martes, 31 de diciembre de 2019

CARTA A MARIANA, PARA TERMINAR EL AÑO SIN DAÑO




Querida Mariana: A fin de año, los lectores profesionales honestos acostumbran compartir la relación de libros leídos. Lo hacen en revistas o periódicos y, ahora, en redes sociales. Dentro de esa relación de libros leídos, siempre sobresalen dos o tres que les proporcionaron un placer indecible, que fueron -en opinión de dichos lectores- libros que deben ser leídos por más personas. Las recomendaciones literarias son como focos de mano que se prenden en la oscuridad del bosque enormísimo donde hay miles y miles de árboles torcidos o secos.
Digo lectores profesionales honestos, porque no faltan los mercenarios que realizan su lista con base a contratos millonarios firmados con editoriales. A las empresas editoras les conviene que las reseñas favorables de sus libros comunes sean recibidas por millones de despistados potenciales lectores. Lo mismo sucede en el mundo del cine, del teatro y demás ajos del ocio cultural.
Quienes no somos lectores profesionales, pero sí amamos el grato ocio de la lectura, siempre estamos pendientes de tales listas. A fines de diciembre buscamos la relación de los mejores libros del año. Por ahí puede existir alguna sugerencia digna de tomarse en cuenta.
Los lectores profesionales no lo hacen por vanidad ni por soberbia, ¡no! A final de cuentas es irrelevante para unos lo que hayan leído los otros. El mundo sigue impasible. Cuando x compra un auto nuevo el mundo de lo demás mortales sigue su sencilla marcha, lo mismo sucede cuando alguien adquiere un jet o un yate o realiza un viaje a París o se compra un saco que vale miles de pesos.
Lo importante del acto del lector reside en el hecho de compartir algo que está dentro del mundo de lo posible de quien recibe el mensaje. Cuando un amigo pudiente (fifí, diríamos en estos tiempos) presume en su Facebook que adquirió un nuevo auto de lujo, quien recibe el mensaje (persona de recursos económicos modestos) sigue caminando por la orilla; pero cuando un lector se entera que un amigo inteligente (rara avis, diríamos en cualquier tiempo) comenta que leyó un libro que lo sedujo, quien recibe el mensaje sabe que puede aceptar la invitación, porque adquirir un libro nuevo siempre es más fácil que adquirir un auto último modelo (ahora, con Kindle, Amazon y demás PDF’s del mundo, la lectura de libros se ha democratizado más que nunca).
Yo (ya lo dije, no soy lector profesional, pero sí lector apasionado) no publico listas de los libros leídos (este año me fue pródigo en lecturas), pero sí, de vez en vez escribo algún comentario acerca de un libro que leo y me deja motivos de reflexión y de gozo.
Este año lo termino con un libro inteligente, que es como una bitácora de viaje, de viaje en el tiempo y en el espacio. Es una novela no común, una novela escrita por una narradora soberbia. Si obtuvo el Nobel de Literatura es una feliz coincidencia. Olga Tokarczuk es una escritora que honra al Nobel; es decir, el Nobel se enriquece con tenerla en la relación de premiados. Olga podía vivir sin el Nobel, tal vez este premio ahora sobrevive gracias a nombres como el de ella. La lectura de “Los errantes” me ha permitido terminar este año con gusto. Si alguien me preguntara cuáles son mis deseos para el año veinte veinte, diría que uno de ellos es toparme con escritores inteligentes como Olga. Como todos los grandes ella escribe de temas complejos en forma sencilla, en cada párrafo hay guiños que demandan una mirada cómplice, una aprobación sin regateos.
Termino bien el año. Doy gracias a los dioses por ser un snob, ya que cuando supe que La Tokarczuk había obtenido el Nobel de Literatura fui a la librería para ver qué había de ella. Primero fue la novela “Sobre los huesos de los muertos”, libro que leí y me pareció decente, tan decente que cuando el librero me ofreció “Los errantes” corrí a adquirirlo. Esta novela fue una de las mejores adquisiciones del año por concluir. No he terminado su lectura, pero ya puedo afirmar que me parece soberbio, superior a la primera novela mencionada.
La ficha biográfica de Olga indica que tiene publicados tres libros de relatos. Otro de mis deseos para el año veinte veinte es conseguir dichos libros. Sé que los disfrutaré.
Posdata: ¿Se vale, en la lista de deseos del nuevo año, pedir que no aparezcan sustancias nocivas para el espíritu? ¿Se vale? Si se vale pido que desaparezcan los primos y sobrinas de las rimas bobaliconas de Arjona. Ayer, de casualidad, escuché la siguiente rima en la radio: “Si un día te vas de casa, yo te llevo a la NASA…” Es en serio. Lo escuché y miré hacia todos lados, para ver si alguien me estaba jugando una broma. ¡No! Es un éxito musical que ahora se escucha con frecuencia. Al llegar a casa (¿la NASA?) prendí la computadora, entré a Youtube y vi (sin sorprenderme) que tal canción tiene tres millones cuatrocientas mil visitas. ¡Padre Eterno! Por eso el mundo anda como anda. Pido, para el año veinte veinte, más Olgas Tokarczuk y menos Karol’s G.

lunes, 30 de diciembre de 2019

CERTEZA INCIERTA



¿Cuándo supiste que serías escritor?, me preguntan. Lo supe desde el principio, respondo. Al principio no sabía leer con claridad las señales, pero ahí estaban, diciéndome que sería escritor. Algo en mí, sin tener plena conciencia, me lo advertía. Era como cuando el apostador decide poner sus últimas fichas al 27 rojo, en el tapete de la ruleta, ¡y gana! ¿Cuál es el prodigio que hace que la mente dicte la orden a la mano y que ambas coincidan en el movimiento de la bola que se detiene en el hueco rojo 27? Hay una señal que si se razona no se comprende, pero el portento sucede y modifica todo, el apostador se llena de una luz indecible, lo mismo sucede con todos aquellos que reconocen su vocación. Lo mismo sucedió conmigo cuando supe que sería lo que soy: escritor. Lo supe desde el principio, tal vez por esto siempre llevé una libreta y una pluma conmigo. Desde siempre, el papel y la tinta han sido como las alas para mi intento de vuelo; el papel y la tinta han sido las marcas de mis ancestros, las huellas que debo seguir para disfrutar este camino.
Me equivoqué en todas las demás vocaciones de vida, pero, por fortuna, en la más importante ¡todo me fue dado! Los dioses pavimentaron mi camino. Me preguntan: ¿Cómo supiste que serías escritor? Y, como si fuera un ave, abro el pico y canto, canto con voz clara sobre la última rama, la más endeble, la más frágil, la que parece a punto de quiebre, la que está más cerca del cielo.
¿Cuándo? ¿Cómo? En el instante de revelación, estas preguntas dejan de tener sustento, se convierten en simples hojas secas que abonan el suelo.
Supe que sería escritor ¡desde siempre! Lo supe la mañana que, en el sitio de la casa, bajo la sombra de un árbol de durazno, en lugar de echar agua al hormiguero, como sí lo hacían Víctor y Pepe, yo me entretuve viendo una mariposa posada en el charco. Lo supe la tarde que, en el Cine Comitán, Juan me dijo que saliéramos porque la película estaba muy aburrida y yo me negué y seguí viendo “Los olvidados”, de Buñuel. Supe que sería escritor la mañana que fui a la biblioteca que estaba en el corredor de la presidencia municipal y pedí “Las cartas de relación”, de Hernán Cortés (en su vieja edición de Porrúa) y, en lugar de escribir la tradicional reseña que había solicitado el maestro de literatura (que no era otro que Óscar Bonifaz) redacté una historia de ficción donde, en el parque central de Comitán, platicaba con un viejo que decía llamarse Hernán Cortés y me contaba el contenido del libro.
No fue difícil hallar el hilo de la vocación, porque, desde siempre, me sentí cautivado con las palabras y con las historias en papel. Jamás me sedujo la palabra oral, nunca me senté frente al abuelo para escuchar las historias de fantasmas o de aparecidos. ¡No! Yo buscaba el libro, la historia (tal vez la misma) escrita en papel. Me encantaba saber que el libro podía llevarlo a todas partes, el libro me daba alas para volar sin arriesgarme al diluvio.
Supe que sería escritor la tarde que vi la otra orilla y no tuve el arrojo de salvar el abismo para llegar a ella. Me quedé donde estaba, en la orilla que me correspondía, ahí me senté en una piedra y miré el sol ocultándose tras la montaña, y miré las estrellas y la luna y escuché al grillo que estaba junto a mí.
Supe que sería escritor cuando me di cuenta que mis compañeros y amigos eran siempre los que subían por la cuerda, quienes bajaban la pendiente en bicicleta con las piernas abiertas, quienes se atrevían a cruzar la calle y le hablaban a la chica que les gustaba. Supe que sería escritor cuando me di cuenta que yo era quien se quedaba siempre atrás, quien se sentaba en la banca y miraba a las chicas en el parque. Supe que sería escritor cuando entendí que yo no sería protagonista sino relator de los actos más soberbios del mundo.
Cuando me preguntan cómo supe que sería escritor, cuándo lo supe, no tengo empacho alguno en decir: Lo supe desde siempre, desde el origen. Si alguien me preguntara cuándo y cómo supe que los libros me daban oxígeno, respondería lo mismo.

