lunes, 30 de octubre de 2017

CARTA A MARIANA, DESDE LA ORILLA DE UN DOMINGO




Querida Mariana: Mi mamá y yo fuimos al panteón. Fuimos a dejar flores en la tumba de mi papá. El viaje fue como seguir la ruta de las presencias y de las ausencias. Siento algo extraño cuando digo: “Fui al panteón”. Otra cosa es decir: Fui al estadio, fui al antro, fui a la escuela, fui a la playa, fui al templo. Los últimos espacios hablan de vida.
Le hicimos la parada a un taxista. “Llévenos al panteón”. Suena extraño decir: “Al panteón”. El taxista escuchaba música de banda. “¿Le puede bajar volumen a su radio?”, pedí. El chofer atendió mi petición, pero vi que su cara se arrugó como se arrugan las hojas de betabel cuando se secan.
El taxista nos dejó frente al local donde venden flores. En cuanto bajamos escuché que le subió volumen al radio. “Son cien pesos”, dijo la mujer que nos despachó. Mi mamá le pidió a la mujer que cortara el tallo a los ramos de flores, para que los tallos no estuvieran tan largos y cupieran en los floreros al aire libre que tiene la tumba de mi papá. Porque donde reposa mi papá no tiene capilla, es como una mesa a cielo abierto, para que quien quiera se pueda sentar o trepar, sin mayor problema. La mujer decía que sí, pero no hacía el corte, extendía la mano y recordaba: “Son cien pesos”. Pagué. La mujer entonces hizo los cortes.
“¿Algún trabajo?”, dijo el hombre que estaba a la entrada del panteón. Vi a cuatro hombres que, en cuclillas, ofrecían sus servicios, por si algún propietario necesitaba limpieza, arreglo o pintada de tumba. Recordé a doña Lolita Albores que contaba que antes, los padres de estos hombres, ofrecían sus servicios diciendo: “¿Se lo limpio, se lo blanqueo?”. Un poco al estilo de mi amigo Fer, que el día de la presentación de ARENILLA-revista, muy amable me ofreció: “Cuando querás una tocada”. Él es un guitarrista excelente y, muy generoso, me ofreció tocar en algún acto, de pura cortesía. Pero llamó mi atención su manera de decírmelo: “Cuando querás una tocada”.
Mi mamá y yo caminamos por la avenida principal del panteón, que está flanqueada por árboles que dan sombra y llenan de aire limpio el espacio. Y digo que fue una ruta de ausencias y presencias, porque a la izquierda de la capilla me topé con la tumba de don Jorge Pérez y detrás de la capilla hallé la tumba donde reposan los restos del padre Carlos y del padre Raúl Mandujano; y a mi derecha vi la tumba de Mariano N. Ruiz, antes habíamos pasado al lado de la tumba de Belisario Domínguez y la de Pantaleón Domínguez, y luego, por una vereda de tierra apisonada, donde un hombre, sobre una escalera, repintaba el letrero de Perpetuidad Familia Aguilar; topé con la tumba de Jorge Gordillo y luego, veinte pasos antes de llegar a la tumba de mi papá, estaba la tumba de mi tío Ciro Bermúdez, quien, lamentablemente, falleció hace cosa de mes y medio. La tumba de mi papá está a escasos veinte pasos de la tumba de mi tío Ciro. Quedaron cerca, casi vecinos. Mi tío Ciro fue un hombre honesto y muy trabajador. Lo recuerdo con cariño, porque él siempre me trató con igual deferencia. Antes, mucho antes, a la hora que entramos, a escasos veinte pasos de donde está enterrado mi amigo Miguel (¡Uf, ya hace más de treinta y tres años que moriste, querido Miguel, y acá, los de la palomilla, seguimos recordándote y queriéndote!) está la tumba de tío César Vives y de mi madrina Elenita (hermana de tío Ciro) quien siempre, Dios la guarde, me dijo: “Alejandrito”, a pesar de que yo ya estaba viejo. Conozco mucha gente que se molesta cuando alguien le aplica un diminutivo que pareciera ser exclusivo de la infancia o de la vejez. Si Marito tiene seis años el nombre le va bien, si don Marito tiene ochenta años, el nombre le va bien, pero no falta el Mario que se molesta cuando a sus veintidós años alguien le dice Marito. Yo extraño el Alejandrito que pronunciaba mi madrina, porque lo pronunciaba como si fuera agua bendita. A pesar de verme viejo me sabía niño.
Mi mamá limpió la tumba de mi papá, dispuso con amor las flores, se persignó y rezó. Dijo: “Ya hizo veintisiete años tu papá”. Yo dije que sí. Entendí que mi mamá hablaba de los años de ausencia de su presencia. “Ya hizo veintisiete años”, dijo. Lo dijo con nostalgia, pero como si hubiera dicho que Romeo ya cumplió veintisiete años de vida. Y es que llega el momento en que todo se confunde y hablamos del tiempo de los muertos con la misma naturalidad con que hablamos del tiempo de los vivos.
Y de regreso pasamos a la tumba de doña Lolita Albores (“Se lo limpio, se lo blanqueo”) y a la tumba de la tía Bety Córdova. Y salimos y, mientras esperábamos el camión urbano, dos personas se acercaron a saludar a mi mamá. Ella tenía un chal y él llevaba una bufanda. Ella le preguntó a mi mamá: “¿Vino usted a saludar a sus muertitos?” y mi mamá dijo que sí, que había ido a la tumba de mi papá. “Ah, don Agustito” dijo ella y comentó que ella entraría para dejar flores en la tumba de su hija.
Y yo pensé que sí, que habíamos entrado al panteón “a saludar a nuestros muertitos”, a aquéllos que nos recuerdan la vida, porque la tumba de mi papá está a veinte pasos de la tumba de mi tío Ciro y a dos pasos de la tumba de doña Rome Aranda y de don Roberto Gómez. Ahí están en una vecindad infinita, compartiendo la tierra.
Pero cuando subimos al urbano dimos paso a la vida, porque en la parada del DIF subió una señora y dijo “Buenos días. Ahorita le pago”, pero yo vi que jamás abrió su monedero y bajó en la parada del Banco Nacional. En la esquina del Puente Hidalgo subieron una señora y una niña. La niña se adelantó, se sentó y le dijo a la señora (¿su mamá?) que se apurara y luego le preguntó: “¿Vamos a ir en la tarde a la casa de tío Mingo?”, y la señora no respondió, buscó las monedas en su bolso y pidió al pasajero que estaba sentado detrás del chofer: “¿Me hace favor de pagar?”, y el pasajero estiró la mano y, con paciencia, esperó el cambio y se lo entregó a la señora. “¿Vamos a ir?”, insistió la niña y la mujer insistió en su mutismo.
En la esquina del Banco, el chofer debió doblar a la derecha, porque la calle del templo de Santo Domingo estaba cerrada. “¿Qué pasó?”, preguntó la niña, la señora se ladeó tantito, miró hacia adelante y dijo que no sabía. Yo sí sabía, porque un corredor había subido al camión, llevaba una medalla en el pecho, tenía la cara colorada; yo sabía que había participado en la carrera pedestre que organizó la Fundación Colosio. Frente a la casa de la cultura estaba colocado el arco de meta.
El chofer modificó su ruta y bajó a la Pila y subió por la calle trasera del mercado Primero de Mayo y luego ya tomó la calle de don Ulises y subió hasta Bingo y ahí, en la esquina, vi a Raúl Espinosa, el genial caricaturista, con su esposa y uno de sus hijos. Y pensé que Raúl ha realizado cientos de dibujos de personajes de Comitán, unos vivos y otros muertos, en su obra hay una ruta similar a la que el domingo hicimos con mi mamá. Ya en el bulevar pedí: “En la parada, por favor” y el chofer se estacionó y bajamos, mi mamá y yo. Dije: “En la parada”. Y pensé que lo había dicho como si deseara hacer una pausa. Habíamos salido quince minutos antes de las nueve de la casa (de este nuevo horario, de la hora de Dios) y regresamos al cuarto para las diez. Apenas fue una hora que hicimos en la ruta, pero fue una hora tan intensa por haber “saludado” a tanto muertito, que sentí un agotamiento como si hubiera participado en la carrera de la Fundación, pero vi mi pecho y no hallé medalla alguna. Insistí y luego escuché mi corazón y supe que había ido al panteón, pero había regresado.

domingo, 29 de octubre de 2017

UNA SEMILLA SACA UNA MANITA POR ENCIMA DE LA TIERRA




El sábado veintiocho de octubre se presentó ARENILLA-Revista, en la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez. Paso copia del textillo que leí:

