viernes, 31 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, CON CRISTALES LUMINOSOS




Querida Mariana: Sí, ya viste, Lupita Albores, destacada productora radiofónica, estuvo en el “Imaginá que te llamás”. Su profesionalismo la llevó a ocupar la gerencia general de Radio Brisas de Montebello, estación que trasmite desde La Trinitaria, Chiapas.
Muchos escuchas de Comitán y de la región escuchan con agrado la programación de aquella estación radiofónica. A mí siempre me ha encantado saber que las oficinas y cabinas de transmisión están ubicadas en el Parque Hundido. Imagen simpática. Es como un vientre de donde brota la palabra, la música y la reflexión. Y Lupita, con la música de sus palabras nos invitó a la reflexión en este juego que ahora todos jugamos.
A Lupita la invitamos a imaginar que se llamaba botella de cristal. ¿Mirás qué bonito juego? En estos tiempos tan plásticos, donde ya pocas sustancias se embotellan en cristal, imaginar un material tan lleno de historia permite juegos simpáticos.
La primera pregunta a Lupita fue: Imaginá que te llamás botella de cristal, ¿de qué estás llena? Quién, ¿te gustaría que te bebiera?
Lupita dejó su consistencia corpórea y, en juego bonito, se volvió de cristal y respondió:
“Yo creo que estoy llena de agua pura. Transparente y que no esconde nada a nadie. Creo que las personas que me conocen sabrán que me gusta ser muy sincera con todos; digo, habrá alguna que otra persona que no comparta esta opinión, pero, la mayoría sí puede decir que soy una persona muy transparente. Por eso me gustaría ser una botella de cristal llena de agua pura, sin colorantes artificiales; pero, para este juego, ¿qué les parece si mejor, en esta ocasión, estoy llena de comiteco. ¡Sí!, de ese licor que, cuando lo ingerimos, nos calienta la garganta y nos da un poquito de picardía; y me gustaría que me bebieran grandes escritores; me gustaría estar con ellos en los momentos de inspiración. Me hubiera encantado estar al lado de Charles Baudelaire, de Julio Verne, de Simone de Beauvoir, o, también, irme de viaje junto a Rosario Castellanos a la embajada y ser su compañera fiel a la hora de escribir uno que otro poema.”
Ah, qué traviesa la Lupita. Nos resultó muy bíblica, llena de agua siguió la enseñanza de Cristo y se volvió agüita espirituosa. ¡Qué bien!
La segunda pregunta fue: Imaginá que te llamás botella de cristal, ¿a qué hora te quebrás? ¿Quién puede quebrarse con tus cristales? Esta fue la respuesta de Lupita:
“Me rompo cuando siento una tristeza muy grande, cuando hay algo que está fuera de mis principios, cuando, por una u otra razón, no logro mis objetivos. Esos son los momentos en los que de verdad me rompo. Me rompo a veces poquito, pero, a veces, ¡muchísimo! Por desgracia, cuando me rompo, lastimo a las personas que están a mi alrededor, a mis seres queridos, a mis amigos, a mis familiares; a la familia biológica o a la familia del corazón. Son ellas a las personas que rompo, pero también son ellas las que van a reconstruirme y me van ayudar a juntar todos mis cristales para volver a ser esa botella de cristal. ¿Por qué los lastimo? Porque están cerca y sé que, al igual que ellos lo hacen conmigo, nunca los voy a dejar caer.”
Posdata: El juego permite mil juegos. La imaginación no tiene límites. Algunos por ahí dicen que la imaginación es lo único infinito en esta dimensión limitada.
Jugamos. Seguimos imaginando, porque la imaginación será la que permita descubrir nuevas ventanas, abrir caminos insospechados.

