viernes, 31 de mayo de 2019

CARTA A MARIANA, PARA TRASCENDER




Querida Mariana: La palabra de hoy es ¡trascendencia! La vida, lo sabés, es un instante. Los que conocen el secreto viven a plenitud cada instante.
A veces, la vida nos juega la vuelta, nos hace travesuras. Alexandra Del Castillo Castellanos amaba la vida, pero la vida abrió un hueco y ella pasó por ahí. Nuestra sociedad se quedó sin su sonrisa, sin su aliento vital, sin el arco iris que trazaba cada día. Comitán se quedó sin su presencia física, pero conserva su presencia espiritual. El espíritu ¡trasciende!
El mes pasado se creó una fundación que lleva su nombre y que nació con el objetivo señero de servir a los semejantes, a los que llegaron después de ella. La Fundación Alexandra Del Castillo Castellanos es una entidad que fomentará la lectura en Comitán y la región.
Para lograr tal objetivo se ha aliado con ARENILLA-Revista y me ha concedido el honor de ir a escuelas de educación primaria a leer cuentitos a los niños, a hacer dinámicas y a obsequiar ejemplares de una primera publicación, para que los estudiantes se acerquen al mundo de la lectura con pasos firmes.
El ciclo 2019 inicia en el Instituto Moderno Comitán, institución en la que Alexandra recibió su educación inicial.
Acudiremos, en nombre de Alexandra, para que su memoria siembre esperanza. El lema de la fundación es: “Tu palabra permanece para siempre”, es una frase bíblica que nos recuerda que el principio de todo fue el Verbo y que la palabra es el árbol que mantiene viva la esperanza de un mundo mejor.
Hay nombres que rascan la eternidad, que permanecen. El nombre de Alexandra, ahora, es como un viento que mueve las frondas más altas de los más altos árboles. El nombre de Alexandra es una bendición y es lluvia para tierras fértiles.
Dije, querida mía, que la palabra del día de hoy es ¡trascendencia! Esto es lo que señala el lema de la fundación. La palabra bien dicha, la que persigue sembrar luz en los corazones de los niños, es una palabra que trasciende, más allá de la simple mención.
Durante el día usamos cientos, tal vez miles de palabras. Pocas de ellas son las que permanecen en el corazón de las personas; en ocasiones (qué pena) las palabras piedra son las que permanecen en el ánimo y son las que cargamos de por vida. A partir de hoy, el mensaje de la fundación es que la palabra sea como un bálsamo que honre la memoria de Alexandra y que sea una compresa para el espíritu de los niños que recibirán su palabra, su mensaje.
La Fundación Alexandra Del Castillo Castellanos será como el espejo de los agujeros negros que nadan en la nata del universo y que absorben toda la luz. La fundación será el hueco de donde emerja la luz para iluminar la mente y el alma de muchos niños.
La palabra de hoy es ¡trascendencia! Que los niños que reciban la bendición del Verbo sean espíritus que luchen por trascender en la vida, por dejar algo positivo para su sociedad.
Si conocés a alguien que le gustara que fuéramos a su escuela para compartir la experiencia de la lectura de cuentos decile que se comunique conmigo. Puede hacerlo en redes sociales o comunicarse a la oficina, al teléfono 6326661, de lunes a viernes, de ocho de la mañana a una de la tarde. Si no estoy recibirán el mensaje y yo me pondré en contacto con los interesados.
Leeré un cuento. Leeré, no contaré un cuento. La Fundación Alexandra Del Castillo Castellanos pretende que los alumnos de primaria encuentren la magia de la lectura a través de las palabras exactas y precisas que empleó el autor. Haremos una dinámica relacionada con la creación y obsequiaremos diez ejemplares de la primera publicación de la fundación, una edición mínima, pero bella.
Posdata: La vida es un instante, se nos va de las manos como se va la luz de cada día, pero, si sembramos cientos de luminarias, éstas iluminarán para siempre nuestras vidas sencillas y las harán trascendentes.
Trascendencia es la palabra de hoy, la de siempre. Larga vida a la Fundación Alexandra Del Castillo Castellanos y a todos los que reciban su palabra.

miércoles, 29 de mayo de 2019

PORQUE HAY PAREDES QUE NO ACEPTAN GRAFITIS




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que comen enchiladas sin chile, y Mujeres que son como un pizarrón blanco.
La mujer pizarrón blanco, para compensar ese vacío, tiene un mueble lleno de objetos. Sus sobrinos adoran entrar al cuarto donde está la repisa que ellos llaman El Tablero de los Mil Juegos, porque ella, como si fuese coleccionista, tiene figuras de héroes (catorce figuras de Superman y doce del Hombre Araña), muñecas de porcelana, abanicos japoneses, naves interplanetarias, plumas de avestruz, dinosaurios, estrellas de mar, pelotas de ping pong, canicas, muñecos de alambre, una serie de carros Volkswagen, vagones de tren, caballitos de mar disecados, carretas del viejo oeste, dientes de tiburón, y mil objetos más (tiene un dildo, cuando las sobrinas preguntan qué es ese objeto, ella dice que es un cohete que la hace viajar a la luna.)
Le encantan los edificios de cristales que hay en todas las grandes ciudades del mundo, prefiere, por supuesto, las que están frente al mar o a la orilla de cadenas montañosas.
Como ya advirtió el lector, la mujer pizarrón blanco ama todo lo que esté lleno de figuras y objetos que compensen la ausencia de su fachada. Por eso siempre acude a parques llenos de neveros, a zoológicos con elefantes y venados, a calles donde circulan camiones de transporte urbano que van atascados con viajeros que dormitan en los asientos o van parados, cogidos de un pescante. Adora ir a las playas y tumbarse en una poltrona y, debajo de una sombrilla con franjas rojas y blancas, ver a las muchachas en bikini y a los muchachos que juegan al voleibol playero.
La mujer pizarrón blanco es una mujer que parece una película exhibida en Cannes, porque permite que se juegue al cine con ella. Ella está dispuesta a recibir todos los guiones, todos los árboles del bosque, todas las nubes de todos los cielos, todos los vientos del desierto, todos los granos de arroz, todos los vientos que besan al Mar Rojo.
Siempre está dispuesta a que su amado escriba lo que desee en su pecho, en sus muslos y en sus talones. Prefiere, por supuesto, a quienes, con plumón tinta azul, escriben fragmentos de poemas de Sabines o de Ruiz Pascacio; prefiere, por supuesto, a quienes, hijos de la pasión de Van Gogh, emplean muchos plumones de colores y le pintan peces sonrientes, palmas de manos con ojos y cielos que parecen mares; prefiere, desde siempre, a los amantes que, como si oraran, escriben frases breves del tipo de “Cuando un tipo hace fila no piensa en el desafortunado que va detrás de él y no alcanzará boleto.” “Si un hombre dice que no, en realidad quiere decir que prefiere el elote hervido al elote asado.” “El tráiler de una película jamás circula por las autopistas.”
Nada lamenta de su vida. Si le preguntan la clásica pregunta: ¿Qué te gustaría ser? Ella no responde, porque cree que uno es lo que es y no lo que sueña que es, ni lo que es en el sueño.
Le encanta las películas de zombis, porque cree que ellos son los favoritos de los equipos mexicanos de fútbol soccer. Por ello, le encanta el instante en que conoce a un entrenador de selecciones de fútbol, porque él tiene una propensión a pintar jugadas en su pecho, con puntos y rayas, como si fuese un moderno telegrafista.
¿Con qué pasa un momento inolvidable y juguetón? Cuando juega el juego que se llama “Lo siento, no quiero hacerlo”. Este juego es para dos jugadores: ella y él. Él debe dibujar sobre ella la pregunta para que ella responda: “Lo siento, no quiero hacerlo.” Por ejemplo, si él pinta un caballo al lado de un automóvil, ella responde: “Lo siento, no quiero hacerlo, no me gustan los autos de carreras, prefiero caminar por senderos en medio de setos de flores con aroma a lavanda.”
Cuando algún dolor se mete en su cuerpo, un dolor de rodillas, por ejemplo, ella escribe sobre sí la palabra que la cura: Dios; cuando algún dolor se mete en su espíritu, una ausencia infinita, por ejemplo, ella escribe sobre sí la palabra que la cura: Dios. Claro, para que el conjuro resulte debe, en el primer caso, escribir la palabra con sebo de vela bendita, y, en el segundo caso, escribir la palabra con el dedo del aire.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que no alcanzan a medir la oscuridad, y Mujeres que alimentan los pájaros de la pasión a medias.

martes, 28 de mayo de 2019

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA QUE LA ONDA ES CIRCULAR




Querida Mariana: Círculo colectivo publica CÍRCULO. Tienen un lema muy decidor: La onda es circular. El 27 de mayo publicó su edición digital 003.
Tengo muchos hilos para amarrar acerca de esta publicación digital, pero hoy sólo hilaré dos o tres, como si el tiempo fuera uno de esos atrapa sueños que venden en los mercados artesanales.
Diré, querida mía, que es una publicación realizada por un colectivo de jóvenes, hijos de la savia más pura de la creación; diré que su presencia en las redes sociales es un hito; diré que su trabajo alía (como pocas veces se ha visto en esta tierra) el arte de la fotografía y el arte de la narración.
El colectivo de CÍRCULO está formado por un grupo de chavos que no le buscan la cuadratura al círculo, sino que pone a éste a rodar, a rodar como si el sol y la luna no fueran más que las ruedas para su vehículo. Por esto, dicen que la onda es circular, en ambos sentidos: Circular por la forma geométrica perfecta y Circular por el movimiento que debe hacer toda sociedad. Comitán ha comenzado a circular, a circular más allá del círculo, más allá de las subidas y bajadas, más allá de las montañas, donde se vislumbra el horizonte.
Reportajes exactos y precisos; narraciones inteligentes, bien redactas y bien fotografiadas. Digo, querida Mariana, que es difícil hallar la conjunción estrecha de texto e ilustración. Acá está más que logrado.
Pienso que una tarde los integrantes del colectivo se sentaron ante una mesa de café, dejaron sus cámaras digitales sobre las sillas sobrantes y platicaron. Las tertulias, de vez en vez, son los motores que generan las ideas. El problema permanente de las tertulias es que mucho de lo hablado se diluye en cuanto termina el café, es como el chincaste de la vida, las grandes ideas se quedan en el fondo de las tazas y se van al desagüe en cuanto las tazas son lavadas.
En este caso, en el caso de CÍRCULO, no sucedió así. La idea fue como una paloma que voló y bebió agua de la fuente del parque central de Comitán. La idea caminó hacia el sendero de la realización, de la ejecución. Recordemos que los viejos siempre han dicho que el camino del infierno está hecho de buenas intenciones, mas el camino del cielo de la creación está enladrillado de gentiles realizaciones. CÍRCULO no se ha dormido en su aro; al contrario ¡ha comenzado a colocarle tejas al techo de nuestra casa común!
El trabajo que ellos realizan se une al trabajo de los cronistas que en este pueblo, de manera concienzuda, realizan día a día. Y en el trabajo de estas ramas, hijas del viejo tronco común, está la ventaja de una labor fotográfica de excelencia, porque ellos (los ¡Circulantes!) forman parte selecta del selecto grupo de los mejores fotógrafos de la región, de Chiapas, de México, del mundo.
En buena hora los circulantes decidieron ponernos a circular.
Decía que el camino al infierno está empedrado con buenas intenciones; decía que la creatividad efectiva es la que coloca ladrillos al camino del cielo. El sexenio gubernamental anterior pretendió MOVER A MÉXICO, no sólo no lo logró, sino que le injertó (en mala hora) de un estatismo secular. Estos muchachos, de manera modesta, pero dignísima, nos están poniendo a circular.
No sé si has leído alguno de estos reportajes, no sé si vos te has acercado a esa ventana circular (como claraboya de trasatlántico) y has tenido el privilegio de dar agua al colibrí que aletea en tu mirada; no sé si vos has bebido de esa agua y te has solazado en ese trabajo fotográfico y de redacción muy bien logrado. Si no lo has hecho te invito a hacerlo. Después de ese chapuzón intelectual regresarás más limpia, más fresca.
La crónica del mundo debe celebrar el nacimiento de este colectivo. Están dejando un legado con cara pringada de luminosidad. La onda es circular, ir de un lado a otro, llegar al mismo punto después de un recorrido de trescientos sesenta grados, llegar al mismo punto (Comitán) pero con la experiencia de un viaje hijo del asombro y de la luz y de la reflexión. Quien se sube a este cayuco y boga sobre el río de la creatividad recibe el aire en su cara, deja que el viento forme olas en su cabello, permite que la vida sea un pájaro con una rama en el pico para construir un nido.
En el lema “La onda es circular” advierto resabios de los años sesenta, cuando la palabra Onda ¡era la onda!
¡La imaginación al poder! Este fue el grito que, en los años sesenta, enarbolaron los jóvenes de esa generación de la onda.
En el lema “La onda es circular” advierto resabios de la creación literaria mexicana de aquellos años. Ahí, en ese círculo hay paredes con los nombres de los llamados escritores de la onda: José Agustín, Parménides Saldaña, Gustavo Sáinz y René Avilés Fabila, circulantes que sembraron letras a mitad de un campo sembrado con marihuana y hongos alucinógenos; ellos sembraron ideas literarias en campos sembrados con cactus que mostraban dedos haciendo la v de la victoria (la de Churchil, la de los chavos sicodélicos, la de los hombres de buena voluntad que propugnaban por el amor y paz y por el amor libre.)
En tiempos que lo chido es lo celebrado, celebro que la onda vuelva a circular.
Posdata: Celebro mucho la labor de los circulantes comitecos. Su trabajo enaltece al talento de esta tierra, tierra hecha con barro y con nube y con agua de lluvia y con un arco iris enredado en un atrapa sueño.

