sábado, 30 de octubre de 2010

RECADO PARA EL POETA ALÍ CHUMACERO

Alí, quiero que sepás que ya te perdoné.
No sé cuándo leí estos versos tuyos: "Cae la rosa, cae/atravesando el agua,/lenta por el cristal de sombra/en que su tallo ahoga", pero ese día algo como un cristal de luz atravesó mis cielos. Pensé, Alí ¡es un poeta! Así pues, cuando, en Tuxtla, leí en un periódico que ofrecerías un recital no dudé en acudir. Tal vez ya no te acordás, y no te acordarás por lo que a continuación escribiré. El recital fue en el "antiguo" salón de actos del Instituto Chiapaneco de Cultura (ahora, entiendo, el edificio es la Rectoría de la UNICACH y, quién sabe para qué utilizan ese salón).
No recuerdo con quién, pero recuerdo que asistí acompañado de alguien. Llegamos a las seis y media de la tarde, nos sentamos en los últimos asientos. Desde ahí observamos a diez o doce personas que estaban sentadas en la butaquería del frente. Gracias a Dios no todo mundo se sienta hasta atrás. ¿Hasta atrás? Bueno, no tan atrás, pero cuando te miré subir a la mesa de honor, advertí que estabas, como decimos en Comitán, "a medios chiles". Tal vez, imagino, algún compa te invito a comer y, pues, frente a la mesa con chicharrón, tasajo y camarones con caldito de chile güero, se te antojó una cerveza y luego otra, y tu compa, después de la cuarta cerveza, dijo que tomaran una "caminera", pero la tarde era maravillosa y la marimba te inspiró y pediste una cuba más y cuando viste tu reloj ya eran las seis y tenías que suspender ese cristal de luz para atravesar el agua y llegar hasta donde estábamos nosotros, tus lectores, esperándote. Y entonces te miré "a medios chiles" y pensé que eras un irrespetuoso porque ¡cómo presentarte así!
Pero, Alí, ¡ya te perdoné desde hace mucho!
Ahora sé que esa noche no fue más que la extensión de una maravillosa tarde. Ahora sé que otra cosa hubiese sido si, en lugar de asistir a tu compromiso, hubieras preferido tomar una más y otra y otra. "La caminera", ahora lo sé, fue la lectura que llegaste a compartir con nosotros.
No sé si acostumbrabas tomar de más (y hablo en pasado porque ahora sé que ya estás muerto, bien muerto), pero ese día, ahora lo sé, estabas contento y por esto tu voz sonaba a estropajo enredado en un pozo de luz.
Ya te perdoné. Esa tarde me molestó mirarte y oírte enredado en una botella de alcohol, pero ahora sé que es preferible esa cuerda incierta a este vacío que hoy te llena. Ahora no queda más, no queda menos, que abrir un libro o entrar a este chunche y buscar tus poemas porque vos ya no podés leer en vivo, a todo color y a medios chiles.
Te perdoné, desde hace mucho. Desde hace varias caídas de rosa.
Estoy seguro que vos no te acordás de esa ocasión. Tal vez se acuerda mi acompañante, pero yo no recuerdo quién fue.

viernes, 29 de octubre de 2010

LA PAUSA DEL CAMINANTE



¿Quién se baja de un avión en pleno vuelo? ¡Nadie! Hay escritores a quienes se les dificulta hablar en público. Y esto es así porque la palabra escrita (bendición de Dios) tiene un ritmo diferente a la palabra hablada. Cuando a un escritor se le oscurece la memoria y no encuentra la flama de una palabra, se para y camina por el patio de su casa, porque sabe que instantes después, ¡Eureka!, la palabra acudirá con la dignidad que nos advirtió Enoch Cancino Casahonda respecto del “cordero fiel de la leyenda”. El escritor, como si fuese un prodigioso animal de trapiche, le da vueltas y vueltas al patio hasta que la miel de la memoria suelta su savia. El ritmo de la escritura es un ritmo que permite pausas, que da tiempo para, una vez encima de la montaña, sentarse a ver la puesta del Sol. La escritura está emparentada con las cosas más sencillas de la vida, con aquéllas que tienen que ver con sentarse en la banqueta y mirar a la gente caminar. La gente camina con ritmos diferentes. Pero ¿qué pasa cuando al orador, por ejemplo, se le oscurece la memoria? ¡El caos aparece! Por esto admiro a quienes tienen la vocación de la palabra hablada, y bendigo a quienes dominan ambos espejos: el de la palabra oral y el de la palabra escrita. En Chiapas no es común hallar esa síntesis prodigiosa. Sólo el nombre de Eraclio Zepeda logra caminar sin pausa por las nubes de todos los cielos. Aunque también he tenido la oportunidad de disfrutar de la conversación de Hernán Becerra Pino, quien además es un necio irrenunciable en el oficio de la escritura. Ambos, Eraclio y Hernán, me seducen con sus discursos. Me emociona ver cómo la ficción y la realidad se mezclan a través de sus pláticas y disfruto ver cómo hacen figuras de origami con la palabra de todos los días, de todos los hombres. Esto es un poco decir que logran amalgamar la realidad con la irrealidad en una mezcla inédita y sorprendente.
El otro día Hernán me llamó por teléfono, desde la ciudad de México. Hermanito, me dijo, es sólo para saludarte. La llamada de larga distancia se prolongó hasta que le dije que colgara porque le iba a salir carísima la conversación. Yo no quería interrumpir porque siempre que lo escucho me llena de paisajes y de ríos que rebosan, pero me preocupaba el costo. Hernán, medio mundo lo sabe, ha sido reconocido dos veces con el Premio Nacional de Periodismo por su oficio de periodista, en su faceta de entrevistador. Siempre me pregunto cómo le hace para guardar silencio mientras sus entrevistados responden. Me da la impresión que se contiene a fin de guardar en su alforja las piedras preciosas que le entregan para luego devolvérnoslas a sus lectores. Es, después de todo, un orgullo para Chiapas que uno de sus hijos haya obtenido el reconocimiento nacional en un campo muy disputado. Cuando pienso en las entrevistas que han realizado la Poniatowska y la Pacheco, sólo por mencionar a dos destacadas periodistas, y veo que el trabajo de Hernán no palidece ante el de ellas, sé que la terquedad de Hernán ha colocado luces sobre el cielo.
En varias ocasiones he visto a Hernán trepado en el avión de la palabra y siempre lo he visto a gusto, como un viajero experto, sin titubeo alguno. ¡Nunca se para en el pasillo de en medio para pedirle a la azafata que detengan el vuelo porque desea bajar! Él, intrépido, viaja sin paracaídas, porque sabe que si el avión falla, siempre tiene a disposición sus alas. Ha viajado a todo el mundo para entrevistar a cientos de personajes famosos. ¿Cómo le hace para refrenar su intento de vuelo ante esas águilas que, como él, también -en su mayoría- dominan el arte de la palabra hablada? Tal vez lo logra en el reconocimiento de que el otro también lleva hojas de viento en la alforja del tiempo.

jueves, 28 de octubre de 2010

PRESENTACIÓN DE LIBRO

El Museo Arqueológico de Comitán organizó la presentación del libro: "Crecer duele...no crecer duele más", de Josué Neftalí. La Historiadora María Trinidad Pulido Solís me invitó a ser presentador. Acepté, con gusto. Hoy comparto con ustedes el textillo que leí esa tarde, en la Sala de Exposiciones, del Centro Cultural Rosario Castellanos.


Siempre celebro la aparición de un libro. Lo celebro porque es preferible que las montañas estén llenas de árboles a que sean como páramos. Lo celebro porque es preferible que el espíritu del hombre se llene de vegetación a que sea como un desierto. A veces no importa de qué tamaño sea el árbol o si tiene espinas en sus ramas. Cualquier árbol, después de todo, ayuda a oxigenar el universo.
Hoy, pues, celebro la aparición del libro cuyo título resume el contenido. Josué Neftalí nos dice que “Crecer duele, pero no crecer duele más”. Las dos palabras del nombre del autor se acentúan en la última letra. Esto es como una premonición porque la última letra no es la que está escrita, sino la que el lector debe escribir en su espíritu. Josué, no inventa algo; sabe que no hay algo nuevo bajo el Sol, pero sabe que, como el Sol, el hombre, cada mañana, debe colocar su espíritu bajo el golpe de la forja para templarlo.
He de confesar que, por lo regular, no soy lector de libros de autoayuda. Y este libro cae en la categoría de esos libros, hoy tan de moda. Este libro es un poco lo que el new age es a la música. Pero, ahora que leí el libro de Josué, advierto que estos libros están instalados en la tradición de siempre donde el sabio recomienda el conocimiento de uno mismo para llegar al crecimiento intelectual y espiritual. Desde siempre, he sido un fanático de los libros de ficción, ahí es donde encuentro el camino hacia el centro del espíritu. Prefiero las novelas, los libros de cuentos y los libros de poesía, porque ahí está el reflejo de la vida del hombre y del modo como el hombre crece o se desbarranca. Me gusta acercarme a la luz por caminos menos directos, reconociendo que el espíritu del hombre no puede crecer si no ha tenido la experiencia de caer en la tentación de todos los días. Una certeza ha dominado mi existencia, la certeza de que no hay hombre puro, impoluto. Todos los seres humanos estamos llenos de huellas y de manchas. En algunos casos, incluso, la mancha es tan grande que llega a sustituir la hoja blanca de nuestra bitácora personal.
Josué Neftalí pretende, a través de este libro, llevar al lector también por un camino donde al final encuentre la luz. Por esto celebro la aparición de su libro, porque hay gente que necesita un guía, un lazarillo que los conduzca sin desviaciones.
Siempre me he preguntado por el tipo de lector que compra libros de autoayuda. El potencial lector de este libro debe ser quien necesita un “empujón” para advertir que debe crecer espiritualmente. Hay hombres, lo sé, que no se dan cuenta de lo evidente.
Sé que hay gente que no lee literatura, que no gusta del camino de la novela o de la poesía, pero que sí busca los libros de autoayuda. Bien se dice que cada uno tiene la forma de matar las pulgas y, de igual modo, cada uno tiene la forma de construir su escalera para llegar a lo más alto, o a lo más hondo, del espíritu. Yo me topé con el libro de Josué de manera accidental. La historiadora María Trinidad Pulido Solís me llamó por teléfono y me invitó a estar esta noche con ustedes y fungir como presentador del libro. Mary me advirtió que no era de literatura, el género donde camino de manera regular, cuando le pregunté de qué tema trataba me dijo algo como esto: “Es referente a lo que estás metido”. Entonces acepté ser presentador, porque entendí que Mary me invita a la presentación de un libro y los libros son el eje de mi vida, son el bastón de mi templanza. Así pues me enredé en el libro de Josué Neftalí y, como siempre sucede con la lectura, ¡salí purificado! Disculpen que les diga que no seguiré al pie de la letra las sugerencias de Josué, porque soy un hombre rebelde por naturaleza y porque, insisto, espero que mi crecimiento se vaya dando conforme estoy expuesto a, disculpen de nuevo, los fregadazos de la vida.
Crezco cuando leo, cuando camino por la sombra, cuando trato de volar. Crezco a cada momento en que recuerdo que soy un cristal de Dios. Por fortuna, yo no necesito más dependencia que la mano generosa de Dios. Pero entiendo que no todo mundo tiene este privilegio. Para quienes quieren crecer estoy seguro que el libro de Josué no les hará daño y, tal vez, al contrario, les ayude a encontrar el camino que modifique para bien su vida.
Advertí que Josué es un gran aficionado a la lectura, un amante de la literatura. Su redacción es fluida y de buen talante. No me sorprendió saber que es de La Trinitaria. Ese pueblo maravilloso ha engendrado grandes intelectuales, debe ser parte del entorno lo que hinca luz en esas mentes.
Deseo, con sincero aprecio, que el libro de Josué le brinde la satisfacción personal que él busca; que su libro toque los corazones de sus lectores, como es su pretensión, y que, como escritor y como persona, crezca, ¡crezca mucho!, no con el azar de una enredadera, sino con el plan trazado que está en las manos de Dios.
Y a los potenciales lectores de este libro, de igual manera, deseo que crezcan, como crece el aire cuando sabe que es más que viento.

