sábado, 30 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON UNA BUENA NOTICIA




Querida Mariana: Con la pandemia cambió la vida cotidiana. Los expertos del mundo han explicado que debemos aprender nuevos comportamientos, porque el virus llegó para quedarse. Nuevas formas de integración social deberán implementarse.
En Comitán tenemos noticias de grupos de comitecos radicados en otras ciudades que se reúnen en forma virtual. En nuestra ciudad, muchas personas hacen lo mismo, a través de una aplicación que se llama Zoom se conectan, a determinada hora (cada integrante de la familia o del grupo de amigos desde su casa), y platican y se ven y se mandan saludos y abrazos y comentan los tiempos difíciles que vivimos. Así evitan contagios y la propagación tan nefasta. Lo hacen por cariño y amor a los suyos y a sí mismos.
El otro día, un amigo albañil me dijo que no todos podemos quedarnos en casa, que hay mucha gente que debe salir para ganarse el sustento, porque viven al día. Es cierto, la realidad de Chiapas es esa, hay mucha gente que debe salir, pero, la gente que debe salir debe hacerlo con mucho cuidado y siguiendo las indicaciones de las autoridades sanitarias. El problema es que muchas personas niegan la existencia del virus (la historia mundial da cuenta que esto es una reacción que siempre se ha dado, pero que tal rechazo de la realidad provoca millones de muertes.) El virus existe, está ya en la mayoría de países del mundo y está causando millones de contagios y muchísimas muertes. Quienes pueden quedarse en casa deben hacerlo, sin relajar las reglas mínimas de sanidad dentro del hogar; y quienes deben salir a la calle deben usar cubrebocas y mantener la sana distancia.
Si las personas siguen sin hacer caso de las recomendaciones de las autoridades sanitarias (y las que dictan el sentido común) los contagios continuarán y muchas personas pueden fallecer en condiciones muy tristes y desagradables.
A mí me encanta que vos, desde hace más de dos meses, estás en confinamiento en tu casa y desde ahí estás trabajando. Muchas personas, de manera responsable, están laborando en casa. Quienes tienen que salir deben usar cubrebocas y mantener la sana distancia. Hay países en el mundo que tienen un reducido número de contagios y de fallecidos, gracias a que todas las personas llevan cubrebocas a la hora que laboran o caminan por las calles o se sientan en las bancas del parque y mantienen la sana distancia.
El mundo no puede pararse. Lo que sí debe hacer es manejar nuevos protocolos de seguridad. Por el momento está prohibido reunirse en concentraciones masivas. Nada de ir a pachangas. ¡No! Por el amor que le tenemos a nuestros familiares y amigos debemos evitar las pachangas; bueno, con decirte que hasta los velorios deben cancelarse. Es una pena, pero es preferible que el fallecido se vaya solo y no se lleve a más personas que puedan contagiarse en el velorio. Ahora, los nuevos protocolos de seguridad exigen que nos despidamos de nuestros muertitos de lejos, sobre todo si la persona falleció por contagio de Covid-19. Las funerarias tienen estrictos protocolos para manejo de cadáveres de personas infectadas, para evitar más contagios. Este virus es muy perverso, está en todos lados sin que nos demos cuenta.
Los jóvenes tienen la costumbre de abrazar a sus amigos, de saludarse de beso. Ahora no deben hacerlo, deben evitarlo. Bueno, no deben darse ni la mano. Deben saludarse de lejos y nada de andar abrazados en la calle.
Sé que es difícil adaptarse a esta nueva forma de convivencia, pero es necesaria. Así será de acá en adelante, hasta en tanto no tengamos la noticia del milagro de una vacuna. Por ahora, el mejor antídoto es el distanciamiento y el uso del cubrebocas. Todo mundo debe usarlo. Si vos salís y mirás que alguien no tiene cubrebocas debés evitar su cercanía, aunque los amigos se enojen ¡no los recibás en tu casa! ¡No! Mírense y platiquen en forma virtual, usen el Zoom. Ahora (no vayás a enojarte) no debés recibir a tu novio en tu casa y si llega a verte saludalo desde el balcón y nada de permitir que le haga al Romeo y vos te pensés Julieta y él suba por el balcón y te dé un beso. ¡No! Nada de besos, por el momento, ya después (primero Dios) podrán desquitarse y agregarle los intereses, pero por ahora, apliquen la sana distancia y el cubrebocas al salir a la calle.
Pero digo que, gracias a Dios y a los chunches electrónicos, el mundo puede estar comunicado y pueden realizarse conferencias, talleres, coloquios, presentaciones de libros, juntas, reuniones de trabajo, conciertos y mucho más, empleando las aplicaciones en computadoras y en celulares.
El licenciado Efraín Albores Cancino, distinguido integrante del Consejo Municipal de la Crónica, de Comitán de Domínguez, participó (en forma virtual) en el V Coloquio Internacional de la Crónica, que este año tuvo como sede la ciudad de Zacatecas y cuya inauguración fue el 27 de este mes y concluyó apenas el día de ayer.
Vos sabés (te he contado) que el distinguido cronista comiteco viajó a Zacatecas, en mayo de 2019, donde llevó la representación de Comitán en un coloquio de cronistas; y luego viajó a Bogotá, Colombia, con el mismo propósito. Efraín, ante cronistas de Latinoamérica, presentó ponencias donde dio a conocer algunos aspectos culturales de nuestro pueblo. Efraín ha sido un distinguido embajador de nuestro pueblo.
Ahora, volvió a participar y lo hizo a través de reuniones virtuales, por la pandemia que ya hemos comentado y sabe todo el mundo. No podemos reunirnos de manera física, pero sí podemos hacerlo a través de pantallas virtuales, en video conferencias en vivo. Cada cronista participó desde su casa. ¿Mirás qué prodigio? Los trabajos no se detienen, se siguen realizando, pero con nuevos protocolos, como diría nuestra Rosario Castellanos “con otro modo de ser.”
Efraín volvió a enseñar algunas virtudes de nuestro pueblo. Es tan disciplinado en su trabajo que inscribió cuatro ponencias, mismas que fueron aceptadas. Pensó que debía aprovechar el coloquio para dar a conocer varios aspectos y así lo hizo.
¿Sabés de qué habló? Habló de la Cruz Grande y el templo de Santa Teresita. Recordá que, en 1940, por ejemplo, la nomenclatura de la ciudad comenzaba en la Cruz Grande, ahí estaba la primera calle, porque ahí comenzaba el caserío, que daba la bienvenida a todos los visitantes que llegaban desde la ciudad de San Cristóbal de Las Casas.
Luego expuso el tema: Comitán, Ciudad Bicentenaria. El próximo año, 2021, nuestra ciudad celebrará el bicentenario de la Independencia de Chiapas, que, como bien sabés, inició en nuestro pueblo, en el histórico barrio de San Sebastián. Es una fecha de gran relevancia para Comitán, para Chiapas y para Centroamérica. Efraín ya dio un avance de tal acto, a nivel internacional, ya colocó el tema en la agenda global.
Y, engarzando este tema, su siguiente ponencia fue la que tituló: “Un tributo a la mujer comiteca; Josefina García.”, mujer mítica que sintetiza la esencia de la mujer comiteca y que, según cuenta la leyenda, cuando los hombres dudaron, ella se puso de pie y dijo que ellas, las mujeres, estaban dispuestas a llevar a cabo el movimiento de independencia. ¡Ah, qué acto tan valeroso! Bueno, pues de eso habló el cronista comiteco en el V Coloquio Internacional de la Crónica.
Y el cronista cerró con un tema más general: “Unas letras a Monsiváis y a la gran Ciudad de los Palacios”, donde hizo un homenaje a la Ciudad de México, ciudad donde él vivió muchos años, desde su época de estudiante universitario, y donde honró al gran cronista de esa ciudad, el maravilloso Monsiváis.
Con esto, el cronista cumplió con su deber moral, cumplió (a cabalidad) con su compromiso afectivo con el pueblo que lo vio nacer: Comitán.
No todo tiene que ser noticia oscura. Dentro del alud de notas sombrías, por la contingencia, aparece algún destello de luz. El cronista Efraín prendió una ligera llama que iluminó el corazón de Latinoamérica. En nombre del pueblo comiteco habló de la grandeza de Comitán y de sus habitantes.
El licenciado Efraín ya ganó un lugar en la crónica internacional. Cada vez que se realiza un congreso él tiene un asiento preferente, ese asiento tiene un nombre: ¡Comitán!
Posdata: El cronista comiteco es integrante de la RELAC, que es la Red Latinoamericana de Cronistas. Su nombramiento honra a nuestro pueblo. Doña Lolita Albores (nuestra recordada cronista vitalicia) está reconocida como la primera mujer cronista de Chiapas; ahora, el licenciado Efraín Albores está reconocido como el primer cronista de Chiapas que forma parte de la Red Latinoamericana de Cronistas. Esto habla muy bien del trabajo que los hijos de este pueblo realizan a favor de la crónica.
Sí, mi niña, por favor, decile a todos tus amigos y cercanos que se cuiden, que si pueden permanecer en casa ¡lo hagan!, y si tienen necesidad de salir a la calle lo hagan con cubrebocas y manteniendo la sana distancia. Por favor, el virus existe y está haciendo estragos en todo el mundo. Cuidemos a nuestro Comitán. Te mando un abrazo virtual, con todo mi cariño. Espero que pronto pueda dártelo en forma física, ese día apretaré bien fuerte todos tus huesitos; ese día, me hacés favor de mandar a tu novio a ver si ya puso la cucha.

viernes, 29 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON UNA VENTANITA



Querida Mariana: El llamado de la vocación es decisivo, contundente. Muchos no tienen la capacidad de verlo, pero la vocación es un espejo tan grande como un sol. Por esto, a veces, los seres humanos se deslumbran y cierran los ojos.
¿Por qué digo esto? Porque yo, desde siempre, tuve anuncios de cuáles eran las actividades humanas que llamaban mi atención.
Por ejemplo, sólo como un ejemplo, cuando iba a La Línea (frontera con Guatemala), con mi mamá y llegábamos a los puestos diseminados (que en ese tiempo, años sesenta, no eran muchos), en el área de juguetes no me atraían los autos con luces ni las imponentes naves interplanetarias, ni me sorprendían los balones o los rifles que lanzaban chispas. ¡No! Yo me acercaba a los mostradores y me entusiasmaba ver las carpetas de plástico llenas de plumones. ¡Ah, qué abanico de cola de pavorreal! Había estuches con plumones gruesos, otros con plumones delgados. Todos eran la promesa excelsa para iluminar cientos de dibujos que yo podía hacer o para iluminar las imágenes de los libros para colorear que me obsequiaba mi tía Emelina.
Ahí estaba un llamado vocacional. Los niños, de todos los tiempos, eligen los juguetes a través de ese hilo que dice por dónde van nuestros gustos, nuestras aficiones, nuestras fortalezas.
Estoy seguro que si hubiésemos ido en grupo de la escuela, al entrar al área de juguetes nos hubiésemos desperdigado, unos habrían tomado los rifles y disparado a medio mundo; otros se habrían acercado a los balones que estaban en mallas de color naranja y rebotarían las pelotas por todo el local e imaginarían que encestaban o anotaban un gol. Otros habrían enloquecido con los carritos de cuerda o de control remoto, activarían las sirenas de las ambulancias y de las patrullas o tomarían entre las manos los autos de carreras y los colocarían en las pistas que tenían columpios y vueltas bien cerradas; y, por último, otros habrían pegado sus caritas en los cristales de los aparadores, sorprendidos ante la profusión de colores para iluminar cientos de ardillas, de cocodrilos, de magos, de árboles, de nubes, de unicornios y de arcoíris.
Ya más grande, cuando volví al pueblo, después de estar cinco años en la UNAM, mi papá tenía un vochito, modelo ochenta y tantos. Un día fue a la agencia para que le dieran servicio al auto y regresó con una gran sonrisa. Yo no entendía, bajó del carro y puso sus manos detrás de su espalda. Me dijo: Te tengo una sorpresa. Yo sentí que sus palabras me pintaban una sonrisa. ¿Qué es?, pregunté. Adiviná, me dijo. Yo cerré tantito los ojos y al abrirlos, como si hubiese hallado la llave mágica, dije: “Un libro”. Mi papá retiró las manos de atrás y me entregó un impreso en papel, que no era un libro, pero sí era una publicación donde venían muchos cuadros de Tamara de Lempicka. Había adivinado: su obsequio era una prima hermana del libro. Las imágenes eran sorprendentes, era todo un muestrario de pinturas bellísimas.
Mi papá, como siempre, me sorprendió, dijo que al pagar, el gerente (amigo de él) le dio a elegir un regalo y colocó sobre el escritorio un juego de destornilladores o el impreso. Mi papá (como si fuera niño en tienda de La Línea) no dudó, eligió el impreso, porque vio que tenía pinturas y dijo que eso era para su hijo, porque, querida mía, mi papá jamás dudó en su vocación, desde el momento que nací me convertí en la niña de sus ojos.
Ese muestrario de obras de Tamara me acompañó mucho tiempo (en alguna de las mudanzas se extravió o se fue con todos los libros que regalé).
Aprendí, con el paso del tiempo, a desprenderme de los objetos. Antes era aprehensivo y no soltaba mis juguetes. Un día entendí que todo fluye.
Ahora sé que todos esos objetos están en mi mente y en mi corazón. Mi papá falleció en 1990. Ah, mi viejo querido se fue, pero se fue en forma física, su presencia es infinita. Siempre lo recuerdo, siempre agradezco su cariño, su entrega incondicional, sus genialidades a la hora de decidir entre el mundo o su hijo. Siempre hizo a un lado el mundo, porque yo era el centro de su mundo.
El agradecimiento también es un llamado vocacional. Hay personas que son ingratas, que olvidan los actos sublimes.
Posdata: En este momento, recuerdo todos los cuadros de Tamara; recuerdo el asombro que sentí al verlos, por primera vez. Recuerdo cada uno de sus trazos. Pienso que Tamara, sin duda, cuando llegaba a una juguetería, antes de ir al estante donde estaban las muñecas de porcelana, pegaba su carita al cristal donde estaban exhibidos los estuches de lápices de colores y los tubitos de pintura; pienso que al entrar a una librería iba directamente al estante donde estaban los libros con impresiones de cuadros de los genios de la pintura mundial.