lunes, 27 de mayo de 2019

COMO EL AVE MARÍA




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que son como el aire a la hora que abren la puerta, y Mujeres que están llenas de Gracia.
La mujer llena de Gracia hace su casa en cualquier árbol, como si fuese un colibrí. La mujer llena de Gracia, como si fuese aeromoza, vuela todos los días, a todas horas. Cuando tiene pareja ilustra a ésta para que sepa qué hacer en caso de que la cámara del vuelo se despresurice, le enseña los primeros auxilios y practica el signo vital del boca a boca.
La mujer llena de Gracia siempre cuestiona todo. Su amante en turno debe estar preparado para las preguntas más inusuales, por ejemplo: ¿Por qué el matrimonio no tiene puerta de emergencia? ¿Por qué el drama no viene con instrucciones para convertirse en comedia? ¿Por qué la venganza no duerme nunca, como sí lo hace el crimen artero?
La mujer llena de Gracia conserva todos sus recuerdos en alacenas que huelen a tabaco y a hierbabuena en alcohol. A ella le encanta asistir a bailes, en salones de palacios o en patios de casas pueblerinas o a mitad de la campiña. Se descalza, siempre. Es profético el instante en que con un pie empuja el talón del otro zapato y luego, con un movimiento de pierna, lo envía hasta la punta de algún árbol chaparro; es prodigioso ver cómo hace lo mismo con el otro, ya con un pie descalzo, y avienta el segundo zapato hasta la punta de alguna estrella o en la cintura de algún meteorito extraviado. Le encanta danzar. Dice que la danza es el movimiento que mantiene vivo el universo, y mientras lo dice alza los brazos y las piernas y coloca sus pies, una y otra y otra y una vez, sobre el piso frío del mármol, sobre las baldosas de porcelana, sobre los ladrillos o sobre la hierba recién cortada, húmeda, como húmeda su entrepierna y húmeda la cadera y húmeda la gaveta del alma.
La mujer llena de Gracia odia todo aquello que está estrellado: los huevos, los espejos, los parabrisas de los autos que recibieron el impacto de una piedra, el espíritu de los mediocres y la palma de la mano de los pordioseros. Por el contrario, ama lo que es como un puente que va de una mano a otra, que se extiende como de la tierra al cielo, que une las orillas distantes. Ama la línea que es como un hilo que une al pene con la vagina, que hace hermano el pie de Alaska con la cabeza de la Patagonia.
La mujer llena de Gracia usa anteojos porque ese par de cristales es como una ventana que guarda en un camerín los ojos que son los aretes que bendicen el aire. La mujer llena de Gracia camina como si lo hiciera sobre una nube llena de clavos, como si fuera una flor de framboyán en medio de cardos, como si durmiera el sueño injusto de un lagarto a la orilla del Grijalva.
La mujer llena de Gracia está llena de las cosas más sublimes: de pastillas para conciliar el mito; de estantes para llenar de sol las madrugadas; de ventanas que abren al agua del mar y no se oxidan; de bocados de pan envueltos en niebla tibia; de osos que trepan altaneros por la historia de caimanes y de lagartijas sin cola.
La mujer llena de Gracia es la mujer que está al lado de aquellos que sueñan con la libertad y que comen hojas de libros como si fueran hojas de coca.
La mujer llena de Gracia es el puntal que sostiene el edificio del cambio, es el árbol que alimenta a las ardillas, que ríe en caras serias, que golpea los sartenes en las marchas que exigen un alto a los feminicidios. La mujer llena de Gracia consigna su historia en diarios que escribe en madrugada, mientras en la ventana del cuarto que da a la calle mira, por encima de los tejados, las montañas que son el cobijo de hombres que no soportan las sociedades hijas de la plata y del oro, y que son como la cobija para los venados que corren sin hacer caso a las murallas y a las cercas con alambre de púas.
La mujer llena de Gracia no se deja sobornar por pastos sintéticos ni por paredes arrogantes que no aceptan grafitis.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que beben güisqui mientras cogen, y Mujeres que besan sin saber que lo hacen.

sábado, 25 de mayo de 2019

CARTA A MARIANA, CON VESTIDORES




Querida Mariana: En los teatros hay camerinos, lugares especiales para que los artistas se cambien de vestuario y se maquillen. Acá, en esta fotografía, se ve que no todos tienen el privilegio de contar con un espacio especial. Estas muchachas bonitas se maquillan al aire libre. Se colocaban pestañas postizas. Sin necesidad. Tienen ojos bellísimos, pero el mundo es un gran teatro y, a veces, exige un maquillaje de puertas doradas.
He visto películas donde aparecen camerinos de los grandes teatros del mundo, son espacios con muchas candilejas, espejos, sofás, mesillas y sanitarios particulares. Esos espacios, para el artista, tienen la misma importancia que el propio escenario, porque en los camerinos se prepara para la actuación, y (todo mundo lo sabe) la preparación es fundamental para una buena actuación. Un día, por cuestiones de trabajo periodístico, me tocó estar en el camerino de un teatro en Puebla y presencié el movimiento que ahí se da. Había dos maquillistas que preparaban a los actores, pero el actor principal se maquillaba él solo. Debía convertirse en un viejo. Vi cómo, frente al espejo, lleno de focos, se pintó las arrugas con un lápiz negro y luego, con otros colores y con movimientos circulares con el dedo difuminó tantito esas arrugas hasta que quedaron naturales, casi como si formaran parte de su rostro. Al estilo de Marlon Brando, en su interpretación de El Padrino, el actor se colocó dos algodones en las laterales internas de la boca, de tal suerte que su cara tomó una anchura en esa parte y logró que los pómulos se vieran más esmirriados. Cuando los dos actores principales estuvieron preparados (ellos habían concedido la entrevista, mientras se maquillaban), una chica de minifalda, con una diadema de intercomunicación que le permitía estar en contacto con el staff, pidió que nos retiráramos, dijo que los actores entrarían al proceso de preparación mental. Antes de salir vi que el actor principal se sentó en el piso, en posición de flor de loto, y se concentró. Salimos.
Esa noche poblana, mientras Jesús, mi amigo periodista, y yo, tomábamos una cerveza en un café al aire libre, recordé la mañana comiteca que, en el Cine Comitán, los actores nos preparábamos para salir al escenario y presentar una obra de teatro en el fin de cursos de secundaria del Colegio Mariano N. Ruiz. Esa obra fue dirigida por doña Leonor Pulido. Ya te conté que entré de puro refilón. Cuando el padre Carlos pidió que levantaran la mano los alumnos que deseaban participar en una obra de teatro yo levanté la mano, lo mismo hicieron varios compañeros más, hombres y mujeres. El padre Carlos empleó el mejor método de selección del mundo, ejerció su poder de elección y, con el dedo índice señaló a los elegidos. Seleccionó al número de actores que doña Leonor (su amiga personal) había solicitado. Yo (ya lo sabés) me quedé con la mano en alto y la bajé con pena y con desilusión. A mí, tal vez por mi proverbial timidez, me encantaba la posibilidad de mostrarme en un escenario, pero la oportunidad me fue negada. No obstante, como era casi inseparable de Quique, quien sí había sido elegido para un papel principal, lo acompañaba todas las tardes a los ensayos en casa de doña Leonor. Llegábamos y yo me sentaba en un rincón y veía cómo doña Leonor les exigía la memorización de los parlamentos y los regañaba cuando ellos hacían relajo y no acataban sus indicaciones. Como ha sucedido en muchas ocasiones en todo el mundo, yo, de tanto asistir a los ensayos, me aprendí de memoria todos los diálogos y cuando uno de los actores no llegó, Quique dijo que yo podía interpretar ese papel, porque me lo sabía de pe a pa. Doña Leonor aceptó y esa tarde, ¡gloriosa!, al término del ensayo, la directora se complació tanto con mi actuación que, al día siguiente, le comunicó al “titular” que estaba dado de baja, por irresponsable. Yo no moví ni un músculo de mi cara, pero por dentro, mi espíritu brincaba como futbolista que acaba de anotar un gol de chilena.
Digo que esa noche poblana recordé que cuando nos preparábamos para salir al escenario del Cine Comitán y representar lo que durante dos meses habíamos ensayado en la casa de doña Leonor, no tuvimos un camerino, y doña Leonor debió maquillarnos a la vista de todos, en un pasillo por donde corrían los alumnos que iban a participar con una danza folclórica o con el compañero que había sido designado para dar el mensaje de despedida en nombre de la generación y que, al final, terminó dándole el texto a otro compañero, porque le dio pánico escénico y no pudo superarlo. Y nosotros ahí andábamos, esperando que doña Leonor nos maquillara, en medio de empujones, carreras y gritos, y entre éstos los de doña Leonor, quien, con lápiz y borla en las manos, nos recomendaba que nos concentráramos, que recordáramos que éramos actores y que los actores se concentraban antes de subir al escenario.
Y mientras miraba la plaza de Puebla, con su catedral al fondo y alguna que otra paloma desorientada caminando al lado de la fuente central, recordé que así como hay camerinos para que los actores se pongan su vestuario, en las playas de Europa hay casetas que funcionan como vestidores. Recordé el cuento “El rastro de tu sangre en la nieve”, de García Márquez, Premio Nobel de Literatura, en el cual hay una escena que sucede en el vestidor. ¿La recordás? Nena Daconte, la muchacha bonita de la historia y quien fallece al final de cuento, conoce a Billy Sánchez, a la postre su esposo, en un vestidor de Marbella. La pandilla de Billy tenía por costumbre asaltar los vestidores, pateaban las puertas de los apartados de las damas que se ponían su traje de baño y hacían el ritual de bajarse el calzoncillo y mostrar sus penes. Billy se bajó su calzoncillo y Nena (que para ese entonces era virgen y no había visto un hombre desnudo) le dijo, algo como esto: “Los he visto más grandes.” Pero esto de los vestidores se da en otras partes del mundo. Acá en Uninajab, los que no tienen casas de recreo y llegan a pasear, o llevan sus trajes de baño debajo de la ropa, o se cambian adentro de las camionetas y carros o se hacen casita detrás de un árbol o se meten con la ropa que traen puesta. Es horrible ver a las muchachas bonitas que, en lugar de lucir un bikini sugerente, se meten al Amate con shorts de mezclilla y playeras con el logotipo del América.
Y pensé que en las tiendas de ropa hay lugares especiales para probarse el pantalón o el vestido y que, de igual manera, hay lugares en que los probadores están improvisados detrás de cortinas sucias.
Jamás olvidé esa experiencia teatral, en la que debí esperar mi turno para ser maquillado en un pasillo en el que, como en un mercado, la gente corría, se empujaba y gritaba. No fue el mejor lugar para cumplir el sueño de todo incipiente actor. Por esto, hoy celebro que existe el teatro de la ciudad, que, aunque sea de manera modesta, tiene camerinos, donde los actores pueden vestirse y maquillarse con cierta intimidad, y pueden meditar y concentrarse en su papel actoral antes de subir al escenario, lugar en que se cumplen los sueños de los actores y los sueños de los espectadores, porque el teatro es el mejor reflejo de la cuerda inmensa y frágil que es la vida.
Te envío copia de una fotografía que tomé una mañana de mayo. Como mirás son dos chicas con el traje de Chiapanecas, que terminaban, al aire libre, su labor de maquillaje. Ellas se colocaban las pestañas postizas en medio del rebumbio de mucha gente. Estábamos en el estadio municipal, unos corrían para ir al campo, otros para hallar lugar en la tribuna, otros más corrían hacia los sanitarios que funcionan como vestidores y algunos otros llevaban papeles con nombres de invitados especiales a un acto que ahí se celebraba. Era un mundo de gente y cada una de las personas tenía una encomienda especial. No pensés que me sentí bien al tomar la fotografía, se me hizo que irrumpía en su intimidad. Lo que ellas hacían no se hace, comúnmente, a la vista de todo el público. Estos rituales son íntimos. Estoy seguro que ellas, cuando se maquillan para acudir a una fiesta o al antro lo hacen en sus casas, alejadas de la vista de los metiches. Pero, luego pensé que esto bien pudieron hacerlo en su casa (colocarse las pestañas postizas), así como se habían pintado los labios y delineado las sombras de los ojos, así como se habían colocado el vestido de Chiapaneca que lucían. ¿Por qué, entonces, las pestañas postizas las dejaron al último momento, para pegarlas al aire libre, a la vista de todos? Dije que en el pecado llevaban la penitencia y tomé la fotografía, porque cuando las vi ahí, expuestas a las miradas de todos, pensé en la mañana del Cine Comitán y pensé en la noche poblana que estuve en un camerino, haciendo lo mismo que hice en el estadio comiteco: fisgonear el proceso en que alguien se pone aretes y se pinta arrugas, para salir al escenario e interpretar un papel. Esa mañana, las dos chicas chiapanecas estaban a punto de salir a escena, de agradar al público que se había congregado. Esa mañana entendí que cada día de la vida interpretamos papeles, a veces somos protagonistas, a veces hacemos papeles de extras, pero siempre, siempre, estamos actuando, esperando el aplauso de los otros, aplauso que, en ocasiones, se convierte en rechifla.
Posdata: Las chicas pasaron a una tarima improvisada en la cancha del estadio y bailaron al ritmo de la marimba. Movieron sus manos y con éstas ondearon los vestidos. Las flores de los vestidos eran como esa florecita que se llama diente de león y volaban por todo el cielo comiteco, que estaba azulísimo, digno escenario para la interpretación de ellas. Al final todo mundo aplaudió su participación.
Si no hubiese tomado la fotografía, si no hubiera estado de argüendero, de metiche, esta carta no te hubiera llegado.

