lunes, 28 de abril de 2014

ARENILLA PARA JORGE HUMBERTO CHÁVEZ





Jorge Humberto obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2013. Todo mundo sabe que este premio es el más prestigioso de la República de las Letras de México (sí, perdón, por encima del Sabines). Coincidí con Jorge Humberto en Zacatecas, con motivo del Festival Internacional de Poesía, acto en donde a Óscar Oliva se le concedió el Premio Internacional de Poesía Ramón López Velarde. Como dicen los clásicos “me gustó la letra” de Jorge. Su palabra está abonada con la arena del desierto y con el agua de los cactus achicharrándose en el comal del sol. Jorge me cayó bien. Apenas crucé dos palabras con él. En la sala cibernética del hotel, a las siete de la mañana, él estaba sentado a mi lado. Ese día viajamos a Jerez (lugar de nacimiento del poeta zacatecano). Le pregunté en dónde nos reuniríamos para esperar el autobús y él me dijo que no iría a Jerez, tenía un compromiso en la ciudad de México, pero me dijo que en el restaurante, a la hora del desayuno, estaría la banda. Como yo no desayunaba con el grupo (porque llevo una dieta muy especial) no sabía dónde estaba el restaurante, Jorge movió el brazo izquierdo y señaló un espacio a nuestra espalda. Ahora, Jorge Humberto anduvo por Comitán. Vino con la bandada del “Carruaje de pájaros”. De nuevo hablé casi nada con él. Apenas un pequeño cuestionario de diez preguntas para compartir con los lectores; apenas arena de desierto; apenas hilo de agua.

1. ¿Por qué, a veces, lloran las piedras?
Porque están tristes
2. Después de la nube, ¿qué pasa?
Otra
3. En el desierto, ¿qué florece en invierno?
Los cactus
4. ¿Hay luz en medio del pozo?
A veces
5. En el cumpleaños de la arena, ¿qué celebra el gusano?
Nada
6. Pensar el Sol, ¿hace que la luna se desgaje?
No
7. ¿Sobre qué cactus siembra el sol su espiga de luz?
Sobre todos
8. ¿Qué se deshace en el tedio del desierto?
La luz
9. ¿A qué hora lo real se evapora en la niebla del pasado?
Siempre
10. El día, ¿siente nostalgia de la lluvia lejana?
No creo

JORGE HUMBERTO CHÁVEZ. Nació en Ciudad Juárez, Chihuahua, en 1959. Coordinador de Literatura y catedrático universitario. Además del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2013, ha obtenido los Premios Nacionales de Poesía Colima y el “Salvador Gallardo Dávalos”.

domingo, 27 de abril de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA, DONDE HAY CONSTANCIA DE ALGO COMO UN SUEÑO





¿Es acaso un sueño? “No”, dicen mis paisanos. Ellos cuentan que hubo un tiempo (no tan lejano) que el Centro de Comitán tenía esta placidez. Cuentan que hubo un tiempo en que el ser humano importó más que el automóvil. La gente llegaba al parque y caminaba sin apremio, sin el riesgo de que un automovilista confundiera la calle con una pista de carreras.
Mis paisanos cuentan que este espacio se llenaba de caminantes, de niños que eran llevados de la mano por sus papás. Si estos niños se desprendían tantito, las mamás no se torcían del susto. No existía el riesgo de atropellamiento. Bueno, el único atropellamiento que existía era el que se daba entre niños que corrían detrás de una pompa de jabón.
Cuentan que hubo un tiempo en que Comitán apreciaba la vida. Cuentan que bastaba un ligero conjuro para convocar a las multitudes al rejuego infinito de la vida. Hoy, esta placidez se antoja como un sueño, pero hay paisanos que me cuentan que no fue tal, dicen que esta postal es real, no está “fotoshopeada”. Eran tiempos alejados de la confusión.
Hubo un tiempo en que Comitán vivía en medio de un sitio llamado certeza, un sitio lleno de árboles de limas de pechito y de árboles de chulul. Un tiempo en que la vida era la única cuerda que enredaba la cintura. ¡Ah, qué tiempos! ¡Ah, qué grandeza de hombres y mujeres! Pero, también cuentan, que un día a un presidente municipal se le ocurrió “abrir” este espacio. Cuentan que ahí comenzó la incertidumbre y el caos. ¡Dios mío! ¿Puede “abrirse” de nuevo el corazón y peatonizar esta calle? ¿Puede una pesadilla recuperar el tono afectuoso de un buen sueño?
Algún compa comiteco subió esta postal en el “Facebook”. Cuando la vi mi corazón pensó en abrir sus canales a fin de evitar el colesterol de la bobera. ¡Ah, qué tiempos! ¡Qué mira tan alta la de aquéllos que construían espacios para las personas y no para autos! En algún momento el hombre se olvidó de que lo importante es él y no el chunche.

sábado, 26 de abril de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAY CIEN AÑOS EN UN DÍA