miércoles, 27 de octubre de 2010

LOS CUENTOS DE LOS AÑOS SESENTAS



La novela está de moda. Los libros de cuentos han quedado relegados, las editoriales prefieren aquélla que éstos. Pero, en los escritores existe la certeza de que es más difícil escribir un cuento que una novela, el cuento tiene una contundencia, en cambio la novela es como un papalote que, una vez echado a volar, puede tataratear en mil cielos. El éxito de un cuento radica en su precisión, la magia de la novela, al contrario, radica en su dispersión.
Escribo esto porque en los años sesentas los cuentos no sólo eran esos microcosmos literarios perfectos. Los niños de ese tiempo llamábamos “cuento” a la revista ilustrada con monitos, lo que actualmente los chavos llaman cómic. Acá en Comitán íbamos a la “Proveedora Cultural” a comprar los cuentos. Muchos niños preferíamos “Tawa”, “Kalimán”, “Memín Pinguin” o “El Diamante Negro”.
Juan Carlos Gómez Aranda presentó, una noche de éstas, un libro-cómic. Lo presentó en Comitán, en pleno mes de octubre. En la portada de su libro aparece un personaje maya que, con la mano derecha, de espaldas, señala hacia el cielo. La noche de presentación uno podía jugar “espejo” con ese personaje y señalar el cielo, porque el cielo comiteco era una sábana impecable, transparente, como cristal recién lavado, en la cual la luna corroboraba aquello de que “de las lunas, la de octubre es más hermosa”. Cientos de años después el hombre, el hombre de todos los tiempos, miraba el mismo cielo del personaje del libro, debajo de esa manta prodigiosa. Juan Carlos pretende, con su libro, que el comiteco de estos tiempos se pare frente al espejo de su identidad y vuelva a ver el cielo complaciente y magnífico. El libro se llama “Comitán, su apasionante historia” y es una publicación que narra, a través de maravillosas ilustraciones realizadas por Enrique Chávez Esparza, la historia de este apasionante pueblo. Juan Carlos pretende que los chiquitíos comitecos tengan la oportunidad de vivir la maravillosa experiencia de tener un “cuento” entre las manos. Juan Carlos sabe perfectamente -es un hombre sabio- que los grandes lectores comenzaron en la aduana infinita y dulce de las revistas de monitos. No es casualidad que grandes países lectores, como Argentina y Francia, tengan entre sus favoritos a Mafalda y Asterix. En Comitán, los niños de los sesentas tuvimos a Kalimán y, parece mentira, pero adultos hoy vivimos en armonía porque seguimos al pie de la letra lo que él recomendaba a Solín: tener “serenidad y paciencia”. Juan Carlos, con mucha paciencia, entrega a los lectores comitecos una historia serena, un agua limpia donde enjugar la razón y el corazón. Juan Carlos niño, me “cuentan”, vivía los personajes de los “cuentos”. Si debía realizar un mandado, por ejemplo, y su mamá Rome lo llamaba, ella debía decirle “Llanero Solitario, ¡vení!”, Juan Carlos niño trepaba a su caballo, recibía la paga y, en compañía de su compa “Toro”, gritaba el mítico grito de “¡Arre, plata, arre!”, y veloces salían con rumbo al mercado primero de mayo.
La presentación fue en el auditorio del Centro Cultural Rosario Castellanos, una noche de octubre. Fue una presentación digna, frente a un auditorio repleto de paisanos. Fue una noche histórica porque, además del libro-cómic de Juan Carlos, se presentaron dos libros más acerca de nuestra identidad: “Comitán, en el umbral de la historia”, de María Trinidad Pulido Solís; y “Marimbas de mi tierra. Reseña de la marimba en Comitán”, de José Gustavo Trujillo Tovar. Fue una presentación matizada con el buen humor y la picardía comitecas. Oscar Bonifaz fue presentador y ya conocemos la chispa que lo acompaña; Marvin Arriaga -directora de Coneculta-Chiapas- actuó como moderadora y ella (como dirían los clásicos) arrancó una risa al respetable, cuando presentó a Pepe Aguilar (presidente electo de Comitán) y dijo: “él fue mi compañero en la escuela de niñas”. Ante la carcajada y mirada pícaras del auditorio recompuso: “Bueno, él es muy hombrecito y yo muy mujercita”.
Juan Carlos nos vino a decir a los comitecos que si bien la novela supera hoy al cuento literario, los “cuentos” nunca pasarán de moda; nos vino a recordar que los niños de todos los tiempos se emocionan con personajes de historietas. Que en estos tiempos ya Kalimán no está en primera línea, pero cuando la mamá manda a un niño a hacer un mandado el niño sube a su nave interplanetaria y vuela por las calles de Comitán, al cobijo de ese mismo cielo que señala el personaje maya del fantástico libro de Juan Carlos.
Por todo lo que Juan Carlos nos vino a decir, yo le digo: Gracias, querido Juan Carlos, en nombre de Comitán, porque siempre nos estás motivando a caminar y a soñar con un pueblo mejor. Siempre, en las lomitas de este pueblo, oímos tu emoción al pronunciar: “¡Arre, plata, arre!”.

martes, 26 de octubre de 2010

LOS FAMOSOS


Como a medio mundo ¡a mí también me gusta ver fotos! Me seducen los álbumes con fotos color sepia o a todo color. Es un disfrute que en las manos te quede algo de polvo y de pegamento. Claro, ahora los álbumes son digitales -así como las fotos- y los vemos a través de este chunche. El Maestro Hermilo Vives dice que las fotos impresas actuales tienen una caducidad, poco a poco van perdiendo sus características de color. Hace una semana, Tony Carboney -integrante del Consejo de la Crónica, de Comitán- nos enseñó a Pepe y a mí, una foto de principios del siglo pasado y estaba impecable, conserva el brillo que tuvo el primer día. Pero, bueno, ante esa calidad ahora impera la celeridad. Antes la paciencia se ponía a prueba, hoy, al instante tenemos la imagen en pantalla y en papel, además de que podemos mandar (en el mismo instante) la foto al pariente que radica en la parte más lejana del mundo.
En una ocasión leí un manual de Zen y leí uno de los preceptos: "No te tomes fotos con gente famosa". Desde entonces trato de seguir al pie de la letra dicho precepto porque se me hace algo muy digno y humilde. ¿Para qué buscar la foto al lado de Mario Vargas Llosa si éste nunca ha sido gente de tu barrio, de tu colonia, si nunca ha sido tu compa con el que te llevás de cuartos hasta mañana? Cuando alguien (con fama local) me llama para una foto me acerco, por supuesto, porque el precepto también, sin decirlo, incluye la sentencia de "procurar no ser mamila".
Una vez, realizando un trabajo en San Andrés Larráinzar, me topé con el siguiente letrero: "No amarrar animales en este lugar", entonces le pedí a mi compañero de chamba que me tomara una foto. Me quité el cinturón, lo enredé sobre mi cuello y el otro extremo lo trabé en una rama del árbol y ¡el prodigio se cumplió! Siempre he sido rebelde.
Ayer pasé por la tienda de doña María Elena y miré el escenario que ella creó al frente de su tienda (es maravilloso porque en la banqueta, que es muy generosa en ancho, ella colocó una banca para que los caminantes agotados puedan descansar un rato). Entiendo que Doña María Elena colocó estos monigotes como una manera de celebrar a los muertos enredados en el "jalowín". Es una prueba más de ese maravilloso sincretismo del que hablan los expertos. Me acordé del letrero de San Andrés y le pedí a Paty que me tomara una foto al lado de esos monigotes, sólo para decirme un poco que el mundo está lleno de ellos y que, en el fondo o en la superficie, todos tenemos un poco de ese misterio encerrado detrás de máscaras.
¿Por qué subo mis fotos a este álbum? ¿Será vanidad o será la simple gana de compartir con los otros, por si a los otros les gusta también mirar álbumes de fotos?
El Maestro Hermilo dice que las fotos digitales, poco a poco, van perdiendo su color. Estoy seguro que en este chunche no pierden esa gracia, pero pregunto ¿hasta cuándo permanecerán acá? La humedad no las deteriorará y se supone que nunca se extraviarán en alguna mudanza (he perdido muchas fotos de mi infancia en cambios de casa), pero, por ejemplo, en el 2040 (apenas treinta años después) estos álbumes digitales ¿sobrevivirán?

domingo, 24 de octubre de 2010

DOMICILIO CONOCIDO



Con un abrazo para Alejandro Flores Cancino,
para que su camino siempre sea ascendente.