sábado, 28 de diciembre de 2019

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE UNA FUENTE




Querida Mariana: Desde siempre me ha gustado la palabra fuente. Contiene elementos luminosos. En la ciudad de México tuve una amiga periodista que cubría la “fuente de la presidencia”. ¿Mirás? La fuente presidencial.
De igual manera, tuve amigos que no compartían su “fuente de información”. Sus fuentes eran amigos que se movían en círculos políticos muy cerrados y les pasaban información confidencial.
La fuente siempre es como el origen de las cosas. Cuando una embarazada sufre la ruptura de fuente debe correr al hospital, porque su criaturita debe nacer. La fuente es todo.
En Comitán parece que los comitecos han comprendido tal concepto universal y han hecho de la fuente (la que se encuentra en el parque central) el motivo esencial, como si al verdadero centro lo hubieran desviado tantito. El motivo más importante no es el kiosco, sino la fuente, ahí donde (así lo dijo Cri cri) hay un chorrito que se hace grande y se hace chiquito.
En los años setenta esta fuente no existía. En ese espacio había una residencia particular, que formaba parte de la manzana que fue derruida y que se llamó Manzana de la Discordia.
Los que nacieron en los años ochenta ya tuvieron este espacio para jugar con el agua de la fuente. En la actualidad la fuente es un elemento de identidad y funciona como un referente preciso. He conocido muchas parejas que se citan ahí, dicen, con una gran naturalidad: “Nos vemos en la fuente." Yo mismo, en muchas ocasiones he empleado el sitio para reunirme con alguna persona que desea saludarme o conocerme. Me gusta ese espacio y lo disfruto como miles de comitecos, como decenas de palomas que ahí tienen su pista de acuatizaje. A veces me siento en las gradas y miro cómo las palomas, como si fueran integrantes de alguna fuerza aérea, se desplazan por el aire y acuatizan en la parte alta de la fuente y se bañan y toman agua y zurean.
Me encanta ver cómo los fotógrafos buscan el mejor ángulo en el reflejo para tomar la fotografía única que sintetice la arquitectura cercana. Muchas fotografías muestran el reflejo de los árboles, de la fachada del templo de Santo Domingo, de la Casa de la Cultura o del reflejo del rostro de una muchacha bonita.
Hace años, la administración municipal que encabezó el contador José Antonio Aguilar Meza editó un libro con imágenes de algunos de los mejores fotógrafos de Comitán. El libro se llama “Comitán de mis amores”. La portada es una fotografía (excelente) de Ángel Gabriel que es una toma nocturna donde se refleja la Casa de la Cultura en el agua limpia y calma de la fuente. No sé a qué hora tomó Gabriel la foto, pero debió ser a altas horas de la noche (o de la madrugada). La foto es limpia, porque sus elementos están concentrados al mínimo. Claro, la esencia de ese espacio está dado por el movimiento que se da en torno a él. La fuente, cuando el chorro de agua salta divertido, cuando está lleno de palomas que juegan, cuando hay parejas de novios o de amigos que se toman la fotografía del recuerdo, cuando los niños meten la mano al agua y mojan a las niñas, cuando los papás sientan a sus hijos en la orilla para que jueguen con el agua, cuando alguien llega y se acoda para ver con atención cómo juega el sol en el reflejo, cuando las personas se sientan en los bordes para presenciar un concierto al aire libre o se suben para ver un desfile, en ese instante, la fuente cumple con su misión de vida. La fuente, como cualquier elemento arquitectónico de nuestro pueblo, justifica su existencia en el momento que sirve para reacomodar las emociones de los seres humanos. ¿Cuándo un balcón es más balcón? ¿Cuando el dueño de la casa sale y presencia un desfile o cuando está solo? ¿Cuándo una puerta es más puerta? ¿Cuando se abre o cuando permanece tapiada? ¿Cuándo una banqueta es más banqueta? ¿Cuándo una calle es más calle? ¿Cuándo una ciudad es más ciudad? Por supuesto que un pueblo es más pueblo cuando está lleno de personas, cuando hay multitudes en sus calles, en sus plazas, en sus mercados, en sus parques y en sus casas. Un pueblo es más pueblo cuando cada resquicio transpira vida. Cuando veo una azotea llena de ropa secándose al viento pienso que ahí, en esa casa, hay vida, hay niños que van a la escuela, hombres que van al taller a trabajar, mujeres que preparan la comida en las cocinas, abuelos que cuentan historias de aparecidos a los nietos. Los pueblos se justifican cuando hay personas que aman, se emborrachan, juegan fútbol llanero; se justifican cuando hay mujeres que van al templo, cuando hay hombres que tocan las campanas, cuando los jóvenes fajan con sus chicas, cuando corren, cuando sueñan, cuando vuelan.
Lo mismo sucede con la fuente. Justifica su esencia cuando las personas pasan a su alrededor, cuando entienden que ahí hay un elemento que da vida. Se llama fuente, porque alimenta el centro del espíritu del hombre.
La otra mañana hallé a dos señores del departamento de parques y jardines del Ayuntamiento, estaban embrocados, no jugaban con el agua, a pesar de que uno de ellos metía la mano y la sacaba a cada rato. Los dos hombres tenían el cometido de limpiar el agua.
En la casa de Emiliano hay una alberca, cuando se llena de hojas secas, uno de los sirvientes toma un chunche especial, que es una vara larga con una red en un extremo, y limpia el agua. Los empleados hacían su labor con una escoba y a mano limpia. Bueno, pensé, hay comunidades de pescadores donde el oficio se hace con un anzuelo y una caña de pescar o con arpones y hay otras donde (lo he visto en documentales) los nativos pescan a mano limpia, ven el pez y, con un movimiento agilísimo, pepenan el pez, que se contorsiona en la mano hasta que, agotado, termina dando los últimos coletazos en una cubeta.
La fuente de mi pueblo es tema para una composición musical o para un poema. Basta que un poeta se siente en las gradas y pepene los rayos de luz que de ahí se desprenden y lo traslade a signos musicales en un pentagrama o en palabras en un procesador de texto. La fuente de mi pueblo es tema de nostalgia para quienes ahora radican fuera de Comitán y extrañan la riqueza de las tardes en que fueron felices. La fuente de mi pueblo es tema para que los habitantes de hoy la consientan, la mimen.
Si los empleados del ayuntamiento estaban encumbrados sobre el redondel es porque (¡nunca faltan!) hay personas que avientan las cáscaras o las cubierta de plástico. Dios mío, ¿por qué no entienden que todo chunche tiene su vocación original? ¿Por qué convierten la fuente en un basurero? A veces pienso que viven la vida al revés. ¿Se les ocurriría llenar un basurero con agua y decir que esa es su fuente?
Un día te conté que hallé a una mujer trepada en el borde, como si estuviera en el malecón de La Habana, lanzaba un cordel que, en su extremo, tenía amarrado un imán. ¿Qué hacía? Rescataba las monedas que algunas personas tiran a la fuente. No faltan los visitantes que convierten la fuente en una réplica (modesta, sencilla) de la Fuente de Trevi, donde cada año, los millones de turistas tiran monedas, porque la leyenda dice que quien, de espaldas a la fuente, tira una moneda regresará feliz a la capital del mundo: Roma. Esa mañana le pregunté a la mujer si sacaba buen dinero, dijo que no, que la gente era muy coda (¡faltaba más!). Apenas conseguía diez o quince pesos.
Los integrantes de mi generación (como sabés, nací en 1957) vivimos la vida que estimulaba la manzana de la discordia, íbamos a comprar tortas a la cantina de tío Tavo, jugábamos billar o tomábamos un helado en Nevelandia, comprábamos libros o revistas (play boy) en la Proveedora Cultural, mandábamos a hacer nuestros anillos de graduación en Joyería Escobar, mirábamos los nuevos modelos Ford en la agencia del señor Nápoles, o comprábamos un jugo y galletas en el súper de don Límbano, o comprábamos los discos de José José o de Roberto Carlos en la Casa del Ciclista o muebles en Casa Tovar. Vivimos otro centro, nuestra fuente de vida fue otra. Ahora, los comitecos de hoy viven otra esencia, tienen una fuente que es como un elemento unificador. Alrededor de la fuente se manifiesta la vida. Por esto da coraje que algunos (bobos) la usan como basurero.
Posdata: Hay personas que tienen la capacidad de hallar las fuentes primigenias, personas que ven en cada grano de arena el principio de la construcción monumental. Yo (gracias a Dios) tengo la capacidad de hallar motivos centrales en cada acto de vida. Puedo decir, como si viajara en un barco y abriera los brazos al viento, que vos sos una fuente de vida, vos sos el chorrito que se hace grandote y se hace chiquito cada vez que sonreís, cada vez que leés, cada vez que me contás una bobera, cada vez que hacés un guiño y la vida (no le queda de otra) también sonríe y se llena de vida. ¿Mirás? ¡Das vida a la vida!

viernes, 27 de diciembre de 2019

ANTES DE QUE TODO SE ACOMODE (X)




El cuento concluía de manera puntual. El viajero despertó al sentir una frenada brusca. Abrió los ojos, estaba boca arriba. Vio las frondas de pinos que formaban un cielo cercano. Recordó que estaba sobre la góndola de la camioneta de los ancianos. Se incorporó. Lo primero que vio fue a dos tipos, con barba, despeinados, con el torso descubierto y pantalones de mezclilla. Estaban al lado de su automóvil extraviado. Los dos ancianos bajaron dando un portazo, casi al mismo tiempo. El anciano puso sus brazos sobre el borde de la góndola y dijo que ya habían llegado, que podía levantar su demanda con los policías, señaló a los dos barbones, y rio, al mismo tiempo que lo hicieron los otros dos. El viajero no supo qué hacer. Ahora no sólo tenían su auto los maleantes, sino también a él. ¿Qué sucedería? Se incorporó por completo. A pesar de estar por encima de los ancianos, de verlos desde arriba, se sintió más pequeño que nunca, y el alud de la realidad se le echó encima: apenas horas antes todo anunciaba un viaje luminoso y ahora... Cerró los ojos y se dijo que no debería haber hecho ese viaje. Todo había sido un quiebre angustioso. Ahí estaba a disposición de esos muchachos y de esos ancianos, que quién sabe qué pensaban hacerle.
Cuando pienso en el concepto Viaje sé que tengo mucho por escribir. Todo mundo tiene experiencias de viaje. A pesar de que soy una persona muy de casa ¡he viajado! Jamás, como muchos amigos, he “cruzado el charco”. Esta expresión siempre me causa asombro: Cruzar el charco. Todo un océano visto como un simple charco. Dicen que los viajes ilustran. No en todos los viajeros sucede eso. Hay muchos casos que los envuelve en soberbia. Es una idea sobrada decir que el océano es un simple charco. La ironía está formada de excesos.
He viajado a varias partes de México y, para no verme tan disminuido en experiencias internacionales, puedo contabilizar que en una ocasión estuve en Estados Unidos de Norteamérica y en otras (dos o tres) estuve en Guatemala. Pero, en Estados Unidos sólo estuve, unas horas, en Brownsville, Texas, que es una ciudad fronteriza, pegadita a Matamoros, Tamaulipas. Tal vez mi experiencia internacional más intensa fue la vivida en Guatemala. De niño viajé a la capital con mi mamá y mi tia Emelina; con Quique, Alicia, mi Paty y Sonia viajé a Atitlán y a la Antigua Guatemala. Pero, si digo viaje, digo que he viajado desde siempre a muchos países a través de la literatura.
Romeo, amigo que conocí en la Ciudad de México, cuando estudié en la facultad de ingeniería, en la UNAM, me contaba que tenía un tío millonario (he olvidado el nombre) que, cada año, como si fuera personaje de película, entraba a su biblioteca, le daba vueltas a un globo terráqueo, que tenía sobre el escritorio de cedro, cerraba los ojos y señalaba un lugar con su dedo índice. Abría los ojos y veía el lugar señalado. Sus vacaciones las dirigía a tal destino. El azar decidía en qué lugar pasaría sus vacaciones. No importaba el lugar. Romeo me contó que en dos ocasiones su dedo señaló el mar. Hasta ahí se dirigió, primero en jet o helicóptero y luego en yate. Llama mi atención que era su dedo el que elegía. Parece que el dedo en México es determinante en la esfera de los poderosos. Durante muchos periodos presidenciales donde el PRI era el partido dominante se habló de que el candidato era por “Dedazo”. El tío de Romeo elegía sus destinos de viaje ¡por dedazo!
La mayoría de mortales, simples mortales, tiene una forma más razonada y racional para elegir destinos de viaje.
Digo que mis destinos han sido modestos, sus pasos no han llegado más allá del territorio mexicano y dos puntos circunvecinos. Una vez, mis papás volaron a Canadá y los pensé como aves en viaje recíproco, si los patos canadienses volaban a México en época de frío, mis papás regresaban la cortesía.
El viajero pidió permiso para bajar de la góndola. Supo que estaba indefenso y al arbitrio de esos tipos, unos delincuentes, porque unos habían tomado su automóvil y otros lo habían llevado en un secuestro consensuado, donde él no sabía las reglas del perverso juego. Uno de los barbones caminó hasta la góndola y, con ambas manos, bajó la góndola y le ofreció una mano al viajero. Los tres tipos restantes rieron, se burlaron. El anciano hizo una reverencia a la anciana y ésta, como si fuera una reina, caminó por el sendero lleno de lodo.

jueves, 26 de diciembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON NOMBRES AUTÉNTICOS