Buenos días, buenas tardes.
Gracias por acompañarnos a la presentación del primer número de ARENILLA-Revista.
Anoche, en el auditorio de la casa de la cultura se efectuó el Primer Festival del Músico Comiteco, a iniciativa del doctor Luis Ignacio Avendaño Albores. Fue un acto muy emotivo, donde quedó de manifiesto que venimos de la tradición. El doctor Jorge Antonio Ruiz Mandujano hizo una breve reseña de la tradición musical en Comitán, recordó las tertulias que se realizaban en las casas, en los años cincuenta, y añoró las serenatas con marimba.
Hoy, que presentamos esta revista, podemos reflexionar un poco en la tradición comiteca. En la Arenilla que publiqué hoy en el periódico DIARIO DE COMITÁN-NOTICIAS A DIARIO copié un fragmento de la novela “Pálida luz en las colinas, cuyo autor es Kazuo Ishiguro, Premio Nobel de Literatura de este año. Un personaje de la novela dice: “Los americanos nunca comprendieron nuestra cultura. No la comprendieron lo más mínimo. Sus costumbres pueden ser buenas para ellos, pero aquí en Japón, las cosas son diferentes”, hasta acá lo que este personaje dice. Nosotros podemos decir que las costumbres de los otros son buenas para los otros acá en Comitán las cosas son diferentes.
ARENILLA-Revista se une a los grandes logros que, a diario, hacen muchos comitecos, como lo hizo anoche ese grupo de músicos. Se trata de recordarnos que somos un pueblo grande porque acá vivimos gente grande (en el concepto de grandeza). El destino ha reservado a Comitán el lugar más alto, la piedra más alta en la montaña más alta.
Comenzamos de manera modesta, como han comenzado todas las grandes obras, pero aseguramos que ARENILLA-Revista será un orgullo editorial para el pueblo.
Doña Angelita engalana la portada del primer número. Es el reconocimiento a su lealtad a la tradición. Ella recibió la herencia de sus abuelos. Estos hacían fideítos y doña Angelita, con gran pasión, ha continuado haciéndolos. ¿Qué sucederá cuando doña Angelita ya no esté con nosotros? Ella dice que ha intentado dejar su enseñanza, pero nadie ha tomado la estafeta. Dice que cuando ella ya no esté, la factura de fideítos se acabará. ¡Dios mío!
El primer número de nuestra revista presenta un testimonio de doña Conchita Pérez. Ella, sin ser comiteca de nacimiento, también ha preservado la identidad de nuestro pueblo. Al igual que doña Angelita, ella sigue cocinando las recetas que aprendió de su suegra, comiteca de cepa pura. En el fogón de la casa de doña Conchita siguen brincando los mismos aromas de la cocina tradicional.
En este número también hay un homenaje a Luis, joven artista plástico, que ha obtenido una serie de reconocimientos a nivel nacional. Acá se privilegia el triunfo que obtuvo al ser elegido para que su dibujo aparezca en una edición conmemorativa dedicada a la gran pintora surrealista: Leonora Carrington. El libro estará disponible en todas las bibliotecas públicas de la república mexicana. Luis continúa la tradición. No lo sabe bien a bien, pero él viene de los colores del maestro Güero y de la prodigiosa mano de Mario Pinto Pérez, y de la mirada insólita de su tocayo Luis Aguilar, el gran escultor.
ARENILLA-Revista nace con el convencimiento de que Comitán merece una revista que nos recuerde, cada bimestre, la grandeza de este pueblo, y la genialidad de sus habitantes, que continúan preservando la herencia recibida.
Sus patrocinadores, de igual manera, nos hablan de una lealtad al pueblo.
“San Marcos” tiene una tradición de muchísimos años. Todos los comitecos hemos adquirido nuestra ropa en esas salas que hoy están renovadas, en su trato y en su buena disposición. La calidad de sus productos y la bonhomía del buen trato comenzaron con una generación anterior. Sus actuales propietarios han conservado y engrandecido el legado que recibieron.
Los hoteles “Tierra Viva” y “Corazón del Café” son empresas de la familia Guillén, que ha creído, desde hace muchos años, en la fortaleza de Comitán. Acá formulan sus sueños y acá comparten con sus conciudadanos. Muchas acciones a favor de la sociedad vienen de sus aspiraciones compartidas.
La Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar, cúspide del sueño del padre Carlos, es parte de una institución educativa que ha servido a la región durante más de sesenta y siete años. Cientos de alumnos, en la actualidad, se unen a las múltiples generaciones que acá se han formado.
El restaurante “La casita” se ha convertido en un referente de la gastronomía en la región. Su propietario, Carlos Gordillo, no sólo es un chef brillante sino también es uno de los mejores fotógrafos de México y de puntos intermedios. Comiteco brillante que, de igual manera, recibió la tradición artística de su familia paterna y de su familia materna y la ha llevado a los niveles más altos. De Carlos es la fotografía de portada y la fotografía que ilustra el reportaje de doña Angelita.
¿Qué decir de la “Clínica San José” que dirige el eminente doctor Hernán Esquinca Carpio? Hernán es un comiteco que siempre está pendiente de la sociedad y que realiza acciones a favor de ella, gran amante del arte que comparte su pasión con pasión.
Lo mismo puede decirse de “Clini-Neuro”. El doctor Gordillo, como muchos comitecos, fue a prepararse al centro del país. Después de aprender en los más altos centros médicos regresó a su pueblo, con la convicción de que sus conocimientos deben estar al servicio de los pacientes de la región.
El nombre lo dice todo: “Técnica Dental Avanzada” ofrece los más avanzados métodos en el cuidado de las dentaduras de las personas. Todo viene de la dentistería donde Mariano N. Ruiz, descubridor de la fluorina, atendía a la población de Comitán.
He compartido con ustedes una ligera revisión de los patrocinadores de nuestro primer número para decirles que ellos son personas que creen en la grandeza de Comitán. Ellos invierten en este prodigioso pueblo y crean fuentes de empleo y siguen estimulando la tradición para que nuestra comunidad siga fortaleciéndose.
Retomando las palabras del personaje de Kazuo concluimos con lo siguiente: Las costumbres de los otros le hacen bien a los otros. Nuestras costumbres son diferentes y ellas nos hacen diferentes.
El doctor Ruiz Mandujano recordaba las serenatas en marimba. Ahora, las serenatas ya han desaparecido. La idea de Peña Nieto de hacer tandas para la reconstrucción de casas por motivo del temblor fue una mala idea. ¿Será una mala idea que las autoridades municipales, una vez al mes, rifen una serenata con la marimba municipal a fin de que las serenatas sigan siendo una tradición en el pueblo?
¿Las autoridades caminan en el mismo sentido que la mayoría de comitecos de bien? Yo deseo que un día todos caminemos por la misma senda, la de preservar nuestra tradición. ARENILLA-Revista ya está haciendo lo que le corresponde.
La presentación se hace en este lugar emblemático de Comitán y de la república entera. Agradecemos la gentileza del licenciado Humberto Pedrero, director de esta Casa Museo Dr. Belisario Domínguez, así como de los empleados de la misma, que han otorgado todas las facilidades para que este acto se lleve a efecto.
Gracias a todos los que creen en nosotros, gracias por apuntalar los sueños para que todos vivamos en la ciudad que nos merecemos.
Gracias por estar con nosotros.
¡Que viva Comitán y la región!

sábado, 28 de octubre de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE EXPLICA POR QUÉ COMITÁN ES UNA CIUDAD DE PERSONAJES ILUSTRES




Querida Mariana: En la vida me he topado con dos o tres compas que hablan mal de Comitán. La mayoría habla bien. Estoy seguro que vos conocés a varios que, al llegar a esta ciudad y asombrarse por su rostro de muchacha bonita, decidieron quedarse a vivir acá, porque se enamoraron de sus bondades.
A mí se me hace una exageración cuando alguien dice que Comitán es la ciudad más bella del mundo. Pienso: “¿Será que este compa, igual que yo, nunca ha conocido París o Praga?”. Pero luego, cuando oigo que muchas amigas me dicen que ellas tienen a la mejor mamá del mundo, entiendo que cada uno tiene sus preferencias y que cuando alguien aquilata lo que posee no ve más que su entorno. Así, cuando un amigo coleto me dice que su ciudad es la más bella del mundo, yo lo creo; y cuando una amiga me dice que su lugar de nacimiento, Tuxtla Gutiérrez, es la mejor ciudad del universo ¡yo lo creo! Me encantan sus exageraciones, me encanta que tengan a las mejores madres y a los mejores padres del mundo.
Yo nací en este pueblo, de una madre y un padre ejemplares. No son los mejores padres del mundo, pero sí sé que mi mundo es el mejor mundo gracias a ellos. Reconozco que mi papá fue un hombre generosísimo conmigo y que me trató como al hijo más querido del mundo. Mi mamá, por fortuna aún vive, dedica sus afanes a atenderme. Vos sabés que soy hijo único y que para mi mamá sigo siendo como la niña de sus ojos. De igual manera pienso que mi pueblo no es el mejor pueblo del mundo, pero mi mundo es el más bello por nacer y vivir en este pueblo. No es la ciudad más bella del mundo (¡No! Veo fotos de París y quedo arrobado ante tanta belleza), pero sí es un pueblo muy generoso y tiene mil cualidades que la hacen una ciudad muy digna, habitable. Pero (no sé si coincidás conmigo) en los últimos tiempos muchas de sus bondades se han visto mermadas, tanto en sus riquezas urbanas como en sus fortalezas humanistas. El carácter de la ciudad se ha modificado. ¿Por qué? ¡Uf, por mil razones!
En la novela “Pálida luz en las colinas”, de Kazuo Ishiguro (el recién laureado escritor con el Premio Nobel de Literatura), un personaje (Ogata-San) dice algo que nos puede hacer reflexionar: “Los americanos nunca comprendieron nuestra cultura. No la comprendieron lo más mínimo. Sus costumbres pueden ser buenas para ellos, pero aquí en Japón, las cosas son diferentes (…) Cosas como la disciplina y la lealtad mantuvieron firme al Japón. Quizá lo que digo parezca exagerado, pero es la verdad…”. ¿Cómo lo mirás? Ogata-San habla del tiempo de la posguerra, cuando Japón perdió y los gringos (vencedores) comenzaron con su natural penetración cultural. Mirás que dice que las costumbres de los gringos pueden ser buenas para ellos, pero no para los japoneses, que tenían cimentada su cultura en otros valores y menciona la disciplina y la lealtad.
Los comitecos nunca nos hemos caracterizado por ser disciplinados, pero la lealtad sí ha sido uno de nuestros valores fundamentales. El hecho de que Comitán haya sido nombrado Pueblo Mágico significa, como lo establece el programa, que sus habitantes han tenido la capacidad de mantener y preservar sus rasgos más auténticos, rasgos que lo hacen diferente de los demás pueblos del mundo. Los comitecos hemos sido leales con nuestra comunidad. Pero, en los últimos tiempos, esa personalidad comienza a perder sustento. El fenómeno de la globalización hace estragos en todas las sociedades que no tienen la reciedumbre y certeza de sus valores. Comitán, poco a poco, comienza a perder su carácter. Esto es lamentable. Los comitecos de verdad no podemos permitir que sus más caros valores culturales se extravíen. ¡No! ¡No y no!
Por fortuna, hay muchos comitecos comprometidos con el pueblo y que reconocen que la identidad cultural es uno de los valores más importantes del desarrollo pleno del espíritu de los pueblos. Las empresas de jóvenes como “Arriba el cotz” y “Qué pue vos” fortalecen el lenguaje coloquial y los modismos de esta región, lo hacen con desenfado, de manera desmadrosona, no pueden hacerlo de otra manera, son jóvenes, pero jóvenes que han crecido en medio de ese lenguaje y que reconocen que en ello están fincadas sus raíces. Son muchachos que se sienten orgullosos al decir que son comitecos y lo pregonan por todo el mundo.
Estos jóvenes han recibido el legado de los mayores y, en la práctica, preservan esa herencia cultural. Lo mismo sucede cada vez que un niño come una paleta de chimbo o come un pan compuesto. En esos mínimos actos se fortalece la identidad. De igual manera, cada vez que los mayores cuentan sus experiencias y dan testimonios de cómo se fue construyendo nuestro Comitán apuntalan nuestra sociedad original, porque este pueblo (¡es una certeza!) ha sido construido con trabajo de muchísimas personas comprometidas.
Vos y yo hemos sido testigos de algunas personas advenedizas que, por cuestiones del azar, un día ocupan algunos espacios como funcionarios del ayuntamiento. No son comitecos, no tienen algún lazo que los una a esta tierra. Esos advenedizos con poder deciden actos que van contra el buen desarrollo del pueblo. Como ellos aman a otros pueblos pasan a echar lodo al nuestro con su prepotencia. Por suerte no todo es así. También existe el polo contrario, gente que sin ser de este pueblo (sobre todo inversionistas, comerciantes, intelectuales y empresarios) llegan a aportar su esfuerzo y engrandecen a Comitán.
Si retomamos las palabras de Ogata-San debemos decir que las costumbres ajenas son buenas para los ajenos, pero las costumbres nuestras no deben ser modificadas porque ellas son el cimiento de nuestra sociedad y si nuestros cimientos se vulneran pues nuestro edificio puede caerse y con eso sí ¡ya nos jodimos!
Hay mucha grandeza en nuestro pueblo mágico. Comitán tiene una vocación de luz y de nobleza. No podemos (como sucedió en la etapa de colonización) cambiar nuestro oro por simples piedritas brillantes. El legado que recibimos de nuestros mayores es nuestro tesoro y éste debemos entregarlo íntegro y bien pulido a las generaciones venideras. El compromiso no es menor. Por eso digo, querida Mariana, que debemos apuntalar todos los esfuerzos que van en el mismo camino de la conservación de nuestra casa común.
Hoy, perdoná que lo diga, se presenta en la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez, a las doce del día, el primer número de Arenilla-Revista. Este esfuerzo editorial nace con la convicción de que nuestro pueblo merece revistas que apuntalen nuestra personalidad.
Arenilla-Revista se publicará de manera bimestral y tendrá un tiraje de dos mil ejemplares impresos, de distribución gratuita. Los anunciantes y patrocinadores, generosos mecenas, son comitecos de bien que están convencidos de la grandeza de esta tierra. ¿Cuál es la forma de decirnos la grandeza de nuestros hombres y mujeres? Una de ellas es poner en manos de los lectores nuestro modo de ser.
Arenilla-Revista comienza de manera modesta. Así se creó este pueblo. Pero crecerá en luz y en intensidad. Así es ahora Comitán. Estamos convencidos de que ante la nobleza de su intención, muchos más patrocinadores se unirán para que, juntos, hagamos una revista que sea nuestro mejor espejo, el que nos recuerde que no debemos perder ni uno solo de los rasgos que han hecho de nuestro rostro ¡un rostro limpio!, con valores auténticos, alejado de afeites extranjerizantes.
Muchas personas en Comitán luchan día a día para hacer de esta ciudad la ciudad que merecen sus hijos, la ciudad hermosa que recibieron en custodia. Arenilla-Revista se une a ese caudal de buenas acciones y, a partir de hoy, se convierte en un referente editorial que pueda ser un orgullo de este pueblo.
El primer número llegará a manos de dos mil lectores, en forma impresa, y a muchísimos más, en forma digital, gracias al patrocinio de las siguientes empresas: San Marcos, Hotel Tierra Viva, Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar, Cafetería del Hotel Corazón del Café, Clini-Neuro, Restaurante La Casita, Clínica San José, Técnica Dental Avanzada y Estética Vanity.
Si mirás, todos los patrocinadores son gente de bien que hace mucho bien. Ellos, de manera generosa, comparten su convicción de que juntos formamos lo mejor de este pueblo.

