miércoles, 30 de septiembre de 2009

UNA MÁS DE LOS TELEVISOS


El doctor Robert Dufour, filósofo francés, dice que uno de los mandamientos del liberalismo perverso es el que dice: "Ignorarás la gramática porque es un lugar común y sólo debe haber lugares individualizados".
A los poderosos les interesa que los mandamientos del liberalismo se sigan al pie de la letra. Mientras nuestra sociedad sea más alienada ellos asumen más poder.
Esta práctica se ha hecho de manera velada en el pasado y ahora es más obvia porque los poderosos se vuelven más cínicos cada vez.
Ahora (de nuevo, Dios mío) Televisa nos lanza un engendro más. Hace dos noches prendí la televisión, la conductora del Super lotto se despedía. "Les recuerdo -dijo-que ya están abiertas las inscripciones para participar en el programa CIEN MEXICANOS DIJIERON". Chin, pensé, ¡qué oso! La niña bonita, con cabellera de cascadas de agua chocolate, se equivocó. Apagué el televisor y me dormí.
Al día siguiente descubrí que ella no se había equivocado. El programa de Televisa, en efecto, se llama así: CIEN MEXICANOS DIJIERON.
Es una más de sus asquerosidades. A Azcárraga y corte celestial les conviene que el pueblo, cada vez más, se exprese de una forma no prestigiosa.
Ellos se quieren erigir en los poseedores del lenguaje especializado. Al pueblo le dan las sobras del arte y del buen decir. Cada vez más prostituyen nuestro lenguaje.
¿Qué se puede hacer ante tal aberración?
En este programa ponen como conductor a un pobre comediante. Digo pobre porque no tiene idea de lo que es el humor. Su supuesta comicidad se basa en el recurso pobrísimo de imitar el lenguaje de un chofer de un autobús público.
Se dice que la televisión es la nana de estos tiempos, la educadora de la niñez. ¿Qué clase de educación reciben los niños ahora que escuchan a la NACARANDA y al VÍTOR con sus vulgaridades?
Ahora, lo sabemos, medio mundo (como si fuera un chiste) repetirá el vocablo y el DIJIERON se convertirá -de manera subliminal- en algo prestigioso, en palabra de uso diario.
Esta es la tónica de la empresa televisora. Poco a poco nos va quitando nuestra identidad. Ahora se meten, de manera directa (porque lo hacen por escrito), con una de las posesiones más sublimes del hombre: el lenguaje.
A Loret de Mola habría que enviarle la foto donde un estúpido escribió: "CIEN MEXICANOS DIJIERON". A ver si lo exhibe en su noticiario.

martes, 29 de septiembre de 2009

COLABORACIÓN ESPECIAL PARA PALABRA ESCRITA



EN EL CORAZÓN DEL PAN

Óscar Bonifaz y yo coincidimos en un corredor de la Casa Museo. En una de sus manos llevaba una bolsa de plástico. Mientras yo me preguntaba “¿Cómo le hace el maestro para conservarse tan bien?”, él explicó que no puede vivir sin pan. Es una costumbre comiteca -dijo-, café con pan, y me enseñó el interior de la bolsa. Un mundo tibio y dulce, lleno de manteca y ajonjolí, apareció.
Estamos hechos de costumbres. En la mañana de ese mismo día me topé con Marvey Altuzar (fue día de poetas). Ella, enredada en un hermoso rebozo amarillo, mientras pedía un café para llevar, también dijo que “muere” por un guiso especial que probó de niña.
Cada uno de nosotros “muere” por algún platillo especial. Óscar Bonifaz me dio posada en su casa, en dos ocasiones, hace años. Al despertar, mientras yo preparaba un vaso de avena, él ponía a calentar el café. Ahí supe que los seres humanos (y tal vez los animales también) no “morimos” tanto por el sabor sino por el aroma. Cuando mi avena y su café estaban listos nos sentábamos ante una pequeña mesa de madera en la cocina y platicábamos, en medio del aroma inolvidable del café de todos los tiempos. Ahora no tomo café, pero igual que Óscar, igual que medio mundo, también tengo los aromas prendidos en mi corazón.
¿Recuerdan la obra de Marcel Proust “En busca del tiempo perdido”? ¿Recuerdan la famosa escena donde el niño protagonista llega a su casa y su mamá le ofrece una taza de té y una “magdalena”? Cuando el niño remoja la galleta adentro del té los recuerdos de su infancia asoman como si fuera lluvia en mes de septiembre. ¿Qué aparece en la mente de Bonifaz cada mañana cuando “sopea” su “rosquilla chuja” en el café?
El otro día, Romeo Torres Ventura -pionero de la radio en Comitán- me dijo que su mamá hacía pan. Ahora, cuenta, cada vez que abre la panera ¡su infancia se hace presente! Recuerda el fogón que estaba en una esquina del patio y es como si los años cincuentas estuvieran ahí, de nuevo, junto a él. Un Comitán que era más tranquilo, sin la niebla de la violencia ni de la prisa; un lugar donde medio mundo conocía a medio mundo y donde hablar de vos era como el pan nuestro de cada día.
Cuando un aroma nos regresa a la infancia, todo es como el rebozo amarillo de Marvey. Nos volvemos un poco el niño que fuimos y todo es más amable, como si la vida fuera esa zona donde la preocupación era un territorio ajeno.
Cuando viví en Puebla “moría” por un vaso de “jocoatol”. Era tanto mi deseo que casi lograba representar el aroma y el sabor. Casi casi podía olerlo y probarlo, y esto era peor que un tormento de la Santa Inquisición porque cuando el aroma y el sabor desaparecían me sentía el hombre más infeliz de toda la Angelópolis. Por ello, cuando viajaba a Comitán, más tardaba en botar mis maletas que en ir al Mercado Primero de Mayo a buscar “mi” vaso de jocoatol. En este acto simple resumía la búsqueda de mi identidad, de mi infancia perdida.
Los pedagogos han demostrado que la niñez es la etapa de la vida que más nos “marca”. Por esto, los aromas que percibimos de niños son lastre y, al mismo tiempo, alas de nuestro vuelo.
El día que vi a Óscar Bonifaz con la bolsa en su mano lo vi como un niño. Todos los hombres somos esto: niños que llevamos una bolsa llena de chunches. Ahí, adentro de esa bolsa, cada uno guarda aromas, sabores, astillas y nubes que nos mojaron cuando éramos niños. Ahí van los “africanos”, los “turuletes”; ahí también se concentra el rebozo de la nana, el olor del café a las siete de la mañana; el olor a tierra mojada, el sonido de una canica al chocar contra otra; las tortillas con “asiento”, el chile en vinagre, la salsa roja de los panes compuestos, las tostadas con manteca; ahí el calor del fogón, la olla de frijoles y el cantadito de la mujer que, desde el zaguán, gritaba: “¿Vasté a mercar jilotíos?”.
Estamos hechos “del costumbre”; hechos de aromas y sabores pepenados en la infancia.
¿Cómo le hace Óscar Bonifaz para mantenerse tan bien física, intelectual y espiritualmente? ¿Lleva el secreto adentro de esa bolsa donde también lleva una rosquilla chuja y un pedazo de cazueleja?



TESTIMONIOS DE VIDA

Hermilo Aranda, Marvey Altuzar, Angélica Altuzar y yo jugamos un juego el otro día. Jugamos al juego “¿En qué instante te volviste lector?”. Este juego no tiene una respuesta única. Como todo acto de vida éste también tiene muchos puentes.
Crucé un puente el día que mi mamá me dijo que su abuela leía mucho. Cuando nací mi mamá me regaló ese gajo que la Nana Mía sembró muchos años antes. Si mi bisabuela fue gran lectora no hay nada de asombro en que yo tenga esa vocación. Lo que Somos tiene mucho qué ver con lo que fueron nuestros ancestros. Lo mismo sucede con los pueblos. El Comitán de hoy es fruto de los andamios de siglos pasados.
¿En qué instante me volví lector? Muchos instantes definieron mi vocación de lector. Hoy bendigo cada uno de esos instantes.
Sé que el libro ha sido el más fiel de mis acompañantes. Sé que con el libro he estado más tiempo que con cualquiera de mis afectos. El libro me ha acompañado en las buenas y en las malas. Ha estado a mi lado a la hora del café y a la hora en que he tomado cerveza y trago. El libro ha sido el testigo de los instantes de insomnio y de las noches en que no he despertado para algo.
Hace diez años, cuando abordé un avión en el Aeropuerto “Copalar” para ir a Oaxaca y extraviarme de este pueblo durante nueve años, llevé en mi mochila un pantalón, una camisa, un par de calcetines, un juego de ropa interior y tres libros: dos de Julio Cortázar y la Biblia.
Puedo renunciar a todo menos a mi vocación de lector.
Cuando regresé a mi pueblo, conmigo regresaron los tres libros. Igual que yo volvieron más viejos, con cierto olor a humedad, pero regresaron más llenos de subrayados y de notas al calce; como que volvieron más libros, más plenos, con alas más grandes, con más luz.
Mi papá no era gran lector, mi mamá tampoco ha leído mucho. En la casa de mi niñez no hubo muchos libros (Sí hubo, por el contrario, muchos envases de refresco y de cerveza porque mi papá fue distribuidor de la Coca Cola y de la Cerveza Carta Blanca).
Pero en algún “instante” un libro se coló como una cucaracha y, como toda plaga benigna, luego otro libro apareció y todo fue como si cada uno de ellos fuera un color del arco iris. Hoy, dedico mis mañanas, tardes y noches a la búsqueda del tesoro que hay al final del arco iris. Sé que la leyenda no es cierta y que al final del Arco Iris hay nada, pero también sé que el viaje no importa por el destino sino por el trayecto. El chiste de la vida es el camino, las piedras, las flores, las montañas, los ríos, los atajos y los miles de hombres y mujeres con los que platicamos en las posadas, en las fondas y en las plazas.
Cuando cumplí diecisiete años decidí estudiar Ingeniería en Electrónica. Me inscribí en la UNAM y asistí a mis clases. En el tercer semestre de la carrera, en la cátedra de Electricidad I, el maestro -desde el primer día de clases- concluía su cátedra con literatura. Decía que los ingenieros no podían estar alejados del humanismo. Una tarde descubrí lo que ya sabía: de todas las clases me gustaba la de Electricidad no por las Resistencias ni la Ley de Ohm sino por esos diez minutos en que la literatura hacía su maravillosa aparición. Este fue otro instante. Porque el primer instante apenas es un titubeo. Como en el primer amor y como sucede con el Iceberg lo importante es lo que está por descubrirse.
No sé si haya un caso similar (tal vez el del escritor Jorge Ibargüengoitia), pero yo descubrí la literatura en la Facultad de Ingeniería. En medio de integrales y derivadas un duende se coló. Hoy bendigo ese instante y bendigo aquel Ingeniero que me enseñó que la vida estaba más concentrada en las letras que en las turbinas y en los cables de alta tensión.