Querida Mariana: ¿Recordás que estamos en concurso del nombre más original de empresas comitecas? El primer nombre que propuse fue “Petit Comitec”, que es un café que está en la subida de El Terrazo. Pienso que no hay otro café en el mundo que se llame igual. Ahora propongo “Central 47”, que es un Mercado Gastronómico de reciente apertura.
El nombre de Petit Comitec es una mezcla ingeniosa, que alía a Francia con nuestro pueblo, que, sin ser la Ciudad Luz, es una ciudad con luz.
Puede ser que en el mundo exista otra Central 47, pero sería una coincidencia genial. ¿Por qué este mercado gastronómico se llama así? Central es una palabra galana, porque remite al centro, pero además se emplea, por ejemplo, para referirse a espacios de importancia capital. En Veracruz existe una Central Nucleoeléctrica, en La Angostura hay una Central Eléctrica. ¿Mirás? Las centrales son espacios altísimos En Comitán, como en muchos lugares del mundo, existe una Central de Abasto, el lugar donde se concentran los víveres para preparar los alimentos. La central, entonces, es un lugar de concentración. Acá, Central 47 significa el lugar donde las familias se concentran a degustar alguno de los platillos que ahí ofrecen (sabés que no como carne, pero sí paso a pedir un pan compuesto, sólo con frijolitos, salsa y picles. Sí, sí, me pierdo el ochenta por ciento del sabor: la mayonesa, el quesito, la crema y las hebras de carne, pero disfruto mi panito compuesto a la Molinari).
¿Por eso Central 47 se llama Central? Parece que no, parece que la idea es más sencilla y por eso es más importante, recordá que lo sencillo es lo grandioso.
Se llama Central, porque el Mercado Gastronómico está ubicado en la Calle Central de Comitán, la que comunica directamente el bulevar con el parque central. La calle del Mercado Gastronómico es la entrada que lleva a propios y extraños al centro de la ciudad. Sencillo, ¿no? ¡Genial!
¿Por qué 47? ¿Ya adivinaste? Sí, ¡por eso!
Digo, entonces, que sería una gran casualidad que algún empresario, en algún lugar del mundo abriera un local en una calle central, en el número 47 de dicha calle, y se le ocurriera (para no quebrarse la cabeza en ideas extranjerizantes o snobs) llamar a su local Central 47, y ya el colmo de la coincidencia sería que dicha empresa fuera un Mercado Gastronómico, que ahora es una innovación en nuestro pueblo; es decir, un mercado donde se ofrece una serie de delicias culinarias.
Central 47 es mi segunda propuesta para el concurso del nombre empresarial comiteco más auténtico.
Estas dos primeras propuestas dan una idea de que Comitán (como todos los pueblos que respetan su identidad) no necesita importar ideas.
Recordá que los grandes escritores del mundo vuelven universal lo local. Su grandeza radica en dar al mundo lo propio. Gabriel García Márquez, por ejemplo, cimentó su genio en contar lo que vivió de niño en su pueblo natal, su grandeza estuvo en saber trasladar a lenguaje literario lo que le contó su abuela. Su gran obra: Cien años de soledad, narra una historia de su pueblo de infancia. Con su narrativa legó al mundo un cacho (pequeñísimamente enorme) de su identidad. Gabo contó de lo que sabía, de lo que lo formó, por eso triunfó en el mundo entero.
Nuestro concurso va dirigido al mundo de nuestra identidad.
Vos sos muy joven, pero tal vez sabés que en los años setenta hubo una discoteca en Nueva York, discoteca a la que asistían los más famosos del mundo, que se llamó Studio 54, porque estaba ubicada en la calle 54 de Manhattan.
Dichos nombres (Central 47 y Studio 54) emplearon una fórmula de mercadotecnia muy sencilla: otorgar una referencia geográfica.
Posdata: Sé que es un poco fastidioso insistir, pero debo, como si escribiera Las mil y una noches, decir una y mil veces que estoy contento, porque estás de nuevo en tu pueblo. Sosegaras un poco, digo, está bien que llevés diplomados y cursos de posgrado, pero ¿por qué fregados no los hacés en línea? Digo, digo.
Lo escribo y, dos segundos después, reculo. Sé que tenés que vivir, que el mundo es tuyo. En fin, por ahora, estoy contento, porque puedo verte de nuevo. ¿Hasta cuándo? Hasta que se te trepe la idea de estudiar un nuevo curso de cinematografía.
Ay, en lugar de que vos vayás al mundo, Cuarón debería venir al pueblo a darte un curso intensivo de dirección cinematográfica, digo.
No, no, perdón, reculo, sé que vos tenés que vivir, viajar, beberte el mundo. ¡Qué coraje!

miércoles, 25 de diciembre de 2019

NOCHEBUENA




Imaginá que te llamás Nochebuena. La noche es símbolo de la oscuridad, pero también es la antesala donde se abre la luz.
Si sos Nochebuena, podrás elegir entre ser la noche donde la familia se reúne para celebrar el nacimiento de Jesús, o la noche donde llega el instante esperado, que puede ser desde el término del libro que estás escribiendo o la última noche en que trabajás como velador y te pensionás. La Nochebuena puede ser cualquier noche del año. Suena prosaico, pero Armando siempre anunciaba a su pareja en turno: “Hoy tendrás tu Nochebuena” y, mientras se agarraba sus partes innobles, entornaba los ojos como si fuera agua yéndose en el lavabo. Una vez, una de sus amantes confesó, en rueda de amigos, cuando un amigo le preguntó si la noche con Armando había sido, en realidad, una noche buena: “La noche, cuando menos, tarda ocho horas. ¿Dónde se ha visto que una noche tarde menos que el relleno de la oblea en la boca?” A partir de ese instante, los amigos de Armando lo molestaban: “¿Y hoy habrá Nochebuena de Diez? ¿De diez minutos?”, y se reían, mientras Armando hacía el entripado de su vida.
Pero, ya se dijo, si imaginás que te llamás Nochebuena, si sos Nochebuena, podrás elegir entre mil opciones, porque no todo se reduce al nacimiento de Jesús ni a la noche de bodas o a la primera noche de experiencia sexual.
Basta hacer la pregunta con amigos: Eliminando la tradicional Nochebuena, ¿cuál ha sido tu mejor Nochebuena? Los amigos buscan en el armario de su memoria y eligen, entre las Mil y Una Nochebuenas, una que es de su especial afecto. Raulito, quien es medio lento, pero muy bromista, respondió: “Mi mejor Nochebuena es la que me regaló Alicia…”, y todos los amigos nos vimos con mirada cómplice, pero el encanto terminó cuando Raulito terminó su respuesta: “… la sembré en el patio y ahora da unas flores hermosas cada navidad.”
Podrás elegir ser la Nochebuena del abuelo que recibe la visita de su nieta; la Nochebuena donde el niño abandona el hospital para siempre, porque ya sanó; la Nochebuena donde la mamá abraza por primera vez a su criatura recién nacida; la Nochebuena donde el aficionado regiomontano celebra que su equipo venció al América en la final o la Nochebuena donde los americanistas celebran en El Ángel el triunfo de su equipo.
Si sos Nochebuena, podrás elegir entre mil opciones, menos entre ser una noche buena o una noche mala. La ventaja de ser lo que sos es que todas las opciones son ¡buenas! Por eso tu destino es noble, en medio de la oscuridad vos sos el cabito de vela que desaparece la oscuridad. ¡Sos la Nochebuena!, como decir que sos ahijada predilecta de la luz.

martes, 24 de diciembre de 2019

ANTES DE QUE TODO SE ACOMODE (IX)




Hace como quince años hice un ejercicio similar al de Carlos Fuentes. Tomé algunos conceptos y escribí mi experiencia personal. Recuerdo que uno de los temas fue: autos; y otro fue: cantinas. Estos dos temas fueron como recorrer carreteras donde el puente termina de manera abrupta y uno corre el riesgo de caer en el abismo, un abismo que no corresponde al de una imagen real. No sé cuál sea la altura del puente más alto del mundo; es decir, el puente que esté por encima del vacío más profundo, pero este vacío se quedaba corto con el de mi experiencia. Mis carreteras comenzaron siendo ese camino lleno de luz que es siempre el viaje. La experiencia del viajero está llena de valles, de bosques, de pájaros que migran en grupos, de volcanes con la cima blanca, de puestos de fritangas a la orilla de la carretera, de riachuelos; los viajes siempre están llenos de ventanas por donde corre el aire y levanta el polvo de lo cotidiano; pero, los viajes, también, son el símbolo supremo de la incertidumbre, de no saber qué hay detrás de la montaña, qué hay más allá del bosque, qué hay en ese restaurante al que entramos al hacer una pausa. Recuerdo con emoción el cuento de un escritor argentino que cuenta lo que le sucede a un viajero al detenerse en una estación de gasolina, en medio de un desierto. El viajero baja de su auto, le pide diez galones de gasolina a un viejo que dormita en una silla, y se dirige al sanitario, donde no están bien definidos los letreros de damas o de caballeros. El viajero entra al primero, piensa: Si tiene mingitorio es para hombres. Adentro siente la bofetada de los orines y de la mierda que se desparrama por una taza al descubierto, sin aro y rodeada de papeles sucios. No hay mingitorio, por lo tanto, con una mueca de asco, se cubre la nariz, sale y dice: “Pinches viejas, son igual o peor de asquerosas que los hombres.” Como su necesidad física es de la vejiga decide orinar al aire libre, da vuelta a las galeras de los sanitarios, mientras camina se baja el cierre y busca su miembro, al completar la vuelta, un perro (encadenado) se le va encima, el perro ladra como si fuera una de esas mujeres que gritan en las plazas o en los mercados. El viajero se hace para atrás, trastabilla y cae, encoge el pie derecho, porque el perro casi lo alcanza con sus dientes de bisturí. Dentro del terror siente una oleada de alivio, ve su pantalón y observa el motivo de su tranquilidad. Mientras el perro (doberman) insiste en su ritual de guerra, el viajero se levanta, se limpia el polvo del pantalón con ambas manos y se desfaja la camisa para disimular un poco la mancha de la entrepierna. El perro sigue ladrando. Camina hacia la bomba de gasolina, ve (y esta imagen lo paraliza) que su auto no está. ¿Dejó la llave puesta? Se busca en la bolsa del pantalón y la encuentra. ¿Entonces? ¿Lo empujaron hacia otro lugar? Pide que no lo hayan puesto en directo y robado. Camina deprisa, llega hasta donde está el viejo, lo zarandea del hombro: “¡Mi auto!, ¿en dónde está mi auto?”
El viajero es la persona más frágil y fuerte del mundo. Se asume como una roca, pero cuando se ve envuelto en una situación lamentable, en un territorio desconocido, donde no tiene amigos, se vuelve arena, polvo, casi nada. Y como aquella mítica ave renace de sus cenizas, pero ya ha conocido la fragilidad del viajero.
Así pues, escribir esos dos capítulos de mi vida: autos y cantinas, pasaron de la luz prodigiosa a la más sombría oscuridad. Cuando terminé de escribirlos pensé que había recorrido, de nuevo, un túnel con peste de alcantarilla, por donde corrían ratas enormes, que más bien parecían tacuatzes furiosos y no simples roedores. Concluí que los excesos me habían llevado a modelar estos capítulos de mi vida con plastilina negra. Uno fue el exceso de velocidad y otro fue el exceso en la bebida. Mezclados ambos conceptos se convirtieron en lo que las autoridades viales advierten: una bomba. Y esto fue, porque sin conocer al poeta Baudelaire, estuve ebrio durante muchas horas de mi vida. Y me embriagué de trago (del más infecto. ¡Ah!, ¿por qué no conocí antes al poeta? ¿Por qué no leí su poema y comprendí la limpidez de su mensaje?) Baudelaire dio el secreto del misterio del viaje (el maestro Rafael lo pronunciaba Bodeler, pero Juan, mi compañero de aula, lo leía Bodel aire y abría los brazos como si fueran alas). Baudelaire (¿lo recuerdan?) en su poema recomienda:
“Deberíamos estar siempre ebrios. Eso es todo. No hay otro dilema. Para no sentir la terrible carga del Tiempo que nos destroza la espalda hasta hacernos besar el suelo, es necesario embriagarnos sin tregua.
“¿De qué? ¡De vino, de poesía, de virtud! ¡De lo que quieras! ¡Pero embriágate! ...”
No conocía a Baudelaire y cualquiera diría que fui dócil a su propuesta, pero me embriagué sólo de vino, porque no conocía la verdadera poesía y había olvidado la virtud, que mi padre me hincó amorosamente en mi infancia.
En el cuento, el viajero corrió hasta la carretera para ver si veía alguna huella de su auto. El viejo bajó el sombrero sobre su cara y se echó a dormir. El viajero llegó a la orilla vio hacia uno y otro lado. Sólo una sábana de vapor subiendo del asfalto. Pero vio un punto que se acercaba por el lado izquierdo, cada vez se hacía más grande, era una camioneta con la góndola descubierta, un Ford, pintado de verde. En cuanto se acercó logró ver a una pareja de ancianos, ella era la conductora, el anciano fumaba. Cuando la camioneta se detuvo ante los insistentes manotazos del viajero, el anciano sacó parte del cuerpo y preguntó qué deseaba. El viajero contó. El anciano volvió a ver a la anciana, ésta dijo que podía ser. El anciano le dijo al viajero que subiera a la góndola, que lo llevarían al pueblo más cercano, lo dejarían en la comisaría. Trepó, se recostó en el medallón posterior y, conforme se alejaron, vio al viejo de la gasolinera, despatarrado en la silla. No podía creer que en cuestión de minutos su vida había dado un giro inesperado. Cerró los ojos y durmió.
El viaje es rico en experiencias, hermosas, pero también incruentas. El viajero nunca sabe qué hay detrás de la montaña.

