sábado, 30 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE NUESTRO MISHA




Querida Mariana: En casa conviven con nosotros un gato, una perra y una cotorrita australiana. Bueno, también hay dos o tres cucarachas y dos o tres gecos. Los domesticados son parte de la familia, los otros no. A los gecos no les damos alimento, ellos lo buscan, y a las cucarachas, si es posible, les metemos un zapatazo. En cambio, a los otros tres sí les proveemos su alimento, a la cotorrita le ponemos agua y alpiste en su jaulita; a la perrita (se llama Pigosa, le decimos Pigo) le damos agua, croquetas y desparasitantes; lo mismo hacemos con el Misha. Al Misha le compramos croquetas especiales, algo que controla su sistema urinario. Estas croquetas han permitido que siga vivo. De acá colijo que la alimentación está directamente relacionada con la salud.
El gato lleva más de quince años a nuestro lado. La perrita y la cotorrita son las coshitas, tienen seis o siete años siendo parte de nuestra familia. Nuestros tres animalitos son caseros. Nunca salen de casa. El Misha vino con nosotros cuando, en 2008, viajamos de Puebla a Comitán, en un viaje de retorno a la casa mayor. El Misha es poblano. Una alumna de la Benemérita Universidad de Puebla se lo regaló a mi Paty, cuando el gatito era pequeño. Ha crecido con nosotros. Ya es comiteco, porque ha vivido más tiempo en Comitán que en Puebla.
El Misha (igual que la Pigo y que el Guasú, que es el nombre de la cotorrita) nunca se apareó. Siendo pequeño, mi Paty dijo que lo esterilizaran (por aquello de las gatas moscas) y, como digo, siempre está en casa y jamás ha hecho lo que hacen sus primos todas las noches, que andan de tejado en tejado, iluminándose con la luz de la luna.
¿Qué sucede con las mascotas que pasan tantos años en una familia? ¿Ellos se adecuan a nosotros, o, con el tiempo, nosotros nos volvemos un poco perros, un poco gatos, un poco aves? Yo soy un poco gato, mi carácter es más cercano al del gato que al del perro. Ambos son muy diferentes en sus personalidades. El gato es introvertido, el perro es como el secretario de relaciones del hogar. No sé si la posición de sus orejas tiene algo que ver con la personalidad. El gato, lo veo, tiene las orejitas paradas, como si siempre estuviera escuchando lo que decimos; en cambio, la perrita tiene las orejas gachas, pero, en compensación, ladra y ladra como si fuera una de esas comadres que no dejan de hablar. La Pigo avisa cuando llega el camión del gas, cuando pasa el camión de la basura, cuando se estaciona el camión con los garrafones del Agua Maya, cuando Paty llega a casa. Ladra, y sólo se calma cuando Paty le dice que ya, ya, ya oímos.
Todos los que tienen perritos como mascotas (o perrotes) han vivido la experiencia de recibir una tormenta de cariño cuando llegan a la casa. Con nosotros pasa lo mismo, cuando llegamos, al abrir la puerta, la perrita mueve la cola, ladra, sube al sofá, en fin, hace mil trescientas veintidós marometas; en cambio, el gato (acostado en un mueble) abre los ojos, se levanta, se despereza, baja de un salto y va a tomar agua, ignorándonos olímpicamente. Baja del mueble sólo para mostrarse, para que nosotros lo veamos. Me encanta la parsimonia del gato. Estoy seguro que cuando llegue el fin del mundo, los perros ladrarán, correrán, treparán, bajarán y moverán sus manitas como escalando los muros del aire, mientras los gatos del mundo sentados en sus patas traseras cerrarán tantito los ojos, en actitud de dejendejoder.
Las perritas extrañan mucho a sus amos, los gatos ¡no! Algunos amigos, expertos en vida animal, me explican que el perro tiene una sensación brutal de abandono. Cada vez que el amo sale de casa, “piensa” que los amos no volverán. Esto habla de una gran dependencia con respecto a sus amigos humanos. Les encanta que los seres humanos estén con ellos en casa. Nuestra perrita, con mayor razón, porque como no sale, se queda sola. ¿El gato qué “piensa”? De acuerdo a su comportamiento no tiene la sensación de abandono, sabe que cuando volvamos le daremos agua y croquetas. La perrita siempre se da cuenta del instante en que salimos a la calle. El Misha en contadas ocasiones se da cuenta, porque la mayor parte del tiempo se la pasa durmiendo.
Digo que el gato lleva más de quince años a nuestro lado. Hay unas tablas de vida que hacen los expertos, en esas tablas señalan que el primer año de vida del Misha correspondió a quince años de nuestra vida humana; el segundo año de vida del gatito fue equivalente a diez años de los nuestros. La tabla indica que cuando el gato es adulto, cada uno de sus años significa cuatro años humanos. Así, pues, bajita la mano, nuestro Misha se acerca a los cien años. Ha vivido quince o dieciséis con nosotros. Gran parte de este tiempo lo ha dedicado a dormir. Sale al patio y busca el sol, cuando ya se hartó del sol entra a un cuarto donde tiene su espacio favorito, pero, cuando se harta de estar dentro del cuarto, sale y busca nuevos lugares para dormir. Nosotros hemos detectado que le encanta descubrir nuevos espacios. ¡Ah, cómo disfruta meterse en bolsas o en cajas de cartón! A veces quiere salir al patio, maúlla, maúlla, si ignoramos su petición, se trepa a un mueble y se mete al cuarto de mi madre, por una ventana y se acuesta en la cama, la deja toda llena de pelos. Cuando la ventana está cerrada, entonces se dedica a mover el trasto con agua y no deja de hacerlo hasta que lo tira y riega el agua. Son sus berrinches gatunos, es su forma de protesta. Cuando hace esto, pienso que si fuera niño se tiraría en el piso y patalearía durante horas y horas; si fuera joven grafitearía las paredes y quebraría cristales y, si fuera feminista, quemaría la bandera nacional, pero como el Misha es un sencillo gatito no hace más que mirarnos y maullar cuando le decimos su nombre.
Nuestro Misha ha vivido muchos años con nosotros, tantos que ahora ya está viejo, se mueve con dificultad, come poco. Mi Paty (que ama al gato por encima de todas las cosas) dice que ya pesa muy poco. El gato enorme que llegó a ser se ha vuelto casi casi un trapo con huesos. Cuando estaba en plenitud, todo mundo que lo veía por primera vez se asombraba de su tamaño. Muchos niños se acercaron con timidez y preguntaron qué animal era, uno de esos niños preguntó si era un tigre blanco. Y yo dije que no, pero quise decir que sí, porque el Misha tiene una arrogancia y apostura que habla de su parentesco con los grandes gatos del mundo, con los tigres, con los leones, con las panteras.
Hoy en la mañana vi al Misha, él también me vio. Tuve un arrebato inesperado: Quise abrazarlo, pero él nunca se ha dejado. Ha sido un gato muy escaso. Siempre he respetado su intimidad, su deseo de ser él, porque yo soy un poco como Misha. A veces me veo como alguien que está sobre un sofá viendo cómo transcurre el mundo, cómo las Pigos del pueblo mueven la cola.
La poeta polaca Szymborska tiene un poema que se llama “Un gato en un piso vacío”. En este poema, hay un cambio de perspectiva, la poeta habla de la vida de un gato que se quedó solo, porque su amo murió y jamás volverá. El gato se quedó solo, solo, en un piso vacío. No sabe el gato que su amo jamás regresará, no sabe que, como dice la poeta: “Hay algo aquí que no empieza / a la hora de siempre.”, y pienso, entonces, que nuestro Misha se ha hecho viejo, que sus maullidos, igual que su cuerpo, han perdido peso y ahora se mueve como si fuera parte del aire, porque algún día se hará aire, aire. Nuestro Misha dejará su cuerpo y, entonces, nosotros pensaremos que “hay algo ahí que no empieza a la hora de siempre.”
El gato ha destruido el tapiz de los muebles, ha tirado mil veces el contenedor del agua, ha llenado de pelos toda la casa, cualquiera pensaría que el gato ha sido un fastidio, pero ¡no!, nuestro Misha llegó un día a casa para hacernos sentir menos solos, para que nos viera y en esta mirada nos aventara todo el misterio del mundo: ¿Qué hacemos? ¿Para qué él ha vivido cien años a nuestro lado? ¿Para qué? Un día, ¡mierda!, la casa tendrá un hueco vacío. Nosotros pedimos que este instante tarde en llegar.
El poema de Szymborska inicia así: “Morir, eso no se le hace a un gato”. Nosotros quisiéramos gritar, susurrarle a nuestro Misha: “Morir, eso no se le hace a un humano.” ¡Ay, Misha! ¡Ay, aire del aire!
Los gatos y los perros llegan a las casas para acompañar a los humanos. Quien piense lo contrario está equivocado. Desde el principio de los tiempos, los bisabuelos de los gatos y de los perros se han mantenido solos, antes de que el ser humano tomara la forma que ahora tiene, los gatos y los perros (y las aves) vivieron tranquilamente. Dios (dice la Biblia), después de formar toda la naturaleza, hizo al hombre y a la mujer, y entonces, los gatitos y los perritos, vieron que el hombre y la mujer estaban solos y pensaron que no era bueno que el hombre y la mujer estuvieran solos y se compadecieron de ellos y decidieron acompañarlos, y desde entonces, los gatos y los perros (y también las aves y demás mascotas) han cumplido esa misión divina: acompañar a los seres humanos para que, tal vez, en algún momento entiendan cuál es el motivo de la vida, la misión suprema del paso por la tierra.
Posdata: Yo digo que sí, mi mamá dice que no, yo digo que, en la casa de mi infancia, hubo un perro negro, grande, digo que me subía a su lomo y él, generoso, me paseaba por los corredores de la casa. Mi mamá dice que no es cierto, que nunca tuvimos un perro. Yo digo que sí, es uno de mis recuerdos más entrañables, me encantaba estar con el perro negro, que me permitía subir a su lomo. Mi mamá nada dice, pero yo digo que es bueno que los niños tengan perritos como mascotas, es bueno que ellos aprendan el precepto divino de que no es bueno estar solos.

viernes, 29 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA NAVIDAD ES HIJA DE LA NOSTALGIA