viernes, 24 de mayo de 2019

CARTA A MARIANA, CON CAMINOS INÉDITOS




Querida Mariana: Vivimos en Chiapas; es decir, vivimos en una frontera. Somos un estado que colinda con un país centroamericano: Guatemala. Los expertos explican que estos límites fronterizos son porosos; esto significa que todos los días muchos, muchos seres humanos (de todas las edades), cruzan esta frontera. La mayoría de ellos con el deseo de llegar a los Estados Unidos de Norteamérica para cumplir el llamado “Sueño Americano”. Pero, ¿qué sucede con esta migración?, ¿a qué situaciones se enfrentan estos migrantes?, ¿qué sucede a su paso por México, país que el vicecónsul de Guatemala en Comitán definió como país negro para migrantes centroamericanos, por la serie de situaciones adversas que deben sortear?
Por esto, para tener un acercamiento más directo del suceso migratorio, una delegación de jóvenes estudiantes de la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar se trasladó a la ciudad de Tapachula para ser testigos de la “Conferencia Multinacional México Centroamérica. Experiencia y Expectativas de Intervención Social con Migrantes Centroamericanos. Retos compartidos.” La delegación estuvo encabezada por mi amigo y jefe, maestro José Hugo Campos Guillén, rector de nuestra universidad, y por la maestra Yolanda Pérez Lara. Los estudiantes del sexto y octavo semestres de la licenciatura en Trabajo Social fueron a conocer de cerca el tema de migración. Durante los días 22 y 23 de mayo del presente año, los asistentes tuvieron la oportunidad de escuchar las voces de expertos en el tema.
El Instituto Universitario de México – Campus Tapachula fue sede de la Conferencia Multinacional, porque, como dijo, un experto en Derechos Humanos, “Hay que voltear la mirada a Tapachula”, ciudad en la que se da el suceso migratorio con intensidad.
El día de la inauguración, el maestro José Hugo participó con un mensaje, ahí expresó que esta Conferencia Multinacional era “una oportunidad de compartir experiencias.” Antes, Jesús Quintana Roldán, experto en Derechos Humanos, había dicho: “Un niño migrante, antes que ser un niño migrante es ¡un niño!”. ¿A qué experiencia se enfrentan estos niños que, por necesidad, son parte de esas caravanas de migrantes?
Todos sabemos que, en fechas recientes, el suceso migratorio se ha acrecentado con lo que llamaron “Grupos intensos”, pero, de igual manera, expertos en el tema han expresado que el movimiento anual migratorio contabiliza decenas de miles de migrantes cada año. Lo que el “Grupo intenso” permite es visibilizar el suceso, suceso que, como ya se dijo, se da en forma hormiga durante las veinticuatro horas del día.
El tema no es sencillo, ¿verdad? ¡No, es complejísimo, tiene mil aristas! Por esto, para que los estudiantes de nuestra universidad tengan una visión más completa, la máxima autoridad de la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar, con un grupo de estudiantes, tuvo la atingencia de trasladarse a Tapachula para reflexionar en el suceso migratorio.
El acto inaugural estuvo presidido por la maestra Leticia Cano Soriano, quien es directora de la Escuela Nacional de Trabajo Social, de la UNAM; por el maestro Jesús Fermín Cáceres Farrera, rector del Instituto Universitario de México; por el maestro Jesús Salvador Quintana Roldán, director general de la quinta visitaduría de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos; por Laura Angélica García, presidente del DIF Municipal, de Tapachula; por Alberto Pineda Tuells, director de economía, del ayuntamiento tapachulteco; por la maestra Miriam Ramos, del Instituto Educativo Stephen Hawking, A. C., de Guerrero; por el maestro Javier Bautista Brindis, del CUM-Villaflores; por la maestra Silvia Andrea Serrano Padilla, de la Universidad Autónoma de Yucatán; y por el maestro José Hugo Campos Guillén, rector de la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar, de Comitán, Chiapas. Y como invitados de honor estuvieron el doctor Jesús Aquino Juan, director de la Escuela Superior de Trabajo Social, de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; y el padre José Alejandro Solalinde, quien impartió la conferencia magistral que inauguró la Conferencia Multinacional.
Vos sabés que el padre Solalinde ha dedicado gran parte de su vida a la defensa de los derechos humanos de los migrantes.
El tema, lo sabemos, requiere una sensibilidad especial. No podemos cerrar los ojos ante lo que sucede cada día en la calle donde está nuestra casa. Es preciso hallar puntos de convergencia, de un suceso que, como lo expresaron los expertos, es cíclico, permanente y se ha dado desde el principio de los tiempos. ¿Qué debe hacer Chiapas ante este suceso que irrumpe en su territorio día a día? Uno de los objetivos de esta Conferencia Multinacional fue precisamente encontrar elementos de reflexión. Sin duda, que los estudiantes asistentes de la UMNRS, a su regreso, compartirán las experiencias recogidas.
Solalinde dijo que el suceso migratorio es “Un proceso a nivel mundial, por eso no nos extraña ver en Tapachula hermanos de Asia, que buscan un reacomodo”
Posdata: ¿Mirás, Mariana? ¡Un proceso a nivel mundial! Y es tan intenso que a nuestras tierras llegan, además de todos los centroamericanos, ¡migrantes asiáticos! Uf, sus tierras están lejanísimas. ¿Qué hacen por estos territorios? ¿Por qué migran? ¿Por qué abandonan sus casas, sus querencias, sus raíces? Miles de preguntas, miles de respuestas.
Qué bueno que se da este tipo de encuentros, donde, como lo dijo el maestro Hugo, se comparten experiencias y se dan procesos de reflexión que, sin duda, sensibilizan acerca del tema. ¡Bien!