lunes, 23 de diciembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON RECONOCIMIENTO DE DEPENDENCIA




Querida Mariana: Dicen que aquel navegante se ataba al palo de la vela del barco para no caer en la tentación. Se ataba para que los cantos de las sirenas no lo subyugaran. Digo esto, porque ahora (sin que ello me cause resquemor o infortunio) tal comportamiento es el día de mis días. Camino atado para no escuchar el influjo de las tentaciones.
Hubo un tiempo que no fue así, caminaba orondo por la proa del barco y me bajaba ante el primer canto, caía en la tentación.
Esto que digo me hace pensar que nunca he tenido un carácter fuerte, siempre he estado sujeto al vaivén del aire, de la ola, de la mano que me jala para uno u otro lado.
Hace dos o tres días saludé a Quique en un andador de San Cristóbal. ¡Bonito arguende! Ambos vivimos en Comitán y nos vemos muy de vez en vez. Tuvimos que viajar a San Cristóbal para abrazarnos, para decirnos que nos queremos.
Y digo esto, porque Quique fue siempre la mano que me jaló, la que me llevó a vivir la vida en mi adolescencia. Me hice tan dependiente de él que no me movía cuando estaba lejos de él. Me sentaba y esperaba, esperaba que llegara para decirme que fuéramos al cine, al café, a la cantina, al baile, a la montaña, al boliche. Me acostumbré a no decidir, me acostumbré a que él decidiera por mí, por ambos.
Un día, no sé cómo, caminé por una vereda donde Quique no estaba y él pensó que yo me había extraviado, pero no avisó a Locatel, ni entró al bosque a buscarme. Y yo, al verme solo, no tuve más que pararme y caminar solo y miré que podía hacerlo, que mis pies me sostenían con gallardía y me llevaban, si bien no a las más altas cumbres y a los abismos por donde había estado al lado de Quique, por caminos donde el aire jugaba en las frondas de los árboles. Caminé al lado de los libros, muchos libros, decenas de libros. Y comprobé que cada escritor era una mano para recorrer caminos altísimos. Y entonces, por primera vez en mi vida, decidí que ya no iría con Quique a revisar cómo había amanecido el mundo, sino que me dejaría llevar por los caminos donde me jalaban esos escritores que tenían nombres semejantes al de mi amigo de toda la vida, pero que aparecían en los noticiarios y en las portadas de revistas especializadas, porque tenían una vida intensa, que contaban desde un escritorio.
Pero no pensés, querida mía, que ya estoy curado de ese síndrome de dependencia. No, aún no poseo el libre albedrío. Sigo dependiendo de los otros, ahora de aquellos expertos que saben de literatura y que me dicen por dónde debo caminar, por dónde está el canon.
En dos o tres ocasiones entré con Manolo a locales especializados en música. Lo vi revisar los acetatos y elegir sin conocimiento previo del grupo o del solista, lo hacía con una convicción dictada por una corazonada musical. Cuando iba a su casa y me ponía los discos elegidos al “azar” escuchaba que de tres había pegado en el surco genial en dos. Su instinto musical le permitía atreverse a caminar solo por sendas nunca recorridas. Eso me parecía una actitud de un Borges musical, descubría talentos y los daba a conocer al mundo. Yo no puedo hacer esto con libros. No puedo. He intentado, pero todo me falla, por eso necesito lazarillos, guías que me indiquen qué leer. Por esto digo que el Nobel es uno de mis semáforos en verde. Este año he leído (faltaba más) obras de los dos premiados (el de 2019 y Olga, ganadora del 2018). Por eso, ahora he puesto especial atención a la lista de los 50 mejores libros de 2019, publicados en el periódico El País, de España. En primer lugar colocaron la novela Lluvia fina, de Luis Landero, y en segundo lugar Los errantes, novela de Olga Tokarczuk, novela que, te conté el otro día, estoy leyendo y que es un dechado del buen decir. Por esto, desde ayer, ando en caza de Lluvia fina, de Landero, escritor del que nada he leído, pero que ahora se convierte en amigo por conocer. Manos expertas me han dicho que por ahí debo caminar, por ahí ¡caminaré!
Soy incapaz de entrar a una librería y curiosear y comprar un libro del que nada tengo como referencia. El otro día pasé a la librería del Centro Cultural Jaime Sabines y compré la novela Purga, de la escritora danesa Sofi Oksanen. La compré porque (snob al fin) tenía una cinta que mencionaba que había sido un libro revelación en Francia, más de doscientos mil lectores la adquirieron. ¿Mirás cómo funciono? Funciono a base de recomendaciones de expertos. Esto debe ser una especie de resaca juvenil. Me acostumbré a que Quique me indicara el camino a seguir. Yo, en ese tiempo, pensaba que Quique era experto en cuestiones de vida.
Posdata: A veces voy al parque, me siento en una banca y, mientras veo pasar a las chicas escolares y veo a los viejos (como yo) que se sientan ante las mesas de los cafés y dejan que la vida haga lo que hace con los seres humanos, pienso en el día que dejaré de depender de los otros y decidiré por mí mismo. Una vez quise hacerlo, boté todo por la borda del barco y decidí que iría a Cuba y luego a París, pero en cuanto abordé el avión supe que me quedaría en la sala de espera del aeropuerto de arribo sin abordar el otro avión, esperando que llegara alguien y me dijera que el camino no era por ahí, que debía recular, y así lo hice y, como decía al principio, este recule no me causó ni resquemor ni infortunio. Al contrario. Sentí que recuperaba la ventana que había abandonado.
Por el momento, espero que llegue la novela de Landero, en un paquete que contendrá, también, un Kindle, que me han contado es un chunche en el que podré leer libros digitales y podré reunir (si la vida me alcanza) a guardar cinco o seis mil libros.
Mientras tanto navego atado al palo de la vela del barco. Lo hago para no bajarme en cualquier orilla, subyugado por esos cantos que me dicen: ¡Alejandro, vení para acá, acá está la vida! He decidido que el tiempo restante de vida sea un mero bogar por este barco que tiene ya una ruta trazada, inmodificable: La ruta de un lector que viaja a todo el mundo y más allá, desde un sofá.

sábado, 21 de diciembre de 2019



CARTA A MARIANA, CON UN CUENTO DE NAVIDAD

Querida Mariana: Medio mundo me pregunta por vos. La mitad de ese medio mundo quiere conocerte. Me dicen: “Aunque sea en fotografía”. La mitad de la mitad de esa mitad me pregunta, con cara de Santo Tomás: “¿Existe Mariana?” ¡Ay, Señor! ¡Hombres y mujeres de poca fe!
Ahora, jugaré el juego contrario. Te anexo una fotografía donde aparecen muchos de mis compañeros de trabajo. Hace como un año, cuando te platiqué de Roberto, me preguntaste si de verdad era tan ingenioso y gracioso como te decía. Bueno, acá verás su cara y ya vos dirás si su horma coincide con su facha.
Antes de presentártelos te diré que este grupo participó en la puesta en escena de una obra de Emilio Carballido: “Un cuento de navidad”. Los maestros ensayaron durante mes y medio para presentar la obra a los alumnos del Colegio Mariano N. Ruiz. Sin ser profesionales, lo hicieron con tal profesionalismo que la representación fue un éxito. Los asistentes rieron con cada una de las actuaciones. ¿Has leído “Un cuento de navidad”, de Carballido? ¿No? En la contraportada del librincillo editado por el Fondo de Cultura Económica, en la serie Vientos del Pueblo, viene la siguiente síntesis: “En “Un cuento de navidad”, Carballido nos presenta el divertido enfrentamiento entre dos hombres que se ganan la vida disfrazándose de Santa Claus para que los niños se tomen fotografías con ellos; el primero es amable y cariñoso y el segundo -con el traje mal puesto y la barba a medio caer- es todo lo contrario de lo que se esperaría de un Santa Claus: mal hablado, rudo y antipático.”
Y eso de mal hablado ¡lo es en serio! ¿Dónde se ha visto que un Santa Claus le diga a un compañero Santa Claus: “Pinche Santa Claus ojete, chinga a tu madre.”? Pues se ha visto y escuchado en la farsa de Carballido. Una farsa muy bien escrita y que, por lo tanto, resulta muy disfrutable.
¿Ahora sí entendés por qué mis compañeros andan en traje de carácter? Bueno, ahora paso a presentártelos. Iré de izquierda a derecha y sé que vos, sin conocerlos, los ubicarás (bueno, a quien sí conocés es a mi Paty. ¿Ya la ubicaste?) Va, te presento a Nina (con su moñito de cuerno de unicornio, quien representó a una niña que, según el decir de la mamá es un poco retobada.); Lucy (quien fue la mamá de Nina y acá anda con el pie alzado, muy de pasarela.); Lucy (que hizo el papá de Javier, por eso anda con lentes oscuros y sombrerito como de investigador privado.); Paty (quien se metió adentro de la caja que está al frente, porque ella fue la apuntadora.); Dorita (quien interpretó el papel de una niña que se asusta ante los gritos del fotógrafo del Santa Claus malcriado.); mi Paty (quien fue la mamá de Virginia y la anduvo jaloneando por todo el escenario, porque la niña hacía berrinches por querer retratarse con Santa Claus.); Virginia (hija de mi Paty, quien, esa noche, fue su mera madre.): Paulo (que representó a un policía que llega a poner orden cuando los dos Santa Claus se agarran a fregadazo limpio. Es el de barba negra y cachucha como del Che); Yanet (interpretó a una niña que, toda inocente, a la hora que el Santa Claus malcriado ofende al Santa Claus decente, ve a su mamá y pregunta: ¿Por qué dijo puto, ese Santa Claus?); Wendy (quien fue la mamá de Yanet y se molestó por el lenguaje prosaico del Santa Claus malcriado.); Romeo Alejandro (quien interpretó al Santa Claus mal hablado. Es tan malcriado que lanza trompetillas y chiflidos de cinco notas, con acento en la primera y en la cuarta.); Hugo (quien no participó en la obra, pero aparece acá, porque es el mero mero de la escuela, en la realidad.); Carlos Eloy (a quien acá sólo se le ve el gorro, pero que interpretó el papel del Santa Claus amable y cariñoso.); Anita, quien interpretó el papel de una niña que le dice a Santa Claus que ella sólo quiere pedirle al Niño Dios que la vuelva una niña muy buena, para tener siempre contentos a sus papacitos.); Rubén (quien está detrás de Anita e interpretó al fotógrafo del Santa Claus malcriado y que, ¡faltaba más!, habla con un lenguaje similar, pero regaña al Santa Claus diciéndole: ¡Ya, cállate, que si te oyen decir chingaderas no vienen!); Paco (que acá anda de sombrerito e interpretó a un niño que es el único que se acerca con el Santa Claus malcriado, pero que se decepciona al ver que el Santa tiene el traje todo roto.); Yuri (que hizo de niña, tal como se muestra acá, inocente, con las manitas reunidas.); Tania (que hizo el papel de mamá de Anita y que se siente muy orgullosa de ella, a tal grado que la invita a ver los juguetes para que elija y los pida en la cartita a Santa.); Javier (quien lleva un gorrito como si fuera agricultor suizo e interpretó el papel de hijo de Lucy y fue el primero que habló en la obra diciendo: “… y unos patines, y una pistola atómica, y un traje de Jopalón Cásidy, y un casco de cosmonauta…”; Malle (mamá de Paco -Archibaldo- y que, cansada del lenguaje altisonante del Santa malcriado lo lleva a tomarse la foto con el otro Santa.); Teresita (a quien sólo se le ve media cara e interpretó a una niña modosita, tan modosita que ni se sentó en las piernas de Santa.); Maribel (quien fue mamá de Dorita y acá, igual que Lucy, anda de mucho bolso y con pose de pasarela.); Saraí (quien es alumna de la universidad y sustituyó a la maestra Mayeli, quien, de última hora tuvo que salir de viaje. Saraí interpretó el papel de mamá de Teresita y, por fortuna, sólo tenía una línea para decir: “Dale tu carta a Santa Claus, hijita.”); Zaira (alumna de la universidad que coordinó la secuencia de los actores y actrices.); y, por último, pero no por ello menos importante, el buen Rigo (quien hizo el papel de fotógrafo del Santa Claus amable.)
Como en toda puesta en escena, ésta no dejó de tener sus momentos imprevistos. A la hora del pleito entre los Santas, ambos habían ensayado bien la secuencia: dos panzazos, cachetada, golpe bajo y afianzarse de las solapas de los trajes. En los ensayos todo salió a la perfección, pero a la hora de la representación, se metieron tanto en sus papeles, que el Santa bueno (tal vez, ya encabronadísimo por la agresión constante del otro) le metió un panzazo tan bien puesto que mandó al otro al suelo. Los asistentes festejaron tal acción, considerando que Romeo Alejandro hacía su papel con mucho realismo, pero lo cierto es que cuando terminó la obra, el maestro Romeo Alejandro se sobó más de una vez las nalgas.
Carballido ambientó la obra en el Distrito Federal de los años sesenta, los actores y actrices procuraron lucir ropa de esos años, pero cuando se presentó Saraí no faltó el asistente que comentó: “Mirá, la Saraí vino con vestido de los sesenta, pero de los sesenta centímetros por encima de la rodilla.” Como acá mirás, la mamá Saraí llegó muy generosa mostrando pierna, casi en competencia con la niña Nina.
Mi Paty estudió durante varios días las cuatro líneas que diría. Al final, el fotógrafo le pide su dirección para llevarle las fotografías. El guion original dice: “Volcán 1130, Jardines del Pedregal.” Mi Paty y yo mandamos a construir una casa en Puebla, donde vivimos más de cuatro años. Ella nunca se aprendió la dirección de la casa, pero ahora (¡pucha, después de diez años!), Paty, en lugar de decir Jardines del Pedregal decía Jardines de San Manuel, que es el nombre de la colonia donde teníamos la casa en Puebla.
La mayoría de niñas se sentó en las piernas del Santa Claus bondadoso (Carlos). Una niña no quiso, porque ¿qué iba a decir su esposo?, y otras querían ensayar la sentada una y otra vez. Virginia andaba muy contenta y cariñosa, aprovechando la situación.
¿Y Roberto? Sí, Roberto es el que falta. Él hizo la introducción de la obra, presentó datos de Emilio Carballido, explicó en qué consiste la farsa y, antes de iniciar la obra, leyó una advertencia que el propio autor dijo que debía darse y se explica por sí sola: “Distinguida concurrencia: no sabemos por qué esta fábula de navidad ha sido considerada impropia para niños. Por lo tanto, tampoco se les ha permitido actuar en ella; les rogamos que usen su imaginación para ver muy infantiles a los jóvenes que ocuparán el sitio de nuestros ausentes actorcitos. ¡Feliz navidad!”
Roberto es… sí es él, el que está con una rodilla en el piso. ¿Se caracterizó? ¡No! Su horma es la de todos los días de frío. Sobresale en la foto, siempre le gusta sobresalir. Es, tal vez, el único profesional del grupo, porque él está acostumbrado a trepar en escenarios, bien para coordinar coreografías o para bailar.
Posdata: Los alumnos disfrutaron la puesta en escena, y, por supuesto, los maestros actores disfrutaron los ensayos y el momento de estar en el escenario. La mayoría de alumnos estuvo pendiente. Claro, no faltaron los dos o tres que, al principio, ignoraron el esfuerzo de sus maestros, pero casi el noventa y seis por ciento reconoció el arrojo artístico que tuvieron sus catedráticos. Un minuto después del inicio, el ciento por ciento de la audiencia estaba pendiente de la obra y lo disfrutaba a carcajadas. Fue una manera pedagógica e ingeniosa de llevarlos al teatro, de conocer una obra de un autor fundamental de la literatura mexicana; fue una manera alegre de desearles feliz navidad y decirles que es un privilegio compartir momentos en el aula. Dentro de varios años, los asistentes a la obra recordarán este momento como si hubieran vivido un cuento, un cuento de navidad.