Miguel, si algún día decido escribirle a Miguel González Alonso, ¿a qué dirección envío la carta? Mi compa Arturo, en 1977, le envió una carta a su primo Israel, cuando éste radicaba en la ciudad de México por motivo de estudio, y la rotuló con el clásico “domicilio conocido” que tanto usamos acá en Comitán. Así que, Miguel, pensé enviarte la carta con la misma leyenda. Sé que Tuxtla Gutiérrez es una ciudad grande y que allá es difícil que fulano conozca a sutano o mengano dé cuenta del domicilio de perengano, como sí sucede en Comitán; pero, no sé por qué, pienso que la carta ¡te llega! si en el lugar del destinatario escribo: “Miguel González Alonso. Programa de radio Palabra libre. Domicilio conocido”. Sé que, después de ciertos vericuetos, como si fuese un juego de laberinto, el sobre llegaría a tus manos. Porque nunca faltaría el compa que dijera: “Sí, sí, lo conozco, es el compa que habla todas las mañanas por la radio” y diera algunos “nortes” para que el sobre que envío desde el Sur ¡te llegara!
Y una vez en tus manos, vos leerías el nombre del remitente y pensarías: “¿Para qué me escribe Alejandro?”. Y ahora te sentás, abrís el sobre y leés:
Respetado Miguel, ¿me creerías si te digo que puedo reconocer a los hombres que leen libros? ¿Que reconozco a la muchacha bonita que ya leyó a Vargas Llosa o a García Márquez? ¿Que reconozco en los ojos de un niño el camino de las letras? Por esto, como soy un hombre que me gusta leer procuro estar a lado de hombres y mujeres amantes de libros y, asimismo, al lado de quienes nunca han hallado el privilegio de la lectura. Esto último lo hago porque pienso que la lectura puede contagiarse, de igual modo que nos contagiamos de vez en vez de amor o de pasión.
¿Y qué onda con la radio? ¿Podés hallar en la mirada del hombre que pasa frente a vos alguna huella hertziana? Siempre me he preguntado en dónde un hombre de radio puede reconocer la trilla de su voz. La lectura, sobre todo, entra por los ojos y llega directamente al corazón (claro, hay casos en donde, como aquellos maravillosos primos tuyos, la lectura entra por la yema de los dedos, a través del braille). Pero, si la radio entra por los oídos, ¿en dónde está el camino para seguir la huella?
Quienes nos dedicamos a la literatura miramos directamente a los ojos del otro y sabemos si ahí hay huellas de Sabines, de Efraín Bartolomé o de Gustavo Ruiz Pascacio. Claro, la poesía no está colgada sólo en la mirada o en el corazón. El lector de poesía es tocado por la luz y, por ende, camina como si fuera un haz o como un cristal de viento. ¿Y los escuchas de tu programa, en dónde cuelgan las palabras que vos decís, los comentarios que hacés, las reflexiones que hincás en su razón o en la más remota esquina de su corazón?
Esto es todo, Miguel. Mi carta no espera respuestas, tal vez más interrogantes, porque es un diálogo con tu espíritu, es sólo mera plática, como si vos y yo estuviésemos en el café de la Casa de Cultura, de Comitán; o estuviésemos frente a una mesa de la lonchería “El foquito” comiendo un pan compuesto o un hueso (esto es más hipotético, porque yo tengo una dieta muy estricta que me impide comer estas exquisiteces de la gastronomía comiteca, y no voy a cenas porque, por lo regular, me duermo a las ocho y media de la noche). Un abrazo.
Ahora dejás la hoja sobre tu escritorio, te levantás y mirás por la ventana y sé que buscás, en esa muchacha bonita que pasa frente a tu casa, la huella de tus palabras. Porque ¿alguna vez has imaginado la cantidad exacta de personas que te escucha en tu programa de radio? ¿Alguna vez has realizado el recuento del total de palabras emitidas? ¿En dónde quedaron? ¿Se fugaron?
Mi compa Arturo se enojó con Israel porque éste nunca le contestó. Arturo (quien igual que yo nunca había pasado de Chacaljocom) nunca le creyó a Israel cuando éste le explicó que la ciudad de México no era Comitán y que allá era necesario poner la dirección correcta y, aún así, a veces, las cartas jamás llegaban.
Yo, no sé por qué, estoy casi seguro que esta carta llegó a tus manos, a pesar de que en Tuxtla vive más de medio millón de habitantes y yo, en el sobre, puse, debajo de tu nombre, un sencillo “domicilio conocido”.

sábado, 23 de octubre de 2010

UNA FOTO PARA REFRESCAR LA NOSTALGIA


Rubén De Leo me envió una fotografía. Ahí estamos cuatro becarios del Centro Chiapaneco de Escritores, en compañía de dos muchachas bonitas. Tal vez estamos en Palenque; tal vez es el año 1993 o 1994. Los becarios del Centro siempre nos hemos sentido orgullosos por haber pertenecido a esa institución creada por Andrés Fábregas Puig y coordinada por Jesús Morales Bermúdez, Joaquín Vázquez Aguilar y Miguel Ángel Godinez. Quienes fuimos becarios no cejamos en nuestra vocación. Unos más que otros, pero todos hemos seguido en la terca molienda de la luz. Los becarios de la foto somos: Gabriel Hernández (quien ya escribió una de las novelas más bellas de la literatura chiapaneca); Rubén De Leo (quien se dedica al periodismo y continúa escribiendo poesía); Gustavo Ruiz Pascacio (quien es una de las Voces Mayores de la poesía chiapaneca, asimismo, Premio Nacional de Ensayo); y yo.
Andrés Fábregas Puig no se equivocó al crear el Centro Chiapaneco de Escritores. Sólo en el fomento de esas instituciones es donde los escritores noveles pueden hallar trilla de una vocación más sólida. Basta comentar que Jesús Morales nos recomendó ser "escritores de veinticuatro horas al día", y todos, de una o de otra manera, hemos seguido la recomendación. Un abrazo a Rubén y un agradecimiento por compartirme ese recuerdo que andaba enredado en verdes de alguna Selva hoy modificada.

viernes, 22 de octubre de 2010

MISTERIO DEVELADO SIN DEVELAR



¡No es la solución!
Por fin supimos para qué la trampa mortal de los tornillos. Sirvió para fijar un poste que, en su parte superior, tiene una cámara de seguridad.
¡Qué paradoja! Durante varios meses fue un elemento que propició inseguridad entre los caminantes y ahora -oh, prodigio- servirá para proteger a los mismos peatones.
Pero que quede claro, ¡no es la solución!, a menos que el ayuntamiento actual busque entrar al Récord Guinness. El titular de la prensa podría ser: "Único poste en el mundo que, plantado a mitad de una banqueta, tiene una cámara de seguridad a no más de tres metros de altura". La mera verdad es que parece un "palo ensebado enanito".
¿En qué parte del mundo colocan cámaras de seguridad a altura mínima? ¡En Comitán!
En las demás partes del mundo las cámaras están colocadas en alturas "convenientes" y, de igual manera, suspendidas de ganchos adosados a muros de edificios, a fin de que tengan visibilidad de 360 grados.
Entiendo que los encargados de la seguridad colocaron el poste a mitad de la banqueta para tener visión circular y vigilar lo que sucede en ambos lados de la calle, pero se equivocaron ¡de nuevo!, porque está a una altura no recomendable.
Pero, bueno, no se puede pedir más. En Comitán la anarquía está instalada en todos lados.
¡No es la solución, pero por fortuna ya los peatones no tropezarán ni caerán!, lo más que puede pasar ahora es que alguien se "topetee" contra el poste al ir mirando para arriba, embobado por la cámara de seguridad, pero, bueno, esto ya será mal de "comiteco".