Querida Mariana: Sólo un año no regresé a Comitán en época navideña, cuando fui estudiante universitario. Ese año me tocó hacer guardia en el trabajo que tenía en la Ciudad de México. Cuando mi jefe me comunicó la infausta noticia, tomé el teléfono y hablé con mi papá. Al inicio de la conversación estaba dispuesto, incluso, a renunciar al trabajo. Poco a poco mi papá me ubicó en la realidad. Para no extrañar tanto el pueblo, ellos viajarían a la gran ciudad, llevarían una cajita con tostadas, butifarras, quiebramuelas (que me gustaban tanto) y asiento para que hicieran tortillas con el chincaste del chicharrón. Además, para amarrar el trato, mi papá ofreció que me compraría el walkman que quería. Acepté. Mis papás viajaron y se encontraron conmigo y pasamos la navidad en casa de unos tíos que nos aceptaron con gusto.
Ahora que lo escribo pienso que no traicioné a mi pueblo, porque no fue un chantaje al estilo de: “No vengás a Comitán, a cambio de…” ¡No! No fue así. Si no viajaría en época navideña como había hecho cada año, siendo estudiante de la universidad en la gran ciudad, es porque mi jefe me había asignado guardia, por esto había, incluso, pensado en renunciar. Porque ahí sí no había dudado, entre Comitán o mi trabajo, yo habría optado por Comitán. Trabajos había muchos, pero Comitán sólo uno, pero mi papá era un hombre sabio y me convenció de no alterar mi destino. En Semana Santa podría ir a mi pueblo. ¡Ah!, yo recibí la noticia sin mucha alegría. Comitán no es lo mismo en Semana Santa que en temporada navideña. En navidad, Comitán (como todos los demás pueblos del mundo) se llena de una luz ambarina que convierte al pueblo en una ciudad ámbar.
Mi jefe no sabía lo que significaba para mí volver a mi pueblo en navidad. No lo sabía, no lo sabía porque él (chilango de nacimiento y de corazón) pasaría navidades con su familia y en su ciudad. Nada extrañaría, en cambio yo…
Entiendo ahora la emoción de los comitecos que radican en otras ciudades, ante la posibilidad de viajar a su lugar de origen en esta navidad. Saben que muchas cosas se han modificado. Tengo amigos que no han regresado a Comitán durante diez o veinte años y ahora lo harán (¿cómo han soportado tanto tiempo sin regresar a su tierra?), lo harán y me han preguntado en inbox cómo está Comitán. Yo, lo único que les digo es que su ciudad los está esperando. Y espera es como la palabra clave en un reencuentro. Los pueblos esperan, pero uno no debe esperar más de lo que debe esperarse; es decir, esperar el cambio, eso sí. Siempre resulta así, cuando leo que fulano de tal se reencontró con la novia de su juventud, pienso que ambos deben esperar nada, porque si alguien se hace expectativas, lo más seguro es que se frustrará en el encuentro. Quien regresa al pueblo debe reconocer que el pueblo ha cambiado, pero que, detrás de las fachadas modernas, aún pervive su pueblo de siempre. Se sabe que los comitecos que ahora, después de un tiempo, regresen al pueblo no hallarán al abuelo que murió el año pasado, pero encontrarán a la sobrinita que nació hace tres años; ya no hallarán la casa donde vivieron su infancia, porque el tío que la heredó a la muerte de la abuela vendió la casa y el nuevo propietario botó la casa madre y construyó un edificio de departamentos, pero en compensación los viajeros de retorno hallarán espacios donde el aire corre sin trabas. Por esto, los comitecos de antaño que llegarán a su pueblo, deben volver a los mismos lugares donde la tradición poco se ha modificado, digamos el mercado 1º de mayo. Ahí está la nieta de la atolera, quien, con igual pericia, levanta el cucharón para llenar el vaso con atol agrio o con atol de granillo. Ahí está el mismo sabor concentrado, la esencia del pueblo. En el mercado también los viajeros hallarán el chicharrón de hebra, las butifarras, el chile en vinagre, el chile piquín y el asiento para hacer las tradicionales pellizcadas. Ahí, por encima o por debajo del habla de estos tiempos, está latente el cantadito del habla comiteca, ahí siguen revoloteando, como zanates en pinos, las palabras que nos identifican.
Posdata: En temporada navideña me gusta ir temprano al mercado, porque ahí me topo con amigos que están de vacaciones, los he hallado en el local del atol, los he hallado comprando chicharrón de hebra o comiendo una quesadilla de flor de calabaza. Los miro felices, los miro iluminados por esa luz ámbar que es como un chal luminoso y calientito.
La palabra clave es “espera”. Nadie debe esperar algo, ni siquiera los que, al final de la temporada, se quedan en casa a esperar que llegue la próxima navidad, época en que regresarán los hijos amados de este pueblo, los que aman entrañablemente su tierra, la tierra que abandonaron en algún instante.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON UNA ESTATUA DE SAL




Querida Mariana: El tío Rubén nos decía que no debíamos mirar hacia atrás. ¡Jamás! Siempre hacia adelante. ¿Queríamos triunfar en la vida? Pues eso, jamás ver hacia atrás, siempre hacia adelante, y (nosotros no lo sabíamos) repetía un lugar común: “Para atrás, sólo para agarrar impulso”.
Rubén chico, que era un poco inquisitivo, nos decía que probablemente el tío estaba equivocado, decía que si íbamos a ir tantito hacia atrás para agarrar impulso debíamos ver hacia atrás para ver dónde poníamos el pie, qué tal que había un cerote o si había un hueco donde podíamos torcernos el pie.
Por esto, una noche, a la hora que en la mesa tomábamos café con pan, y el tío nos echó su discurso de siempre, Rubén chico, sopeando la rosquilla en el café, dijo: “Bueno, tío, eso que decís está bien para los que caminan, pero los que manejan tráileres deben ver por los espejos retrovisores a la hora de rebasar en carretera.” Algo como una piedra enorme pareció caer sobre la mesa, el tío quedó viendo a Rubén chico con unos ojos de boca de tiburón, se lo quería tragar. Tragó el bocado que tenía en la boca y dijo: “No, pendejo, por eso los traileros son unos fracasados. ¿Querés ser trailero? ¿Un cabrón que se le pasa mirando para atrás?” Con esto dio por terminada la discusión, bueno, no, todavía agregó algo más a la hora que puso las manos sobre la mesa para apoyarse y ponerse de pie: “Pendejete”, dijo, ya molesto. Nosotros teníamos la mirada gacha, puesta sobre la mesa. Así, en esa posición, escuchamos los pasos solemnes del tío saliendo del comedor.
Cuando salió, la burbuja se quebró y pudimos volver a respirar más o menos en forma cadenciosa. Todos vimos a Rubén chico, esperábamos que dijera algo. Lo dijo. Dijo: “Pues yo digo, que, de vez en vez, hay que ver hacia atrás. A mí no me vengan con esas pendejadas de la Biblia, de la mujer que por mirar atrás se volvió de sal.”
Nadie dijo algo. Terminamos de cenar, casi en silencio. Ramón preguntó si al día siguiente iríamos al encuentro de fútbol en el estadio. Nadie dijo algo, seguimos sopeando nuestro pan. Sólo al final, Raúl dijo que no iría al estadio, porque su mamá lo llevaría con el doctor. Se levantó, se despidió y echó a correr por el corredor de la casa. Oímos el portazo. Luego se levantó Ramón y dijo que él tampoco iría al estadio, echó a correr.
Cuando sólo quedamos Rubén chico y yo, él me preguntó si había escuchado que el tío había entrado a su cuarto. Dije que no había escuchado, que no sabía. Rubén chico se paró y husmeó por la ventana que daba al patio. Regresó y me dijo que el tío estaba sentado en la mecedora, que fumaba. “Me está esperando, el cabrón”, dijo Rubén chico. Me preguntó si podía quedarse a dormir en mi cuarto. No, le respondí. Se hará más grande el problema, tu mamá vendrá a preguntar por vos y acá el tío te hará talco, quién sabe qué puede decirle. Sí, tenés razón, dijo Rubén chico. Bueno, ya me voy. Lo acompañé hasta la puerta del comedor, vi que se paró en el eje central del corredor y caminó hacia atrás, hacia ¡atrás! Desde la puerta vi que daba un paso y luego el otro, sin ver hacia atrás, cuando llegó hasta donde estaba el tío pareció desaparecer en la nube de humo del puro del tío, escuché que Rubén chico decía, como si fuera una oración: “No seré trailero, no seré trailero, no miraré hacia atrás, no miraré hacia atrás…”, mientras daba un paso hacia atrás y luego el otro. Sonreí, porque el tío nada dijo.
Posdata: Ahora, viejo, recuerdo con precisión esa noche. Recuerdo que desde la puerta del comedor le deseé buena noche al tío. La noche olía a jazmines. No debía acercarme, porque no sabía cuál sería su reacción, podía decirme que Rubén chico había aprendido la lección o podía seguir enojado por lo que Rubén chico había dicho en la mesa, porque (así son los adultos), pudo haber interpretado la actuación de Rubén chico como una burla. Desde lejos dije: Buenas noches, tío. Él sólo gruñó como un perro doberman y echó por la boca una fumarola como si fuese un tráiler viejo.

martes, 26 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON LA REINA DEL LUGAR




Querida Mariana: Como diría Joaquín: “He vivido engañado”. En mi adolescencia escuché muchas veces, en fiestas de amigos, la canción de La Plaga, la que cantaba Enrique Guzmán (y que en tiempos recientes cantó su hija Alejandra). Yo, desde el corredor, recargado en un pilar de madera, veía cómo mis amigos se contorsionaban en el patio al ritmo de esa pieza, movían sus brazos, piernas y cabezas como si estuvieran posesionados por el de abajo. “Ahí viene la plaga, ahí viene la plaga, le gusta bailar…”, y cómo bailaban. En ese tiempo ninguno de mi palomilla bebía trago, bastaba la embriaguez del ambiente para sentirse bien.
Pues, bueno, digo que viví engañado (por mí mismo), ya que cuando escuchaba eso de ahí viene la plaga, la imagen mental que producía era una caterva de bailarines que, como hormigas, llegaban para bailar. La plaga era como esos míticos azotes del que habla la Biblia.
Y ahora me entero que La Plaga es como el apodo de una chica. ¡Claro! Por eso la canción en una de sus líneas dice: “Es la reina del lugar”. ¿Mirás? Lo que yo consideraba una runfla de chapulines bailadores es una chica que le encanta el baile.
Y esto no es todo, ahora me entero que la canción que cantaba el grupo musical Los Teen Tops era un cover de una canción que interpretaba Little Richard (en inglés, por supuesto), y que la letra de esta canción, en idioma anglosajón, nada tiene que ver con La Plaga. En realidad, la versión original habla de una tal miss Molly, que, según los expertos, más que el baile le gusta el juego de cama.
En fin, ahora ya me desengañé, pero quienes viven engañados son los jóvenes. Me refiero a que, en forma constante me preguntan (pensando que yo lo sé) cómo se escribe “Ai nos vemos”.
Enrique Guzmán cantaba: “Ai viene la plaga”, así bien mexicano.
Yo, lo más que digo a los estudiantes es algo que tiene que ver con el prestigio de la lengua y con una regla inmodificable: Una cosa es el lenguaje oral y otro el lenguaje escrito.
Decimos “Ai nos vemos”, pero no podemos escribirlo así, ¡no, no y no!, a menos que sea propositivo, y que quien lo dice es un personaje de barriada. Revisé en el Internet cómo está escrita la letra de la canción y encontré lo que ya estás pensando: “Hay viene la plaga”, con hay de haber. ¡Uf, qué error! ¿Entonces? Ni ai ni hay. La lógica dictaría que debe escribirse así: “Ahí”.
Por eso (tenía que ser), el título del libro de José Agustín, José Buil y Gerardo Pardo está bien escrito: “Ahí viene la plaga”. Así pues, ¿cómo debe escribirse Ai nos vemos? ¡Ahí nos vemos!, porque refiere a un lugar.
Por supuesto, a la hora de hablar suena sabroso decir: “Ai nos vemos”, pero a la hora de escribir debemos hacerlo en forma prestigiosa “Ahí nos vemos”, jamás con el ai o con el hay. Diría Paco, qué va del pulso al culo.
Posdata: Ya trepados en el camión te sugiero la lectura del librincillo de José Agustín (uno de los escritores de La Onda). Como dice en la contraportada, fue pensado originalmente como guion de cine, así, la novela contiene indicaciones para que el director arme la cinta, es como una serie de anotaciones para emplazamientos de cámaras. La novela se lee como si se viera una película. Antes que Cuarón hiciera el guion de su película Roma, ya José Agustín había hecho un guion para una película que habla de los años sesenta y setenta en la Ciudad de México. El guion es genial, como siempre ha sido la obra creativa de José Agustín.
Fijate que cuando leí la escena donde Luis Echeverría es herido en la cabeza por una pedrada que aventó alguien en CU, recordé que esa mañana ya estaba en la Ciudad de México y ya era alumno de la UNAM y esa mañana de inauguración de cursos no fui, porque mi papá (desde Comitán, a través de una llamada telefónica) me recomendó que no fuera. Mi papá (bendito, siempre bendito) intuía lo que al final pasó: una manifestación violenta contra el presidente que quiso tender la mano a los universitarios, cuando éstos no olvidaban lo del 2 de octubre y lo del 10 de junio de 1971. ¡Disfruté la lectura de la novela-guion de José Agustín!
¿Nos vemos en el pueblo en diciembre? Sí, ahí nos vemos. Adiós. Ahí viene la plaga.

lunes, 25 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON INTERCAMBIOS CULTURALES