viernes, 20 de diciembre de 2019

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE EL AÑO VEINTE VEINTE




Querida Mariana: Termina el año veinte diecinueve y llega el año veinte veinte. Los viejos acostumbramos decir: Ya me cayó el veinte, cuando comprendemos algo. Dicen que es porque, antes, las rocolas funcionaban cuando caía la moneda de a veinte; las rocolas eran veinteras.
Ahora no nos caerá el veinte, nos llegará el veinte veinte, y todo mundo lo espera con esperanza y alegría.
En la panadería y pastelería La Flor de México celebrarán los cuarenta años de su fundación. El destino no se enteró, pero preparó todo para este festejo, que bien puede ser lema de la empresa: “El año veinte veinte es nuestro año cuarenta.”
Hace cuarenta años llegó a Comitán don Gilberto Bolaños Capistrán y, al lado de su esposa, fundó la panadería que hoy por hoy es una empresa comiteca que da trabajo a más de cincuenta personas. El lema de don Gilberto fue: “La constancia es la base del éxito.”, este lema lo persiguió con afán constante, tal afán logró convertir a su empresa en una empresa exitosa. Actualmente (ya cerca del veinte veinte, el año cuarenta de la Flor de México) su esposa, hijos y nietos la hacen más grande, día a día. Sin que reconocieran el dicho de los viejos, a los hijos de don Gilberto les “cayó el veinte” y han sabido continuar con la tradición laboral del patriarca.
A mí, querida niña, me encantan esas familias que fortalecen las empresas que comenzaron los ancestros. No siempre se da. Conozco casos donde la labor de abuelos se va a pique, porque los nietos ya no apuntalaron dichos edificios. Por esto, Comitán celebra, junto con la familia Bolaños este logro de unidad familiar.
Hace ya casi cuarenta años, don Gilberto abrió su panadería en Comitán y ofreció, como su nombre lo indica, una empresa con el sabor del pan de la Ciudad de México. Si en Comitán los panaderos tradicionales ofrecían el pan francés, don Gilberto dijo: “Acá les traigo la sabrosa telera.” Poco a poco, dicho sabor se unió al del pan comiteco y permitió que el cliente tuviese opciones de sabores, que son tan importantes en la gastronomía de todo el mundo.
¿Acá hacían las conchas? No. Acá comíamos rosquillas chujas y cemitas. Don Gilberto trajo las conchas que (muchos no lo saben, no lo han probado) también se convierten en Conchas Compuestas, cuando se abren por la mitad y se les pone frijoles (el sabor del dulce encaramado de la concha y el sabor salado del frijol provoca un exquisito gusto en el paladar.)
Cuando vivimos en Puebla, además del pan de la ciudad, viajábamos especialmente a Zacatlán por comprar el pan de ahí, un pan con queso que tiene un sabor único. Cuando teníamos una paguita de más íbamos a Xico, en el estado de Veracruz, también a comprar pan, porque, de igual manera, es un pan con un sabor especial.
Ahora, en Comitán, a diferencia de los años ochenta, hay opciones para los paladares y los comitecos lo agradecemos. Por la estación de radio de la FM hay un local que expende pan de La Trinitaria y en la colonia Miguel Alemán y a cuadra y media de la misma radio FM, los comitecos hallamos expendios de la Flor de México, la empresa que en el próximo año veinte veinte cumple su año cuarenta.
¿Sabés qué me sorprende? Que ningún comiteco haya emprendido el negocio de venta de “Guajolotas”, que son tan buscadas en la Ciudad de México. Ahora, en nuestro pueblo hay personas que preparan los tamales al estilo México: verdes, rojos o con rajas; riquezas gastronómicas que se han unido a nuestros gustadísimos tamales de hoja, de bola, de momón o de chipilín. Don Gilberto, hace ya casi cuarenta años, nos trajo el famoso bolillo, con que se prepara “La guajolota”. Don Gilberto emprendió un negocio que ahora es una empresa exitosa. ¿Qué esperan los guajoloteros comitecos para comenzar a ofrecer las famosas “Guajolotas”? Conozco a dos o tres que le hacen el fuchi a las Guajolotas, porque dicen que a quién se le ocurre comer masa con masa (el tamal adentro del pan), pero, de igual manera, conozco a decenas de amigos que disfrutan ese sabor. Al menos, en la Ciudad de México, hay millones de personas que disfrutan las guajolotas, cada mañana.
Ahora, los comitecos gozamos el sabor del tradicional pan de aquella maravillosa ciudad, la gran Ciudad de México. Vamos a la Flor de México y, al entrar al local, nuestro olfato percibe un aroma diferente, y más tarde, cuando nos sentamos ante la mesa saboreamos ese sabor especial. ¡Ah, qué rico sopear una concha en el chocolate calientito!
Posdata: Te conté, niña mía, que cuando viví en Puebla extrañaba mucho el sabor de los antojitos comitecos. ¿En dónde encontraba, en las mañanas, un vaso de jocoatol? Don Gilberto trajo el antojo mexicano a la mesa comiteca, y no sólo recuperó la nostalgia de los capitalinos que radicaban acá, sino que nos enseñó a disfrutar los sabores de la gran ciudad. Nuestra riqueza gastronómica se amplió y esto, ¡esto, querida mía!, lo agradece nuestro paladar.
Este próximo año veinte veinte, los comitecos reconoceremos el cuarenta de La Flor de México. Nos llegarán dos veintes, dos veintes con riquísimo sabor. ¡Felicidades!

