sábado, 26 de abril de 2025

CARTA A MARIANA, CON UN ESPEJO

Querida Mariana: ¿has entrado a la Farmacia Guadalajara que está a media cuadra del Hotel Internacional? Sé que los propietarios no quisieron hacer una juguetona “Casa de Los Espejos”, como hay en los parques de diversiones, pero siempre que entro me encanta jugar, porque me veo reflejado en varios espejos que forran muchas columnas. Casi estoy seguro que no hay otra farmacia con tales características en el país, incluso, en el mundo. Los promotores del turismo comiteco deberían incluir a dicha farmacia como uno de los atractivos de la ciudad. La primera vez que entré a comprar alguna pomada para mi mamá me sorprendí, me quedé paralizado. ¿Quién se atreve a caminar donde los espejos proyectan imágenes reales que parecen irreales, sacadas de un cuento o una novela de duendes? Entrar a esta sucursal es toda una experiencia lúdica, juguetona. Y ya sabés que a mí me encanta el juego, por esto, ahora, aunque no necesite comprar algún medicamento entro sólo para sentir la sensación de estar en un espacio lleno de espejos. Siempre me ha atraído tal juego de espejos. Desde joven me atraían mucho las peluquerías que había en aquel entonces en Comitán. Como las paredes de la peluquería están forradas por grandes espejos, provocan una serie interminable de imágenes. Siempre pensaba en la posibilidad de que alguna de esas imágenes reflejadas tomara vida y se desprendiera o que la imagen real, la persona en realidad, se intercambiara por una de las imágenes proyectadas. ¿Recordás la película “La rosa púrpura del Cairo”?, es una genialidad de Woody Allen (si me forzás tantito diría que es la mejor película de Woody). En la película un actor se “desprende” de la película, baja y se relaciona con una mujer que adora el cine. Ese instante es uno de los más sublimes de la historia del cine mundial. No repuestos aún del impacto de dicho juego, luego asoma que el actor real que interpretó al personaje del cine aparece en la realidad, la chica (por juego de la trama) se relaciona entonces con el personaje y con el actor. Esto es un juego de desdoblamientos maravillosos. La imaginación permite esta travesura y muchas más. Bueno, cuando entro a la sucursal farmacéutica comiteca pienso en esto y en mucho más. Camino y de pronto me topo con mi imagen, porque frente a mí hay una columna totalmente forrada de espejos. En alguna feria comiteca (tal vez en la de agosto) vino una Casa de Espejos y entré con los amigos. Todos nos divertimos, porque había un laberinto cubierto con espejos donde era difícil hallar la salida, al principio todo fue alegría, porque había una serie de espejos que distorsionaban nuestros reflejos, a veces aparecíamos alargados como fideos fritos; en otras ocasiones parecíamos modelos de Botero, mucho antes que el genial pintor colombiano descubriera que el pintar gordos sería una mina de oro; los espejos nos hacían parecer enanos, gigantes, con rostros y cuerpos deformes, primos hermanos de Frankestein y el Jorobado de Nuestra Señora de París; pero al final del recorrido la alegría se convertía en una inquietud que nos inyectaba el nerviosismo, porque pensábamos que al seguir determinada ruta hallaríamos la salida, pero era una mera ilusión, la salida parecía haber sido clausurada por decenas de espejos y la inicial diversión se convertía en algo como un castigo divino, donde la pena era verse cientos y cientos de veces. El espejo permite el juego real de verse y, como si uno fuera la protagonista del cuento infantil, preguntar: ¿quién es el más bonito? La mayoría de las personas, por no decir la totalidad, responde, como en la historia: “Vos, vos sos el más bonito”, y el personaje sonríe orgulloso, aunque en lo íntimo sepa que no es cierto, lo que los espejos reales poseen es el don de no mentir, no se han subido a la carrera tecnológica y no tienen “filtros”, lo que muestran es la neta del planeta, si algo no miente es el espejo. Si en la casa hay un espejo de cuerpo entero en el baño, el abdomen del señor es ese globo blando que parece a punto de explosión; las tetas de la señora son esos tecomates que tristes ven hacia el piso, como si