lunes, 28 de septiembre de 2009

NUBES



Hay hombres que viven en la realidad, y otros hombres que viven en la ficción. Soy de estos últimos. Quienes viven en la realidad no tienen impedimento para descifrar el mundo; si por casualidad se topan con la ficción reconocen que es un simple invento. Por el contrario, los “ficcionantes” confundimos la realidad, creemos que ella es parte del mundo mágico que vivimos, por ello incorporamos a los hombres reales a nuestro mundo (a cada rato los vemos como gnomos o como hombres de galleta y les ponemos rostros de ratones o de elefantes o de dinosaurios o de algún animal producto de nuestro imaginación. ¡Nos damos una divertida que para qué les cuento!). El problema es que a “los otros” les cuesta mucho trabajo aceptarnos en su mundo. Nos llaman “lunáticos” o “deschavetados” y siempre abusan de nuestra inocencia.
¿Cómo puede un ficcionante vivir en un territorio donde todo mundo quiere abusar de su prójimo? En el mundo de la ficción -como en el mundo real- hay buenos y malos (requetemalos), pero nos basta realizar un conjuro para vencer a los maldosos; por lo regular, eso de las posesiones materiales nos tiene sin cuidado. ¿Para qué poseer una residencia regular en Comitán o en Tuxtla o en Tapachula o París si nosotros, a través de un simple pase mágico, estamos habituados a vivir en castillos de cien habitaciones con cuadros originales de Picasso y con jardines llenos de fuentes y esculturas monumentales?
Cuentan (los ficcionantes, ¿quiénes más?) que, un día, Dios hizo a Adán y luego, como el pobre hombre se aburría como tzizim en época de secas, creó a Eva. Cuando Eva tentó a Adán, Dios los expulsó del Paraíso y este territorio quedó vacío. Dios entonces creó a Ulame, pero para no repetir el error de crear a otra mujer real dotó a Ulame del poder enorme de la imaginación. Así, cuando la gana de Ulame fue mucha inventó una, dos y más mujeres ficcionantes y pueblos y animales fabulosos, incluso galaxias enteras pobladas por mesas que jugaban a ser sillas o arlitus capaces de robar los arpitores del turmenetp. Dios sonrió complacido cuando vio que Ulame no caía en la tentación de probar el fruto del árbol del bien y del mal.
Pero Dios olvidó que la principal virtud de Dios es la capacidad de inventar, así que Ulame, entre juego y juego, no hacía más que acercarse a ser un Dios. Por esto, un día jugó a crear el universo y con el universo llegaron Adán y Eva. Así, nuestros primeros padres regresaron al Paraíso y, como eran muy juguetones, lo repoblaron con seres reales. Por esto, lo que era territorio especial para los ficcionantes se convirtió también en el territorio de los hombres “reales”.
Esto que llamamos tierra no es otra cosa que El Paraíso venido a menos por la rapacidad de los hombres comunes y corrientes. Los hombres que viven en la realidad están acostumbrados a creer sólo en lo que ven, en lo que tocan. Ese materialismo táctil y visual los ha convertido en adoradores de lo tangible, de las mesas de oro, de los pisos de mármol, de las sillas de ébano, de las mujeres de cabellos de trigo. Las mujeres invisibles no existen para ellos, los ángeles son inventos del Medioevo, las truchas doradas que forman el arco iris son un mito y los dinosaurios no son más que animales prehistóricos ya desaparecidos. Por esto, cuando un mortal común lee: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí”, lo cataloga como un cuento y el libro lo hallamos en la sección de Ficción y no en la de Biografía, que es su lugar correcto.
¿Tengo que decir que nosotros no tenemos la sección de Ficción en nuestra biblioteca? Para nosotros la ficción es lo real, lo único cierto.
La mayoría de personas normales vive un mundo que considera real. Por esto son pocos los tocados por la gracia del destino. Soy de estos últimos.

domingo, 27 de septiembre de 2009

LOS ONCE DE GOOGLE


GOOGLE cumple once años hoy. No sé qué significa la palabra GOOGLE. Sin embargo es una palabra que empleo mucho. Con frecuencia digo: "Búscalo en gugle". Con la propensión que tenemos de convertir todo en verbo, no me resulta difícil pensar que alguien diga: "Estoy gugleando".
GOOGLE es el buscador más usado en el mundo. Millones de usuarios de Internet -en todo el mundo- hacemos uso de dicho buscador.
Imagino que, hace once años, comenzó como una empresa titubeante y ahora es una empresa poderosísima.
A veces entro a buscar libros y hallo grandes sorpresas en el apartado que tiene la página.
El otro día necesité un fragmento de Balún Canán,de Rosario Castellanos y lo hallé en la biblioteca de Google. La empresa ha digitalizado millones de libros y muchos de estos tienen una vista parcial de su contenido.
No soy inocente. Sé que todo ello no lo hacen por amor al arte. Intereses económicos poderosísimos son el motor de tal iniciativa. Pero a mí, que soy un simple mortal que vive en un pueblo más o menos pequeño, más o menos grande, este buscador me ha servido mucho. Gracias a él he hallado muchos libros, mucha información y, también, he hallado algunos afectos que andan desperdigados por el mundo.
Entiendo, incluso, que este blog está auspiciado por esa empresa. ¿Cómo no agradecer la oportunidad de abrir este cuaderno para comunicarme con medio mundo?
Todo es tan sencillo.
Mi cabeza no da para entender la compleja estructura que rodea a esta empresa, pero no me hace falta. Lo único que veo, acá en mi esquina, es una ventana que me permite éstar al tanto de lo que sucede en el mundo grande y en el pequeño de mi comunidad.
¿Once años de Google? Once años míos también, porque en ese tiempo he estado enredado a su universo. ¿Hasta dónde llegará Google? ¿Hasta dónde llegaré yo?
A Google le hemos dado un gran poder. En el corazón de Google colocamos mucho de lo que somos. Sin que Google nos lo exija vamos colocando nuestra vida en su interior. Los millones de usuarios colgamos toda la ropa que antes lavábamos en casa. Por esto ya muchos estudiosos hablan de una gugledependencia cada vez más severa.
El otro día quedé maravillado al entrar al archivo de LIFE y aún estoy con la boca abierta por las imágenes satelitales digitalizadas de todas las regiones del mundo. ¿Cómo es posible que podamos ver -como si fuésemos águilas- lo que sucede en Manhattan en este momento, a través de Google Earth? ¿Hacerlo con tal nitidez que permite ver a la muchacha que ahora sube su pie para acomodarse la zapatilla? ¿Qué ojo de Dios había logrado este prodigio con anterioridad?
¿Google es un ser poderoso que puede controlarnos algún día? Por el momento, ya posee mucho de nuestro tiempo. ¿Qué sucederá en el futuro? No lo sé y dijéramos que, por el momento, no me interesa saberlo. Hoy haré lo mismo que hice el día de ayer. Hoy guglearé para ver qué otra ventana este chunche tiene destinado para mí.

sábado, 26 de septiembre de 2009

DAY BY DAY


"Day by day" se llama una canción de los años setentas. Escribir esto es como decir: "La canción de todos los días es el día tras día". El tiempo es agua. Escucho a cada rato lo de "¡Cómo pasa el tiempo!". Los viejos dicen, con frecuencia: "¡Ya se fue el año!".
¿Adónde van los años? ¿Adónde va el día tras día? Comencé a escribir este texto a las cinco con catorce de la mañana y ahora ya son las cinco con quince y, en menos que canta un gallo, serán las cinco con dieciséis.
En esos segundos comenzó a irse el día, la vida. No nos damos cuenta cómo llega el tiempo y cómo se va. El tiempo es como el aire.
Un día el hombre inventó el tiempo para medir cómo se le va el día tras día. Tal vez el hombre que no tiene conciencia del tiempo ¡vive más! Nos mata esa certeza de que el tiempo se agota. Sin advertirlo nos preocupa lo efímero de la vida.
A veces pienso en algo como un reservorio del tiempo; algo como un basurero donde se concentra todo el tiempo que "vuela", que se agota.
Ya son las cinco con veinticuatro. El tiempo se ha ido para no volver jamás. Digo una obviedad, pero quiero pensar que esos segundos no se han ido; quiero pensar que se han transformado. Esos segundos los he convertido en palabras. Estas palabras, entonces, poseen el tiempo. En su corazón está ese reservorio.
Ahora vos, lector apreciado, invertís tu tiempo. Como si este cuaderno de apuntes fuera una Casa de Bolsa "metés" tu tiempo con la esperanza de obtener ganancias.
¿En qué lugar nos pagan más intereses por nuestro tiempo invertido? ¿Quiénes son esos hombres de "cuello blanco" que nos quitan nuestros segundos con la promesa de que obtendremos ganancias chonchas? ¿Quiénes son esos hombres que obtienen riquezas aprovechando el tiempo que nosotros les dimos a guardar?
¿Se vale decir: "¿Guardás mi tiempo? Luego Vuelvo por él?"
¡Dios mío! Ya son las cinco con veintinueve. El tiempo se me ha ido. Apenas me queda algo para entrar a bañarme, cambiarme (de ropa, el cambio interior es más complejo y dilatado), y salir "volando" para ir a la Universidad donde las alumnas de la Licenciatura en Trabajo Social están invirtiendo su tiempo en aras de un futuro más cierto.
¿En dónde está ese reservorio de segundos que conforman el tiempo futuro?
¡Qué joda, ya son cinco treinta y uno! Ya no tengo tiempo, ni siquiera, para buscar el disco y poner "Day by day" porque el día tras día me empuja a otras cosas.