Querida Mariana: todo mundo habla de la muerte de Gabriel García Márquez, escritor que obtuvo el Premio Nobel de Literatura. ¡Basta! No caeré en la tentación de ese exceso. Yo no escribiré acerca de él ni de su obra, a pesar de que pocos pueblos del mundo tendrían la cercanía que tiene Comitán con Macondo (Macondo es el mítico poblado que aparece en su novela “Cien años de soledad”). Los poblados de Latinoamérica tienen mucha semejanza con Macondo. Cuentan que las casas de Macondo están hechas de barro y que, en el mes de marzo, los gitanos llegan al pueblo. En los pueblos actuales de América del Sur y de América Central aún hay casas de barro y los gitanos llegan.
Yo no sé de dónde vienen los gitanos, pero ellos vienen de muy lejos. Un buen día se aparecen en los pueblos, levantan sus casas y cuelgan en las ramas de los árboles algo que se asemeja a un sol. Los terrenos baldíos se llenan con su luz y con su arguende de chachalacas. Mucha gente no tolera a los gitanos. Hay personas que desconfían de los trashumantes. Los comitecos se preguntan de dónde vienen esos personajes extraños y les inquieta no saber, bien a bien, qué es lo que buscan en estas tierras. Y no hablo sólo de gitanos, hablo de cualquier extraño que se aparece en la casa. Quienes se extrañan son comitecos de nacencia y quisieran que Comitán siguiera siendo el mismo pueblo, como dice García Márquez: “de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas…”. ¡Esto no puede ser! Ya Comitán no es una aldea de veinte casas donde todo mundo se conoce y se reconoce; ya Comitán no tiene un río de aguas diáfanas. Comitán ya es una ciudad de muchísimas casas construidas con varilla y cemento y su río (un hilo de agua) es un río de lodo. Cuentan que hubo un tiempo en que el Río Grande fue, a semejanza del río de Macondo, un río de “aguas diáfanas”. Hubo un tiempo en que Comitán fue muy semejante a Macondo. La diferencia fundamental es que Macondo (¡ah, qué prodigio!) sigue intocado. No ha ganado ni perdido una sola casa; sus vivos son los mismos y sus muertos también. Acá, en Comitán, cada día los viejos se mueren, de igual manera nacen muchos pichitos. Con tanta nacedera es imposible que (como lo piden los más conservadores) Comitán se mantenga sin crecimiento. Pero, en el fondo, detrás de todas las fachadas modernas, hay un Comitán que tiene muchos rasgos de cercanía con el Macondo eterno. Hay casas, todavía, que están hechas con barro, con adobe, con tejamanil. Y si me apurás, todavía, el Río Grande (muy cerca del nacedero) tiene un agua limpísima.
¿Por qué Macondo tiene semejanza con Comitán? Porque Macondo es un pueblo mágico. Macondo es producto de algo que, en literatura, se llama Realismo Mágico; un pueblo donde lo cotidiano toma un rostro de sueño. ¿Qué es Comitán? Pues es un pueblo más entre los miles de pueblos que existen en el mundo, pero es un pueblo único por su peculiaridad, donde lo real a veces se confunde con lo mágico. Quienes vivimos en Comitán no vivimos en la realidad real que asoma en las calles de los demás pueblos del mundo. Quienes vivimos en Comitán reconocemos un halo especial que confunde los ojos y el alma de propios y extraños. Cuando un visitante llega a Comitán algo sucede en su espíritu. Si alguien le pregunta cuál es esa seducción no sabe explicarlo bien, porque la magia, así como el milagro, no tiene explicación. Hay algo detrás de este Comitán de 2014; hay algo en su cielo, en su aire, que conmueve el espíritu y hace que la gente no quiera irse. Como que si de pronto llegara al útero materno, el aire de Comitán conmueve el corazón del viajero, del que, como si fuese Noé, viera una paloma en el cielo y entendiera que el Diluvio Universal ¡cesó! Quien se acerca a Comitán reconoce que algo, más allá de lo racional, está sostenido en las frondas y en las cimas de sus montañas discretas. En ocasiones anteriores te conté que me sorprendió la rotundez de la visión de las cercanías de Puebla. Cuando viví en aquella ciudad abría la ventana de mi cuarto y los volcanes aparecían frente a mis ojos. El Popocatépetl y el Iztaccihuatl se me venían como si fuesen nubes de piedra amenazando mi cielo. El Popo, de vez en vez, me recordaba que todo tiene vida y eructaba piedras de fuego. ¡Oh, Dios mío! ¡Qué rotundez de imagen inolvidable! Acá, en mi pueblo, abro la ventana de mi cuarto y miro las montañas que circundan el corazón de Comitán, ¡ah!, son como pechitos de niña de quince años, como los primeros pasos de un sueño, como pequeñas frutitas colgadas del árbol mayor. Acá todo es como si el mundo apenas balbuceara su nombre. García Márquez dice que, al principio, en Macondo “las cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. ¿Mirás la semejanza con nuestro pueblo? Acá también todo está innombrado, por eso nos encanta esta maravillosa ciudad. Nos dicen que fulano de tal se llama así, pero nosotros sabemos que detrás de esa piedra que se llama nombre, ese fulano tiene otra línea para nombrarlo. Ahora en Semana Santa acudí un día al barrio de Nicalocok, barrio en donde representan (desde años) la Pasión de Cristo. Llamó mi atención que el día domingo, el día de la resurrección, Judas lee su testamento. ¿Qué propiedades materiales tenía el traidor? ¿A quién se las cede? En Comitán, dentro del protocolo de algo tan serio y conmovedor, como lo es la representación de la Pasión, se celebra la vida con un texto humorístico. Vecinos del barrio de Nicalocok cuentan que esta “ocurrencia” es fruto de la imaginación fértil de nuestra amada cronista, doña Lolita Albores. Ella, todo mundo lo sabe, fue una persona que tenía la cultura de Comitán en la mano. Sabía mil anécdotas de este pueblo. Todos los cronistas de los demás pueblos de Chiapas reconocieron que era una auténtica comiteca, llena de la picardía y humorismo de la gente de este pueblo. Bueno, pues ella, un día dijo que por qué no hacían “El testamento de Judas” y ayudó a los vecinos a redactar el texto en cuestión. Ahí, Judas deja sus pertenencias (pocas, incluidas las treinta monedas fruto de la traición) a los vecinos del barrio. La gente de Nicalocok espera con alegría la lectura del texto. Sorprende que los nombres de los elegidos son sobrenombres. En el barrio nadie se enoja porque sea tratado por su apodo. El clásico vecino me confesó que en el barrio todo mundo se trata por apodo, “si decimos nuestro nombre no nos reconocemos”. Tal como sucedía en Macondo, en Comitán pareciera el principio de Todo. Hay necesidad de nombrar las cosas, de iluminarlas con el ritual del bautizo.
No caeré en la tentación de escribir acerca de Gabriel García Márquez, como si han caído miles en estos días. Yo no escribiré acerca de él. No lo haré, porque una de las características fundamentales de su escritura es precisamente un rasgo que tiene que ver con ese denominado Realismo Mágico y que es ¡la exageración!, y a mí (te lo he dicho mil veces) no me gusta la exageración. Los críticos literarios dicen que “Cien años de soledad” es como un recuento de la historia del mundo. La novela conmovió el corazón de millones de lectores en todo el mundo porque narra el origen y la evolución de un pueblo maravilloso. Muchas alusiones tienen que ver con relatos bíblicos, con apariciones, con extrañamientos. Una mujer tenía miedo de embarazarse porque su crío podía tener la maldición de nacer con cola de cuch. Todos los lectores saben que ahí hay un símbolo. ¿Cuántos humanos, en toda Latinoamérica, siguen naciendo con cola de cuch? ¿Cuántos cuches nacen con forma de humanos?
Murió Gabriel García Márquez y todo mundo escribió y habló acerca de él. Desde la diputada local, en Chiapas, que confundió a Gabo con Carlos Cuauhtémoc Sánchez, hasta la nota luctuosa electrónica de CONACULTA donde lamentaba la muerte del Premio “Novel”. Desde el snob que quiso pasar a la inmortalidad a la hora que escribió el clásico lugar común de que ahora “Cien años de soledad alimentan la orfandad de los lectores de todo el mundo”, hasta el que puso una frase ingeniosilla: “Si de García Márquez hablan, ¡que no será de mí!”.
Yo no caeré en la tentación, porque quien cayó en la tentación fue Judas y ya mirás cómo le fue.
Sólo diré que Macondo se parece mucho a Comitán. Allá, en aquel pueblo mítico, una tarde Remedios La bella levita, vuela, “decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria”. ¿Mirás, niña de mis vientos, cómo Macondo se parece a Comitán? En este pueblo (así nos lo recuerdan “los más altos pájaros de la memoria”) las mujeres también ascienden. Acá, las mujeres nos hacen el favor de bajar, como palomas que bajan a comer granos de luz, pero su condición natural es la altura. Bajan sólo para que los hombres puedan tenerlas a la vuelta de la mano. ¿Cuántos viajeros han quedado prendado de la belleza física de las comitecas y de sus virtudes? Los más reconocidos autores de canciones lo han dicho. Ellos llegaron un día a Comitán y vieron que en este pueblo la luz que se derrama sobre los tejados proviene de la mirada de la mujer comiteca. Ya Roberto Cordero Citalán lo cantó: “…Comitán de las flores, donde están mis amores, donde quieren de verdad”. Dicen (en todo el mundo) que el amor es una frágil flor de cristal. Acá, en nuestro pueblo, las muchachas “quieren de verdad” y esto, niña mía, es la máxima copa del Realismo Mágico. Acá, las muchachas ¡vuelan! (estaba a punto de decir que son como mariposas amarillas, pero iba a caer en la tentación de comparar estas mariposas con las que aparecían cada vez que Mauricio Babilonia se asomaba).
Yo no hablaré de García Márquez. Con tantos temas, se me hace una estupidez hablar de lo que habla todo mundo. Vos y yo podemos hablar de la lluvia, por ejemplo. Dicen que en Macondo llovía mucho, casi tanto como llueve ahora en Comitán. Acá llueve tanto que, a veces, no se sabe cuándo parará. A veces tenemos miedo de que llueva de más. Abrimos las ventanas de las casas, asomamos la cabeza y vemos que la lluvia se desgrana como si no tuviese otra vocación. Cuentan, yo no sé, que en Macondo llovía tanto que las calles eran lodazales, porque las calles eran de tierra, de barro. ¿Mirás la cercanía de Macondo con nuestro Comitán? Un amigo, lector de “Cien años de soledad”, me contó que en Macondo, un día comenzó a llover, como llueve acá, de manera ligera, poco a poco se intensificó, la gente se metió a sus casas, cerró las ventanas, se sirvió café mientras esperaba que el chubasco cesara, pero al día siguiente, la gente abrió las ventanas y vio que la lluvia seguía. Las personas volvieron a meterse a las camas, platicaron, dijeron algo así como “qué barbaridad, cómo llueve” y se abrazaron de nuevo al sueño, en espera de que la lluvia se retirara. Los hombres y mujeres de Macondo repitieron la escena al día siguiente y hallaron que la lluvia seguía cayendo como bolo a media noche, no se levantaba. Mi amigo dice que en Macondo llovió durante ¡cuatro años, once meses y dos días! Llovió sin pausa. Fue una lluvia sostenida, como alud de piedra sobre el pueblo. Al principio, la gente se arrulló con el sonido del agua sobre los techos de palma, lo oyeron como pasos de gatitos sobre el tejado. Pero, conforme la lluvia se desgranó como si fuese una maldición, día tras día, noche tras noche, el rumor de los pasos de la lluvia se convirtió en tropel de elefantes, en aleteo de millones de zanates.

Posdata: ¿imaginás una lluvia de cuatro años, once meses y dos días? Yo no puedo imaginarlo. Pero, a veces, uno tiene la impresión de que llueve de más. Algunas calles de Comitán se anegan y esto ocasiona problemas. El agua, en ocasiones, entra como delincuente a las casas y roba la tranquilidad de sus moradores. Dicen que El Calentamiento Global causa este desajuste. Pero mi amigo lector dice que sólo se están cumpliendo las profecías de Gabriel García Márquez; cuenta que el mundo, cada vez más, se parecerá a Macondo y la humanidad se convertirá en una horda de gitanos, que irá de un lado a otro, en busca de agua pura. ¿Mirás qué semejanza con la historia del origen de nuestro pueblo?
Ahora que murió García Márquez ¡todo mundo cayó en la tentación de escribir y hablar acerca de él! Yo me hice el propósito de no hacerlo. No caeré en la tentación.

viernes, 25 de abril de 2014

ARENILLA PARA FRANCISCO MAGAÑA





El poeta Francisco Magaña estuvo en Comitán. A Chico lo conocí en Tuxtla Gutiérrez hace “mil años”. Sus amigos le dicen Chico (yo no tengo el honor de ser de ese grupo, pero lo escribo así, porque suena afectuoso, cercano y porque ahorra letras). Lo conocí en un encuentro de escritores en el ya extinto Instituto Chiapaneco de Cultura. En ese tiempo (mil novecientos noventa y tantos), Socorrito Trejo organizaba encuentros literarios que convocaban a poetas y narradores de toda la república mexicana, incluso del extranjero. Ahora, ¡qué feliz “seguidoña”!, el poeta Fer Trejo (hijo de Socorrito) también convoca encuentros literarios nacionales. Los Trejo han sembrado harto y bien bueno. Esta siembra ha sido “calzada” con la palabra de muchos poetas. Chico ha sido uno de ellos. Ahora que estuvo en Comitán lo vi pleno. Un grupo de estudiantes de bachillerato se acercó, platicó con él y le pidió el autógrafo. Él, grande (de estatura física e intelectual), accedió con humildad. La imagen era como si una bandada de “chinitas” se acercara a la fuente y bebiera, bebiera agua limpia, agua de luz.
Chico fue un ave, apenas una línea en el cielo comiteco. Leyó, firmó y se fue (ningún Vicente Fox lo empujó a ello. Tenía otro compromiso, tenía que viajar a Tuxtla para tomar el avión). Antes de irse, generoso, jugó a bote pronto con diez preguntas. Acá está el resultado de ese juego.