jueves, 23 de mayo de 2019

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Tres chicas, estudiantes de sexto semestre de bachillerato del Colegio Mariano N. Ruiz, entraron a mi oficina y me invitaron a participar en una mesa de diálogo con el tema Prostitución. Me explicaron que no querían expertos, sino la opinión de personas comunes y corrientes que compartieran su reflexión acerca del tema. Como a mí me encanta compartir, y como soy común y corriente, dije que sí, que le entraba. ¿Qué compartí con ellos? Acá paso copia. Gracias.
Buenos días. Soy escritor y no hablador. Por esto, cuando recibí la invitación para participar en estamesa, con el tema de Prostitución, acepté con gusto, pero condicioné mi participación a la lectura de este textillo que ahora comparto con ustedes.
Cuando escucho la palabra prostitución pienso, de inmediato, en lo que el pueblo repite: Es el oficio más antiguo del mundo. Esto significa que la prostitución se ha dado desde siempre.
¿Es el oficio más antiguo del mundo? No lo sé. Lo que sé es que es un oficio ingrato, tal vez uno de los más ingratos del mundo. No sólo para quien lo ejerce sino para quien acude a él.
Sé que en los tiempos actuales, la prostitución no sólo se refiere al ámbito de las mujeres profesionales, sino también a hombres profesionales que venden su cuerpo. Y digo esto, porque en mis tiempos de estudiante de bachillerato, cuando tenía la edad de ustedes, la prostitución en Comitán se concentraba en burdeles donde los hombres acudían a contratar los servicios de las mujeres. Yo nunca supe de un caso en que la prostitución la ejerciera un hombre. Había homosexuales, pero no vendían su cuerpo. Ahora sí que ¡todo lo hacían por amor al arte! ¡Por amor!
¿Por qué digo que la prostitución es un oficio ingrato? Ustedes saben que soy un gran lector. He leído muchos libros de cuentos o novelas en los que aparece el tema y las historias que ahí se narran son brutales. Enterarse de cómo llega a prostituirse una mujer o un hombre es enterarse de actos que rayan en lo indigno. Las mujeres y hombres que se prostituyen son degradados en su dignidad de seres humanos. Ustedes saben que cuando una sociedad abandona el capitalismo y accede al socialismo (la mayoría de veces por revoluciones armadas, como los casos de Cuba y de Rusia) esta nueva sociedad socialista aspira a la erradicación total de la prostitución, porque, ustedes saben mejor que yo, que en el socialismo no se permite la explotación del ser humano por el ser humano. Pero, tal ideal jamás se ha logrado. Amigos que han visitado Cuba me cuentan que uno de los atractivos más importantes de la isla para los turistas es ir a la playa de Varadero y contratar los servicios de las chicas cubanas, que son bellísimas, y que se llaman Jineteras.
Pero, decía que no solo es denigrante para las mujeres y hombres que ejercen el oficio, sino que también es denigrante para muchos de los contratantes del servicio. Si se analiza el fenómeno a la luz de la razón se ve que un hombre o mujer que contrata un servicio como tal es un hombre o mujer que rebaja su condición de ser humano al mero placer físico.
En los tiempos que fui adolescente, hablo de los años setenta del siglo pasado, era práctica común que alguien mayor fuera el padrino del joven que nunca había tenido relaciones sexuales. Así pues, el joven era llevado, casi de la mano, al burdel. Siempre he considerado que tal acto era denigrante, porque el ser humano no es un simple perro que coge con la primera perra que se topa en la calle. Cuando esto sucede así, el acto sexual es un mero reflejo de una necesidad física, nos comportamos como animales. Los seres humanos somos seres con espíritu, por lo que (y esto es una certeza) cuando el acto sexual conlleva lo que se llama erotismo, abandonamos el terreno de lo animal y accedemos al terreno de lo divino. El erotismo, lo ha dicho Mario Vargas Llosa, escritor que obtuvo el Premio Nobel de Literatura, ya está ausente de las prácticas sexuales de la juventud actual y eso es una pena, y por supuesto, es un capítulo desconocido en las relaciones que se efectúan con prostitutas y prostitutos. Los que venden su cuerpo ignoran los escarceos previos que son tan ricos en las relaciones. En la mayoría de casos apuran a los clientes, porque desean estar con otro, porque su objetivo central es ganar dinero. El placer sexual no les causa placer.

Además, está el tema de la insalubridad. Ustedes han visto que en el parque central y en el parque de San Sebastián abundan prostitutas que, a simple vista, se advierte que no tienen algún control sanitario, pero esto, como decía Nana Goya, es otra historia o será abordado por alguno de mis compañeros de mesa.
Agradezco que me hayan permitido compartir esta reflexión con ustedes y deseo que profundicen en el tema, que es complejísimo. Gracias.

miércoles, 22 de mayo de 2019

CARTA A MARIANA, CON UN RENUEVO JUVENIL




Querida Mariana: Alejandro Jodorowsky dice que cada ser humano nace con un talento. El tío Abundio decía que cada joven nace con un carácter.
El otro día, mi mamá y yo vimos un partido de fútbol europeo (jugaba el Liverpool contra el Barcelona). Mi mamá comparó el ambiente que hacían los espectadores de allá con los espectadores de acá, dijo que en México la gente era muy apachurrada. En efecto, en aquel partido, los espectadores se pasaron cantando los noventa minutos del partido. En la cancha y la tribuna había una espectacular manifestación de vida, de alegría. Su entusiasmo contagiaba. La mayoría de partidos que se dan en estadios mexicanos son aburridos. El desencanto en la cancha es el mismo que existe en la tribuna. ¿Vos podés decir cuál es primero: el huevo o la gallina? ¿El huevo de la hueva de los jugadores o la gallina silenciosa de las tribunas? Mi mamá tiene su teoría, si los espectadores mexicanos motivaran a los jugadores otro gallo cantaría. ¡Quién sabe! Yo digo que como los jugadores no están motivados no contagian a las tribunas.
Y digo esto, porque el pasado 20 de mayo acudí al Estadio Municipal, de Comitán (se llama Roberto Ortiz Solís, en honor a quien fue presidente municipal en dos ocasiones). Tenía años de no entrar al estadio. Acudí porque, a las diez de la mañana, se celebró el acto inaugural del sexagésimo tercer evento pre nacional estudiantil deportivo de la región sur, zona 3, del Instituto Tecnológico Nacional. Y ahí comprobé los dichos de Jodorowsky y de tío Abundio: Todo mundo tiene un don y todo mundo tiene un carácter.
El acto se dividió en dos segmentos: el acto protocolario y el acto artístico para dar la bienvenida a las delegaciones participantes. El acto protocolario estuvo a cargo de las autoridades educativas y el acto artístico fue realizado por los alumnos del Tecnológico de nuestra ciudad.
El acto protocolario, como es siempre, fue seriecito, pero también motivacional y reflexivo, porque la directora del Tec de Comitán, maestra Liliana Patricia Moreno Cancino, invitó a los participantes de la justa deportiva a vivir “una experiencia inolvidable”, y la secretaria de educación de Chiapas, la maestra Rosa Aidé Domínguez Ochoa, dijo que se sentía a gusto en Comitán “tierra valiosísima, por sus hombres y sus mujeres”, y, por supuesto, mencionó a Belisario Domínguez y a Rosario Castellanos.
Pero, el festejo se desbordó cuando los alumnos dieron la bienvenida a sus compañeros de los tecnológicos de Alvarado, Veracruz; de Coatzacoalcos, Veracruz; de Comalcalco, Tabasco; de La Chontalpa, Tabasco; de Tapachula, Chiapas; de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; y de los anfitriones comitecos. ¡Ah, qué guateque tan sabroso! Los anfitriones motivaron a sus invitados y todo fue una gran fiesta. Los muchachos tradujeron el ritual del protocolo, lo tradujeron a un lenguaje más nube que piedra. Y digo esto, mi niña, porque al final del acto artístico, el vocalista del grupo de rock del Tec de Comitán gritó a todo pulmón: “¡Hagan un chingo de desmadre, que para eso vinimos!” Bueno, a final de cuentas fue la misma sentencia que expresó la directora: “¡Vivan una experiencia inolvidable!”; y los muchachos de Tabasco, Chiapas y Veracruz, como si fuesen espectadores del partido Liverpool-Barcelona, se volvieron agua limpia y cantaron, bailaron y brincaron al ritmo contagioso del grupo de danza regional, del sax de Paty, del grupo de danza moderna, de una cajita musical que, como las clásicas cajitas de cuerda, comenzó con dos muñecos bailando ballet y terminó en una cuerda loca de música contemporánea. ¡Ah, cuánta razón tiene Jodorowsky: cada muchacho tiene su don y ahí quedó demostrado! Unos son basquetbolistas, otros se apasionan por el fútbol o por el voleibol o por el ajedrez; Paty papalotea por el sax y varios más por la danza, unos le hacen al zapateado y otros se desplazan como si el aire fuera la extensión de su cuerpo y de su espíritu. Y como lo expresó la directora del Tec de Comitán, el sistema de tecnológicos del país busca “la formación integral de los estudiantes”.
La mañana se vistió de gala en el estadio. Todo fue una fiesta completa. Los encargados de dar la bienvenida a las delegaciones cumplieron con creces. Todo mundo disfrutó el instante prolongado; todo mundo celebró el azul del cielo comiteco.
Posdata: En la tribuna y en el campo se dio el festejo, ahí, la vida se mostró plena, desnuda, sin ambages. ¡Ah, qué bárbara la delegación de Tuxtla Gutiérrez! ¡Qué energía! Quedó demostrado, también, el dicho de tío Abundio: cada muchacho tiene su carácter. Estos conejos son bárbaros para el relajo, para el disfrute de la vida. Por eso dicen que los conejos son arrechos, debe ser que, de igual manera, cada animalito nace con un carácter especial.
Sí, cuando los muchachos deportistas regresen a sus casas se llevarán en la bolsa el deseo de la directora del Tec de Comitán: “Una experiencia inolvidable”.
Pucha, tenía años que no iba al estadio. Qué bueno que lo hice esa mañana del 20. Me divertí y me contagié del desmadre bien encaminado de jóvenes estudiantes. ¡Salud, siempre!

martes, 21 de mayo de 2019

PARA EL LIBRO DE RÉCORDS DE CHUCHOS




Si existe la justicia, debe incluirse a “La Güera” en la relación de perros señeros en la historia mundial.
Sí, que se coloque al lado de “Laika”, la perra espacial soviética. “Laika”, trepada en una sonda espacial, dio vueltas a la Tierra.
Que se coloque al lado de “Hachiko”, aquel perro japonés que acudió tarde tras tarde a la estación de trenes en espera de su amo, quien había muerto tiempo atrás.
Que se coloque al lado de “Sansón”, el perro que se recostó al lado de la tumba de don Noé, la tarde en que enterraron a su amo.
Que se coloque al lado de “Terry”, un perro doberman que abandonó su fiereza de raza y se convirtió en un chucho casi tan bueno como un grillo a medio día. Aprendió a abrir la puerta de calle y un día que dos delincuentes forzaron la puerta, él les abrió.
“La Güera” es una perrita que (acá se da el testimonio gráfico) supervisa los trabajos que realizan los albañiles. Ella, desde muy temprano, sube a los andamios y mueve la cola cuando los albañiles le dan un taco o cuando aprueba la plomada de la pared.
Por eso, en afán de ser justos, se exige que su nombre pase a formar parte de los grandes nombres de los grandes perros del mundo.
Sí, que se coloque su nombre al lado de “Lassie”, la perra collie que brincó del terreno de la novela al terreno del cine y de la televisión e hizo la delicia de millones de espectadores en todo el mundo.
Que el nombre de “La Güera” aparezca al lado del perro de Javier que, según el testimonio de Quique, era un chucho que avisaba cuando la tranca del rancho quedaba abierta y que cuando el papá de Javier vendió el rancho (de nombre Tzipal) dijo que el rancho valía dos millones de pesos, pero si querían al chucho, entonces, el costo subía medio millón de pesos.
Que el nombre de “La Güera” quede inmortalizado para siempre, al lado del chucho “Tobías”, quien jamás dejó que Verónica besara a su novio en la puerta a la hora de la despedida.
Que se coloque al lado del mastín que Velázquez inmortalizó en su cuadro de Las Meninas.
Que aparezca al lado de “Tobías II”, que fue el chucho que impidió que Verónica terminara bien su primera noche de luna de miel.
Que se coloque al lado del nombre del tío Elías, quien murió de cirrosis, porque era chucho para el trago.
Que se inmortalice su nombre al lado de Snoopy, el perro de las caricaturas, que, como gato, tiene la gracia de dormir trepado en el techo de su casa.
Que se inmortalice al lado de Cerbero (bueno, no, al lado ¡no! Mejor si se coloca un poco lejos de él). El perro mitológico que era el encargado de cuidar el inframundo, de tal suerte que los muertos no podían salir y los vivos no podían entrar. De ahí viene la costumbre de llamar cancerbero al portero. Can-cerbero.
Que el nombre de “La Güera” se coloque al lado de “Tobías III”, chucho, propiedad de Verónica, que fue sacrificado la noche en que el esposo (de Verónica) llegó borracho y no resistió más que el perro no le permitiera ayuntar con su esposa.
Que se coloque al lado de Pluto, el perro favorito de Edmundo y Edgardo (Los doble E), quienes son gays.
Que se coloque al lado de Patán, el perro de caricatura y que es famoso porque el noventa y nueve por ciento de empleados cae en el pleonasmo cuando se refiere a su jefe, porque dice que éste es un perro, un patán.
“La Güera” es tan responsable en su labor que, incluso el Día de la Santa Cruz, ella cumplió con su horario y permaneció arriba del andamio, cuidando que los albañiles no se cayeran al foso, por andar bien bolos.
Que su nombre se consigne, que se diga que es la primera perra del mundo que supervisa obras en construcción, que se diga que es una perrita comiteca, que se diga que cuando el arquitecto llega pregunta cómo va la obra y ella, con toda la sinceridad del mundo, ladra y dice que está quedando ¡bien guau! ¡requeteguau!