Querida Mariana: Te mando una carta que no sería conveniente que leyeran las feministas a ultranza, porque ya sabés que se ofenden por todo (ya mirás que algunas hasta queman la bandera nacional). Por esto, no hago pública esta misiva y sólo te la mando a vos, querida niña, que sabés disfrutar la vida en todas sus aristas.
Para comenzar diré lo que sabés desde siempre: ¡Me encantan los intercambios culturales! A Tomás también. Tomás fue experto, en su adolescencia, en intercambios internacionales, siempre salió con chicas extranjeras, le conocí francesas, gringas, colombianas, cubanas (¡cosa más grande, caballero!), holandesas y canadienses. Siempre, con una carcajada de techo de teja, me decía que le faltaba una japonesa y una china. Hace años que no veo a Tomás no sé si logró su deseo de intercambiar elementos culturales con una chica asiática.
Yo, me conocés, nunca he estado con una chica extranjera (¡con qué trabajo anduve con una o dos nacionales en mi juventud!) Una vez un amigo de mi papá me dijo que me traería una patojita bonita de Guatemala y yo me decepcioné cuando el señor cumplió y me presentó a su hija (chapincita bonita, chula de bonita), pero digo que me decepcioné porque cuando escuché que me presentaría una patojita, yo, ignorante de que en Guatemala a las niñas les dicen patojitas, pensé que hablaba de una patita, un animalito.
Pero digo que me encantan los intercambios culturales, porque en mis lecturas he estado al lado de hombres y mujeres de muchísimos países y a través de ellos he pepenado algo de sus culturas. Los lectores son los mejores receptores de intercambios culturales.
El otro día fui a la librería Lalilu y en el estacionamiento hallé una camioneta, sin duda de algún comiteco, amante del arte y de la literatura, que escribió estas frases en la parte posterior de su vehículo. ¡Ah, dije, qué maravilla de intercambio cultural!, porque, como mirás, la frase de arriba contiene modismos de Chiapa de Corzo, maravilloso pueblo de Chiapas. Vos sabés que uno de los platillos de mayor trascendencia de aquel pueblo es el llamado Pepita con tasajo (tía Elena, que se cree española, dice -seseando, como si tuviera pegada la lengua con chicle al paladar- que el tasajo es un corte de carne de vacuno, pucha). Acá, el ingenioso comiteco alburea de manera exquisita y (con perdón de las feministas a ultranza) recupera el prestigio perdido de los varones. Cuántas veces he escuchado que un apocado hombre dice, cuando ve a una chica bellísima, pero con ínfulas de mujer castrante: ¡Es mucha carne para un simple par de huevos! A ver, a ver, los apocados se postran ante las chicas bellas, como si fueran simples bichos. Para compensar, el amigo comiteco cambia el sentido de la frase y, a través de sus palabras, les dice a las muy creídas que ni vayan a pensar que lo tienen de oro, ¡no! Por esto dice: “Soy mucho tasajo pa’ tu pepita”, y vos sabés que, en Chiapas, la pepita no sólo se refiere a ese ingrediente maravilloso de la gastronomía hecha con pepitas de calabaza, sino también se refiere a… bueno, vos sabés.
Me encantan los intercambios lingüísticos (es decir, de lenguas de una y de otra parte, en una y en otra parte). En la siguiente frase hay dos modismos meramente comitecos: gutz y cotz. Gutz (lo sabés, vos lo sabés todo) significa triste, y cotz, pues, cotz es el grito de identidad comiteca que se usa como sinónimo de acto sexual, echar cotzito es juntar las cositas. Así, la balanza se equilibra, porque acá el personaje en cuestión está triste porque no ha juntado sus cositas con la persona amada.
Y digo que la balanza cultural siempre debe estar en perfecto equilibrio para que no exista la desaparición de rasgos de identidad. El dicho de “Soy mucho tasajo pa’ tu pepita”, que está expresado en perfecta lengua chiapaneca, podía trasladarse al lenguaje gastronómico de Comitán y decir: “Soy mucha hebra para tu chicharrón” o “Soy mucho chorizo para tu olla podrida” o “Soy mucho turrón para tu oblea” o “Soy mucho cuch para tu achigual” o “Soy mucho fideo para tu sopa aguada”, de lo que se trata es de recuperar el prestigio disminuido del varón, porque las chicas de hoy le echan mucha crema a sus tacos, le ponen mucho adobo a sus alitas.
Posdata: La segunda frase dice: “Estoy gutz porque no eché cotz”, ya la ciencia ha explicado que los hombres y mujeres que tienen divertida y variada actividad sexual son más felices, así pues, para no estar gutz es bueno y sano hacer que, seguido, las pepitas de las muchachas truenen y hagan ¡putz!

sábado, 23 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, DONDE APARECEN LAS OCHO DE LAS SIETE




Querida Mariana: Lo suelto de una vez, como una cubetada de agua fría, resulta que Las Siete Esquinas no son siete ¡son ocho!
Perdón por la brutalidad con que lo digo, pero una noticia de esta naturaleza no puede soltarse como globo o como papalote, tiene que caer como un chubasco.
Óscar Bonifaz siempre ha dicho que Comitán tiene un Río Grande, que no es río ni es grande, y que tiene un barrio que se llama Siete Esquinas, pero que no tiene siete esquinas; es decir, desde siempre ha existido, parte en broma, parte en serio, el sentimiento de que nuestras Siete Esquinas no son siete.
Por supuesto que esto no modificará el nombre. Los comitecos llamamos Siete Esquinas a las Siete Esquinas y así seguiremos llamando a ese espacio, por los siglos de los siglos. Sólo faltaba que a partir de hoy se llamara barrio de las Ocho Esquinas. ¡Qué absurdo! Pero, es bueno precisar.
No existe algún documento que dé fe que nuestra heroína Josefina García haya existido, sin embargo, a nosotros, los comitecos, esto nos vale una pura y dos con sal, porque nos sentimos bien chentos al contar el acto heroico que realizó esta comiteca en el movimiento de Independencia de Chiapas. De igual manera, a pesar de que Jan de Vos ya demostró que el sacrificio de los indios Chiapa es puro mito y no tiene sustento histórico, cientos de chiapanecos platican, muy orgullosos, que los paisanos, antes de rendirse ante los conquistadores españoles, prefirieron aventarse en el Cañón del Sumidero. Así, los comitecos siempre nos sentiremos chentos al hablar de las Siete Esquinas, porque los espacios donde confluyen tantas calles no son comunes. Las Siete Esquinas es uno de los lugares más emblemáticos de nuestro pueblo, es un lugar casi casi simbólico. Recordá que la traza con que los españoles construyeron las ciudades en la Nueva España es una retícula cuadrada, que forman bloques uniformes. El hecho de que en nuestra ciudad tengamos un espacio donde confluyen seis calles es como una protesta ante la dominación colonial, como decir que los comitecos arman su ciudad como su real desorden se los dicta. Y digo esto, porque ahora, con tanto automóvil que existe en nuestra ciudad, no es fácil pasar por las Siete Esquinas, un lugar de gran tradición, porque es el primer espacio abierto por donde caminan los tojolabales que llegan todos los días a Comitán para hacer sus compras o vender sus productos. Parte de la magia de ese espacio es, precisamente, el colorido de la vestimenta tojolabal con sus bordados sublimes.
Y digo que son ocho las siete, porque Roberto Chávez (uno de los mejores fotógrafos de Chiapas) subió a las redes sociales la fotografía que te anexo y ya nos hizo ver que las siete son ocho. Él tomó una foto con dron y la tomó justo en lo alto de las Siete Esquinas. Los espectadores, como si estuviésemos sobre un globo aerostático, logramos ver, desde arriba, la confluencia de las seis calles, aunque, en término estricto, las seis calles tampoco son seis. ¡Ah, qué relajo! Pero, como dicen ustedes los jóvenes que dijo Jack, el destripador, ¡vamos por partes! Si bajás por la calle que está detrás del templo de San Caralampio llegás a las Siete Esquinas, esa calle es la 2ª calle norte oriente, pasa por el corazón del espacio de las Siete Esquinas y se prolonga hasta el Cedro; luego, también la 3ª calle norte oriente hace lo mismo, llega al espacio de las Siete Esquinas y se prolonga, y lo mismo ocurre con la 6ª avenida oriente norte; entonces, las rúas (pucha, qué palabra) que confluyen ahí son dos calles (la segunda y la tercera norte oriente) y una avenida (la sexta oriente norte); pero, por supuesto, en la magnífica fotografía de Roberto, vemos que son seis calles las que confluyen y, en lugar de contar siete esquinas, contamos ¡ocho! Roberto hizo un ejercicio de marcación y señaló con círculos las ocho esquinas, estas esquinas están dadas (por supuesto) por elementos arquitectónicos; es decir, son esquinas de las casas que dan forma a ese espacio. ¡Qué relajo! Ahora miro que te estás jalando del cabello y diciendo que mi explicación te enredó más.
Sí, no hagás caso a lo que digo, lo ideal es que mirés con mucha atención la fotografía de Roberto y contés bien las ocho esquinas de las Siete Esquinas. Pienso que la imagen de Roberto es muy ilustrativa y descifra el enigma que muchos comitecos se han planteado durante tantos años: ¿En realidad las Siete Esquinas son siete? ¡No!, en realidad, ya Roberto nos ha regalado la imagen que borra toda duda, son ocho, ¡ocho! De hecho, la familia Morales Alfonzo (mamá, hermanos e hijos de El Ventarrón) cuando pregunté cuántas esquinas tenía su barrio, sin dudar, me dijeron ¡ocho!, así pues, Óscar Bonifaz siempre ha tenido razón, el Río Grande, ni es río ni es grande, y las Siete Esquinas no son siete (¡Pucha! El dicho de Bonifaz casi fue profético, porque el hilo de agua que los comitecos llamaban río ahora no lleva ni gota de agua.)
¿Ya contaste las esquinas? En la fotografía están perfectamente delimitadas. Tirá una línea central. Las casas de arriba y de abajo son las que poseen cuatro esquinas. ¿Ya las viste? Y las casas que forman las otras cuatro esquinas, pues hacen las restantes. Hay dos casas que tienen dos esquinas cada una, y cuatro que forman una esquina al dar vuelta.
Jamás los comitecos habían tenido una imagen como ésta. El Ventarrón hizo favor de prestarme el libro “Comitán 1940”, de Armando Alfonzo Alfonzo, donde el autor hizo un croquis de cómo era el Comitán de ese año. El croquis lo dibujó en 1978. Ahí aparecen las Siete Esquinas, pero, como es un dibujo a mano alzada, no tiene la precisión que ahora tiene la fotografía de Roberto. Acá no hay pierde, el ojo no se engaña. Ya comentamos que el espacio está formado por la confluencia de dos calles y una avenida y las ocho esquinas de Las Siete Esquinas están formadas por seis casas, dos casas con dos esquinas cada una y cuatro con una esquina. Así pues, Las Siete Esquinas están formadas por seis residencias, que habitan seis familias comitecas. Estas seis familias son las que, con toda propiedad, pueden asegurar que viven en el corazón de este lugar bendito.
De hecho, la familia del artista Roberto Chávez es propietaria de una de estas casas (una de las dos que tienen dos esquinas). Así como está la fotografía, la casa de Roberto es la que está en la parte de abajo del eje central. Tiene dos esquinas, porque en una ocasión un automovilista que bajaba al Cedro desde La Pila se llegó a estrellar en la cuchilla. Los propietarios mandaron a construir algo como un murete, para evitar un riesgo mayor, y es que la bajada es peligrosa. En una ocasión (Dios nos libre) una amiga mía estacionó su auto a la mitad de la bajada y (¡Señor!), entró a la tiendita para comprar un refresco, cuando vio que su carro desaparecía de su visión, corrió y tuvo que aventarse por la ventanilla para frenar. El carro ya se iba, seguro que iba a ir a parar a la casa hasta las Siete Esquinas. ¡Santo Dios!
Ahora es una zona complicadita, unos carros bajan por la segunda, otros carros suben por la tercera y muchos más cruzan de un lado a otro por la sexta. ¡Uf! Qué rebumbio de autos. Si mirás con atención observarás que en el pequeño corazón del espacio no hay vegetación. Los sitios están ubicados en la periferia de ese mínimo círculo. Los pulmones circundan el corazón, porque donde hay más movimiento es, precisamente, en el centro.
La tradicional Entrada de Flores, en honor a San Caralampio, que se realiza anualmente cada diez de febrero, pasa por Las Siete Esquinas. Ahora, el contingente religioso y profano tuerce a la izquierda y transita por la sexta avenida. Con esto digo la importancia de este espacio.
Y digo que son seis casas las que forman el espacio. Ya dije que una es la casa de la familia del artista visual, ahí vivió doña Vicky Hidalgo, abuelita de Roberto. Todo mundo conoció a doña Vicky, porque todo mundo compraba ahí chorizos y longanizas que ella preparaba, así como cositas que doña Vicky traía “del otro lado”, “de La línea”, que así nombran los comitecos a la frontera con Guatemala. ¡Ah, tiempos en que la moneda de nuestro país valía más que la del país vecino! Ahora es el fenómeno contrario: los guatemaltecos vienen a nuestro país a comprar objetos, porque su moneda vale más.
Otra de las casas es de la familia de doña Bertita Carreri; una más de don Ramiro Córdova (quien, en el libro ya citado de Armando Alfonzo, aparece como uno de los grandes pugilistas de Comitán, con el sobrenombre de El Piruña); otra de las casas pertenece a la familia de doña María Yáñez y don Manuel Ruiz, ésta era la casa de doña Alfa, muy conocida, y que ahora pertenece a Carmelita Ruiz; la siguiente es la de don Armando Moreno y, por último, la casa donde está un Cervecentro que ya cerraron, porque parece que no funcionó el negocio.
Posdata: ¡Mentira! Me dice una señora que lleva más de cuarenta años viviendo en el barrio y que no quiso darme su nombre. ¡Mentira! Y me jaló para que yo siguiera la enumeración que hizo en voz alta, mientras señalaba con su dedo índice: Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete. ¿Lo miró? ¡Siete, siete esquinas! Acá he vivido, en las Siete Esquinas y pido a Dios morir acá. ¿Lo entendió? Sí, yo sí le entendí. Y ya lo dije, niña, Las siete Esquinas tiene ocho, pero siempre serán las Siete Esquinas, por los siglos de los siglos.
Las Siete Esquinas es un barrio amado de este pueblo. Hay mil historias que pueden rescatarse de ese espacio. Basta decir que ahí vivió un personajazo de nuestro pueblo: don Caralampio Flores.