jueves, 21 de octubre de 2010

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL RÍO ES VIDA



Querida Mariana, Jorge nos invitaba a su rancho. Permanecíamos ahí dos o tres días. Hablo de los años setentas. La casa estaba construida al lado de la poza donde se bañaba medio mundo (menos yo, porque no sé nadar). En el amplio corredor de la casa colgaban hamacas para el descanso de los invitados. Un día, Javier y yo, que teníamos diecisiete años, nos sentamos debajo de un gran sabino, frente al murete que funcionaba como represa. Cerramos tantito los ojos y oímos el murmullo del agua al caer en cascada. Cuando abrimos los ojos hicimos lo mismo con un par de cervezas y brindamos. Estábamos en el primer sorbo cuando vimos llegar a X (en ese tiempo tenía trece o catorce años), ella bajó deteniéndose en las piedras y se sentó justo debajo del chorro maravilloso de agua. Con el agua cayendo sobre su cuerpo, ella también cerró los ojos. Tal vez se movió un poco hacia adelante porque el agua, con fuerza, sin premeditación, le bajó el sostén de su traje de baño. ¡Fue un instante! Al siguiente, ella salió del chorro y se subió el corpiño. ¡Fue un instante pero bastó para iluminarnos por siempre! Javier me vio, yo sudaba. X subió los dos metros que la separaban de la superficie, corrió y se metió a la poza donde estaban los demás jugando con un balón de playa. La vi correr sonrojada.
Desde entonces supe que la vida es la suma de instantes. A veces, la vida nos reserva instantes amargos, pero, en compensación, nos brinda esos instantes prodigiosos para los cuales debemos estar atentos. El secreto de la vida, han dicho los sabios, consiste en estar en el momento adecuado, en el lugar adecuado. Esa mañana, Javier y yo estuvimos en esa situación.
Siempre he pensado que ustedes, las mujeres, nos aventajan en prodigios. Los hombres, en la adolescencia, de pronto, advertimos que nos brota el pelo púbico y punto. No más. Lo único que nos brota son miles de granos en el rostro. Pero ¡no más! Los hombres no poseemos misterios. Crecemos tal como nacemos. Lo más que sucede es el crecimiento del pene y del vello (a algunos más que a otros). En cambio, Dios es generoso con ustedes al brindarles el prodigio del nacimiento de un par de pechitos. Veo a las niñas de doce años, las veo con sus blusas de colores y las veo con el incipiente nacimiento de esos corderillos. Ya luego, conforme las niñas crecen y crecen sus pechos, los hombres debemos imaginar el tono de esos cervatillos porque ya están abrazados por corsés. Imagino que debe ser una sensación maravillosa advertir el nacimiento de esos satélites en el universo del cuerpo. Imagino la dicha de ustedes al saber que de ese cáliz mamarán los críos y, también, los amados se refocilarán en ese manantial de miel. ¡Esa bendición, a veces, también ilumina a los hombres! Cuando una de ustedes, amorosa, generosa, se encarama sobre su amado y cabalga como fiel amazona y el par de nubes de su pecho se mueve sobre el cielo ¡Dios regala un instante de viento y de agua!
Cuando, horas después, nos reunimos para la comida, noté que X desviaba la mirada. Se sentó en un extremo de la gran mesa y platicó con medio mundo, sin vernos a Javier y a mí. Yo todavía temblaba. Sabía que debajo de esa blusa color azul permanecía latente ese pozo de luz que nos había iluminado. Recuerdo que después de la comida, Jorge nos invitó a la yerra donde marcaron y castraron a varios terneros. Al final regresamos a casa y nos sentamos de nuevo ante la mesa, jugamos “lotería”. Después de varias rondas a X le tocó “cantar” el juego. Seguía desviando la mirada, pero cuando sacó la carta de “la luna” y Jorge levantó la mano y gritó “¡Lotería, lotería, lotería!”, ella aprovechó el borlote, nos vio y sonrió. Supimos que había perdonado la osadía de nuestros ojos y ella volvió a ser la niña bonita, hermana sencilla y generosa de uno de los miembros de la palomilla.
Pd. Muchos años después, ya viejo, me dio por hacer un álbum con recortes de revistas. Compraba el Play Boy y demás revistas con muchachas bonitas y, con una tijera, recortaba el pedazo donde estaban los pechos y pegaba el recorte en una libreta. Así, después de casi quinientos recortes me volví casi casi un experto en pechitos. Ahora, cuando veo que una muchachita bonita se molesta porque el viejo de Alejandro mira sus pechos, quisiera decirle que no hago más que una comparación mental con mi álbum. Es un simple juego donde adivino que el par de pechitos que ella tiene es igual al par Y436 de mi libreta, pero sé que no entendería que todo es un sencillo agradecimiento a Dios por ese prodigio, por lo tanto dejo que me vea como un viejo perverso y sigo mi camino.

RECADO PARA ALGUIEN



Ante los conflictos del mundo esto aparece como un asunto menor, ¡pero no lo es! Los comitecos caminamos por campos que parecen minados. Además de la dificultad topográfica del entorno, las autoridades se encargan de instalar trampas mortales. Un ejemplo es el siguiente: frente a la tienda de ropa "Melody" dejaron unos tornillos que son topes para el caminante (la banqueta en cuestión está frente al parque central y frente al Teatro de la Ciudad).
Paty me dijo: "escribieras algo en el periódico, al respecto, porque la gente se cae a cada rato" (ella siempre piensa en los niños y en los viejos). Sí, dije, debemos pensar en los otros, en los que caminan este pueblo y se exponen a estas trampas mortales que las propias autoridades nos endilgan. Así que, hace dos días, robé un rato de tiempo a mi chamba y "subí" a la presidencia para ver si hallaba alguien con sentido común. El Secretario Municipal no estaba, el Presidente Municipal tampoco (claro que aunque el presidente estuviera no me recibiría porque, entiendo, él tiene cosas más importantes qué atender). Pero expuse mi preocupación a la secretaria que está en la antesala de la Presidencia y ella me sugirió pasara con el Contralor. No muy convencido porque no le miraba la relación, "bajé" a ver al Contralor. ¡Qué coincidencia!¡Tampoco estaba!, pero, igual, manifesté mi preocupación a dos secretarias que ahí estaban dándole duro a la chamba y se los encargué. Les dije: "por viditas suyas, ahí les encargo esto. Es muy simple, que alguien envíe a alguien para que con una segueta evite que más gente caiga" (una caída de estas provoca severos cambios en una vida, o en dos, o en más). Ya encarrerado, pues pasé al departamento de enfrente y, de igual manera, solicité hablar con el Director, pero ¿qué creen? ¡No estaba! Bueno, expuse mi solicitud a la secretaria y volví a suplicarle algo de sentido común. "Ustedes son el poder, dije, ustedes pueden solucionar esto con la mano en la cintura. Es una cosa tan simple". "Subí" y me topé con el departamento de Obras Públicas y pues pensé que mi petición no era un puente o una carretera, pero, con tanto albañil que ellos tienen, bien podían mandar a uno para que hiciera el prodigio. Ya no los aburro, el Jefe no estaba, pero la secretaria me envió con un funcionario. ¡Uf, por fin! Expuse mi problema (y de medio mundo comiteco), me escuchó atentamente y me dijo: "Sí, ya varios han reportado ese problema". ¡Dios, mío!, pensé, así que soy uno más de la estadística. Le dije, entonces, con mucha decencia: "¿Y por qué no han hecho caso a la demanda? ¿No acostumbran oír las demandas de la gente, del pueblo?". Me dijo que no me preocupara. Bueno, le dije, ahí se lo dejó en su conciencia (en buena onda) y salí. Un compa arquitecto me alcanzó y me preguntó si yo había dicho eso de la conciencia y le dije que sí y él, riendo, me dijo que por ahí no muy tienen conciencia. Le expliqué por qué había dicho lo que había dicho y él, también, me aseguró que no me preocupara, que procuraría la solución (no sé si él trabaja en el ayuntamiento). El asunto está en que, para la tarde, encontré la esquina como se ve en la fotografía. Alguien envió a alguien para que colocara una maceta grande. No es la solución (ahora pregunto ¿qué estarán tramando que no quitan de una buena vez los benditos tornillos? ¿Serán soporte para un mini-espectacular a media banqueta?). No es la solución, pero, estoy seguro, la gente ya no caerá con la frecuencia que caía (juro que esa mañana, el guardia de seguridad privada de "Melody" me dijo que el día anterior ¡tres personas habían caído! ¡Qué poca!).
¿Quién hizo caso a la recomendación? No sé, pero a ese alguien quiero decirle que hizo su buena obra del día, que su conciencia puede estar tranquila porque usó su posición (y no de primer nivel) para servir a la sociedad. Pareciera un acto insignificante, pero no lo es. Ahí, a cada rato, se tropezaba la gente y se caía. ¿Por qué colocan trampas mortales? No lo sé, nunca lo entenderé. Procuro usar el sentido común. Ahora, alguien (quien envió la maceta) hizo uso del sentido común y, estoy seguro, no costó mucho. Respetado alguien: ¡te doy las gracias! No iré a investigar quién sos, pero vos hiciste la diferencia de ese día y cumpliste con tu deber. ¡Que Dios te compense en la vida, de acá en adelante!

miércoles, 20 de octubre de 2010

ARENILLA PARA OMAR RUIZ GORDILLO (publicada en El Heraldo de Chiapas, el 20 de octubre de 2010)



Me da pena decirlo, pero de Omar tengo dos referentes: su hermanita Sergia fue una adolescente muy bella, y su papá tenía una funeraria. Ramiro (igual que diez o más chavos del pueblo) estaba enamorado de Sergia. Por esto, a veces, como a las siete de la noche, Ramiro llegaba a la casa y me decía: “¡Vonós a ver a Sergia!”. Yo me ponía un suéter, tejido por mi mamá, y salía de casa. Caminábamos hasta llegar frente a la casa de Sergia -la casa de Omar- y nos sentábamos en la banqueta de enfrente. Ramiro sacaba los cigarros y fumábamos, mientras el aire de La Ciénega nos helaba. Veíamos la ventana que daba a la calle o mirábamos a través del portón. A veces el universo hacía el prodigio y Sergia, como una aparición, pasaba por el patio o se asomaba al ventanal y Ramiro se paraba y adoptaba su mejor pose de galán. Yo miraba que Sergia reía y regresaba a sus quehaceres. ¡Eso era todo! Fumábamos otro cigarro y luego regresábamos a nuestras casas. El trato era que Ramiro me pasara a dejar a casa (aún cuando mi casa estaba más lejos que la suya). “Mamá, ya regresé”, avisaba y ella me servía un vaso de café con leche y dos quesadillas, con queso de hebra. Después prendía la radio y escuchaba Radio Nederland. Al otro día, Ramiro me contaba que había soñado con Sergia. Ramiro soñaba también despierto. Nunca supe si ellos llegaron a ser novios; es decir, si echaron a perder esa maravillosa relación que se daba desde la banqueta de enfrente de su ventana. Siempre pensé que esa era la relación más pura y más intensa. Muchos años después cuando vi la película “Cinema Paradiso” comprobé la certeza de mi pensamiento.
Cuando en la ciudad de México vi la película “Los Caifanes” pensé de inmediato en la casa de Omar. Recordemos que, en la película, la banda de Óscar Chávez y del talentoso actor Sergio Jiménez, con los agregados de Julissa y el hijo de María Félix, entra a una funeraria y echa relajo en medio de los “estuches”. Pensé en la casa de Omar porque ahí, un poco al estilo de Los Caifanes, Ramiro, como si jugara, encontró en el espacio del crespón negro el manto blanco de la ilusión.
Ya no me apena decirlo, porque ahora sé que Omar, también, halló en el patio de su casa (al lado de su bella hermanita y de sus papás) una vocación de vida. Actualmente es un reconocido investigador y, también, como si fuera uno de Los Caifanes, camina en la noche y busca un rastro de identidad que nos muestre el México enredado en la vida y en el tzompantli.
Omar participó en el acto celebratorio dedicado a Oscar Bonifaz, por sus ochenta y cinco años de edad. Ahí me topé con Omar y lo invité a jugar con la palabra. Yo me senté en la banqueta del frente de su espíritu y, junto con Ramiro, fumé un recuerdo de vida.

