaron a construir sus templos. Dios mío, hoy sólo la autoridad (quiero pensar) tiene el registro exacto de la cantidad de templos que existen. Uno, lego, camina por las calles y se topa con muchos templos. Cerca de la casa de doña Lolita Albores hay un templo presbiteriano (parece que se llama Jesús, la luz del mundo), a la vuelta (donde antes estuvo el Club de Leones, donde, junto con toda la plebe de mi generación, bebimos, bailamos y tuvimos grandes experiencias) existe un templo cristiano “Cielos Abiertos”. Hablo de una manzana del pueblo. En las demás colonias existen muchísimos más, de diversas religiones, aparte de las mencionadas: cristiana, católica, presbiteriana, también encontramos adventista, bautista, pentecostés; hay mormones, testigos de Jehová y más. Cada una de estas agrupaciones tienen templos diseminados en diversas partes. A veces, no sé si te ha pasado, camino por una calle y escucho música, cánticos y advierto que ahí hay un salón donde están congregados muchos fieles, escucho alabados, aplausos y sermones. Los fieles se han reunido en torno a una creencia. Hacen algo similar a lo que hacíamos los católicos en los años sesenta y que es casi lo mismo que siguen haciendo en los grandes templos del pueblo. Y si digo que ahora es difícil hacer un recuento de todos los templos habidos y por haber en Comitán, es imposible, materialmente imposible, hacer un recuento de las capillas. Hay capillas públicas, pero hay decenas, centenas, de capillas privadas. En las fincas antiguas había capillas donde los dueños tenían a su santo o virgen de preferencia. Cuando era el día de la imagen hacían un festejo y permitían que los peones y sus familias entraran a rezar, a hacer peticiones o agradecer alguna bendición. Vos y yo conocemos algunas haciendas en el municipio de La Trinitaria donde existen esas capillas maravillosas. En el tiempo A. P., en varias ocasiones llevé a mi mamá por el rumbo de Chichimá a un ranchito de amigos, donde tienen una capilla dedicada a la Virgen de Guadalupe. El día 12 de diciembre invitan a los amigos y parientes para celebrar a la virgen, después del acto religioso va la tamaliza acompañada con marimba. Mirás cómo fue el recorrido, de más a menos, porque ahora recuerdo que Roberto, hace días, en su restaurante me dijo que en su casa tiene un oratorio. Mirá, siempre he pensado que los oratorios son espacios en peligro de extinción, pero ¡no! Hay gente que sigue teniendo lugares especiales para colocar las imágenes y para orar. Te he contado que a mí me encantan esos espacios, desde la más soberbia catedral hasta el más modesto oratorio. Me fascina entrar a templos, sobre todo cuando no hay acto religioso, me seduce el silencio que se da en el interior de un templo. En muchas ocasiones, de niño, entré al oratorio de mi casa, para esconderme o para apreciar esa burbuja íntima que no se da en ningún otro espacio. La penumbra del oratorio, con la veladora prendida, siempre ha creado una atmósfera que me ha parecido cercana a la sonrisa de Dios. Los templos vacíos crean burbujas protectoras que tienen mucho que ver con la paz y la armonía. Al salir del silencio de un templo se nota con mayor intensidad el ruido del día a día del mundo. Lo mismo me pasaba cuando, después de estar metido en el cine Comitán durante las tres horas y media de la matiné, salía a la luz de las dos de la tarde, la luz era más intensa, lastimaba mis ojos. El sonido de afuera del templo también quiebra la perfección del silencio. Posdata: un día llegaron otras religiones y el pueblo las adoptó, muchos católicos, inconformes con lo que su religión madre les ofrecía, cambiaron y ahora están felices con lo elegido. Como dice el tío Armando: “los que no quieren ir al infierno, deben vivir en el cielo, el que sea”. ¡Tzatz Comitán!