1. ¿Qué cura un cura?
El alma.
2. ¿Cuál fotografía aparece en la primera página de tu álbum familiar?
Una foto de Diane Arbus.
3. ¿Cómo se da la vuelta a la noche en ochenta días?
Cerrando los ojos.
4. ¿Qué prefieres: jugar con el viento o con el viento hacer un juego?
Jugar con el viento.
5. De la A a la Z, ¿qué palabra aparece en la R?
No sabría por qué pero aparecen dos letras: la e y la r.
6. Magaña ¿tiene maña?
Bastante.
7. ¿A qué hora el agua decide soñar con ser piedra?
En la noche.
8. Si Tabasco es un edén, ¿qué clase de manzana prueban las Evas?
Todas.
9. Chico, ¿cómo explicas la aparente contradicción: Chico – zapote?
Con una paradoja.
10. ¿A qué hora se duerme la rutina?
Once de la noche. Se levanta a las cinco y media, ya es justo.

FRANCISCO MAGAÑA. Poeta y traductor. Nació en Tabasco, en 1961. Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2001.

lunes, 21 de abril de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE EL FANTASMA DE GABO





Querida Mariana: caminaba por el parque de San Sebastián cuando recibí un mensaje: “estamos de luto, ha muerto don Gabriel García Márquez”. Le enseñé el mensaje a mi acompañante, ella tomó el celular y se santiguó frente a una cruz que estaba hincada en un arriate del parque. La cruz serviría para la representación de la ópera rock “Jesucristo súper estrella” que, el viernes santo, un grupo de jóvenes representó, bajo la conducción del párroco de San Sebastián. “Chin” dijo mi acompañante y volvió a santiguarse. Luego preguntó “¿resucitará a los tres días o dentro de cien años?”.
Caminábamos por el parque, eran las cuatro y feria de la tarde, del diecisiete de abril de dos mil catorce. Era un jueves santo, un santo jueves. Nos sentamos en una banca y suspendimos lo que íbamos a hacer. Nos pusimos a ver la fachada del templo de San Sebastián. Vimos las cuatro imágenes de yeso, tres de ellas ¡sin cabeza!
“Ahora medio mundo saldrá con las grandes declaraciones”, dijo mi acompañante. Sí, pensé, ahora, dos o tres, dirán que en algún momento conocieron a Gabo y que él les dijo tal cosa. No faltará el permanentelugarcomún de “es una pérdida irreparable para la literatura del mundo”. No faltará la niña que escriba en el Facebook: “oh, ahora entramos de lleno a cien años de soledad” o “ahora sí el Coronel ya no tiene quien le escriba” o el más tontito de “fue la muerte de una crónica anunciada”.
Mi acompañante (fanática de los cuentos y novelas de Gabo) estiró las piernas, se puso los brazos detrás de la nuca y recitó el inicio de “Cien años de soledad”: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…”. Ella sabe de memoria cien líneas del inicio de la novela. Cada línea representa un año de soledad. Cuando se siente sola recita una línea y con ello conjura la ausencia y el vacío.
“¿En qué piensas?”, me preguntó. Yo dije que en la cantidad de periodistas que andaba tras de Mario Vargas Llosa para obtener su declaración. “Pensaste en vaguedades, caíste en el terreno banal”, dijo ella y se paró. “¿Nos vamos?”. No, le dije, por favor, sentate. Y le dije que dentro de años ella, por alguna extraña relación, se preguntará qué hacía el día que murió Gabo y sería un absurdo recordar que caminaba y caminaba por la subida de San Sebastián, sin hacer una pausa. Se sentó y dijo que tenía razón. Si todo mundo hablaba de Gabo, si David había dicho en el mensaje que “estábamos de luto” había que honrar la memoria de ese escritor que tantas historias encajó en nuestra memoria y en nuestro corazón. La vi a los ojos y le conté lo que ya he contado varias veces, que tuve que comenzar más de tres veces la lectura de “Cien años de soledad”. Comenzaba y me parecía una novela sensacional, fantástica, pero llegaba un momento en que pensaba que no era la maravilla que había prometido al final y ¡la dejaba! Fue en la cuarta o quinta ocasión que intenté leerla cuando, por fin, llegué al término. Sigo sin explicarme bien a bien tal situación. Tal vez se deba a una incapacidad lectora o sea un bache en el puente de luz que Gabo intentó construir.
Esa tarde recordamos algunos cuentos de Gabo, algunas novelas. A las cinco con cincuenta ella dijo que ya debía despedirse, que tomaría un taxi. Ya nunca hicimos lo que íbamos a hacer. Todo fue porque recibí un mensaje que decía que Gabo había muerto. Antes que ella subiera al taxi dijo que nunca me había dicho que coincidía conmigo: la última novela de Gabo, “Memorias de mis putas tristes”, era malita.
Muchos se conmocionaron ante la muerte de Gabo. Hicieron declaraciones fabulosas. La única declaración más o menos sensata fue la de Alpuleyo, que dijo que su muerte era una consecuencia natural. En los últimos tiempos el Alzheimer jugó con él. Gabo, como si fuese personaje de su novela, había comenzado a perder la memoria, a extraviar los nombres de los objetos y del uso de cada uno de ellos. Alpuleyo dijo que la tarde en que murió, Gabo había perdido el nombre del aire y había olvidado para qué servía respirar. Le dije adiós a mi acompañante y miré que sólo una de las cuatro imágenes de la fachada del templo tiene cabeza, las otras tres ya la perdieron, la extraviaron.

sábado, 19 de abril de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE UN PÁJARO INTENTA EL VUELO




Muchos creían extinta a esta ave. En el mundo hay pocos ejemplares, algunos se encuentran en las piedras, otros en pieles. La que acá se ve está en una piel de agua, de lago. Permanece en cautiverio porque existen muchos depredadores que quieren exterminarla. Por eso, su propietaria (de quien no se dice el nombre para no entorpecer el ritmo del universo) la mantiene cautiva con una ligera cinta de sostén, de color negro. El ave (todo mundo puede verla) tiene una mirada de ojo de pozo donde falta la luz. Los expertos indican que siempre ha tenido esa mirada de hoyo negro, de línea que bebe la luminosidad.
Algunos ilusos creen que esta ave puede escapar a la hora que la muchacha bonita se libera del sostén. Creen que a la hora que ella (poeta), en la intimidad de su recámara, corre la cortina, se quita la blusa con ambas manos frente al espejo y se desabrocha el sostén negro para liberar sus pechitos (piel de agua) el ave intenta el vuelo. No es así, esta ave permanece como si estuviese adentro de una jaula. Ocurre de esta manera porque ella se siente muy bien en ese lugar, ahí cerca del hombro (piel de lago). Cuando alguien (¡bendito sea!) acaricia a la muchacha bonita y pasa su mano sobre el hombro, el ave piensa que es como una línea de viento que la cuida y la protege de tanto depredador.
La simetría de su cuerpo obligó a la naturaleza a proveerle dos cabezas a esta ave. Por eso, la muchacha, también (¡perfecta!), tiene dos manos, dos ojos, dos orejas, dos pechitos (piel de agua). Si yo fuese ave, si tuviera dos alas, también me gustaría estar en ese hombro y desde ahí, desde esa colina, advertir el vuelo del águila y advertir la hora en que el sol se oculta tímido para intuir el instante en que el ave es liberada con el simple movimiento de ella al desabrochar el sostén y dejar libre el más prodigioso de los cielos.