jueves, 19 de diciembre de 2019

RESPUESTAS VARIADAS A PREGUNTA USUAL




Una persona pregunta a otra: ¿Cómo estás? La pregunta es una fórmula de cortesía. Las personas malcriadas podrían responder: ¡Qué te importa!, pero, por lo regular, no es así. La persona interrogada responde con educación, porque se asume que quien pregunta lo hace de buena manera, sin mala intención.
Una vez me tocó una persona a quien le pregunté cómo estaba y, como si hubiese estado esperando la pregunta desde siempre, me respondió contándome todas sus aflicciones. Yo esperaba una respuesta breve, de cortesía. No fue así, dicha persona me agarró como confesionario y vomitó todos sus pesares. Recuerdo que cuando pregunté: ¿Cómo estás?, él, de inmediato, dijo: “Estoy mal…” y comenzó a enumerar todos sus males, sin omitir detalle. Y sus males eran ¡incontables!, pero contables.
En la Arenilla de ayer conté cómo responden algunos amigos: el maestro Temo, el maestro Óscar y el maestro Jorge. Cuando terminé de escribir el texto recordé que cuando saludo a mi primo Enrique, quien, no sé por qué, siempre lo encuentro en su auto, con el cigarro prendido, él, a mi pregunta de ¿Cómo estás?, con su voz de Caterpillar dice: “¡Estoy! ¡Ya es ganancia!” Nunca le otorga un valor a su respuesta, para él, el hecho de ser y de estar ya es ganancia.
Amigos que leyeron la Arenilla le entraron al juego. Malolys, por ejemplo, dice que responde: “¡Creciendo!”, es una respuesta abierta, tan abierta que abarca casi todo el universo, porque éste, dicen los científicos, después de miles y millones de años sigue ¡creciendo! Malolys, quien es chaparrita, y ya tiene más de treinta años de edad, sabe que un crecimiento físico ya no se le da, pero, como en la parábola de los peces, el espíritu sí puede multiplicarse.
Me gustó la respuesta de Malú Herrera Anzueto, ella, a la pregunta ¿cómo estás?, responde: “Más guapa que ayer.”
Y luego me entero que hay muchas mujeres (¡bendito Dios!) que pertenecen a la cofradía amante de vírgenes y acuden al santoral para responder. ¿Qué responde Rocío Cancino? ¿Cómo estás? “¡Como Santa Elena!” ¿Qué responde Elsa Evely Ballinas? ¿Cómo estás? “Como Santa Eduviges, ¡buena por donde te fijes!”, y así le dan vuelta a todo el santoral. Mónica, quien tiene un ligero malestar en la vista, responde con humor: ¿Cómo estás? “Como Santa Prisca, ¡muy buena!, pero un poco bizca.!
Y veo que este tema es inagotable. En la forma que respondemos existe un cordel para saber qué tipo de personas somos. El doctor Alfonzo, quien es un gran humorista, responde: ¡Bien, pero ¿qué le vamos a hacer?”
Ahora que escribo esta Arenilla, recuerdo que una tarde, en una comunidad cercana a Comitán escuché, en el atrio de un templo, una respuesta que era como una fanfarria celestial. Una mujer, con vestido por debajo de la rodilla, muy por debajo, le preguntó a un hombre que estaba a su lado: ¿Cómo estás?, el hombre sonrió y casi como si levitara respondió: “Bendecido, prosperado y en victoria.” Casi miré cómo del cielo bajaban ángeles y hacían una ronda en torno a ese hombre optimista al mil por mil.
Juan José Castillo responde con un mexicanísimo “¡A todo dar!” Frase que, si la analizamos tantito, significa que quien lo dice va más allá del plano personal, porque “dar” significa que se otorga algo a otro. A todo dar, entonces, implica estar tan desbordante que se entrega dones por doquier.
Me he topado con respuestas inusuales. Como la pregunta es una mera fórmula de cortesía, uno espera recibir la misma flor del invernadero, pero en una ocasión llegué a la universidad y le pregunté a una alumna que estaba sentada en una silla naranja adentro del salón: ¿Cómo estás?, ella levantó la vista y dijo: “Mal, como siempre, muy mal.” Yo me quedé turulato, no esperaba tal reacción. Ella bajó la vista y siguió viendo la paleta de la silla.
Asimismo, cuando le pregunto a Miguel: ¿Cómo estás?, él, con una mueca que parece grieta, responde: “Jodido, pero contento”, y deshace la mueca.
Todas las respuestas anotadas pueden escucharse en cualquier lugar de Latinoamérica. Sólo hay una que es exclusiva de estas tierras. Ramoncito, siempre que le preguntan cómo estás, contesta: “¡Mero lek!”, voz tojolabal que significa bueno, bien.

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Y VOS, ¿CÓMO ESTÁS?




A veces voy en el auto con rumbo a mi trabajo y en la banqueta de MUEBLIMEX me topo con el maestro Temo. Él va con su traje deportivo, hace su diaria caminata. Me detengo, pongo las luces intermitentes y, sacando la cabeza por la ventanilla, le pregunto: ¿Cómo está? Él, frotándose las palmas de las manos, sonríe y responde: “Sin esperanzas de muerte.” Yo también sonrío. Me despido, pongo primera y acelero.
Me encanta su respuesta. Es como un conjuro. Recuerdo que una mañana, hace muchos años, fui a casa de mi tía Azucena, ya estaba muy malita, su casa tenía el color gris de la pena. Salió su hermana, la tía Romelia, le pregunté cómo estaba la tía Azucena, y ella abrió sus brazos, buscó el refugio de mi pecho y, con un llanto incontrolable, dijo: “Sin esperanzas de vida.” La tía murió en la tarde.
A veces voy a casa del maestro Óscar, toco el timbre, se abre el portón eléctrico y entro, casi sintiéndome un auto, elijo ser un BMW. Encuentro al maestro sentado ante la mesa redonda de su comedor, escribiendo. Levanta la vista. Pregunto: ¿Cómo está? Y él, como si estuviera en un campo sembrado de margaritas, riendo, responde: “A toda madre.” Reímos. Luego, sin dar tiempo de algo más, dice que el mundo debería inventar la mentada de padre, ¿por qué -pregunta- sólo hay mentada de madre? Yo estoy a punto de decirle que, en este año (2019), filmaron una película mexicana que se llama “Mentada de padre”, pero callo, nada digo.
En otras ocasiones me topo en el patio de la escuela con el maestro Jorge. Camina orondo, lleno de vida. Me abraza, me dice que hace rato que no nos vemos, que ha ido a mi oficina y que ha encontrado la puerta cerrada, yo digo que he salido, que he tenido que ir a la presidencia o a la radio y luego le pregunto: ¿Cómo está?, y él, como si mostrara su vestimenta en televisión, recorre su figura con las manos al aire y responde con otra pregunta: “¿Cómo me ves?” Yo quisiera decirle: Lo veo a toda madre, sin esperanzas de muerte, pero como, a veces se me pone seriecito, me concreto a decirle que lo veo muy bien, y cuando respondo veo que él me ha metido en su juego de vida. No responde. Es como si alguien le preguntara: ¿Cuántos años tiene usted?, y él respondiera: “¿Cuántos me echás?”
No hay necesidad de echarles años a mis amigos mencionados. El maestro Temo tiene ochenta (y no es casualidad que en Comitán le digan “El eterno joven de Comitán”, porque se mantiene muy bien, física y mentalmente.) El maestro Óscar, amigo íntimo de Rosario, nació en el mismo año que ella: 1925, por lo tanto, tiene noventa y cuatro años y, salvo que se apoya en un bastón y camina ya con cierta lentitud, está, también, con gran fortaleza física y mental; y lo mismo sucede con el maestro Jorge, quien acaba de cumplir ochenta y dos. Los tres son grandes viejazos comitecos, sabios, sin esperanza de muerte, al contrario: están a toda madre.
Paco, más joven (debe tener unos sesenta y cinco años), siempre que me topo con él en el parque o en la fila del banco, cuando le pregunto cómo está, me responde: “Regular, sólo a los pendejos les va mal y sólo a las putas les va bien.”, y suelta la carcajada. Yo sonrío, sin darle mucho crédito a lo que dice. Pienso que hay muchos pendejos (sobre todo en estos tiempos) a los que no les va nada mal; pienso que hay muchas putas (las que esperan a los clientes en las esquinas malolientes, en penumbra, tristes) a las que no les va muy bien.
Pienso que, en cuestiones de bienestar, las respuestas deben ser precisas, porque son como mandalas, como cartitas al universo.
Cada vez con más intensidad, la ciencia nos explica que la salud física tiene mucho que ver con el estado de ánimo que creamos. Si alguien dice que está a toda madre, sin esperanzas de muerte, así será, por los siglos de los siglos, mientras viva.
El maestro Óscar dice que deberían inventar la mentada de padre para ofender, así como emplean la mentada de madre. Cuando le pregunto cómo está de salud, su respuesta envía al concepto madre al otro extremo, en lugar de ser una ofensa se convierte en un elogio de vida, estar a toda madre es estar más que bien.
¿Yo? ¿Cómo estoy? ¡Bien!, gracias a Dios.
¿Y vos, cómo estás?

martes, 17 de diciembre de 2019

CARTA A MARIANA, UN AÑO DESPUÉS




Querida Mariana: ¿Qué hiciste el pasado 10 de diciembre? Imagino que fuiste a alguna tienda en Guadalajara a comprar un detalle para tu abuela o, tal vez, fuiste a una fonda a comer una torta ahogada, porque el próximo viernes (¡ya este viernes!) viajarás de regreso a Comitán. ¿Qué hice el pasado 10 de diciembre? Viajé a Tuxtla, me trepé a un autobús de la ADO y miré por la ventanilla cómo el paisaje cambiaba a medida que subía a San Cristóbal y luego, como en un tobogán enloquecido, bajaba a Tuxtla. Como el camión llevaba el clima artificial no sentí el cambio del clima templado cálido de nuestro pueblo al friecillo de San Cristóbal y el calor asfixiante de Tuxtla. Fui invitado a participar en un conversatorio, a propósito de un homenaje que Coneculta Chiapas le rindió al gran fotógrafo coleto Vicente Kramsky.
Eso, entre otras cosas, hicimos vos y yo el 10 de diciembre, actos inusuales, pero sencillos. Y digo inusuales, porque el año pasado (el 2018) vos no estabas en Guadalajara ni yo viajaba a Tuxtla. Ese 10 de diciembre estábamos en Comitán. Recuerdo (lo revisé en mi bitácora) que vos y yo nos vimos en la tarde y fuimos al parque central y leímos el libro que leíamos en ese momento (“Linda 67”, de Fernando del Paso) y vos comiste una paleta de chimbo que compramos en “El Escritorio”, que es una papelería que, también, vende paletas y helados artesanales. Esa tarde de 2018 vos y yo estuvimos haciendo algo cotidiano, sencillo, pleno. Este 2019, vos y yo hicimos algo inusual: Vos estuviste en Guadalajara (allá no hay paletas de chimbo) y yo estuve en Tuxtla (saludé a mi amiga María Auxilio, la gran fotógrafa de Chiapas). Pero, después de todo, hicimos actos sencillos que no aparecieron en la prensa. Bueno, tal vez en algún periódico de Tuxtla se haya consignado que estuve en el conversatorio, porque el acto fue por demás relevante: Homenaje a un gran fotógrafo de Chiapas, de México.
Pero, ahora, 17 de diciembre de 2019, a las cuatro y treinta y dos de la mañana, escribo y pienso que Olga Tokarczuk (la Premio Nobel de Literatura de 2018), el 10 de diciembre, estuvo en un lugar único, sublime. Ese día ella recibió de manos del Rey Carlos Gustavo, de Suecia, el galardón que le fue concedido. ¿Mirás? El mismo día, tal vez a la misma hora, en otro lugar diferente al nuestro, Olga tuvo a decenas de fotógrafos frente a ella. Ni vos ni yo estuvimos frente a un rey, nosotros caminamos por calles donde caminaba gente que iba al mercado, a la iglesia, a la escuela o a la casa, escuchando los claxonazos y oliendo la podredumbre de basureros rebosantes; gente que cargaba mochilas, libros, botellas, bolsas con el mandado; gente que jalaba a sus hijos; gente que esperaba el colectivo debajo de una parada; gente que torcía la cabeza para ver a otro, que llevaba tatuajes en todo el cuello o vestía una falda que dejaba ver un par de nalgas generosas; gente que dormitaba en el cristal de las ventanillas de los autobuses urbanos, que se desesperaba adentro del automóvil; gente común. Olga, desde el día del anuncio, se volvió alguien famoso, más de lo que ya había sido, porque el Nobel de Literatura es como una varita mágica que concede un deseo jamás advertido.
Vos y yo, todas las mañanas, nos levantamos sin pensar que, en algún momento del día, tendremos decenas de periodistas, con sus cámaras, sus cables, sus libretas, esperando el instante que aparezcamos por la puerta para lanzarnos preguntas y sorprenderse porque están frente a un famoso. Vos y yo, igual que millones de personas en el mundo, salimos a la calle, respiramos hondo, cerramos la puerta y trepamos al auto para ir al trabajo. Pero hay personas, escritores, por ejemplo, que se levantan porque el timbre del teléfono suena y reciben una llamada que más o menos dice: “Le llamo desde la Academia Sueca, tengo el honor de comunicarle que le ha sido concedido del Nobel de Literatura de este año.” Y Olga, una mañana de octubre de 2019, recibió esa llamada telefónica o mensaje electrónico donde se enteró que le había sido concedido el premio correspondiente al 2018. Ella llegó a recibir su premio un año después, porque, vos sabés, en el 2018 no se entregó el premio por cuestiones absurdas, pero reales, no de realeza, sino de realidad. El 10 de diciembre de 2019, Olga, mientras vos y yo hacíamos cosas comunes y sencillas, se colocó en el centro del escenario de la Sala de Conciertos de Estocolmo y recibió un estuche con una medalla de oro con la efigie de Alfred Nobel. Mientras vos y yo comprábamos chunches (vos, un detalle para tu abuela; y yo, un libro en la librería del Fondo de Cultura Económica) ella recibía un cheque con la cantidad de novecientos setenta y cinco mil dólares (dieciocho millones y medio de pesos, más o menos.) Pucha, vos gastaste trescientos veinte pesos en una artesanía, yo gasté doscientos veinte pesos en un libro; Olga no gastó ese día, ganó dieciocho millones y medio de pesos. ¡Nadita! ¿Cuántos como ella? Pocos, muy pocos, sólo los elegidos por el destino luminoso.
Posdata: Estuvimos en lugares diferentes, hicimos cosas no frecuentes. Olga estuvo en el centro de la fama. ¿Nosotros? En la periferia, donde caminamos millones de seres humanos.
Estoy contento, porque te veré; estás contenta, porque volverás a tu Comitán, con los tuyos. Olga estuvo contenta.
Yo estoy contento, porque ahora leo “Los errantes”, novela de Olga Tokarczuk, Premio Nobel de Literatura 2018. Tiene instantes deslumbrantes, sublimes.
Siempre he dicho que el Nobel me permite acercarme a escritores que no conocía. A veces me desilusiono, porque la calidad está muy por debajo de las expectativas, pero en este caso, el Nobel de 2018 (que el mundo lee un año después) correspondió a una escritora de gran talento. Ahora que nos veamos te pasaré el libro. Lo disfrutarás. Lo sé. Por fortuna, la lectura es un acto de gente sencilla, común, pero selecta, grandiosa. Ya no miro las horas que regresés.