viernes, 25 de septiembre de 2009

CABLES COAXIALES CONTAMINADOS



Medio mundo le sigue llamando Juanito, como si aún fuera niño. Tiene ¿treinta y dos o treinta y tres años de edad? Lo conozco desde hace dos años. Es ciego y trabaja de bolero (él bromea que de bolero ranchero, porque le gusta cantar las de Javier Solís). Jamás se me ocurrió preguntarle la causa de su ceguera, pero ayer, mientras lustraba mis zapatos, me contó lo siguiente:
Su mamá gritó desde la cocina: “Ya, niño, apaga la televisión”. Juanito, como siempre, había estado frente a la tele toda la tarde. No hizo caso a la orden y siguió viendo la serie de televisión. La mamá terminó de lavar los trastos, se limpió las manos con una franela roja y fue a la sala. Al ver el destello de la pantalla, levantó el brazo y le aplicó un manotazo a su hijo, en el cerebelo: “Muchachito cabrón, obedece, obedece”, y lo levantó de la oreja.
Muchos años después, Juanito platicaría la trama del programa de esa tarde: “De la nada, como si alguien o algo apagara la luz del cielo, toda la gente de ese pueblo quedó ciega. Un titipuchal de periodistas y científicos de todo el mundo llegó para investigar. Unos dijeron que había sido el agua contaminada, otros le echaron la culpa al Sol y, los más aventados, aseguraron que fue un ataque de los Estados Unidos, porque un avión dio dos vueltas por el poblado, la mañana del día de la desgracia. ¿Un gas cegador había sido lanzado desde el avión? ¿Con qué fin?”.
¿Imaginan ciegos a todos los habitantes de un pueblo por una causa desconocida? Juanito nunca supo en qué acabó el programa porque su mamá lo arrastró hasta el cuarto.
Pero lo que parecía simple ficción, en la humanidad de Juanito se convirtió realidad. A la mañana siguiente, el niño oyó el despertador y abrió los ojos, como siempre, para levantarse, desayunar e ir a la escuela. Pero se sorprendió porque, a pesar de tener conciencia de que sus ojos estaban abiertos, ¡no veía nada! Se sentó sobre la cama y se frotó los ojos. Pensó que aún no despertaba del todo. A veces sucede que la resaca de los sueños tarda en desaparecer. Estiró su mano y prendió la lámpara del buró. Escuchó el clic del interruptor y supo que la luz se había prendido. Gritó: ¡Mamá, no veo, mamá, estoy ciego!
“Me hicieron muchos estudios médicos. Todos dijeron que mi ceguera era para siempre y nadie pudo decirme porqué me quedé así”.
Su mamá siempre se echó la culpa: “Con la guajolotera que le metí le chispé los ojos”; pero don Eusebio, un tío que trabajó en los Estados Unidos, le echó la culpa a la televisión. Hasta el día que murió sostuvo que los gringos diseñan en laboratorios una pantalla mortal. Juanito fue víctima de uno de tantos ensayos.
El tío Eusebio decía que el televisor es el intruso a quien, sin ninguna desconfianza, le permitimos entrar hasta la cocina. Cuando los gringos se quieran apoderar realmente del mundo pondrán en acción un mecanismo que, a través de imágenes subliminales, cancelará la voluntad de los televidentes del mundo entero y todas las personas serán como autómatas a su servicio.
Por esto, en homenaje a la teoría de su tío, Juanito imagina que el programa de esa noche tuvo el siguiente final: “El avión sobrevoló el pueblo. No aventó ningún gas cegador, simplemente alteró la señal televisiva. Al otro día todo mundo de ese pueblo despertó ciego, no sólo de los ojos sino también del intelecto”.

jueves, 24 de septiembre de 2009

NO TRAJE TRAJE


Raúl Espinosa me obsequió este cartón. ¿Raúl supo bien a bien lo que hizo en su trazo?
En el cartón aparezco con un saco y con corbata. Para los lectores de otras partes del mundo debo decir que casi no uso saco ni corbata.
Pero, de igual manera, debo decir que, de niño, vestí traje.
Mi papá me amó y siempre procuró para mí lo mejor. Cuando viajábamos a San Cristóbal (su pueblo natal) mi mamá me vestía con traje. Así, cuando llegaba a casa de los tíos (primos y compadres de mis papás) yo tenía una presentación de lujo.
En ese tiempo a mí me hartaba. En casa de mi tío Fernando Zepeda, mis primos menores: Miguel y Juan José me invitaban a jugar, pero yo, por mi timidez natural y por no ensuciar mi "tacuche", me quedaba siempre en la orillita de los juegos.
En mi adolescencia me rebelé y deseché el uso del traje.
Ahora lo uso muy de vez en vez, pero cada ocasión que lo hago lo hago en memoria de mi papá y sonrío. Sonrío porque sé que al verme, mi papá colocaría sus brazos detrás de su espalda y también sonreiría satisfecho. Para mi papá fui siempre el "niño de sus ojos" y lo sigo siendo, estoy seguro.
Por esto, sonreí ahora que Raúl me hizo esta caricatura y me dibujó con saco y corbata.
Me sentí como si llegara a la casa de mi tío Fernando, de la mano de mis papás y aceptara la invitación de Juan José para iniciar el juego.
Hoy sé que si uno juega correctamente el polvo se esparce, se hace polvo y no mancha. ¡Desaparece!
Hoy, gracias a Raúl, me veré a diario vestido con "tacuche" y me sentiré bien, muy bien, aunque luego, para salir a la calle, me cambie y me ponga el gastado pantalón de mezclilla, de nuevo.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

MARIANO PENAGOS TOVAR


El Premio Chiapas es el reconocimiento más prestigioso que otorga el gobierno del estado. Grandes personajes han obtenido el Premio Chiapas, Eraclio Zepeda, Jaime Sabines, Juan Bañuelos, Marco Aurelio Carballo y otros contados escritores han recibido la lluvia de dicho galardón.
Únicamente dos comitecos se han colado en la lista privilegiada: Rosario Castellanos y Mariano Penagos Tovar.
No obstante ello, el nombre de Mariano Penagos Tovar pasa de noche para la mayoría de los comitecos. Tal vez porque la mayor parte de su vida vivió fuera de esta ciudad. En junio pasado regresó al pueblo para morir en el lugar donde nació.
Tal vez ahora es momento de hacer una revisión de su trabajo de creación para valorar su obra. Recordemos: Es Premio Chiapas. Y esto no es cualquier cosa.
Hoy, el Centro Cultural Rosario Castellanos, la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez, y el Colegio Mariano N. Ruiz, a través de la Universidad Mariano N. Ruiz, recuerdan la figura de Mariano Penagos Tovar.
Si el reconocimiento no lo hicimos en vida, cuando menos enmendemos en algo la memoria.

martes, 22 de septiembre de 2009

COLABORACIÓN ESPECIAL PARA PALABRA ESCRITA



LA NOCHE EN QUE TARZÁN SE HOSPEDÓ EN EL HOTEL “LAGOS DE MONTEBELLO”

No existe un registro de los famosos que han estado en Comitán. Pero yo puedo decir que Tarzán se hospedó una noche en el Hotel “Los Lagos de Montebello”. Y no cualquier Tarzán, sino el primero, el legendario Johnny Weissmüller.
Pero antes de contar lo de Tarzán, diré que terminé haciéndole caso al doctor Roberto Gómez Alfaro (bueno, a medias). Un día, en el patio de su sanatorio, yo tomaba una Coca en lata cuando él salió de su consultorio con una taza de café en la mano. “No tomes aguas negras -me dijo- te invito un café chiapaneco”. Ahora ya no tomo Coca (ni tampoco tomo café). Y en esto me parezco un poco a Tarzán, porque él tampoco tomaba Coca ni café.
Lo que el doctor Gómez Alfaro no sabe es que yo tomaba Coca porque lo traía de la infancia. Mi papá fue distribuidor de ese refresco embotellado. Yo era niño y disfrutaba mucho el privilegio de ir a la bodega y tomar una botella a la hora que quisiera.
Pero no sólo disfrutaba el refresco. De vez en vez a Comitán llegaba un Camión que hacía promociones. A mi papá le regalaban vasos, charolas, plumas, cuadernos, juegos de dominó (en estuche de cuero) y llaveros. También le regalaban botellitas que eran lámparas. Y como una regla no escrita, pero sobreentendida, decía que lo que era de mi papá era mío, ya imaginarán en dónde terminaban los regalos.
La gente del pueblo sabía que con la llegada de ese Camión llegaba el cine. En algún parque instalaban una pantalla y, por las tardes, la función de cine comenzaba. Todo por patrocinio de la empresa refresquera.

Así, no fue raro que aquella tarde mi papá dijera que íbamos a ver cine. Lo extraño fue que, en lugar de ir a un parque, entramos al Hotel “Los Lagos de Montebello”. En el patio central, ahí donde todavía está una microselva, habían instalado la pantalla y sillas. El patio estaba lleno de gente. Las sillas fueron insuficientes, así que la gente se instaló en la segunda planta, incluso algunos niños intrépidos subieron a los árboles y se sentaron sobre las ramas. Nunca imaginé que eso era como un presagio de la maravilla que estaba por suceder.
En medio de la algarabía el proyector se encendió e iluminó la pantalla. En glorioso blanco y negro aparecieron los letreros y las primeras imágenes. Todo mundo se enteró que era una película de Tarzán, el Rey de los Monos. Los niños gritaron y dos o tres sombreros volaron por lo alto. Yo, al lado de mi papá, subí el cuello de mi abrigo y miré, maravillado, cómo Tarzán volaba de una liana a otra. Los demás niños treparon sobre las sillas y zapatearon cuando un león africano salió en medio de los árboles y se lanzó contra Tarzán. Éste cayó con el animal encima, pero abrió sus brazos y con ambas manos separó la mandíbula del animal. Todos los espectadores gritábamos para ayudar a que Tarzán lograra abrir por completo al león.
En ese instante, sobre la pantalla, apareció el letrero de Intermedio, y tres muchachos, vestidos de rojo y blanco, ofrecieron Coca Cola en vasos encerados, por en medio de las filas de sillas.
Ya se sabe que, al final, Tarzán venció. Se sabe que subió a un montículo y, como si su pecho fuera un tambor, se golpeó con ambos puños y gritó su clásico grito. El mismo grito que, ya viejo y un poco loco, Jonnhy lanzaba en su residencia de Acapulco (lugar donde murió).
Al otro día, cuando llegué a la escuela Matías, a mis compas les conté mi experiencia. Estos se burlaron cuando dije que Tarzán, a la hora del Intermedio, se había sentado en una de las ramas de los árboles del Hotel. Cuando la función reanudó, Tarzán se paró y volvió a meterse a la pantalla. Nadie me creyó, con excepción de Mario que también había asistido a la función. Mario -que era el madreador de la escuela- dijo que eso era cierto, dijo que él había estado arriba de un árbol y, cuando la función se suspendió, él había estado al lado de Tarzán. ¿Alguien no le creía? Todos quedaron callados. Tony, que era un niño tímido, se acercó a Mario y le preguntó: “¿Te dijo algo?”. Claro, dijo Mario, platicamos largo rato. Ya somos amigos. Y todo mundo le creyó. Y entonces seguí contando de la noche en que Tarzán se hospedó en el Hotel “Los Lagos”.