jueves, 28 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, DONDE SE HABLA DEL NUEVO NÚMERO DIGITAL DE ARENILLA REVISTA




Querida Mariana: ¡Pronto!, pronto tendrás en tu chunche electrónico el nuevo número digital de ARENILLA-Revista.
El equipo editorial de nuestra revista trabaja en casa. Lo hace por vos, para vos; lo hace con la convicción de que, en estos tiempos, sobre todo, es necesario continuar abonando la planta enormísima que alimenta el jardín de Comitán.
Hoy llegamos hasta tu casa en forma virtual. Por el momento está suspendida nuestra revista impresa, que tan buena recepción ha tenido en los lugares de su distribución: San Cristóbal de Las Casas; Las Margaritas; La Trinitaria; Tzimol; Huehuetenango, Guatemala; y, por supuesto, nuestro amado Comitán. La impresa está en suspenso, pero la digital está volando por todos estos cielos y muchos más. Esperamos que pronto mejore la situación mundial de contingencia y nuestra revista impresa vuelva a estar en manos de nuestros lectores, mientras tanto, insisto, preparamos números especiales, especialísimos, porque poseen el mismo certificado de calidad.
¿Qué hallarás en este nuevo número? A ver, te cuento así de rapidito, para que vayás viendo la calidad de la melcocha.
Ya dije que tenemos la primicia de una entrevista con el gran poeta José Falconi, quien, dice el otro gran poeta Óscar Wong, “le deben el Premio Chiapas, en Artes.”
Ya dije que viene un relato escrito por el gran contador de anécdotas, mi amigo y compadre Enrique Robles, quien retoma a un personaje entrañable de nuestra cultura popular: El Janush.
Vamos bien, ¿verdad? Y esto es sólo el principio. El número especial, correspondiente al bimestre junio-julio 2020, también incluye dos pildoritas culturales que hablan de la vida y obra de Rosario Castellanos.
¿Qué más? Ah, hacemos un homenaje a dos grandes personajes chiapanecos, uno de Comitán y otro de San Cristóbal de Las Casas. Hablamos de un gran músico que es parte de la gran tradición musical de Comitán: Enrique Penagos, quien llegó a ser integrante de grupos musicales de trascendencia nacional e internacional; y hablamos de un orgullo de Chiapas: la chef Marta Zepeda, quien, desde la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, ha puesto en alto, en todo el mundo, a la comida regional.
Y si hablamos de sabores, nuestro director comercial en Guatemala, Carlos Rivas, nos comparte un texto donde habla de un guiso tradicional de Huehuetenango. ¿Vos sabés cuál es uno de los platos más exquisitos de aquella hermosa tierra guatemalteca? ¿No? No te preocupés, en nuestro próximo número digital lo apreciarás. Ya, cuando Dios permita que exista una cotidianidad menos peligrosa, podrás viajar a Huehue y disfrutar dicho platillo, a la sombra de unos árboles.
Hemos preparado algo especial para completar la nostalgia de estos tiempos: un artículo que habla del tzisim y un reportorio de modismos que están relacionados con el tema de estos animalitos.
¿Qué más? ¡El cuentito! El cuentito para niños y grandes ¡no puede faltar! El cuentito de este número se llama “El pescadito de oro” y cuenta la historia de un pescadito de plata, de esos animalitos traviesos que se alimentan de las páginas de los libros y que son la pesadilla de los amantes de los libros.
Compartimos una fotografía que es síntesis de los setenta años de vida del Colegio Mariano N. Ruiz. En Comitán, en este 2020, celebramos una serie de importantes aniversarios. El año veinte veinte es el año cuarenta de la Flor de México; asimismo celebramos los cincuenta años de San Marcos, y, ya lo dije, los setenta de una institución educativa de gran prestigio: El Colegio Mariano N. Ruiz.
¿Verdad que se antoja la lectura de este número especial? Pronto lo tendrás en tus manos, en la comodidad de tu hogar.
Trabajamos para vos, por vos, por Comitán, por la región, por el mundo. Llevamos algo de lo mejor de nuestra tierra para mantener prendida la flama de la esperanza. Lo hacemos con inteligencia y con amor. Lo hacemos así, porque sabemos que vos y nuestros lectores merecen lo mejor.
Gracias a la generosidad de nuestros patrocinadores este número llega a tus manos y a la de medio mundo. Nuestros patrocinadores siguen aportando abono al árbol de nuestra identidad, siguen siendo fieles a nuestras raíces y fomentando el amor incondicional por el pueblo donde vivimos, donde crecen nuestros hijos, donde viven nuestros nietos. Nuestra razón de ser es la cultura de nuestros pueblos.
Posdata: Nuestro pueblo mantiene su grandeza gracias al esfuerzo de sus hijos. Nuestros padres y nuestros abuelos nos heredaron la certeza del trabajo común. Así como son grandes y eternas las ceibas del parque de la Pila y del parque de San Sebastián; así son grandes los trabajos sostenidos de los comitecos, que han hecho de nuestro pueblo uno de los grandes pueblos de Chiapas, uno de los grandes pueblos de México, uno de los grandes pueblos del mundo.
ARENILLA-Revista honra el trabajo digno y fecundo de nuestros mayores, sigue empujando la carreta que nos hace un pueblo maravilloso, un pueblo mágico.
Pronto, muy pronto (la próxima semana) distribuiremos este número especial. Si tenés algún amigo que quiera recibirlo en su celular, decile que mande su número telefónico en el inbox de la página ARENILLA y con gusto se lo enviaremos (si quiere recibirlo en su computadora, que envíe los datos de su correo electrónico y hasta allá lo enviamos).

miércoles, 27 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON LA FRIDOMANÍA A TODO LO QUE DA



Querida Mariana: ¡Tenía apremio! Me ganaban las ganas. Busqué el sanitario, entré e hice lo que debía hacer. Solté mi cuerpo, cuando terminé de hacer pis, entonces vi la foto. Sí, sobre la pared estaba una fotografía con Frida. Reí. Estaba solo en el sanitario y reí. ¿Cómo? ¿Así que Frida había visto mi pedacito? Volví a reír. Di gracias a Dios que no era una de esas cámaras de Gesell, porque si no también se estarían riendo los que estaban del otro lado de la supuesta fotografía.
Me lavé las manos, busqué una toalla de papel y continué viendo la fotografía de Frida. Sí, pensé, la Fridomanía es grande en este país. Pensé que el dueño del restaurante era un gran fanático de Frida. Sólo así justifiqué su gusto por colgar una fotografía de ella en la pared del sanitario.
Luego pensé que la foto estaba dirigida especialmente para los hombres que, como yo, tenían urgencia de hacer del uno, porque las muchachas bonitas, llegan, le dan la espalda, se bajan el pantalón y el calzoncito y hacen lo que tienen qué hacer. Mientras hacen del uno, ellas se concentran en su celular o ven hacia la pared de enfrente. Los hombres, en cambio (salvo los equilibristas del milagro que ven su celular mientras orinan) se concentran en la pared de enfrente. La posición es clásica, llegan, bajan el cierre de la bragueta, sacan su pene, pequeño, mediano, grande (hay para todos los gustos, la naturaleza reparte con generosidad o pichicatería) y cuando expelen el chorro ven al frente y dan un ¡ah! de satisfacción. Fue la hora en que vi a Frida que me veía, con su clásico vestido de Tehuana, con una mano, muy altiva, en la cintura, como diciendo lo que dijo un personaje de Gabriel García Márquez, en el cuento: El rastro de tu Sangre en la nieve: “Los he visto más grandes.”
Lo bueno es que vi el rostro de Frida cuando ya había terminado, o estaba a punto de terminar de hacer pis. Estoy seguro que si la hubiese visto al bajarme el cierre me habría dado pena. Siempre he sido muy penoso. Tal vez hubiera pensado aguantarme las ganas o ya, en la apuración total, me habría bajado el pantalón (dándole la espalda a Frida), me hubiera sentado sobre la taza y, como niña, hubiese hecho pis, porque siempre he sido muy penoso.
Paco me cuenta que un amigo suyo no tenía pena alguna, cuando salían de un baile, él abrazando a su novia, si le ganaban las ganas, se bajaba el cierre con la otra mano y orinaba a media calle, sin ninguna congoja; seguía platicando tan campante, con la novia a su lado.
Me acerqué al cuadro y lo ladeé tantito, para ver si no había un hueco atrás. Volví a reír. Ahí estaba la pared, rotunda, inmutable. Era una estupidez pensar en una cámara de Gesell, como esas que usan en escuelas o en comisarías y sirven para que quienes están en la otra habitación vean lo que hacen en el cuarto adjunto. Pensé también en esas historias de moteles donde los espejos funcionan así, y los dueños de los establecimientos se sientan con una bebida en la mano y ven todo lo que hace una pareja calenturienta en la habitación, pero, bueno, esto, como dijera nana Goya, ya era otra historia.
Volví a bajarle a la palanca del wáter para que mi acompañante pensara que me tardaba tanto en el interior por alguna urgencia y no porque me había pasado algo. Digo esto, porque en algún cuento (¿o era novela?) de la española Rosa Moreno, un personaje entra a un sanitario en un aeropuerto y jamás vuelve a salir. Su acompañante espera un tiempo prudente, luego entra y revisa todos los apartados y no encuentra a su amigo. ¡Uf, así comienza la novela! Sí, es una novela.
Pensé que si el sanitario fuera mío y yo quisiera colgar un retrato ahí no colocaría a Frida. Pensé que colgaría algo más motivador, algo que no me cohibiera a la hora de orinar. Podría colocar una fotografía de un lago suizo, así, el agua motivaría a que el acto fluyera bien. Aunque luego pensé que, tal vez, colocaría la foto de una muchacha (pero no de Frida), tal vez me gustaría ver a la hora de hacer pis el rostro y el cuerpo de la gran Marilyn Monroe, pero luego pensé que esto no era muy conveniente, porque Marilyn despierta otro tipo de sensaciones y…
Posdata: Salí. A la hora que me senté ante la mesa mi acompañante me preguntó si todo estaba bien. Había tardado más de lo normal. Dije que sí y le conté lo de la fotografía de Frida. ¡No!, me dijo, no puede ser. Entonces se levantó y fue al sanitario a comprobar lo que le decía. Cuando salió rio y me dijo: Vos ya podés decir que orinaste frente a Frida. Y vos, le dije, ya podés decir que le diste la espalda e ignoraste a Frida. Reímos. Pedimos otro té.