jueves, 17 de abril de 2014

SIN PODER RELLENAR LOS VACÍOS





Entiendo a quienes odian los domingos. Los domingos tienen cara de ¡domingo! Cuando alguien te encuentra y, con los brazos abiertos, sonríe y te dice: “¡Vamos, hombre, dejá ya esa cara de domingo!”, te está diciendo que dejés el territorio del insomnio. ¡Ah, qué cara de lago contaminado tiene el domingo!
El otro día (¡domingo!) salí de casa (por el momento vivo en el barrio de San Sebastián). Salí a las seis de la tarde. Subí de San Sebastián al parque central. El parque de San Sebastián tiene árboles viejos. Muchos de los árboles están como podridos, como chimuelos. El parque es agradable, pero si uno lo ve con atención ve que tiene muchas grietas en el aire. En la fachada de su templo tiene imágenes de yeso sin cabeza. Esto es así todos los días, pero uno detecta tales hendiduras, sobre todo, los domingos. ¡Los domingos son imágenes sin cabeza! Algo tiene el ambiente de domingo que todo brilla como una nata que provoca nostalgia. Algo se enreda en el corazón, algo como una cinta con alambre de púas. Y es que los domingos muere todo lo que vive entre semana. Entre semana todo mundo trabaja. En el parque caminan muchachos que van o regresan de la escuela, que se paran tantito ante el hombre que, en su carrito de madera, ofrece raspados o salvadillos con temperante. Pero ¿los domingos?
Los domingos desaparecen los habituales de entre semana. Los comercios están cerrados. La gente llena el parque durante la mañana, cuando acude a misa. ¡Ah, qué bonito se ve el parque lleno de niños que corren y mamás que descansan en las bancas! Pero, a las dos de la tarde, como si alguien decretara Toque de Queda, el parque “queda” solo. Sólo algunos viejos dormitan en las bancas; sólo algunos teporochos levantan los brazos como si fuesen condenados o náufragos.
Subí por la Calle Central. Todo estaba cerrado. Incluso el color de las fachadas de domingo toma otro color, algo más deslavado, algo más baboso. Hubo un instante en que todo quedó en suspenso: ni un auto, ni un perro, ni un pájaro, ni un hombre, ni una mujer. Sólo yo y mis pasos y el silencio. El cielo, que en Comitán es rotundo y es como un espejo de cristal, no mostraba ni una sola nube. Tanta sábana de Dios me encogió el corazón, me apachurró. Tuve miedo. Pensé que en cualquier momento, de un remetido, saldría una mano con una navaja y una voz me obligaría a entregar mi cartera (que en ese momento llevaba un billete azul de veinte pesos y mis credenciales). Mi intuición no estaba tan alejada de la realidad, porque treinta pasos más adelante me topé con una camioneta estacionada, tenía un cristal roto. Alguien (el cabrón de la navaja, sin duda) había quebrado el cristal, metido la mano y hurtado el bolso o el portafolio. Como si fuese algo proverbial, en ese momento, en la esquina, apareció una patrulla con elementos de seguridad. Mi primer impulso fue llamarlos y decirles que un delincuente, un vándalo, había cometido un asalto sin que el dueño de la camioneta se percatara, pero ya la patrulla avanzaba y todo era como inútil. Seguí caminando, apresuré el paso. Imaginé la reacción del dueño de la camioneta a la hora que regresara a su auto. Imaginé que este tipo de atropellos no se da entre semana, porque entre semana hay movimiento a esa hora del día. ¿Quién imagina que a las seis de la tarde, a escasas tres cuadras del parque central, sufrirá un atraco? ¡Sólo en domingo! Y es que los domingos son tan carentes de aire, tan grises dentro de la luminosidad del día. Entiendo a quienes odian los domingos. Las tardes tienen el sabor de un filo de cuchillo (o de una navaja). Cuando llegué al parque central todo tomó otra cara, pero supe que era un mero antifaz. La marimba tocaba, la gente comía chicharrines o esquites, reía; un niño corría tras unas pompas de jabón y la gente movía sus pies al compás del sonido de la marimba; una pareja bailaba mientras los demás, sentados en sillas plegables o en las gradas del parque, miraban. Todo tenía como cara de domingo, pero ¡no!, era un mero espejismo, en realidad, esa tarde tenía cara de domingo. Y es que el domingo es engañoso, nos muestra una cara sencilla de domingo, pero el domingo no es sencillo, no es la pausa que nos han contado. El domingo tiene cara de domingo y con esto ya se dijo todo. Entiendo a los que se emborrachan en domingo, a los que ven la tele botados en sofás, en chanclas, en pijama. Los entiendo.

lunes, 14 de abril de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UN PACO NO ES POCO





Querida Mariana: no sé cuántos jóvenes leen las cartas que te envío. Estas cartas son como mensajes que lanzo adentro de botellas. Las lanzo desde mi isla, las lanzo al mar, sin saber si alguien se arremangará el pantalón y entrará al mar para rescatarlas. Todos somos como Robinson Crusoe, todos deseamos, pero tememos, hallar a un Viernes en el territorio que creemos desértico. Cuando menos una certeza tengo: una joven lee estas cartas: ¡vos! Y me refiero a los jóvenes, porque estas cartas, además de decirte que te quiero, llevan el propósito de preservar la tradición. Es obligación de los viejos decir a los jóvenes que todo lo que existe, todo lo que es, viene de antes. Es bueno que los jóvenes sepan que el Ipad tuvo un padre y un abuelo y un bisabuelo. Sería una enorme pérdida cultural que alguien pensara que todo apareció de la Nada.
Tal vez vos nada sabés de la vida de don Paco Chanona. A veces ignoramos la vida de muchos talentosos chiapanecos. Y nada sabés porque él ya cumplió (así me lo dijo) sus “primeros 86 añitos”. El otro día abrí la bandeja de mi correo electrónico y hallé un mensaje de don Paco, me dijo que él, igual que yo, nació un cuatro de abril, él, de 1928. Muchos jóvenes artistas chiapanecos no lo saben, pero don Paco es un gran compositor. ¿Te dicen algo los nombres de Armando Manzanero y de Luis Aguilar, el papá de Pepe Aguilar? Manzanero, igual que don Paco, es un gran autor de canciones. Bueno, pues, canciones de don Paco fueron interpretadas por Manzanero, por Luis Aguilar, por Carlos Lico, por Manoella Torres y muchos famosos más. A Manoella, el propio Manzanero la llamó “la mujer que nació para cantar”. Nosotros nunca lo hemos dicho, pero don Paco “nació para componer”. De las líneas de don Paco provienen los pentagramas de estos tiempos.
Los escritores reconocen que sus textos vienen de la tradición. Gabriel García Márquez (quien, físicamente, anda malito y esto es una pena) reconoce venir de Kawabata y de Faulkner, ambos Premios Nobel de Literatura (igual que él). No hay un solo escritor (por más soberbio que sea) que no reconozca haber sustentado su trabajo en los que lo antecedieron.
Digo esto porque nada es por generación espontánea. Es bueno que los jóvenes lo sepan; que sepan que alguien sembró los árboles que en el parque les dan sombra; que sepan que antes de Cunjamá estuvo Picasso en la pintura y antes de Picasso, ¡Monet!, y mucho antes que éste ¡los pintores anónimos de las Cuevas de Altamira! Antes que Maroon 5 estuvieron los Beatles. Es bueno que los jóvenes sepan que cuando prenden la luz hay toda una historia que antecede ese simple “suicheo”. Si los viejos no les decimos a ustedes que hubo un tiempo de penumbra que fue roto por el fuego de la caverna, corremos el riesgo de que un día la oscuridad infinita ¡regrese!
A los jóvenes hay que ofrecerles un tour por los edificios viejos, pero hermosos, que dan sustento a los edificios jóvenes. Me cuentan que en Florencia a los edificios añejos los cuidan con el mismo esmero con que limpian los contemporáneos. Los italianos están orgullosos de esos edificios que les otorgan identidad. Nosotros deberíamos ser apapachadores con nuestra tradición y con los artistas que han hecho este Chiapas más grande. Deberíamos limpiar los edificios viejos, pero hermosos, que dan sustento a los edificios jóvenes.
Cuando amontonamos bloques de modernidad ocultamos los edificios viejos, segamos la tradición. No sabemos lo que hacemos: cancelamos nuestro propio pasado y esto es como decir que cancelamos nuestra propia vida. Porque nosotros, los seres humanos, mi niña bonita, no somos más que la secuencia de los años. ¿Mirás cuanta ternura y cuánta humildad en las palabras de don Paco cuando dice que el pasado cuatro cumplió sus primeros 86 añitos? Estoy seguro que él los celebró escuchando música, dando vida a su vida. Una vida plena que tanto ha entregado a la tradición musical del mundo.
Hubo un tiempo en que don Paco reunió una serie de poemas de Jaime Sabines y los musicalizó; hubo un tiempo en que don Paco escribió una columna periodística durante más de diez años. ¿Mirás qué activo es don Paco? Yo le conté que leía su columna en el periódico “La voz del sureste”. En ese tiempo, don Roberto Coello Trejo, director de ese periódico, me recibía en su oficina y platicábamos tantito, mientras yo entregaba los cartones de “Don Piedra” que ahí se publicaban. Así pues, con don Paco coincidimos una vez en páginas de periódico, además de coincidir en que nuestros cumpleaños se celebran el día cuatro.
Ojalá que don Paco vea la botella cabeceando de un lado para otro, se arremangue el pantalón y se meta al mar a rescatar este mensaje. Ahí hallará este abrazo que le envío, este abrazo que reconoce su labor de tantos años y que le agradece en nombre de Chiapas ¡por continuar la tradición!
No lo olvidés, querida Mariana, mi cariño, también, viene de mucho atrás, no se dio de la noche a la mañana.

domingo, 13 de abril de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE VE EL CORAZÓN DEL CEMENTO




Jesús, cuando recién habían construido el Parque de la marimba, dijo que tenía mucho cemento. Nuestras ciudades contemporáneas están plagadas de cemento. Hubo un tiempo en que la Tierra estaba hecha de tierra, ahora la Tierra está encementada. Grandes bloques de cemento son el símbolo de la modernidad.
Por ello, a Jesús le daría gusto ver esta fotografía. Jesús es un escritor chiapaneco, uno de los grandes escritores chiapanecos. Siempre está atento a los movimientos sociales que suceden en nuestro estado; siempre atento a lo que deteriora nuestro ambiente. A Jesús le agradaría ver esta fotografía, porque ella es una fotografía de resistencia, un poco como si alguien hablara del espíritu del Che.
Acá se ve, en una banqueta cualquiera, cómo la Tierra resiste. El hombre modifica el ambiente sin pensar en el daño que hace al planeta. Pero éste encuentra la manera de alzar banderas sobre las almenas de todos los castillos del mundo. Acá se ve ¡el corazón de la Tierra! Un corazón sencillo, minúsculo, pero que late verde, por encima del gris del cemento. Este corazón crece sobre una banqueta simple. Los hombres, no conformes con llenar de cemento todas las calles y banquetas, no dudan en pisar este corazón, pero éste, terco, necio, recupera su forma y vuelve a mostrar su orgullo de ser la vida. Nació de una fractura, nació de una hendidura, nació del sueño de la esperanza.
La gente camina por esa banqueta y no percibe este corazón. ¡Ah, si los caminantes se detuvieran tantito! Si así lo hicieran podrían escuchar cómo este sencillo corazón late, como si fuese un tambor de paz, como si fuese un huracán nervioso. Pero la gente tiene prisa, tiene prisa por llegar quién sabe a dónde.

sábado, 12 de abril de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA POESÍA ES COMO EL ALPISTE



Con un respetuoso abrazo a la familia Castellanos Pérez y Castellanos Macal,
por la ausencia física de Luis Eduardo, estimado comiteco.