viernes, 22 de noviembre de 2019

A VECES SIEMPRE




A veces, sólo a veces, sueño como si fuera un adolescente. Cuando fui joven tuve amigos que soñaban con ser como el Che, se soñaban participando en guerra de guerrillas, llevando un fusil entre las manos, caminando en medio de pantanos de calurosísimos países tercermundistas; también tuve amigos que soñaban con ser como Mick Jagger, y estar en escenarios donde miles de personas coreaban sus canciones y les aplaudían y los perseguían en vestíbulos de hoteles para pedirles el autógrafo. Se miraban adentro de autobuses de lujo, sentados cómodamente, viendo a través de la ventanilla a decenas de muchachas corriendo por la calle, levantando los brazos, soltando besos, gritando gritos de pasión.
¿Qué soñaba de adolescente? Una vez soñé que era un famoso futbolista y lograba anotar el gol que le daba a México el título de Campeón del Mundo. ¿Futbolista yo? ¡Por el amor de Dios! Nunca fui bueno para la patada. En mi adolescencia era un buen lector, eso sí. Pero tal vez nunca soñé con mi afición, porque los lectores no arrastran multitudes como sí lo hacen los futbolistas, los cantantes y los revolucionarios. ¿Quiénes de éstos le hacen más bien al mundo? La respuesta depende de las afinidades, porque, es cierto, hay quienes sueñan con ser futbolistas, otros con ser cantantes y algunos más con ser revolucionarios.
Ahora ya no tengo sueños de adolescente, pero, de vez en vez, algo de ese espíritu asoma. Procuro desechar esos sueños, porque sé que los sueños lejos del piso crean frustraciones, porque ahora sé que mi pasión es la lectura y la escritura, y si bien los lectores pasan desapercibidos en la historia del mundo (a pesar de lo que sostiene Borges), los escritores sí obtienen triunfos y un sueño de adolescente puede ser recibir, por ejemplo, el Nobel de Literatura, pero ya dije que eso es un sueño de muchacho con la cara llena de acné.
Pero, de vez en vez, algo de esos sueños se cruzan en mi camino, como bandadas de pájaros. Ayer, por ejemplo, en la primera página del libro “Confesiones de un joven novelista”, de Umberto Eco, hallé esta línea: “Empecé a escribir novelas en mi infancia. Lo primero que se me ocurría era el título…”, y, casi casi, me sentí como un majestuoso eco de Eco. Bueno, la mitad de Eco, porque yo nunca escribí novelas en mi infancia, ¡no!, yo, lo más que llegué fue hacer copias en mi cuaderno escolar, copias al estilo de “Mi mamá me ama, mi mamá me mima.” Pero lo primero que se me ocurre, ahora que viejo escribo novelillas breves, es ¡el título! Muchos amigos escritores (maestros de la escritura, incluso) dicen que el título de una novela es lo último que se escribe, porque el título debe sintetizar… ta ta ta ta, y por ahí se van con su pergamino oral literario.
Entonces, cuando leí lo que Umberto Eco escribió me sentí bien (ahora ya no tanto, siempre me sucede, cuando tengo un hallazgo, un instante después comienzo a verle las hendiduras y los borrones). Ahora pienso que no sé si al Eco adulto le ocurría lo mismo y si respetaba tal intuición. Por lo que a mí respecta digo que sí, como al niño Eco, a mí me llega el título antes que el texto completo. Me siento muy bien cuando tengo la hoja en blanco frente a mí y escribo, en mayúsculas, en negritas, el título de lo que será una novelilla breve.
Así, una tarde cualquiera, escribí “La tarde que conocí el cine” y comencé a escribir las hojas que justificaran tal título, algo que tenía que ver con una tarde de infancia en un cine de mi pueblo.
Y así todas las demás novelillas que he escrito. Lo mismo aplica con los cuentillos que escribo y con las Arenillas. De hecho, el título de ésta fue lo primero que escribí.
Por un rato tuve un sueño de adolescente, tuve un punto de coincidencia con el gran ensayista y novelista Umberto Eco. Ahora, ya trepado en el carro de la emoción, digo que tengo otra coincidencia con Eco, él, igual que yo, tiene ascendientes italianos (no digo que él nació en Italia, porque entonces comenzaría a bajar mi emoción, como siempre sucede.)

jueves, 21 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON LOMOS





Querida Mariana: No recuerdo dónde lo escuché. Debió ser en una cantina, hace años. Dos hombres estaban sentados ante una mesa, uno de ellos era flaco como espárrago, con acné de adolescente, y el otro era como uno de esos tinacos que ahora pululan en todas las azoteas, sí, era gordo, la camiseta no alcanzaba a cubrirle el vientre oscuro. Sí, ahora estoy seguro, fue en una cantina. Mis amigos y yo bebíamos una caguama y el espárrago y el rotoplás bebían de una botella de ron. Nosotros estábamos sentados al lado de una ventana que daba a un patio interior, lleno de flores y árboles, donde corrían esas aves que en Comitán llamamos güet, que son como primas lejanas de los flamencos, no tienen la altura y color de los flamencos, pero los güets sí tienen las patas flaquísimas, de pituti, dirían en Tuxtla. Cuando la mesera se acercó con un plato de botana, escuché (sin escuchar) que el gordo se burlaba del amigo flaco y éste, como respuesta, rio y, en venganza, dijo: “Comé tu mierda, ni debés hablar si vos sos como lomo de enciclopedia”. El rotoplas también se hamaqueó de la risa, se estaban ofendiendo, pero como eran amigos, todo lo tomaban a broma. Yo, mientras bebía un sorbo de cerveza, lamenté no haber escuchado la ofensa del gordo al flaco, me hubiese sentido muy bien si la broma hubiera sido también con sentido libresco, como había sido la respuesta del flaco.
Entonces pensé si las bromas y chanzas tienen qué ver con la profesión que ejercemos; es decir, ¿los médicos ponen apodos y se lanzan puyas en términos forenses? ¿Los ingenieros se ofenden diciéndose: “Carota de cemento mal fraguado”?
¿Qué relación con los libros tenía el flaco para comparar al gordo con lomo de enciclopedia? ¿Los albañiles qué clase de comparaciones hacen? ¿Hormota de cuchara oxidada? ¿Ladrillo mal recocido? ¿Culo de pared porosa?
¿Y las putas, cómo se ofenden? ¿Qué se dicen? Porque, si algo me queda claro, es que la ofensa es proporcional con el bagaje cultural. No quiero decir con esto que exista un nivel superior cuando el ofensor tiene un posgrado en una universidad de Francia, ¡no!; al contrario, los mejores ejemplos de cultura popular salen de los barrios proletarios; pero, como la mayoría de putas no tiene una cultura libresca, su lenguaje no sobrepasa el diccionario de “La Rosa de Guadalupe”.
Estoy seguro que ninguna suripanta ofenderá a otra llamándola “La puta de Babilonia”, porque ni por asomo la susodicha habrá leído el libro de Vallejo. ¡No! Las ofensas de las putas, imagino, deben estar en concordancia con su entorno cotidiano. En los años sesenta, todo el México de “Alarma”, se conmovió ante la noticia de las brutalidades cometidas por “las poquianchis”, apodo del grupo de prostitutas que, relatan las crónicas, asesinaron a más de cien mujeres. ¿Mirás qué apodo tan de barriada? ¡Poquianchis!
¿Qué sucede con los que están relacionados con el mundo de los libros? Yo pienso que el flaco era lector, por eso usó el símil de “lomo de enciclopedia” para referirse al cuch de su amigo. Emplear la palabra lomo es de uso exquisito. Entiendo que la palabra lomo sólo se emplea para referirse a una parte física de un animal; entiendo que las personas no tienen lomo. Aunque, ustedes los jóvenes de estos tiempos (¡me encantan!) juegan con la palabra lomo en las habitaciones de moteles: “Cuando comprés carne, no comprés de acá, ni de acá, ¡sólo de acá!” y lo completan diciendo: “Lomo, lomito, lo mío”. ¡Ah, qué traviesos!
Tienen lomo los chuchos, los cuches y las cuchas, así que resulta simpático que la palabra también se emplee para designar la parte del libro que une a la portada con la contraportada, el lomo de un libro funciona como bisagra.
Todo mundo sabe que en el México de los años cincuenta a los oficinistas les decían (en forma despectiva) “chupatintas”; cuando el poeta y cronista Salvador Novo fue nombrado para ejercer un cargo público, alguien (que lo odiaba) preguntó si ya Novo se había convertido en un simple “chupatintas” y otro, que no lo odiaba menos, respondió: “No, él sigue siendo un chupapingas.” Recordemos que don Salvador era homosexual.
Después de todo, el apodo de “Lomo de enciclopedia” fue como un elogio. Ahora, los flacos ofenden a los gordos con palabras más grotescas. He escuchado que un flaco pregunta a un gordillo, así, quitado de la pena: “¿Qué te sucerdió?” A los gordos no los bajan de bolas de grasa, de tinacos, de ballenas, de cuches.
El mencionado Salvador Novo fue nombrado como “Nalgador sobo”, un simpático juego de letras. Tal como se esperaba, un hombre de letras (bueno, ni tan hombre) merecía un juego de letras.
Posdata: ¿Cuáles son los apodos de las chicas nice? ¿Emplean palabras nacas para que la ofensa arda en los rostros de las chicas ofendidas o emplean sólo términos chic para no rebajarse?

miércoles, 20 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON VARIOS FESTEJOS