LAS BANQUETAS

¡“Banquetear” es lo máximo! En Tuxtla sacan las sillas a la banqueta. En Comitán no tenemos esa costumbre. Nosotros somos más pueblo. Los comitecos salimos a la calle y nos sentamos en la banqueta. La costumbre viene de mucho antes, de cuando no había televisión.
Banquetear es práctica de los barrios periféricos. Quienes viven en El Centro son más “exquisitos”. Los apellidos de renombre tenían su residencia cerca del Parque Central y nunca se sentaron en la banqueta. ¡Dios libre tal vulgaridad!
En cambio los de la Pilita Seca o los de la Cruz Grande, con apellidos más modestos, son banqueteros. Es conveniente decir que los banqueteros no son gente sin oficio, al contrario. Como a las cinco y media de la tarde, cuando ya hizo la faena diaria, el banquetero abre la puerta de su casa y se sienta sobre la banqueta (puede hacerlo en el borde o recargado sobre la pared pintada con cal y baba de nopal). Este simple movimiento es como una señal. Dos minutos después otro compa sale de su casa o del taller, camina y se topa con el banquetero y, sin pedir permiso, se sienta (a esta hora el cemento aún está calientito por el Sol de todo el día). Poco a poco el grupo se hace más grande. Desde ahí, los banqueteros miran pasar la vida, como si todo fuera una serie de televisión o una película; desde ahí los banqueteros se codean cuando pasa una muchacha que llena el pantalón stretch a plenitud (si alguno del grupo la “chulea”, la muchacha se hace la desentendida, aún cuando todo mundo sabe que ella pasa por ahí precisamente como si lo hiciera ante una pasarela, lo hace para motivar a la “perrada” y acrecentar su vanidad).
La banqueta es como boleto de ring side, como palco de lujo, donde los privilegiados miran pasar el mundo. Los banqueteros no necesitan subir a barcos o aviones para conocer el mundo. ¡No, no! El mundo pasa frente a ellos.
Todo se va dando a medida que la tarde cae. Cuando el Sol se oculta, las lámparas de la calle se encienden. A esa hora doña Mari saca una mesa y comienza a preparar las chalupas; su marido mete los refrescos embotellados adentro de una cubeta roja de plástico. Más allá, don Artemio saca “la taquera” con un foco de 100 por encima, para avisar que los tacos de surtida y de maciza ya están listos. La carne llena de grasa, la salsa verde picosa, el perejil y la cebolla finamente picados se ven a través de un cristal siempre empañado.
Los banqueteros forman una cofradía que recupera la tradición de la plática sabrosa. Desde la banqueta ven cómo el mundo cojea y tratan de componerlo (todo en medio del albur, de la frase ingeniosa, de la carcajada plena, de la hermandad). Si alguien dice la palabra cojea, otro, de inmediato, saca el chiste aquel del cojito que le dijo a la muchacha bonita: Adiós, sabrosa. ¡Apachurro! La muchacha se volteó muy molesta y respondió: “Pendejo éste, igualado. ¡Cojo feo!”, y el cojito, sonriendo, le dijo: ¿Coges feo? No importa, mi reina, yo te enseño. Pero no sólo chistes de cojos desfilan en la plática. Las noticias que Lolita Ayala dio en la tarde salen a relucir. ¿Ya supieron lo del fanático que secuestró un avión en Cancún? O, también, las noticias del "Diario de Comitán" brincan: Dicen que el Eduardo Ramírez se quedará en la presidencia un año y ocho meses más. ¡Pucha, suerte que tienen los que no se bañan! "¿Fueron al Grito?", pregunta otro, y uno más revira: “Grito el que dio tu hermana”. Y un tercero alburea: “Hermana ¡la macana!”. Todo con la cara sencilla que tiene la cofradía de los banqueteros. ¡Que Dios les dé mucha vida!

lunes, 21 de septiembre de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE DA CUENTA DE UN “FULGOR ABSTRACTO INASIBLE”



Querida Mariana, ¿has leído el poema de Pacheco que habla de la Patria? “No amo mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos. / cierta gente / puertos / …” y ta ta ta ta tá.
Te invito a jugar el juego de “Alta Traición” (así se llama el poema). Me toca.
Mi patria es breve como un trozo de pan. Es la casa donde vivo, es mi familia; y es el gato, la perrita y las tortugas que a diario me acompañan. Mi patria es un territorio modesto donde a diario el Sol se oculta y sale. Mi patria es la lluvia, las plantas del jardín improvisado y el cielo lleno de estrellas; es la presencia constante de mis ausencias y es la sonrisa de la niña que vende la tortilla hecha a mano.
¿Mirás la diferencia? La tortilla no está hecha en una máquina con banda transportadora, la hace una mujer que se esmera en que salga redonda. Así es mi patria, querida Mariana, está hecha a mano, sus hombres la ponen a cocer al comal, amorosamente. Mi patria es el techo donde me resguardo; es el patio donde juegan los niños, el cuarto donde mi amada cuelga su hamaca. Mi patria es la esquina donde está la farola; donde hay montones de basura; donde -a medianoche- la puta ofrece su cuerpo. Mi patria es la cantina donde un hombre levanta el vaso y brinda; donde otro hombre lamenta su destino; donde la rocola canta una canción triste.
Mi patria es un árbol de tenocté; es la subida de San Sebastián; es la marimba en el atrio de San José; es la fuente frente a Santo Domingo; es el santo que no es tan santo porque es el enmascarado de plata. Mi patria es el Cine Comitán que ya no existe; es la casona donde estuvo la primaria Matías de Córdova; es Mingo y Manuel trepados en un carretón; es la tienda de doña Pijuy (Una vez mis compas me hicieron una travesura pesada. Me dijeron que entrara a una tienda donde una señora vendía dulces típicos y me dijeron que comprara dos “trompadas”, cuatro “africanos”, tres “turuletes” y dos “pijuyes”. Entré y pedí los dulces en ese orden. La señora fue colocando en una bolsa de papel estraza los dulces pedidos, pero cuando pedí los dos “pijuyes” sacó un machete de abajo del mostrador y me amenazó “Pijuy, tu chingada madre, muchachito pendejo”. Yo no sabía que ese era su apodo. Afuera de la tienda mis compas se retorcían de la risa). Esto, Mariana, esto que acabo de contarte también es mi Patria, porque mi patria es la resbaladilla, el trompo, las canicas, la cola de una ardilla, los cenzontles, los libros y el aroma del viento.
Mi patria es el patio donde una mujer borda; donde un hombre apila la leña; donde una mujer se arremanga la falda y lava sus pies y piernas. Mi patria es el pilar donde me escondo para ver a la muchacha bonita que me gusta. Mi patria es el ave que pasa fugaz por mi cielo; la nube de algodón que se deshace en agua. Mi patria es la madrugada que es polvo de oro en medio de mis ojos; y es la tarde donde los zanates buscan su refugio en los árboles del parque.
Mi patria es el Cine Montebello que ya no existe. Porque mi patria, Mariana, es lo tangible, pero también es aquello que no ven mis ojos, lo que no ven los otros, pero que ahí está, porque la patria más que la realidad es el deseo que cada hombre formula en su corazón. Mi patria es el mortero donde macero mis sueños.
Mi patria tiene un nombre: Se llama Comitán; se llama papá, mamá, hijo, abuela, abuelo; se llama tierra, agua, fuego, viento. Mi patria tiene una patria y ésta, a veces, toma la forma de la mujer amada.
P.d. ¿Y vos, Mariana? Doy por descontado que amás a tu patria, pero ¿de qué nubes está formada? ¿Me contás? ¿Sale?

domingo, 20 de septiembre de 2009

PRODIGIOS


El mundo es otro. A cada rato escucho noticias de apariciones de imágenes. Como somos "Guadalupanos" la Virgen de Guadalupe "se aparece" en puertas, árboles, comales y un sin fin de chunches. Los periodistas acuden al lugar del prodigio y dan a conocer la noticia. La gente crédula asiste en procesión, con flores, veladoras, peticiones y, por supuesto, limosnas.
Antes el mundo era más sencillo. El prodigio ocurría no por obra y gracia de la Virgen, sino por decisión y gusto del creyente. Construía su casa y reservaba un sitio especial para colocar una imagen de La Morena.
El prodigio era cosa de todos los días.
El sitio era lo de menos. Hay casas donde el nicho está colocado en el zaguán; hay otras donde la imagen está colocada en la fachada.
Se trataba de decir que la casa de uno es como un templo. El dueño puede colocar en su casa lo que desee. Cada casa tiene su propia personalidad. Por la salida a Las Margaritas hay una casa que en el techo tiene una rueda de carreta; por el barrio de La Cruz Grande hay una casa que, en la azotea, tiene una réplica de madera de un kiosco (tal vez sirvió para algún desfile de carros alegóricos).
Así pues también existen muchas casas donde las imágenes religiosas son el amuleto. Así como hay personas que colocan herraduras y ensartas de ajos con listones rojos sobre las puertas, también hay otras personas que colocan imágenes de San Juditas o de San Martín de Porres. Todo como un pedimento de buena suerte, de buen augurio.
Antes teníamos más fe. Reconocimos que un día la Virgen de Guadalupe se le apareció a Juan Diego (ahora Santo) y ¡ya! Nos bastó que esto sucediera una vez. Por esto ya no hicimos trucos. Cada vez que deseábamos rememorar el suceso construíamos un nicho y colocábamos -a la vista de todo mundo- una imagen de la Virgencita. Hoy ¡ya no es así! Insistimos en creernos Juan Diego y juramos que la Virgen "se nos apareció". Los actuales son tiempos más jodidos.
Que la Luz Divina bendiga a los hombres sencillos que "aparecieron" vírgenes a plena luz del Sol y sin historias truculentas.