Posdata: A los grandes nombres de personajes ilustres, se agregan todos los ilustres personajes que, sin grandes nombres, han hecho de Comitán un pueblo único. Comitán ¿es la ciudad más bella del mundo? No lo creo. Hay ciudades en el mundo que no ocultan su belleza y deslumbran. Pero una certeza es que los comitecos reconocemos a nuestro pueblo como una ciudad en la que nuestro mundo se convierte en el mejor mundo del mundo.
“La disciplina y la lealtad mantuvieron firme al Japón”, dice Ogata-San. Que la lealtad a nuestro modo de ser mantenga firme a Comitán. ¡Que así sea!

jueves, 26 de octubre de 2017

ME LO PASO POR LOS HUEVOS




Me sorprende la cita literaria del erudito, pero más me sorprende el ingenio popular. Todo mundo ha dicho que el lenguaje es un ente vivo y que su savia radica en el uso cotidiano que el pueblo le otorga. Los integrantes de la Real Academia de la Lengua Española sólo se encargan de validar el uso y de incorporarlo al diccionario, pero la verdad es que los hablantes ni piden permiso ni están preocupados porque los vocablos ingresen a las páginas del diccionario.
El otro día me topé con un letrero pintado en la parte posterior de una camioneta. El letrero decía: “¡Tu envidia me la paso por los huevos!”, así, con signos de admiración. El letrero va dirigido a todos los peatones y a los conductores que les toca ir detrás de la camioneta en cuestión.
Envidia, todo mundo lo sabe, es un deseo malsano de desear lo que otro posee. Así, entonces, el propietario de la camioneta dirige un mensaje directo a todos aquéllos que desean poseer lo que él posee. Puede ser que el compa posea ranchos, ganado, residencias y autos y que les dice a los envidiosos que su deseo malsano se lo pasa por los testículos; es decir, que no le importa el sentimiento de los otros. Tal vez sólo se refiere a su camioneta. Como si dijera al peatón que, si camina, es porque no tiene paga para adquirir una camioneta como la que él posee.
Pero digo que me sorprende el ingenio popular porque, como en este caso, no se anda por las ramas ni con falsas diplomacias. “Envidiás mi suerte, ¿verdad? Pues ¡jodete!, porque nunca tendrás lo que yo”.
Por suerte, la envidia, a pesar de que es un sentimiento negativo, no es una enfermedad contagiosa. Mariana dijo: ¿Imaginás que la envidia fuera tiña? Y comenzó a jugar con la imagen donde el propietario de la camioneta se pasaba, una y otra vez, la envidia por sus huevos. ¿Imaginás -dijo Mariana- que la envidia fuera vitíligo? Y rio cuando dijo que los huevos del interfecto terminarían teniendo una coloración café con leche. Si a los de Chiapa de Corzo les dicen culos pintos, a este compa le dirían huevos pintos. ¿Imaginás que la envidia fuera roña? La comezón que tendría el propietario de la camioneta sería desastrosa. ¿Imaginás que la envidia fuera lepra? Mariana dijo que al compa se le caerían sus huevitos, poco a poco.
El dueño de la camioneta no hizo más que repetir una sentencia que los mexicanos emplean con frecuencia. Cuando algo les tiene sin cuidado, cuando algo no merece su atención, dicen que ¡se lo pasan por los huevos!, como dando a entender que es una situación sin importancia. En una ocasión escuché que una muchacha bonita le reclamaba a su muchacho que hubiera besado a su mejor amiga, el muchacho (con la cara de sapo artrítico que ponen los que quieren lavar una culpa) le dijo que no lo había hecho con intención, que había sido sólo un besito, que en realidad su amor sólo le correspondía a ella, y ella, muy molesta, empujó al muchacho con tal fuerza que lo envió al suelo. Cuando vio que el muchacho estaba en el piso y trataba de incorporarse le puso un pie sobre el pecho y le gritó, a medio parque, a la vista de todos: “Tu amor ¡me lo paso por los huevos!”. Quienes presenciaron el acto rieron. Una chica que estaba a mi lado dijo: “Esos sí son huevos”. Sí, la muchacha bonita, por supuesto que no tenía huevos en el plano de la realidad real, pero en el plano de la realidad creada por el lenguaje tenía más huevos que su muchacho desleal.
Si el dueño de la camioneta llegara a leer esta Arenilla sólo diría una cosa: “Tus disquisiciones pendejas me las paso por los huevos”. En México, las cosas sin importancia pasan por la aduana ingrata de los testículos.

lunes, 23 de octubre de 2017

NEFELIBATA




Miguel Ángel Godínez me invitó a participar en la presentación de su libro más reciente. Paso copia del textillo que leí la noche del sábado 21 de octubre, en “El paliacate”, en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas:
Buenas noches.
¡Me gana la gana! Pero no puedo hacerlo. Antes de redactar este textillo revisé el Manual del Buen Presentador de Libros y hallé el artículo 9, que, en su apartado B, dice: “El presentador deberá recordar que el autor es el único que tiene derecho a leer un poema o un fragmento de cuento o párrafos de la novela, del libro motivo de la presentación”.
Aún me gana la gana, pero debo cumplir con el protocolo de las presentaciones de libros. Lo lamento, porque el libro de Miguel Ángel es de esos libros que dan ganas de leer en voz alta, de convertir la presentación en un homenaje de esos que acostumbran hacerle a Julio Cortázar leyendo “Rayuela” en un maratón de lectura.
Hoy resulta ocioso, pienso, este oficio de presentador. Hoy sería maravilloso ejercer el oficio de escucha. Que quienes estamos en la mesa de honor cambiáramos nuestro aparente lugar de privilegio y nos sentáramos en medio de la audiencia, donde, sin duda, está el lugar de honor. Porque, insisto, el libro de Miguel Ángel es de esos libros que se disfrutan leyéndolo de la página 9 a la página 95 sin necesidad de muletas cojas. Digo de la página 9, porque ahí está publicado el primero de setenta textos breves.
¡Me gana la gana! Me gana leer en voz alta el texto intitulado “Maratonistas”, por ejemplo, para que ustedes comprendan la riqueza de los textos Godinezcos. No sé si lo de Godinezco sea lo correcto, pero suena mejor que si digo Godineano. La terminación se presta a confusión.
Varios amigos y amigas me han hecho el honor de nombrarme comentador de sus libros. He cumplido con el encargo, con gusto y hasta donde mi pasión y capacidad me han permitido. ¿Un libro de poesía? Ah, muy sencillo, tomo (así lo hacen los que saben) dos citas y las comento; un libro de cuentos, hago lo mismo; ¿novela? Lo mismo. Pero, ahora, con el libro de Miguel Ángel reconozco mi incapacidad, porque este “Nefelibata” es un libro inusual. Ya dije que en ochenta y seis páginas aparecen setenta historias, setenta ventanas, setenta mares, setenta universos. Uf. ¿Cómo lograr tan concisión? Sólo él puede hacerlo, por eso me ganan las ganas de leer, en voz alta, dos o tres textos para que ustedes disfruten y paladeen cada palabra, con el mismo regusto que toman una cervecita dulce o una tostada aderezada con betabel. Pero ustedes comprenderán que no puedo hacerlo, no puedo hacerlo porque el Manual del Buen Presentador de Libros, en su artículo 19, apartado C-Bis, dice textualmente: “El presentador deberá recordar que el presentador no es más que eso, ¡un presentador!” Y revisando el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española encuentro que la definición es la siguiente: “Presentador: Dícese del que presenta”. Así son las definiciones de diccionario. Si busco la definición de deportista, leo: “Dícese del que hace deporte.” Así que debo acatar el límite que el protocolo indica y tragarme las ganas de leerles el texto “Maratonistas” y muchos más. ¿En dónde se ha visto eso de poner a competir corredores contra ciclistas?
Cuando llegué a este punto de frustración pensé que sí podía hacer algo. Revisé una y otra vez el Manual del Buen Presentador de Libros y nada hallé respecto a la contraportada. ¡Eso! El texto de contraportada sí puedo emplearlo. Y pensé que así puedo cumplir con mi encomienda, porque la síntesis que ahí aparece da cuenta exacta del contenido del libro.
Por ejemplo: En la primera línea dice: “En Nefelibata se recogen textos escritos a lo largo de treinta años.”. ¡Oh, maravilla! Sí. Dice “se recogen” y entiendo el término recoger en sus dos acepciones: la primera la de pepenar textos que estaban olvidados en algún estante; y esto me lleva a lo siguiente: ¿Por qué se pepena algo? Porque lo recogido fue amado en algún tiempo pero, como sucede con frecuencia, lo amado es relegado por lo novedoso. Así que, en este libro, Miguel Ángel pepenó y recogió; es decir, los levantó y luego los volvió a coger, los recogió. Por eso, los textos de este libro muestran un goce indescriptible, son textos gozosos, satisfechos, como satisfecha aparece la muchacha bonita cuando es recogida; es decir, cuando la rescatan del olvido.
¿Están de acuerdo que esta síntesis es gloriosa? ¿Para qué iba a hacerme bolas si ya todo está dicho? Por ejemplo, la segunda línea dice: “Se inscribe en la tradición de la literatura de lo fantástico y en la de emplear pocas palabras en lucha por la precisión al andar sobre polvo de agua”. Esto reafirma lo que he dicho. ¿Por qué me ganan las ganas de compartir un texto en voz alta? Porque son textos breves que tienen las palabras justas, las exactas, las precisas. No puede decirse algo que justifique la presteza de este libro empleando palabras ajenas, palabras que no estén a la altura de lo ahí expresado. ¿Qué presentador puede emplear las palabras poéticas que dicen: “Polvo de agua”? ¡Ah, qué belleza de metáfora!
A ver, a ver, ¿qué copié? ¿Polvo de agua? ¡Dios mío! Caí en la trampa. Estas palabras ya las leí en algún texto del libro. ¿En cuál? ¿En cuál? A ver. ¡Ya! Acá está. ¡Claro! Aparece en el texto intitulado “Polvo y agua”. Esto significa que el texto de contraportada pudo ser escrito por el mismo autor y esto anula la posibilidad de que pueda usarlo en esta presentación porque cae directamente en lo que el citado Manual comenta en el artículo 32, apartado zeta: “El presentador no usará citas que suenen a vil y descarado plagio”.
Dicho lo anterior, me quedaré con mis ganas. Las reprimiré. Seré paciente y esperaré el instante en que el autor lea y nos deslumbre con textos que eliminan el polvo de lo cotidiano con el agua del asombro.
Por favor, que este aplauso sea un agradecimiento a Miguel Ángel por venir a Chiapas, ventrículo izquierdo de su espíritu, a compartir con nosotros su Nefelibata.

sábado, 21 de octubre de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA LA HISTORIA DE CHEPITO





