jueves, 17 de abril de 2025

CARTA A MARIANA, CON UN DIÁLOGO

Querida Mariana: el doctor Hernán León me envió un texto. Amigos y amigas me envían comentarios breves acerca de las cartas que te escribo, pero nadie es tan generoso en cantidad como Hernán. Me emociona pensar que el doctor León recibe copia de la carta en su celular y la lee, en su recámara, en la sala de su residencia o en la oficina de su consultorio. Me emociona saber que él, desde la capital de Chiapas, en cuanto termina su lectura inicia un diálogo conmigo, contigo. Él es un lector y un escritor. ¿Mirás cómo completa el círculo? Lee y luego escribe. Los escritores hacemos eso: somos lectores y luego escritores. A mí me emociona, de manera especial, que Hernán, mi hermano en los veneros de la palabra, me haga saber lo que mi carta despertó en él. Tal vez sólo mi amado Gutmita se acerca al río prodigioso de Hernán, sólo que Gutmita no escribe, sino envía mensaje de voz. Gutmita dice que lo que hace son “manchadas”, porque en ocasiones sus mensajes son de doce o más minutos. Me encanta saber que el diálogo con vos se vuelve un puente que une orillas, que es agua que da vueltas al molino de la creación. No le pedí permiso a Hernán, pero lo que escribió lo comparto con vos, sólo con vos, porque vos sos el tronco de mis ramas. Va copia: Alejandro Molinari, desde el corazón vibrante de Comitán, ha escrito no solo una carta, sino una elegía íntima y luminosa por uno de los gigantes de la literatura contemporánea. Su “Carta a Mariana” —bajo el título de “Arenilla”— es un río sereno que lleva en su cauce la emoción, la memoria, la lectura y el asombro. Leer su texto es asomarse al alma de un lector que ha sido conmovido hasta las lágrimas por la palabra escrita, por esos destellos de humanidad que sólo ciertos libros nos dejan como tatuajes internos. Desde las primeras líneas, juega con las letras como si fueran sonidos vivos: la efe de “funesto”, de “felicidad”, de “fallecimiento” —una letra que parece colgar como murciélago de las bóvedas de un lenguaje dolido—. Esa musicalidad del idioma no es gratuita; es la forma en que Molinari acaricia las palabras, para que duelan menos, para que suenen más verdaderas. Luego viene la noticia: la muerte de Mario Vargas Llosa. Alejandro no hace de esta carta un obituario ni una nota de prensa, sino una ceremonia literaria. En sus líneas, Vargas Llosa no muere solo, lo acompañan —como testigos o cómplices— Cortázar, Cervantes, el Quijote, incluso Woody Allen. Así, la muerte no aparece como un corte abrupto, sino como una página más, conmovedora y necesaria, de un libro sin fin. Con humildad y ternura, confiesa que ha llorado con libros —¡cuántos no lo hemos hecho!—, y nos recuerda que el llanto ante una novela no es debilidad, sino comunión profunda entre el alma del autor y la del lector. Esa orilla de cama en Zacatecas donde derramó lágrimas es una imagen poderosa: el lector solo, enfrentado al vértigo de la belleza y la pérdida, igual que el escritor que relee a su amigo muerto. Molinari también nos ofrece un pequeño manifiesto literario: que la literatura importa, que los libros son refugio y permanencia. Su homenaje no se detiene en la biografía de Vargas Llosa, sino que se extiende a la reflexión sobre el mundo que habitamos, ese “campo cultural deteriorado” del que hablaba Mario. La carta es una invitación a no soltar los libros, a no olvidar a quienes hicieron de la palabra un arte mayor. Finalmente, ese gesto de honestidad en la posdata —“el último libro aún no lo he leído… lo haré”— nos recuerda que todos somos lectores en camino, que hay silencios por descubrir y páginas por abrir. Su carta es arenilla, sí, pero no de desierto: es de río, de ese sedimento fino que queda después de que el corazón ha sido arrastrado por la corriente de la literatura. Mi reconocimiento, Alejandro, por haber hecho de la pérdida una ofrenda literaria. Has escrito con emoción y claridad, con ternura y respeto. Has tejido un texto donde lo íntimo se vuelve universal y donde la tristeza se sublima en memoria. Que nunca te falte el asombro ni la tinta. — Hal Saber 15 abril 2025 Posdata: ¿verdad que es emocionante saber que las palabras son como frutos que disfrutan otras bocas y que éstas también siembran árboles en el aire? ¡Tzatz Comitán!