sábado, 19 de septiembre de 2009

INVITACIÓN

EL HUEVO Y LA GALLINA


¿Qué fue primero: la banqueta -acera- o el poste?
Hoy, los caminantes pueden decir que el poste es un estorbo, pero el poste -sin duda-apareció primero. Tiene derecho de antigüedad.
No puedo asegurarlo, pero se supone que estos postes servían para amarrar a las bestias (me refiero a los caballos o los burros que cargaban leña o barriles llenos de agua). No sé cuál era la regla para determinar los puntos donde debían sembrarse dichos postes, ni sé si esto lo hacían los particulares o las autoridades. Lo que sí sé es que eran estacionamientos libres, sin parquímetros. Claro, eran tiempos en que Aurrerá no existía. De haber existido habrían cobrado por hora, ya se sabe que son muy abusivos.
El poste se sembró cuando el piso era de tierra. Con el tiempo levantaron la banqueta y respetaron el poste. Por fortuna, este respeto no se ha perdido. Ahora es difícil que sirva para lo que fue sembrado. Los caballos y los burros ya casi no transitan por las calles de este pueblo de Dios (ahora los burros y caballos conducen camionetas todo terreno, digo, con perdón de los burros y caballos).
Ojalá que esta singular imagen perdure por siempre. Ojalá que los vecinos y autoridades (éstas, sobre todo, que son muy dadas en imaginar "el progreso") dejen el poste en su lugar.
El poste no impide el paso. El caminante puede, perfectamente, rodearlo por el peralte interno y pasar, sin dificultad, como si fuera un juego.
Esta imagen es símbolo de un pasado lleno de esencias. Cada vez que pasamos por ahí, nos recuerda que hubo un tiempo en que todo fue más sencillo. Basta quedarse un rato al lado de ese poste para sentir que el tiempo se detiene un rato para, como si fuera viento, enredarse en ese poste que recuerda al reloj de Sol.

viernes, 18 de septiembre de 2009

CON AROMA DE GAVIOTAS

¿A qué huele el mar? Los comitecos y gente que vive por ese rumbo no saben bien a bien. Sólo cuando viajan a destinos de playa tienen oportunidad de oler ese viento salado que se enreda en la arena y conchas de mar.
El otro día fui a La Trinitaria (un pueblo a dieciséis kilómetros de Comitán). La tarde era sencilla. Los pájaros jugaban sobre las ramas de los árboles. A lo lejos, en medio de las montañas, volaba un papalote. Imaginé la sonrisa del niño al correr y mover las manos para darle más cuerda, más, más, a ese papel alado. Mientras ese niño jugaba yo caminaba por las calles de ese poblado silencioso.
¿A qué huele el mar? Debe oler un poco a lo que huele una de las calles de La Trinitaria, la calle donde está ubicada la Biblioteca Pública. Por lo regular, los aromas dominantes del pueblo provienen de las flores de los jardines, y de la carne de cerdo y de res expuesta en los locales señalados con una bandera roja; los aromas de La Trinitaria provienen de las breves estancias donde las mujeres hacen los caramelos de miel. ¿Por qué, entonces, de la Biblioteca asoma un aroma como de faro, de puerto y de gaviota si en el pueblo sólo hay golondrinas y murciélagos que salen por las tardes de la Cueva de los Murciélagos?
Casi casi emulando a Rodrigo de Triana grité: “Mar, mar, mar” y entré a la Biblioteca, ahí me topé con una sala de lectura que lleva el nombre de “Almirante Eduardo Solís Guillén”. En un cuarto de tres por tres, en medio de la penumbra y del polvo, sobre estantes sucios, está la biblioteca particular que donó el Almirante. Y digo que huele a mar porque muchos libros tienen que ver con la profesión de don Eduardo.
Dolores Elizabeth, la encargada de la Biblioteca, me dijo que esa Sala es poco visitada. Los estudiantes revisan el acervo que está en la Sala General. Dolores dice que los encargados de un pequeño Museo que existe en La Trinitaria han solicitado el traslado de ese acervo, al considerar que en este espacio sería más conocido.
La historia de cómo llegó ese acervo de dos mil y pico de libros es sencilla. El Almirante nació en 1903 en Zapaluta (nombre anterior de La Trinitaria), luego, siendo niño, se trasladó a Guatemala y ya joven viajó a la Ciudad de México, en donde ingresó a la Armada, hasta alcanzar el grado de Almirante. Ya viejo pensó donar su biblioteca y soñó en que los jóvenes paisanos aprovecharan ese legado. Una carta da testimonio de ello. A continuación transcribo parte de esa carta: “…Cuando vi salir de mi casa –Prado Sur 561, Lomas de Chapultepec, D.F.- el camión cargado con mis libros que regalé a la Biblioteca de mi pueblo se me llenaron los ojos de lágrimas; pero al momento desaparecieron porque me hice la ilusión de que yo era el que regresaba a mi querido Zapaluta”.
Y así sucedió. Un vaso con agua está en esa mesa de manera permanente para quien tiene sed; es como una isla de mar rodeada de tierra. Por desgracia lejos está de representar el sueño del Almirante, porque su sueño anda arrumbado en un espacio húmedo, donde el polvo y el deterioro tienen su reino.
Cuando salí a la calle pensé en que tal vez los miembros del Patronato del Museo tengan razón y sea más correcto trasladar ese acervo a un lugar con más luz, con más viento; un territorio donde el deseo del Almirante pueda navegar a sus anchas; un lugar donde los jóvenes leven anclas para formular sus propios sueños y sepan a qué huele el mar; un lugar donde puedan volar sus papalotes.
Tal vez sea bueno que el Contador Manuel Pulido, Presidente Municipal de La Trinitaria, considere esta posibilidad.

jueves, 17 de septiembre de 2009

CORTAR A CORTÁZAR


A Marimar le conté que me autoimpuse una "tarea": leer un cuento de Cortázar, todos los días.
Pronto iniciaré un Taller de Creación Literaria. Ahí, los talleristas inscritos (espero sean muchos) leerán los cuentos de Julio.
Sé que los "demócratas" criticarán mi método de "autor único" (corremos el peligro de terminar imitando a Julio).
He valorado tal riesgo. Estoy dispuesto a superarlo.
Tomaremos a Julio como si fuera el maestro conductor del Taller.
Admito la existencia de muchos y muy buenos narradores, pero la narrativa de Julio se me hace completa. No le conozco un cuento flojo. Todos tienen la ventaja de ser atractivos desde las primeras líneas.
Casi casi podría asegurar que Julio se sentaba a escribir (cuando le daba "la cosquilla de cuento") sin tener una idea preconcebida. Imagino que él, una buena tarde, se sentaba, metía un papel carta en la máquina mecánica y escribía la primera frase. Este acto convocaba su imaginación y luego el cuento comenzaba a "escribirse".
Mi maestro de cuento: Rafael Ramírez Heredia, el querido "Rayo Macoy" recomendaba lo contrario: el escritor debía sentarse a escribir cuando ya conociera el desenlace del cuento.
Debo confesar que nunca le hice caso al Rayo. Cuando tengo "cosquilla de cuento" me siento y escribo la primera frase.
Por esto, en el Taller, elegiré a Julio como maestro. Que él nos guíe. Sé que si algún buen tallerista aparece, tendrá la capacidad para imitar y luego hacer polvo a su maestro. A final de cuentas es lo que hacemos todos los aprendices. Pobre de aquel que no tiene a su maestro como Dios y más jodido si no, una vez aprehendidos los conocimientos, lo vuelve a ver como un humano miserable y lo hace polvo.
Por el momento leo a Julio todos los días. Para mí, gracias al Dios verdadero, Cortázar no es más que un simple mortal (falleció ya hace varios ayeres), pero es uno de los más grandes escritores que el mundo dio.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

DE PIEDRA HA DE SER LA CAMA


Antes era común hallar cercos de piedra. En el Centro de la ciudad no existían. Pero, en los barrios de la periferia abundaban, como testimonio de una herencia. Los antepasados construían sus templos con piedras. Así, los comitecos de principios y mediados del siglo pasado cercaban sus terrenos con piedras.
No eran estructuras tan perfectas como las de Perú, por ejemplo(cuentan que en Machu Pichu es imposible meter una hoja de afeitar entre piedra y piedra). Pero, los amontonamientos comitecos eran bellos y utilitarios.
Las casas del centro del pueblo eran de cuatro corredores, con un patio en medio, y sus paredes exteriores se llamaban "paredes maestras" porque tenían un grosor de más de sesenta centímetros. Las casas más modestas, de barrios como la Cruz Grande, no tenían bardas, los cercos de piedra limitaban la calle.
Los propietarios de esos terrenos eran hombres y mujeres generosos. Lo eran porque los caminantes podíamos mirar lo que sucedía en el interior. El corredor del frente de la casa, la olla donde se guardaba el agua, los tendederos, el jardín, los juegos de los niños, el sitio lleno de árboles de anona, chulul y durazno.
Tal vez por eso los comitecos de esos tiempos tenían un corazón más generoso. Al estilo de sus casas, su espíritu no tenía bardas, apenas un murete de nubes que permitía ver el interior.
Ahora (signo de los tiempos), las casas tienen bardas enormes con alambre de púas en la parte superior. Los caminantes no vemos nada del interior de esas casas y, lo más lamentable, los moradores de esas casas tampoco ven lo que pasa en la calle. El Muro de Berlín debió ser semejante.
Los cercos de piedra eran generosos, permitían que los vientos de La Ciénega jugaran libremente.