Querida Mariana: A Chepito le gustaba que le dijeran Chepito. Tiene años que no lo veo. Pienso que debe seguir emocionándose con su nombre. No a todo mundo le gusta este diminutivo. Chepito viene de Chepe y éste viene, entiendo, de José, de Pepe. Pero en Comitán no sólo usamos diminutivos, también ¡aumentativos! A don José Ramón (boxeador bataneco que fue muy famoso) le decíamos Chepón. A él no le disgustaba, al contrario, siempre respondía de manera afectuosa cuando alguien le decía don Chepón.
Pero si analizamos tantito verás que no suena muy agradable. A ver, decí en voz alta: don Chepón. La che provoca un sonido muy raro. Arcadia molestaba a don Chepón y le decía don Chupón. Claro, no se lo decía a él. Lo decía en el grupo de amigos y se botaba de la risa.
Pero a Chepito le gustaba que le dijeran Chepito, a pesar de que lo de pito hace que suene un poco a albur. La tal Arcadia lo molestaba y le decía: Pinchepito y separaba las dos primeras sílabas: pin – che – pito. Esto sí se lo decía de frente. Chepito reía, con su boca casi sin dientes, y pedía a Arcadia que lo volviera a decir. Chepito disfrutaba que mencionaran su nombre, como que lo hacía sentirse querido, porque Chepito era muy solitario.
Cuando a Chepito le preguntaban quiénes habían sido sus papás, él, imitando a Arcadia, decía: Pinche pito y pinche pita. Lo cierto es que nadie en Comitán conoció a sus papás, decían que había nacido en Aguacatenango y que sus papás eran pordioseros en San Cristóbal, pero que una noche unos hombres subieron a ambos a una camioneta y los fueron a dejar a Tonalá. Decían que esa madrugada Chepito estaba adentro de una caja de cartón, envuelto en dos cobijas, de esas de cuadros blancos y negros, y que los hombres que habían hecho el levantón lo dejaron olvidado. Decían que a la mañana siguiente, una mujer oyó el llanto del niño y lo llevó a su casa y le dio leche y un poco de pan. Decían que la mujer se hizo cargo del niño hasta que ella murió. La mujer padecía de ataques epilépticos y una tarde, cuando guardaba las cosas que vendía en el mercado, le sobrevino un ataque y cayó y se golpeó la cabeza en un saliente de concreto y murió. Chepito (que quién sabe cómo se llamaba allá) se quedó a vivir en la casa de la mujer que lo había cuidado y protegido, pero un vecino vival, al darse cuenta que él se había quedado como heredero de la casa, se puso de acuerdo con policías y una mañana llegaron a amenazar al niño y le dijeron que era un ladrón y que lo iban a meter a la cárcel. Así fue como Chepito tomó sus cobijas (las de cuadros blancos y negros) y se apoderó de las calles de la ciudad.
Algunos platicaban que Chepito había llegado desde muy niño a Comitán. Decían que una madrugada dos hombres bajaron de una camioneta, abrieron la redila y dejaron en el parque de San Sebastián a tres hombres y un niño. Los aventaron como bultos de maíz, subieron a la camioneta y enfilaron con rumbo a la carretera. Decían que los hombres de la camioneta habían venido de San Cristóbal, que era maña hacer eso, como una limpia de pordioseros y teporochos en aquella ciudad; que los policías hacían razias en los barrios más tristes y levantaban a los pordioseros que dormían en la calle, luego los llevaban a una casa del barrio de Cuxtitali, los bajaban y los metían a una camioneta de redilas y el dueño de la casa recibía el dinero por el trabajo que debía cumplir: Salir de madrugada y dejar a esos pordioseros en pueblos retirados, para que esos hombres y niños de la calle no dieran un mal aspecto a la ciudad. Quién sabe si eso era cierto, pero así contaban que llegó Chepito a Comitán. De esto tiene muchos años, muchísimos. Decían que tenía como diez años cuando llegó. Y acá creció y se volvió viejo y luego, como era un hombre sin vicios y muy trabajador, llegó a ser conocido y querido en el pueblo.
Yo le decía Chepito, de manera afectuosa, cuando me topaba con él en el parque de La Pila. Lo hallaba sentado en la banca que está cerca de las gradas del templo. Lo hallaba tejiendo unos chalecos que luego vendía (parece que la mujer que lo levantó aquella mañana le enseñó a tejer con dos agujas). Me sentaba a su lado. Él me regalaba su sonrisa sholca y me pedía que le leyera. Siempre llevaba mi libreta, la novela que estuviera leyendo en ese instante y un libro de cuentos infantiles (por si me topaba a Chepito). A mí me encantaba leerle a Chepito. Él también disfrutaba mucho mis lecturas. En cuanto me miraba dejaba su tejido y movía sus manos como banderitas en desfile, a manera de saludo. Yo levantaba una mano y me acercaba a su banca. Él volvía a tomar su tejido y se repegaba al descansabrazos dejándome un generoso espacio para que yo me sentara. Le decía: “Chepito, ¿cómo estás?” y él respondía: “Esperándote. Contame un cuento”. Y yo abría el libro de cuentos y leía, leía en voz alta. Chepito me escuchaba con atención, mientras sus manos seguían dándole a la tejida. A veces tenía la impresión que sus manos tomaban el ritmo de las palabras y parecían tejer en armonía de lo que leía. Si hacía una pausa en mi lectura, porque el niño pastor iba a entrar a una cueva muy oscura, las manos de Chepito se detenían, y en cuanto el niño pastor entraba de manera lenta en busca del dragón, las manos de Chepito caminaban con lentitud sobre el chaleco. A veces pensaba que esos chalecos tenían la magia de los cuentos.
Una vez le pregunté por qué le gustaban tanto los cuentos, y me dijo que de niño los escuchaba. ¿Quién te los contaba? Nada me dijo, comenzó a cantar una canción de cuna: “Duérmete, pichito, duérmeteme ya…”, y deduje que tal vez la mujer que lo recogió era quien le cantaba y le contaba cuentos. Porque su mamá no podía cantarle canciones en castellano. Si era cierto que él era hijo de dos indígenas de Aguacatenango, su mamá debió cantarle algunas canciones en su lengua original.
Una vez le pregunté a Chepito cuál era su lengua materna. Él me vio como si yo moviera una piedra muy pesada y comenzó a cantar la canción de cuna, la del duérmete, pichito. Luego descubrí que era su manera de evadir las preguntas insidiosas que la gente de Comitán le hacía. Porque el morbo natural hacía que las personas quisieran saber más de su vida, que, salvo lo que te cuento, era un misterio.
La Arcadia (quien siempre ha sido medio cabroncita) le preguntaba si había tenido alguna relación sexual. Chepito se ponía colorado. Miraba para otro lado y nada decía. La Arcadia seguía molestándolo: “¿Te la jugás?”, preguntaba y le señalaba hacia su entrepierna. Chepito se ponía más colorado y comenzaba a cantar la del Duérmete, pichito…
A Chepito dejé de verlo, porque, como sabés, me fui a vivir a Puebla, algo así como ocho o nueve años. A veces, allá, cuando veía a un hombre sentado en el parque, cubierto con una cobija, tratando de protegerse del frío, me acordaba de Chepito. Cuando regresé al pueblo, lo primero que hice fue ir al mercado Primero de mayo a tomar un vaso de atol de granillo, luego fui al panteón para dejar unas flores en la tumba de mi papá y, en la tarde, fui al parque central y, a las cinco de la tarde, bajé por la calle del Colegio Regina, con rumbo al parque de La Pila. En cuanto subí al parque busqué con aflicción la figura de Chepito, en la banca cercana a las gradas del templo, pero no la hallé. Días después me enteré que Chepito no estaba en Comitán. Desapareció, me dijeron. Alguien dijo que, una madrugada, lo habían subido a una camioneta con redilas y lo habían llevado a otro lugar. Pero, ¿por qué?, pregunté. Chepito ya no era un indigente que durmiera a la intemperie, en cualquier rincón de Dios. ¡No! Chepito tenía un cuarto donde vivía. Eso era lo que él me había contado cuando le leía, pero nunca tuve la idea de preguntarle su domicilio. Lamenté que, a pesar de que lo veía frecuentemente, nunca hubiera llevado un poco más allá la relación. Lamenté ser tan escaso, tan lejano.
El cuento que más le gustaba a Chepito era el del ángel al que se le habían chamuscado las alas una mañana en que un maratonista olímpico llevaba la antorcha. El ángel estaba en medio de la multitud que aclamaba al corredor que estaba a punto de entregar la antorcha, pero de pronto vio que un perrito se emocionó de más y corrió detrás del maratonista. Se sabe que los ángeles están para funcionar como guardas y dulces compañías, así que el ángel, como si fuese Superman, voló para abrazar al perrito, justo en el instante en que el maratonista se volvió para patear al chucho molestoso y esto hizo que las alas del ángel se chamuscaran.

Posdata: Lamento la ausencia de Chepito. Me encantaba llegar al parque y hallarlo tejiendo, sentado en la banca metálica. Sonreía. Y cuando me sentaba a su lado me pedía que volviera a leerle el cuento del ángel con las alas chamuscadas. Cuando terminaba, Chepito, con su cara de tejocote tierno, me preguntaba si él podía tejerle sus alas para que el ángel dejara de llorar. Yo le decía que sí, que era muy buena idea, le aseguraba que las alas que él le tejiera quedarían bien bonitas. Pero, cuando me preguntaba si el ángel aceptaría llevarlo a ver a su mamita, ya no sabía qué decirle. ¿A qué mamita se refería? ¿A su madre biológica o a la mujer que lo recogió e hizo de madre? Me quedaba viendo, con su cara de aire limpio, exigiendo una respuesta. Pero yo no sabía qué decirle. Si le decía que sí, él podría invocar al ángel y desaparecer; si le decía que no, él podría ponerse triste, muy triste. Así que en esas ocasiones no se me ocurría más que mirar hacia otro lado y cantar: “Duérmete, pichito, duérmeteme ya…”