lunes, 20 de mayo de 2019

JUGUETES




Soy un convencido: Los regalos alentaban vocaciones, sembraban esperanza. Los papás, de los años sesenta, nos regalaban muñecos que, a veces, eran soldados. Los soldados, para que el juego tuviese sentido, venían en una caja, en dos colores. Había soldados verdes, del mismo color de las aceitunas aún no maduras, y soldados grises, como los cielos cuando amenazan lluvia; es decir, nosotros jugábamos a la guerra enfrentando soldados verdes contra soldados grises. Estos ejércitos, por lo tanto, no tenían nacionalidades, no representaban a país alguno, representaban al ejército verde o al ejército gris.
Sí, los regalos alentaban vocaciones. Los papás regalaban muñecas a las primas. Muñecas que bien podían ser de esas modernas, de plástico, que, al moverlas tantito cerraban los ojos llenos de pestañas y volvían a abrirlos, o muñecas de tela que tenían los ojos fijos, bien abiertos, como sorprendidos, y que, como estaban bordados, no tenían la gracia de cerrarlos.
Los papás hacían una diferencia que hoy se ve como absurda, a los niños nos regalaban soldados, pistolas, sombreros de vaqueros o carros, y a las niñas les regalaban muñecas, casitas que habitaban las muñecas y juegos de té.
Y digo que alentaban vocaciones, porque el juego nos hizo pacifistas. Si ellos, en lugar de regalarnos una pistola de agua o una pistola de fulminantes, nos hubiesen regalado pistolas con balas verdaderas, nuestros destinos hubiesen sido otros.
Imaginen lo que habría pasado si los papás hubiesen regalado, de manera indiscriminada, juguetes al por mayor sin hacer distinción de sexos; es decir, que los niños y las niñas recibieran por igual pistolas, luchadores, carros, muñecas y juegos de té. ¿Lo imaginan? No habríamos reconocido el valor de la diferencia.
¡Claro, los papás vivieron equivocados! Pensaron que a los niños nos salvaban de jugar muñecas, y, por lo tanto, de evitar lo que ellos consideraban desviaciones. No querían hijos raritos ni hijas machorras. ¡Ah, padres nuestros! No supieron que sus decisiones fueron correctas, pero no en el sentido que ellos procuraban.
No supieron que las primas se acercaban a la hora del juego y nos invitaban a jugar a la comidita y nosotros suspendíamos la batalla, dejábamos a los soldados (verdes y grises) en lo alto de una colina llena de arena y nos sentábamos con ellas y les ayudábamos a hacer las tortillas poniendo como molde una corcholata sobre las hojas verdes de los árboles; nunca supieron que, fascinados con los juegos, ellas (las primas) también, a veces, se hincaban al lado nuestro y unas movían los contingentes verdes, mientras otras resguardaban la fortaleza donde se atrincheraban los soldados grises.
Gracias a que ellas tenían juegos de té y nosotros no, supimos que había una diferencia notoria entre ellas y nosotros, diferencias que, a la hora de jugar escondidas, reconocimos como frescas y maravillosas. Porque había juegos (¡bendito Dios!) que no necesitaban juguetes, que tenían como cualidad el mismo juego. Las escondidas era un juego de éstos. Uno de los jugadores se paraba frente al árbol y, con los ojos cerrados, contaba, en voz alta, hasta veinte, mientras los demás corríamos a escondernos por toda la casa (la única restricción era la cocina, porque la abuela lo había prohibido, por aquello de la brasa del fogón).
Los primos (ellas y ellos) abandonábamos a los soldados en el campo de batalla, imponíamos una tregua y corríamos a escondernos. Las primas siempre fueron generosas y, tal como lo veían con los papás, elegían a un primo para, cogidos de la mano, ir a esconderse adentro del ropero, debajo de la mesa del comedor, debajo de la cama de los tíos, o debajo del tapesco de chayotes en el sitio. Ellas, siempre generosas (Dios las bendiga por siempre) se pegaban a nosotros y nos aventaban su vaho caliente en el rostro, hablaban en voz baja, mientras seguían con la mano apretada a la nuestra. Sudaban, sudábamos.
Cuando le tocaba al primo Emilio contar hasta veinte y salir a buscarnos, era como tarde llena de flores, porque él sabía que, por veinte centavos, debía ir al sitio, sentarse en un piedrón y dedicarse a tirar piedritas, durante mucho tiempo, uno, dos, tres… diez minutos. Sabía que debía prolongar la búsqueda el mayor tiempo posible. Nosotros, mientras tanto, adentro de los roperos, debajo de las camas, nos acercábamos a las primas y ellas, ¡Dios sea misericordioso siempre con ellas!, pegaban sus mejillas a las nuestras y nos hacían saber, gracias a su cercanía, que los pechitos ya estaban comenzando a brotar, que aún eran como renuevos de limón, pero pronto, muy pronto, serían espléndidas limas de pechito.
Tiempo después no hubo necesidad de darle la moneda de veinte centavos a Emilio, porque todos los primos nos demorábamos en el juego. Llegó el momento (¡Bendito Mesías!) en que descartamos al buscador del juego. Después de jugar a la comidita y a la guerra, cada pareja se escondía debajo de las camas o adentro de los roperos y jugábamos el mejor juego que jamás se ha inventado. Ellas sudaban, nosotros sudábamos. Era bello sentir esa cercanía, ese aroma de jazmín que ellas expelían. Todo era como un jardín lleno de colibríes.

sábado, 18 de mayo de 2019

CARTA A MARIANA, CON MODOS DE SENTARSE




Querida Mariana: El licenciado Juan Carlos Gómez Aranda subió esta foto en redes sociales. Es una foto que tiene mil aristas, es de los años setenta. La fotografía está tomada en la Cancha José Pantaleón Domínguez y el equipo es el representativo de la ASESCO (Asociación de Estudiantes Comitecos Radicados en el Distrito Federal). Digo que la foto tiene mil aristas, porque el espectador podrá enumerar mil detalles de mil situaciones: los peinados, los tenis, el banderín, el diseño de los uniformes, la rugosidad de la cancha, las tribunas de cemento, las hormas de los espectadores, las historias personales de los personajes principales, el niño que vende cacahuates y palomitas en bolsas de plástico (desde entonces, ¡uf!), las posiciones de cada uno de los que aparecen en la fotografía (que dice mucho de la personalidad), tanto de los jugadores como de los que están en tribuna y mil cosas más.
Se aprecia que la fotografía fue tomada después del encuentro de básquetbol. Algunos de los jugadores están despeinados, llenos de sudor, otros están bien planchaditos (como que no abandonaron la banca y jamás pisaron la cancha encementada).
Pero yo, querida niña, no comentaré algo de lo dicho. ¡No! Perdón, a mí me llamó la atención algo que es muy periférico en la foto. ¿Sabés qué llamó mi atención? La camaradería que propicia la tribuna. La tribuna la conforma una serie de escalones, a la usanza de las pirámides mayas. Los escalones sirven como asientos; es decir, los espectadores que están en la parte superior buscaron un hueco entre los espectadores sentados y subieron, diciendo ¡Con permiso, con permiso!, porque en esos tiempos había protocolos de decencia. En estos tiempos, los muchachos subirían sin pedir permiso, atropellando a los espectadores. ¿Mirás lo que llamó mi atención? El hecho de que la grada servía como escalera y como asiento. El que se sentaba podía terminar con el pantalón manchado. Claro, los zapatos pepenan chicles, polvo, piedritas, arena y excremento. Cuando un espectador subía dejaba su huella en cada escalón que, insisto, luego servía como asiento. En temporadas de agosto, cuando se realizaban los cuadrangulares en celebración al festejo de Santo Domingo, las tribunas se llenaban y era difícil subir o bajar. Si alguien que estaba arriba tenía necesidad de ir al sanitario debía pedir permiso (los sentados hacían un huequito, con un movimiento de nalgas a la derecha o izquierda) y se apoyaban en los hombros de los espectadores. Nadie se molestaba, era parte de la experiencia colectiva. El regreso implicaba una ruta similar. Esto que, en apariencia podría resultar fastidioso, era un lazo que unía más a la colectividad. Los aficionados al básquetbol de esos tiempos cuentan anécdotas en las que los jugadores terminaron trenzados a mitad de la cancha, porque (es normal) los vencidos no aceptaban con humildad su derrota, ni los vencedores festejaban con humildad su triunfo. Nunca faltó el vencedor que llegó a burlarse frente a la cara del derrotado; nunca faltó el derrotado que puso sus manos en la playera del vencedor y le dijo, algo más o menos como esto: “Pero a los chingadazos sí te gano”, y mientras lo decía soltaba el primer mandarriazo, que era como la campana que daba la señal para que el campo deportivo se convirtiera en un campo de batalla.
Pero esto sucedía de vez en cuando en la cancha. En la tribuna nunca presencié un pleito mayúsculo. Había algunos intentos de batalla entre dos que, como gallitos, se espoloneaban. Los que estaban al derredor se apartaban, con los brazos abiertos, y nunca faltaba el amigo que abrazaba a uno de los contendientes y calmaba los ánimos. El deporte, se sabe, siempre alimenta la pasión y ésta, en ocasiones, se desborda y se manifiesta en forma jocosa, a punto de lágrima o con tintes violentos.
En ese tiempo, debe suceder lo mismo ahora, los juegos eran una experiencia de vida singular, ahí se manifestaba la vida en plenitud. Los gritos impulsaban a los jugadores o eran motivo de chunga. En todas las canchas del mundo hay aficionados que se especializan en decir frases graciosas. Al jugador que fallaba en el enceste lo enviaban a comprar “un peso de puntería” en la tienda de doña Mariana.
Los críticos literarios dicen que las grandes obras se distinguen porque en ellas están contenidas todos los sentimientos humanos. En el deporte, de igual manera, estas características humanas brotan en plenitud. La picardía comiteca era un ingrediente de estos encuentros deportivos. Muchos espectadores disfrutaban, de igual manera, lo que acontecía en la cancha como lo que sucedía en la tribuna.
Si te das cuenta, para ese tiempo, la moda se volvió unisex, porque el pantalón también era usado por las mujeres (pantalones acampanados), pero también era tiempo de una prenda que hizo furor, entre las chicas y los chicos, y causó uno que otro disgusto entre los padres conservadores: La minifalda. Esta prenda, como su nombre lo indica, era breve, por lo regular consistía en un pedazo de tela que dejaba expuesto el ochenta por ciento de los muslos y hacía que cuando una chica se sentaba todo mundo supiera de qué color era su calzoncito. Las chicas que usaban minifalda fueron la vanguardia de quienes ahora se asumen feministas, esas chicas de los setenta fueron revolucionarias, porque no tenían empacho alguno en mostrar sus muslos de escultura griega expuesta en el Museo del Louvre. Ellas nos enseñaron que el cuerpo era una unidad con el espíritu y que los espíritus deben manifestarse en forma libre, así como el cuerpo. Pero acá, en esta foto se aprecia que las chicas visten pantalones (ellas, muy discretas y sabias, reconocían que no era conveniente robarles cámara a las estrellas de la tarde: los deportistas).
Pero no he llegado a lo que deseaba llegar, niña bonita. Lo que quiero que veás está casi casi a la mitad, en la parte superior. Te pido, por favor, que mirés a los jugadores y contés de izquierda a derecha: uno, dos, tres y cuatro. ¿Ya? El cuarto jugador es el güerito que está con los labios abiertos. Se ve que él jugó con intensidad el partido. Él está al lado de alguien que no lleva uniforme, pero que tiene un peinado que lo hace sobresalir entre los demás. Sí, él era, en ese momento, el presidente de la ASESCO (es Roberto Tovar Armendáriz).
Bueno, ahora que ya ubicaste a estos personajes (que me sirven de referencia) te suplico que subás tu mirada y llegués a los otros dos personajes, que son motivo de mi emoción. ¿Mirás a los dos amigos que se abrazan? Uno de ellos está sentado en el último escalón y el otro en el penúltimo, quien está sentado en el último escalón está con las piernas abiertas y quien está sentado en el penúltimo escalón se recarga en el amigo. ¿Mirás? Este privilegio siempre lo permitió este tipo de tribuna escalonada, sin butacas, sin divisiones. Si me exigieras un símbolo de esta época no dudaría un instante, sería la de esos amigos espectadores. La posición era de lo más cómoda. El amigo del nivel superior se recargaba sobre la espalda del otro y éste se apoyaba en el pecho del amigo. Este tipo de tribunas no tenía asientos con respaldo, muchos se sentaban en el último escalón y se recargaban contra la pared, que era una de las paredes del templo de Santo Domingo, pero había otros que acostumbraban sentarse como esta pareja de amigos.
Esta postura habla de un tiempo sencillo. Los años setenta estuvieron marcados por grandes cambios mundiales. Los jóvenes de esos tiempos pepenaron las influencias mundiales que estaban en boga. Los setenta habían recogido mucho de los movimientos sociales de los sesenta. Los Beatles habían demostrado que la música era una posibilidad rítmica diferente y los movimientos sociales exigían paz y amor. La guerra inútil de Vietnam había sembrado un ánimo diferente en la juventud. Los comitecos estábamos muy lejos de Cuba, de París, de Praga; lejos, incluso, de la Ciudad de México, pero ese equipo representativo de la ASESCO vivía una sociedad más revolucionada. Ellos venían y contaban las experiencias vividas en aquella enormísima ciudad, enormísima en todos los sentidos, en extensión territorial, en población y en experiencias culturales. En ese tiempo, la Ciudad de México era el objetivo de los estudiantes comitecos que concluían el bachillerato. El sueño de los futuros universitarios era estudiar en la máxima casa de estudios, la UNAM, o en el Politécnico. Ahora ya no es así.
Posdata: Perdón, niña mía, siempre me voy por lo periférico. En esta ocasión llamó mi atención esa pareja de amigos. Esa postura era muy cómoda y permitía demostrar el afecto. En las butacas del cine o de los teatros o de los auditorios no es posible esta posición amistosa. Esto solamente se logra en graderíos como el de la Cancha Pantaleón Domínguez, que fue el espacio donde se desarrollaban los juegos de básquetbol y que estaba ubicada donde actualmente se erige el auditorio Profesor Roberto Bonifaz Caballero. ¿Cuántos amigos de estos tiempos se sientan así cuando acuden al auditorio? El afecto es infinito, el afecto es por siempre y para siempre.