Querida Mariana: Es 20 de noviembre. Sabés que en México se conmemora el Aniversario de la Revolución; se conmemora con un desfile que, quién sabe por qué razón, es un desfile deportivo, como si el movimiento armado hubiese sido un mero juego de tenis o de básquetbol. ¿Reflexionamos los mexicanos en las consecuencias de este movimiento social? No, dice la mayoría, es fiesta, Alejandro, es pachanga.
Por eso se impone que, en las celebraciones íntimas, cuando menos, haya cuetes y harto jolgorio. En Comitán, el equipo de ARENILLA-Revista celebra el cumpleaños de Cielo Janeth; y en San Cristóbal de Las Casas, en este 2019, habrá un festejo relevante: la inauguración de la biblioteca que, a partir de las dos de la tarde, más o menos, será conocida con el nombre de Óscar Palacios Vázquez. ¿Quién es Óscar Palacios? Bueno, por si no estás enterada es un destacado poeta, escritor, dramaturgo, y ex funcionario de la cultura oficial de Chiapas.
Sucede que el periodista Fredy López Arévalo construyó una residencia de artistas, en la comunidad San Juan Bautista, en San Cristóbal de Las Casas, y en un acto amistoso y de reconocimiento por la labor literaria que ha realizado el maestro Óscar decidió bautizar a la biblioteca de la residencia con el nombre de su amigo. Y éste es un acto de gran trascendencia en la vida cultural de Chiapas, por todo lo que representa, porque (seamos honestos) no todos los días se honra al libro y a los escritores. El Estado, por lo regular, realiza obras públicas que bautiza con nombres de políticos, así hallamos escuelas que se llaman Juan Sabines Gutiérrez o Juan Sabines Guerrero, que reconoce a dos ex gobernadores de Chiapas. La lógica dictaría que los espacios educativos llevaran nombres de educadores. Pero la lógica no es el pan sobre la mesa mexicana. Por esto, fanfarrias y cuetes, al acto donde Fredy inaugura una biblioteca en su espacio cultural y la nombra con el nombre de un destacado escritor de Chiapas. Ya dije que es un acto de amigo, pero también es un acto que reivindica la lógica del arte, como para decir (parafraseando a Shakespeare) que no todo está mal en Dinamarca.
Con este acto, Fredy reafirma su vocación de desfacedor de entuertos, porque, ¿cómo creés que bautizó a su espacio cultural?, lo nombró Yuria, ¿Yuria?, ¡sí! Palabra que Sabines (Jaime, ¡Jaime!) popularizó en un poemario y con la que bautizó al rancho que tuvo al lado de la carretera que va de Trinitaria a Los Lagos de Montebello, y que ahora es un mero referente literario e histórico; pero ahí está que viene Fredy y por sus “gustos” bautiza a la residencia de artistas con el nombre de Yuria, y con este enroque de nombres logra una trasmutación de espacios: el Yuria de Los Lagos de Montebello renace en el Yuria de San Juan Bautista. ¿Mirás, además, el simbolismo? El 20 de noviembre de 2019 bautizarán la biblioteca Óscar Palacios, en San Juan Bautista, y todo mundo sabe que San Juan (su nombre lo indica) fue el que bautizó a Jesús, y (es sana costumbre) en los bautizos chiapanecos se hace un gran festejo, para desear que a la criatura le vaya bien en la vida (como le ha ido a Óscar), por lo que, después del bautizo de la biblioteca, habrá marimba, birria y traguito (Fredy llenará la mesa con botellas de vino, de tequila, de mezcal y harta cerveza).
Chiapas celebra el cumpleaños de la muchacha bonita llamada Cielo (¿hay Día del Cielo? ¿Día de Las Nubes?), y celebra la inauguración de la Biblioteca Óscar Palacios Vázquez, y, por supuesto, conmemora un aniversario más de la Revolución Mexicana, la que hizo que a los gobernantes posrevolucionarios (como dirían los clásicos) les hiciera justicia la revolución y tuvieran escuelas púbicas con sus nombres.
La biblioteca de Yuria comienza con un acervo de 800 títulos. Muchos amigos de Óscar, de Fredy y de la cultura en general se acercaron para hacer donaciones (Fredy dice que queda en infinita espera de más donaciones). Qué bueno que, particulares, abran espacios culturales para que los niños y los jóvenes abreven de esa agua maravillosa; qué bueno que este 20, los artistas y amigos que se concentren en Yuria abreven del agua maravillosa que se llama tequila o mezcal. ¡Que Chiapas beba los cielos de Cielo y celebre con libros y marimba el eterno guateque de la vida!
Posdata: Por mi parte, querida mía, envío abrazos, uno al maestro Óscar y otro a Fredy. Cuetes para la iniciativa de Fredy, cuetes para la creación de Óscar; y, por supuesto, un abrazo a Cielo con mil nubes.

martes, 19 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON MURALES




Querida Mariana: ¡Comitán tiene un nuevo mural! El pasado 17 de noviembre se inauguró el mural
“Sublime Memoria”, en el vestíbulo del Museo de Arte Hermila Domínguez de Castellanos. El mural fue realizado por un colectivo de artistas, bajo la dirección del pintor Antún Kojtom.
Este trabajo fue uno más de los actos programados del XIX Festival de las Culturas y las Artes Rosario Castellanos.
Una tarde de éstas pasé por el museo y vi a un grupo de chavos frente al muro, ya tenían hecho el boceto y comenzaban a darle la pintura de fondo.
El domingo se efectuó la inauguración, por ahí anduvo el poeta Arbey Rivera, director del Centro Cultural Rosario Castellanos; el maestro Luis Felipe Martínez Gordillo, coordinador general de la edición décima novena del festival; la licenciada Cecilia Flores, directora de Coneculta Chiapas; y, por supuesto, los artistas que realizaron el mural, cuyos nombres aparecen en el extremo izquierdo inferior: Hidalgo, Alondra Escobar, Erika Quintero, Jorge Díaz, Julián, Belén O. Yonni y Alberto Altuzar.
Este mural se integra a los demás que existen en Comitán. De entrada digo, querida mía, que el espacio que más murales tiene es el Centro Cultural Rosario Castellanos, pero hay otros murales en espacios diversos. Hay murales en varias escuelas de la ciudad, por ejemplo, en el Instituto Tecnológico de Comitán hay varios murales exteriores, también hay uno en el salón de actos de la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar; y en el Cobach 10. El mural de la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar fue pintado por dos artistas argentinos, María Emilia Giacomini y Sebastián Nicolás Parodi. Estos dos artistas también realizaron un mural en el Turulete. También hay que considerar los murales “efímeros” que han pintado grafiteros, como el famoso Rooster.
Uno de los murales más conocidos es el tríptico que se llama “Génesis e Historia de los Hombres del Maíz”, que está en la escalinata central de la presidencia municipal, y es uno de los más conocidos por cuestiones obvias, muchas personas van a hacer diversas diligencias al palacio y observan los trazos realizados por Manuel Suasnávar Pastrana, con la colaboración de Saúl Hernández, Flavio Mejía, Robertoni Gómez y el comiteco Mario Pinto Pérez. El mural data de 1989. En la página electrónica de Suasnávar hay una interesante serie de fotografías que da cuenta del proceso de realización.
En el hotel Los Lagos hay un mural pintado por Valdemar Castañeda; y en las oficinas de radio IMER un mural pintado por Antún Kojtón y Arbey Rivera.
Pero, como ya dije, es en el Centro Cultural Rosario Castellanos donde hay más murales, en Comitán. En el interior de un salón existe un mural pintado por Mario Pinto Pérez, en 1986; y en los corredores interiores hay dos murales que sobresalen a la vista, uno pintado por Rafael Muñoz (en 1993), que se titula “Desde el esplendor de nuestro pasado maya, Comitán va hacia el futuro, a través del trabajo, la cultura y el progreso”, pintado en 1994; y otro pintado por Manuel Cunjamá (en 2012), que se titula “Alma de Comitán”, mural que está dedicado a Rosario Castellanos, porque la imagen de nuestra paisana está en el centro, Cunjamá la pintó acodada en una ventana cuadrada, viendo hacia el horizonte.
Salvadas las distancias de fama, pero sostenidas por la grandeza de los trazos de nuestros artistas locales, nuestro centro cultural se compara con el palacio de gobierno federal de la Ciudad de México y con la Secretaría de Educación Federal, donde Diego Rivera llevó la pintura a los muros para que el arte estuviera al alcance de todo el pueblo.
Para celebrar el cumpleaños 44 de la fundación del Centro Cultural Rosario Castellanos, Arbey Rivera y sus colaboradores aprovecharon la escalinata que unía a la casa de la cultura con el museo arqueológico y que, en los últimos tiempos era usada como bodega de tiliches, para implementar un foro que, al fondo, tiene el más reciente mural, pintado por Alberto Altuzar, Juan Martín Hidalgo y el propio Arbey, así pues, nuestro centro cultural es el espacio comiteco que tiene más murales en Comitán: ¡cinco!
Posdata: Te paso copia del mural recién inaugurado. Fue pintado en un tiempo récord; fue como práctica de un taller de pintura, impartido por Antún. Ahora que regresés a tu pueblo date una vueltita por el museo y observá este nuevo mural, a ver qué te parece.

lunes, 18 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON UN EJERCICIO




Querida Mariana: Iván subió esta fotografía a redes sociales. Son diez libros de su preferencia. Como mirás, los libros muestran que han sido “volteados” varias veces. Yo, por más que he intentado, no he podido hacer un ejercicio similar. No lo he hecho, porque soy un desmemoriado. Mañana no recordaré lo que leí hoy. El otro día le dije a Iván que seguiré sus pasos, porque es muy buen lector, así que un día de éstos leeré el libro de Sthepen Hawking que se llama “Historia del tiempo”, espero no salir con la jalada de Víctor que, cuando le preguntaron si ya había leído “Historia del tiempo”, respondió: No, no he tenido tiempo.
De Saramago he leído otros títulos, tengo pendiente la novela que le gusta a Iván: “Ensayo sobre la ceguera”. Si fuera tan chistosín como Víctor diría que he estado ciego al no ver tal ensayo.
Fuera de broma digo que no he leído algo del Che. No, ¡miento! Sí, ya leí algo de él, una biografía ilustrada por el gran dibujante mexicano José Hernández (publicada en tres volúmenes). Iván es experto en la vida del Che, tiene en su biblioteca más de veinte, de treinta títulos, más, muchos más. Acá el que anota en su relación de los diez favoritos es la biografía escrita por Paco Ignacio Taibo II (libro que la crítica menciona como una de las mejores biografías escritas acerca del revolucionario). ¿Paco Ignacio Taibo II? ¿Por qué me suena el nombre? Ah, ¡ya!, es el director del Fondo de Cultura Económica, el que dijo que “la habían metido doblada”. Cruz, cruz, que se vaya el diablo y vuelva Jesús. Ahora que mencioné a Jesús recordé que ya leí “El evangelio según Jesucristo”, de Saramago.
Como seguiré los pasos de Iván, ahora releo “La fiesta del Chivo”, de Mario Vargas Llosa. Hace poco, muy poco, leí la novela más reciente de Marito: “Tiempos recios”, que narra detalles novelados del golpe militar, propiciado por EUA, en la Guatemala de los años cincuenta. Marito, ya lo han dicho muchos lectores, es un buen narrador que, ahora viejo, lanza declaraciones absurdas acerca del contexto mundial, ya chochea. Su Paty, la Paty que fue su compañera tantos años, la Paty que él abandonó, debe ahora estar contenta, debe pensar: “Que al viejito lo cuide la Preysler.”
¡Dos, he leídos dos novelas de las recomendadas por Iván! “El extranjero”, de Albert Camus, y “El complot mongol”, de Rafael Bernal. ¡No, miento! Tres, tres, también ya leí “El péndulo de Foucault”, de Umberto Eco (y ahora tengo pendiente “Confesiones de un joven novelista”, del mismo autor, que leeré por sugerencia de Samy).
“Inventado que sueño”, de José Agustín no la he leído, como en el caso de las novelas de Saramago, he leído otras de José Agustín, menos ésta. Y la debo leer, claro que sí, porque me gusta la narrativa de este autor de “La onda” y porque, ya lo dije, está recomendado por Iván.
¿Qué más? ¡Ah, sí! Falta “Residencia en la tierra”, de Pablo Neruda. Este libro ya lo bajé en pdf (está disponible para todo el mundo en el Internet). Es un poemario considerado “como uno de los textos decisivos de Neruda y, paulatinamente, de la poesía de nuestro tiempo.” Suena bien, ¿no?
Posdata: Digo que he intentado hacer una relación con los diez libros más cercanos a mi espíritu, pero no he logrado hacerla. Lo único que sí tengo muy claro es que en primerísimo lugar colocaría a “El Quijote”, de Cervantes, porque es la única novela que leería mil dos veces. No, miento de nuevo, no es la única novela que leería tantas veces, también leería mil tres veces “Rayuela”, de Julito Cortázar. El otro día que platiqué un ratito con Eduardo Casar (ya te conté que vino a Comitán el otro día, ¿verdad?), él también habló de Julito con emoción.
Sí, colocaría a Unamuno en la lista, a Pamuk (pucha, su novela “El museo de la inocencia” es genial, así como su libro “Estambul”). También incluiría a Bashevis Singer, pero lo incluiría con sus cuentos, dos o tres de sus novelas que he leído me han dejado patidifuso. ¿A quién más? ¡Uf, son tantos! Tal vez incluiría a Goran Petrovic y a la Joyce Carol Oates, sí, la incluiría con “La hija del sepulturero”.
Cuando me fui de Comitán, con la intención de viajar a Cuba y luego a París (y terminé en Puebla, México) en mi maleta llevé Rayuela y los cuentos de Cortázar, y la Biblia. Pienso que también incluiría a la Biblia, es un texto lleno de historias fantásticas, en sus dos acepciones.
Pero, como digo, no tengo el arrojo de Iván, me da pena dejar fuera a alguien de mis afectos literarios, lo siento como una deslealtad. ¡Ah, soy un mudo! ¿Qué le importa a García Márquez si lo incluyo en mi lista o no? Además, ¿ya miraste que no hablo de libros concretos como sí lo hace Iván? Yo incluyo, en esta relación de afinidades, libros y autores. Te digo, soy un cobarde. ¡Que me perdone John Williams, con su novela “Stoner”! Y que me perdone Corín Tellado, quien nunca aparecerá en las listas de Iván y la mía, y murió sin preocuparse por lo que el Molinari pensara, porque vendió cuatrocientos millones de sus libros. ¡Cuatrocientos millones! ¡Qué Margaret Atwood ni qué las arañas!

