domingo, 28 de julio de 2024

CUENTITOS PARA LEER UN DOMINGO EN LA MAÑANA

CUENTITO UNO Los lectores no podemos saberlo, porque apenas iniciamos la lectura del texto, pero el hombre que entra ahora a la estación lleva algo adentro de la maleta. Cuando decimos algo no nos referimos a pantalones, shorts, calcetines y laptop, ¡no!, el hombre lleva algo que es inusual, que si la maleta es sometida al scanner detendrán al hombre. ¿Qué es lo que lleva? Nadie puede saberlo, nadie de los que esperan en la terminal pueden siquiera imaginar lo que va adentro de la maleta, por eso todos los viajeros esperan con tranquilidad el aviso de abordaje, aquella chica ve una película en su celular, los otros dos chicos platican lo que vivieron anoche, la señora teje, el señor dormita, la chica que está sentada en posición de flor de loto tiene los ojos cerrados y no sabemos si medita o simplemente escucha música por los audífonos. ¡Nadie puede saber qué lleva el hombre en la maleta! Nosotros los lectores siempre somos los últimos en enterarnos. Dijimos que nadie sabe qué lleva, ¡es falso! El hombre sí sabe qué lleva, bueno, él y Dios, por eso la gente, en todo el mundo, cuando hay algo que se ignora, responde: Sólo Dios lo sabe. Pero qué ha pasado ahora en la terminal, ¿por qué todo ha quedado como en suspenso, como si un gas hubiese hipnotizado a todos? Una luz impresionante aparece en la puerta que da acceso a los andenes, una figura brilla. Los lectores podríamos pensar que esa figura es, ¡no, no puede ser!, ¡Dios! Que la sola mención de su nombre hizo que apareciera para reforzar la teoría que dijimos antes: sólo Dios y el hombre saben qué lleva este último en su maleta, y parece que algo de esto es cierto, porque ahora la aparición luminosa camina hacia donde está el hombre que, apenas se percibe por el movimiento de sus manos sobre el pantalón, está nervioso. Dios le exige que abra la maleta, el hombre se lleva la mano a la oreja y hace señas para indicar que no oye, que es sordo; Dios sonríe (tiene un bigote como de morsa) y le dice “Y mudo, también sos mudo” (¡Dios mío, Dios sí habla, y habla con una voz grave, clara y con voseo, como si fuera comiteco!) Dios pone una de sus manazas sobre el pecho del hombre y con la otra mano abre el cierre de la maleta, da una orden y dos ángeles panzudos, con pistolas al cinto, se presentan. Uno de los ángeles se lleva la maleta y el otro levanta al hombre tomándolo de la camisa, lo obliga a darse la vuelta y le coloca unas esposas. Todo mundo estuvo pendiente de los movimientos, los dos chicos que platicaban ¡aplauden! Los lectores pensamos que este cierre no es el adecuado, porque nunca sabremos qué es lo que llevaba el hombre dentro de la maleta. Y lo peor, tampoco sabremos quién fue la presencia brillante que logró detener al hombre. A los lectores no nos queda más que pensar que sólo Dios sabe quién es él. CUENTITO DOS La chica subió al camión ADO, con rumbo a Tuxtla. Salió de Comitán a las cinco con veinte minutos. A las cinco con quince se despidió de su novio, quien, él le entregó un ramo de flores (eran rosas) y un papelito doblado. La chica tenía el asiento número quince, dejó su mochila en el portamaletas superior, colocó su suéter color rosa en el asiento y fue al sanitario, al llegar al último asiento tiró las rosas. Los demás pasajeros vieron que entró, nosotros, los lectores, podemos saber qué es lo que hizo adentro. Se bajó el pantalón y el calzón (de color rosa), se sentó y buscó algo adentro de la bolsa de su pantalón, lo halló (era el papelito, ay, qué fastidio, también de color rosa), leyó el mensaje que tenía, luego metió su mano, como concha, y, como había retenido el chorro, orinó su mano y el papel que se humedeció hasta borrar lo escrito, al final hizo bolita el papel mojado y lo tiró en el agua, se paró, se lavó las manos, se subió el calzón y el pantalón, se vio en el espejo y bajó la palanca de la taza. Salió del baño, caminó por el pasillo, en su lugar ya estaba sentada otra chica, la saltó y se sentó, movió la mano al ver que su novio le enviaba besos desde el andén. Sacó su celular y mandó un mensaje: "Yo también te quiero”, el novio sacó su celular a la hora que vibró y leyó el mensaje, sonrió, mandó más besos. El camión salió hacia la calle, la chica colocó una almohadilla en su cuello y envió otro mensaje: “Ya salgo, te deseo. Llevo puesto el chon que te enloquece”.