viernes, 20 de octubre de 2017

CASAS QUE SE VUELVEN PÚBLICAS




Las casas se transforman y ¡transforman! El otro día, Jorge y yo pasamos por la casa donde tía Lola tenía su prostíbulo (muchos comitecos de los años setenta deben recordarla). De esa casa yo vi a muchos salir transformados: Unos eran los que entraban y otros los que salían, sobre todo los muchachos que tenían su primera relación. A veces ésta era prodigiosa y yo veía salir a los muchachos llenos de luz; a veces era ingrata, porque algo sucedía en el cuarto que no permitía que la primera relación sexual fuera exitosa. Mario salió transformado, al pasar la puerta parecía uno de esos hombres que regresan de una batalla donde su ejército fracasó, movía sus piernas con lentitud y se veía que su mente estaba en otra parte. Confesó que no había logrado la erección. Martín, quien siempre fue su mejor amigo, lo abrazó y le dijo: “Es que estas viejas no son para vos. Vas a mirar lo que yo te voy a conseguir” y no dejó de abrazarlo en todo el trayecto en que caminábamos a mitad de la calle. Una tarde me topé con Mario y estaba como flor en primavera, estaba contento, no podía disimular el encanto que iluminaba su espíritu. Me dijo que Martín le había cumplido, lo había llevado a su departamento y ahí había platicado con una muchacha bonita, bien bonita, que era de Tonalá y luego había tenido su primera vez. Como estaba contento me confesó que Martín tuvo razón: las mujeres de tía Lola no eran para él. La prostituta que con la que había entrado tenía una cicatriz en el vientre y éste lo tenía todo grasoso, sus pechos se desparramaban por las laterales de su torso como si fuesen dos ballenas atadas a un iceberg. En cambio, dijo, todo sonriente, la muchacha de Tonalá era bella, todo su cuerpo olía a menta y su entrepierna tenía la suavidad de la piel de un conejito. ¡Estaba feliz! Yo le pedí que me llevara a conocer ese departamento. ¿Para qué?, dijo él, y yo le respondí que era para tener la certeza de que esa casa lo había transformado para bien, porque no sólo había sido la muchacha de Tonalá, también había sido ese departamento. Mario me quedó viendo sin comprender. ¿Cómo le podía explicar que los entornos son decisivos?
En Comitán hay un restaurante que se llama “Tono Gallos”. Es muy famoso, porque sirven muchos platillos con una botana muy especial. Ahí fue la primera vez que comí las famosas tortillas con asiento (que es la grasa que queda en el comal cuando fríen el puerco). El local que ocupa ahora está hecho ex profeso para restaurante, pero en los inicios funcionó en la casa donde vivía don Tono. El patio central de la casa tenía una especie de palapa hecha con madera y un redondel que servía para que los galleros se acodaran y vieran la pelea de gallos (por eso el nombre de Tono Gallos). Ahí, don Tono tenía una cantina. Los clientes llegaban a medio día y se sentaban en el patio donde, en la noche, los gallos peleaban. El redondel estaba lleno de helechos y en una pared había una jaula grande con cenzontles. Era un espacio muy bello. A mí siempre me sorprendió ese lugar. Por eso ahora no soporto los restaurantes cerrados, en donde sólo se ven mesas, rocolas y paredes. Me encantan los espacios abiertos, los espacios donde se toma la cerveza mientras un cenzontle canta y la luz del sol brinca de un árbol a otro.
Al principio de este siglo XXI fui a Oaxaca, por cuestiones de trabajo y mi amigo Alfonso me llevó a una cantina que una señora tenía en el patio de su casa. Entramos y olí ese aroma infinito de tierra mojada. Una mujer regaba agua sobre el patio de tierra. Debajo de unos árboles había tres mesas, una de ellas ya estaba ocupada por dos señores que vestían camisas de manta blanquísima, reían a cada rato. Bastó que me sentara para que viera una muchacha que lavaba. El lavadero quedaba justo delante de mí. Por la posición que tenía, la blusa de la muchacha, de escote generoso, se abría y dejaba ver un par de pechos bellísimos. Alfonso me quedó viendo y me preguntó si me gustaba. Dije que sí, la muchacha (escasos diecisiete o dieciocho años) era muy bella. Cada vez que movía las manos sobre la camisa que lavaba movía sus pechos que eran como campanas llamando a misa. Su rostro mostraba el color suave de un clavel rojo, estaba sudada, húmeda; tenía la suavidad de la arena de una playa a la hora que el sol se oculta. Pedimos dos cervezas, nos pasaron botana abundante. Alfonso me explicó que esa cantina era un burdel. Todas las mujeres que pasaban por el corredor (yo había visto a dos mujeres muy bellas que entraron con bolsas, cargando pescado) eran putitas, dijo. Si alguna de ellas te gustaba bastaba con tomarla de la mano y llevarla a los cuartos que estaban en el patio posterior. ¿De veras?, pregunté, pero no fue necesario que mi amigo me explicara, porque en ese momento uno de los hombres que estaba sentado en la mesa contigua se paró, le sonrió a la muchacha que lavaba, ella le respondió con un guiño afectuoso y él la tomó de la mano mojada y la llevó hacia donde estaban los cuartos. Todo fue maravilloso.
Al día siguiente me senté en la banqueta frente a esa casa y miré cómo salieron dos muchachos transformados, trastabillaban tantito, porque, sin duda, habían tomado algunas cervezas, pero estaban felices, reían, se empujaban, caminaban a media calle. Tenían una luz pulcra, como si la lavandera les hubiera prendido una lámpara en su espíritu.
Todas las casas se transforman y ¡transforman!

jueves, 19 de octubre de 2017

LOS PESCADORES DE SUEÑOS



“¿Qué hace?”, preguntó Pau. La mujer estaba trepada en la fuente del parque central de Comitán. Nosotros íbamos a comprar unos esquites. La mamá de Pau dijo que la mujer pescaba, rio porque creyó que era una mera gracejada.
¿Era una mera ocurrencia? Mientras ellas iban por los esquites, yo me acerqué a la fuente y vi que la mujer, en efecto, tenía un cordel como los que usan los pescadores, pero, en lugar de tener una carnada viva, tenía amarrado un imán en un extremo y con ello “pescaba” las monedas que algunos turistas avientan a la fuente.
Arminda, una tarde, contó que cuando fue a Italia se maravilló de la cantidad de personas que lanzan monedas a la Fuente de Trevi. ¿Por qué avientan las monedas?, le preguntamos a Arminda y ella contó que existe una leyenda que asegura que quien avienta una moneda a la fuente volverá a Roma. Esto explica cómo muchísimos turistas avientan una moneda, para rubricar el deseo de regresar a aquella hermosa ciudad. Gabriel estaba en el grupo que escuchaba a Arminda y de inmediato preguntó qué hacían con las monedas. Arminda explicó que un guía de turistas había explicado que esas monedas (que todos imaginamos eran muchas) las emplea el gobierno municipal para la beneficencia pública, pero que la historia consigna dos o tres testimonios de algunas personas que hacen lo mismo que vimos hacía la mujer trepada en la fuente en Comitán. ¡Claro!, allá eso está considerado como delito por la cantidad de dinero que recoge la fuente cada día. Aunque, explicó Arminda, el guía de turistas les dijo que los demandados no alcanzaron cárcel porque se defendieron diciendo que las monedas no eran de nadie, dijeron que era como encontrar una moneda en la banqueta, una moneda que a alguien se le hubiera caído, dijeron que los turistas lanzaban la moneda porque era lo más práctico y lo que tenían más a mano, pero lo mismo hubiera sido tirar piedritas. Rosa dijo que en Tailandia hay un lugar (no recordó el nombre) en el que, de igual manera, existe una fuente en la que los turistas, en lugar de arrojar monedas, arrojan balines de hierro. Los balines los compran con unas mujeres que los venden y cuya venta la emplean para ofrecer comida gratuita a menesterosos. Todas las tardes, esas mujeres entran a la fuente y rescatan los balines que venderán al otro día.
Cuando vi a la pescadora de Comitán pensé en las veces que he presenciado tal acto. Una vez, en el malecón de Veracruz vi a un grupo de muchachos que, con cuerdas, pescaban a la orilla del mar. Estaban trepados en una barda y desde ahí, parados, esperaban el instante prodigioso en que un pez picara. Asimismo recordé una imagen de la Habana, que era casi la misma que había presenciado en Veracruz. Por supuesto que la imagen de la Habana la había visto en un libro de fotografía.
La tarde que vi a la pescadora de Comitán pensé en que ese instante era muy semejante a aquellos, con la única diferencia que la de Comitán no esperaba que los peces picaran, sino que ella aventaba el cordel con el imán hacia el lugar donde había una moneda y, con gran destreza, iba jalándolo hasta que el imán chocaba con la moneda. Cuando la moneda quedaba prendida del imán, la mujer jalaba con pericia el hilo y rescataba la moneda que guardaba de inmediato en la bolsa del chaleco rojo que vestía. Los pescadores de la Habana y de Veracruz tienen que esperar que el pez se acerque. A veces los peces evaden el anzuelo y se llevan la carnaza. Acá, en el caso de la pescadora de Comitán, la ganancia estaba asegurada, como asegurada en la Fuente de Trevi. Pero (¡porca miseria!, dijeran los italianos) la pescadora de Comitán apenas alcanzó a sacar cuatro monedas de cincuenta centavos (de las blancas, porque las doradas no se pegaban al imán, porque su aleación no le permite ser atraída por el imán).
Pero vi que la pescadora de Comitán se divertía haciendo lo que hacía. Como niña le dio una vuelta completa a la fuente, caminando con gran seguridad sobre el borde y lanzando la cuerda cada vez que veía una moneda en el fondo. Como el agua de la fuente no alcanza ni los veinte centímetros de altura era fácil detectar las monedas.
Nunca pensé que vería en acción a una pescadora en pleno parque central de Comitán. He conocido a varios pescadores de sueños, pero a éstos los he encontrado en el parque de La Pila o en el parque de San Sebastián, con los ojos cerrados, recibiendo el aire.
Cuando Pau y su mamá regresaron, mi sobrina preguntó si la mujer había logrado pescar alguna ballena. No, dije, pero sí logró sacar un baúl pirata. Mi sobrina abrió los ojos como claraboyas y dijo: “¡Guau! Debe tener muchas monedas de oro”. Yo quise decirle que el baúl estaba muy pobre y que sólo contenía cuatro monedas de cincuenta centavos, pero callé. Recibí el vaso de unicel con esquites y subimos por las gradas en busca de una banca.

miércoles, 18 de octubre de 2017

EN EL PARQUE DE SAN SEBASTIÁN




Margarita me habló por teléfono. En cuanto dije: Bueno, ella me dijo: “Sos un cabrón. Me la vas a pagar”. Y colgó. Luego supe que todo lo había causado una apuesta que hizo con Sebastián. Yo ignoraba tal apuesta.
Una tarde antes, Sebastián me preguntó: “¿Nunca quisiste ser jugador de fútbol americano?”. Él estaba con su celular en la mano. Estábamos sentados en el parque de San Sebastián, él comía una paleta de chimbo; su hijo Rafalli (su hijo menor) buscaba las ardillas que su mamá le dijo tenían sus casas en los árboles del parque.
Dije que no. En mis tiempos de niño o de adolescente, el fútbol americano era un deporte ajeno a Comitán.
“Ah, me estás mintiendo”, dijo Sebastián y me dio un palmazo en la rodilla.
Volví a decir que no. Bueno, con decir que ni siquiera deseé ser jugador de fútbol soccer. Dije que, en realidad, nunca soñé con algo que tuviera que ver con el deporte. Ni basquetbolista, ni clavadista, ni pesista, ¡nada!
“Veo que me estás engañando, bien estoy viendo en tu cara que sí querías ser jugador de fut americano”.
Claro que no, dije. No estás viendo bien. Le dije que viera bien.
“Es lo que estoy haciendo”, dijo Rafalli, creyendo que le hablaba a él. Y agregó que no hallaba las ardillas que le había dicho su mamá. Dijo que tal vez habían ido a comer y por eso no estaban ahí. Se acercó a su papá y le pidió dinero para comprar una paleta. Sebastián buscó en su bolsa, abrió la cartera y dijo que sólo tenía un billete de doscientos. Yo busqué en la bolsa de mi pantalón y le di dos monedas de diez pesos. Rafalli dio las gracias y salió corriendo con rumbo a la tienda de doña Estelita.
“Margarita me dijo que vos le dijiste que querías ser jugador de americano, que soñabas con ponerte una hombrera, para que te vieras bien ponchado”. Reí. Por supuesto que no, dije. El juego de Sebastián comenzaba a sacarme de armonía. ¿Por qué insistía? ¿Y si le cambiaba la jugada y le decía que sí? Podía decirle: Sí, tenés razón, ahora que mencionaste a Margarita recordé que durante un tiempo soñé con ser un famoso jugador de americano; soñé que era un receptor de primera, que durante una temporada lograba estar en el Top Ten del Touchdown.
Iba a decirle que sí, para cambiarle la jugada, para irme por una lateral y lograr el primero y diez, cuando él dijo: “¿Por qué tenés pena en admitirlo? Era un mero sueño guajiro. Yo conozco a varios chaparritos que sueñan con ser altos. No tiene nada de malo”. Sí, pensé, este diálogo me está cansando. Decidí retirarme, decir que tenía otro compromiso. Ya que tenía su celular en la mano le preguntaría la hora y cuando me la dijera yo pretextaría que tenía otro compromiso, le tendería la mano y diría que había sido un gran gusto platicar con él. En realidad pensé lo contrario desde el principio. Yo estaba en el parque, leyendo un libro del Nobel de Literatura 2017 cuando los vi acercarse. Sebastián ya llevaba la paleta de chimbo y cuando me vio alzó los brazos como si yo fuera una playa y ellos se salvaran de un naufragio. Llegó, se sentó, me dio una palmada en la rodilla y luego, antes de decir hola o cómo estás, me preguntó: ¿Nunca quisiste ser jugador de fútbol americano?
¿Cuál era su objetivo? ¿Jugar o molestar? Su presencia ya estaba hartándome. Pensé que en cuanto Rafalli llegara me pararía sin más y me despediría. Sebastián seguía escribiendo algo en su celular, como si respondiera un mensaje o fuera un escritor que redactara sus impresiones acerca de mi comportamiento. Vi a Rafalli cruzar la calle y dirigirse hacia nosotros. Cuando estuvo cerca, me paré y le dije a Sebastián que había sido un gusto, le tendí la mano, él la cogió con la suya. Fue como si se cogiera de un pescante porque con el impulso se paró y dijo que no, ¡ah!, no, no iba a irme sin responderle la pregunta. Yo traté de retirar mi mano, pero no lo logré, porque él la tenía atenazada. Dije, un poco molesto, que ya le había respondido y, ya con cierta calma, dije que no (sonreí, en ánimo de atemperar su carácter), que nunca había soñado con ser jugador de fútbol americano. “¡Ah, cómo no!”, dijo él e insistió en que Margarita, un día, le había contado que yo decía lo contrario y cuando pronunció el yo, me soltó la mano y con su dedo índice me picó el pecho.
¡Uf!, pensé, qué fastidio. Entonces decidí hacerle su gusto y dije: “Sí, tenés razón, ahora que lo decís, es cierto. Siempre soñé con ser jugador de fut americano, lo que pasa es lo que decís, me da pena reconocerlo. Bueno, nos vemos”. Lo vi sonreír. Rafalli me dio la mano, dijo: “Adiós, tío”. Yo le hice un cariño en su cabeza y le dije: “¿Sabés por qué no viste a las ardillas? Porque están muertas, ¡las envenenaron!”. Rafalli vio a su papá y le preguntó si era cierto. Yo me di la vuelta. Llevaba una sonrisa en mi boca. Andá, cabrón, pensé, respondele esa pregunta a tu hijo.
Pero luego supe que el que ríe al último ríe mejor, porque Sebastián le demostró a Margarita que yo había confesado que sí había deseado ser jugador de fut. Margarita había dicho que eso era ¡imposible! ¿Alejandro? ¡No! ¡Nunca! Entonces Sebastián hizo la apuesta y Margarita aceptó. Sebastián dijo que le demostraría y lo demostró, porque le enseñó el video donde yo dije: “Sí, tenés razón, ahora que lo decís es cierto. Siempre soñé con ser jugador de fut americano, lo que pasa es lo que decís, me da pena reconocerlo”.
Cuando me topé con Margarita le expliqué y le dije que ella era la culpable por andar metiéndose en juego de apuestas con el cabrón de Sebastián.
Al final limamos asperezas y Sebastián dijo que todo era un juego, pero no le regresó su dinero a Margarita.