lunes, 16 de diciembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON UN SITIO RECUPERADO




Querida Mariana: Alejandro Hiram Morales Torres me invitó a celebrar con él (y con muchos comitecos más, artistas y público) el primer aniversario de su página electrónica, donde los usuarios de las redes sociales se enteran de casi casi todos los actos realizados en la región.
El acto lo celebró en grande, en el Teatro Junchavín, el domingo 15 de diciembre de 2019, a partir de las seis y media de la tarde. El programa anunció la participación de excelsos artistas de la comunidad: Chuy Anzueto, Xun Gabriel, Tadeo Infante, Alejandro Morales (el papá del papá de la criatura cumpleañera), Maximiliano Domínguez, Roberto Domínguez, José Enrique Martínez, Luidwing Zárate, el dueto Pablo y Lara y Compañía Artística Tenam. Fue un evento con causa. Todos los asistentes llevaron un kilo de ayuda (Al final del acto, Alex anunció que habían recaudado media tonelada de alimentos.)
Alex me brindó el honor de abrir el programa, así que antes que los músicos llenaran con notas el teatro y los danzantes iluminarán el escenario con movimiento, la palabra apareció para la reflexión. Te paso copia del textillo que leí:

La invitación es precisa. Hoy celebramos el primer aniversario de El Sitio de Chiapas. Los comitecos de antes, de ahora y de siempre, sabemos que las casas tradicionales de Comitán tenían dos espacios simbólicos: el oratorio y el sitio. El oratorio era el lugar donde las abuelas y los abuelos católicas colocaban las imágenes de los santos y vírgenes; y el sitio era el lugar donde los papás y mamás sabios sembraban los árboles frutales.
Por desgracia, los comitecos, con los años, hemos ido perdiendo los oratorios y los sitios. El espacio comiteco pareció hacerse pequeño y obligó a los propietarios de nuevas residencias a pedir a los arquitectos que, en sus proyectos, agregaran estudios, salas de televisión y bares. De igual manera, el sitio posterior, ahora se usa como cochera para dos o tres autos.
No sé ahora dónde los comitecos católicos rezan; no sé ahora, dónde los comitecos sabios siembran los árboles de durazno, los de jocote; no sé dónde, ahora, montan los tapescos llenos de chayotes, que eran los espacios predilectos para que los niños jugaran a las guerritas y los espacios favoritos para que los muchachos jugaran a besarse y toquetearse.
Por fortuna, Alex Hiram pensó a las redes sociales como un hogar y creó el Sitio de Chiapas, lugar donde los internautas podemos pasearnos como Pedro por la casa. En el sitio de la casa de Alex todo mundo está invitado y puede enterarse de los sucesos más importantes que suceden en el pueblo.
No podía esperarse otra cosa, Alex es cronista, deja constancia de su tiempo. Es proverbial que el cronista de la Ciudad de México, Carlos Monsiváis, parecía poseer el don de la ubicuidad, porque andaba metido en mil ajos; lo mismo sucede con el creador de El Sitio de Chiapas, igual lo encontramos en un acto deportivo que en un acto cultural, lo mismo en un acto social que en un político. Si llegamos a un lugar y lo hallamos podemos respirar tranquilos, porque sabemos que él hará una trasmisión en vivo y así, el sitio se convierte en el lugar que todo mundo aprecia desde el estudio o desde la sala de televisión. Su labor de hormiga gigante ha recuperado para nuestra identidad un lugar entrañable, una palabra con identidad. La casa comiteca tiene sitio, el sitio es para Comitán.
Aplauso para Alex, quien hoy celebra el primer aniversario de un sitio virtual.

Posdata: Cada persona celebra su cumpleaños como desea. Mi amigo Luis desaparece y lo celebra solo; otros, como Paco, echan la casa por la ventana y organizan comidas celebérrimas. Alex celebró el cumpleaños número uno del Sitio, con un acto que pensó en los demás. Una mañana de éstas acudirá a algún espacio para donar lo que los asistentes donaron. No sólo pensó en él, pensó en los otros. Su sitio tiene la misma pretensión, piensa en él (es muy válido), pero piensa en los usuarios de las redes. Por esto, los amigos internautas acudieron al teatro y aportaron un kilo de ayuda y gozaron de la palabra, de la música y de la danza. ¡Bien!

sábado, 14 de diciembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON UNA FOTOGRAFÍA AFECTUOSA




Querida Mariana: Te anexo una fotografía que tomé la noche del 10 de diciembre, en el Auditorio Francisco I. Madero, de Tuxtla Gutiérrez.
¿Ya miraste el nombre que está detrás del grupo? ¡Vicente Kramsky! Un fotógrafo excepcional de Chiapas. Don Vicente falleció en 2010. Esa noche, por iniciativa de Coneculta-Chiapas se efectuó un homenaje en su memoria, consistente en una exposición fotográfica, con el título de “Interludio de una misma historia.”, con fotografías que él tomó, de cinco ciudades de Chiapas: Tuxtla Gutiérrez, Chiapa de Corzo, Tapachula, Comitán de Domínguez, y su pueblo, San Cristóbal de Las Casas. A la par, se efectuó un Conversatorio, con la participación de cronistas de las ciudades hermanadas en esta muestra fotográfica. Estuvieron el maestro José Luis Castro Aguilar, cronista de Tuxtla Gutiérrez; Raúl Vázquez, cronista de Chiapa de Corzo; y el historiador Carlos Montesinos Kramsky (nieto de don Vicente). Hizo falta el cronista de Tapachula. Ah, perdón, hizo falta decir que asistí. Vos sabés que no muy salgo del pueblo, pero acá mi presencia era necesaria, para que Comitán estuviese representado en este acto.
El grupo que aparece en esta fotografía es parte de la familia de don Vicente. ¿Mirás las caritas de todos? ¡Sí! Todos están sonrientes, orgullosos, porque son ramas de un tronco enormísimo.
El maestro José Luis Castro comentó que conoció a don Vicente en San Cristóbal. Yo no tuve el privilegio. Lo que sí puedo contarte es que en dos o tres ocasiones pasé a la tienda que tenía en San Cristóbal. Ahí vendía postales y diapositivas. A mí me encantaban las diapositivas. Ahora, este tipo de fotografía ya casi es inexistente. Yo, en ese tiempo, poseía un proyector de diapositivas, así que me encantaba la posibilidad de proyectar las imágenes en la pared de la sala. Ahora el término diapositiva lo emplean ustedes, los jóvenes, para referirse a las imágenes que diseñan en una computadora y proyectan en pantallas. Pues las diapositivas de los años setenta seguían el mismo principio, eran laminillas en positivo que se proyectaban en las paredes. Nunca, por desgracia, platiqué con don Vicente, pero la noche del diez, al ver su obra en las mamparas y al estar al lado de muchos de sus familiares, sentí como si su mano se extendiera en un saludo afectuoso, el mismo saludo que le extendimos los que ahí estábamos en el homenaje que se le rindió.
Por eso, esta fotografía es histórica. Sin ser un Kramsky o uno de esos grandes fotógrafos de México, me siento feliz de haber conseguido esta imagen que hoy comparto con vos. Acá están muchas ramas de un enormísimo árbol coleto, tierra de mi padre, tierra que mi padre me enseñó a amar, junto con el pueblo que me vio nacer.
Esa noche, digo, se hermanaron las ciudades representadas en las fotografías de don Vicente. Por eso, esa noche leí un textillo que escribí a propósito, un texto que trató de hacer una fotografía instantánea de lo que somos, de lo que estamos llenos. Te paso copia de dicho textillo. A ver qué te parece:

Buenas tardes.
Hay una línea que nos une. En esta exposición de Kramsky se aprecia esa línea. Hay vasos comunicantes que nos hablan de una misma esencia, diversa, pero semejante.
Las comunidades de Chiapas son como hilos de un mismo tejido hecho con telar de cintura. La invitación expresa que en esta exposición hay fotografías de San Cristóbal de Las Casas, de Tapachula, de Chiapa de Corzo, de Tuxtla y de mi pueblo, Comitán.
Por esto, hoy estoy presente como representante de mi lugar de origen. Cuando me invitaron para estar acá me dijeron que pretendían realizar un conversatorio con los distintos cronistas de las ciudades mencionadas, para que los asistentes conocieran hechos históricos y personajes relevantes de cada ciudad.
Acá estoy, pues, aunque el término conversatorio me provoque un poco de urticaria. En los pueblos de Chiapas más que conversar se platica, se platica en los parques, en los cafés, en el aula (¡ah!, cómo platican los alumnos a la hora de clase), se platica bien sabroso en las cantinas, bebiendo cerveza acompañada con botanas como costillitas, frijol molido con chile de Simojovel y chicharrón de hebra y huesos de Tío Jul. En Chiapas se platica en la sobremesa, se platica tomando café con pan y, esto es lo más importante, se platica con el habla auténtica de nuestros pueblos. Se habla (aunque esta práctica está en desuso) con modismos y con el tradicional voseo.
Digo que hay una línea que nos une. Acá, los curadores de esta exposición nos entregan el hilo de unión, a través de las fotografías de Kramsky. Pertenecemos a una misma tierra, una hermosa y sufrida tierra.
¿Puntos de unión? Muchísimos. Permitan que platique con ustedes de algunos, que están relacionados con mi experiencia personal.
El poeta tuxtleco, Enoch Cancino Casahonda, dijo una vez, palabras más, palabras menos, que el apodo de Comitán era ingenioso y el apodo de Chiapa de Corzo era cruel. Enoch tomó un hilo donde unió, gracias al apodo, a Chiapa de Corzo y a mi pueblo.
Otro poeta tuxtleco, Jaime Sabines, caminó por Comitán una mañana y escribió el poema “Cómo puede decirse un amanecer en Comitán”, poema que, después de la canción Comitán, es como un himno para la nostalgia. La canción “Comitán” fue compuesta por el tapachulteco Roberto Cordero Citalán.
¿Verdad que hay hilos invisibles que nos unen? Dije que Sabines, tuxtleco, nos dio un regalo de luz a los comitecos; dije que Cordero Citalán, tapachulteco, nos obsequió una cuerda musical donde se columpia nuestro flato. Pero, todo mundo sabe, Tapachula no sólo nos dio la balada del Cordero, también nos iluminó con la Tentativa del León de Córdova y el éxito de su empresa. Fray Matías, con su tea incendiaria, inflamó estas tierras para buscar su independencia.
Una mañana me enteré que Belisario Domínguez, en 1911, le escribió a Espinoza Torres en estos términos: “…Para resolver en qué ciudad deben permanecer los poderes, si en Tuxtla o en San Cristóbal, propongo a usted un duelo entre usted y yo…” Belisario aclara que lo hace para evitar derramamientos de sangre. Y dicta las reglas del juego fatal, donde moriría uno de los duelistas, porque una pistola estaría cargada y la otra no. Sí él moría, los poderes se vendrían a esta ciudad, y si él quedaba vivo los poderes se quedarían en San Cristóbal. Cuántas guerras se evitarían si los presidentes de las naciones contendientes hicieran tal cosa, pero los poderosos no tienen el arrojo inconsciente de nuestro máximo héroe civil. Belisario estuvo a favor del orden, de que los poderes siguieran en la ciudad donde estaban constituidos, estuvo a favor de San Cristóbal de Las Casas. Esto demuestra cómo nuestras ciudades han compartido a sus mejores hijos, Tapachula dio a Comitán a Fray Matías para que, en el modesto pueblo, iniciara la gesta libertaria de Chiapas y de Centroamérica. Comitán dio a San Cristóbal a Belisario para que peleara su derecho a seguir siendo la sede de los poderes estatales.
Y estos hilos siguen bordándose hasta la fecha y seguirán por los siglos de los siglos, a pesar de que los de Chiapa de Corzo griten que su feria es la más grande y que su pila es grande y que, bueno, dicen que todo lo tienen grande. Siguen esos hilos de complicidad, a pesar de que San Cristóbal grita que su ciudad es la capital cultural de Chiapas y que los tuxtlecos les responden que no les queda de otra, porque la capital política es Tuxtla y punto y aparte. Continúa la identidad de nuestros pueblos, a pesar de que los tapachultecos, amenazan a cada rato con independizarse, porque el centralismo de Tuxtla los quiere ahogar y no reconocen la riqueza de la región, riqueza que sí reconoció el gran Miguel de Cervantes, quien le pidió al Rey Felipe II lo nombrara gobernador del Soconusco. Tenemos hilos de unión, a pesar de que los cositías decimos que Rosario fue más grande que Sabines, porque Sabines no pasó de ser diputado federal, en cambio nuestra Rosario llegó a ser embajadora de México en Israel. ¡Nadita! Pero los defensores de Jaime dicen que él fue chiapaneco de nacimiento, en cambio la gran Rosario nació en el distrito federal, fue chilanga de nacencia.
Tengo amigos escritores y poetas que nacieron o se han apropiado de esas tierras y cuentan de ellas, y lo cuentan muy bien. En San Cristóbal tengo a Mónica Zepeda y a Pancho Álvarez y a Jesús Morales Bermúdez; en Tapachula tengo a Enrique Orozco, a Gabriel Hernández y a Yolanda Gómez Fuentes; en Chiapa de Corzo tengo a Mario Nandayapa y a Ethel Beutelspacher; en Tuxtla tengo a Óscar Oliva, Gustavo Ruiz Pascacio, a Héctor Cortés Mandujano, a las hermanas Trejo Sirvent y a mil más; y en mi pueblo tengo a Óscar Bonifaz, a Marirrós Bonifaz, a Amín Guillén y a mil más.
Todos hacemos un maravilloso bordado, un bordado que se llama Chiapas, y que es tierra ignorada y que es tierra amada.
En fin, me invitaron para un conversatorio. Como no soy conversador, más bien soy un hombre escaso de palabras, convertí este conversatorio en un platicatorio leído, pero ya me callo. Gracias.

Posdata: Me encanta ver imágenes donde los integrantes de una familia están reunidos por motivos de gozo. Esta fotografía es una de esas imágenes. Que viva San Cristóbal y que viva don Vicente, por siempre, para siempre.

viernes, 13 de diciembre de 2019

ANTES DE QUE TODO SE ACOMODE (VIII)




Vi en televisión una entrevista que le hicieron al poeta Marco Antonio Campos. Él y la entrevistadora estaban en la sala de la casa del poeta. Él, sentado en un sofá, recibía la luz de una ventana, ella, la de una lámpara. Cuando estaban a punto de finalizar la plática, ella le dijo que, para terminar, le lanzaba dos preguntas con respuesta corta: la primera pregunta fue: ¿Cuál es la palabra que más te gusta?, y después que Marco Antonio dio su palabra, llegó la segunda pregunta: ¿Cuál es la palabra que menos te gusta? Marco Antonio, acostumbrado a jugar con las palabras, respondió de inmediato.
Pensé, entonces, que este juego también puede ser inicio de la escritura de las memorias. En las respuestas hay un camino que nos define, que nos da una idea de nuestra personalidad. Tal vez, digo sólo que tal vez, algún ancestro respondería la misma palabra, porque (esto es terreno de los sicólogos) el lenguaje que empleamos también está emparentado con nuestras raíces ancestrales. Si los jóvenes de hoy emplean palabras de moda, muchas de ellas grotescas, como la desgastada palabra verga, por debajo de la superficie (de lo superficial) existe un tesoro lingüístico que perteneció a los abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y choznos.
Me gustaron las dos preguntas que la chica le hizo al poeta. Son preguntas sencillas que tienen respuestas claras. No hay mucho qué buscar, basta con abrir la gaveta mental y sacar la palabra que más nos gusta y echarla a volar como paloma en medio de un bosque; basta con abrir la otra gaveta y sacar la palabra que más nos disgusta y botarla y pisotearla y quemarla y olvidarla. Pienso que éste también es un juego que proponen los sicólogos. La palabra más gozosa debe uno atesorarla, consentirla; por el contrario, la palabra monstruo debe eliminarse. Algo hay en esta última palabra que nos provoca urticaria, tal vez dicha palabra ha convivido con nosotros desde siempre y es como una piedra en el zapato, que nos impide caminar con gusto. Y la otra, la gozosa, es una palabra que nos ilumina, que nos calienta el espíritu, es una palabra madre que es como un chal.
El ejercicio es muy sencillo. Ahora mismo imagino que la chica está frente a mí y me entrevista (no soy poeta, pero soy un ser humano, y con esto basta). Ella, con sus preguntas, me ayuda a descubrirme, a saber quién soy. Y ahora me lanza la pregunta: ¿Cuál es la palabra que más te gusta? Y, como no estoy apremiado por el tiempo de la televisión, comienzo a buscar con calma en mi gaveta. ¿Cuál, de todas las palabras que uso, que conozco, es la que más me gusta? ¡Luz!, sí, la palabra luz la empleo con frecuencia y me gusta, porque es palabra que sólo necesita una emisión de voz y que, como su significado, provoca que la oscuridad se elimine. Sí, desde niño, he buscado los lugares llenos de luz. Cuando estuve en la prepa anduve metido en tugurios oscuros, como bares y prostíbulos. Cuando, al día siguiente, me levantaba y salía al corredor de la casa, la luz que me acariciaba era como la mano paterna que decía: Todo está bien, ahora ya todo está bien. Y me prometía que no volvería a pisar esas cuevas donde las sirenas me llamaban a la hora que veían que yo pasaba en mi barca. Yo, cobarde, cedía de nuevo a sus cantos. Jamás hice lo que el héroe, jamás me até al palo mayor del barco. Con ello habría evitado la tentación del pozo oscuro. Pero (¡bendito Dios!) a la mañana siguiente abría la puerta del cuarto y la luz me abría los brazos y me recibía de nuevo y me decía que todo estaba bien. La luz ha sido generosa desde siempre conmigo, ha sido como mi padre, como mi madre; ha sido la teta que siempre me da leche para llenar mi espíritu de anticuerpos.
Sí, la palabra luz es una palabra que me llena, que le otorga sentido a mi vida. Basta una emisión de voz, funciona como un abracadabra divino. Es una palabra conjuro, basta que la mencione para que la oscuridad se disuelva.
El poeta Gustavo Ruiz Pascacio, siempre que se entera del fallecimiento de un amigo dice: “Luz en su camino”. Ahí está dicho todo. Yo, desde siempre, desde el inicio de los tiempos, desde el útero de los siglos, digo: Luz, en el camino de la vida; luz en cada paso, a cada instante.

jueves, 12 de diciembre de 2019

¡SALUD!




En Comitán son muy conocidos. Pero, por ejemplo, los habitantes de Nopala, no saben quiénes son estos personajes. Para quienes no los conocen, diré que el hecho de que el Camión de Valores aparezca detrás de ellos no es casualidad de la vida, ¡no! Bueno, tampoco se trata de tomar de manera literal la expresión, porque no son integrantes del Clan Slim. ¡No! Hablo de valores, de los buenos, de los que no se devalúan. Ambos personajes son hombres de valores cimentados. La honestidad, la responsabilidad, la amistad y la ética son valores fundamentales con los que crecieron y siguen atesorando ahora ya de grandes. Iba a decir viejos, pero me mordí la lengua, me la mordí, porque así, como están en esta fotografía, rebosan juventud. ¡Claro!, esa juventud, como diría José Alfredo, la obtienen de su pasado, porque en esta imagen se sintetizan muchos, muchos años de amistad. ¿Cuántos? Sólo Dios y ellos lo saben. Bueno, tal vez si alguien revisa los archivos de la Secundaria del Estado puede, más o menos, hallar la fecha en que Miguel y Roberto se conocieron. Ambos personajes han sido maestros, lo fueron durante muchos años en las aulas de la Secundaria del Estado y lo siguen siendo ahora en sus diversas trincheras, porque ambos siguen dando lecciones de humanismo.
¿Sonrieron para la foto? Tal vez sí, pero la actitud de ambos es natural, se les da de por sí. Acá sonríen y levantan, como si fueran copas, los conos de nieve. Se mira que son nieves de vainilla, de esas que preparan los neveros comitecos y salen a vender con sus carritos de madera. Levantan los conos de nieve, en una mañana soleada del diciembre de 2019, y, en el acto, hay una celebración por la vida, por la amistad, por vivir en este bendito pueblo de Dios. Así como acá levantan los conos de nieve, han levantado la cerveza, ¡faltaba más! Y así como acá sonríen, han sonreído en la plática del receso de clases, mientras los niños juegan pelota o platican en los arriates o se toman de las manos y se dan un beso a escondidas, para reafirmar su noviazgo; de igual manera han sonreído a la hora que recuerdan mil anécdotas comunes, porque la amistad es como un puente que se forma con el cimiento de vivencias diarias. Por supuesto, lo sabe medio mundo, la vida no sólo es sonrisa, también es el rictus de pesar. Pero ambas actitudes se comparten con los amigos, para que la carga sea menos pesada.
Ahora, ambos personajes laboran en diversos espacios: Roberto es regidor primero del ayuntamiento y continúa dando consulta en su gabinete odontológico; Miguel sigue fortaleciendo los trabajos de la Asociación Civil del Colegio Mariano N. Ruiz. Ambos siguen en Comitán. Miguel llegó de la ciudad de México, muy joven, y acá se quedó; Roberto, por un rato fue a aquella ciudad, para estudiar odontología en la UNAM, pero volvió y acá se quedó. Por este “quedar” es que ambos tienen los conos de nieve levantados y brindan, brindan porque, con algún achaque menor que no altera al universo, ambos disfrutan los cielos y las nieves de este pueblo.
Yo tengo el privilegio de conocer a ambos, también desde hace muchos años, ambos son mis compadres. Una mañana, Roberto me dio la oportunidad de apadrinar a uno de sus hijos; y otra tarde, Miguel me dio la oportunidad de apadrinar, a su hijo varón, y a una de sus hijas. Sí, igual que ellos me quieren ¡yo los quiero a ellos! Por esto digo que no es casualidad que el carro de valores aparezca detrás de ellos en esta fotografía, el destino lo colocó ahí para gritar a los cuatro vientos que Miguel y Roberto han blindado, desde siempre, los valores supremos de la vida: la ética, la responsabilidad, el amor y la amistad. ¡Salud, amigos! ¡Salud, compadres! Salud con nieve de vainilla, con cielos iluminados, en medio de árboles, tejados y portales prodigiosos. ¡Salud por siempre! ¡Salud por todos aquellos amigos que se conocieron en ambientes educativos, bien siendo maestros o siendo alumnos!