viernes, 17 de mayo de 2019



EN EL GUATEQUE, LO QUE DIGA MI DEDITO

Todos están en el argüende, pero no todos están argüendeando. He visto cómo en guateques ¡no todo mundo está en lo mismo! Los ejecutantes de la marimba disfrutan su chamba, pero están chambeando, tocan para que los invitados bailen, se diviertan, levanten los brazos y hagan una bulla. El marimbista debe cumplir con su encargo, no puede retirarse a mitad de la fiesta, como sí pueden hacerlo los invitados.
Si en el festejo acude una personalidad, hay dos o tres personas que están encargados de su seguridad. Las he visto en lugares estratégicos, con mariconeras cruzadas sobre el vientre, vigilando que nada y nadie entorpezca la sana convivencia de su jefe o jefa. Su encargo es estar en el argüende, pero evitar argüendear, deben estar pendientes al ciento por ciento de los sucesos que ocurran alrededor. Ante el mínimo connato de bronca de dos bolos, ellos actúan de inmediato. ¿Quieren pelear? Vayan a hacerlo fuera de casa. Su trabajo tiene mucha similitud con los guardianes de bares y antros. Deben impedir a toda costa que el festejo tenga rupturas.
El otro día me tocó estar en primera fila de un festejo popular, en el parque central de Comitán. Y vi cómo los marimbistas trabajaban, y cómo los guardianes hacían su labor callada, pero eficiente, así también vi cómo mi amigo fotógrafo realizaba su trabajo, un trabajo que, en muchas ocasiones, adquiere la categoría de arte, porque (acá se ve) hace lo indecible para lograr la mejor toma: se hinca, se tira al piso, se trepa a un segundo nivel o sobre una tarima o sobre la plataforma de un camión o sobre el ala de una avioneta, para que el resultado final sea una escena deslumbrante. Su trabajo es deslumbrar. Está en el argüende, pero le está vedado argüendear.
En el arte fotográfico, el ojo es importantísimo, pero él debe estar en sincronía con el dedo. El ojo capta lo sublime, pero el dedo acciona el obturador. El dedo es el que dice: “Hágase la luz”.
Esa tarde, no sólo los marimbistas y guardianes y fotógrafos estaban cumpliendo una labor, había más personas que, de manera coordinada, realizaban un encargo superior: Que el guateque brillara, que los invitados se sintieran bien. Sí, los invitados ¡se sintieron bien! La tarde estaba plena, el cielo azul, el sol se derramaba tibio. Los invitados pepenaron festones de alegría. Todos cumplieron con su encargo. Los marimbistas le metieron corazón a los bolillazos y desparramaron sonidos agradables, y mi amigo fotógrafo, se desparramó en el piso, para conseguir la mejor toma posible, la que quedará como constancia de ese instante, para la posteridad. Él tomó las fotografías a los personajes importantes, a los invitados, a los marimbistas, y a la paloma que se paró en un pretil, la paloma que, lejos de ser símbolo del Espíritu Santo o de la Paz, esa tarde se asumió como una parte más de ese guateque comiteco. En las fotografías, en planos secundarios, aparecen también los guardias, haciendo su labor. Todo mundo aparece en las fotografías. ¿Y mi amigo el fotógrafo? ¿Quién le toma fotografías al fotógrafo? Por lo regular, los fotógrafos (si no se toman selfies o algún colega hace el favor) no aparecen en fotografías. ¡No! Su destino es consignar la historia, no ser personajes de la historia. Se convierten en personajes cuando su obra trasciende el territorio de la sombra y se encarama en el territorio de la luz. Entonces, los nombres de Manuel Álvarez Bravo, Tina Modotti, Pedro Valtierra, Graciela Iturbide abandonan los zaguanes y se instalan en el centro de los patios.
La labor, la verdadera labor de los grandes fotógrafos, es callada. Su grito es a través de la imagen. El fotógrafo debe pasar casi inadvertido, para que el retratado no sepa que es retratado. Hay fotografías de estudio y hay fotografías que se dan en el campo de batalla, donde está la vida tropezándose y arrimándose al vestido sencillo en que lo cotidiano se mueve. La labor de los verdaderos fotógrafos es tomar la fotografía que sea la crónica del mejor instante, del instante sublime. Por esto, digo yo, el fotógrafo no debe extraviarse ni un instante, como el guardián debe estar atento al ciento por ciento, porque en cualquier instante puede brotar el detalle luminoso, el único, el que le está destinado. El fotógrafo que desvía su atención nunca estará al lado de Álvarez Bravo ni de Tina Modotti.
Yo, pésimo fotógrafo, le tomé esta foto a Hugo Nandayapa, se la tomé en el instante que se acuclilló para lograr el mejor ángulo. ¿Por qué aparece mi dedo en uno de los ángulos? Porque, igual que le sucede al presidente de la república, cuando mi conciencia preguntó: ¿A quién le tomarás la foto: a la muchacha bonita o a Hugo?, mi conciencia respondió: “Lo que diga mi dedito.” Yo, antes, había pensado: ¡A la muchacha bonita!, pero mi dedito dijo: “¡A Hugo!”, por eso ahora hablo de Hugo y no de la muchacha bonita; por eso Hugo aparece acá y no la muchacha bonita; por eso, en primer plano, aparece el metido de mi dedito.

jueves, 16 de mayo de 2019

DEFINICIÓN DE CALLE




Pau me dijo que era un trabajo escolar. La maestra pidió a los alumnos que redactaran un texto en que describieran la calle donde viven y, también, incluyeran la definición de calle, que podían obtenerla del Internet. Pau, quien ya había hecho el trabajo de redacción, dijo que no quería incluir la definición de diccionario, sino una definición que le diera su tío, y su tío soy yo.
Estos trabajitos gratuitos me ponen de mal humor. Dejé el té de limón que bebía y comencé a pensar en voz alta: ¿Calle? Bueno, los urbanistas la definen como el espacio público en que… ¡No, no!, gritó Pau: No, no, no quiero saber lo que dicen los urbanistas, quiero saber qué decís vos. ¿Calle?
Gracias a Dios, mi prima fue la tabla de salvación. Ella entró a la sala, limpiándose las manos en el mandil, porque hacía un pay en la cocina, y le dijo a Pau si ya tenía el libro que le había pedido. Mi sobrina, sentada en el piso, con las piernas debajo de la mesa de centro, dijo que no, que al rato. ¡No, señorita, nada de al rato, lo quiero ahora!, y el tono de mi prima fue tan determinante que a Pau no le quedó más que abandonar la madriguera de sus piernas y muslos y, rezongando, ir a su cuarto a buscar el libro.
Gracias, le dije a mi prima. Ella sonrió, dijo que me había visto en problemas y me ofreció más té, porque el que estaba en la taza ya estaba frío.
Mi prima fue a la cocina y yo pensé que soy más de casa que de calle, pero, debo confesar, la calle me seduce, tiene algo como un imán que siempre actúa sobre mi campo gravitacional. Cuando fui niño, la casa tenía balcones y desde ahí me encantaba ver la calle, llena de sol, a mediodía, o como flor húmeda, cuando llovía. Me encantaba la altura de los balcones, porque ellos me permitían permanecer alejados de los que caminaban por la calle, pero, a la vez, me permitía observarlos con atención. Veía los canastos llenos de chayotes que cargaban las mujeres que ofrecían sus productos en los zaguanes; veía los burritos que llevaban unas cajas de madera donde, con pulcritud, iban colocadas decenas de botellas, de las llamadas gaseositas; veía cómo, en tardes de lluvia, naufragaban los barquitos de papel, que algún niño había aventado corriente arriba. Los sonidos de las casas eran diferentes a los del interior de la casa, esos sonidos eran como más vivos, estaban llenos de fragmentos sonoros: carreras, gritos, campanas, silbatos, cascos de caballos, jaloneos, trompadas, murmullos. En las noches, en la casa cesaban los sonidos y en la calle aparecían, de vez en vez, algunos que eran rotundos: unos pasos a la carrera en la noche asumen un rostro de terror que está ausente en el día. Una vez escuché un galope de caballo, eran más de las once de la noche (El Sombrerón, pensé, y subí las cobijas para cubrirme la cara).
Mi prima dejó la taza sobre la mesa de centro, dijo que lo tomara, y agregó: Muchas veces, Pau inventa sus tareas. A veces, dijo su mamá, no creo que la maestra deje unos deberes tan extraños. Comentó que la otra tarde, Pau dijo que debía investigar por qué no hay conejos azules. ¿Cómo lo ves?, me preguntó. Nada dije, pero, a la hora que mi prima lo contó, no sé por qué pensé en el conejo de Alicia, en el País de Las Maravillas, libro que le había regalado a Pau, la navidad anterior. Bueno, la pregunta daba para mucho. ¿Por qué no hay conejos azules? El pintor Franc Marc pintó un caballo azul, tal vez él habría tenido la respuesta correcta.
Sí, pienso igual que mi prima: Es Pau quien se autoimpone tales deberes, tales inusuales preguntas. Tomé el té, estaba rico. Me despedí, sin ver a Pau. Pensé que seguía buscando el libro.
Cuando regresé una semana después, Pau jugaba en la sala, en su lugar favorito, tenía sus piernas y muslos debajo de la mesa de centro. En la superficie de la mesa había armado el centro de una ciudad, con calles y edificios, resaltaban los edificios de la presidencia y del templo. Las personas estaban hechas con plastilina (con plastilina de color azul). Cuando le pregunté, ella dijo que era una maqueta que entregaría al día siguiente.
¿Cómo te fue en tu trabajo de redacción? Bien, dijo, a secas; con cierta molestia, agregó: Saqué nueve, hizo una pausa, y agregó: Por tu culpa, por tu maldita culpa, por no darme tu definición de calle, y, a partir de ese instante, ignoró mis comentarios y mi presencia. Yo callé, callé.
Pensé que jugaba. Mi prima tiene razón. Su maestra no puede dejarle esas tareas. ¿Por qué no hay conejos azules? ¿Qué maestra de este país hace ese tipo de cuestionamientos? Pau quería hacerme sentir mal. Lo había logrado. Me sentí mal. ¿Definición de calle? Callé.