lunes, 25 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN PATIO




Querida Mariana: Esta fotografía la subió Juan Carlos Gómez Aranda, en las redes sociales. Se ve un grupo de estudiantes en clase de modelado en plastilina. El maestro (quien por fortuna aún vive, el maestro Javier Flores, en diciembre de 2019 cumplió cien años, ¡cien años!), porta una bata a propósito, con una fina corbata. Las dos chicas, también muy juiciosas, portan sus batas para no manchar sus vestidos. ¿Los muchachos? Ah, los muchachos no llevan protección alguna, como niños, si se manchan piensan “Hoover lava la ropa”. ¡Pobres mamás!
Esto es el primer plano, en el plano siguiente ves algunos muchachos que sacaron las sillas de paleta de los salones y, probablemente, presentan un examen (¡sí, eso es!, porque en el fondo se ve a un maestro que, con los brazos detrás de la espalda, con traje, camina en la clásica pose del maestro que va de un lado a otro para evitar que los estudiantes se pasen copia.) No hay mucho orden, porque se ve que dos o tres alumnos que debían estar atentos a responder el examen ven hacia la cámara porque de este lado está la fiesta, la bulla, el grito del fotógrafo: “Vean el pajarito”, y las carcajadas de los muchachos y el albur de loro.
Pero, hoy no quiero hablar de esto, aunque pienso que, no sé, tal vez en estos tiempos ya no imparten esta materia en las escuelas y eso es una verdadera pena. ¿Mirás las formas que estos muchachos lograron con sus manos? Nuestro máximo escultor comiteco, Luis Aguilar, sabe de esto, de cómo el espíritu se ensancha con clases que tienen al arte como columna vertebral.
Pero, decía, no hablaré de eso. Hoy quiero hablar del patio. Donde están los ventanales eran salones de la escuela secundaria y preparatoria de Comitán (no sé si sirva de referente decir que ahora este patio es el patio central del Centro Cultural Rosario Castellanos y, por supuesto, los salones ya no existen, ahora, en ese espacio hay un corredor amplio, bello, donde está el mural que pintó el maestro Rafael Muñoz.)
Digo que quiero hablar del patio, porque era un patio decente para la convivencia, pero no tan generoso para hacer otro tipo de actividades. Un módulo de salones es el que ves, luego, al fondo había otros salones y frente a este módulo, más salones y pará de contar (llegó el momento que los salones fueron insuficientes y los directivos mandaron a construir salones en los corredores externos. Donde ahora caminás de forma libre para entrar a la Librería Porrúa o llegar al Archivo Municipal, hubo salones improvisados.) Con esto te darás cuenta que el espacio educativo era insuficiente. No había cafetería, no había cancha para jugar un veintidós o para aventarse una cascarita con un balón de fútbol. ¡No! Por esto, en 1974 los muchachos se inconformaron, tomaron el edificio, secuestraron por un rato al secretario de educación que había llegado a tratar de solucionar el conflicto y no lo dejaron salir hasta que lograron obtener su palabra para construir nuevos edificios, uno para la secundaria y otro para la preparatoria.)
Pero (ay, qué carta tan de saltos de chapulín) dije que hablaría del patio, un patio que sólo era el pretexto para la reunión de pequeños grupos a la hora de los recesos o que servía como tránsito obligatorio para ir a los salones o los sanitarios o para el entrar al auditorio donde se efectuaba un ensayo de la rondalla o de una obra de teatro.
Dije que en 1974 hubo una huelga para pedir nuevas instalaciones, más amplias, más cómodas. Quienes lograron ese triunfo ya estaban por despedirse de la escuela, ya estaban preparando maletas para ir a la universidad (sobre todo a la Ciudad de México.) Su movimiento legó mejores instalaciones a las nuevas generaciones (donde actualmente está la prepa y donde está la secundaria.) Pero les arrebataron la dicha de vivir este patio, modesto, pero lleno de luz y de encanto, donde se topeteaban todos. Este patio permitió muchos enamoramientos, porque las chicas de secundaria se paraban a platicar y desde una esquina veían a los muchachos preparatorianos, quienes, viejos lobos de mar, tiraban sus anzuelos a las sardinitas que estaban deseosas de tener novio. Tener un novio de prepa era un lujo y viceversa, los preparatorianos se sentían chentos al tener novias pollitas. Como el patio era modesto en dimensiones, permitía que todo mundo se rozara, se viera, sonriera, lanzara los primeros intentos de enamoramiento.
Lo que también se perdieron las nuevas generaciones que ya no estudiaron en este edificio fue la ventaja de vivir los recesos escolares en el patio mayor del pueblo: el parque central. Los muchachos que fueron a estrenar los nuevos edificios tuvieron cafeterías, bibliotecas, salones más limpios, más luminosos (el laboratorio del viejo edificio le llamaban el gallinero, porque… bueno, ya con el nombre podés imaginar lo que era.) Pero, esas nuevas generaciones no tuvieron la dicha de pasar su receso sentados en la barda exterior, al lado de una calle central; no se sentaron en las bancas del parque central, no tomaron un helado en Nevelandia o entraron al billar que estaba al fondo para pedir al coime una mesa de pool o de carambola. Sus recesos fueron (son) dentro del edificio escolar. Los muchachos que convivieron en este patio tuvieron sus recreos en el parque central de Comitán. ¡Nadita!
Posdata: Este patio, modesto, de dimensiones breves, fue como el nido de cientos de pájaros que ahí hallaron sus alas, ahí aprendieron a tomar el vuelo. Y, se sabe, quien tiene menos terreno para alcanzar el vuelo debe apropiarse de elementos que carecen los que tienen las grandes pistas de los aeropuertos.
Ya no vivieron el rebumbio de este pequeño patio, donde se topeteaba medio mundo, con el otro medio mundo.
Digo que me causa mucha pena que hoy, los estudiantes, ya no reciban clases tan maravillosas como el modelado en plastilina. Sí, sí, había muchos que hacían guerritas con bolas de plastilina, muchos que aventaban plastas al techo del salón o embarraban de plastilina el asiento del maestro, pero también hubo muchos que aprovecharon el instante en que una simple barra de plastilina se convertía en un pie, en una mano o tomaba la figura completa de un león. ¿Ya no imparten estas clases, ahora? Qué pena.

sábado, 23 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN TESTIMONIO VALIOSO




Querida Mariana: La semana pasada subieron en redes sociales un video inédito, en color, donde aparece la escritora Rosario Castellanos. El video es una entrevista muy breve que le hace Erika Vexler, corresponsal de Televisa, en Israel. A pesar de ser muy breve, el documento tiene el encanto de presentar a una Rosario en plenitud, en su cargo de embajadora de México en Israel, en un ambiente fuera de la diplomacia; tiene, asimismo, la cuerda ingrata de haber sido realizada en 1974; es decir, el mismo año del fallecimiento de nuestra famosa paisana. En ese momento nadie hubiese intuido el fatal destino que le esperaba a Rosario el 7 de agosto.
La entrevista puede consultarse en Youtube y es parte de los videos del archivo de Televisa News. Es un documento muy valioso, como son valiosos todos los videos que conforman el archivo de Televisa. Hay muchas personas que critican la labor periodística de la empresa Televisa, pero hay que reconocer el valor histórico que tienen los documentos que están en su archivo. Parte importante de la historia del país está consignado en las cintas que conserva. Uno de esos documentos es la entrevista de Erika.
La entrevista está realizada en un restaurante de Tel Aviv y dura, apenas, minuto y medio. Minuto y medio valiosísimo para los fans de la vida y obra de quien está considerada como una de las grandes escritoras de este país en el siglo XX.
Erika está sentada al lado de Rosario y viendo a la cámara dice: “Acá tenemos a la embajada de México en pleno, encabezada por la señora embajadora, doña Rosario Castellanos”, mientras Rosario ve al lado contrario, donde un mesero, vestido de blanco, con un paliacate rojo al cuello (como si estuvieran en Veracruz) le muestra una charola y le ofrece lo que contiene, Rosario toma un pequeño trozo de algo que parece un totopo. Rosario tiene un corte de cabello de salón y, ¡bendito Dios!, en el video se ve que lo tiene de color castaño. ¡Ah, coqueta, nuestra paisana! Ella, la comiteca de cabello color azabache, quien, en su rancho Chapatengo, un día de los años cincuenta se rapó por completo, en Tel Aviv se pinta el cabello con un tono que muestra su cabeza como un campo de trigo oro antiguo.
Su coquetería se extiende a un discreto collar que pende de su cuello y le llega hasta el pecho, y a un discreto par de aretes de plata, de esos que pueden comprarse en Taxco, que llevan una piedra al centro y terminan en la parte inferior con una serie de fragmentos que forman algo como un penacho invertido.
¿Oíste cómo la presentó Erika? “La señora embajadora, doña Rosario Castellanos.” ¡Claro! En Israel es la funcionaria que representa a nuestro país, es, por supuesto, ¡la señora embajadora! Sus amigos comitecos se refieren a ella como Chayito y los múltiples lectores de su obra literaria también la tratan con confianza y le dicen Rosario. Ella misma, por su carácter, se sentía más a gusto sin el status diplomático, pero lo aceptó con gran orgullo y lo desempeñó con gran efectividad. Rosario le sirvió a México, dentro del país y en el exterior.
Digo que en la entrevista, se acerca otro mesero (éste vestido con una camisa floreada, muy al estilo de los setenta), pero Rosario no lo atiende, porque ya vuelve la vista hacia Erika, quien le pregunta: “Rosario, ¿me permite distraer su atención de los manjares? ¿Qué le parece este restaurante mexicano en Israel?” Rosario, quien exhala armonía y tranquilidad, quien sigue con el totopo en la mano derecha, responde: “Me parece una maravilla. No sé quién dijo, debe haber sido una gente muy importante, pero no lo recuerdo, que el único verdadero amor a la patria, era la nostalgia de la comida. Yo creo que en ese sentido, somos los mexicanos muy patriotas. Y ahora esa nostalgia la podemos satisfacer”, e iluminó su rostro con una sonrisa como si recordara un vaso de atol de granillo, que, sin duda, probó en su infancia.
Yo sugiero que entrés a Youtube, que busqués la página del archivo de Televisa News y veás esta maravillosa entrevista. Tarda apenas minuto y medio, pero es riquísima en conceptos.
Un usuario de las redes sociales, al ver el video, comentó que le gustaría ser atendido así en un restaurante, porque, en efecto, todo el personal del restaurante desfila con grandes charolas ante la mesa donde está, como dijo Erika, la embajada de México en pleno.
Quien, sin duda, es el dueño del restaurante, se acerca a Rosario y le presenta la representación de una trajinera de Xochimilco hecha con una sandía y le dice: “Señora, aunque sea una chalupa, mal hechecita, pero de todo corazón”, Rosario aplaude, se entusiasma ante ese platillo y ríe. Los demás comensales se concretan a ser fieles acompañantes, todas las atenciones especiales son para la señora embajadora, quien vuelve a sonreír en el momento que le ofrecen “unos burritos norteños, estilo mero norte.” Detrás de la mesa hay personas de pie, fotógrafos que, igual que Televisa News, hacen eterno el instante, el instante donde la Embajadora de México visitó un restaurante mexicano en Israel.
El camarógrafo hace otras tomas, abandona la mesa principal y muestra a dos muchachas mulatas que tortean, que colocan las tortillas al comal; y muestra a otro grupo de mujeres que sirven bebidas en vasos de cristal; y luego se mete a la cocina y muestra una serie de ollas expuestas al fuego y un muchacho que ralla queso, y antes del final, una serie de charolas ya servidas. El final es un paneo por el restaurante, lleno de comensales que disfrutan el momento. Tan tan.
Para los comitecos es un testimonio muy valioso, porque tenemos la oportunidad de ver a Rosario el mismo año de su fallecimiento. La vemos plena, sonriente, llena de vida.
Dije que el video tarda minuto y medio. Las imágenes donde aparece Rosario apenas se despliegan en un minuto. No tenemos más que un minuto de ella, no más que la declaración de la cual te pasé copia. Pero su comentario está lleno de verdad. Retoma lo dicho por alguien que no recuerda el nombre y afirma que para quienes están lejos de su país, la nostalgia de la comida les hace amar a su patria.
Pensá ahora en los demás comitecos que están lejos de nuestro pueblo, en los que, por múltiples razones, ahora tienen que vivir lejos de su tierra. Pueden alimentar su nostalgia con mensajes a sus amigos y paisanos, entrando a ver imágenes del pueblo en las redes sociales, pero hay algo que no pueden tener cerca de la orilla de su corazón y de su estómago: los antojitos comitecos. El comiteco que radica en alguna ciudad de Japón puede entrar a Google Maps y darse una vueltecita virtual por nuestro pueblo y ver las transformaciones arquitectónicas y urbanísticas; puede, por supuesto que puede, ver fotos de panes compuestos; de paletas de chimbo; de quesadillas con tzisim; de un buen plato de cocido, con un chile siete caldos; de una tortilla con asiento; de una rosquilla chuja; de un platito con butifarras; de un buen hueso de Tío Jul, pero no los puede tener al alcance de su mano y de su paladar.
Rosario, esa noche de 1974, satisfizo su nostalgia por la patria degustando platillos mexicanos. Se preparaba a viajar a México cuando sucedió el accidente. Sus maletas quedaron preparadas. Cuando volvió a su país, el nuestro, lo hizo adentro de un ataúd. ¡Qué pena! Por esto, porque en el video está llena de vida, muy coqueta, muy en su papel de embajadora, el documento de Televisa News ha despertado gran entusiasmo en nuestra comunidad. Rosario es nuestra. Aún está por documentarse la opinión y sentir de los comitecos ante la noticia ingrata de la muerte de Rosario. Olivia, hija de Óscar Bonifaz, nos ha legado un testimonio, también breve, pero intenso, en un documental que la empresa Zarape Films hizo de la vida y obra del amigo de Rosario. Olivia cuenta: “Me acuerdo que sonó el teléfono y… él colgó y fue a su biblioteca, y pasó una hora, dos horas, y no salía, entonces yo estaba como muy angustiada, me acerqué a mi mamá y pregunté ¿qué pasó? Me dijo, déjalo, se murió una amiga muy querida: Rosario Castellanos.”
No se trata de desempolvar el debate de la causa de su muerte. Unos dicen que fue un suicidio, otros dicen que fue un complot y los más sostienen la teoría del accidente, lamentabilísimo accidente. Se trata de descubrir el sentimiento que dejó a los lectores la muerte temprana de una escritora que daba mucho al mundo; se trata de que las mujeres de hoy (las jóvenes, sobre todo) recuperen el ideario de nuestra talentosa paisana acerca de la defensa de los derechos de la mujer, que ella expuso de manera inteligente. Jamás (estaría loca) propuso que el lenguaje fuera incluyente. Ella, amante de las palabras, fue muy respetuosa de la literatura, respetuosa de los códigos con que nos comunicamos. Le hubiese parecido una aberración el uso de arrobas para incluir a los jóvenes y a las jovanas; le hubiese parecido una estupidez escribir todes, por ejemplo, para incluir a todos y todas. Ella supo que el lenguaje, más que suéteres azules o rosas, siempre viste de blanco.
Posdata: Si podés, mirá el video. Ya dije: Entrás a Youtube y buscás Archivo de Televisa News. Ahí está. Sé que lo disfrutarás. Es un minuto con Rosario, con nuestra Rosario.