sábado, 16 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON UNA LUZ AL AMANECER




Querida Mariana: Hoy te contaré una faceta de la personalidad del notario Gerardo Pensamiento. Sólo una porque su vida tiene muchas aristas luminosas. Es notario púbico, ha sido político, mecenas de artistas, amigo, amante de la bohemia y cazador y pescador. Dije: ¡ha sido cazador!, debí decir fue, porque ya no lo es. Ahora, dice, caza animales con la cámara fotográfica, se ha vuelto un amante de la fotografía.
Te hablaré de él, pero (¡ay, qué fastidioso el tal Molinari!) iniciaré contándote algo mío. En los años setenta, acompañaba a mis amigos a las linterneadas. Término que los cazadores identifican plenamente, porque se trata de colocar la linterna al frente de la cabeza en las noches cerradas para ubicar a las presas: conejos, tepezcuintes, armadillos o venados (nunca faltó el compa torpe que enviaba la luz y cuando brillaban los ojos trataba de disparar, pero el compañero experto lo detenía diciéndole que no fuera tonto, que ese animal era una vaca echada).
En esas jornadas de cacería supe (no me preguntés por qué ni cómo) que esas noches no volverían. Mientras caminaba por los senderos, detrás de mis amigos, cargando la escopeta, miraba las siluetas de los árboles, las líneas ondulantes de las montañas lejanas y los cielos limpios llenos de estrellas. Un sentimiento de placidez cubría mi cuerpo y mi espíritu. Sabía que lo mío no era la cacería, lo mío era ese instante en que tocaba el espíritu de la noche.
¡Y acerté! Porque esas noches no volvieron. Sabés que ahora duermo a las ocho y soy muy armadillo de casa. Casi no salgo a la calle, soy escaso.
Por esto, me asombra la personalidad del notario Pensamiento. ¡Qué bonito apellido! ¿A poco no? Cuando le preguntan: ¿Vos sos Pensamiento? Él dice que sí: “Soy pensamiento”. Pucha, no cualquiera puede invocar tal prodigio.
Él, que es pensamiento, también es acción y ¡de qué manera! Es un hombre hiperactivo, por eso ha hecho mucho en la vida, por eso no deja pasar un solo instante en disfrutar todo lo que tenemos a la vuelta de la mano. Lo vi pleno cuando me contó que ahora es ecologista, que disfruta (¡como nunca!) las salidas al bosque, a las lagunas, a las presas, al mar, porque recibe las bocanadas de los amaneceres, de los anocheceres, del vuelo de las aves, de la carrera espantada de un cervatillo, de las nubes cuando se llenan de plata por la luz de la luna, enorme, discreta, sublime. Pensamiento deja que su mente se llene con lluvia de pétalos transparentes.
Y me contó que el cazador, quien nació en Tapachula, y que aprendió los secretos de la cacería con don Goyo Marín allá en su pueblo natal, una tarde se volvió ecologista; él, quien con su amigo Gustavo Aguilar viajaba a Mapastepec, a los esteros, a las montañas de la Sierra Madre, y regresaba con diez o quince costales con carne de venado, de cochi de monte o de jabalí. ¿Mirás, querida niña? ¿Oís lo que dijo el notario? Regresaba con ¡diez o quince costales con carne de animales cazados! ¡La gran flauta!, pero luego dijo algo sublime que tiene muchos motivos de reflexión, me dijo que fue a estudiar derecho a la UNAM y allá, universidad humanista, reflexiva, se convirtió en un ecologista, “me cambiaron la mentalidad”, así que colgó las escopetas y cuando a la edad de veintidós años regresó a Chiapas (nombrado director de Trabajo, por el doctor Manuel Velasco Suárez, quien era el gobernador de Chiapas), conoció a don Miguel Rueda, quien era pescador y, como él dice, “agarró camino” y cambió el arma de fuego por la caña que es la máxima metáfora de la paciencia; y él, hombre hiperactivo, aprendió la ciencia de la paciencia, la paciencia de la ciencia.
¿Sabés cuántos años lleva de pescador, el notario Pensamiento? ¡Cincuenta! ¡Cincuenta años! ¡Mil trescientos amaneceres! ¡Dos mil doscientos dos anocheres! ¡Más de cuatro mil trescientos veintidós peces pescados, pescados y soltados! ¡Dos mil ciento cuatro noches estrelladas! ¡Más de quinientas ocho botellas de vino y güisqui, muchas más!
¿Sabés cuántos vislumbres de vuelo de pájaros? ¿Cuántos instantes donde el brazo hace una parábola al lanzar el anzuelo? ¿Cuántos símbolos de vida en el acto de la pesca? ¿Cuántos proyectos e ideas al ir sobre la lancha y recibir el viento que corre, necio, al contrario de la nave?
El notario Pensamiento conoció la pesca y se apasionó de este deporte y desde su despacho (con un escritorio digno de Monsiváis, porque está lleno de hatos de documentos) sueña con abandonarlo tantito para recibir sin regateos la luz de la vida al aire libre, desde la orilla de una laguna o en la línea gruesa de un río o, mota de polvo, a la mitad del mar, del anchísimo mar.
Ya Hemingway, en su novela “El viejo y el mar”, nos enseñó la templanza del ser humano ante el enfrentamiento del vacío en medio del vientre de la soledad. Hemingway, con su genialidad literaria, logró trasmitir la esencia del hombre en su soledad. La pesca, en muchos instantes, permite este acercamiento universal. La inmensidad del mar, la bastedad del río, la profundidad de la bocana permite al ser humano encontrarse consigo mismo. Tal vez, a la hora que el pescador lanza el anzuelo, lanza también el agobio y el estrés del mundo y, en el instante de la pesca, a la hora que el pez pescado se retuerce y brinca sobre la superficie del agua, en ese momento de catarsis el hombre reconoce, asimismo, la lucha del pez por su vida, ahí, en ese punto donde se concentra la vida y la muerte está el misterio de la naturaleza, manifestado en todo su dramatismo. Esto lo vive el pescador, esto lo ha vivido el notario Pensamiento, por esto, él lleva cincuenta años de vivir su pasión, de manera apasionada.
Me contó, y cuando lo hizo se botó de la risa, que en Comitán comenzaron los torneos en una pequeña laguna de un rancho de los Bermúdez, pero era tan pequeña que hubo ocasiones en que el pescador de una orilla lanzó el anzuelo en el instante que otro pescador, en la orilla contraria hacía lo mismo y ambos sintieron el jalón y pensaron que tenían una presa y cuando enrollaban se daban cuenta que los anzuelos se habían enganchado. Eran pescadores pescados. Ahora, los torneos los realizan en la laguna del plantel educativo ICHTUS, laguna de trescientos metros de largo, donde tiran mojarras para la competencia.
Pensamiento pepenó la afición de la pesca en las salidas que hacía con don Miguel Rueda y ahora él trasmite su pasión a muchas otras personas que se han convertido en amantes de este deporte.
Cuando el notario se aficionó a la pesca, en Chiapas participó en la organización de torneos, a través del Club Nautilius. En la actualidad hay 7 clubes de pesca en Chiapas, los que constituyen la Asociación de Pesca Deportiva y realizan muchos torneos, cuatro de gran trascendencia nacional: el de Los Lagos de Montebello (con pesca de lobina), el de Chajul, en la Selva Lacandona (con pesca de cinco especies marinas), el del Cañón del Sumidero (cuya cuarta edición nacional se realizará en marzo de 2020), y el de Las Palmas, el estero más bello de la costa chiapaneca.
Con la mención de estos torneos, podemos mirar la riqueza visual de los entornos. Estamos hablando de Los Lagos de Montebello, que, a pesar de la opacidad y contaminación de uno de ellos, sigue conservando la belleza de sus bosques y la transparencia de sus cielos. ¡Ah!, qué disfrute al estar en medio de pinos que huelen a juncia fresca. ¿Y qué decir de la Selva Lacandona? ¿Qué decir del fragor de las gargantas de los monos aulladores y del “relámpago verde de los loros”, que decía el poeta? El rostro del notario Pensamiento se iluminó cuando me dijo que los participantes del torneo del centro y norte de México se extasían al ver las grandes paredes del Cañón de Sumidero. Y uno se queda mudo ante la visión de ese estero que se llama Las Palmas y que fue como un pedazo de sal del poeta enormísimo Quincho Vázquez Aguilar.
El notario me explicó que pescan y sueltan. Hay mucho pez contaminado. Es una desgracia que en las comunidades pescan y los comen. El notario dice que están comiendo veneno.
Muchos afluentes y presas tienen aguas contaminadas, porque, se sabe, las comunidades envían sus desechos al río.
Algún día, espero, platicaré con el notario Pensamiento acerca de su pasión por el arte. En su oficina tiene muchos cuadros del pintor comiteco Mario Pinto (dice que ha regalado a sus afectos obras de Pinto) y, en su despacho, sobresale un dibujo de Raúl Jiménez que está enmarcado en caoba, un trabajo que hizo el recordado Roberto Hall. Todo el dibujo muestra un pescado (un mero), cuando uno lo observa con detenimiento descubre que las escamas son granos de maíz, es como una enorme mazorca convertida en pez. Sí, este dibujo también tiene muchos símbolos.
Posdata: La pasé bien con el notario Pensamiento, cuando noté que ya se mostraba intranquilo, cuando comenzaba a sonar el tam tam de su hiperactividad, me despedí. Al salir a la calle escuché el rugir de los autos encabronados y pensé que en el despacho de Pensamiento estuve como a la orilla de su laguna, de su río, de su mar. Su oficina da a un pequeño patio donde hay un muro lleno de plantas, de vegetación, de vida. Pensé que yo, perdón, nací respetuoso de mi entorno natural. Cuando estudié en la UNAM me transformé, no en ambientalista, sino en el buen lector que ahora soy.

viernes, 15 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON UN POCO DE TERROR