Querida Mariana: ¿llena el alpiste? Paty tiene en casa una cotorrita australiana. Paty me enseñó a querer y respetar a los animalitos. Hoy los respeto tanto que soy vegetariano. Recuerdo que, de niño, lloré mucho cuando mataron a un conejito y lo sirvieron a la hora de la comida.
Paty prepara la jaula de la cotorrita, todas las mañanas. Coloca un periódico en la bandeja y, al pajarito, le pone agua y alpiste en dos compartimentos que la jaula trae integrados. Casi casi el agua lo sirve con gotero y el alpiste con una medida que más bien parece para alimentar hormigas. ¿Se llena la cotorrita con tan poca agua, con tan poco alpiste?
Los editores de libros publican ahora poca poesía. Los recitales de poesía tienen poca afluencia de escuchas. Cuentan que en la Rusia Comunista, los poetas llenaban estadios. Como si fuesen famosos jugadores de fútbol, los poetas eran aclamados. Acá en México la gente recuerda cómo nuestro paisano Jaime Sabines llenó el Palacio de Bellas Artes. Fue necesario instalar pantallas gigantes en el vestíbulo del Palacio para que la gente pudiera escuchar el recital. Los jóvenes (cuentan quienes vivieron tal prodigio) le pedían poemas a Sabines como si fuese un artista y complaciera con las canciones más escuchadas. Hay mucha gente que sabe de memoria poemas de Sabines. Pero, no todo mundo es Sabines.
Una mañana, el poeta Fernando Trejo decidió organizar un Festival de Poesía. Le llamó “Carruaje de pájaros” y convocó a poetas de toda la república mexicana. Este 2014 se efectuó la séptima edición del Encuentro Nacional de Poetas Jóvenes de México. Fer tuvo el tino de incluir a Comitán en esta gira. Así, el 4 de abril, poetas de Baja California, Chihuahua, Ciudad de México, Guerrero, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Nuevo León, Oaxaca, San Luis Potosí, Tabasco, Zacatecas y Chiapas compartieron su poesía en la tierra de Rosario Castellanos.
¿Con qué se alimentan los poetas? ¿Qué comen, qué beben? Bueno, los poetas, como cualquier mortal, comen y beben lo mismo que comen los demás seres humanos. Algunos son carnívoros y otros son vegetarianos.
¿Por qué Fer llamó “Carruaje de Pájaros” al Festival? Tal vez porque los poetas son como pájaros. Los poetas, al contrario del “Guazú” (que así se llama la cotorrita que está en casa), no permiten el encierro. Los poetas aman la libertad y son tan audaces que, algunos y algunas, trasponen las fronteras y vuelan más de la cuenta, vuelan por territorios que, en ocasiones, son parcelas llenas de piedras.
¿Sólo con pan y agua se alimenta el poeta? ¡No! El poeta tiene hambre de luz. Pero (todo mundo lo sabe) conseguir la luz no es sencillo. Para llegar a vislumbrar una línea iluminada es preciso que el poeta se arremangue el pantalón y la camisa y se interne por territorios que le son vedados al común de los mortales. Por esto, por esto, el poeta, a veces, camina por en medio de aguas negras y, en ocasiones, llega a comer mierda. Al poeta ¡no le basta el alpiste! Y yo lo entiendo, porque el alpiste es tan frágil, tan delicado. Por esto, siempre me pregunto si a las cotorritas del mundo les alcanza el alpiste. Tal vez no, tal vez por esto “el guazú” sigue prisionero en esa jaula, que está colgada en una pared de la sala de la casa. Si Paty le diera de comer algo más a este pajarito, tal vez éste lograra abrir la puerta de la jaula y recuperara su libertad. ¿De qué le sirve a la cotorrita tener alas si no puede usarlas en un espacio tan breve?
Me dio gusto ver, minutos antes de las doce, a un grupo nutrido de estudiantes de preparatoria ingresar al Museo de Arte Hermila Domínguez de Castellanos. Su maestra, mi amiga Mallgualida Albores, los invitó. ¡Ah, el jardín del museo se llenó de luz con la presencia de los muchachos! Ellos estuvieron muy atentos a las lecturas y, al final, se acercaron a los poetas para platicar, para comprar libros y pedir autógrafos. Pensé, entonces, ¿con qué se alimentan los jóvenes para crecer? ¿Cómo le hacen para fortalecer sus alas y no permitir los encierros del espíritu? Estos muchachos, sin duda, se llevaron algo de luz en su corazón. Reconocieron que la palabra también puede servir para alimentar el alma. Hay palabras “sabritas” y palabras luz. Los muchachos de hoy (bueno, los muchachos de todos los tiempos) consumen y han consumido palabras chatarra que sólo los engordan y les provocan colesterol. Esa mañana, los jóvenes confirmaron que la palabra puede ser como una piedra que levita y juega en medio de las nubes.
Las ediciones anteriores del “Carruaje de pájaros” se han efectuado en Tuxtla Gutiérrez y en San Cristóbal. Fer, generoso, como siempre, pensó: ¿y si Comitán se convierte en sede? El Honorable Ayuntamiento de Comitán ofreció comida y cena para todos los participantes y Coneculta Chiapas brindó el hospedaje. De esta manera, Fer trajo el mar a esta tierra que, a veces, da la impresión de ser un páramo. La poesía llegó a Comitán.
El guazú es un animalito simpático. Cuando Paty se acerca a la jaula y le dice: “cotorrita, cotorrita”, el pajarito levanta su cabecita y las alitas las coloca en escuadra y camina hacia atrás, como si bailara, como si efectuara un ritual. Paty se emociona y le dice: “olé, olé” y el pajarito mueve sus patitas y va de un lado a otro, mientras repite, con una vocecita muy tenue: “cotorrita, cotorrita”. Paty se emociona más y me dice “y luego dicen que los animalitos no tienen inteligencia”. Paty le otorga la capacidad de inteligencia al animalito, porque, en efecto, el animalito pareciera poseer tal facultad. ¡Esta cotorrita es simpática! Pero no posee inteligencia, porque ahí sigue en el encierro. Pobre animalito apenas come granitos de alpiste. ¿Qué fuerza puede proveerle tal cantidad de “prodigiosos miligramos”?.
No todos los poetas vuelan. Hay algunos que apenas se levantan del suelo, que son como pájaros bobos. Pero hay otros, ¡Dios mío!, que, en su aparente fragilidad, camuflan el aire que son, la nube que los cobija. La palabra es como el alpiste, apenas alcanza para llenar. ¿No acaso todo mundo se queda callado ante un funeral? ¿Qué palabra untar en el corazón de los dolientes? ¿Cómo decirles que los queremos? ¿Qué decir ante el amigo que acaba de perder a un ser querido? ¿Qué palabras decir cuando uno está enamorado y el amor supera el tamaño del universo? La palabra no alcanza, es escasa, pero tiene la capacidad de vuelo. Cuando la palabra vuela en la voz de un verdadero poeta ¡es una saeta de luz! Y (se sabe) las saetas de luz abren hendijas a mitad del pecho de la más profunda oscuridad. Por esto, el 4 de abril, en Comitán, en el Jardín del Museo de Arte, la palabra fue como un colibrí juguetón.
Los comitecos somos exagerados. Cuando vemos a un amigo que hace años no veíamos decimos: “Uh, tenía como mil años que no te veía”. ¿Mil años? Pues mil años tenía de no ver a Francisco Magaña, poeta tabasqueño, amigo de mi amigo Jorge Filigrana Rosique. A Chico Magaña lo conocí en un encuentro de poetas que organizaba el Instituto Chiapaneco de Cultura, hace como mil años. Esa mañana, Jorge y yo fuimos a escuchar la poesía de Francisco. Chico no es chico, su estatura es enorme, su estatura física y su estatura poética. Chico es Premio Nacional de Poesía. Lo mismo Jorge Humberto Chávez. Jorge Humberto obtuvo en 2013 el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes. Este premio es el más prestigioso del país. Pues Jorge Humberto anduvo por estas calles de Dios. A Jorge Humberto lo conocí a finales del año pasado, en Zacatecas, en el Festival Internacional de Poesía que organiza la Universidad de aquel estado. En esa ocasión se rindió homenaje a nuestro poeta Óscar Oliva y se le concedió el Premio Internacional de Poesía Ramón López Velarde. Ya, querida niña viento, en una carta anterior te conté cómo me fue en ese viaje. Te conté de la belleza de la ciudad. Ana Corvera, poeta de Zacatecas (y quien ahora radica en Guadalajara) también estuvo en Comitán y leyó su poesía y alegró el espíritu y el ojo de todos los que la conocieron. Su piel tiene la suavidad del ópalo y la gentileza del aire al amanecer. ¡Ah, qué niña tan bonita y tan agradable!
El 4 de abril, la palabra jugó en estos cielos comitecos, se trepó a los árboles de tenocté y resbaló, cachonda y guapachosa, en las lajas de las banquetas de Comitán. Y como de jugar se trataba, Fer Trejo aceptó el clásico juego de la Arenilla en diez preguntas. ¿Qué respondió Fer a estas provocaciones juguetonas? Acá te paso copia.