viernes, 22 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN PRODIGIO DE MIRADA




Querida Mariana: ¿Ya viste este prodigio de fotografía? Ahí está el nombre del lugar: “El parquecito del Cerrillo” y el nombre del estudio fotográfico: “Foto Crócker”.
Esta foto la subió José Sotto, pariente de don Augusto Crócker, maravilloso fotógrafo de Comitán. José mencionó que la fotografía tiene la fecha del 13 de enero de 1939 y está dedicada a Mercedes C. de Utrilla en el día de su santo.
¿Cómo lo mirás? Ya todo está dicho. Bueno, tal vez debo agregar, para que tengás bien el antecedente, que este parquecito está en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas.
¿Mirás cómo nos ha enriquecido el intercambio cultural que se ha dado desde siempre entre coletos y cositías? El otro día te envié una fotografía que el gran fotógrafo de San Cristóbal, Vicente Kramsky, tomó en Comitán y que fue un regalo, de ese talentoso artista, para los comitecos de todos los tiempos; ahora, los amigos de San Cristóbal de Las Casas tienen un obsequio de parte de un fantástico comiteco.
¡Qué prodigio de fotografía! ¡Qué prodigio de mirada! Don Augusto poseyó el don de la mirada certera, de la mirada inédita. Acá, se trepó en un altito y nos regaló esta sensacional panorámica de un pueblo sensacional (disculpá que me emocione, pero fue el pueblo donde nació mi papá. Ya te he dicho hasta la saciedad que mi papá amó a Comitán y amó a su pueblo natal y a mí me enseñó a amar a la ciudad donde nací, Comitán, y al pueblo donde él nació. Sí, igual que miles y miles de personas, yo también hago elogios de esa ciudad luminosa.)
Este siglo XXI ha avanzado mucho en cuestiones tecnológicas, ahora, los autos están diseñados con formas aerodinámicas y tienen carrocerías especialmente diseñadas para absorber los golpes en caso de un accidente. Los autos de hoy son una maravilla. Pero, yo, sin ser apasionado de los autos, sin saber nada de automovilismo, digo que los dos autos que están en primer plano de esta fotografía son dos verdaderas obras de arte, qué carrocerías tan fuertes, tan sin doblegarse. ¡Qué diseño tan chic! Los expertos podrán señalar el modelo y la marca. Deben ser Ford. No lo sé, pero intuyo que son Ford. Y sin ser experto digo que son autos de los años treinta (qué tramposo. Pues claro, si José dice que la foto es de 1939, los autos son de la década de los treinta.)
Yo, no sé vos, agradezco a José su generosidad al compartir esta maravilla y agradezco a don Augusto Crócker el teodolito perfecto de su mirada. La fotografía nos permite ver, de primer ojo, en primera fila, un instante prodigioso sucedido un día de 1939 en San Cristóbal. Qué armonía de momento. Es un día especial. Esta congregación de personas es porque algo singular se celebra. ¿Ya viste que en las casas del fondo del parque hay una serie de sillas para que la gente, desde ahí, observe lo que sucede en la plaza? En este espacio (donde ahora hay una calle que se llama Comitán) existe un templo. Tal vez el acto que celebran el día de la foto fue un acto religioso; aunque, tal vez fue un acto civil, porque en el kiosco (que está por ser terminado) hay una concentración especial de personas.
La iglesia que se ve al fondo, como corona de la montaña, debe ser el templo de San Cristobalito. Los amigos coletos deben saber bien a bien.
El notable cronista Juan Pedro Viqueira dice que “Para los habitantes de San Cristóbal de Las Casas, la identidad ligada a su barrio de origen sigue teniendo su importancia” y cuenta algo que dice mucho acerca de esa cercanía: “La antropóloga Diana Rus ha narrado la angustia y el dolor de una de sus amigas que tuvo que mudarse de su casa en el barrio de El Cerrillo a otra, distante tan sólo trescientos metros, pero ubicada en el barrio de Mexicanos: Esta sancristobalense temía sentirse como extranjera en su nuevo domicilio ya que no conocía las costumbres del vecino barrio.”
¿Cómo ves? Los seres humanos sabemos de este sentimiento. Los comitecos dudamos cuando debemos radicar en otra ciudad, porque amamos a nuestra ciudad de origen; y en lo más íntimo, cada comiteco tiene una cercanía con el barrio donde creció. Los batanecos aman a su barrio, así como los pileños aman el suyo. Así como somos hijos del barro, somos hijos del barrio.
¡Qué bonito nombre: Cerrillo! Es una palabra modesta, no tiene la rotundez del cerro o del valle. ¡No! El cerrillo es como una terraza discreta, como una paloma sencilla sobre pretil.
Posdata: Don Augusto Crócker, en 1939 (año de inicio de la Segunda Guerra Mundial) estuvo en San Cristóbal de Las Casas y nos heredó una imagen llena de armonía y de placidez.
Larga vida a la memoria de don Augusto; eterna vida a ese pueblo eterno: ¡San Cristóbal!