Querida Mariana: Odio las películas donde aparecen vísceras sanguinolentas. Cuando veo en la cartelera cintas con títulos como “La monja” huyo. Cuando fui joven asistí al estreno de “El exorcista”. Estábamos recién “estrenados” en la Ciudad de México (entonces Distrito Federal) y Quique me dijo que fuéramos a verla y fuimos y esa noche no dormimos. Desde entonces pensé que era una estupidez sufrir. Desde entonces supe que no era un género que me sedujera, pero la noche del jueves 14 de noviembre acudí a una charla que impartió la escritora Sandra Becerril y aprendí que el género, por así decirlo, se divide en tres ramas: cintas de terror, de horror y de suspenso. Y que hay una gran distancia entre lo que es el terror y lo que es el horror. El horror, explicó Sandra, tiene que ver con lo sobrenatural, lo que está por encima de nuestra realidad real; y el terror está emparentado con lo sicológico. El suspenso, dijo, es un recurso, y por esto, el maestro del suspenso es Alfred Hitchcock. Entendí, Mariana, entendí. Sí, vomito las cintas de horror, pero no me disgusta el cine de terror y mucho menos las cintas donde el suspenso es un elemento seductor.
“El exorcista” ¿es una cinta de terror o de horror? Al tratar un tema sobrenatural pienso que cae en el terreno del horror. Recordá que cuenta la historia de una chica que es poseída por el compa de abajo y el acto de exorcismo al que es sometida. No obstante, la crítica la coloca como cinta de terror, porque, además, el director dijo que se había basado en un caso, diría doña Silvia Pinal, de la vida real. Sí, yo he sabido de casos donde chicas son poseídas. Una vez, sólo una vez, me tocó ver un caso de posesión. Lo vi a distancia, pero lo vi. Fue algo no grato. Caminaba tranquilo por la calle del correo, cuando llegué a la plaza del arte vi a dos personas que jalaban a una chica (no puedo ahora decir cuántos años tenía, pero era joven), la jalaban para el interior del templo de San José, estaban en la puerta, las dos personas (un hombre mayor y un joven) la jalaban sin lograr moverla, como si, en lugar de estar frente a una chica, jalaran a una vaca, más bien a un toro, un toro embravecido, jadeante, lleno de baba. Me detuve y los vi a distancia, al lado de los tres protagonistas de la escena principal estaba una mujer, con chal, con un rosario en la mano, con los ojos cerrados, rezando en voz baja, o tal vez en voz media, pero inaudible, porque los gritos de la chica, con baba, como perra con rabia, cancelaban todo ruido cercano, sus gritos eran espantosos, horroríficos. No eran gritos de una chica, ¡no!, su voz era grave, como de hombre viejo, como de viejo borracho, mentaba madres, hacía maldiciones y se jalonaba con una fuerza brutal. Tardé dos o tres minutos viendo la escena detrás de un árbol, una cinta de espinas recorría mi cuerpo. Cuando mi miedo fue superior a mi morbo caminé en sentido contrario a donde me dirigía, volví sobre mis pasos, el desasosiego de la noche del estreno de “El exorcista” volvió a atraparme. Cuando llegué al parque central me senté en una banca y traté de serenarme, comencé a pepenar las escenas limpias que ahí se me presentaban, los boleros, la gente caminando, las niñas corriendo, el niño comiendo un helado, los árboles, el griterío de las aves buscando lugar para pasar la noche.
Ahora pienso que debí entrar al templo y seguir la secuencia. ¿Para qué habían llevado a la chica al interior del templo? Supuse (y supongo ahora) que no tenían permiso de las autoridades para meter a la chica, aunque, tal vez (esto lo pienso ahora) un sacerdote los esperaba en el interior, para hacer un acto de exorcismo. Entiendo que los sacerdotes reciben en algún momento el conocimiento práctico para hacer este tipo de actos, que no cualquiera puede realizar.
He disfrutado mucho la película “El resplandor”, así como la película de Polansky: “El bebé de Rosemary” y “Carrie”, son películas de terror, pero dirigidas de manera espléndida. Sí. He disfrutado las cintas de Hitchcock. Disfruto el cine de Del Toro. Vomito todo aquello que ahora es nombrado como Cine Gore, que se centra en lo visceral. No, siempre he pensado que si me tocara atender un negocio en el mercado elegiría el local donde se venden especias y me mataría antes de trabajar en una carnicería. ¡Qué asco andar manoseando carnes sanguinolentas!
Posdata: Sandra es una especialista en el tema del terror. El poeta Arbey Rivera, a la hora de la presentación, resumió algunas de sus actividades, entre las que sobresalieron su labor de escritora de novelas y de guiones, así como su actividad como directora de cine. Dijo que, en la actualidad, trabaja junto con Mick Garris, en la adaptación del texto Lucky, escrito nada más y nada menos que por Stephen King. Pucha, nadita. Sí, ella, estuvo en Comitán impartiendo la conferencia: “El terror visto a través de los ojos de la literatura y del cine”.

jueves, 14 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA DEL DÍA QUE LAURA Y EDUARDO ESTUVIERON EN COMITÁN




Querida Mariana: Laura García y Eduardo Casar estuvieron en Comitán; estuvieron la tarde del 13 de octubre de este año; y fueron como representantes del equipo que realiza el programa televisivo “La dichosa palabra”, del canal 22.
Estuvo casi llena la parte baja del auditorio del Centro Cultural Rosario Castellanos, lugar donde Laura y Eduardo se presentaron.
Así como nosotros, simples mortales, no sabemos qué debieron hacer para llegar hasta nuestro pueblo (fue la segunda vez de Casar y la primera vez de Laurita), así, ellos nunca se enteraron de qué hicieron las personas que acudieron a su charla, porque yo conozco dos o tres mínimos testimonios de vida, provocados por su presencia. Laura y Eduardo nunca se enterarán que varios amigos de La Trinitaria viajaron especialmente para estar en el auditorio esa noche (una noche fría, con niebla); los dichosos palabreros nunca se enterarán que Iván dejó pendientes varios pendientes para acudir a verlos y oírlos (Iván, en días pasados, entrevistó a Laura para su noticiario radiofónico por vía telefónica y prometió que estaría esa noche entre la audiencia y ¡cumplió!); Laura y Eduardo nunca se enterarán que Rocío (quien define a Laura como “La mexiñola”, porque Laura nació en España y se nacionalizó mexicana), prometió que viajaría hasta Comitán (así lo hizo, pidió permiso en su trabajo y, el miércoles temprano, avisó que desayunaba en San Cristóbal de Las Casas y ya viajaba a Comitán, lugar al que llegó temprano para ocupar un asiento de primera fila entre la audiencia).
Y te cuento apenas tres mínimas sendas. La presencia de Laura y Eduardo convocaron más historias, sin duda.
Y, sin duda, todos los presentes recibieron lo que esperaban, porque Laura y Eduardo compartieron lo que saben hacer: reflexiones en torno a la palabra, al libro, a la vida. Lo hicieron, como saben hacerlo, en forma sesuda, pero sin pretensiones; al contrario, compartieron su palabra en forma coloquial, sin tufos soberbios. Esto es lo que la audiencia (que sintoniza su programa televisivo cada semana) agradece y admira. El conocimiento compartido en forma sencilla, plena, llena de matices humorísticos. La audiencia disfrutó esta entrega franca.
Eduardo, una noche antes (en el Teatro de la Ciudad) mencionó que en Chiapas se respeta a la poesía, lo que no dijo es que en Comitán se respeta a la palabra. En Comitán, ah, ¡qué sabroso!, se reverencia a la anécdota. Los comitecos se reúnen para contar anécdotas, para compartir historias llenas de deslumbres vitales, por eso, el carácter del comiteco es pleno y abierto, pero (ya se dijo) los comitecos tienen el carácter de sus casas tradicionales: un zaguán en penumbra que se abre a un patio central luminoso. Laura y Eduardo lo comprobaron al entrar al auditorio, cuando la audiencia se dio cuenta que ellos entraban hicieron un silencio sepulcral (por lo regular, en otros pueblos los hubieran recibido con aplausos), Laura y Eduardo caminaron por el pasillo lateral y fueron seguidos por decenas de pares de ojos admirados, pero mudos. Tuvo que ser Eduardo (¡quién más!) quien rompiera ese muro de hielo, vio a la audiencia y dijo: “Muy buenas noches”, entonces todos respondieron “Buenas noches” y aplaudieron. Laura y Eduardo habían caminado por el zaguán comiteco y ya habían llegado al patio luminoso, el patio donde la luz se desparrama, y esto lo sintió Laura, porque subió hacia el escenario y, en medio de la cascada de aplausos, al estar en el punto medio sonrió al público e hizo un movimiento inesperado que fue como una reverencia envuelta en un salto de niña traviesa, levantó una pierna, flexionó otra y levantó los brazos, alegre. Había recibido el calor del cariño comiteco.
Y a partir de ahí todo fue un acto amoroso, una jornada donde la audiencia cayó redondita ante la palabra seductora de Laura y Eduardo.
En un juego de ping pong (así lo señaló Eduardo) los dos geniales conversadores expusieron ideas y conceptos. La palabra (como siempre) fue la protagonista, la palabra dicha a través de la palabra, de la palabra inteligente, luminosa, la no dicha, la soterrada, la descarada. Y los comitecos, amantes de la palabra traviesa, disfrutaron la velada.
Laura, amante de las palabras raras, no supo que llegaba a un pueblo donde las palabras antiguas tienen una vigencia abrumadora, acá, además de vosear, se usan varios arcaísmos, son voces de todos los días. Se sorprendió cuando Eduardo habló de la Saudade portuguesa y una asistente dijo que en Comitán a ese sentimiento nostálgico se le dice flato. ¡Qué! ¿Flato? Laurita dijo que la flatulencia es, e hizo un movimiento circular sobre su estómago. Terminó diciendo que los comitecos son atrevidos. Sí, en Comitán, el flato no es el pedo físico, es el pedo existencial.
Lo que Laura sí supo es que acá, como en muchos otros pueblos, hay personas que la admiran y la quieren.
Posdata: Me gustaría contarte todo lo que pasó, contarte muchos conceptos que ellos compartieron. Es imposible, se me agota el papel. Debo ir a trabajar. Sólo diré, antes de despedirme, que Laura comenzó diciendo que, constantemente, le preguntan: ¿por qué lees? Dijo que, al principio, no tenía una respuesta concreta, porque nunca se había preguntado por qué respira, por qué cuando entra a un túnel contiene la respiración. Pero, luego de reflexionar en la pregunta terminó diciendo que lee porque es lo que hace ser ella, porque es su ADN. ¿Mirás? Si ahora te hago la misma pregunta será una necedad: Ya Laurita lo dijo por vos, lo dijo por mí, lo dijo por los millones de lectores del mundo, lo dijo por la delegación zapaluteca, lo dijo por Rocío, por Iván: Leemos porque es lo que nos hace ser, es nuestro ADN. Tan tan.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE EL LIBRO




