domingo, 20 de abril de 2025
CARTA A MARIANA, CON CAMBIOS
Querida Mariana: el mundo ha cambiado, contimás Comitán. Lejos está mi Comitán que viví de niño, el de pocos autos, donde todos se conocían, donde la pregunta: ¿hijito de quién sos?, tenía una respuesta que era un dato conocido y reconocido. Lejos están los tiempos de sitios de carros de alquiler, que, recuerdo, estaban en una lateral del parque central (el íntimo, el afectuoso para el bolsillo sentimental). Comitán era un pueblo tranquilo. ¿Necesitabas un taxi? Hablabas a un número telefónico y pedías un carro. Minutos después un taxista conocido llegaba hasta tu domicilio. Sólo hombres eran los conductores. ¿Mirás? Ahora hay muchas mujeres taxistas, esto es un signo del cambio que se ha dado. Y la mayoría de taxistas anda “ruleteando”, recorren las calles de la ciudad y “levantan” a los que les hacen la parada. Antes, estaban estáticos, esperaban una llamada telefónica o que algún necesitado se acercara al sitio de taxis, por eso abundan las anécdotas de las travesuras que hacían los choferes mientras esperaban pasaje. Se recargaban en las trompas de los autos y platicaban, miraban a las chicas que pasaban y le hacían travesuras al maestro Bernardo o al maestro Rey, que eran dos respetables catedráticos de edad. Uno de los taxistas, cuando veía que uno de los dos caminaba por la banqueta y se acercaba a ellos, colocaba el billete que estaba pegado con un hilo, cuando el respetable catedrático miraba que había un billete tirado se agachaba para cogerlo y el cabrón taxista jalaba el hilo y en cada paso y acuclillada aparecía el jalón, hasta que el venerable maestro olvidaba el billete, ya con dolores de espalda y con las carcajadas de los maldosos. Tal vez por eso, la ciudadanía se vengaba, porque todos los taxistas tenían apodos (¿y luego?, somos comitecos, pues). Había un famoso taxista que le decían “diablo”, así que los vengadores se instalaban en la esquina y cuando veían que el hijo del averno se había quedado solo, desde el teléfono de la esquina hacían la llamada y cuando el taxista contestaba, preguntaban: “¿a dóndiablo?”, ¡a la casa de tu chingada madre!, era la respuesta. Siempre Don Diablo se tardaba en colgar, así escuchaba la risotada de la plebe molestosa. El dicho de “a hierro matas, a hierro mueres”, se cumplía.
Los carros de entonces eran amplios, unas grandes lanchas, siempre limpias. Hoy, los carros son pequeños, viejos, más viejos que antes, y muchos están sucios. No recuerdo (las pocas veces que hice uso de un taxi) escuchar música, sí, por el contrario, recuerdo que se daba la plática bien sabrosa, porque casi todos los taxistas son buenos escuchas y hablantines, tienen necesidad de sacar todo lo que pepenan durante tanto viaje. Si algún taxista tuviera la vocación de escritor podría redactar un buen libro de cuentos o una novela interesantísima, con tanta historia compartida.
Los taxistas de hoy se mueven a través del discernimiento y de la intuición. Saben cómo se mueve la ciudad y en dónde pueden ser requeridos sus servicios o bien les da la corazonada de por dónde alguien podría necesitarlos. Hoy, los taxis hacen fila en los grandes supermercados, en Aurrerá, Soriana, Chedraui y en La Plaza; asimismo están pendientes en los mercados o en las terminales de autobuses de pasajeros. Cuando llega un autobús TLA desde Puebla o desde la Ciudad de México, de inmediato cuatro o cinco taxistas aparecen, bajan de su auto y van a la zona de desembarque a ver si algún viajero los necesita. Los veo regresar a sus carros cargando alguna maleta, abriendo la cajuela y la puerta para que trepen los clientes. Siempre tuve la intención de preguntar a un taxista cómo se enteran que el camión llega. Ayer, un compa me dijo que están estacionados en el bulevar, donde hay muchas terminales de combis que van a San Cristóbal, a Comalapa, a Tuxtla, a La Angostura y cuando ven que pasa el autobús trepan a sus taxis y dan la vuelta para ofrecer sus servicios.
Posdata: ¿algún día llegará el servicio de UBER a Comitán? No lo sé. Mientras tanto la ciudadanía sigue subiendo a algunos carros un poco destartalados y escuchando música a todo volumen, música de banda (soportando los malos gustos musicales del taxista). Durante los últimos meses, hubo una entrega de concesiones y los dueños debieron adquirir autos nuevos, así que ahora muchos carros no están tan jodidos. Claro, faltaba más, estamos en Comitán, alguien me platicó que el costo de un viaje dentro de la ciudad es de cincuenta pesos, pero si lo querés con aire acondicionado sube a sesenta. ¡Dios mío! ¡Qué cosas!
¡Tzatz Comitán!