SIN COMENTARIOS

martes, 15 de septiembre de 2009

LOS PINGÜI-NOS Y LOS PINGÜI-SÍS


"Somos alrevesados", dice Paco. No sé si la palabra está en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, pero no hay duda de que los humanos somos alrevesados; es decir, tenemos propensión a hacer las cosas al revés.
En Comitán usamos el término frecuentemente. Reconocemos ser "alrevesados", como si insistiésemos en vivir en un mundo al revés; como si nuestro país fuera el país de las maravillas, donde, en lugar de festejar el cumpleaños, festejamos el Día del No Cumpleaños; como si en lugar de trabajar para vivir, viviéramos para trabajar; o -¡el colmo!- en lugar de amar nuestro trabajo lo maldijéramos.
Parece que ahora tenemos una propensión a celebrar el Día del No Trabajo. Aún cuando la recesión nos ahoga, mucha gente no tiene respeto por su trabajo; aún cuando mucha gente anda desempleada, quienes sí tienen la bendición de un empleo ¡no quieren trabajar!
Muchas personas "hicieron puente", desde la noche del viernes pasado. Descansaron sábado, domingo, lunes y martes. Regresarán el jueves al trabajo.
Otros harán lo contrario. Trabajaron ayer y lo hacen hoy, pero como el día de mañana es día de descanso obligatorio, "se tomarán" jueves, viernes, sábado y domingo.
Así somos los mexicanos. Al mal tiempo le ponemos buena cara y la recesión nos hace lo que el viento a Juárez. Nuestro país tiene enormes carencias, pero nosotros, como somos alrevesados, no hacemos nada para evitar que sigan creciendo.
¡Que viva México!

lunes, 14 de septiembre de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LOS PULPOS SIEMPRE CAEN EN LA TENTACIÓN



Querida Mariana, las computadoras conocen muy bien a los hombres, saben de nuestras debilidades.
¿Qué hacés cuando intentás eliminar un archivo? ¿Das un clic al lado derecho del ratón y luego pinchas en el apartado Eliminar?
Mi papá, cuando yo amenazaba con iniciar alguna aventura loca, me decía: “¿Ya lo pensaste bien?”. Ahora me doy cuenta que nunca hice tal cosa. Siempre respondí al impulso inicial. Por esto siempre me fue como me fue.
La computadora funciona con la misma lógica con que funcionaba la mente de mi papá. Cuando pincho el apartado Eliminar, ella me da una segunda oportunidad y me pregunta si de veras quiero eliminar ese archivo, si ya lo pensé bien. Las computadoras nos conocen. Los seres humanos respondemos a impulsos. No nos damos la oportunidad de reflexionar.
Nuestra vida tendría que ser como un juego de ajedrez. Deberíamos analizar las posibles respuestas a cada jugada realizada. Pero, los más optimistas están en contra de este comportamiento racional, dicen que actuar así resta emoción a la vida. ¡No dudes!, recomiendan los intrépidos, ¡aviéntate!
El problema es que la mayoría se avienta como “El Borras” (un popular actor de la televisión mexicana que tenía serios problemas por hacer las cosas de manera irreflexiva).
He comprobado que soy irreflexivo, porque, a veces, cuando la computadora me pregunta si de veras quiero eliminar un archivo, oprimo el botón de manera automática. Por esto, porque la computadora me conoce muy bien, todavía me da una tercera oportunidad. Manda el archivo a una Papelera de Reciclaje. Sabe que algún día buscaré como loco el archivo y ella, generosa, me echará una mano. ¿Cuántas veces he buscado en ese “basurero”? No sé bien a bien, pero han sido muchas y he vuelto a respirar al hallar un documento que en el pasado consideré innecesario y en el presente se me va la vida en él. Muchos de los documentos que eliminé los he restaurado.
La vida no es tan generosa. A veces te cobra muy caro cada vez que te equivocás. Por el contrario, mi papá sí fue generoso conmigo. Cuando me equivocaba, el sonreía un poco triste y me decía: “Más se perdió en la guerra” y me concedía otra oportunidad. Al quinto o sexto intentos fallidos, él ya cambiaba la frase y decía: “Puro fracaso ‘tamos mirando” (frase que sacó de un chiste comiteco), pero volvía a sonreír y yo sabía que nuevamente me estaba brindando otra oportunidad.
“¿Ya lo pensaste bien?”. Ahora, ya mayor, y con mi padre difunto, veo que el hombre -por lo general- se comporta con la misma actitud irreflexiva con que yo me comporté de adolescente.
El Presidente de la República tuvo la ocurrencia de eliminar a la Secretaría de Turismo. ¿Quiere esto decir que la industria sin chimeneas no importa para el desarrollo económico del país? Parece que así lo ve la Presidencia de la República.
Dios mío, cuando la promoción turística debiera ser primordial como lo es en España, por ejemplo, en nuestro país nos damos el lujo de eliminar una Secretaría que debería ser eje fundamental del desarrollo. Ahora, dicen los que saben, la planeación turística pasará a formar parte de la Secretaría de Educación. ¿Es ésta, acaso, una jugada de mi paisana, la famosa Elba Esther Gordillo?
Parece que el Presidente de nuestra patria, actúa de manera irreflexiva. Por desgracia, la vida no concede segundas oportunidades. El hoyo cada vez se ve más grande.
¿Qué hacer, Marianita?
P.d. Hoy ya no decido. Un día decidí que me equivocaba muy seguido, así decidí que Dios decidiera por mí. Desde entonces, te lo juro, me va mucho mejor. Lo que llamo Dios también ha sido tan generoso como mi papá, me da muchas oportunidades, incluso algunas para enmendar el daño realizado y recomponer el camino.

domingo, 13 de septiembre de 2009

LA PALABRA SECRETA


"La Dichosa Palabra" es un programa televisivo del Canal 22. Pero, la dichosa palabra, es más; también es la palabra secreta.
Ayer, en la noche, vi "La Dichosa Palabra". Me gusta ver el programa, a pesar de que Boullosa (hermano de Carmen, mi afecto)es medio sobrado; a pesar de que la chica (más o menos atractiva físicamente) tiene un acento españolizado difícil de tragar. La presencia del poeta Eduardo Casar es compensatoria. Eduardo no tiene poses ni pretensiones "intelectuales". Su colaboración es inteligente y fresca (a pesar de que no es lechuga).
Pero, anoche, Eduardo mencionó la "dichosa palabra". Su mente jugaba cuando se topó con una de esas palabras llamadas "altisonantes o malas" y reculó de inmediato. No la mencionó. Los televidentes debimos "completar" el sentido, decir la "dichosa palabra" mentalmente. Claro, decir una "malcriadeza" en un canal de televisión no es sencillo.
Por supuesto, hablo de programas inteligentes. En un canal de Televisa (Telehit) existe un programa de chistes que atenta, no contra la moral ni el pudor, sino contra el mal gusto. Un grupo de estúpidos se dedica a contar chistes plagados de palabras altisonantes. Los supuestos comediantes son tan malos que emplean el recurso de las groserías para encubrir su estupidez. ¿Hay alguien que se ríe de sus estupideces? Parece que sí.
A mí no me afecta ninguna palabra. Considero que deben usarse todas las palabras contenidas en el Diccionario de la Lengua Española (y aún las que no están contenidas ahí).
Óscar Bonifaz dice que no existen sinónimos; es decir, cada palabra designa algo en especial. Así pues, a veces, un tipo es tan cabrón que debe decirse que ¡es un cabrón! No es válido emplear sucedáneos.
Sin embargo, todo tiene un contexto.
Anoche, Eduardo se contuvo porque estaba en una transmisión televisiva a nivel nacional. Y como aún existe ese segmento de palabras mal llamadas malas, quien tiene aún un poco de decencia las evita.
La dichosa palabra (la palabra secreta) está reservada para otros momentos y en otros espacios.
Por esto apreciamos tanto los instantes que pasamos con los cuates. Ahí nada está prohibido. El territorio de la cuatitud es un espacio de libertad.
Doy clases en el nivel de secundaria y en el nivel Universitario. Es obvio que "la dichosa palabra" no asoma nunca en el primer nivel y si asoma en el nivel universitario la pronuncio como si dijera amanecer, lluvia o árbol. Jamás la resalto. Ya, cada quien, que le dé la entonación que quiera en su corazón.
Acá mismo, en este espacio, procuro que mi lenguaje no sea "ofensivo". Una cosa es la libertad y otra el libertinaje.
No hay palabras malas, pero sí existe eso que se llama "la dichosa palabra" y que corresponde al territorio de lo secreto, de lo íntimo.
No debería ser así, ¡pero así es!

sábado, 12 de septiembre de 2009

SER O SÍ SER


Existe un libro interesante que se llama "¿En qué creen los que no creen?". Es un título acertado. Un afecto me dice que no es creyente. No le creo, porque mi lógica indica que si bien no cree en Dios ¡debe creer en algo! De lo contrario sería un "bulto"; es decir, un ser en estado de coma (o más bien: de punto y raya).
¿Y los que se dicen "apartidistas", en tratándose de cuestiones políticas, en qué creen?
Las convicciones ya no tienen la solidez de antaño. Los priístas de "hueso colorado" son pocos. Ahora abundan los "chaqueteros". El mismo fenómeno se repite en materia religiosa. Mi mamá, a veces, en voz baja me cuenta acerca de fenómenos "migratorios religiosos". Mientras teje me dice: "Fijate que fulanita de tal ya se cambió de religíón". Lo dice con cierto coraje, segura de que ella no caerá en las "garras" de los evangelistas, mormones y demás vainas místicas.
Mi mamá es "católica" de hueso colorado. Acepta las noticias de los curas pederastas y demás triquiñuelas terrenales de los representantes de Dios, pero le duele. Cada noticia mala la toca en su ser más íntimo. Ella cree en Dios y a Él se encomienda y con Él pone toda su voluntad. Admiro esa certeza. Mi mamá es mujer de convicciones, es mujer de una sola pieza.
Ahora los cambios están a la orden del día. La panista coquetea con el petista y el priísta se vuelve perredista. ¿En dónde quedaron las convicciones? ¿En dónde la fe hacia un ideario político?
Parece que en política sobresale la fe en el interés económico. Por esto, ahora los políticos no piensan en el bien común sino en el bien personal. ¿Y los "creyentes" en qué piensan cuando se cambian de religión? Tal vez los ateos son un poco como los apartidistas. No "creen" porque las opciones no satisfacen sus expectativas.
El mundo de la política es un cochinero, independientemente del partido que esté en el poder; el mundo espiritual también es un callejón oscuro, independientemente del Dios que nos presenten.
El apartidista cree en sí y, parece, el ateo hace lo mismo.
Saramago dice que, a pesar de que "no es creyente", se define como un buen hombre, porque procura no hacer el mal. Parece que los apartidistas también son de esta estirpe: no hacen el daño que sí hacen los partidarios.
Tal vez es hora de mirar hacia el mundo de los ateos y de los apartidistas. Parece ser que ellos son hombres de convicciones, no son chaqueteros.
¿En qué cree el que no cree? Cree en sí. Y esto, en el fondo, es creer en la energía universal que mueve al mundo; es ¡tener fe! Una fe inquebrantable. Parece entonces que los ateos y los apartidistas son buenos hombres, en el sentido que lo plantea el Premio Nobel de Literatura: ¡No hacen daño al prójimo!