jueves, 21 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN RECUERDO



Querida Mariana: Quien está en la foto es mi amigo: Miguel Octavio Román Marín. Falleció hace años. Él era puntal de nuestra palomilla. Su fallecimiento nos dejó tuncos del espíritu.
Hoy, disculpá que hable de él. Sucede que hace días hurgué en el archivo de nuestro Colegio Mariano N. Ruiz y hallé muchas fotos donde aparecen ex alumnos conocidos. Por ahí asomó Pedro Avendaño (otro amigo de la palomilla) y hallé una foto de la madre Sara (maestra bendita) y fotos grupales y otras donde está el padre Carlos con alumnos del colegio de los años sesenta y, al final del primer bonche, como broche luminoso apareció Miguel, en esta fotografía, y mi corazón fue como una cuerda de violín que perdió su afinación.
Sí, cuando Miguel falleció, sus amigos lo lamentamos enormidades. Hoy, muchos años después, su carita apareció en un bonche de fotos. Estaba al final del bonche, tal vez reafirmando el dicho de que los últimos serán los primeros.
En estos tiempos de pandemia, lo sabés, todos estamos como en una cuerda floja (bueno, un sector, el otro sigue como si nada). He visto en redes sociales a muchos amigos que suben fotografías del recuerdo. Como estamos en casa buscamos en los álbumes y hallamos elementos para continuar armando el rompecabezas de nuestra identidad. Miguel fue parte de un Comitán que hoy sólo permanece en el recuerdo. Yo tengo muy presente todos los momentos que estuve en casa de Miguel, a la vuelta de donde ahora está la sucursal bancaria del HSBC. Su casa tenía un portón amplio, donde el papá de Miguel, don Roge, guardaba una camioneta y un pequeño Renault que tenía la palanca de velocidades en el tablero. A mí me encantaba subir a ese carrito y ver a Miguel haciendo cambio de velocidad, hacía su brazo para adelante o para atrás, pero en forma horizontal y no en forma vertical como lo hacían los demás choferes que conducían autos con palanca de velocidades al piso. Recuerdo que al lado del portón había un enmallado sobre un murete. Los que caminaban por la calle veían el jardín que cuidaba su mamá, doña Anita.
Miguel fue un muchacho tal como acá se ve: con mirada limpia, con espíritu limpio. Había heredado lo mejor de sus padres (que Dios siempre bendiga sus memorias).
Había tardes que nos reuníamos en la sala (pequeña) a ver el partido de fútbol en una televisión en blanco y negro. El papá de Miguel siempre nos acompañaba, era un gran aficionado al fútbol. Don Roge vivía el partido como si estuviera en un palco del estadio, se paraba, movía la mano y exigía que los futbolistas jugaran ¡vertical, vertical! Ah, cómo le enojaba que los jugadores hicieran jugadas horizontales o que regresaran el balón. A don Roge le gustaba que los futbolistas fueran hacia adelante. Miguel fue un muchacho echado para adelante, siempre fue un muchacho noble.
Dicen que el recuerdo de un afecto toma brillo cuando fallece y todo nos parece bueno. Puede ser que así sea, pero yo, lo juro, sé que mi recuerdo es fidedigno: Miguel Octavio siempre fue un buen muchacho, lleno de dones positivos.
Recuerdo las tardes que tomábamos unos tragos en el comedor de su casa. Ahí también nos acompañaba su papá. Esto era sensacional, porque nos sentíamos protegidos, porque siempre tomábamos de manera mesurada. La mesa era amplia, generosa, de una madera fina, con sillas talladas en el respaldo. Don Roge se sentaba en la cabecera, en una silla que tenía descansabrazos. Las tardes eran prodigiosas, porque don Roge era un experto en política y tenía muchas anécdotas que compartía con nosotros. Ante los ojos de la palomilla, como experto mago, sacaba palomas de la chistera, y nos daba elementos para ir pepenando las avenidas por donde caminaba la política nacional, avenidas que hoy son los pasadizos del país de hoy. Roge, hermano de Miguel, heredó la memoria prodigiosa del padre. A Roge hijo yo le digo que es un pequeño Larousse, porque tiene muchísimos datos en su mente.
Recuerdo con emoción las tardes que llegábamos a ver a Miguel y él nos llevaba al sitio donde tenía animales (conejos, borregos y gallinas). Amaba a los animales, con paciencia y cariñoa les daba de comer. Los animales se amontonaban alrededor suyo y levantaban sus caritas en espera de los granos de maíz o de las hierbas. Por ahí, digo yo, cimentó su vocación, porque cuando eligió carrera profesional fue a la Ciudad de México a estudiar Agronomía, en la Universidad Autónoma Metropolitana.
Era un muchacho que le hacía bien a México, y un día, inadvertido, nos dejó. Su muerte fue muy lamentable. Los integrantes de la palomilla lo lloramos mucho, lo seguimos llorando. A veces nos ponemos de acuerdo y vamos al panteón y rezamos ante su tumba y nos limpiamos los ojos con coraje y luego vamos a comer y levantamos la copa en su memoria y suspiramos por la silla vacía, la que bien podría estar ocupada por tan querido amigo.
Posdata: Su tumba es la primera del panteón en la entrada principal. Apenas entramos, damos vuelta a la derecha y hallamos su nombre. Los amigos lo vamos a ver de vez en vez, pero siempre lo llevamos en nuestro corazón.
En esta fotografía tiene catorce o quince años. Es la fotografía que llevó para que pegaran en el álbum de la generación 1968-1971. Esta generación cumplirá cincuenta años de haber egresado del colegio el próximo 2021.
Amo al Colegio Mariano N. Ruiz, porque ahí laboro desde hace más de treinta años y porque me dio la oportunidad de conocer a gente tan bella, como el gran amigo de nuestra palomilla. ¡Miguel Octavio Román Marín! ¡Presente!

miércoles, 20 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN PARQUE MÍTICO




Querida Mariana: Alguien subió a redes sociales esta fotografía (le concedo todo el crédito). Te paso copia porque, a pesar de que no tiene buena calidad, te darás una idea de cómo era el parque de La Pila, de Comitán, en los años setenta. La foto está tomada desde lo alto de la escalinata del templo y corresponde a una escena de la película Balún-Canán. Algunas escenas de dicha película fueron filmadas en el pueblo (hace días falleció la gran actriz Pilar Pellicer, “La Choca”, quien participó en dicha película.)
Cuando el tío Edmundo vio la foto me dijo que no, que por ahí no pasaban tantas carretas. Le expliqué que era una recreación cinematográfica, libre.
Nunca, en la realidad real, sucedió esta escena, donde un grupo de carretas va como si fuera una serie de combis en la actualidad.
Te mentiría si dijera que me acuerdo de esta escena en la película. Debo volver a verla. Por ahí tengo una copia de la película que, un día, hizo favor de darme el licenciado David Esponda, actual director del Teatro de la Ciudad.
Lo que sí recuerdo es la escena del panteón municipal que fue filmada en el panteón de nuestro pueblo.
Cuando ocurrió la filmación no estaba en Comitán. Andaba de estudiante de la UNAM, en la Ciudad de México. Por eso, Quique y yo fuimos al Cine México, que estaba en avenida Cuauhtémoc, la tarde de estreno, tarde del año 1977. No podíamos perdernos el privilegio de ver en pantalla grande la adaptación de la novela de Rosario Castellanos; no podíamos dejar de ver a los paisanos que (nos habían platicado desde Comitán) habían participado como extras; no podíamos, sobre todo, dejar de alimentar nuestra nostalgia con las pocas escenas que se grabaron en el pueblo, pero que fueron el puente que nos llevó hasta la tierra amada.
Y así fue, vimos la adaptación cinematográfica, mientras comíamos palomitas. Quique, que había leído con atención la novela de la paisana y que ha sido estudioso de la historia de México, me señalaba, en voz baja, las diferencias del guion cinematográfico, con respecto a lo escrito por Rosario.
Digo que no recuerdo muchas escenas; no recuerdo la escena donde estas carretas desfilan frente al parque de La Pila. ¡Ah!, pero eso sí (dejaría de ser yo) recuerdo la escena donde Pilar Pellicer (que en paz descanse) se desnuda y se acuesta con Ernesto (sobrino del dueño de la hacienda, que fue enviado como maestro, debido a que la ley indicaba que los hacendados debían proporcionar educación gratuita a los hijos de los trabajadores.) Si no recuerdo mal, el actor Fernando Balzaretti fue quien interpretó a Ernesto e hizo travesuras de cama con Pilar.
Lo que quiero mencionar es que, en el año de la filmación, el parque era más pequeño que en la actualidad. La calle donde pasa la carreta en primer plano ya no existe. El parque se amplió y ahora funciona como un generoso atrio para el templo.
No sé vos, pero a mí nunca me ha gustado el parque de La Pila, tal vez porque no tiene vegetación. Si ahora lo veo con pocos árboles, mirá cómo estaba en los años setenta. Salvo la gran ceiba (que acá se ve tantito en una lateral), el parque era una plancha de cemento sin gracia. ¿Quién, digo yo, se sentaba en esas bancas al mediodía? Sólo alguien que estuviera entrenándose para ser faquir y fuera el ensayo previo al de acostarse sobre una cama de clavos.
Los amigos comitecos (a través de cartas) nos platicaron el suceso que significó al pueblo la filmación; de igual manera (esto sí ya no lo contaron) debió ser un acontecimiento sin igual el estreno de la cinta en el Cine Comitán (que era el cine que exhibía las películas mexicanas). Debe haber muchos paisanos de mi generación que recuerdan con emoción dicho momento.
Los amigos nos platicaron que hubo un llamado (no sé bien a bien cómo se dio el proceso) para seleccionar a quienes iban a servir como extras en el panteón (la escena representa el entierro del niño Mario). Los extras comitecos fueron al panteón (vestidos de luto) y recibieron las indicaciones del director, mi tocayo Benito Alazraky.
En ese tiempo no lamenté no estar en Comitán en ese momento histórico. Ahora, si me preguntás, me hubiese gustado estar en la filmación, sólo para ver (aunque fuera de lejos) a ese genio de la fotografía mundial: Gabriel Figueroa.
Sí, don Gabriel estuvo en nuestro pueblo. ¡Ah!, qué visitante tan distinguido.
Posdata: En la foto que te envío se mira el ojo experto de don Gabriel. Insisto, la foto es muy mala, porque, sin duda, está tomada directamente de una pantalla de televisión. El fotograma original debe ser espléndido, porque la toma es espléndida, en primerísimo plano aparece una de las columnas de la entrada al templo y vemos cómo se desplazan las carretas por todo el derredor de la plaza. Se escucha el paso lento de los toros sobre el asfalto y el traqueteo armonioso de las ruedas de las carretas que van cargadas de costales (tal vez -insisto, no recuerdo la escena- llegan del rancho y van a la casa del hacendado, para entregar parte de la cosecha.)
¿Mirás cómo era la plaza en los años setenta?

martes, 19 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN RASTRO DE LUZ EN TIEMPOS DE PANDEMIA




Querida Mariana: Lo que ves en la imagen es la portada del libro más reciente de Óscar Bonifaz. Es un libro que apareció en tiempos de pandemia, resguardado en casa. Los tiempos exigen que su presentación sea así, discreta. Si hubiese sido otro tiempo, el tiempo donde todos volábamos en forma libre, la presentación habría sido en un escenario lleno de asistentes. Óscar habría asistido acompañado por sus hijos y por sus múltiples amigos y por muchos lectores.
Pero, el tiempo de pandemia ha exigido que el libro aparezca como un hilo de su sueño. Al despertar, el mundo halla un cofre sobre la playa y dentro del cofre el poemario de Bonifaz.
El maestro me hizo una llamada telefónica, preguntó si estaba enclaustrado. Sí, dije, sigo las indicaciones de las autoridades sanitarias. Me dijo que él también respeta la sugerencia de permanecer en casa, está acompañado por su hija Olivia.
El maestro nació en 1925, tiene noventa y cuatro años. “Andando” en los noventa y cinco, goza de cabal salud, física y mental. Se apoya en un bastón al caminar, pero lo hace porque un médico le recomendó usarlo. Pero el maestro, con su característico humor, cuando alguien lo observa, como si fuera Chaplin, se coloca el bastón en el hombro y camina con su característico paso de basilisco sobre el agua. Goza de cabal salud, pero la estadística oficial indica que él, igual que yo (y tal vez yo más), está colocado en la relación de personas con alta vulnerabilidad, por esto, permanece en casa, pero no está inactivo.
Cuando dejó la dirección del teatro Junchavín, una mañana fui a su casa a preguntarle a qué dedicaría su tiempo, cuando entré vi que escribía. Ya nada pregunté, supe a qué dedicaría su tiempo. Bonifaz, a sus noventa y cuatro, sigue en permanente proceso de creación.
El día que el maestro me llamó, dijo que Olivia, su hija, quería obsequiarme un ejemplar. Insistí en que no estaba saliendo. No salgás, me dijo, abrí la ventana del portón y recibilo. Y así lo hice, y así lo hizo Olivia, ella me envió el libro con un propio (así decimos en Comitán, un propio). Abrí la ventanita del portón y recibí el libro.
Esto que te cuento lo hago para que veás cómo funciona la creación. En tiempos de pandemia, la actividad intelectual en Comitán está en movimiento. Bonifaz sigue activo, Olivia también. Y digo que Olivia también, porque ella (quien radicó en España varios años y regresó al pueblo) ha estado muy activa en el proceso de creación. Los hijos de Bonifaz traen enredado el cordón del arte desde el momento de su nacimiento, en su ADN vino integrada la cuerda de luz. Olivia es fotógrafa. La fotografía que ilustra la portada del libro del maestro es producto de su mirada. Además, y este además significa mucho, el diseño de la portada está firmado por Raquel P. Bonifaz que, intuyo, es rama de la misma ceiba.
Recibí el libro del maestro, el obsequio de Olivia. Lo recibí en casa. Desde casa comparto con vos mi gusto por tener esta primicia, en tiempos donde todo parece envuelto en una manta extraña. En estos tiempos de incertidumbre, hasta mi casa llegó la certeza de la luz, reflejo de la fotografía que Olivia tomó y que muestra la torre iluminada del templo de Santo Domingo, de Comitán.
El libro está dedicado a sus hijos: Juan Carlos, Alex, Gaby y Olivia. Es una edición de Editorial Chiapaneros; y la presentación la hace Ernesto Zúñiga el editor, quien, en las primeras líneas, dice lo siguiente: “A lo largo de la historia, los héroes de la palabra, de la espada o de la estrategia, se han identificado por sus orígenes y así, no se puede hablar de Miguel Ángel Asturias sin pensar en Guatemala, no se puede mencionar a Julio César sin que por nuestra mente surja Roma, o Londres por Churchil, Praga por Kafka, y lo mismo ocurre con Óscar Bonifaz Caballero, a quien no se le puede nombrar sin que Comitán lo acompañe siempre.”
Zúñiga tiene razón, Bonifaz está íntimamente ligado a este pueblo y este pueblo también tiene una rama que lleva el nombre de su escritor, rama donde se cuelgan los columpios de la poesía, del cuento, de la novela y del teatro; rama donde también ya se asoma la mirada inédita de Olivia.
Posdata: Estos tiempos son históricos. El mundo está inmerso en una dinámica que no fue advertida apenas hace unos meses. El mundo no volverá a ser el mismo. Las presentaciones de libros tendrán nuevas dinámicas. Tal vez ya no habrá las presentaciones con auditorios pletóricos de personas; tal vez las presentaciones ahora serán virtuales y los libros llegarán a casa, después del pago, a través de un propio. O nos acostumbraremos a hacer libros digitales y los leeremos en chunches electrónicos, y Olivia montará exposiciones fotográficas en salones virtuales de todo el mundo. Yo, siempre privilegiado, asistí a la presentación del nuevo libro del maestro, desde mi casa. Lo abrí sentado en mi sofá. Ahí lo bebí, desde acá lo comparto con vos.