1.- ¿Padece osteoporosis el esqueleto de la Historia de la humanidad?
La osteoporosis es una enfermedad que disminuye minerales en los huesos y vuelve a éstos quebradizos. El esqueleto de doña humanidad está bien llena, ¿o vacía?, de agujeros. Pero hay dos densitometrías: la de los héroes y la de los villanos. El problema es dirimir sobre cuándo dejan de ser villanos para convertirse en héroes. La historia muestra que es cuestión de maquillar el cadáver de la humanidad, de héroe a villano y de villano a héroe. Depende del momento del diagnóstico.

2.- ¿Te has topado con algún fauno en el campo de la vida?
El fauno, popular y antiguo cada rato está cruzándose en el campo de la vida, desde su advocación agrícola al sembrar de vida mi transcurrir y desde su lado de creador de cazador, al lanzar –y atinar- múltiples flechas que han sangrado mis recuerdos.


3.- La juventud ¿es una etapa de masturbación o de turbación? ¿Por qué?
De masturbación porque en la juventud está uno turbado por aprender a vivir. Cuando la juventud se está alejando del principio vemos las delicias pasadas de la masturbación y, posiblemente al llegar a viejo ignoremos, por estar en ella, la turbación, al no tener ya juventud y tampoco más turbación.

4.- ¿Quién es más sabio: el que exalta la lengua o el que con la lengua exalta?
Es sabio el que con la lengua exalta y excita a la lengua a exaltar. La lengua es mucho más que un órgano sexual, es el vínculo entre la mente y la acción. En nuestra tierra, la exaltación por la lengua está adherida a la historia, lo mismo en hechos de gran valor como en momentos de cobardía. Sólo los ancianos son sabios, ellos callan, meditan y aman.

5.- ¿Cómo sería un calendario con días redondos?
Haría los días menos cuadrados. Sería fabuloso pues daría motivos para gozar de una tarde sin enredarse entre sus propias fechas y un convidado de agosto que podría llegar desde el invierno. Aunque también podríamos esperar que La carreta de Traven se atascara a la llegada de los Convidados de agosto, porque los días de la canícula estarían sin principio y final en la mente de los choznos. En lo particular considero que los antiguos sacerdotes mayas encapsulaban por ello los glifos, era una forma de hacerlos girar entre los dedos de la cuenta larga de los siglos.

6.- Los fantasmas de Inglaterra ¿siempre están en medio de la niebla, o son la niebla?
Son la niebla misma, aparecen y desaparecen entre la bruma, se descuelgan de las sombras y se funden en la noche. Pero estoy seguro que son de niebla porque cuando chocan con mis ojos se vuelven lágrimas y seguro estoy que se han metido en mi mente a jugar con mis propios fantasmas chiapanecos.

7.- Quien practica el Quietismo ¿qué le dice la frase: "El que madruga Dios le ayuda"?
Aclaro: yo no soy quietista. Soy acción aunque luego me arrepienta y, ya que lo dijo Jean Paul Sartré, lo retomo “el hombre no es más que su vida y el conjunto de sus actos”. Por lo tanto la frase "El que madruga Dios le ayuda" me lleva a considerar que el verbo madrugar se conjuga con la divinidad y se contradice en su propia solicitud de movimiento que, para el quietista le imposibilita pues si madruga se mueve y si se mueve al interior de él mismo su paz interior se agita al constatar que los demás pueden hacer lo que él no puede.

8.- ¿Qué tan salado es el MAR-Tirio?
Mucho, tiene su propia adición de sal, y las olas que provoca la marea y la rotación de la tierra, entre otras leyes físicas que influyen en la naturaleza, erosionan mucho más que los lagrimales de las costas que, por algo, han preferido ser, o tierra, o mar, o cielo o lugar donde se ocultan los poetas.

9.- Quien está en una cueva ¿puede ver luz, no en la superficie, sino en el interior?
La cueva es lo de menos, la luz no se ve desde fuera sino desde dentro. Depende de que tan apretados se tengan los ojos del alma.

10.- Los Pulcros ¿qué clase de insectos prefieren?
Los impolutos, de esos que siempre estarán ahí sumergidos en su anonimato, sin destacarse como los piojos blancos del sombrerón, la araña, el coco, los de nagüita. Posiblemente también prefieren las nigüas porque han de pensar que al tener comezón en las plantas del pie van a encontrar dinero tirado y bastará con una leve reverencia para ser más ricos sin ser menos pulcros.

(J. Omar Ruíz Gordillo nació en Comitán, Chiapas, en 1955. Es arqueólogo, tiene una Maestría en Arquitectura y el grado de Doctor en Historia. Es investigador del INAH. Su trabajo lo ha llevado a viajar por varios países, publicar libros de arqueología y literatura y disfrutar de la soledad del campo por los rincones de los estados de Chiapas, Veracruz y Puebla).

martes, 19 de octubre de 2010

lunes, 18 de octubre de 2010

AGUA DEL RÍO

Con un abrazo para Julia Alicia Castellanos y Memo del Castillo,
por sus treinta años de matrimonio.


Hablo de los años setentas y ochentas. No soy aficionado al fútbol, pero este deporte es referente para mi vida. Recuerdo que en 1970 tenía trece años y, como medio mundo, deseaba oír o mirar el Mundial que se celebró en México; ya luego fue el Mundial de 82. Nunca aprendí las alineaciones de los equipos, pero recuerdo, por ejemplo, al Cuate Calderón, quien era el portero de la Selección Mexicana de 1970. Sé que las muchachas bonitas de mi generación también lo recuerdan porque actuaba en fotonovelas. Las fotonovelas, en ese tiempo, eran muy leídas y muchos actores famosos intervenían en ellas. En Comitán fue un acto relevante el arribo de un equipo técnico que realizó una fotonovela acá. El parque y demás locaciones se llenaron de gente, así como ahora la gente se arremolina para ver a la Paty Chapoy o al Origel. Alejandra Peniche fue la actriz principal de aquella fotonovela de los años setentas. ¿En dónde anda ahora esa actriz que nunca alcanzó alturas de primer nivel? En esa fotonovela actuaron varios actores locales. Lety Pinto tuvo una ligera participación en esa fotonovela, ella participó años después, al lado de uno de los Almada, en la película “La banda del carro rojo”.
Hoy, entiendo, las fotonovelas, así como las radionovelas, son cosa de la prehistoria. Hoy, Cuauhtémoc Blanco actúa en telenovelas. Debemos estar muy mal en el país, porque Calderón era un buen jugador y era guapo. El “mochilita” es pésimo jugador, feo y, sin duda, resultará mal actor. Pero, bueno, la televisión mexicana es fiel reflejo de la mediocridad que campea en nuestra sociedad. La televisión domina al mundo. Bill Gates dice que pronto el celular será el sustituto de la pantalla televisiva, pero mientras ese instante llega, la televisión sigue apretándonos el cuello y conduce nuestro intelecto por sus caminos, que a veces están llenos de fuegos de artificio.
Hablo del año 1980, año en que Julia Alicia y Memo se casaron. Del tiempo en que el Internet ni siquiera formaba parte de nuestros más alocados sueños; de cuando el celular no era ni proyecto. En ese tiempo el cielo era más azul que ahora y el futuro era un árbol muy alto. Hoy, pareciera, ya alcanzamos la fronda de ese árbol y, pronto, muy pronto, quedará debajo de nuestras nubes. Cuando Julia Alicia y Memo se casaron el agua del río era clara, transparente. Uno se sentaba en la orilla de los ríos y metía los pies y los pies eran como peces sin ruta predestinada. Tal vez por esto cuando uno decía algo esa palabra era ley. Tal vez por esto ahora esta pareja de amigos cumple ¡treinta años de casados! Una vida, intuyo, no exenta de problemas, pero, a la vez, llena de luz compartida. Una vida que ha sido como una de esas ventanas de las fincas del siglo pasado, esos ventanales que fueron hechos con buena madera y que, sin importar algunas huellas de polilla, siguen enhiestas cumpliendo su encargo de servir de acomodo para ver el horizonte, para soñar con los atardeceres y para, en las noches oscuras, ver las estrellas.
Escribo de los años setentas y ochentas, de cuando las novelas podían ser contadas a través de fotos; un tiempo en donde las nubes no nos parecían tan altas porque los cielos no eran tan altos. Escribo de cuando “la ola” en los estadios no era práctica común; de cuando el público no insultaba al portero (cuando más al árbitro). Escribo de cuando las enredaderas no se enredaban a lo tonto, sino a través de un plan definido. Hablo de cuando Memo y Julia Alicia formularon deseos que hoy siguen estando en la mano de Dios. Hablo de todos esos hombres y mujeres que han hecho votos de lealtad y siguen juntos a pesar de los huracanes y de los deslizamientos de la tierra y del espíritu. Escribo en estos tiempos de otros tiempos que también son estos tiempos. Escribo ya muy lejos del Mundial del 70 y del 82; escribo en la antesala del Mundial de Brasil, en 2014, porque no soy aficionado al fútbol, pero siempre acudo a él para encontrar las coordenadas del recuerdo.

domingo, 17 de octubre de 2010

UN POCO MÁS ACÁ DE POTOLONGO

Con respeto para Marvin Arriaga, como agradecimiento por
la invitación que me hizo, en el programa de radio de Miguel González Alonso,
para comer un pan compuesto en “El foquito”.



