domingo, 5 de marzo de 2023

CARTA A MARIANA, CON UNA PEPA

Querida Mariana: vos sabés que amo el lenguaje, amo a las palabras, por eso me irrita cuando alguien hace una división entre buenas y malas palabras. ¿Malas palabras? ¿En qué cabeza cabe tal achigüal? El otro día, Vicky me preguntó si sabía el nombre de la semilla del mamey. Le dije que no, ella satisfecha, dijo: “zapoyol”. Sí, recordé la palabra; recordé que, cuando era niño, en temporada de la feria de San Caralampio, en la bajada hallábamos a canasteras vendiendo esta riquísima fruta, rica en sabor y en color. Ah, qué color tan maravilloso. Al día siguiente, Vicky me trajo una semilla. “Te la regalo”, me dijo, yo, fiel a mi costumbre, agradecí su gesto, pero no la acepté. ¿Para qué puede servirme un zapoyol? Vi la semilla, admiré su color, su textura y su forma. Vicky se elaboró una teoría fabulosa, dijo que el nombre tal vez proviene de su parecido a un sapo y me enseñó dónde estaba la carita. Me encantó que jugara a ser niña, a volverse pichita inocente. Porque desde el momento en que un día antes ella me preguntó si sabía cómo se llamaba la semilla del mamey, mi cabeza de inmediato relacionó a las dos palabras con lo que la tía Amanda llamaba malas palabras, porque, ya te conté, para la tía no sólo había malas personas, sino también malas palabras y malas casas, que eran los lugares donde estaban las prostitutas. ¡Ay, señor! De niño tuve prohibición en decir la palabra pepa y la palabra mamey. ¿Por qué? Muy sencillo, porque ambas eran malas palabras, una se refería no a la semilla sino al órgano sexual femenino; la otra se refería al acto de lamer dicho órgano. Sí, los albureros de la cuadra se “morboseaban” (que es babear en forma morbosa) cuando aparecía una muchacha y comentaban que ella debía tener muy rica “pepa” y que darían su vida con tal de darle un buen mamey. ¡Dios mío, desde entonces pensé que nunca en el mundo un fruto fue tan rico en conceptos! Digo que, ahora viejo, no acepto limitaciones. Cuando digo que me encanta el mamey ya no me interesa lo que mi audiencia piense, y cuando digo que hay pepas lindas como la del mamey, tampoco averiguo qué sensaciones despierto en el otro. Vicky me regaló este recuerdo, pero, además, me hizo reflexionar en la idea de que no todas las semillas o pepas de frutos tienen nombre. ¿Por qué la pepa del mamey sí tiene nombre propio? Eso es una genialidad, porque además es una palabra bien bonita: ¡zapoyol! Vicky dice que se llama así porque tiene forma de sapo. Yo, sólo para seguir en este juego verbal maravilloso, digo que, los muchachos traviesos también le dicen sapo a la pepa de las muchachas. Un día escuché que un muchacho dijo que la noche anterior se había comido un rico sapito, los chicos entendieron, pero la chica que estaba con ellos sonrió y dijo que no le creía, que los sapos no se comen, en todo caso se comen las ranas, las ancas de rana. Todos se burlaron de su inocencia. Lo mismo habría ocurrido si el muchacho en lugar de llamar sapo hubiera dicho que se había cenado una rica pepita. Bueno, en este caso la pepita sí se come, la pepita de calabaza es un ingrediente maravilloso de la cocina de esta región. Acá, a la pepita de calabaza le decimos saquil. Pepe, que era muy travieso, decía que el acto sexual no era más que “saquil y metil, metil y saquil”. ¡Bobo! ¿En qué prodigioso momento a alguien se le ocurrió bautizar a la pepa del mamey? ¿Conocés alguna semilla que tenga nombre? ¿Cuántos frutos tienen semilla grande? (el mismo Juan bromeaba y decía que una novia que tuvo era de “pepa grande”) La semilla del aguacate no tiene un nombre, tampoco tiene nombre la pepa del durazno ni la del mango. ¿Por qué el mamey tiene el privilegio de que su pepa tiene nombre? Juan, sí, el mismo travieso, decía que él le había puesto nombre a todas las pepas de sus novias, los nombres tenían relación directa con la textura, con el color y con la forma. Sería cometer una indiscreción si te contara los nombres que me confió. Posdata: no hay palabras malas ni buenas. Estoy seguro que el nombre del fruto fue antes de que el ser humano le aplicara el mismo nombre al acto de hacer travesuras con el sexo femenino. Lo mismo con el nombre de pepa. ¿Por qué tenía prohibido decir ambas palabras cuando era niño? Yo, niño inocente, siempre las aplicaba al fruto; yo, viejo inocente, siempre las digo emocionado. ¡Tzatz Comitán!