lunes, 18 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN VIAJE POR EL AIRE




Querida Mariana: Soy respetuoso de las ideas de los otros. Pero hay ideas que se me hacen absurdas. No soporto, por ejemplo, que alguien, cuando me ve con un libro entre las manos, diga que ese libro significó el derribe de un árbol, porque el papel viene de los árboles talados.
Respeto la opinión, pero se me hace un comentario absurdo. Entiendo que la persona quiere sembrar un sentimiento de culpa en mí (uso el verbo sembrar porque, imagino, que esa persona debe ser una gran sembradora de árboles, de vida). El comentario mordaz quiere hacer sentirme mal, como si yo fuera el culpable de que el Amazonas o la Selva Lacandona tengan esos niveles de deforestación.
Nada digo. ¿Qué caso tiene ponderar las virtudes del Guadalajara ante un aficionado del América? ¿Cómo hablar de las bondades de Dios a quien es ateo de toda la vida? ¿Cómo razonar con alguien que expresa tal tipo de ideas?
Cuando era joven leí lo que hace Canadá para la conservación de sus bosques. Por ley, las empresas que talan árboles deben regenerarlos con prontitud. ¿Mirás? En Canadá talan árboles, pero realizan la resiembra con responsabilidad, de tal suerte que los bosques de Canadá no sólo han preservado su riqueza forestal, sino que la han ampliado.
Por supuesto, los recursos naturales pueden aprovecharse de manera eficiente.
Bien podría decirle a esa persona que me ve con ojos acusadores, por tener un libro de papel entre las manos, que nunca he derribado un árbol, por el contrario, con mi papá (que en paz descanse) sembré varios que hoy son árboles enormes, que dan sombra, que otorgan oxígeno y que son casa de nidos de pajaritos.
Cuando fui niño, mi tía Emelina me obsequiaba libros cada vez que venía a Comitán, desde la Ciudad de México; uno de los recuerdos más sublimes que tengo es la del día que entraba el director de mi escuela primaria (el maestro Víctor) y a cada alumno entrega un paquete de libros de texto gratuitos, con olor a nuevo, con textos e imágenes que nos deslumbraban; mis papás, en casa, ayudaban a forrar esos libros con papel manila, ¡con papel manila, de color amarillo!; y mi papá (Dios bendiga siempre su memoria) iba a la Proveedora Cultura con don Rami Ruiz y compraba los cuadernos, con grapa, que yo llevaría durante todo el ciclo escolar.
¿Ya viste de qué hablo? Hablo de productos culturales hechos con papel. De joven compré revistas y libros, y, ahora, de viejo sigo comprando revistas y libros, que los hacen con papel.
¿Estas industrias son las causantes de la tala inmoderada? ¿La factura de estos productos ha hecho que los bosques de la Selva Lacandona estén casi pelones? ¿De verdad?
Todos los días veo en las redes sociales fotografías de camiones que transitan por las carreteras de Chiapas llevando decenas de troncos de árboles talados. ¿Debo pensar, todos los días, que esos árboles fueron derribados para hacer libros, revistas y cuadernos?
No, no y ¡no! Ahora existen los libros digitales, pero veo que en las escuelas de nuestro estado los alumnos siguen llevando sus libretas (ahora no engrapadas, sino con espiral) y los libros de la primaria siguen (en esencia) siendo los mismos que recibí en los años sesenta.
No, no y ¡no! No tolero los comentarios absurdos de personas que, como implacables toreros, desean “sembrar” una espada en mi conciencia, volviéndome cómplice de la tala inmoderada, porque leo libros impresos en papel. Cuando me lo dicen me contengo, porque estoy a punto de preguntarle a esa persona de dónde cree que sale la servilleta con que se limpia la trompa a la hora de comida y de dónde cree que sale el papel con que se limpia el culo cada vez que defeca. Pero, ya lo dije, soy tolerante, soy respetuoso de quienes no creen en Dios, soy respetuoso del amigo que le va al América o al Guadalajara, soy respetuoso de quienes respetan la vida de los otros.
Es cierto, he comprado muchos libros a través de mi vida (llevo más de cincuenta años de lector, un poco más), pero, estoy seguro, esa persona ha usado en su vida más papel higiénico que el invertido en los libros que he tenido en mis libreros. Y, la mera verdad, pienso que el papel de los libros ha servido a la humanidad mucho más que el papel de su sanitario.
Yo bien podría decirle a esa persona que ya no consuma papel higiénico, porque, por su culpa, el mundo se está quedando sin árboles; bien podría sugerirle que se limpie con un olote, como lo hacían nuestros ancestros; o que regrese al tiempo que había una caseta de madera en el sitio y la limpieza del tutís lo hacía un cuch. Pero, insisto, me quedo callado, porque ¿cómo hablar de nubes con alguien que se regodea en el lodo?
Posdata: Había guardado una paguita para comprar un lector de libros digitales, porque pienso que es un dispositivo maravilloso. ¿Imaginás poseer un chunche que permite almacenar más de cinco mil libros? ¡Ah, qué bendición! Pero, ahora, por la pandemia tuve que suspender el pedido. Espero tener oportunidad de hacerlo. Por el momento, el libro digital tiene la ventaja de que no puede ser vehículo de transmisión de virus; tal vez la nueva normalidad exija al mundo cambio de comportamientos y el libro digital tome preeminencia ante al impreso.
Esta carta te la envío en forma digital, pero los dibujos que ahora hago los hago en soporte de papel. Algún día, primero Dios, tendré paguita para comprar un chunche electrónico y haré dibujos en forma digital.

sábado, 16 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON EL RECUERDO DE UNA PLAZA




Querida Mariana: Te paso copia de una foto que tomé hace meses. Es la placita que está al lado del templo de El Calvario, en nuestro pueblo.
El templo de El Calvario, todo mundo lo sabe, fue el templo más cercano a las casas donde vivió Rosario Castellanos. Fue el templo más próximo a nuestra escritora. Ella escuchaba, en los patios de sus casas, las campanas de este templo.
Las dos casas identificadas donde ella vivió están a media cuadra del templo. Una está frente a la entrada (o salida) del Pasaje Morales y la otra frente al lateral del palacio municipal, donde ahora está el Restaurante ‘Ta Bonitío.
La foto, digo, fue tomada antes de la pandemia, pero la ausencia de personas habla de estos tiempos de confinamiento.
La imagen tiene su encanto, porque todo está como en suspenso, como en espera de que las personas se acerquen.
Los espacios públicos poseen esa característica: cualquiera puede hacer uso de ellos. Acá, por lo regular (insisto, antes de la pandemia) en este espacio se reúnen grupos de personas. He visto parejas que se sientan en la banca adosada al muro y platican, se toman de las manos y hacen planes para un futuro que sueñan juntos.
He visto a señoras que se sientan en la misma banca de cemento, dejan las bolsas del mandado y pelan una mandarina, mientras ven a las personas que caminan por las dos banquetas del frente.
He visto a muchachos que bajan del colectivo (que se detiene en la esquina) y se sientan un rato en esas bancas de hierro y juegan a aventarse papelitos o revisan sus celulares y se acercan cuando alguien los llama para ver un video de youtube o una foto en Instagram.
He visto niños que se sientan en el piso y juegan carritos. En una ocasión (se me hizo memorable) vi a dos niñas que, al lado de su mamá, jugaban matatena. ¿Mirás? ¡Matatena! Pucha, un juego que era común en los años sesenta, pero que ahora no es frecuente, porque ahora, las niñas juegan con celulares y con TikTok y, las más creciditas, mandan el pack para sus afectos (se arriesgan).
Esta plaza es una de las más afectuosas del pueblo. No tiene la monumentalidad del parque central, pero tiene la intimidad de un espacio céntrico que, a pesar de estar en un lugar de mucho tránsito (tanto de autos como de personas) logra una burbuja como de confesionario lleno de luz.
Este lugar, en los años setenta no existía como espacio público, porque era un anexo del templo. Este espacio estaba delimitado con una barda. Había ocasiones que la puerta estaba cerrada y nadie de afuera podía ingresar.
Yo tuve la fortuna en 1973, más o menos, de entrar en dos o tres ocasiones. Ahí, el famoso padre Joel Padrón y la maestra Angelita Román, quien daba clases de química en la prepa, crearon un grupo de jóvenes que se reunían en un salón en ese espacio. Ahí se reunían los chavos setenteros (con zapatos de plataforma, pantalones acampanados, camisas floreadas, suéteres con cuello mao y cabelleras largas), se reunían para platicar temas de importancia, para tomar café, para fumar (algunos dicen, no me creás, que no faltaba el que se trepaba al campanario y se aventaba un churrito) y para escuchar música de ese trío sensacional, formado por Enrique Penagos, Roberto González y Fernando Escárcega, trío de talentosos músicos que (¡agarrate!) tocaban rock en la misa juvenil. ¡Ah, el templo se llenaba cuando los chavos tocaban! No era tanto que la muchachada se sintiera tocada por el llamado del Espíritu Santo sino por el llamado de la música moderna.
Un día, la autoridad tumbó la barda y convirtió ese espacio semi privado en público y ahora todo mundo que pasa por ahí puede sentarse y platicar o ver cómo la tarde camina con pasos lentos y armoniosos.
Comitán es, todavía, una ciudad armoniosa. Esta imagen así lo demuestra. Acá ves una instalación fabulosa. La base metálica donde se asienta el árbol seco era la base de una lámpara, lámpara que andá a saber en qué momento desapareció o se dobló o nunca la colocaron. La base quedó ahí, alguien (¡bien!) colocó esta ramazón, la pintó de blanco y formó una de las instalaciones artísticas más geniales del pueblo. Un día vi que dos niños colgaban papelitos de colores en las ramas, otro día vi que una modelo (niña preciosa, con minifalda, botas negras hasta las rodillas, top que le dejaba visible toda la pancita y enseñoreaba los pechos que los tenía generosos) se colocaba ahí y posaba para dos fotógrafos que, hincados, botados en el piso o trepados sobre una escalera metálica plegadiza, le tomaban decenas de fotos, mientras ella, deliciosa, sonreía, se tocaba el cabello, abría los labios, sacaba tantito la lengua, colocaba una mano sobre su cadera, metía ambas manos en su entrepierna. Ese día, muchos peatones se detuvieron y disfrutaron la sesión fotográfica. Más de dos muchachos sacaron sus celulares y tomaron fotos como si hicieran el detrás de cámaras de ese glorioso instante.
En realidad, vos estarás de acuerdo conmigo, el deleite de la plaza no está en sentarse en las bancas sino en pararse en el lugar donde estuve parado. Desde el frente se puede ver lo que acá comparto. A mí me encanta el cine y la fotografía, tal vez por esto siempre busco el lugar donde yo no sea protagonista de la escena sino simple observador. Acá, quienes se sientan en estas bancas o permanecen parados en espera del colectivo, también son observadores de lo que sucede frente a ellos, pero lo que pasa frente a ellos es como un tren de esos que transitan en las vías de Japón: todo es rapidísimo; en cambio, quien se para donde yo estuve parado ve la vida tranquila de quien se sienta a descansar.
El día que tomé la foto era un día de mucha actividad, sin embargo (acá lo ves) la placita parecía contagiada de la paz del interior del templo, porque otro atractivo del lugar no sólo es la plaza, sino el interior de El Calvario. El Calvario es un templo que siempre permanece casi vacío. Los que se bajan de los colectivos pasan a santiguarse de prisa y salen. Son pocas las personas que, en las mañanas, llegan para orar con calma. Quien no falta es la persona que vigila el templo, siempre está sentada en las bancas finales, pendiente de que todo transcurra dentro de la normalidad.
La placita se llena de personas por ratos, hay instantes en que queda como acá se ve: Vacía. Hay instantes en que parecería que el árbol seco se estira, alza sus manos en busca de esas nubes que, como cabelleras setenteras, se extienden por encima de una línea coqueta de tejas.
El espacio es muy generoso, habla mucho de la personalidad del pueblo comiteco. Es parte del corazón del centro: abre sus brazos de aire y sonríe con sonrisa amarilla y mira a través de un tercer ojo.
Ahora, la imagen es como un buen augurio. Esas bancas de hierro, ese árbol seco y esa banca corrida de cemento y ladrillo están en espera de que las personas de buen corazón los abracen, los inunden. El deseo es que, en esas bancas, los muchachos se sienten y se abracen y se besen y se digan palabras bonitas y lean libros de poemas y elijan un poema de Sabines para calentar el alma. El deseo es que esas bancas vuelvan a recibir los cuerpos cansados de las señoras que acaban de subir del mercado primero de mayo, con la morraleta llena de mangos ataulfo y naranjas y ramitos de cilantro y dos mazorcas bien granudas y un pedazo de queso y un poco de polvo de chicharrón y tomatito verde y medio kilo de tortillas hechas a mano. El deseo es que esas bancas vuelvan a recibir a los grupos de amigos chachalaqueros que se enseñan videos en sus dispositivos electrónicos. El deseo es que la plaza vuelva a llenarse de vida. Mientras tanto, la prudencia dicta que debemos permanecer en casa.
Posdata: En todo el mundo hay plazas famosas. Los turistas (cuando viajaban sin restricciones) elegían las grandes plazas para abrir los brazos y recibir el sol de países ampliamente deseados. ¿Qué viajante no se paró a mitad de la Plaza de la Concordia, en París? ¿Quién no lo hizo en el Zócalo, de la Ciudad de México? Millones de personas dijeron que París bien valía una misa, pero igual valor tenía pararse en el centro de la Plaza de San Pedro, en el Vaticano. ¡Ah!, plazas rotundas, majestuosas, árboles enormes de la arquitectura mundial.
Nuestra placita es más modesta, con orgullo digo que es una niña pueblerina, sin el glamur de las chicas de pasarela, pero es una placita bella, muy digna, muy llena de historia y de historias. Esta placita no tiene el obelisco gigantesco que sí posee la Plaza de la Concordia, en París; en esta placita crece, con el agua de la vida, un sencillo árbol blanco seco.