Rodolfo Castellanos me envió un correo: “Mandalos más allá de Potolongo”, dijo. ¿A quiénes debía enviar más allá de Potolongo? A dos o tres funcionarios de una institución cultural chiapaneca, quienes me hicieron una travesura (léase Coneculta-Chiapas). Luego, Rodolfo aclaró: “Potolongo está cuarenta millas más allá de la chingada”.
Cuando éramos niños, mi abuela Esperanza platicaba con los nietos y decía que en el inicio del Arco Iris estaba enterrado un tesoro. Mis primos soñaban con llegar a ese lugar, ¡yo no! Yo quería ir más allá de ese mítico espacio. Mi abuela me regañaba: “¿Para qué querés ir más allá? ¡No hay nada! ¡Más allá todo es tierra igual que acá!”. Pero yo no lo creía. Yo pensaba que el territorio más allá del Arco Iris era una tierra llena de reflejos dorados, un poco como el círculo concéntrico que se magnifica alrededor de un resplandor. ¿Lo ven? El tesoro enterrado era una nimiedad ante la vastedad dorada del entorno. Si mis primos regresaban con una olla llena de monedas, yo regresaría con una serie de láminas enormes con el reflejo del oro. ¿Qué es más importante: llevar el Sol entre las manos o la luz del Sol en medio del corazón?
Siempre creí que “la chingada” era el último lugar de la tierra; es decir, finis terrae. Pero un día de estos un compa mandó a otro “una cuadra más allá de la chingada”. ¡Ah, qué atrevimiento! Pero, ahora, Rodolfo revela que existe Potolongo, un vasto territorio cuarenta millas más allá de la chingada. ¿Qué hay más allá de Potolongo? ¡Ya nada! Rodolfo ha descubierto, ahora sí, el pozo del fin del mundo. Y, claro, con esto, ha dignificado el lugar a donde van a parar los hombres y mujeres irrespetuosos. Porque, sin duda, es menos vergonzante decir “¡Vivo en Potolongo!” que aceptar: “¡Me mandaron a la chingada!”.
Por supuesto que Rodolfo y yo somos hombres de buena cuna y nos resistimos a enviar semejantes a Potolongo, por quítame estas pajas. Cuando no queda más, el envío no lo hacemos por “Estafeta”; lo hacemos por tren, en esos maravillosos carros promovidos por Porfirio Díaz, ex presidente de la República, que, ahora entiendo, millones de mexicanos mandaron a Potolongo, por irrespetuoso. Nosotros, los bien nacidos, invitamos a nuestros ofensores a subir al tren de las diez a fin de que el viaje sea lento, no por hacer más intenso el sufrimiento, sino por la posibilidad de que antes de llegar a ese octavo círculo del infierno de Dante Rodolfo Castellanos tengan la oportunidad del arrepentimiento. A veces los maldosos se convierten en buenos hombres ante el soberbio paisaje lleno de aire, bosques y precipicios enormes en cuyo fondo se mueven hilos de agua. A veces, los maldosos se dan cuenta que desde arriba el caudaloso río no es más que un simple hilo de agua y entienden que lo importante de la vida es bajar de las nubes donde están trepados para darse cuenta que todo hombre, por sencillo que sea, también es un río.
Millones de mexicanos quisieran enviar a Potolongo a muchos funcionarios de los niveles federal y estatal; a todos esos individuos que se creen superiores a los demás; a quienes los ofenden con actos de corrupción y de prepotencia; a quienes abusan de su puesto; a quienes desvían los recursos destinados para erradicar la pobreza. Pero nuestro pueblo es un pueblo de bien nacidos y no los manda directamente a Potolongo; los envía a la chingada, que ahora resulta ser una antesala menos indigna. Los manda por tren por ver si, al respirar aire puro, su corazón es tocado y los conmueve el milagro de la expiación.
Siempre es mejor caminar con rumbo al Arco Iris, no para encontrar el tesoro, sino para mirar esas montañas que embeben los reflejos donde nace esa osadía de síntesis de color.
Pero, bueno, si alguien insiste y sigue terco en su vocación innoble de ofender al prójimo de manera gratuita, siempre existe el recurso de enviarlo a Potolongo, sin boleto de regreso.

martes, 12 de octubre de 2010

EL MURO DEL AIRE

Con un abrazo a César Guillén Caballero y su esposa, por traerme vientos de Europa.


César y su esposa viajaron a Europa. Tardaron un mes, en plan vacacional. A su regreso, César me dijo: “Ya no quería regresar”. ¿Quién quiere abandonar esa burbuja llena de pausas sorprendentes? Conozco a un compa cuyo deseo es ganar la lotería para viajar por todo el mundo por toda la vida. Yo, que no he viajado más allá de Chacaljocom (una ranchería a ocho o nueve kilómetros de Comitán), siempre me emociono cuando alguien me platica de las ciudades europeas. Como niño interrumpo y pregunto: ¿y hay librerías de viejo?, ¿es cierto que las muchachas bonitas están expuestas en vidrieras que dan a la calle?, ¿a qué saben las nubes que juegan frente a la Torre Eiffel?, ¿qué padrenuestro se reza ante Notre-Dame?
A César iba a preguntarle si en Praga el cielo también es azul cuando él abrió su portafolio y me entregó un sobre. “Es para ti”, me dijo. Era (¡es!) un fragmento mínimo de El Muro caído, de Berlín. Me emocioné. Digo, para alguien que no ha pasado de Chacalcojom resulta grato tener algo histórico de un lugar tan pero tan distante. El fragmento tiene algo que es como la huella de un grafiti, la mancha es de color rojo. César advirtió la imposibilidad de certificar la autenticidad del suvenir, bien puede ser el pedazo de cemento de cualquier edificio en ruinas.
Llegué a casa con el fragmento y lo coloqué en la repisa (aún emocionado). Me senté, prendí la televisión y mientras en el noticiario daban la noticia de la explosión de una granada en una plaza pública mexicana, pensé en El Muro. ¿Cómo, los seres humanos, hemos ido diseñando nuestro Museo de Los Horrores?
Ahora, en casa, tengo un fragmento del horror del mundo, porque este pedazo de muro está lejos de los papalotes que juegan los niños, muy lejos de esos muñecos maravillosos que se llaman alebrijes. Este pedazo de mundo es el recuerdo permanente y brutal de la brutalidad que rodea al hombre. Sé que César intentó tenderme su mano de amigo con este recuerdo, pero al tender la mano algo como una mariposa negra apareció.
Paty me dijo: “¡Ni lo intentés!”. Y es que yo deslicé la idea de completar la caída de El Muro, con la ayuda de un martillo haría polvito el fragmento, pero Paty dijo que no es correcto. “¿Sabés a cuántos les trajo un cariñito?”. Lo sé, lo sé, César me eligió dentro de sus consentidos para tener un recuerdo de su viaje. Pero (a Paty le dije) si vuelo y te traigo una nube, no quiere decir que tengás que conservar la nube adentro de un congelador para que no se deshaga. Lo importante del afecto es el aire que deja el globo cuando lo echamos a volar.
No lo haré polvito. Ayer imaginé otro juego: César realizó un viaje espacial y cuando regresó me dijo: “Alejandro, te traje un fragmento lunar”. El fragmento tiene un cierto tono rojo (¿será que César se confundió y, en realidad, voló a Marte y este fragmento es prueba fidedigna de ello?). Lo que tengo ahora en casa es un fragmento de roca estelar.
Hace muchos años vi una película mexicana donde aparecía El Muro. Era triste ver aquella serpiente dividiendo el mundo.
Paty escondió el martillo. Fue un exceso. ¡No me atrevería! Además el obsequio sólo fue para decirme: “¿Sabés, Alejandro? ¡El muro ya cayó! ¡Te traje la prueba!”.
¡Dios mío, hay piedras que pesan más que rocas, más que montañas!

domingo, 10 de octubre de 2010

CONJUROS

Con un abrazo respetuoso para los poetas Balam y Yolanda Gómez, por haber obtenido
el segundo y tercer lugares, respectivamente, del Premio Estatal de Poesía.




