miércoles, 16 de abril de 2025

CARTA A MARIANA, CON VIERNES DE DOLORES Y SÁBADO DE GLORIA

Querida Mariana: ¡qué aburrido! Es una expresión que me ha acompañado toda mi vida. Lo dicen los demás cuando se enteran de retazos de mi vida cotidiana. ¡Qué aburrido!, decía Mario cuando le decía que me gustaba leer. Eran tiempos de secundaria, Mario y los demás iban a nadar a los tanques de mi tía Juanita Bermúdez; jugaban fútbol en la calle; montaban bicicleta; se deslizaban con carretones por las pendientes empedradas; se aventuraban a conocer la zona de las putas, que estaba en el barrio de La Pila; jugaban básquet en la cancha Pantaleón Domínguez. Y vos ¿qué hacés? ¡Leo!, era mi respuesta. Y todos decían a coro: ¡qué aburrido! Nunca fui intrépido, como ellos. A mí me encantaba sentarme en el piso del corredor, recargarme en la pared y leer. Me encantaba, me divertía mucho conociendo historias que se daban lejos del pueblo. Mario y los otros contaban historias que sucedían en Comitán o, cuando mucho, de lugares cercanos. Nunca lo dije, me hubieran coscorroneado, pensaba que lo aburrido eran sus historias. Cuando lo que contaban agarraba algo de color, algo de sal y pimienta, era cuando platicaban las historias que veíamos en el cine. Eso sí era emocionante, casi tanto como lo que yo leía en los cuentos y en las novelas, pero ellos aseguraban que mi vida era aburrida. Siempre ha sido así. Hace dos días, una amiga (no diré su nombre) me preguntó adónde iría de vacaciones en Semana Santa. Pensé que mi respuesta honesta no merecía la cara torcida que puso cuando le dije que a ningún lado en especial, me quedaré en casa, aseguré. Como soy experto en lectura de rostros supe que sus ojos semicerrados y su boca de chimbo aguado sólo podía significar la consabida frase: ¡Qué aburrido! Como es algo que no me inquieta, pregunté: y ¿vos? Sus ojos se abrieron como se abrió el mar cuando pasó Moisés y su cara fue como un delfín saltarín. Iremos a Puerto Arista, dijo. Qué alegre, dije, sin ironía alguna, sino con el convencimiento de que las actividades que hará serán sensacionales: el parachute, el esquí, los cocos con ginebra, la disco, los pies en la arena (no tan fina como la de Cancún, pero arena cálida). Todo mundo dice que soy aburrido. Cierto, nunca he viajado en un yate, ni volado en un parapente, ni me he zambullido en Las Tres Tzimoleras, ni he esquiado en Suiza, ni he navegado en una góndola en Venecia, ni he subido al Everest. Mi vida ha sido sosegada. De niño me divertía mucho sentarme en el balcón de la casa y mirar la calle. Tal vez la gente que pasaba por ahí y me veía pensaba: pobre niño, qué aburrido; tal vez la gente me veía como un canario enjaulado. Sin embargo, ¡yo volaba! ¡Siempre he volado! ¿Qué harás en Semana Santa? Disfrutaré mi casa, mi pueblo. Seré el visitante más emocionado, el más curioso. En casa dibujaré, pintaré, leeré, escribiré, veré películas. No iré a la oficina. Despertaré como siempre (a las cuatro de la madrugada) y dormiré a la hora de siempre (ocho de la noche). Mi rutina de viejo “aburrido” sólo sé verá modificada porque tendré todo el tiempo para mí. Aprovecharé cada instante, porque se sabe que las vacaciones terminan, lo hacen muy pronto, cuando uno viene a darse cuenta ya se acabaron las vacaciones y hay que regresar a la vaina de todos los días. Posdata: dejo que los demás piensen que mi vida es aburrida, siempre me lo han dicho. Nada digo a mi favor, no tengo necesidad, no tengo tiempo para justificar mi existencia de vuelo. ¡Tzatz Comitán!