viernes, 15 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON OTRA PRIMICIA




Querida Mariana: Insisto, el nuevo número especial digital de ARENILLA-Revista estará de lujo. Ya dije que tendremos una entrevista donde el poeta José Falconi aceptó jugar con la palabra. Pero hay más. Este número incluirá un relato bien bonito que se llama “El velador”, cuyo autor es Enrique Robles, mi amigo, compadre, experto jurista y uno de los mejores contadores de anécdotas de la región. Su pluma tiene la misma cuerda simpática con la que amarra todas sus anécdotas.
¿Recordás que te contaba mucho de las puntadas de Quique, cuando estudiábamos en la Ciudad de México, él en la Universidad Autónoma Metropolitana y yo en la Universidad Nacional Autónoma de México? Pensabas que era una exageración mía, pero, cuando tuviste la oportunidad de escucharlo en vivo comentaste que dos de sus anécdotas te habían gustado mucho. Disfrutaste la anécdota del chucho del rancho de Javier: Tzipal. Es una anécdota genial.
En los últimos tiempos, Quique se ha presentado en público en compañía de otros grandes contadores de anécdotas y ha publicado relatos de su autoría. Ahora, nuestra revista se llena de orgullo al dar a conocer un texto inédito que habla de un personaje comiteco muy entrañable: El Janush.
¿No sabés quién es el Janush? Nada platicaré, porque Quique da un retrato humanista del personaje y lo coloca en un entorno que, estoy seguro, te hará sonreír y, tal vez, mueva algún hilo de nostalgia.
Muchos comitecos de los años sesenta conocieron a dicho personaje, pero ahora Quique lo ha convertido en un personaje literario para siempre. Y nosotros presentamos la primicia, porque, vos lo sabés, nuestra revista siempre presenta un poco de lo mejor de nuestra cultura, y digo un poco, porque es imposible abarcar todo el caudal de luz que brota de esta olla sensacional llamada Comitán.
Digo que muchas personas disfrutan con las anécdotas de Quique. El doctor José Antonio Alfonzo, reconocido como uno de los mejores contadores de anécdotas de la región y puntos intermedios, me dijo una mañana que debía invitar a mi compadre al encuentro, “Es muy bueno”, me dijo, y yo le hice caso al doctor Alfonzo e invité a mi compadre y la velada fue sensacional.
¡Ah, cómo disfruta la gente de nuestro pueblo esos encuentros! La cita es para reunirse en un lugar a botarse de la risa con las caballadas emanadas de nuestro pueblo. Hay muchos contadores de anécdotas buenísimos. No a todos les gusta presentarse en público. Muchos excelsos contadores de anécdotas se lucen en casa, en familia. En medio del círculo de amigos cercanos y familiares despliegan, como si fueran pájaros, las alas de la gracia y del buen decir.
Porque, vos lo sabés, contar anécdotas requiere un don especial. Quique lo posee. Como estos tiempos impiden el encuentro abierto con amigos, igual que el poeta Falconi, Quique permitió que su palabra llegue a través de nuestra publicación digital, que llegue a todos nuestros fieles lectores, que llegue a otras regiones, que llegue a todo el mundo. Bueno, si llega a Rusia, pedimos, por favor, que una muchacha bonita llamada Natasha traduzca el relato “El velador”, donde el principal protagonista es un personaje amado de nuestro pueblo: El Janush. ¿Imaginás cómo sonará la pronunciación de Janush en voz de una linda rusa?
Quique abona a la identidad, recupera personajes que son parte de nuestro imaginario colectivo y nos los presenta con la picardía proverbial de esta tierra.
Sé que vos, igual que miles de lectores, disfrutarán el relato en tu casa, en tu dispositivo electrónico. Ya habrá tiempo (primero Dios) de regresar a los espacios donde podamos reunirnos y disfrutar de una velada llena de cuentos y anécdotas, contadas con la gracia profunda de los mejores contadores de anécdotas de la región.
Quique se presentó la vez más reciente en el restaurante ‘Ta Bonitío, donde el chef Sergio tuvo la buena idea de organizar un encuentro entre contadores de anécdotas de Villaflores y de Comitán. Quienes asistieron a la velada (como debe ser, acompañada por excelentes platillos y buenas bebidas) dan constancia del disfrute de esa noche.
Posdata: La anécdota y el relato son como una hoja de menta, la que le da sabor al té, la que le otorga el mojol de lujo al mojito. ¡Salud!
Pronto, muy pronto, tendrás el número especial digital de ARENILLA-Revista. Estamos trabajando para vos, para todos nuestros lectores. Trabajamos para llevar cultura al mundo. ¡Salud!

jueves, 14 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON DEFINICIÓN DE ESCUELA




Querida Mariana: ¿Cómo definirías a la escuela? Es aventurado atreverse a definirla. Una escuela es muchas cosas, ¡muchas!
A pesar de que siempre sostengo que de niño fui más feliz en mi casa que en la escuela, reconozco que ese espacio tuvo una magia especial. Si me hubiesen dado a elegir habría elegido mi casa, pero me habría perdido la aventura grata e ingrata de la convivencia.
Javier recuerda que, ya en bachillerato, le decía que al concluir la licenciatura estudiaría una maestría y luego un doctorado y después a ver qué inventaba. Consideraba que ser estudiante era el mejor oficio del mundo, a pesar de todos los pesares.
Nunca estudié maestrías o doctorados. Con ciertos trabajos concluí la licenciatura, pero de mis sesenta y tres años de vida, más de cincuenta han estado enredados en espacios educativos. ¡Qué barbaridad! Seis años de primaria (en la Matías); tres de secundaria (en el Colegio Mariano N. Ruiz); tres de bachillerato (en la prepa de Comitán); un cuatrimestre en la Universidad Autónoma Metropolitana; cinco años en la facultad de ingeniería, en la UNAM; tres semestres en la escuela de arquitectura, en la UVM; y un semestre, en la escuela de ingeniería, en la UNACH. Todos estos estudios fueron continuos. Años después, ya casado, con hijos, me inscribí en la Facultad de Humanidades, de la UNACH, y cursé la licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana, carrera que, gracias a la tolerancia de mis maestros (Dios los bendiga siempre) concluí. Pero, antes, en 1982, el maestro Jorge me permitió colaborar como maestro en el Colegio Mariano N. Ruiz.
Desde la edad de seis años hasta la edad de sesenta y tres he estado ligado, bien como alumno, como maestro o como directivo, en espacios educativos.
Sé que mi historia no es excepcional. Hay millones de historias similares, pero a mí me sorprende el giro que tomó mi vida, porque si alguien, en mi infancia me hubiese pronosticado el futuro, yo habría dicho que el genio de la lámpara se había equivocado de personaje. ¡No era yo! No, definitivamente, no era yo. Yo toleraba la escuela, pero no era mi ideal.
Ahora, que veo a niños haciendo tareas desde su casa, a través de las plataformas tecnológicas, pienso que se hubiese cumplido mi sueño de la infancia. Desde mi casa habría tenido todo el aprendizaje que necesitaba para la sobrevivencia. Pero, también sé que, en algún instante, al ver las fotografías de los demás niños jugando en el patio de la escuela, bromeando en el salón, participando en dinámicas grupales o en partidos de básquetbol, habría pensado que algo me estaba perdiendo.
Sólo los valientes se atreven a definir la escuela. No es lo que dicen, las escuelas son más, mucho más.
Ya los expertos nos han dicho que el concepto de aprendizaje se está modificando. Ahora, muchas personas, miles, millones, realizan estudios de maestría o de doctorado ¡en línea! Lo hacen, incluso, siendo alumnos de escuelas que están en otros países de donde radican. Estudian desde casa.
Ahora, en estos tiempos de pandemia, las escuelas han cerrado sus puertas y han quedado vacías. Para no suspender el proceso de aprendizaje, las autoridades educativas han realizado programas donde los alumnos estudian desde casa; es decir, el aprendizaje (que sería una de las prioridades de las escuelas) se puede hacer fuera del aula.
Por eso digo que la definición de escuela tiene conceptos amplísimos, porque no sólo es el espacio para trasmitir conocimientos científicos, cívicos, morales y artísticos. ¡No! Las escuelas son ventanas amplísimas.
Ayer encontré una fotografía donde están alumnos del colegio Mariano N. Ruiz, con su maestra, la madre Sara, realizando alguna manualidad. Ahí hallé una línea de luz indecible. Los niños están entretenidos, contentos.
Esta fotografía sólo pudo generarse en el ambiente escolar. La escuela, por definición elemental, es un espacio donde los grupos se crean.
Los reportes escolares contabilizan grupos: el primero A, el primero B y el primero C. El grupo es esencia. Los príncipes recibían instrucción personalizada en sus castillos. Ahora no es así. El otro día vi un reportaje donde los hijos mellizos de Alberto II de Mónaco asisten a una escuela pública. ¿Mirás?, los hijos de un príncipe se mezclan con niños que no son de la realeza y lo hacen en el espacio donde la convivencia es fundamental: la escuela.
Vi la foto donde está un grupo de ex alumnos de nuestro Colegio Mariano N. Ruiz y supe que ahí, en medio de ese aro de luz, está el principio de definición de escuela. Los vi plenos, unidos, disfrutando un instante bendito, en el que el destino les permitió formar parte de un grupo, de una escuela, de un cordón umbilical eterno (además, acá debo agregar que estos niños tuvieron un mojol: fueron alumnos de una mujer infinitamente generosa: la madre Sara.)
Vos, ¿te atrevés a dar una definición de escuela? Yo no. Me siento incapacitado, a pesar de que desde que tenía seis años de edad he estado enredado en esos espacios.
Posdata: La fotografía pertenece al Archivo del Colegio Mariano N. Ruiz, pero puede ser compartida por todo el mundo.