Querida Mariana: ¡El libro! ¿Qué dijo Borges acerca del libro? ¡Ah, sí! El libro es “Una extensión de la memoria y de la imaginación.” Ayer martes, 12 de noviembre, en México se celebró el Día Nacional de Libro. Cientos de festejos se realizaron en toda la república. Es bello saber que el mundo lector no olvida festejar ese chunche que preserva la memoria y activa la imaginación. ¡Ah, qué objeto cultural tan noble, tan generoso!
Mientras en Tuxtla Gutiérrez se celebra la Feria Internacional del Libro UNICACH 2019, que tiene como invitados de honor a Guatemala y a la Universidad de San Carlos, del país centroamericano; mientras en Guadalajara realizan los preparativos para celebrar la FIL, que es un acto cultural que convoca cada año a más de ochocientos mil lectores; en Comitán se inauguró la Feria del Libro, en el parque central, feria que estará hasta el día 20 de noviembre. Satisfactorio fue ver a cuatro librerías comitecas: Lalilu, Porrúa, La Proveedora Cultural, y un módulo de Editoriales Independientes.
¡Claro!, la oferta no puede compararse con la que ofrece la FIL, de Guadalajara, por ejemplo, pero como dijo un pelo: “Quereme, vos, calvo.” Algo bueno aparece cada vez que las personas se topan con libros en su camino. Basta recordar cómo Rosario Castellanos, en intento de contagio hacia la lectura para su hijo Gabriel, una tarde (en su residencia de Tel Aviv, Israel) “tapizó” el piso del cuarto de su hijo con ejemplares de “Balún-Canán”. Rosario confiesa que fue feliz cuando Gabriel le dijo: “Está padre”. ¡Había leído la novela de su madre! Sin duda que Gabriel es, desde entonces, un gran lector. Un analista de temas internacionales debe tener (como Gabriel lo tiene) una sólida cultura literaria.
Además de la Feria del Libro, en Comitán, hubo decenas de actos en lugares mínimos, sobre todo en escuelas. Hay maestros que comparten el gusto de la lectura con sus alumnos.
En el Teatro de la Ciudad, a las seis y media de la tarde, el poeta Eduardo Casar impartió una conferencia soberbia, habló de la obra de Rosario. ¡Ah!, como si estuviera en el aula universitaria frente a los alumnos, leyó poemas de Rosario y explicó las figuras literarias (tema del que Casar es experto). Ahí, sobre la mesa, Eduardo tenía un ejemplar de la novela “Oficio de Tinieblas”. Esa charla, ese libro, esa convocatoria que honró la memoria de Rosario fue una celebración inmensa para celebrar al libro, ese objeto cultural que (perdón por la insistencia) es extensión de la memoria y de la imaginación.
En el Colegio Mariano N. Ruiz, querida mía, hicimos lo conducente (¡uf!, qué palabrita tan de diccionario con olor a naftalina política). En los dos grados de educación secundaria pasamos a leer un fragmento del cuento “Ana, ¿verdad?”, del gran escritor Francisco Hinojosa (sí, el mismo que escribió “La peor señora del mundo”, “La fórmula del doctor Funes”, y que ahora promociona en medio mundo su más reciente libro: “Inchi farofe”) y, al término de la lectura, motivamos a diez alumnos a expresar su opinión acerca del libro. Los muchachos participaron y cada uno de los aventados recibió un ejemplar del díptico que contiene el cuentito “El osito que volaba”, editado por la Fundación Alexandra del Castillo Castellanos, fundación comiteca que honra la memoria de Alexandra y promueve la lectura entre niños y jóvenes de la región.
El momento cumbre fue cuando, al término del acto, los muchachos cantaron “Las mañanitas” al libro. ¿Cómo? Sí, como lo estás oyendo (bueno, leyendo), le cantamos las mañanitas al libro, en el día de su cumpleaños. Fue un instante prodigioso. Luego caímos en la cuenta que nos faltó ponerle su reja de papel de china (el próximo año encargaremos una reja de papel de china a la empresa “La cositía”, empresa que promueve el fortalecimiento de esta tradición comiteca); luego caímos en la cuenta que nos hizo falta algo esencial, cuando salíamos del salón, un estudiante comenzó a cantar: ¡Queremos pastel, pastel, pastel! Sí, le cantamos las mañanitas al libro, pero no comimos pastel (el próximo año encargaremos uno de cajeta en la Pastelería Nataly).
Posdata: Celebramos al libro. Celebramos a ese generoso objeto cultural. Celebramos la vida con lo mejor de la vida misma.

martes, 12 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON MISTERIOS INCLUIDOS




Querida Mariana: El letrero es muy claro y, sin embargo, contiene un misterio. El letrero está en una calle céntrica de San Cristóbal de Las Casas, anuncia el Museo de Ámbar, resina prodigiosa de Chiapas.
Pero, la mañana que estuvimos Pau y yo en aquella ciudad, ella, como siempre, jugó, jugó a que adivináramos cuál es el último secreto del mundo.
Yo dije que podía ser el lugar donde estuvo la mítica Atlántida; Pau dijo que puede ser el lugar donde duermen los unicornios (cuando lo dijo pensé en el Unicornio de Silvio Rodríguez, y sentí que mi garganta se volvía como un pozo sin fondo, porque pensé que ese unicornio es uno más en la lista de desaparecidos. La lista de desaparecidos en este país es asquerosamente inmensa. En la presentación de la novela “Casas vacías”, de Brenda Navarro, alguien de la audiencia volvió a mencionar ese lugar común que atenaza gargantas y pone grilletes en los ojos: “Los muertos tienen un lugar donde les llevan flores, pero, los familiares de los desaparecidos sólo tienen huecos en todos lados y en ninguno la certeza de que ahí pueden depositar un ramo o una lágrima.”)
Pau me exigió que siguiera con el juego, que regresara al presente, me conminó a hacerlo, con palabras y con un codazo a mitad de la panza. Sí, dije, el último secreto del mundo puede ser el lugar donde está el Santo Grial. Pau me quedó viendo como diciendo que jugábamos, que no estábamos en un aburrido salón de clases. El Santo Grial, expliqué, es la copa que Cristo usó en la última cena. Ah, dijo Pau, y luego se hizo la simpática (total, era un juego), porque dijo que el último secreto del mundo era la comanda con el menú de la última cena. Quise explicar que, según yo, la última cena consistía en una cena magra, con pan, agua y vino, pero si lo expresaba echaba a perder el juego, así que dije que el último secreto del mundo puede ser descubrir la fórmula del cabello de Sansón para hacerse invencible en fuerza física. Pau me quedó viendo de nuevo, pero cuando iba a explicar, ella rio y dijo que conocía la historia de Sansón y Dalila (cuando dijo Dalila yo recordé la vara de membrillo que recuerdan muchos ex alumnos del maestro Jorge, porque así se llamaba la vara con la que el maestro castigaba a los alumnos mal portados). Te toca, le dije a Pau. Sí, dijo ella y mencionó que el secreto mejor guardado del mundo era el lugar donde el abuelo Isaías guarda los chocolates que el doctor le ha prohibido comer y que todos los días, después de comida, el abuelo saca pellizcado de la bolsa del saco.
Cuando terminó de decirlo ya habíamos llegado al parque central y buscábamos la tienda donde venden dulces regionales, caminamos por donde, en los años setenta, estuvo el supermercado de mi padrino Ramiro Ramos Ruiz (que se llamaba “Las tres R”) y llegamos a la “Dulcería El Molino”, que vende dulces riquísimos. Pau pidió una canastita y comenzó a tomar nuégados y galletas con relleno, con la pinza. Vio en una repisa las cajitas redondas de madera con mermelada de membrillo. Dejó la pinza en el canastito y tomó una cajita con la mano, la alzó y dijo: “Este es el mejor secreto del mundo, porque nadie sabrá que estará en mi panza.” Le pedí que agregara cuatro cajitas para mí y dije que si existe el secreto mejor guardado del mundo debe estar guardado en una cajita de esas, a la vista de todos. Los secretos más secretos están siempre en el lugar menos escondido.
Posdata: Querida mía, ¿cuál pensás que es el secreto mejor guardado del mundo? El licenciado Segundo Guillén dice que Comitán es el secreto mejor guardado de Chiapas. Yo siempre relaciono la palabra secreto con la palabra misterio. Todo secreto guarda un misterio y al revés volteado. A veces confundimos los conceptos. Mi tía Elena siempre, con voz de confesionario, me dice: “Te voy a contar un secreto”. Mi tía no sabe bien a bien qué cosa es un secreto, lo confunde con un chisme soterrado.
Cuando íbamos a la terminal de la Cristóbal Colón, para regresar a Comitán, volvimos a caminar por el Museo del Ámbar, seguía cerrado. Pau dijo: Este secreto sí lo tienen bien guardado. Nadie se entera cuál es. Reímos.

lunes, 11 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON ARRUGAS




Querida Mariana: La vida y la vejez se asomaron a mi vida. Parecen temas de superación personal, pero son temas que aparecieron en mi camino, como si hubiesen estado escondidos detrás de un poste. Te cuento lo que me pasó hace dos o tres días: abrí la novela “Stoner”, de John Williams y, en la segunda página, me topé con la siguiente línea: “… Su madre encaraba la vida con paciencia, como si fuera un largo momento que debiera soportar…”; luego, fui al cajero de Banamex, en el centro, y mientras hacía fila, me saludó un viejo amigo que compraba hojas de triplay, cuando yo vendía derivados de la madera. No sé cuántos años tiene, pero no debe ser muy grande. Me dio la mano y yo, como es costumbre, lancé la pregunta: “¿Cómo está?” y él, como si le hubiese dado cuerda, se soltó diciéndome cómo estaba. Yo había hecho la pregunta como mera muestra de cortesía, pero él parecía esperar que alguien le preguntara para soltar lo que tenía trabado en la garganta. Luego, al volver a la oficina, llegó a saludarme el papá de un amigo y, de igual manera, cuando le ofrecí asiento y le pregunté cómo estaba, se soltó hablando de sus dolencias. El amigo del cajero me dijo que estaba mal, “cuando está uno viejo aparecen muchos dolores”, y me contó que está padeciendo de la próstata, pero que el médico le dijo que no lo operará, porque ha visto a pacientes que en cuanto los operan, a los dos o tres meses se despiden de la vida. El señor de la oficina me dijo: “Por fuera me veo bien, pero quién sabe cómo estoy por dentro”, y dijo que no le gustaba hacerse análisis, porque, sin duda, tiene dolencias, y la mente es canija, en cuanto sepa que está mal ¡se pondrá más mal! Mejor así, dijo, ahí la llevo, no quiero pensar cómo estoy por dentro.
Uf, ¿mirás? Así, de manera inesperada y abrupta, estuve metido en historias de vejez, de achaques. Los dos amigos me dijeron una certeza: la vejez trae achaques.
Por fortuna, minutos después de esta cadena de arrugas, mientras iba en mi auto por el centro, vi al maestro Cuauhtémoc Alcázar caminando por una banqueta y pensé que el maestro tiene más de setenta años; es decir, ya es un hombre viejo, pero está lleno de vida. ¿Achaques? No lo sé, no creo. Al maestro lo nombran como “El eterno joven de Comitán”. Lo vi con una gran vitalidad. Al revés del personaje de Williams no encara la vida “como si fuera un largo momento que debe soportar”; al contrario, el maestro Temo encara la vida como debe encararse: ¡viviéndola al máximo!
Claro, una cosa es decir que la vida se debe vivir en plenitud y otra lograr tal totalidad. La vejez ¿es un destino lleno de achaques? No lo sé. Así me lo expresaron los dos amigos mayores. El personaje de Williams habla de soportar la vida, no de vivirla con plenitud.
Una cosa es decir que la vida es bella y otra asumirla con todas sus complejidades. A veces escucho los comentarios de personas que ven a la vida como una carga, nunca faltan los problemas, dicen, cuando se va uno aparece el otro.
Es todo un tema. Es complejo. ¿Quién posee el secreto de la vida? No lo sé. Las encrucijadas son incontables.
Yo, la mañana que me topé con el maestro Temo lo vi como un árbol lleno de frutos, con nidos en sus ramas. Quienes conocen al maestro saben que toda su vida se ha dedicado al deporte, es (entiendo) un hombre mesurado en la comida y en los demás actos de su vida. ¿Esto le ha permitido llegar a una tercera edad en plenitud, sin achaques? No lo sé, pero probablemente así es. Tal vez los excesos juveniles cobran factura en edad adulta. No lo sé. Sólo sé que esta vida no puede verse como un largo momento que se debe soportar.
Me he topado con muchos amigos que no saben qué harán cuando llegue el momento de su jubilación.
Para todo hay que prepararse.
Posdata: Sabés que ya tengo sesenta y dos años de edad. Hace días obtuve mi credencial de la tercera edad; hace días recibí la notificación de mi pensión. Ya estoy pensionado. ¿Sé qué hacer con mi tiempo libre? Por supuesto que sí. Por fortuna, a mí nunca me ha alcanzado el tiempo para hacer todo lo que deseo. Ahora, pensionado, seguiré leyendo, escribiendo, dibujando, pintando, compartiendo lecturas con grupos estudiantiles, dando charlas, viviendo, pues, viviendo con intensidad. No tengo la disciplina del maestro Temo, pero todas las mañanas hago un tai-chi de viejito y he dejado de beber alcohol, de fumar y de consumir alimentos dañinos para el cuerpo. Trato, por todos los medios, de evitar los achaques propios de la vejez, trato de vivir de manera positiva, optimista. ¿Lo lograré? No lo sé. Pero por mí ¡no quedará!