La periodista Sandrita de Los Santos me hizo una entrevista en 2008. Entre otras cosas me preguntó qué me desagradaba del oficio de escritor. ¡Nada!, respondí. Hoy respondo igual: no me desagrada algo de mi oficio, me desagrada lo que rodea al oficio del escritor. Escribo para publicar y publicar libros significa tocar puertas y esto no va conmigo, porque, en ocasiones, sobre todo en oficinas gubernamentales, tal empresa exige soportar tratos indignos. Dije, en 2008, “Dios me libre hincarme ante los Semidioses de Coneculta-Chiapas” para solicitar el apoyo en la publicación de un libro.
En ocasiones, cuando algún lector generoso me pregunta dónde puede hallar libros míos yo le explico que no existen. No es carencia de obra (he publicado dos o tres librincillos caseritos, uno con una selección de cuentos y otro con una novelita corta que es un texto muy sencillo); no existen porque no he estado dispuesto a someterme a la prueba indigna y no tengo paga para hacer una digna edición de autor.
No revelo ningún secreto si digo que Coneculta-Chiapas publica a los recomendados; a los amigos; a los que amenazan con hacer una huelga de hambre frente al Palacio de Gobierno (¡esto es cierto!, un poeta hizo la finta y antes de que llevara a cabo su plan le prometieron publicar su libro). Publican, después de mil antesalas (¡Dios mío!), a quienes soportan malos tratos y casi casi se ponen de alfombra para que los coneculteros pasen por encima. Pero, por fortuna para los escritores, deben publicar las obras que son premiadas en concursos a que ellos convocan.
Yo no soy recomendado de alguien poderoso; no soy amigo de algún poderoso; no se me da eso de “treparme a la cruz”; ni tampoco me gusta ponerme de alfombra. Por esto no tengo libros publicados.
Claro, en este momento, alguien puede objetar: “¿Y qué tal que no te publican, vos, porque tu obra es mala y no merece la gloria de la prensa?”. ¡Cierto! Por esto, a veces, someto mi obra al juicio de un jurado y participo en concursos a nivel estatal. Si un jurado de expertos no me elige entiendo que mi obra necesita una revisión, pero cuando el jurado me concede un premio mi obra recibe el aval. Ahora mismo estoy en esta situación (y esto me da mucho gusto porque un libro mío se publicará y no tendré necesidad de “pedir favor”). Sin solicitarlo, el favor ya me lo hizo el Jurado del Premio Estatal de Poesía Enoch Cancino Casahonda 2010, al conceder la Mención Honorífica al libro “Conjuros” y recomendar a la institución convocante (léase Coneculta-Chiapas) la publicación del mismo. ¡Uf, qué alivio! El jurado leyó mi trabajo y consideró que tiene cierto valor y bien puede llegar, en forma de libro, a las manos de mis lectores, quienes, generosos, siempre me preguntan por qué no encuentran libros míos en las librerías.
Uno de estos días tendré la satisfacción de decirles que el libro “Conjuros” estará a disposición en los múltiples puntos de venta que la institución tiene dispuestos en todo el estado de Chiapas y en otros lugares.
Me da gusto que así suceda. Al lado del libro merecedor del Premio y del libro con la obra de la poeta Yolanda Gómez Fuentes, aparecerá el librincillo con mi obra. ¡Ya el lector decidirá si, en efecto, alguna luz contiene mi escrito! Yo espero que sí. Siempre he dicho que soy consciente de mis limitaciones y nunca he escrito un texto deslumbrante, lo mío, lo mío (como dijera Chedraui), es el brillo de un cerillo que sugiere un camino para hallar la luz.
Dios es generoso conmigo y evita que yo me hinque ante los Semidioses de Coneculta-Chiapas. Envió un ángel para que en mi nombre le recomendara la publicación del librincillo. ¿Qué más? ¡Nada! Sólo repetir el verso de Sabines: “¡Que Dios bendiga a Dios!”.

viernes, 8 de octubre de 2010

LOS CULTOS MÁS INCULTOS

Era martes, cinco de la tarde, y Chiapas era en “El Cosmos lo que una flor al viento”. Estaba tranquilo en casa cuando recibí una llamada telefónica. Un funcionario de Coneculta-Chiapas me notificó lo siguiente: el Jurado del Premio Estatal de Poesía Enoch Cancino Casahonda 2010 había concedido una Mención Honorífica a la obra literaria que sometí a concurso. ¡Me dio gusto la noticia, por supuesto! Acto seguido el individuo me invitó a estar presente el día miércoles, a las cuatro de la tarde, en el auditorio del Centro Cultural Jaime Sabines, de Tuxtla; lugar donde -aseguró- me entregarían un diploma y un paquete de libros.
“Sé atento”, me dijo mi mamá. Ella me conoce y sabe que no me gusta abandonar mi pueblo. Yo estaba tranquilo en casa. “Si te están invitando, debes ir”, dijo mi mamá, con la corrección que siempre la acompaña. Pensé que mi mamá tenía razón: debía ser humilde y corresponder con mi presencia a la invitación del individuo atento.
El miércoles pedí permiso en el trabajo y fui a la Central a tomar el autobús, pero (¿fue presagio de lo que estaba por ocurrir?), la señorita de la taquilla me dijo que jamás me había asegurado por teléfono que la corrida de las doce y cuarto saldría a Tuxtla.
No me quedó más que caminar a la terminal de los autotransportes “La Angostura” y treparme en una suburban guajolotera. Eran las doce del día. A las tres de la tarde, después de haber tolerado más de mil baches y treinta y dos enfrenones súbitos, y con las costillas un tanto desacomodadas, oí que un pasajero decía: “y falta la parte más dura”. “Sí, contestó otro pasajero. Hay tanto hoyo que acá asaltan en la noche”. Me enteré que el autobús había tomado un camino alterno porque el paso por la Presa de La Angostura estaba limitado. Así fui a parar a Villa de Acala (ahora sigo viendo el mapa del estado para comprobar por dónde anduve). Llegué a Tuxtla justo a las cuatro de la tarde. El chofer me dijo que no me preocupara, “El Sabines” está a cuatro cuadras de la terminal de esos transportes. Caminé y a las cuatro con cinco entré al Centro Cultural. ¡Por fin! Entré con buen ánimo, a ser testigo del acto celebratorio donde se entregó el Premio Estatal de Poesía en homenaje a Enoch Cancino. Los de seguridad comprobaron que sólo llevaba una chamarra adentro de la mochila y me permitieron entrar al auditorio luminoso lleno de gente. Me presenté con el individuo atento que me había hablado un día antes y él instruyó a una edecán me acompañara al asiento (la muchacha bonita me pidió que no bajáramos tan de prisa porque tenía zapatillas nuevas y… la tomé del brazo y entonces yo fui el edecán que la ayudó a bajar). Otro individuo atento me preguntó qué hacía ahí, le dije y me asignó un asiento en la primera fila. Llegaron los miembros del Jurado, saludé a cada uno de ellos (tengo la suerte de ser su amigo) y me disponía a cruzar la pierna y soltar mi cuerpo en el asiento cuando el individuo atento se acercó y me dijo que no me correspondía estar en la primera fila (yo entendí, lo mío era una simple Mención Honorifica), me pasó a la segunda fila y me dijo (con la corrección que sin duda siempre lo caracteriza): “No se mencionará su nombre y no le entregarán el diploma”.
¿Qué? Entonces, a punto de perder la corrección que mi mamá me injertó, iba a decirle que yo estaba tranquilo en casa cuando él me invitó para asistir. A punto de decirle: ¿Para esto me hizo venir a Tuxtla, para faltarme el respeto en el patio de mi cara? Pero no podía portarme con la misma falta de respeto con que ellos (ahora sí ya no era sólo el individuo atento, sino la institución completa) me trataron.
Por esto ahora pienso que gané una Mención sin mención. El acto transcurrió conforme “lo planeado” por ellos. Yo caí en el juego de estos incultos promotores de la cultura. No lo tomé como una afrenta personal, sino como una prueba más de la soberbia con que Coneculta-Chiapas trata a los creadores, para ellos no somos más que una absurda pieza en el ajedrez de sus intereses y perversiones. ¡Pobres de aquellos que deben someterse a un trato indigno cuando solicitan algún apoyo justo para el fomento de sus creaciones!
Al término del acto, un afecto me invitó un café. Al lado de ella me reconforté con la vida. ¡Sólo eso faltaba, que los incultos coneculteros echaran a perder mi tarde!
A las siete trepé a un taxi, fui a la Terminal de la OCC y, a las siete y media, abordé el camión para regresar a mi pueblo. Llegué a las once con veinte a la casa. Tomé un vaso con avena y leche de soya. “¿Cómo te fue?”, me preguntaron en casa y respondí ¡mal!, me ignoraron. No entiendo para qué me invitaron si me iban a conceder ese trato grosero.
Pero, bueno, la vida continúa. Me metí a dormir, ya a las doce. Quince minutos después (¡cuarenta y cinco minutos para la una de la madrugada!) sonó el teléfono. Adormilado respondí. ¡Era el individuo atento de Coneculta-Chiapas! ¿Qué? ¡No puede ser -pensé- estoy metido en una pesadilla! “Lo esperamos mañana jueves, a las once de la mañana, para entregarle el diploma”.
¿Qué?
El jueves desperté a las seis de la mañana y pensé que todo había sido un mal sueño, pero a las seis y media, el individuo atento volvió a marcar el número de casa, para corroborar la atenta invitación. Me esperaban a las once de la mañana. Le dije que ¡por supuesto! no asistiría y el mal trato ya me lo habían dado. ¿No les había bastado con pisotear mi dignidad una vez? ¿Debía ir de nuevo a Tuxtla para postrarme ante sus majestades? No, digo, el precepto de Jesús de la otra mejilla no aplica cuando el de enfrente es un perverso.
Y hasta acá la historia. Ahora estoy tranquilo en casa y Enoch me recuerda que “Chiapas es célula infinita que sufre, llora y canta”. ¡Cantemos pues!

miércoles, 6 de octubre de 2010

TIEMPOS PARA HACER OTRA COSA


Con un abrazo para Dámaris Disner, por un cumpleaños lleno de luz.



