domingo, 13 de abril de 2025

CARTA A MARIANA, CON CRISTALES QUE SE QUIEBRAN

Querida Mariana: ¿hay cristales irrompibles? ¿Presencias inexplicables? Un cuentito de Armando Estrada cuenta lo que le sucedió a Irina, niña de siete años de edad. Cuenta que una noche, la mamá de Irina entró a su recámara (la recámara de la hija) y le dijo que saldría, era una salida de emergencia, el tío Andrés (que Irina le llamaba tío Andobas) estaba en el hospital, cayó en la entrada de su casa, una cáscara de plátano, el tío quedó sobre el césped, pero el golpe en la columna había sido fuerte. Un beso en la frente. Irina oyó que su mamá cerró la puerta de entrada y todo quedó en silencio. Rubí (la perrita) dormía profundamente. Irina aguzó el oído para escuchar algo más. Escuchó el ruido de una portezuela y luego un carro que avanzó. Todo volvió a quedar en silencio. ¿Quién había pasado por su mamá? ¿Había llamado un taxi? Irina no quiso apagar la lámpara del buró. Estaban solas en la casa: Rubí y ella. Irina bajó de la cama y cargó a su mascota. Rubí apenas abrió los ojos. Irina la metió entre sus colchas, con la cabecita sobre la almohada, vio que Rubí seguía dormida. Irina tomó su celular, checó la hora: nueve de la noche con treinta y dos minutos, cogió el libro que tenía en el buró: “El nacimiento de una estrella”, y lo abrió donde estaba el separador. Leyó la primera línea: “…qué suerte he tenido de nacer…”, eso decía la estrella. Irina dejó el libro sobre su vientre, recordó la frase, su papá la cantaba todos los días, era de una canción de Alberto Cortez. ¿De qué había muerto su papá? Nadie supo decirle. Un día la mamá la llamó a la sala, la abrazó y le dijo: “murió tu papá”. Algunas lágrimas, una nalgada afectuosa al bajarla de sus piernas y nunca más volvió a tocarse el tema. Irina ni siquiera tuvo tiempo de llorar la muerte de su papá, jamás recibió una respuesta diferente, siempre que preguntaba de qué había muerto el papá, todos le decían: “se murió y punto”. Parecía que el punto no era un punto seguido, sino un punto final. Así creció Irina. ¿Había tenido suerte por nacer?, se preguntó Irina, pero ya no le dio cuerda a su pensamiento, porque vio que Rubí movió la cabeza, paró las orejas y se puso alerta. Irina también había escuchado un ruido afuera de la recámara, como si algo se hubiese quebrado. Sí, algo se había quebrado, fue un ruido de cristales rotos, pero como si hubiese sido un globo lleno de agua, porque no fue la clásica explosión de cristales por todos lados, sino un sonido sordo, seco, pero de cristal, de que algo se había quebrado. Irina vio a Rubí, pero la perrita ya había vuelto a su posición de dormilona. Irina aguzó su oído, ya no escuchó algo más, tomó el celular de nuevo y vio que eran las diez en punto, en punto. Pensó si iba a la puerta, la abría y buscaba el origen del sonido. Desechó la idea, tomó el libro de nuevo y siguió leyendo: “…dijo la estrella, cuando vio la burbuja del cielo, ella era una más de los millones de estrellas que los seres de la Tierra y de otros planetas veían todas las noches…” Irina no pudo continuar con la lectura, porque escuchó pasos en el pasillo. Pensó si sería su mamá de regreso. Habló en voz alta: “mamá, ¿sos vos?” Los pasos dejaron de escucharse, Irina vio que se movía el pomo de la cerradura de la puerta de su recámara, insistió: “¿mamá?” Posdata: la primera vez que leí el cuento de Estrada me decepcionó porque terminaba en la línea que escribí, donde la niña preguntaba si quien abría la puerta era la mamá. Pero, cuando le di una relectura comprendí por qué el título era: “¿Hay cristales irrompibles?” Supe que había entrado la mamá, se sentó en el borde de la cama, le tomó una mano a la hija y, como si hubiese regresado el tiempo, Irina escuchó: “murió tu tío Andrés”, unas lágrimas, una palmadita y punto, punto y aparte. Supe que Irina intuyó que el tío Andobas había muerto a las diez de la noche en punto, a la hora que ella escuchó el ruido de la quebradura de una burbuja de cristal, como si fuese de un globo lleno de agua. ¡Tzatz Comitán!