miércoles, 13 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON UNA PRIMICIA




Querida Mariana: Te cuento: A finales de los años ochenta estuvo en Comitán el poeta José Falconi. Pepe estuvo con dos poetas más: Quincho Vázquez y Elva Macías. Los tres ofrecieron un recital poético en la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez, por una iniciativa del Instituto Chiapaneco de Cultura, institución cultural que propiciaba ese tipo de encuentros en diversas ciudades del estado de Chiapas.
Esa noche estuve presente. Ahí escuché por primera vez al poeta Falconi. Al final del recital, mi amigo Paco Flores les ofreció una cena en el restaurante del Hotel Robert’s. Paco hizo favor de invitarme, así que estuve conviviendo con ellos, ya fuera del protocolo del recital. Recuerdo que en el hotel estaba hospedado un grupo de chicas que participarían en algún acto de elección de reina de no sé qué. Elva, en voz alta, decía a los camarógrafos que ahí también estaba la belleza, la belleza de la palabra y abría los brazos y pedía que nos filmaran. Falconi y Quincho, con bebidas en las manos, disfrutaban lo que Elva decía. Nosotros también lo celebrábamos y yo observaba que uno de los camarógrafos veía nuestra mesa, sonreía y luego seguía en lo suyo: tomar el video de las chicas bellas que, en forma casual, charlaban en una mesa adjunta.
Si intercambiamos algunas palabras con Falconi son las que dictan las reglas de urbanidad. El poeta ya había hablado en el festival, ahora se dedicaba a disfrutar la charla siempre posesiva de Elva. Quincho decía salud y bebía un té. Esa noche no bebió la cerveza que le encantaba beber, porque Elva, siempre pendiente de él, se lo prohibió, debido a que el poeta había estado un poco mal del estómago.
Te hablo de hace, ¡uf!, tantísimos años, más de treinta, más, de una noche que el poeta Falconi compartió su palabra con los comitecos.
Ahora comparto la primicia que prometí: el poeta José Falconi volverá a estar en Comitán y en San Cristóbal y en Tuxtla y en Tapachula y en Huixtla y en Oaxaca y en la Ciudad de México y en Nopala, Hidalgo (saludos al cronista honorario de aquella ciudad), y en Monterrey, y en Guadalajara (saludos a mi querida Eva Morante) y en París y en Nueva York y andá a saber en cuántos lugares más, porque el poeta aceptó entrarle al juego de una Arenilla y respondió las diez preguntas juguetonas. Sí, así como la poeta chiapaneca Mónica Zepeda dio luz a la palabra en la edición especial digital de la revista ARENILLA, correspondiente a abril-mayo; la palabra luminosa del poeta Falconi aparecerá en la edición especial digital de nuestra revista, correspondiente a junio-julio.
Gracias a nuestros lectores el número de abril-mayo fue un éxito. Fue muy compartida y solicitada. Ahora, estoy seguro, tendremos más lectores.
¿Qué puedo decir? Estoy chento (orgulloso) porque Pepe aceptó la invitación de inmediato y dijo que sí, que con gusto le entraba al juego de la ARENILLA. A mí me encanta que los más grandes creadores del país acepten jugar con la palabra y se acerquen a estas playas y permitan que los lectores se asombren, disfruten, reflexionen o manifiesten desacuerdos, mientras caminan los puentes que ellos tienden. Pepe reconoce este tiempo de incertidumbre y comparte su palabra en forma virtual. Ya algún día volverá a estar en forma presencial sobre un escenario y compartirá su poesía con la audiencia.
Falconi, lo sabés, es uno de los creadores más importantes del país. Radica en la Ciudad de México, desde no sé cuánto tiempo, pero nació en Tuxtla Gutiérrez. Estudió periodismo en la Septién, la misma escuela donde estudió mi amigo Adolfo Gómez Vives (el popular Fito) y donde impartió cátedra la poeta Dolores Castro, íntima amiga de nuestra Rosario.
Por fortuna, es posible acercarse a la narrativa de Falconi, porque en la página oficial de CONECULTA-CHIAPAS están disponibles dos de sus libros en formato pdf: el libro de cuentos “Escala Roja” y la novela “Fragmentaciones”. El Coneculta de antes reconocía el talento de los creadores de este estado; el Coneculta de hoy tiene reglas muy estrictas que parecen formar un muro de contención al talento. El poeta Óscar Wong ha manifestado su desacuerdo, porque prácticamente está vetado para ser publicado durante el presente sexenio, y con Wong muchos más. ¡Bonita manera de reconocer a los creadores de siempre!
Pero, antes, querida niña, de bajar los libros digitales en forma gratuita, te propongo tener un primer acercamiento con la palabra del creador José Falconi en el número especial digital de ARENILLA que estará a disposición de nuestros lectores de todo el mundo a partir de la primera semana de junio, en las redes sociales.
Posdata: Sí, es nuestro privilegio, la presencia de Falconi es un lujo para nuestra revista, pero esto es así, porque Falconi siempre ha compartido su luz con los lectores de su estado natal. A finales de los años ochenta, Falconi estuvo en Comitán; hoy, en 2020, regresa con su mano abierta, con su tea de luz.
Los tiempos inciertos encuentran una hendija de luz en el arte. Nuestros lectores no merecen menos. Junio ya está a la vuelta de la esquina. El equipo de ARENILLA-Revista trabaja (desde casa) a todo vapor. Pronto, muy pronto, Falconi estará contigo y con todo el mundo.

martes, 12 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON BUENAS NOTICIAS




Querida Mariana: ¿Sabías que el auditorio del Palacio de Justicia de Chiapas, que está en Tuxtla Gutiérrez, lleva el nombre de Enrique Robles Domínguez? ¿No? ¿No lo sabías? Bueno, lo que sí sabés es que el magistrado Robles Domínguez es papá de mi amigo y compadre Quique. Por esta cercanía yo conocí al magistrado, quien (lo lamento) falleció en diciembre de 2019. Dicha cercanía me permitió tener con él un trato de primera mano, porque (vos sabés que así es la historia de los amigos) yo iba a casa de Quique y me topaba con el magistrado en cualquier momento.
En realidad, la historia viene de más atrás. El papá del magistrado, Ciro Robles, era primo hermano de mi papá, porque Ciro y Augusto (mi papá) eran hijos de dos hermanas. Por esto, el magistrado Enrique siempre trató a mi papá como tío.
Si me voy más acá, resulta que yo soy tío de mi amigo y compadre, pero esto nunca lo diré, porque Quique, el líder de mi palomilla, jamás me diría tío. Mejor nada digo, porque capaz que él me deshereda y me deja sin el pedacito de tierra que ya me prometió en el Ojo de Agua.
Resulta que ayer me enteré (me da mucho gusto) del nacimiento de una fundación que lleva el nombre de mi primo, el notable magistrado que nació en Comitán. La Fundación Enrique Robles Domínguez nace con los mejores augurios, nace con la intención de ser un organismo que auxilie a grupos de personas necesitadas y vulnerables.
En todos los tiempos, las agrupaciones que ayudan a los que menos tienen son bienvenidas. En tiempos actuales, la noticia del surgimiento de esta institución es doblemente bien recibida.
Digo que vos no sabías que el auditorio del Palacio de Justicia lleva el nombre de Enrique Robles Domínguez. ¡Ahora lo sabés! El alto honor de que el auditorio lleve su nombre representa el reconocimiento que sus pares le otorgaron en vida a quien puso su vida e integridad profesional al servicio de la justicia en nuestro estado, estado que, como en toda la república, tiene huecos profundos que deben llenarse.
Chiapas, esto sí lo sabés, es un estado con grandes carencias, en todos los sentidos. Hay grandes carencias. Por esto, el surgimiento de la Fundación que lleva el nombre de tan destacado jurista es noticia halagüeña, prenderá una lucecita de esperanza.
Yo conocí al magistrado en su casa de Comitán, a finales de los años sesenta, cuando me hice amigo de Quique. En ese tiempo, la casa del papá de Quique estaba frente a la escuela secundaria y preparatoria de Comitán (donde actualmente está el Centro Cultural Rosario Castellanos). La casa de Quique (lugar donde estaba la notaría de su papá) estaba más o menos donde ahora está la fuente del parque central. La casa estaba (ya lo intuiste) en la manzana que fue derruida en los años setenta.
Quique y yo lamentamos la tirada de esa manzana (la llamada manzana de la discordia), porque mi papá también tenía un edificio en esa manzana, lo que significa que mucho de nuestras historias de infancia y de adolescencia está enredado en ese espacio, espacio que, de la noche a la mañana, fue derrumbado. Ese derrumbe ocasionó un vacío que nos llena de nostalgia.
Cuando terminamos la secundaria y entramos a la preparatoria, nos enteramos que Quique estudiaría en Tuxtla. ¿Por qué?, nos preguntamos todos los integrantes de la palomilla. Porque su papá ya laboraba como magistrado en aquella ciudad, ciudad donde radicó más de cuarenta años, y donde llegó a ser Presidente del Supremo Tribunal de Justicia del Estado.
Recuerdo al magistrado en dos ocasiones cercanas sublimes, lejos del protocolo de su estatura profesional. La primera cuando nos invitó a ir a Popo Park. Nos quedamos una noche en unas cabañas y jugamos boliche. Fue fantástico. El salón sólo tenía una línea de boliche y, por supuesto, no tenía un sistema automático. Cada vez que tirábamos la bola y le dábamos a los pinos, debíamos ir a parar los bolos de nuevo. Al final nos turnamos, unos jugaban y otros nos quedábamos a parar los pinos y regresar la bola. Cuando el magistrado se fue a recostar, nosotros seguimos jugando y bebiendo cerveza. Suspendimos la bebida y fuimos a dormir cuando Jorge sugirió que saliéramos al campo y jugáramos fútbol. Cuando vimos que tenía sobre sus manos la bola de boliche supimos que era hora de ir a descansar.
La segunda vez fue cuando Quique se tituló. Sus papás se trasladaron a la Ciudad de México para estar presentes en ese momento tan sublime. El notario estaba orgulloso, Quique se recibió de abogado, por la Universidad Autónoma Metropolitana. Esa noche nos invitó a cenar en un restaurante argentino que estaba en la avenida Insurgentes. Fue una noche sublime de celebración. Fue la primera vez que probé las criadillas (ni te cuento que son las criadillas, pero tienen un sabor delicioso.) Recuerdo estos dos instantes, porque me dieron la dimensión exacta del magistrado Robles Domínguez: tenía una personalidad sencilla, diáfana, agradable y humanista.
Posdata: Tuve el honor de conocer de cerca al magistrado. Fue mi privilegio. Me dio gusto cuando me enteré que Chiapas lo honraba al colocar su nombre al auditorio del Palacio de Justicia, y ahora hago votos porque la Fundación que lleva su nombre ayude a muchas personas vulnerables y enaltezca la figura de quien, sin regateos, sirvió a la sociedad.