lunes, 16 de octubre de 2017

CARTA A MARIANA: DONDE APARECE ISHIGURO DOS O TRES VECES




Querida Mariana: El jueves 12 de octubre, el mundo conoció el nombre del autor que obtuvo el Premio Nobel de Literatura 2017: Kazuo Ishiguro. Beltrán, a las seis y quince de la mañana, llamó a la casa (sabe que ya estoy despierto a esa hora, que me preparo para ir al trabajo; sabe que desde las cuatro ando trajinando). Me preguntó: “¿Ya supiste?”. Dije que sí. Tenía prendida la televisión en el noticiario del canal 11 y Javier Solórzano ya había dado la noticia, noticia esperada en todo el mundo. Porque, en realidad, de todos los Premios Nobel, el que más argüende provoca es el de literatura. “Ahí te va un chiste que acabo de inventar”, dijo Beltrán. ¡Viene!, le dije yo, un poco apenado porque había matado su gallo. ¿Por qué no le dije que no sabía y dejé que me diera la noticia, que para eso había llamado? Uf, siempre me paso de honesto y no sé fingir. Nunca aprendí ese capítulo tan socorrido por parte de las madres de familia, que se llama: “Mentiras piadosas”. Debo recibir un curso exprés de esa materia tan necesaria que se llama “Fingimientos piadosos”. Debí decirle a Beltrán: “No, no sé, ¿qué pasó?”, y él, feliz, me hubiera dicho que Kazuo Ishiguro había obtenido el Nobel y que es un escritor que nació en Japón y que vive en Inglaterra y que no estaba considerado en las listas de las relaciones de las casas de apuestas y luego habría preguntado si tenía algún libro de él, si ya lo había leído. Pero no, mi tontera mató su gallo y mató una posible conversación. ¿Ven por qué digo que soy escaso y no tengo amigos? No tengo amigos porque soy un ish, un matador de noticias. En fin, Beltrán, generoso como es siempre, hizo caso omiso de mi grosería y dijo que me contaría un chiste. Para tratar de enmendar mi comportamiento grosero alcé la voz y con mi mejor tono dije que sí, que quería escucharlo. Entonces él me contó el chiste que comenzó con una pregunta: “A ver -dijo Beltrán- qué respondió Haruki Murakami cuando un periodista le preguntó: >¿Usted ganará el Nobel de este año?<”. Me quedé en silencio. El único que hizo bulla fue El guazú (la cotorrita australiana que duerme en la sala, en su jaula). Beltrán me exigió que dijera algo y a mí no se me ocurrió más que decirle que no, que no sabía. Entonces me sentí bien, porque presentí que abría la puerta para que mi amigo se luciera. “¿No sabés?”. Repetí que no. Entonces él dijo: “Murakami dijo, como si fuera comiteco: Caso es seguro. ¿Lo oíste? ¡Caso es seguro! Kazuo Ishiguro” y se rio como si estuviera en un columpio, y yo también reí. Celebré su ingenio y él volvió a repetir: “Caso es seguro, Kazuo Ishiguro”, como para que yo reafirmara su chispa.
En cuanto colgamos, le envié un inbox a Samy, le pregunté si tenía libros del nuevo Nobel. Ya sabés que soy un snob y desde hace muchos años (con excepción del año pasado) siempre corro a una librería para adquirir uno o dos libros del escritor laureado. Y el año pasado no lo hice porque la Academia Sueca nos cambió la jugada y en lugar de ir a comprar libros, todos entramos a Youtube y escuchamos canciones de Bob Dylan, entronizado príncipe de las letras.
Samy buscó en su relación de existencias y me respondió con una pregunta: “¿Del escritor que se parece a Murakami, pero no es Murakami?”.
Pensé que Kazuo ya andaba estimulando el ingenio de medio mundo, a costa del pobre Murakami, quien, otra vez, se quedó vestido y alborotado.
Samy me dijo que lo lamentaba, pero que nada tenía de Kazuo, pero que ya había hecho un pedido y que, a más tardar, el miércoles siguiente los tenía disponibles.
Y resultó que no tardó. El martes, Samy me escribió un mensaje con la noticia que ya tenía libros de Ishiguro para venta.
Ya leí la novela que tiene un título bello “Los restos del día”. Y puedo decir que su literatura es superior a la de Murakami. Disfruté la novelilla. Ahora estoy con la muy nombrada novela: “Nunca me abandones” (conocida, porque hicieron una versión fílmica de ella). Voy a la mitad y ahí voy, pero ésta no tiene la calidad de “Los restos del día”. Armando se molesta cuando, como si yo fuera un maestro, otorgo calificaciones a los libros, dice que es algo muy pedante de mi parte. Yo sostengo que es una manera de evaluar mi capacidad de lector. Si Murakami es autor de seis punto cuatro y muy de vez en vez alcanza siete punto seis, el tal Ishiguro llegó a obtener ocho punto cinco con “Los restos del día” y ahora anda en el siete punto siete (que sube a ocho) con “Nunca me abandones”. A ver si sube un poco más. Tengo ya en el buró la novelilla: “Un artista del mundo flotante”. Creo que con ello tendré ya una visión general del genio del Nobel de este año. Insisto, la de “Los restos del día” me dejó un grato sabor. Esta novelilla también ya la hicieron película. En español se llama “Lo que queda del día”, título menor al de la novela, que es muy buen título: “Los restos del día”.
En fin. Mi espíritu snob ya está satisfecho. Ya le entré al Nobel de este año. Esto me ha permitido conocer a un nuevo autor. Su obra me parece más relevante que la del gran perdedor: el tal Murakami.
Posdata: Creo que nunca olvidaré el nombre de Kazuo y será por la ingeniosidad de Beltrán: Señor Murakami, ¿usted ganará el Nobel de este año? ¡Caso es seguro! (Kazuo Ishiguro).
Simpático el Beltrán. ¿Por qué no dejé que me diera la noticia? ¿Por qué no me hice tacuatz e hice como que no sabía la noticia? ¡Ay, no sé hacer fingimientos piadosos!

domingo, 15 de octubre de 2017

CELIA MARIMBA




Beatriz del Carmen Espinosa González me invitó a comentar su libro “Anecdotario-Celia Marimba”. La presentación fue el viernes 13 de octubre, en el parque central de Comitán. Paso copia del textillo que leí:

Buenas tardes.
Beatriz Carretón de la Lectura es hija de Celia Marimba. Hoy, Beatriz Carretón presenta el libro Anecdotario – Celia Marimba, libro que, como su nombre indica, narra anécdotas de la vida de Celia. Este libro, entonces, es como una fiesta donde la marimba hace la bulla para que el guateque de la vida sea infinito.
Beatriz cuenta que su madre, cuando era niña decía llamarse Celia Marimba. ¡Ah, qué belleza, qué prodigio! ¿A qué niña se le ocurre apellidarse marimba? Sólo a alguien muy especial, sólo a alguien que está bautizada con el agua de los ríos de Chiapas.
Si Celia hubiese nacido en Francia se hubiera llamado Celia Acordeón; si hubiese nacido en Italia se hubiese llamado Celia Violín. Pero ella, nació en Chiapas y se llama Celia Marimba.
Cuando Beatriz me envió su libro vi la portada y la palabra marimba se llevó mi atención. Deduje que el libro de Beatriz se refería al tema de la marimba, pensé que eran ensayos antropológicos o históricos de este instrumento. Pero luego vi las otras palabras: Anecdotario y Celia y ya supe que era un libro singular. Sí, es un libro especial, porque no me equivoqué tanto. Este anecdotario, en realidad tiene como columna vertebral a la marimba, es un libro que suena a fiesta chiapaneca. Cada anécdota es como una melodía. Al principio hay una que suena como diana con chin chin, luego hay otra que suena como suenan las mañanitas y así, el lector como si se parara a bailar o siguiera sentado y viera bailar a los otros va descubriendo una historia de vida.
Beatriz Carretón de la Lectura vino a presentar su libro a una tierra en donde la anécdota tiene un lugar especial. En este pueblo han organizado encuentros de contadores de anécdotas. Amigos de la Rial Academia de la Lengua Frailescana han venido a compartir sus anécdotas. Comitán reconoce que en la anécdota está la síntesis de la vida. La hija de Celia Marimba supo que era importante preservar y compartir las anécdotas que su mamá cuenta, porque estas anécdotas sintetizan una vida llena de momentos prodigiosos, lamentables, irónicos, chispeantes.
En este libro, por ejemplo, se cuenta que Celia Marimba nació en un pueblo que actualmente se llama Cristóbal Obregón. ¿Por qué Cristóbal Obregón? Beatriz cuenta que un porcentaje de pobladores quería que su pueblo se llamara Cristóbal Colón y otro porcentaje deseaba llamarlo Álvaro Obregón. Para no tener problemas y que uno u otro bando se molestara por haber perdido el volado llegaron a una decisión salomónica y el pueblo se llama Cristóbal Obregón. Este prodigio sólo se da en pueblos de Chiapas.
Tal prodigio entrevió Beatriz. Si este pueblo es único por su nombre insólito, la vida de su madre también es insólita. A ver, digan ustedes ¿cuántas mujeres conocen que se presenten con un apellido de instrumento musical? Celia niña, sin saberlo, realizó uno de los mayores prodigios del mundo. Beatriz pensó que el nombre de su madre debía ser conocido por todas las personas, para que, en medio del silencio, sonara como suena esa canción que se llama Las chiapanecas.
Por eso, pienso, Beatriz reunió una serie de anécdotas vividas por Celia y las armó a manera de concierto para que los lectores las fueran escuchando.
Con el libro de Beatriz Carretón de la Lectura reafirmamos la idea de la importancia de los testimonios, de conservar los rasgos biográficos de las personas que forman las sociedades. Cada testimonio de vida es como un pilar de este edificio que se llama Chiapas.
Hoy, el mundo sabe que en estas tierras no sólo hay apellidos que trajeron los conquistadores españoles o apellidos que llegaron con los migrantes italianos o franceses o alemanes. No, hoy, el mundo sabe que hay apellidos que provienen de instrumentos musicales autóctonos. Ya Celia inauguró la novedad. No será raro que un día de estos alguien se autonombre como Pancho Chirchil o Elena flauta de carrizo.
Todo porque hace años, una niña dijo llamarse Celia Marimba. Nuestra Celia ya debe estar en el muro donde aparecen los nombres de las Celias más importantes del mundo, al lado de la también muy musical Celia Cruz. ¡Azúcar! ¡Piloncillo!