viernes, 11 de septiembre de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL RUIDO ES LA ANTESALA DEL SILENCIO



Querida Mariana, una cosa es cierta: si no hubiera ruido no apreciaríamos el silencio. ¿Imaginás a una mariposa que al volar hiciera el ruido de una ambulancia? O al contrario, ¿qué pensarías de un perro que no ladrara? Don Chema chifla en su taller mecánico porque así se acostumbró desde niño, cuando su papá le pedía a chiflidos una llave inglesa o una de media. No obstante, cada vez que don Chema chifla para pedirle a su chalán alguna llave, su mujer, doña Elisa, se asoma desde la ventana y, a gritos, le pide que no chifle tan fuerte porque los niños se van a despertar (los niños despiertan, no por los chiflidos, sino por los gritos de la vieja llena de tubos en la cabeza).
Me gusta el silencio de las mariposas cuando vuelan y se posan sobre los rosales que tiene mi mamá en el patio de la casa; aprecio el silencio de los gusanos que caminan orgullosos sobre las ramas; asimismo disfruto el silencio de los templos a las tres de la tarde. Pero, ¿sabés qué?, también disfruto el insoportable griterío de doña Elisa. Desde la casa oigo su chachalaquerío y pienso que es como un cenzontle con enfisema. ¿Te gustan los cenzontles?
A veces, en la madrugada, despierto de improviso. Algunos carros pasan a toda velocidad, chirriando llantas, por el bulevar. Mi corazón late como un fuelle. En cuanto sosiego, me siento en la cama y trato de “oír” el silencio. No es posible. No existe el silencio total. Éste se dará cuando el universo deje de existir. Por esto, Mariana, por esto, es que el ruido me da gusto, de vez en vez. Ese ajetreo de voces, de trastos metálicos golpeando sobre el piso; esa danza de maullidos y susurros a media noche, es la mejor señal de vida.
En la biblioteca pública hay letreros que solicitan Silencio, asimismo en los hospitales hay letreros que exigen cerrar el escape de los autos. Se entiende el pedido, los lectores necesitan concentración y los enfermos requieren calma y tranquilidad. Pero, a veces, pienso en algún travieso que, sólo por travesura, rechina las llantas de su auto frente al hospital e imagino la escena. El enfermo abre los ojos con espanto y se llena de temor, la enfermera le limpia la frente y le susurra: “Tranquilo, ya pasó, no es nada”. Y pienso que el enfermo, en medio de esa niebla asfixiante, sabe que el ruido fue como una bendición pues le recordó que sigue vivo.
En el panteón de Comitán hay una capilla que tiene encendido, noche y día, uno de esos aparatos electrónicos que simulan cantos de pajaritos. Como has de imaginar las opiniones están divididas entre quienes dicen que al pobre muerto ni muerto lo dejan descansar, y entre quienes sostienen que esa música alegra “el corazón” del difuntito. La mera verdad es que el difuntito es el único que no tiene vela en este entierro. Ese aparatito encendido todo el tiempo sólo es un recordatorio para los vivos, es una señal que dice: “Prohibido hacer silencio en vida. Prohibido hacer ruido en muerte”.
Cuando Estefanía medita, se sienta a mitad de la sala, une sus manos y dobla sus piernas con la agilidad de una contorsionista. Medio mundo de la casa camina en puntillas y ella lo debe agradecer. Pero detrás de esa cortina aparente, Estefanía sabe que el ruido del mundo sigue su curso. Nunca cesa el ruido del motociclista que reparte las tortillas, ni el del altoparlante del camión repartidor de agua; ni el de los aros metálicos contra el asfalto de los carros que reparten el gas; ni el ruido apabullante de su corazón.
No me molesta el vecino que, a las doce de la noche, clava en su pared; no me molesta el chavo que conduce su auto con la música de Kpaz de la Sierra, a todo volumen; no me molestan los gemidos de la muchacha bonita que, en la madrugada, juega con su pareja en el cuarto de a lado cuando llego a un hotel.
Un día el gato de la casa -el misha- tiró un tibor (que si bien no era de la dinastía Ming, tenía un cierto valor estimativo), mi mamá estuvo a punto de enojarse, pero luego entendió que si no tuviéramos el gato el tibor seguiría intacto, pero ¿no acaso el gato travieso nos da más vida que un simple bibelot? Me gusta el ruido, de vez en vez.
P.d. El vecino mentó madres, pero ¿vos qué sentiste cuando tu amado te llevó serenata el sábado 14 de febrero, a las dos de la madrugada?

jueves, 10 de septiembre de 2009

TESTIMONIOS DE VIDA


José Antonio Melgar Downing donó su colección de medios impresos. La donó al Centro Cultural Rosario Castellanos.
Lo hizo anoche, en medio de la música de una banda y del vino de honor; lo hizo en medio de un buen número de personas que acudieron a la invitación de la Fundación Colosio (los panistas se han dormido y aún no crean la Fundación Mouriño. Ya se sabe que este país funciona con la creación de mártires).
A José Antonio le pregunté si podía vislumbrar qué pasará con su donación dentro de diez años. Por fortuna, José Antonio está consciente de lo que puede suceder. Me dijo que ahora todo está en manos de las autoridades “culturales”.
Es bueno que los donantes no tengan demasiadas expectativas. Muchas donaciones terminan en cuartos húmedos y olvidados.
Ahora es posible digitalizar los medios impresos. Tal vez sea bueno que el Centro Cultural Rosario Castellanos (ahora que su directora, Angélica Altuzar Constantino, ha comenzado con mucho entusiasmo) considere la posibilidad de digitalizar el acervo donado.
Di una vuelta por la exposición y constaté el valor documental del acervo.
Incluso, hay que ir más allá. Digitalizar todo lo que no está incluido en la Colección de José Antonio. Parte importante de nuestra identidad está concentrada en esos papeles amarillentos que se resisten a morir. Sobreviven porque su fuerza se concentra en que son testimonios vivos del pasado.
Acto generoso. José Antonio comparte con el pueblo lo que el pueblo ha realizado.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

EN LAS BUENAS Y EN LAS MALAS



El tío Alfonso tenía tantos amigos que parecía un talabartero reuniendo tornillos o clavos. El día que cumplió ochenta y cuatro años de edad, su casa se convirtió en una romería, por tantos amigos que llegaron a felicitarlo. Los festejos tardaron dos días, con sus correspondientes noches.
Los hombres amistosos poseen la cualidad de ser un poco coleccionistas. Hay gente que colecciona timbres postales (bueno, había); gente que colecciona cajitas pintadas (su colección siempre estará incompleta si no tiene una maravillosa cajita pintada por Molinari); o gente que colecciona amigos (de esta estirpe era tío Alfonso). Él decía que, como los tamales, tenía amigos de dulce, de chile y de manteca.
Por esto -y de acuerdo con la ley de probabilidades- cuando el tío falleció, dos de sus amigos fallecieron ese mismo día. Las tres familias dolientes acordaron incinerar los cuerpos a la vez. Si habían estado reunidos en vida que lo siguieran estando en muerte, adujeron.
Al término de la ceremonia los dolientes recibieron urnas laqueadas conteniendo la ceniza revuelta de los tres amigos. El tío Armando -hermano de tío Alfonso- hizo una mueca de asco y escupió al piso; en voz baja le dijo a su esposa que no permitiera esta falta de respeto con sus restos mortales. “A mí me entierras a la antigüita, y solo, ¿oíste? ¡Solo!”, dijo.
Ayer tía Filogonia, esposa de tío Alfonso, me mandó un recado con la sirvienta. Me bañé y, con puntualidad inglesa, estuve en su casa a las cinco de la tarde. Su sirvienta abrió, me condujo a la biblioteca y me dijo que “la señora” ya me recibiría (no sé de dónde mi tía saca esas muchachas. Son como sirvientes de alguna novela alemana burguesa del siglo XVIII).
“Ay, hijito -dijo en cuanto entró con el pañuelo limpiándose los mocos- parece que la regué”. Se sentó a mi lado y me contó, mientras la sirvienta servía el té, en tazas de finísima porcelana, acompañado con galletas de avena.
Antenoche, la tía prendió una veladora y rezó un rosario por el alma de su difunto esposo. Dice que iba por el cuarto misterio cuando la puerta de la biblioteca se abrió y una ráfaga de aire helado le recorrió toda la espalda. Dejó el rosario sobre la mesa del altar y fue a cerrar la puerta, pero la misma serpiente fría la detuvo al recorrer su espalda de nuevo. Una voz, que parecía provenir de un pozo muy profundo, retumbó en todo el oratorio: “Onia, ¡no tengo piernas!”.
“¿Mirás, hijito? Sólo él me decía Onia. Ay, Dios, la regué”. Me acerqué y la abracé, le dije que no se preocupara. Me vio como si yo fuera el espíritu santo y, con el pañuelo, resignada, se secó las lágrimas y los mocos. “Tengo un amigo -le dije- que es ingeniero experto en separación de residuos, mediante un “Análisis Cromatográfico” determinará cuáles son los gránulos correspondientes a la entidad corpórea de tío Alfonso y los separará”.
Lo dije así porque tenía que dar rasgos de verosimilitud. Los lenguajes crípticos ayudan mucho cuando de impresionar se trata. La tía, en efecto, me creyó, fue por la urna y me la entregó.
A ella le dije que mi tío debía tener completas sus cenizas para que volviera “a caminar”, así que llamó por teléfono a las dos viudas cómplices, quienes de inmediato llevaron las otras urnas. “Ay -dijo una de ellas- Pancracio no se me ha aparecido, debe ser que también le falta algo. Capaz que sus ojos están en las cenizas del compadre Alfonso”.
Hoy en la mañana regresé las urnas. Mi tía abrió las manos y los ojos de manera generosa cuando le entregué la suya. Me preguntó cuánto debía por el servicio, le dije que nada, mi amigo, el ingeniero en cromatografía, también era amigo de tío Alfonso –seguí con la mentira- y no había cobrado un solo centavo. “Ya mirás que mi tío tenía amigos de todas las edades”, dije. “Sí -respondió ella, motivada- él decía que tenía amigos de dulce, de chile y de manteca”.
Debo acá aclarar que cuando tuve entre mis manos las tres urnas vacié las cenizas en una bolsa negra, de esas que sirven para guardar basura (claro, antes pedí perdón a los tres amigos) y llené las urnas con ceniza del fogón de la panadería de doña María. Más tarde fui hasta un lugar que en Comitán llamamos El Cenicero. Subí a un montículo y, al amparo de una luna llena brillantísima, abrí la bolsa negra y regué el contenido. Si murieron juntos que juntos vuelen, pensé.
Cuando regresé a casa recordé que el tío Armando es sabio pues insiste en la teoría aquella de: “Juntos, pero no revueltos”, como debe ser.