Ha sido mi peluquero desde niño. Ayer, mientras me colocaba la cinta de papel higiénico alrededor del cuello dijo: “En estos tiempos ya no se hace dinero”, luego amarró “el babero” y me platicó de las oportunidades de los años cincuentas y sesentas.
En estos tiempos ya no se hacen muchas cosas que antes sí. ¿Quién -digo yo- escribe un poema que aprende de memoria el pueblo? Bueno, ya hasta el saludo extraviamos. Antes uno salía a la calle y, con el sol apenas trepado sobre el horizonte, la gente decía ¡buenos días! Los actos mínimos de caballerosidad también se han perdido. ¿Qué galán está dispuesto a ceder a su chica el control del televisor, el domingo a las doce del día?
“Sólo los que se dedican a hacer cosas malas hacen dinero ahora”, dijo el maestro, mientras el babero blanquísimo atrapaba las arañas pachas peludas que saltaban de mi cabeza. Al peluquero nunca le he preguntado por qué a sus clientes nos coloca una cinta de papel higiénico alrededor del cuello.¿Algo subliminal nos injerta mientras nos rapa?
“…y el relámpago verde de los loros…” la gente declamaba. Hoy ya no. “Los caballos eran fuertes, los caballos eran ágiles…” nos enseñaron en la escuela y ahí andábamos por todos lados recitando los versos de Santos Chocano. Mientras los papás trabajaban, mientras el maestro peluquero rapaba a medio mundo y hacía su colchoncito económico, nosotros, los niños, íbamos al puesto donde alquilaban las revistas de monitos. Los monitos también desaparecieron, hoy todo mundo lee cómics y asiste a Congresos donde encuentra a sus personajes de ficción metidos en el disfraz de actores de cuarta. Nosotros creíamos que, como lo decían en la radio, “en el papel de Kalimán” actuaba “¡el propio Kalimán!”.
Tal vez algo del mundo cambió cuando nos enteramos que Luis Manuel Pelayo hacía la voz de Kalimán en la radio y un actor canadiense Jeff Copper lo interpretaba en cine.
Antes de tal decepción, el cine también daba para hacer dinero. El dueño de los cines en Comitán hizo mucha paga, hasta que un día, sin aviso, la gente dejó de acudir y las salas se vieron vacías. El dueño hizo todavía su último esfuerzo, exhibió películas pornográficas, pero esto también cayó en la rutina y sólo los viejos perversos permanecieron fieles a su vocación. Pero mantener las ganas insatisfechas de diez o veinte viejos no es negocio, así que un día las salas cerraron y el pueblo se quedó sin cines. Casi estoy a punto de decirle al maestro peluquero que el fracaso económico de estos tiempos lo predijo la ausencia de “calientes” a las salas de cine, pero me callo.
Ahora ya no se hace dinero con la facilidad de antes. Hoy cuesta mucho trabajo escribir un poema que la gente recite de memoria. Los poetas, actualmente, escriben breves líneas cuidadísimas envueltas en celofán. Todo es como muy plástico, por esto ahora el dinero (¡el dinero, aquél que estaba representado en monedas de oro o de plata!) ya no pasa por nuestras manos. Cada quincena me avisan que el departamento contable ya depositó y yo, alelado, saco mi tarjeta de débito y con ella pago en Aurrerá los objetos que compro.
Ya José Alfredo desapareció, asimismo Agustín Lara está extraviado. Sabines también ya no está para dar la receta o para decirnos, cuando menos, que no hay receta. Todo mundo advierte que ahora es muy difícil hacer dinero, apenas vamos sobreviviendo, apenas vamos recitando algunos versos de canciones sosas.
“¡Listo!”, dijo el peluquero y con un cepillo eliminó algunos cabellos enredados en el cuello de mi camisa. Le pagué los cincuenta pesos y salí. Tiene razón. ¿Quién va a hacer dinero si el trabajo apenas da para sobrevivir? ¿Una cinta de papel higiénico alrededor del cuello? ¿Nunca encontró un sustituto para evitar que el pelo entrara por el cuello de la camisa? ¡Caray, llevo años y años soportando el papel higiénico sobre mi cuello cuando la lógica demandaría que este papel debería estar en otro lugar! ¡En fin, ya no es posible hacer cosas que antes sí se hacían!

lunes, 4 de octubre de 2010

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL UNO PUEDE SER DOS

Querida Mariana, ¿qué hay detrás de la sombra? Hay muchas cosas en la vida sin explicación racional.
¿Te acordás de la niña que “aparece” en el sitio de la casa? A mí nunca se me ha aparecido y vos tampoco la has “visto”, pero esto no disminuye la fortaleza de la leyenda. Muchas personas aseguran su existencia. Una existencia en un plano diferente a esta dimensión. Tu sobrina sí la vio. Ella entró a orinar y su papá la esperó afuera, tu primo oyó la plática de su hija y sus carcajadas, cuando salió el papá le preguntó con quién platicaba y ella le dijo que con una niña sonriente. A tu primo se le hizo rara la presencia de una niña sola en el baño, entró y no halló a alguien. Cuando salió, la hija le dijo: “Ahí está, ¿no la ves?”, el padre se volvió y no vio a alguien. Regañó a tu sobrina por fantasiosa, pero dudó cuando el dueño actual de la casa contó la leyenda de la niña sonriente. Los rasgos del fantasma coincidieron con los rasgos de la niña vista por su hija.
La niña se “aparece” de vez en vez. Quienes la han “visto” sienten un temblor helado sobre la espalda y pierden el habla momentáneamente. Cuentan que la niña sonriente se “desprende” de la pared cubierta con la enredadera, flota sobre el patio y se “esconde” en la otra pared.
Ayer, Mariana, me contaron la historia de esa casa. La historia da sustento a la leyenda. En esa casa vivió un señor que trabajaba como cobrador del agua potable. Una de las hijas del señor, la más joven, se embarazó sin haberse casado, esto le ocasionó el rechazo de toda la familia. En el Comitán de antes era “pecado capital” ser madre soltera. La familia encerró a la embarazada, a piedra y lodo, para evitar la vergüenza social.
El veinticuatro de septiembre era la fecha de cumpleaños de la mamá. Ese año, como los anteriores, hicieron un pachangón donde invitaron a todos sus allegados. A la hija embarazada la encadenaron al tronco de un árbol de aguacate, sembrado en el centro del sitio. Mientras la marimba sonaba galán en el patio de la casa y los invitados bailaban y bebían, la embarazada recibía las gotas pesadas de un proverbial aguacero. Cuando los invitados se retiraron, los dueños de casa reunieron todas las sobras de la comida y el papá dijo: “Llévenle a esa perra para que coma”.
En el mes de octubre, la mujer dio a luz en el Hospital General. La anemia y los malos cuidados provocaron su muerte. A los pocos minutos la recién nacida también murió. Cuentan que a las dos las enterraron en el mismo cajón.
Los enterados dicen que el fantasma de la niña sonriente no puede ser la recién nacida porque los espíritus no crecen. Pero, en la dimensión del misterio todo es posible. El árbol de aguacate ya no existe. El dueño actual lo tiró para construir una biblioteca y un jardín. No obstante, la niña sonriente siempre se aparece por ese espacio. ¿Busca los ecos de la marimba, enredados en su memoria cuando los escuchó adentro de la pancita de su mamá? ¿Busca su infancia extraviada? ¿Vive la vida que le arrebataron? ¡Yo qué sé, Mariana! ¡No sé algo! ¡Nunca lograré saber la esencia de ese misterio!
No creo en los fantasmas. Creo en la existencia de otras dimensiones, espacios donde hay otro tipo de existencia. Por esto, a veces, la energía de esos otros espacios se cuela a esta dimensión y nosotros, a falta de una mejor explicación, nombramos como fantasmal la aparición de algo tan real como nosotros mismos.
Pd. Por si las dudas, cuando voy a esa casa y llega la noche, procuro no caminar donde está el jardín y la biblioteca. Disfruto la casa de día. Busco en medio de la enredadera algún indicio de luz, pero nunca he visto algo fuera de esta realidad, ¡nunca!

viernes, 1 de octubre de 2010

POR LOS ANIMALES

¿OTRO LIBRO DE HISTORIA?

Jorge Martínez me obsequió su libro más reciente: “Historia de Chiapas. Una larga caminada en busca de la tierra sin males”. Yo, que soy un maleducado, antes de agradecerle el gesto le pregunté ¿por qué otro libro de Historia de Chiapas? El sonrió, indulgente, ante mi osadía y dijo que un día pensó en la necesidad de tener una Historia al alcance del pueblo y como no lo halló en las librerías se puso a escribirlo. Este libro no es para eruditos, es una mirada sencilla que pretende desbrozar lo complejo de nuestro entramado social.
Ya le di una vuelta al libro y comprobé lo dicho por Jorge. Su exposición es clara y con un objetivo bien definido. Ante la coexistencia de los dos proyectos históricos que transitan entre el Colonialismo y el Capitalismo él asegura la factibilidad de un proyecto alternativo, un proyecto vinculado con otro mundo posible, uno donde se satisfagan las necesidades básicas humanas de una manera digna.
Nunca está de más repasar los hechos históricos de esta tierra; nunca de más recordar que Chiapas es un estado que ha relegado la cultura y espiritualidad indígenas sin reconocer el sustento basado en dichas premisas.
Jorge no oculta sus filias, él es un hombre comprometido con los pueblos indígenas. Su ficha biográfica revela que lleva más de 30 años trabajando con indígenas en Chiapas y Centro América. El objetivo de su libro más reciente es el de otorgar elementos de reflexión acerca de nuestra Historia, un poco como si él mismo afirmara aquello de que quien no conoce la Historia está condenado a repetir los errores. Si la gente de a pie (quien no es analfabeta) tiene conocimiento del camino seguido por la Historia en Chiapas tendrá elementos para definir su futuro. Porque, parece una utopía pero no lo es, el destino de nuestro estado no está en las manos de los poderosos sino en las manos de quienes día a día van construyendo el futuro.
La faramalla televisiva llamada “Iniciativa México” ha tenido un aspecto positivo: ha mostrado al país que si éste funciona es por los cientos de iniciativas de la sociedad civil. El país aún continúa de pie, gracias al esfuerzo de gente anónima.
Sabines, el poeta, dice que: “El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable”. A su modo, Jorge Martínez nos hace ver que la codicia de los poderosos es la afrenta más fina, la más temblorosa, la más insoportable. Debe haber “otro modo de ser”, tal como planteaba Rosario Castellanos, un modo en donde tengan cabida todos los pueblos y cada uno conviva con el otro a través del único modo que es posible: la dignidad.
¿Otra Historia de Chiapas? Siempre harán falta las otras miradas, las que ven más allá de la simple escenografía; siempre serán necesarias las miradas que se atreven a ir detrás del escenario para ver qué luces y sombras hay detrás de esa puesta en escena estilo Hollywood.
Puedo ser un maleducado, pero no un malnacido. Ahora, entonces, a Jorge le agradezco su gentileza al obsequiarme su libro. Fue como si pusiera en mis manos un grano de maíz, como si el hombre fuera de barro pero pudiera invocar el aire.