fueran nidos de pájaros colgantes de árboles en la selva. Los espejos son los chunches más sinceros, no hacen concesiones. “Espejito, espejito, ¿quién es el más bonito?”, en el cuento infantil es el espejo quien responde, pero en la vida real quien contesta es el mismo ser que hace la pregunta; es decir, uno mismo esconde la verdad, uno mismo se miente. Claro, los psicoanalistas recomiendan el juego del espejo y sugieren que la respuesta sea muy optimista, que la persona frente al espejo piense que, en efecto, tiene un rostro bello, perfecto, hermoso, casi casi dejando en segundo lugar al actor Brad Pitt. Nos mentimos, aunque estemos frente a un espejo que nos abofetee con la realidad. Conforme el tiempo pasa la edad comienza a hacer estragos en el físico de las personas y los espejos dan cuenta precisa de la transformación, que es el cambio más notable de todos los procesos evolutivos del mundo. ¿Y sabés cuál es el colmo del mundo? Que ningún ser humano puede verse tal cual es, porque la imagen que vemos en el espejo es nuestra imagen reflejada; es decir, la oreja derecha se convierte en la oreja izquierda en el reflejo, nos vemos “volteados”, como si alguien nos quitara la máscara y la colocara en lugar del derecho al revés. Sí, no lo sé explicar, porque es un fenómeno inexplicable. Para vernos tal cual deberíamos emplear un juego de espejos, donde el reflejo se reflejara a su vez, pero entonces el reflejo ya tendría dos “mudas”. Todo mundo es valiente, digo esto porque se necesita un altísimo valor para enfrentarse cada día ante ese verdugo implacable. Si alguien se viera ante el espejo sin juegos infantiles vería cómo el cuerpo se deteriora cada día. José Luis Cuevas, el dibujante mexicano, despertaba y, en su estudio, hacía un autorretrato, para tal actividad él hacía uso de un espejo, dibujaba la imagen reflejada; es decir, se dibujaba “volteado”; todos los autorretratos que vemos de Cuevas son eso, imágenes reflejadas, no son él, son su reflejo. Cuando mi Paty y yo inauguramos la Galería Bonampak, en la casa de mi papá y de mi mamá, cerca de la escuela Matías de Córdova, la escuela donde estudié mi primaria, en una pared de la sala de exposición colocamos un espejo con un marco de madera con un letrero que decía: esta es la obra más bella de este espacio. La gente, al ver su rostro reflejado, sonreía. En el zoológico de Tuxtla, de igual manera, existía (o existe) un espejo grande con un letrero que decía, más o menos, lo siguiente: éste es el animal más depredador de la Tierra. El espejo no miente. Por eso, el ser humano ha convertido en juguete el espejo, que no sea un reflejo de la triste realidad, sino un jocoso aditamento que permita la proyección. Espejito, espejito, ¿quién es el más bonito? Tú, tú, siempre tú, tú, tú, ferrocarril de Los Andes. A mí, no sé a vos, me gustan los espejos, me encanta el juego de duplicaciones. Tal vez porque siempre lo vi juguetonamente no me alarma verme al espejo cada día. Cuando me levanto no me enfrento al espejo, me paro como si me parara frente a un amigo y platico y casi casi digo: ¿cómo estás, viejo?, porque eso es lo que soy ahora, un viejo con sesenta y ocho años de edad. Sí, ya no tengo dientes, ya me quedé casi pelón, necesito lentes para ver mi reflejo con cierta nitidez, las cejas perdieron su color negro y tomaron un tono plateado que es como una línea de agua. Pero, así me veo, así lo pienso, mi mirada sigue siendo la misma mirada niña de toda la vida. El espejo no miente, me veo niño, porque soy un crío, diría Vargas Llosas: un pedacito de gente. Que crezcan los otros, los que siempre han pedido ser adultos, los que desearon dejar de ser niños para volverse grandes y disfrutar de todo lo que los adultos disfrutan. Posdata: el espejo me devuelve, es cierto, la imagen de un viejo de sesenta y ocho años, pero la mirada es la misma que tuve cuando iba al cine de la mano de mi mamá y de mi papá, la misma mirada del niño que iba con su papá para comprar tortas de pierna al “Yuly” y volvíamos a la sala del Cine Comitán para disfrutar de la segunda película, que a final de cuentas el cine ha sido, asimismo, el espejo de nuestra realidad. ¡Tzatz Comitán!