martes, 8 de septiembre de 2009

HORMIGA O MERCADER


¿Crees en la reencarnación?, me dijo. Se paró y fue hasta el balcón. La calle estaba concurrida, llena de estudiantes, de carros, de ruidos y de niños acompañados por sus mamás.
Se quedó en el balcón viendo el ajetreo del día. Era un día común y corriente en una ciudad llamada Comitán.
Antes me había dicho que él fue un vikingo en una vida pasada, y luego fue un príncipe en un país europeo. Esto fue lo que le dijo una vidente en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas.
Me preguntó si alguna vez alguien me había "leído" mi pasado. Le contesté que no. Una vez, una mujer, en Xalapa, me leyó la mano, pero no me dijo nada de mis vidas pasadas.
En todo caso, si me diera la curiosidad, no me interesaría conocer qué fui en vidas pasadas sino en dónde viví en vidas pasadas.
Sin necesidad de pitonisas intuyo que viví en este pueblo, en algún tiempo pasado.
Estoy seguro que nunca fui un príncipe de palacio europeo; casi puedo apostar que tampoco fui esquimal o un famoso pirata.
¿Que si creo en la reencarnación? No sé, no puedo negar la posibilidad. Una vez mi papá preguntó si era real la posibilidad de la reencarnación. No supe qué decir. Él ya estaba enfermo y tal vez meditaba en la frontera más allá de la muerte.
Por aquello de las dudas, siempre que un ser vivo, por alguna razón se acerca a mí, lo trato con respeto. No vaya a ser cierto eso de la reencarnación.
¿Qué fui en una vida pasada? No lo sé. La única certeza que poseo es que viví en este mismo pueblo, por esto ahora es como si volviera a casa y me siento tan a gusto en estos cielos comitecos.
Se retiró del balcón y me vio. A mí me gustaría reencarnar en águila, me dijo. Se sentó en la mecedora, se cubrió con una manta. Hacía frío. Afuera la tarde continuaba con su ajetreo diario: bocinazos, pasos apresurados y gritos. Adentro él y yo meditábamos acerca de qué personalidad habíamos tenido hace muchos muchos años.
¿Alguna vez fuimos hormigas? me preguntó. No supe qué responder.

lunes, 7 de septiembre de 2009

SEGUNDA CARTA ABIERTA AL SENADOR MANUEL VELASCO COELLO.






Respetado Senador, ¿a Usted le gusta la canción mexicana? En tal caso recordará aquella canción de Felipe Valdés que dice, más o menos así: “Hace un año que yo tuve una ilusión, hace un año que hoy se cumple en este día”. Dicha canción la popularizó Antonio Aguilar, papá del ahora famoso Pepe Aguilar.
En realidad no quiero hablarle de canciones ni de Los Aguilar, si saqué esos versos a colación es porque “Hace un año” le escribí una Carta Abierta en este mismo espacio. En dicha carta formulé la petición para que Usted, como representante de Chiapas en el Senado, gestionara acciones para dignificar la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez.
La casa donde nació Belisario Domínguez, por desgracia, está lejos de ser el espacio digno para honrar la memoria del ilustre héroe. El tiempo ha hecho estragos a dicha casa y tiene muchas deficiencias. Cuando escribí aquella carta los empleados de la Casa Museo me enseñaron documentos históricos que estaban deteriorándose por la acción de una plaga, asimismo varias salas carecían de luz porque las lámparas estaban fundidas.
Por fortuna, un grupo de comitecos bien nacidos se enteró del contenido de la Carta Abierta y gestionó la fumigación de las vitrinas y la reposición de las lámparas.
Pero, tal hecho no fue suficiente. Si Usted se da una vuelta por la Casa Museo constatará que muchas puertas de madera están a punto de derrumbe (las puertas de los balcones están deterioradas por la acción de la polilla).
Don Jesús Reyes Heroles dijo que “La forma es fondo”. Apena entonces que los visitantes de esa Casa (incluidos muchos jóvenes estudiantes) observen una imagen de deterioro cuando debía ser todo lo contrario.
Hoy, de nuevo, insisto en mi petición: Encabece un movimiento de dignificación de la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez.
Sé que Usted no padece el Síndrome Fox para decir: “Y yo ¿por qué?”.
Así como insisto en mi respetuoso pedido, varios amigos insisten en decirme que esta carta jamás obtendrá respuesta positiva. Pero ya dije que soy necio y, además, confío en que Usted hará algo al respecto. Tal vez la botella lanzada al agua no llegó a sus manos la vez anterior y aún sigue flotando en mar abierto.
Hoy vuelvo a lanzar el mensaje, confiado en que ahora sí llegue a sus manos. Lo hago en nombre de los chiapanecos bien nacidos; lo hago en nombre de los mexicanos tan necesitados en estos tiempos de un rostro limpio que nos otorgue identidad; lo hago en nombre de la patria, de esta patria por la que luchó Belisario Domínguez y ofrendó su vida.
Cada vez que escucho a un político mencionar a Belisario Domínguez como ejemplo de valor civil, algo se retuerce en mi corazón al recordar el abandono en que está el recinto donde “brilla” su memoria.
Tengo confianza en que si es necesario escribir una tercera Carta Abierta será para notificar a los chiapanecos que “la Representación Estatal cumplió con su deber”.
Un abrazo respetuoso.

domingo, 6 de septiembre de 2009

La espera salta donde menos se le liebre


Abrí este chunche y me enteré: ¡México goleó a Costa Rica!; es decir, los televisos estuvieron en plan de videntes: México ganó a toda Costa.
Debo confesar que, como medio México, me contagio seguido del virus Aachefútbol. De una o de otra manera estoy pendiente de los resultados de la Selección Mexicana.
Cuando jugó México contra Estados Unidos (que fue una tarde) me sucedió algo especial.
Por la mañana de ese día, me habló Caro. Ella necesitaba un maestro de lengua indígena, ¿conocía yo a alguien?
Justo a la hora que iba a comenzar el partido, Caro me dijo que estaba en la tienda con sus papás; así que llamé a su tienda y le pregunté si no había inconveniente en que pasara por ella para ir en busca del maestro que domina el tojolabal. Me dijo que no, así que Paty y yo trepamos al carro y fuimos por Caro.
Estuvimos de un lado para otro, preguntando con vecinos nos dieran referencia de la casa (para no hacer el cuento largo, diré que jamás dimos con el bendito maestro).
Durante el regreso puse la radio y, lógico, escuchamos un segundo la transmisión del partido. Lo apagué. Comentamos algo acerca del fútbol.
Ahí me enteré: Caro estaba lamentando la salida. Le dio pena decirme que no podía salir.
Ya luego nos confió que durante más de quince días o no sé cuántos (el tiempo que Televisa nos ensarta la promoción previa), estuvo esperando con ansia el partido y cuando estaba a punto de sentarse a presenciarlo, el Molinari le habla y le echa a perder el encanto.
Entonces fui yo quien se apenó. Caro es una niña excelente, muy estudiosa y responsable. Nunca hubiera imaginado que fuera fanática del fútbol; es decir, no me sorprendió su afición sino su pasión por dicho deporte.
Luis Felipe es mi afecto muy cercano, por eso sé que cuando hay partido de fútbol no debo llamarle a su casa y menos, mucho menos, ir a verlo. Simple y sencillamente no me responde ni me recibe. El fútbol es su religión y yo soy muy respetuoso. Ahora sé que Caro también es de ese rebaño sagrado. ¿Cuántos millones más en el país?
Esperaba, se los juro, que hoy en la mañana me enterara de la derrota de México y no es así. ¡México goleó a Costa Rica!
¿Nos vamos al Mundial? Parece que sí ¡Nos vamos al Mundial! Dios mío ¡la que nos espera!

sábado, 5 de septiembre de 2009

Diálogo de confesionario


- Ave María Purísima.
- Sin pecado concebida.
- ¿Hace cuánto tiempo no te confiesas?
- Hace como mil años, padre.
- Dime tus pecados.
- En realidad no tengo pecados. Sólo quiero hacerle una consulta: Sin pretender ser la Virgen María ni mujer impoluta, ¿es posible concebir por obra del Espíritu Santo?
- No, hija. No es posible. Esa es una gracia divina reservada para la madre de Dios.
- ¿O sea que, desde entonces, ninguna mujer puede aspirar a ese don?
- No, el misterio de...
- Déjelo así. Ya entendí. Me queda el recurso de la inseminación artificial, ¿no?
- Bueno, es...
- Déjelo. Ya comprendí. Gracias por despejar mi duda.
- Bueno, en realidad...
- Ya, ya, no se preocupe. ¿Puedo ir con Dios?
- Sí, hija, Dios está contigo.
- ¿No me va imponer ninguna penitencia, ¿verdad?
- No, en realidad no, pero no estaría de más que rezaras un Padre Nuestro para que nuestra Madre María te ilumine por siempre.
- Sí, lo haré, aunque no creo que ella me pase el tip de cómo le hizo para que el Espíritu...
- ...
- Ya, no se mortifique, ya me voy. Gracias, padre. Buenas tardes.
- ...