jueves, 25 de julio de 2024
CARTA A MARIANA, CON FOTO DE PICHITO
Querida Mariana: el envés de la foto dice: “Con todo cariño para mis padrinos Romeo y Clarita, al cumplir mis seis meses. Alejandro Molinari T. 4 de octubre de 1957”.
La foto tiene historia. Me la obsequió el licenciado Fer Gómez, quien es un apasionado coleccionista de fotos del Comitán antiguo.
La historia parece ser sencilla. Mi papá y mi mamá obsequiaron esta foto a mis padrinos Romeo y Clarita. Algún día anterior, ellos acudieron al templo de Santo Domingo para que me convirtiera en su ahijado. Momento importante de mi vida. Conociéndome como me conozco sé que lloré a la hora que el sacerdote regó agua sobre mi cabeza. Lloro por todo y, además, los sacerdotes son inclementes porque sueltan sin decir ¡agua va!, un chorro de agua fría (al tiempo, dicen). Ingratos, ellos debían pensar en la delicadeza de los bebés y regar agua tibia, tantito calientita.
Mi madrina Clarita (sin duda fue ella) guardó la foto en un cajoncito y ahí permaneció desde 1957. Un año, ya de este siglo, mi primo Romeo (hijo de mis padrinos) se topó con la caja de fotografías familiares y decidió que ese tesoro debía permanecer en manos de su gran amigo David Esponda, y éste a su vez pensó que no podría estar en mejores manos que en las de Fer, el famoso “Pina”. Y así fue como la foto llegó a mis manos, completó su círculo de navegación, un día de 1957 salió del puerto Molinari Torres y casi sesenta y siete años después volvió a casa. ¡Ah, qué viaje tan deslumbrante! (bueno, ni tanto, porque permaneció en la semioscuridad de un álbum o de una caja de cartón o de un baúl). Volvió el pichito. Cuando Fer me regaló la foto la tuve entre mis manos y me vi niño de seis meses de edad. Pensé que mi papá (la letra del reverso es de él) y mi mamá me llevaron al estudio del fotógrafo (casi puedo asegurar que fue Don Enrique Cancino), para el registro de ese instante. Mi mamá me puso como muñequito de Sololoy, con la firma de casa, porque mi papá siempre utilizó chalecos tejidos, era una pieza que amaba, tal vez porque le cubría el pecho y la espalda de los fríos, pero dejaba libres los brazos, donde (otra característica de la personalidad de mi papá) se arremangaba la camisa, para ponerse a trabajar.
Acá, pichito bonito, viste un chaleco bordado con las barbillas en el extremo inferior, un pañal de tela, una camiseta con manga larga y bien peinado, casi con el mismo peinado que tengo en la actualidad, con raya al lado (una vez cambié, pero la fuerza de la costumbre me obligó a regresar al peinado con que mi mamá me arreglaba desde niño).
Te comparto la foto, porque es ejemplo de la costumbre de los años cincuenta del siglo pasado. La gente acostumbraba regalar este tipo de fotografías a las personas cercanas, bien fuera un recuerdo del bautizo, de la primera comunión, de los quince años, de una graduación o de la boda. En la parte posterior de la fotografía se escribía una dedicatoria. Como en este caso, las personas que recibían la postal la conservaban entre sus pertenencias más amadas (había otras historias, sobre todo en casos de novias y novios, donde, por ruptura, las fotos pasaban a formar parte del basurero o eran quemadas).
Gracias a esta costumbre, Comitán (y todo el mundo) puede tener piezas del rompecabezas de su historia, porque en esas fotos aparecen rasgos del carácter del pueblo y de la personalidad de los protagonistas.
Con estos elementos podemos hacer ejercicios comparativos. En este 2024, ¿quién obsequia fotografías impresas con dedicatorias? Es difícil hallar ejemplos. Hoy, todo mundo envía fotos por WhatsApp (pocas personas imprimen las fotos digitales) y el álbum del mundo fotográfico está en La Nube (que aún no logro comprender cómo funciona, pero funciona). Hoy, las fotos “se bajan”. Las fotos no permanecen guardadas en baúles ni en álbumes. Tengo amigos que cuando quieren mostrar una foto abren el archivo de su celular, mueven el índice sobre la pantalla hasta hallar lo buscado. La gente comparte fotos en las redes sociales. No tenemos mucha conciencia de que dichas fotos puede “bajarlas” cualquier persona del mundo. Por fortuna, vos sos de esas personas que no suben fotos personales en el Facebook, así nadie puede tener fotos tuyas.
Posdata: la historia que te comparto es una de millones que se dan. Una vez mostré a una amiga una foto de unos tíos que caminaban en la Avenida San Juan de Letrán, en la Ciudad de México, la foto también era de mediados del siglo XX. Recordá que en esos años había fotógrafos callejeros que tomaban fotos a todos los peatones y luego las vendían como recuerdo. Pues bien, mi amiga vio la foto, explotó en una cascada de emoción y, señalando con el índice, dijo: “el de atrás es mi papá”. Por simple y maravillosa coincidencia su papá caminaba detrás de mis tíos. Nadie lo hubiera imaginado. Ahí estaba su papá, con traje y sombrero.
¡Tzatz Comitán!