miércoles, 15 de mayo de 2019

CARTA A MARIANA, EN BUSCA DE UNA PALABRA




Querida Mariana: No negarás que la palabra Tregua es bonita. A veces, las palabras sirven para jugar. En programas bobos de televisión o en monólogos emplean personajes que confunden las palabras. Por lo regular los personajes son viejos o sordos que escuchan una cosa mientras se dice otra. Por ejemplo, si vos decís: “La palabra tregua es bonita”, yo, viejo sordo, escucho: “La cabra yegua es bonita” y pregunto: “¿Por qué la cabra se llama yegua?”, y vos reís.
Este recurso teatral proviene, tal vez, del dicho popular que dice: “El sordo no oye, pero compone”. Y la mejor prueba de esto fue Beethoven, sordo que compuso exquisiteces.
Pero decía que la palabra tregua ¡es bonita! Me gusta como suena: Tre – gua. Tal vez me gusta porque tiene la misma terminación que tiene la palabra agua, y agua también es una palabra sonora. Los niños pronuncian agua como si echaran a volar papalotes: “¡Agua, mami, agua!”, la pronuncian con urgencia, porque los calores son agobiantes y tienen sed; en cambio, los viejos (como yo comprenderé) pronunciamos la palabra como si el pozo estuviera seco: “A – gua”, la palabra se desliza como si estuviera en un charco. Los niños la pronuncian como si la palabra bajara en la cascada de El Chiflón. Ah, cómo se derrama.
Pero decía que la palabra tregua ¡es bonita! Sí, se confunde con la palabra yegua, o bien, empleamos ambas para rimar unos versitos, como los versitos que escribió Raymundo cuando presentó examen de Lexicología: “Me gusta la tregua / que hace tu cadera /cuando, sobre yegua, / azuzás la pradera.” ¿Mirás, tregua, yegua? Tregua tiene la misma terminación que agua, pero no puede rimarse con esta palabra, porque suena diferente; es decir, tregua suena igual que yegua, pero yegua y tregua no suenan igual que agua, a pesar de que tienen la misma terminación de gua, porque si a éstas vamos, entonces, agua debía rimarse con gua gua, sí, con perro. El versito de Raymundo decía: “Me gusta el gua gua / que tiene el tío Vito. / Cuando toma a-agua, a-gua / se le para el pito.” Tenía que decirlo así, a-gua, a-gua, para que rimara. Todos reíamos. Era una bobera.
Digo que me gusta la palabra Bobera, rima con espera y con pera. De niño me encantaba decir aquello de que “El que espera ¡desespera!”, era una rima facilona, bobalicona. ¡Sí, era una bobera! Pero, ¿sabés qué? Me encanta la palabra bobera, porque rima con chistera, y chistera es el sombrero de los magos, y los magos son escasos en el mundo. No todo mundo sabe hacer actos de magia. Mandrake (personaje de cómic, que leía en los años sesenta) era un mago. Como todos los magos vestía de manera muy elegante, casi siempre andaba de frac (con excepción de las mañanas en que iba a la piscina, acompañado por una serie de muchachas que tenían los mismos cuerpos que tiene la mujer más bella del mundo). El tal Mandrake era un sibarita. ¡Sí! Tenés razón, la palabra Sibarita también es una palabra bonita, porque suena con ésta: Sibarita, bonita.
He tenido el privilegio de conocer a dos o tres amigos sibaritas; es decir, gente que le gusta lo bueno, lo fino, lo exquisito. ¡Nacieron príncipes! Nacieron príncipes, sin necesidad de nacer millonarios, con lo cual digo que no se necesita tener mucha paga para tener buen gusto. Hay personas que visten con elegancia, con fineza (no como el boxeador “El Canelo”, que compró un pijama de muchos miles de pesos y que era de un pésimo gusto). Hay personas que convierten a la comida en un placer de los dioses y saben qué clase de vino va con qué clase de alimento. El versito de Raymundo decía: “Me gusta ser sibarita / y comerme tus bellos pies, / y jugar tu tutís con mi varita / al derecho y al revés.” Todos reíamos.
Pero, bueno, decía que me gusta la palabra tregua. No rima con agua, pero rima con yegua.
Posdata: Me gustan los juegos que jugamos cuando jugamos con las palabras. Las palabras son nuestras canicas, nuestra cuerda para saltar; las palabras son nuestras nubes y, al tirarnos sobre el piso y soltarlas al cielo, buscamos qué forma tienen. Por esto me gusta la palabra tregua, porque tregua es lo que nos damos cuando nos escapamos del tráfago de todos los días.
¡Sí! Tenés razón, Tráfago también es una palabra bella, rima con…

martes, 14 de mayo de 2019

EL CANTO DE TODOS LOS DÍAS




¿Han visto cómo las patrias se desgajan? Los noticiarios televisivos muestran en las pantallas cómo el mundo se despedaza como si fuese un árbol con frutos podridos. Los muros, los gusanos de alambre de púas, los misiles, son el pan sin levadura de todos los días.
Pero, a pesar de esa inmundicia que cubre nuestros cielos, millones de hombres y mujeres de buena voluntad se levantan en medio del hambre, del hambre del vacío ¡se levantan! En los pueblos de esta parte de América hay semillas para todo, semillas para el viento y para el aire.
Los hijos buenos de la patria lo hacen como si imploraran un canto, injertando los pasos en el suelo, pensando que las semillas de esos pasos crecerán y serán árboles y no habrá talador que eche abajo sus sueños.
Los buenos ciudadanos quieren ser árboles, abonan para ser la semilla del agua y del canto.
¡Ah!, con qué gusto siembran, a pesar del cielo sin agua, a pesar de la gota agotada. Con qué esmero sueñan la arena del África, el cemento de la urbe americana, la palma deshecha, la choza.
Se levantan del hambre. Del hambre del pie desnudo, del árbol, de la montaña sin ramas.
Se levantan a media noche, con el frío arropado en los párpados, con la destreza del que no mira y tentalea el hocico de la madrugada.
Se levantan hartos del tedio.
Quieren ser la hendija que pare luz; quieren ser el renuevo de lo que no se ve, de lo que no existe.
Se levantan sin muletas. Lo hacen para no extraviar la memoria, para recordar que aún hay esencias en medio de la polvareda.
Se levantan a prender la misma radio que escuchó el abuelo, a regar las plantas que sembró la abuela. ¡Ah!, con qué alegría consienten el vientre del alma. Saben que la miseria es el sol que alcanza sus mañanas; no obstante, ¡se levantan!, toman la coa y el morral y, como si rezaran, abren sus manos y eligen la semilla del alba.
A pesar de la corriente inmunda, algo de agua limpia refresca el ánimo. No se dejan, no cejan en el intento.
En todos los pueblos del mundo hay miles de personas que abonan para que los cimientos crezcan como árboles.
En todos los pueblos del mundo hay niños que brincan la cuerda, que trepan a los árboles, que dan de comer a los animales del huerto.
En todos los pueblos del mundo hay gente que no tala árboles, que, al contrario, hace nidos con sus manos.
Todas las mañanas hay incesantes repiqueteos de metralla, pero también repican las campanas.
Es decir, hay brotes de esperanza, a pesar de los ríos de mierda, hay esperanza; hay esperanza de que más gente noble se una a la campaña de sembrar sonrisas en los rostros de los niños. Intentan, día a día, convertir el ruido en un canto de cenzontle, para formar el canto bueno de todos los días.