sábado, 14 de octubre de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL AIRE DE ITALIA LLEGA HASTA COMITÁN



Querida Mariana: “Angelo’s Pizza” tiene un mapa de Italia en su fachada. Siempre que subo desde San Sebastián con rumbo al parque central me detengo justo en esa esquina, esquina que vos sabés es como el copete de la empinada subida. Me detengo un rato, porque me encanta ver desde ahí los techos de teja y el horizonte que, casi siempre, sostiene un azulísimo cielo. Cuando estoy ahí recuerdo mis años de estudiante de secundaria en el Colegio Mariano N. Ruiz, porque (igual que ahora) en ese tiempo hacíamos un alto para esperar a que Javier llegara cargando la máquina de escribir de la chica bonita que pretendía. Ahí (era casi ley) Javier entregaba la máquina, su pretensa le agradecía y ella continuaba el camino con sus amigas. Javier (es penoso decirlo) era usado como simple cargador, pero él era feliz sirviéndole a la chica de sus sueños y de sus deseos. Ahora me detengo en esa esquina porque recuerdo mi adolescencia, pero también lo hago porque ahí está una parte de Italia en Comitán, y vos sabés que mi árbol genealógico paterno está enraizado en aquellas tierras que sólo conozco por fotografías y por ese mapa que está colgado en la fachada del negocio de Angelo.
Gerardo me dijo que el apellido de Angelo es Antonelli (escribilo con doble ele, me dijo) y sostuvo que Angelo tiene más de veinte años viviendo en Comitán.
Amín Guillén me contó que realiza la investigación de cómo llegó la familia Gutman a Comitán. Tal vez un día también realice la investigación de la llegada de apellidos alemanes o apellidos italianos y ahí deberá incluir la historia de Angelo, cuyo nombre significa Mensajero (mensajero del cielo).
¿Cuándo llegó Angelo a Comitán y por qué decidió quedarse acá? Hugo me dijo que en una ocasión el propio Angelo contó que la situación en su país no era bonancible, por lo que emigró y en Chiapas halló una buena tierra (una buona terra). Gerardo amplió datos: dice que Angelo inicialmente llegó a San Cristóbal, pero le gustó más Comitán. Alicia, que estaba en el grupo que tomaba café, dijo que a ella le gustan las pizzas que Angelo prepara, dijo (y lo dijo con un aire de gran conocedora, de bon vivant) que eran auténticas pizzas italianas, no pizzas de cartón como las que venden en la plaza. Agregó que Angelo vive en Quijá.
Yo, querida Mariana, quedé asombrado por la profusión de datos que me dieron en pocos minutos. Saqué en conclusión dos cosas: primera, que vivimos en Comitán y que acá es difícil pasar inadvertido, porque somos chismositos (comunicativos, dice tía María), y dos, que Angelo ya es parte de la comunidad, se ha ganado la ciudadanía por derecho propio, ya es un italocomiteco que, sin duda, debe dudar entre irle a la Selección Azurra o a la Tricolor cuando ambas selecciones se enfrentan en un partido de sóccer, aventurando que a él le guste ver el fútbol.
Conocí a Angelo en los primeros años de su residencia comiteca. Él abrió su pizzería frente a la escuela primaria Fray Matías de Córdova. Yo vivía en casa de mis papás, justo a una cuadra de su negocio. En ocasiones, a mis hijos se les antojaba comer pizza (el antojo italiano lo traían en la sangre) e íbamos a pedir una pizza (a mi Paty le gusta la Hawaiana) y luego la comíamos en casa. En una ocasión llegué a pedir una pizza, Angelo apuntó el pedido y preguntó a nombre de quién quedaba la orden, yo di mi nombre y cuando escuchó mi apellido lo repitió con ese acento italiano tan peculiar: “¡Ah, Molinari! En Italia hay un sambuca que es Molinari.” Sí, dije, yo sabía, ya un amigo que había viajado a Italia se había topado con una botella y me había compartido la fotografía que tomó. El sambuca es un licor de anís y, me cuentan, las marcas más famosas son: Ramazzotti (debe ser fábrica de algún tío del cantante Eros), Romana Black y Molinari.
Ya que mencioné a Amín debo decir que él anda chento por la presentación de su más reciente libro de investigación: “Cántaro y yagual. Apuntes para la historia del agua en Comitán.” Tiene razón, es un libro que hacía falta. El agua es vital para los pueblos, así como es vital el flujo de migrantes que llegan a dar aliento a los pueblos. Hay migrantes que son como lluvia, que hacen crecer la vida. Angelo (puedo estar equivocado, ya Amín o los cronistas enmendarán el yerro) fue el primer chef que ofreció pizzas en Comitán, y trajo la receta secreta de Italia. En ese tiempo (hablo de mil novecientos noventa y ocho, más o menos) Comitán sólo cenaba huesos, panes compuestos, chalupas y tacos de tío Jul. Angelo rentó un local, construyó un horno y ofreció pizzas y con ello nuestro menú se amplió en variedad y en buen gusto.
Ahora ya hay muchos locales que ofrecen Pizza, desde el también italiano Due Torri hasta el comiteco Mecos Pizza que, me cuentan, son muy exitosas, ya que las personas hacen fila para hacer su pedido. Pero (insisto, los cronistas darán cuenta de ello) parece que el primer restaurante que ofreció pizzas en Comitán fue el de Angelo. ¡No, no es cierto! Ahora que escribo esta línea recuerdo que mucho antes Luis Romeo Muñoz abrió un restaurante en el edificio que ahora ocupa Exa-Fm y ahí ofreció pizzas. “Lucello” se llamaba el restaurante de Luis Romeo. Y lo recordé porque Luis Romeo se anunciaba en el semanario que dirigí en 1982 y que se llamó “Ensayos”. Pero, bueno, Angelo fue el primer italiano que ofreció pizzas en Comitán.
Angelo tiene una motocicleta. La primera vez que lo vi en una calle del pueblo recordé una película clásica que vi en el Cine Comitán que se llama “Vacaciones en Roma”, donde Gregory Peck y Audrey Hepburn dan una vuelta en motoneta por las calles de aquella legendaria ciudad italiana. Dicen que todos los caminos llevan a Roma, pero el camino de Angelo no lo llevó a la capital italiana sino a la ciudad pavimentada por Dios que se llama Comitán (bueno, Dios hizo sus calles empedradas y andaban bien, pero cuando los presidentes municipales cambiaron el empedrado por las asfaltadas comenzó la debacle de lo que actualmente se queja medio mundo de acá, porque no hay calle que no sea un almácigo de baches. Qué sin gracia la ineptitud de las autoridades que usan los recursos para intereses particulares y no para el beneficio de la colectividad, como debería ser).
De aquella vez que comento, pasaron muchos años para que volviera a hablar con Angelo. No sé él, pero sabés que yo soy de pocas palabras. Una vez, hace como tres años, más o menos, nos topamos en la calle y él volvió a saludarme mencionando mi apellido con una sonoridad italiana maravillosa: ¡Molinari!, donde la a la deja correr tantito, como si fuese un balón sobre el estadio donde juega el Nápoles: Molinaaari. ¡Ah, me encanta! Angelo no sabe cómo me encanta escuchar mi apellido pronunciado con ese acento original, bendecido con agua del río Po. Me dijo que le gustaban mis escritos, que compraba el periódico para leer mis colaboraciones y fue más allá, dijo que pasara por su restaurante y que me ofrecería una pizza de cortesía. Agradecí su gesto generoso y me despedí.
En 1998 no tenía el régimen alimenticio que ahora llevo, ahora no como lácteos, por lo tanto no como quesos, por lo tanto no como pizzas. Por esto, ahora ya no visito su restaurante. Lo lamento. Días después pensé que era posible que el amigo que me acompañaba el día que Angelo me ofreció la pizza de cortesía fuera a verlo y dijera que iba de mi parte y que Angelo la preparara y se la diera, porque mi amigo es un poco travieso, por no decir abusivito, pero espero que no haya sido así.
Siempre que veo a Angelo en la calle lo saludo afectuosamente, pidiendo a Dios que diga mi apellido en voz alta, un poco como para que yo, desde Comitán, me sienta en la isla de Cerdeña o en Torino o en la genial Florencia. Cuando escucho mi apellido con tono italiano mi mente brinca como chapulín y procesa una serie interminable de imágenes que tienen que ver con aquel país maravilloso, cuna de mis ancestros. Mi abuelo (fallecido hace muchísimos años) también se llamó Ángel.
Veo a Angelo y escucho la voz de Marcello Mastroianni en alguna película de Federico Fellini y también veo a Miguel Ángel trepado en un andamio pintando un muro o escucho el discreto sonido de la seda a la hora que Edwige Fenech se quita la pantaleta y todos los cinéfilos miramos su hermoso trasero desnudo a la hora que entra a la bañera. Veo, incluso, la cara boba del comediante Alvaro Vitali (Alvaro, así, sin tilde) que salía en las películas de la Fenech y tenía cara como de moco escurrido petrificado.