FERNANDO TREJO
1. ¿Qué trae Trejo en la troje?
Trejo no trajo traje, pero Trejo traga trago.
2. ¿Hay generales en la poesía o todos son cabos?
Hay generales, muchísimos. Y un séquito de cabos siguiendo a los generales.
3. ¿Cuál es el objeto más amado que ahogas en tu corazón?
A mi primo Carlos Trejo.
4. Si caminas por un camino empedrado, ¿qué clase de diálogo sostienen tus pies?
Un diálogo cansado y pedregoso.
5. La palabra que está de moda, ¿qué tipo de vestido lleva?
Hipster, un vestido completamente hipster.
6. ¿Quién sube a un carruaje de pájaros?
Todo el pueblo en general, no solamente los hacedores de poesía sino todos aquellos que se alimentan de ello y leen poesía y aman el arte de las letras y de la literatura y, sobre todo, el arte poético.
7. ¿Para qué sirve un pájaro sin alas?
Para demostrar que uno puede volar a pesar de las limitaciones.
8. Si fueras teléfono ¿qué tono tendrías?
Uno pausado. Soy paciente, apacible.
9. ¿Repruebas la prueba?
No, no la repruebo para nada.
10. ¿Qué tipo de cartas envía un tahúr?
Místicas. A lo mejor amorosas. De todo tipo, porque un tahúr es el que mejor las maneja.
Posdata: ¿qué tipo de ave es un poeta? Como en botica ¡hay de todo! ¿Águilas? Contaditas, ¡pero hay! La mayoría son zanates, argüenderos, maravillosos, buscadores de frondas. Algunos son cenzontles y los escuchas (o lectores) disfrutamos de sus cantos a media tarde. Hay chinchibules y calandrias. Hay también pajaritos simpáticos, como el guazú. A la hora que cantan se echan para atrás, levantan la colita y la mueven como si fuesen abanicos.
Hay poetas que beben agua limpia, que beben vasos de luz. Hay otros que beben trago, se emborrachan, hacen desfiguros. Hay poetas que dan testimonios brutales de vida. El poeta Yáñez echó traguito el día que estuvo en Comitán, cuando le tocó leer, ya en la noche, estaba más para allá que para acá. Pasó a la mesa de lectura (parecía un zanate que hubiese vencido una tromba) y cuando le tocó hablar, dijo: “la verdad, ¡no quiero estar aquí!”, y se jalaba los cabellos mojados, porque esa tarde había llovido mucho y él se mojó. Estaba empapado. Su cuerpo y su espíritu estaban empapados. Y es que, querida Mariana, los pajaritos no tienen cómo resguardarse cuando la lluvia los alcanza en pleno vuelo.
Ana Corvera es un pájaro, es el pájaro que nace cuando la flama aparece.

viernes, 11 de abril de 2014

SUEÑO DE TORERO





Imaginá que te llamás ere. Imaginá que sos la letra ere. Ah, qué bonito debe ser ser una letra que suena como tren, que hace mucho ruido, ¡que retumba!
¿Mirás en cuántas palabras estarás enredado? No sé cuál es la letra que más aparece en las palabras. No lo sé. Pero cuando escucho a una persona con frenillo, de esas personas que son como Julio Cortázar, que arrastra la ere, sé que la ere es una letra que está en muchas palabras. Ahora mismo caigo en la cuenta que, en esta Arenilla, he usado muchas palabras con ere. ¡Acá está la palabra palabra! ¡Ahí está la ere enredada! También está enredada en la palabra arenilla.
Los latinos no hallamos dificultad en pronunciar la ere, pero, ¡oh, Dios mío!, los norteamericanos, por ejemplo, parece que nacieron con un frenillo intelectual. ¿Por qué no pueden pronunciar la ere? No sé. Pero cuando un gringo quiere decir pero ¡dice perro! “Perro no ves que no puedo decirr perro”. Su mamá, orgullosa, dice que lo está diciendo, pero lo que su bendita madre no sabe es que el hijo no quiere decir perro sino pero.
Pero vos, siendo ere, podrás estar en el pero y en la pera. Conocí un gringo (pobres gringos) que en su lógica elemental creía que el pero debía usarse cuando usaba él y pera cuando usaba ella. Por ejemplo, decía: “perro él es muy bueno”; y decía: “perra ella es muy buena”. El marido de ella (macho mexicano) estaba a punto de matarlo, lo tomaba de la solapa y lo zangoloteaba en la palapa cuando escuchaba decir que ella -su mujer- era una perra. Uf, yo intervenía y explicaba lo de la erre, decía que quería decir pera, y explicaba la confusión del pero con la pera.
Los latinos (¡bendito Dios!) tenemos a la ere y a la erre. Los gringos (perdón por la insistencia) sólo tienen a la erre. Cortázar sólo tenía a la erre, también. Arrastraba a la ere y la convertía en un trapiche herrumbroso. ¿Cómo pronunciaba su apellido?
Si te llamás ere podrás estar en estar y en podrás, así que estarás y podrás y esto es una bendición para el hombre. Estar y poder son dos actos maravillosos de la vida. No hay peor cosa que no estar y no poder. Al famoso “Ser y estar” yo le agregaría “poder”, poder de poder no de Poder. El Poder (con mayúscula) es para gente que no cree en su poder. Lo importante, como decía el poeta Efraín Huerta, “no es el Cuarto Poder, sino poder en el cuarto”.
Sí, si sos la letra ere, estarás también en el cuarto y será importante que podás ser y que al ser ¡podás! Estarás en la palabra entrar, en la palabra seducir, en la palabra desnudar, en la acariciar, en la besar, en la dedear, en la mamar y en la palabra coger. ¿Mirás cómo la letra ere es esencial para amar?
Estarás también en la palabra aire, en la palabra mar, en la palabra primavera y en verano también. Serás la letra consentida de la vega que sueña con ser verga; serás la letra más amada de la palabra abracadabra y podrás hacer diez mil conjuros.
Y estarás en la palabra Dios, porque Dios es el Origen, el origen de todas las cosas, de todos los ríos, de todos los mares y de todos los Dioses de la Creación. Pero lo más importante ¡estarás en el corazón de todos los hombres!

lunes, 7 de abril de 2014

PALABRA VIEJA JOVEN





Fer Trejo, organizador de “Carruaje de pájaros”, me invitó a participar. “Carruaje de pájaros” es un Festival Nacional de Poetas Jóvenes que ya está en su séptima edición. Fer tuvo el buen tino de incluir a Comitán. Así, el 4 de abril, Comitán recibió a jóvenes poetas de todo México que compartieron su talento. Paso copia del textillo que leí:

Esto es un carruaje de pájaros y participan jóvenes poetas. Yo no soy joven y no estoy seguro de ser poeta, pero los organizadores del encuentro, generosamente, me invitaron y acepté, porque, como dijera Sabines, la juventud se logra por contagio. ¡Qué tal que en lugar de ser un viejo chinchibul me es otorgada la gracia del vuelo del colibrí! Lo dudo, pero en fin.
El diccionario es muy preciso. Define a la palabra conjuro de esta manera: “ruego o invocación de carácter mágico que se recita con el fin de lograr alguna cosa”. A mí siempre me sorprende esta capacidad de la palabra que pareciera poseer el don de la magia. No nos damos cuenta, pero estamos más cerca del conjuro que del milagro. El milagro pertenece a entidades supremas; en cambio, el conjuro está a la vuelta de la esquina, o más bien dicho: a la vuelta de la palabra de cualquier mortal. No cometo una irreverencia si digo que los poetas son quienes están más cerca de ser hechiceros y de realizar el prodigio invocado.
El diccionario no consigna la palabra contraconjuro, pero mucha gente la pronuncia. Entiendo que se aplica cuando alguien quiere revertir el efecto del conjuro. Hay gente, la conozco, que hace contraconjuros para cercenar la voz del poeta. Se sabe, hay gente murciélago que no soporta la luz.
Por esto, porque a veces hay necesidad de revertir el orden de las cosas escribí dos anti contraconjuros.

ANTI CONTRACONJURO PARA EVITAR QUE UNA MUCHACHA SE HAGA POLVO EN EL DESIERTO

Sobre la arena tierna, tus muslos eran como frutos. Ante el conjuro, tu mar se abrió en dos y ¡sucedió el milagro!

ANTI CONTRACONJURO PARA EVITAR QUE QUIEN NADA ¡VUELE!

Coriades era un pez; Alfira era un ave. Alfira deseaba ser pez; Coriades ¡ave! El pez intentó el vuelo, se desgajó a mitad del cielo. Alfira se zambulló y voló, en el agua, a contrapelo.
¡Más vuela quien vuela, que quien nada vuela, que quien sólo nada y no vuela!

sábado, 5 de abril de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UNA TARDE EL ESPISTOLARIO SE CONVERTIRÁ EN LIBRO