lunes, 13 de mayo de 2019

CARTA A MARIANA, DONDE SE EXPLICA EL VALOR DEL DINERO




Querida Mariana: Nunca había presenciado algo semejante. Estaba en la fila del banco, leía “Judas”, de Amos Oz, mientras esperaba. De vez en vez levantaba la vista para ver cuántos me precedían en la fila. Éramos, más o menos, doce. Una señora, con una bufanda, se quejaba con otra que tenía gripe y que el aire acondicionado podía agravarla, pero (cosas de la vida) una muchacha con pantalones ajustados se abanicaba con un papel, porque, sin duda, el aire acondicionado no alcanzaba a mitigar el calor que sentía. Yo, igual que la mujer de la bufanda, subí el cierre de mi chamarra, porque, desde siempre, los aires acondicionados me molestan. Me gusta el aire natural, me disgusta mucho lo artificial.
De pronto me fijé en el niño que estaba en la fila, en el momento que lo vi, él estaba en el tercer lugar, a punto de pasar a la ventanilla. Tenía una mano adentro de la bolsa del pantalón, se escuchaba un tintineo, como si su bolsa estuviera llena de monedas. Pensé que los niños de mi tiempo llevaban las bolsas llenas de canicas. Ahora, los niños ya no juegan canicas, juegan videojuegos en sus celulares. Parece que vivimos en un mundo artificial, un mundo en el que los aires tienen que ser acondicionados. Un niño en una fila bancaria no es usual, él tendría seis o siete años.
Seguí leyendo la novela de Amos Oz, escritor israelí. Avancé un lugar. El niño ya estaba a dos de pasar a ventanilla. La mujer de la bufanda estaba detrás de él. Se tapaba la boca con la bufanda cada vez que estornudaba, cada vez estornudaba con más intensidad y frecuencia, como si, en efecto, el aire la estuviera fastidiando de más.
En el libro de Amos Oz leí que en Hagadá de Pesaj (uno de los textos más importantes de la tradición judía) aparecen cuatro hijos: el sabio, el malvado, el simple y el que no sabe preguntar. El niño ya estaba en el primer lugar de la fila, esperaba pasar a la ventanilla. Cerré el libro y pensé si, a la distancia, podía ubicar a este niño en la categoría del libro judío. Ese niño comiteco ¿era un niño simple? ¿Un niño malvado? ¿Un niño que no sabía hacer preguntas? O ¿un niño sabio?
La señora de la bufanda tenía el rostro rojo (tal vez ardía en calentura). Parecía a punto de desfallecer, pero por fortuna, ya estaba a punto de pasar. Vi que la mujer se acercó al niño, le dijo algo y él asintió, se hizo a un lado y le cedió el lugar. Sí, la señora no veía la hora de salir de ese encierro helado que, en lugar de refrescar el ambiente, lo molestaba en grado supremo.
El niño siguió con la mano adentro del bolsillo, desde mi lugar lograba escuchar el tintineo de monedas. Mientras yo leía para distraer el aburrimiento, él jugaba con sus monedas. No le di vueltas al simbolismo, porque, de seguro, saldría perdiendo.
La señora terminó la operación, estornudó, agradeció al niño y corrió en busca de la salida. La vi en la calle, se llevó la mano al pecho. Pensé si ella, de niña, había sido una niña sabia, o una niña malvada o una niña simple o una que no sabía hacer preguntas. Iba a jugar con las posibilidades de acuerdo con su comportamiento en la fila, cuando vi que el niño caminó hacia la ventanilla y dijo: “Quiero comprar un billete de cincuenta pesos” y comenzó a depositar el bonche de monedas que llevaba en su bolsa, sacaba un puño de monedas y lo colocaba en el mostrador metálico. Vi la cara del cajero, tenía una mueca chueca en su boca, pensé que él no había sido un niño sabio y que tampoco había conocido el valor de la pregunta, porque preguntó: “¿Quieres un billete de cincuenta?”. Tal vez de niño había sido un niño sordo. ¿No había escuchado? El niño había dicho que quería comprar un billete de cincuenta. ¡Comprar! Bueno, pensé, si yo hubiese sido el cajero también me habría sorprendido. Jamás había visto que alguien se parara ante una ventanilla y pidiera comprar un billete. La transacción bancaria casi exige la palabra cambio. Los adultos se paran frente a la ventanilla y piden que les cambien un billete de cincuenta por cincuenta monedas de a peso o lo contrario, piden que les cambien ese bonche de monedas por un billete, pero nadie (hasta que lo presencié) pide comprar un billete de cincuenta y lo paga (¡lo paga!) con cincuenta monedas de a peso.
Posdata: El niño, pensé, no era un niño simple, tampoco lo vi como un niño malvado (haber cedido su lugar a la enferma mostraba lo contrario). ¿Era un niño que no sabía hacer preguntas? ¡Al contrario! Entonces se acercaba a la sabiduría. Me encantó el aplomo con que se paró frente al cajero y dijo: “Quiero comprar un billete de cincuenta” y lo pagó con cincuenta monedas de a peso.

sábado, 11 de mayo de 2019

CARTA A MARIANA, CON UN HILO DE PLENITUD




Querida Mariana: ¿Identificás esta calle? Sí, atinaste, es la bajada del mercado Primero de Mayo. Tomé la fotografía la semana pasada. La imagen es muy común, como es temprano, las taquerías ambulantes, como mujeres friolentas, están embozadas con bufandas de plástico, pero la oficina parroquial y las tiendas ya están abiertas (venta de chunches para celulares, artículos religiosos, zapatería La Económica, la boutique Daniela Ramírez , Pañalitos, taquerías fijas, venta de películas y, en la banqueta, mujeres que ofrecen cacahuates).
¿Por qué entonces te mando esta fotografía? Porque si ponés atención verás que hay una pareja que camina por la calle, y no por la banqueta. Si estuviera con espíritu juguetón te invitaría a que adivinaras quiénes son esos caminantes, pero entiendo que es difícil identificarlos. Diré que algunos amigos de mi generación, después de varios intentos, sí lograrían identificarlos. Es una pareja comiteca muy conocida, una pareja que aporta al desarrollo de nuestra sociedad.
Pero, bueno, comparto esta imagen, porque llamó mi atención que ellos, despreocupados, caminaran a media calle, como si lo hicieran en el parque. No era un día especial, era un día común y corriente; es decir, por ahí circulaban los autos, pero ellos hicieron una pausa en el universo y caminaron como si esta calle fuese un andador.
Ella va cogida del brazo de su esposo. ¿Quiénes son? Ya dije que es difícil que los reconozcás, así por detrás. Si a mí me invitaran al juego pediría algunas pistas, para que éstas me fueran llevando a la solución. Una buena pista es el nombre de ella. Mirá, su nombre empieza con la letra G, pero en el trato afectuoso esa G se vuelve L. ¿Verdad que es una buena pista? Su nombre empieza con G, pero cuando sus afectos la tratan con cariño el nombre empieza con L. ¡Ah, estoy seguro que ya sabés el nombre de ella!
Llamó mi atención la tranquilidad con que ellos caminaron. Imaginé, por un momento, la posibilidad de recuperar la calma que antaño tuvo nuestro pueblo, cuando las personas caminaban sin los agobios contemporáneos, que ahora padecemos por dos o tres automovilistas frenéticos que quieren avanzar como si manejaran en la Autopista del Sol.
Una de las tradiciones comitecas ha sido la posibilidad de caminar este pueblo con la placidez con que ellos caminan. El tiempo (lo sabe todo mundo) es uno de los tesoros del ser humano. “¡No queda tiempo para nada!”, reclama medio mundo. Es cierto, el tiempo en estos tiempos se ha convertido en el capataz del hombre. A veces imagino al tiempo, con botas, sombrero y fuete en la mano, azotando a las hordas de mujeres y hombres que deben apresurarse para llegar a tiempo a la escuela, al trabajo, a las mil y una citas. Veo cómo algunos pelean los lugares vacíos en la combi; cómo, a cada rato, ven el reloj y se golpean los muslos porque saben que llegarán tarde. Llegar tarde es uno de los grandes desórdenes del mundo. Nos enseñan, desde la escuela, a ser puntuales; es decir, a levantarse de madrugada, a medio bañarse, a mal desayunar, a correr para alcanzar el colectivo o para subirse al auto que manejamos a velocidades peligrosas. Todo porque debemos llegar temprano, porque debemos ser puntuales. ¡Es lo correcto! Así es, pero existe una reflexión que nos obliga a hacer un alto y decir: ¿Esto es la vida? ¿Este absurdo carrerear para todo es lo importante?
El otro día vi un reportaje de un espacio excelso que está en el estado de Morelos, que se llama Jardines de México. Estos jardines tienen 37 hectáreas de jardines de contemplación. ¿Mirás? Llamó mi atención el concepto de Jardines de Contemplación. La Misión de ese espacio único en el mundo es: “Provocar una experiencia sensitiva única de belleza floral, a través de jardines contemplativos que promueva amor y respeto por la naturaleza.”
Cuando vi a esta pareja caminando a mitad de la calle, en un día trapajoso, pensé que, en años pasados, Comitán fue una ciudad contemplativa. Las personas acudían a los parques, se sentaban y se dedicaban a contemplar la tarde, el cielo naranja, el vuelo de los pájaros y el aire que, como abeja, libaba la miel de la flor sosegada. ¿Recordás que tu tío Armando nos contó de esa sana costumbre llamada “banquetear”? Algunos amigos tenían la costumbre de reunirse por las tardes, se sentaban en la banqueta y ahí fumaban, reían, compartían chismes y, en ocasiones, tomaban una caguama que escondían detrás de un piedrón. Las tardes tenían el rostro amable de la luz del vitral. Hoy ya no es así, desaparecieron los silencios que son esenciales a la música y ahora el ritmo es un continuo tamboreo que hace que nuestros pies se muevan sin orden, sin sentido. Banquetear es costumbre sabrosa. A veces, cuando uno se sienta sobre la banqueta, ésta aún permanece calentita por el sol de mediodía; a veces, en temporada de invierno, las nalgas reciben la caricia fría de las manos de esas banquetas que, por lo regular, están acostumbradas a recibir las suelas de los zapatos y no las sentaderas. Este cambio de vocación permite que las personas ejerzan el tierno oficio de la contemplación.
Hay lugares del mundo que están recuperando la esencia contemplativa, es un imperativo de los sentidos. No podemos vivir en medio del tráfago. Hay una tendencia mundial que trata de recobrar la tranquilidad que vivieron nuestros abuelos, quienes vivieron la vida sin hipotecar su vida. El jardín, lo han explicado los expertos paisajistas, es el símbolo del Edén. Cada país tiene sus particulares formas de expresar su amor por la naturaleza. El jardín comiteco, nos han explicado, posee la característica del desarrollo natural; es decir, crece conforme lo dicta la naturaleza, con el caos dentro del orden universal. El jardín comiteco no sólo posee la belleza de las flores, sino, también, la mano generosa de los árboles frutales y la bendición de las hierbas de olor (laurel, tomillo, mejorana, orégano) y plantas medicinales, como albahaca, menta, verbena, lanté, hierbabuena, manzanilla, epazote, árnica, romero, ruda y demás hojas de Dios.
¿Querés otra pista? Te voy a dar una que será como abrir la puerta para que descubrás la identidad de esta pareja, que, insisto, son comitecos que, como acá se advierte, aún buscan resquicios de tranquilidad en el Comitán hormiguero de hoy. A ver, ¿qué pista te doy? ¿Algo acerca de él o una más para que identifiqués a ella y, de inmediato, sepás qué pareja es? Va, para que sepás quiénes son, daré otra pista. A ver, a ver: El primer apellido de ella es el antónimo de anocheceres. ¿Verdad que está sencillo? Ya con esto ¡tenés la respuesta!
Esa mañana, ellos caminaron quitados de la pena, a media calle. Tomé la fotografía desde mi auto; es decir, yo iba detrás de ellos y llamó mi atención la forma en que abrían un resquicio en el Comitán trajinoso de estos tiempos. No digo que esto debamos hacer los comitecos todos los días, ¡no!, porque entraña un peligro, pero sí digo que, en ese instante, ellos imprimieron un ritmo distinto al pueblo, caminaron en pareja, lo hicieron en forma tranquila, sosegada, como si fueran un par de codornices a mitad de un campo sembrado con margaritas.
Te he dicho que, al conducir mi auto, no me disgusta esperar uno o dos minutos cuando el conductor del carro que va delante de mí se detiene porque en la banqueta se topó con un amigo, quien se acerca para saludarlo. Muchos conductores que deben esperar tocan el claxon o gritan: “Vayan a platicar a su casa.” A mí no me disgusta esa espera, pienso que es un privilegio de nuestro pueblo tomarse uno o dos minutos para platicar desde el auto con un amigo que camina en la banqueta, en las grandes ciudades es imposible que el conductor que va en un eje vial se detenga un minuto para platicar con el amigo, ¡es imposible!
Ayer en la tarde vi cómo una señora que iba en su auto, al llegar a la esquina del parque central, en el lugar donde está la placa de “Comitán, pueblo mágico”, al lado de la escultura “Día marcado”, de Luis Aguilar, pidió una nieve, al nevero que estaba en esa esquina, con su carrito. El nevero se apuró a colocar el barquillo en la servilleta y ponerle dos bolas de nieve, sabor vainilla. La mujer preguntó cuánto era: Diez pesos, dijo el nevero, y vi cómo éste le ofreció el helado y recibió la moneda. Todo sucedió en un minuto. El nevero, como si tuviera servicio VIP, sirvió la nieve a la conductora que le pasó el barquillo a su hijo que iba en el asiento posterior. Esto no lo permiten las ciudades donde el tiempo es un remolino, una shuta tataratera que nunca descansa.
Posdata: Llamó mi atención esa pareja comiteca. ¿Ya diste quiénes son? ¿No? ¡Ah, pucha! Bueno, diré la última pista. Con ésta podrás identificarla al instante: La pareja vive en el barrio de Guadalupe. ¡Ya! ¡No diré más!