Posdata: Siempre que Angelo me saluda con su acento italiano pienso en mis antepasados que no conocí físicamente, pero que son parte importante de mi ser. Un día mi abuelo llegó a México y luego a Chiapas y mi padre nació en San Cristóbal y luego yo nací en Comitán. Fue casi la misma ruta que muchos años después siguió Angelo: Llegó a México, luego a Chiapas y tal vez sus hijos nacieron en Comitán. No lo sé.
No bebo más que agua, si no brindara con un sambuca. Hace dos o tres días encontré a Angelo en el stand de la Librería Lalilu, de la Feria del Libro que hay en el parque central (feria que, salvo excepciones, está muy pishcul). Nos saludamos. Angelo dijo, con su tono italiano: “¡Molinari! Te sigo leyendo.” Dijo que compra el periódico y, lo primero que hace es buscar mi texto para leerlo. ¡Salud! ¡Salute!

viernes, 13 de octubre de 2017

DEL PAN QUE NO ES PARTIDO POLÍTICO




En Comitán, como en muchos pueblos del mundo, hay una preferencia por el pan. El arquitecto Trujillo me confesó un día que no puede dejar el pan; es decir, tiene recomendación médica de dejarlo, pero él cede a la tentación. ¡Ah, qué rico el pan de Las Torres! ¡Ah, qué sabroso el pan de por Microondas! ¡Ah, el pan de doña Lupita!
Así como a la hora del amigo los comitecos ofrecen una cerveza bien fría, pero acompañada con unas costillitas adobadas, chile al pastor y tostadas de manteca; de igual manera, en la tarde ofrecen un cafecito. “Pero, con pan”, dice de inmediato el invitado. Café, ¡pero con pan! En realidad: ¡pan!, aunque no haya café ni leche ni chocolate. ¡Ah!, tan sabrosas las semitas, las rosquillas chujas y las costras. Comitán es tan aficionado al pan que uno de sus principales antojitos es el ¡pan compuesto!, como si alguien dijera que el pan simple ¡está descompuesto! Decenas y decenas de años consumiendo el pan comiteco ha provocado que las personas difícilmente acepten nuevas propuestas. Se sabe que la fuerza de la costumbre es columna vertebral del comportamiento. Cuando llegó “La flor de México” que se especializa en pan de la Ciudad de México, sólo las personas que estaban acostumbradas a comer las conchas y los bolillos se acercaron. Hoy los paradigmas han cambiado. Mucha gente aceptó la variedad. Hay gustos para pan comiteco y gustos para pan de la Ciudad de México y para pan de La Trinitaria y para pan de San Cristóbal de Las Casas. En fin, pan para gustos diversos. No hay necesidad de aferrarse a una sola variedad.
En materia política ha sido lo contrario. El PAN casi no tiene fuerza en Comitán. Acá la tradición política siguió la inercia que avasalló a la república que, como dijo Vargas Llosa, se acostumbró a la “dictadura perfecta” del PRI. Por un instante Comitán se volvió Verde, pero, como sucedió a nivel nacional, Comitán regresó como oveja al redil tricolor. En la actualidad la autoridad comiteca es del Partido Revolucionario Institucional. A nivel nacional vemos que el desencanto ha vuelto a florecer, millones de mexicanos se arrepienten de haberle dado otra oportunidad al PRI. ¿Qué sucede en Comitán? ¿Cómo nos fue con el regreso? A nivel nacional millones de electores están viendo hacia otro lado ¿Es opción el PAN a nivel nacional? En una ocasión lo fue y el inepto de Vicente Fox logró ser elegido presidente de la república. ¿Es opción el PAN en Comitán? Parece que no, porque no realiza propuestas inteligentes. Es una pena, porque bien podría integrarse al abanico de aspirantes y ¡en una de esas! Parece que el único pan en Comitán es el pan de todos los días, el que preparan en los hornos comitecos.
Con la misma lógica de la fuerza de la costumbre, el pan integral no ha sido una opción real en Comitán. Es casi difícil de creer que en una ciudad de más de cien mil habitantes no existe la opción de un pan más sano, un pan que, probablemente, le hiciera menos daño al cuerpo del arquitecto Trujillo.
El otro día caminaba por la calle donde está la oficina del Registro Civil y me topé con la Panadería “Corazón de trigo”. Llamó mi atención el dibujo del corazón, un corazón (si se me permite el término: integral, holístico). Entré y hallé que hay panes con ajo (ricos) y panes con cardamomo (riquísimos) y pensé que esta opción es muy válida y necesaria.
¿Por qué los anteriores intentos de panaderías integrales no han prosperado? Porque a los comitecos (como a cualquier sociedad) les cuesta cambiar sus hábitos alimenticios. Pero, cuando una opción puede ser una buena elección habría que modificar paradigmas.
La sociedad mexicana está acostumbrada a tomar Coca Cola y, a pesar que sabe que le hace daño, le cuesta trabajo cambiar paradigmas. La sociedad mexicana está acostumbrada a tener gobernantes ineptos y corruptos y, a pesar que sabe que le hace daño, le cuesta trabajo cambiar paradigmas. A los comitecos les cuesta trabajo cambiar su pan comiteco. Ahora sí que, como dijera Polo Borrás, ¡que con su pan se lo coman!

jueves, 12 de octubre de 2017

COMO LIBROS QUE SEDUCEN




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como un Premio Nobel de Literatura y mujeres que son como el Libro Vaquero.
La mujer premio Nobel de Literatura tiene una fama temporal y una gloria permanente. El año en que es venerada es motivo de mil atenciones por parte del amado. Como dicen en el pueblo: “¿En dónde te pongo?”. La invitan a cenar; le abren la puerta del auto; la sorprenden con ramos de rosas; la hacen reír; la sostienen en los momentos más aciagos; le dicen, al estilo de Neruda, que “su sonrisa se extiende como una mariposa”; le tienden el saco para que sus pies no se mojen en los charcos; la leen como si sus hojas fueran palomas de Szymborska o alfileres Sabines.
Ella cancela la teoría de que el enamoramiento dura seis meses, ella lo prolonga durante todo el año de fama, pero no puede ir más allá, porque ella misma sabe que la popularidad tiene fecha de caducidad, porque (es inevitable) siempre aparece otra que seduce a los amados, a los que están en busca de la novedad, los pobres hombres inmaduros que sostienen su endeble virilidad en estadísticas sexuales. Por esto, ella siempre es una mujer que es admirada por millones de hombres, pero inalcanzable en su esencia. Ella sabe que goza de la gloria infinita aunque los hombres (simples mortales) nunca alcancen siquiera a vislumbrar su grandeza.
La mujer Premio Nobel de Literatura es como un infinito libro hecho con hojas de luz; su costillar no viene de algún Adán redivivo y su pasión está por encima de explicaciones dadas con manzanitas, como si fuesen de cualquier escolar.
Ella es tan liviana como el vuelo de una paloma sobre la Cúpula de El Vaticano; es tan atrevida como el astronauta que sale de la nave para nadar en el aire. Ella es como un viaje en parapente en medio de la lluvia, es como la línea de una carretera que se suspende; tiene la gracia de un marco dorado en una pared del Louvre y la distinción de una mochila en el hombro de un niño de preescolar. Ella es la alegría de una pareja en medio del bosque, a la hora que levanta hongos. Ella es como la niña que se sube al columpio y se sorprende a la hora que despega los pies del suelo.
La mujer premio Nobel de Literatura está encantada con los reflectores y con los aplausos de las audiencias majestuosas. Sabe en el fondo que pertenece al mundo entero, que no puede entregarse a un amado en particular, porque su jardín no es para una sola fuente, para un solo papalote.
Posee el encanto del diente de león a la hora que se desprende del tallo y se prodiga en el viento; posee la humedad del pétalo que se resiste a despertar en la madrugada y es el rosetón que preside la fachada de la catedral.
Ella es sublime. Está conformada con las palabras más bellas de todos los idiomas. Es políglota. Por esto, cientos de traductores trasladan su espíritu a miles de lenguas, para que todos los fieles puedan llenarse con su flama, con su cordón de luz.
La mujer premio Nobel de Literatura tiene el encanto sutil de la veladora a punto de apagarse, a punto de volver oscuridad total la penumbra sugerente.
Ella es como el hueco de la torre, como la nube, como el pez que salta por encima de la horizontal del agua. Ella es como un pie desnudo sobre la piedra, como una foto en sepia, como un celular que se cae pero cuya pantalla no se fractura. Ella es como un vuelo de pájaro, como un puente sobre un río seco, como una película inolvidable.
La mujer premio Nobel de Literatura tiene cien nombres y cien apellidos, puede ser mariposa García Márquez o Elefante Saramago o Luciérnaga Castellanos o surtidor Paz o risco Alfonsina o sonrisa Almudena o trapecio Kafka o caja Pamuk. Tiene mil formas, mil amarres, mil nudos.
Es un pájaro, una ampolleta, un tapete, un bordado, un caballo de madera, una soga para colgar ropa recién lavada.
Ella es un libro y como es un libro contiene todo el universo. En sus pechos tiene mil galaxias, en sus muslos mil agujeros negros y en sus agujeros mil vías lácteas. Ella es una biblioteca inmensa, tan inmensa como mar, como gotas de miel, como aleteos de colibrí, como piedra de río, como limonada en la terraza, como huella en la arena, como taza de café caliente, como pan recién hecho.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como un par de lentes y mujeres que son como canales sin agua.

miércoles, 11 de octubre de 2017

DE GUAJOLOTES Y OTRAS MATERIAS




La frase es contundente. Está escrita en el piso. Fue escrita con un plumón de tinta negra, indeleble. El autor usó un mosaico. Su acto fue como el acto del bailarín de danzón, que se mueve en cuatro baldosas.
La frase es una frase heredada. La mano joven que la escribió la recibió como legado de los mayores del pueblo.
Cotz es una palabra tojolabal que significa guajolote, pero que en el pueblo se usa como sinónimo de acto sexual. Los que saben dicen que la lengua tojolabal no emplea la ce, por lo que, en término estricto, la palabra cotz debería escribirse con ka: Kotz. Pero, ya se dijo, esta palabra es heredad y los mayores la han escrito con ce desde siempre.
Acá no se usa la palabra en su acepción de guajolote, sería un contrasentido decir: Guajolote con pelo; en todo caso, si fuera temporada de pavo al horno, se diría: Guajolote con pluma.
Acá, la palabra se usa como sinónimo de acto sexual.
La tradición ha sido tan rotunda que el pelo continúa presente. Los mayores recuerdan que la frase era más extensa y esta extensión le otorgaba un sentido de perversión mayor. Los jóvenes de la segunda mitad del siglo veinte acostumbraban decir o escribir la siguiente frase: “Cotz con pelos y turusa en caldo”. La turusa, en Chiapas, cuando menos en Comitán, es uno de los nombres que se emplean para designar a la vagina. Otros nombres son paloma, panocha (o panocho), concha, papaya y, en términos más recientes, los jóvenes emplean la palabra cotorra, cuando tienen relaciones sexuales dicen que le dieron de comer a la cotorra o los más osados dicen que despeinaron a la cotorra.
Lo de turusa en caldo era muy prosaico y no era una frase muy afortunada, como sí lo era lo de cotz con pelos, porque los jóvenes de aquel tiempo tenían la fascinación del Monte de Venus. En aquellas épocas no era costumbre rasurarse los pendejos de la entrepierna, por lo que la mayoría de desnudos femeninos mostraban una mata abundante o rala, pero mata de cabellos a fin de cuentas. El ideal voyerista de muchos jóvenes era alcanzar a ver la mata de vellos de la muchacha amada. Muchos estudiantes comitecos, en la Ciudad de México, asistían al burlesque y se unían a los gritos de la audiencia que, después que la vedete se había quitado el sostén y había liberado un par de pechos espléndidos, exigía que se quitara la tanga y mostrara “¡Pelos, pelos, pelos, pelos!”. La pelambre de la entrepierna era el platillo que cerraba con broche de oro la función.
Los jóvenes de hoy, fieles a la tradición, continúan escribiendo la frase. La escriben con la alegría con que el loro repite la frase de “Lorito dame la pata”. La repitem sin mucha conciencia del significado, porque en pleno siglo XXI, la mayoría de muchachas bonitas tiene rasurada la cotorra. La cotorra ya no tiene plumas, ya no la despeinan.
Las actrices del cine de los años setenta fueron famosas por sus matas de vellos. Mientras más velludas más interesantes. Por eso, muchos jóvenes, de manera disimulada veían los brazos de las chicas y si éstas tenían bastantes vellitos decían, con un tono lúbrico cachondo: “Si así está el camino ¡cómo estará el rancho!”, presagiando que el Monte de Venus sería generoso y suficiente.
Pero la tradición continúa. Los muchachos de estos tiempos siguen escribiendo lo que aprendieron de los mayores. El grito ¡Cotz! sigue siendo un signo de identidad comiteca.
Tal vez muchos formales puedan sentirse frustrados al decir Cotz con pelos y constatar que la muchacha tiene rasurado el pubis. Ahora, la modernidad exige, el cotz se hace sin pelos, cuando menos de la parte femenina. Ahora ya no se da lo que los jóvenes de los setenta sugerían a sus parejas: “Juntemos nuestros monitos”.
Los jóvenes siguen escribiendo la frase con plumón de tinta indeleble, para que el agua de lluvia no la borre, para que los adultos tarden más en borrarla, olvidando que ellos la escribieron en su juventud y son los benditos transmisores de la riqueza idiomática.