Querida Mariana: muchos me preguntan por vos. ¿Quién es Mariana?, me dicen. Carlitos Rojas ya nos invitó a su cafetería, que está en un altillo del restaurante donde su mujer prepara comida para llevar. Carlitos me dijo: “traé a Mariana, nos tomamos un café”. Una lectora de Tuxtla (lectora asidua de El Heraldo de Chiapas), una tarde que estuve en un homenaje que le prepararon al poeta Raúl Garduño (tarde en que también estuvo Jorge Melgar, amigo íntimo de Raúl), me dijo que quería conocerte. Le ofrecí que cuando viniera a Comitán procuraría invitarte. Algunos me piden darte saludos; otros, más atrevidos, me piden darte un beso. ¡Por el amor de Dios! ¡La gente es confianzuda! Algunos lectores que preguntan por vos lo hacen enfundados en la blusa que se llama buena intención; otros lo hacen con intereses ¡andá a saber de qué clase! Los primeros son aquellos que ven nuestra relación con ojos llenos de luz; los otros muestran un cierto desagrado. Saben que vos tenés veintidós años y yo tengo cincuenta y siete. ¿Por qué se da esta relación que pareciera, en medio de su sencillez, tener un tinte prohibido? Yo soy casado y vos tenés novio.
Lo cierto es que unos y otros lectores ¡desean conocerte! Parece que no les basta que vos estés presente en estas cartas como jamás lo estarías en fotografía, como jamás lo estás en vivo y a todo color. Porque, debemos reconocerlo, acá sos la que yo miro, la que yo intuyo, la que quiero. Vos, acá, sos otra de la que sos cuando no estás conmigo. En la calle, a la hora que caminás con tus amigos y reís y hacés bromas (no te enojés), sos una pared sin gracia, sos una pared grafiteada, sos una de esas nubes que pasan por el cielo comiteco y se difuminan, se extravían. Quisiera que estuvieses todo el tiempo conmigo para que fueras mi patio más querido, pero sé que la vida te nombró otro destino. Cuando estás conmigo sos diferente a cuando estás en tu casa, o cuando estás con tu novio. Aquella muchacha no es mi muchacha. Ella no me es dada. Ella no me pertenece. Por esto, cuando vos y yo estamos juntos, trato de aprovechar todo de vos; como si fueses un trozo de caña te chupo, te exprimo; me convierto en la mula que da vueltas y vueltas alrededor del trapiche. Ramón me confesó el otro día, después de haberte conocido, que te imaginaba diferente. Nada le dije. ¿Qué le iba a decir si estaba diciendo algo previsible? La gente sabe que acá sos mi muchacha bonita, la más querida, pero afuera ¿qué sos? Nada. Por esto, algunos lectores que siguen estas cartas con emoción ¡ya te aman! Y este es el riesgo. Me dan celos que pregunten por vos, que quieran conocerte. Me da temor que me cambiés por otro. Porque no hay cosa peor que ser traicionado por alguien cercano. Los lectores son gente muy cercana. Te conocí con novio y sé que a él lo amás. Pero sé que lo amás de manera diferente a como me querés a mí y yo lo entiendo. Pero si quisieras a otro, sé que lo querrías como me querés a mí y esto sí me da el retortijón de la vaina. Dos o tres lectores ya te aman. Te siguen. Esperan tus cartas con emoción. Y esto también lo entiendo. Acá, vos y yo (vos sin quererlo, pero sí aceptándolo) mostramos una relación que va más allá del simple saludo, más allá del simple compartir un desayuno en un restaurante. Acá, vos y yo (lo sabe medio mundo que lee estas cartas) abrimos una ventana donde hurga la gente. Menos mal que nuestra ventana está al nivel de las caras de los que los que pasan por la calle. Me daría mucha pena (no por mí sino por ellas) que las personas se pararan de puntillas y metieran la cabeza para husmear, para descubrir el aroma que tiene el cuarto donde vos y yo leemos, platicamos, reímos y, de vez en vez, tocamos la luz.
A algunos lectores les gusta leer estas cartas que te escribo. Lo hacen porque se identifican con la relación que llevamos. Algo de sal les cae en sus propias heridas y se refugian en esta relación. Otros (los hay, los hay) les gusta el estilo literario de las cartas, les gusta este rescate a botepronto de un género literario que está a punto de extinción: el género epistolar. A algunos más les gusta el uso del voseo que empleo cuando te escribo, dicen que se identifican y, si están lejos de Comitán, se sienten de nuevo en el patio de la casa.
¿Recordás la carta que te escribí el sábado 22 de marzo, donde hablo de la nostalgia? Lety García Barrera la leyó y, desde Mérida, escribió: “ya me hiciste llorar. Gracias”. El gran artista Luis Aguilar, cuyas esculturas adornan el parque central de nuestro pueblo, me envió la foto de una pintura que hizo, motivado por la lectura de esa carta. Sé, entonces que hay gente que aprecia estas cartas. El Maestro Marco Tulio Guillén Barrios me ha dicho en dos ocasiones que cuándo hago una selección de estas cartas y las convierto en libro. ¿Será? ¡Pues sí, parece que ahora sí será! El viernes me llamó Víctor Manuel, un hombre que me quiere mucho porque mi papá, una tarde, le mostró un rayo de luz. Él también lee estas cartas y las comenta. Cuando Víctor halla un error en la redacción me llama y me lo señala y ríe. Dice que le cuesta trabajo hallar erratas, pero las consigue. El viernes me llamó porque, dijo, estaba emocionado con la lectura de esa carta y, al estilo de Marco Tulio, me preguntó por qué no sacaba un libro con tus cartas. ¿Valdrá la pena hacer una recopilación de estos gajos que han formado el árbol de nuestra relación? ¿Servirá de algo reunirlas como si fuesen un haz de claveles y dedicar ese bonche al hombre que, igual que a Víctor, me entregó la luz que me guía todos los días? Porque Víctor tiene razón, si él reconoce en mi papá a un hombre bueno, yo también reconozco que mi papá fue un hombre sencillo que no tuvo más pretensión en la vida que servir desde su modesta trinchera. Por esto, ahora pregunto si el tambache de cartas que te he escrito ¿servirá de algo a alguien?
Mientras son peras o manzanas o son tzizimes o curgüatones me he dado a la tarea de pepenar todas tus cartas. Vos y yo llevamos más de cinco años de ser afectos. Estas cartas ya están a punto de cumplir cinco años. Las cartas que escribí en 2009 siguen casi inalteradas por el tiempo. Yo he envejecido, vos has crecido, pero tus cartas se han mantenido intactas, lozanas.
¿Cuándo murió José Emilio Pacheco? Fue este año, pero no recuerdo el mes. No sé, tal vez enero o febrero. Yo, el 21 de septiembre de 2009, te escribí una carta que en su inicio alude al poema que tanto me gusta: “Alta traición”.
Por eso, porque ahora la mano de Dios decidirá si vale la pena hacer de ese bonche un librincillo, copiaré la carta que te envié ese 21 de septiembre. Esa carta fue un homenaje al poeta, pero también fue un homenaje a la patria y, lo sabés, parte importante de mi patria ¡sos vos! Vos, que no tenés bandera, ni tenés leyes caducas; vos que sos como una nube que siempre está, como manteado, sobre mi cabeza.
¿Vale la pena volver libro este epistolario? ¿Le servirá de algo a Comitán, a Chiapas, a la patria?

CARTA A MARIANA, DONDE SE DA CUENTA DE UN “FULGOR ABSTRACTO INASIBLE”

Querida Mariana, ¿has leído el poema de Pacheco que habla de la Patria? “No amo mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos. / Cierta gente / puertos / …” y ta ta ta ta tá.
Te invito a jugar el juego de “Alta Traición” (así se llama el poema). Me toca.
Mi patria es breve como un trozo de pan. Es la casa donde vivo, es mi familia; y es el gato, la perrita y las tortugas que a diario me acompañan. Mi patria es un territorio modesto donde a diario el Sol se oculta y sale. Mi patria es la lluvia, las plantas del jardín improvisado y el cielo lleno de estrellas; es la presencia constante de mis ausencias y es la sonrisa de la niña que vende la tortilla hecha a mano.
¿Mirás la diferencia? La tortilla no está hecha en una máquina con banda transportadora, la hace una mujer que se esmera en que salga redonda. Así es mi patria, querida Mariana, está hecha a mano, sus hombres la ponen a cocer al comal, amorosamente. Mi patria es el techo donde me resguardo; es el patio donde juegan los niños, el cuarto donde mi amada cuelga su hamaca. Mi patria es la esquina donde está la farola; donde hay montones de basura; donde -a medianoche- la puta ofrece su cuerpo. Mi patria es la cantina donde un hombre levanta el vaso y brinda; donde otro hombre lamenta su destino; donde la rocola canta una canción triste.
Mi patria es un árbol de tenocté; es la subida de San Sebastián; es la marimba en el atrio de San José; es la fuente frente a Santo Domingo; es el santo que no es tan santo porque es el enmascarado de plata. Mi patria es el Cine Comitán que ya no existe; es la casona donde estuvo la primaria Matías de Córdova; es Mingo y Manuel trepados en un carretón; es la tienda de doña Pijuy (una vez mis compas me hicieron una travesura pesada. Me dijeron que entrara a una tienda donde una señora vendía dulces típicos y me dijeron que comprara dos “trompadas”, cuatro “africanos”, tres “turuletes” y dos “pijuyes”. Entré y pedí los dulces en ese orden. La señora fue colocando en una bolsa de papel estraza los dulces pedidos, pero cuando pedí los dos “pijuyes” sacó un machete de abajo del mostrador y me amenazó “Pijuy, tu chingada madre, muchachito pendejo”. Yo no sabía que ese era su apodo. Afuera de la tienda mis compas se retorcían de la risa). Esto, Mariana, esto que acabo de contarte, también es mi Patria, porque mi patria es la resbaladilla, el trompo, las canicas, la cola de una ardilla, los cenzontles, los libros y el aroma del viento.
Mi patria es el patio donde una mujer borda; donde un hombre apila la leña; donde una mujer se arremanga la falda y lava sus pies y piernas. Mi patria es el pilar donde me escondo para ver a la muchacha bonita que me gusta. Mi patria es el ave que pasa fugaz por mi cielo; la nube de algodón que se deshace en agua. Mi patria es la madrugada que es polvo de oro en medio de mis ojos; y es la tarde donde los zanates buscan su refugio en los árboles del parque.
Mi patria es el Cine Montebello que ya no existe. Porque mi patria, Mariana, es lo tangible, pero también es aquello que no ven mis ojos, lo que no ven los otros, pero que ahí está, porque la patria más que la realidad es el deseo que cada hombre formula en su corazón. Mi patria es el mortero donde macero mis sueños.
Mi patria tiene un nombre: Se llama Comitán; se llama papá, mamá, hijo, abuela, abuelo; se llama tierra, agua, fuego, viento. Mi patria tiene una patria y ésta, a veces, toma la forma de la mujer amada.

Posdata: ¿y vos, Mariana? Doy por descontado que amás a tu patria, pero ¿de qué nubes está formada? ¿Me contás? ¿Sale?

Posdata: ahora esta es la posdata de la carta que te escribo ahora en abril. La anterior fue la posdata de la carta escrita en 2009. Esta posdata la escribo en la madrugada del 4 de abril, día en que cumplo 57 años de edad. Son las cuatro y cincuenta y dos minutos ahora. Escucho (con audífonos) a Barry White. Sobre la mesa está un libro de Vargas Llosa y otro de Marguerite Yourcenar. Tomo un té de limón que me preparé al levantarme. Ahora espero que el agua del calentador esté caliente para darme un baño. Ahora te pienso y pienso en lo que dije al principio: ¿vale la pena hacer libro lo que te escribo? Como siempre, en los últimos tiempos, dejo todo en manos de Dios y que Él decida. Me cito: “mi patria tiene una patria y ésta, a veces, toma la forma de la mujer amada”.

viernes, 4 de abril de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UN DÍA CANTÓ EL REY DAVID





Querida Mariana: 1957 puede significar muchas cosas. Puede ser el número de pollos que tiene tío Alfonso en su granja; puede ser el número de veces que la tía Eusebia se ha cortado las uñas de los pies, en los últimos tres años; puede ser el número de veces que Alicia ha dicho ¡no! a la reiterada insistencia de Arturo para llevarla a un motel. 1957 puede ser también el año del siglo pasado. Hoy, querida mía, cuatro de abril, cumplo cincuenta y siete años de edad. Sé que en la mañana, mi mamá y mi Paty, me cantarán las mañanitas que cantaba el Rey David. No sé si creeré eso de que el día que yo nací “nacieron todas las flores”. ¿De veras? ¿También los pensamientos y las amapolas nacieron el mismo día en que nací yo? ¡Dios mío! ¡Qué gran compromiso decidir entre el pensamiento o la amapola! Los que saben dicen que la esencia de la amapola sirve para formular pensamientos sublimes, pero no sé, no lo sé.
Las mañanitas que me cantan las acepto como si fuese un combo de la vida, como si el dependiente, detrás de la caja registradora sobre el mostrador, dijera: “por diez pesos, le incluimos Las mañanitas”, y yo, porque así me lo exigen los que están en la fila detrás de mí, sin pensarlo mucho, respondiera que está bien. Pero, la verdad, a mí no me gustan Las mañanitas, no me gustan los pasteles, no me gustan las piñatas, no me gustan los regalos, no me gustan los abrazos. Paty dice que yo soy el raro, que el mundo funciona bien. Estoy de acuerdo. Me cae muy bien la gente que celebra su cumpleaños. Tengo amigos que, un mes antes, comienzan con los preparativos, contratan una marimba, compran cajas de cervezas y de botellas de trago. Aprecio mucho a la gente que hacen una relación detallada de los amigos que convocarán; respeto a quienes llenan de juncia el patio de su casa, colocan un manteado y distribuyen las mesas con los manteles blanquísimos. Ah, cómo respeto a quienes convocan a multitudes para compartir el día de su cumpleaños. Pero, yo, niña bonita, soy escaso. Vos sabés que el primer día del año me levanto a las cuatro y media de la mañana, como todos los días, y cuando ya el día avanzó salgo a caminar por las calles de nuestro pueblo. Esa es mi manera de recibir el año nuevo, es mi manera de invocar la luz. No soporto pensar en que el primer día del año me levante a las nueve o diez de la mañana. ¿Cómo puedo invocar la luz si cuando ella aparece yo sigo botado en la cama? Esto es lo que yo pienso, es en lo que creo. De igual manera, el día de mi cumpleaños me gusta pasarlo solo. Creo que ese día es muy íntimo. Yo soy quien nació, nadie más. Ese día debo hacer una pausa y hacer un recuento. ¿Qué he hecho de mi vida? Ese día es un día para que yo dé gracias a Dios. Me gusta, como si fuese aire, enredarme y jugar en las frondas de los árboles y de las nubes. Antes me desaparecía. Para evitar el abrazo de algún bien intencionado, de algún afecto desbordado, ¡desaparecía! Cuando mis hijos estaban pequeños invitaba a uno de ellos y viajábamos a San Cristóbal (un año uno y otro otro). Cuando regresábamos a Comitán ya el día había pasado y todo tomaba su cara de rutina maravillosa. No me gusta sentirme especialmente consentido. Me gusta pensar que el mundo sigue siendo el mismo para todos los demás. Quien cumple años soy yo y nadie más. Soy yo, en la soledad, quien tiene que reflexionar en ello. 1957 es el año de mi nacimiento. Hoy cumplo 57 años. Hoy hago una pausa para agradecer a la vida y a Dios. No puedo creer eso de que el día que yo nací nacieron todas las flores. ¡Es un exceso, es una exageración, es una nota de soberbia! Al contrario, este día debe ser (para mí) un día humilde y sencillo, un día para postrarse y agradecer, en lo íntimo. Después de todo ¡yo soy quien nació y no soy más que una mota de polvo en el universo!

jueves, 3 de abril de 2014

OTRA Y UNA



Y cuenta la historia que los habitantes de un pueblo creyeron que para llegar al cielo se necesitaba una escalera grande y una chiquita. Ellos fueron a las casas más cercanas y preguntaron a sus dueños si tenían escaleras. Todo mundo respondía que sí, pues una escalera es el objeto más común de las casas donde habitan hombres y mujeres prácticos. Siempre se necesita una escalera para subir a ver el agua del tinaco, para impermeabilizar la azotea, para cambiar cristales en la parte más alta de las ventanas, para husmear en el patio vecino, para mirar a la vecina a la hora que se cambia de ropa. Las escaleras son objetos comunes en casas comunes. Así que todo mundo respondía que sí, a la pregunta de si había una escalera en casa. Pero la respuesta cambiaba a un rotundo no, a la hora que las pedían prestadas. ¡No!, decían los propietarios, mañana tengo que podar el árbol de aguacate; no, mañana tengo que descolgar catorce nubes, es que son los quince años de mi hija Fátima; no, mañana tengo que ir al mercado y mis bolsas las guardo en el tapanco; no, mañana es el Día del Santísimo y ya miran que Dios está en las alturas. Total que no fue posible hallar escaleras que ayudaran a llegar al cielo. Hasta que una mañana, Alfonso, el tartamudo, Alfonsito, el burrero, el que carga bultos de arena, allá en las ladrilleras, para que hagan las tejas, llegó, atolondrado, jadeante, colorado de tanto calor, y tocó en la casa del Principal del pueblo y dijo que que en el pa pa parque ha ha había esca ca ca leras. ¿Quién las dejó ahí?, preguntó el Principal y Alfonso, el tartamudo, Alfonsito, el burrero, dijo que nadie, que era un árbol que daba escaleras, que ahora tenía dos que ya estaban maduras y que podían cosecharse. El Principal tomó el suéter que estaba sobre una silla y gritó que regresaba; su mujer, quien estaba en la habitación (también principal) cortándose las uñas de los pies, tomó la toalla que le servía de alfombra, se limpió el pecho y dijo que estaba bien, que no tardara, porque ya iba a servir la comida. El Principal y Alfonso salieron apresurados, ambos se limpiaban con un pañuelo el sudor del cuello y de la frente; Alfonso lo hacía con un paliacate y el Principal con un pañuelo de seda que, una tarde de invierno, compró en un almacén del Puerto de Veracruz.
Llegaron al parque y Alfonso, sin decir más, señaló con el dedo índice de la mano derecha. El Principal, limpiándose la cara y el cuello, dijo: ¡ah, chingá, chingá! (casi contagiado por la repetición de eructo del tartamudo). Ahí, frente a sus ojos estaban las escaleras que brotaban del árbol. ¡Y son tres!, dijo, asombrado. Sí, pero la ma ma más chi chi chica es hijuelo, to to todavía no es es está ma ma madura, dijo Alfonso.
En efecto, se veía una escalera más tierna, más endeble, como que si alguien subía se podía desgajar como alud de montaña. El Principal sacó su teléfono celular y llamó a la comandancia. Que vengan rápido tres guardias y corten esas escaleras que están en el árbol del parque. Dos minutos después, tres guardias bajaron de una patrulla, con tenazas de hierro. ¡Aquellas dos!, dijo el Principal. ¡Sí, jefe!, dijeron al unísono los tres e iban a comenzar con su labor cuando tres chalanes, con overoles manchados de pintura, llegaron, metieron los brazos por la mitad de las escaleras y se las llevaron. ¡En plena cara del Principal! Éste, trabado del coraje, levantó la mano y ordenó a los tres guardias que persiguieran a los ladrones y los metieran a la cárcel.
Los tres chalanes demostraron que esas escaleras eran de su propiedad. Los propietarios de las escaleras salieron bajo fianza, pero el Principal decomisó las escaleras pretextando el artículo 18, inciso B1, del Bando de Buen Gobierno, en el que explícitamente se indica que “nadie podrá usar los árboles del parque como lockers para guardar objetos personales, como escobas, recogedores, bacinicas, etc., etc.”.
Algunos siguen con la idea de subir al cielo y usar una escalera grande y una chiquita; para esto sugieren podar la tercera, la más tierna, a fin de usarla, pero la mayoría de habitantes del pueblo ya olvidó la idea de subir al cielo. Emplean las escaleras para subir a ver el agua del tinaco, para cambiar focos fundidos o para husmear en patios vecinos.