jueves, 30 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, CON VIENTO




Querida Mariana: Ayer dije que pronto estará a disposición de nuestros lectores el número más reciente de ARENILLA-Digital.
En esta fotografía está el gran ceramista de Chiapas: Robertoni Gómez. ¿Mirás? ¡Juega! Juega a dar vida a sus obras.
Sí, los grandes creadores de Chiapas juegan con nosotros, aceptan el juego. Saben que al hacer ronda con nosotros, en torno de la gran ceiba, juegan con todos nuestros lectores. Así conformamos una gran hermandad, la hermandad de la imaginación y de la palabra.
El artista, quien siempre juega con el barro, jugó con el verbo. Robertoni le entró al juego de las diez preguntitas de ARENILLA. Robertoni se unió a Mónica Zepeda, la gran poeta chiapaneca; y a José Falconi, otro gran poeta chiapaneco. Ambos poetas jugaron al juego de las preguntitas en las dos ediciones anteriores de ARENILLA-Digital. Y ahora, quien usa las manos para construir el mundo, le entró al juego de construir nubes a través de la palabra. Volvió, como se ve en la fotografía, a soplar en el aire, a transformar el aire.
A Robertoni, por ejemplo, le preguntamos: ¿Qué leen tus manos en los ojos del barro? Y Robertoni respondió. ¿Qué respondió? ¡Ah!, eso lo sabrás pronto, en cuanto tengás ante tu mirada nuestro número más reciente, que, como siempre, es de distribución gratuita, por cortesía de nuestros patrocinadores, a quienes agradecemos su aliento noble y su visión empresarial sublime. En tiempos difíciles es cuando aparece la grandeza del espíritu. Los empresarios comitecos y de la región siguen firmes, a pesar de la tormenta. Llegaremos a buen puerto y nos sentiremos felices, porque habremos demostrado la fortaleza del alma comiteca. ¡Vamos para adelante! ¡Vamos! ¡No paramos! ¡Seguimos! Seguimos, porque sabemos que nuestros lectores están ahí, en la orilla, saludándonos, echándonos porras, agradeciendo el bonche de luz que compartimos.
Este número, igual que los anteriores, igual que los por venir, está lleno de deslumbres. Está hecho con mucho cariño y pasión, para todos nuestros lectores.
Y digo que está lleno de deslumbres, porque, además de todo lo que he mencionado, ayer y hoy, tenemos un espléndido texto: “Crónica de un accidente de buceo”, escrito por el teniente Jorge Chang Rosales. Con una gran capacidad narrativa y, por supuesto, con un gran conocimiento del mundo marino, nos comparte una experiencia que resultó dramática, pero que… bueno, bueno, ya te enterarás. El teniente radica actualmente en Tapachula, pero ha sido pata de chucho y, del mundo, conoce mucho (digo, para que rime, pues).
Y en el reportaje central tenemos otra sensacional historia de éxito. En estos tiempos de pandemia hemos visto la importancia de fortalecer los servicios de salud de esta patria. La UDS (Universidad del Sureste) es la única universidad en Comitán, donde se imparte la carrera de medicina humana. ¿Cómo se llegó a este importante logro? Te enterarás en nuestro número digital, correspondiente a agosto-septiembre. Este reportaje es un homenaje en memoria del doctor Francisco Javier Domínguez Abarca, gran médico comiteco que fue el fundador y primer director de la carrera de medicina humana.
Sí, todo el número es en homenaje al talento, a la creatividad de personas nobles y buenas. Acá está algo de lo mejor de Chiapas y de Guatemala.
Por supuesto, están las gustadísimas secciones de las pildoritas culturales que dan a conocer vida, obra y milagros de Rosario Castellanos; y la tiendita de doña Pifa, que habla del absurdo de comprar tamales chiapanecos en los OXXO. ¡Por el amor de Dios! Los tamales de bola y de chipilín se compran con la vecina, con la tradicional tamalera del barrio.
¿Es todo? ¡No! Hay más. Por cortesía de la Fundación Alexandra Del Castillo Castellanos compartimos el cuentito para que los papás lean con sus hijos, para que los hijos lean con sus papás. Este cuentito está bien bonito, pleno de imaginación. ¿Querés saber de qué se trata? De un ruidito que se llama Tizcuit y sueña con volar. Sí, así se llama el ruidito: Tizcuit. ¿Has escuchado, a veces, en la noche, que el televisor o una máquina parecen quejarse? Son los amigos de Tizcuit que andan columpiándose, son ruiditos que, durante la mañana, duermen, pero que en la noche andan bien activos, como gatitos.
Posdata: Vos has comprobado que procuramos entregar un producto cultural de gran calidad, tanto en contenido, como en redacción, como en ilustración. Todo bien diseñado para deleite de la vista, del paladar y del oído de nuestros lectores. Nos debemos a la sociedad, trabajamos para hacer un Comitán más digno, a la altura de lo que se merece. ¡No más, no menos! Comitán y la región nos merecen y nosotros merecemos a Comitán y a la región. Nos sentimos orgullosos de nuestros pueblos y sabemos, lo sabemos, nuestros pueblos se sienten orgullosos de ARENILLA-Digital. ¡Salud! Salud, siempre, por siempre.
Sabemos que nuestros lectores reconocen la diferencia. Se puede viajar lo mismo en una carreta que en un porche, pero entre ambos vehículos hay un mundo de diferencia. En Comitán amamos los vehículos pulcros, los prestigiosos, los que están llenos de identidad.
Posdata dos: Perdón, lo olvidaba. En este número también están las tradicionales cartas que te escribo. Perdón, lo estaba olvidando. Es inadmisible, a vos te llevo siempre en la bolsa derecha de mi espíritu.

miércoles, 29 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, CON UNA PRIMICIA




Querida Mariana: en ARENILLA-Revista no hemos parado. Ya estamos a punto de compartir el número digital, correspondiente a agosto-septiembre.
Tal vez te molesta que sea tan insistente, pero es preciso reiterar que este producto cultural lo hacemos con mucho cariño; es preciso confirmar el apoyo que dan nuestros patrocinadores para que la revista llegue a manos de nuestros lectores, en forma gratuita.
¿Quién regala algo valioso en estos tiempos? ¿Nadie? ¡Nosotros lo hacemos! Hemos formado un gran equipo con nuestros anunciantes, quienes, confiando en nuestro trabajo y apostando por Comitán y la región, apostando por el porvenir, siguen diciéndole al mundo que sólo unidos logramos avances.
Por eso, ahora, de nuevo, brinco de alegría, porque ya estamos a escasos días de hacer volar otro papalote que, como piñata gloriosa, lleva en su panza un bonche de confeti inteligente y ameno.
¡Ah, este número también está de antología, de rechupete!
Hace algunos meses, con motivo a la celebración de los cincuenta años de SAN MARCOS, platicamos con el licenciado Héctor Flores, gerente general de la empresa. En la charla, él comentó que el éxito de SAN MARCOS, en Comitán, se debe, en gran parte a un equilibrio fundamental entre dos elementos: la atención exquisita a los clientes y una luminosa armonía entre los compañeros de trabajo.
Pues no sólo don Héctor lo dice, nosotros comprobamos lo mismo en la Panadería y Pastelería LA FLOR DE MÉXICO, sus propietarios, siguiendo el ejemplo de los fundadores, don Gilberto Bolaños y doña Leonor Ibarra, continúan brindando una exquisita atención a su amplia clientela, y fortaleciendo los cimientos para una armoniosa relación entre todos los colaboradores.
Las dos empresas que menciono son empresas de gran prestigio en Comitán y la región; empresas que apuestan por el desarrollo de nuestra sociedad, que siempre aportan energía para este pueblo luminoso. LA FLOR DE MÉXICO celebra cuarenta años de haber sido fundada, por eso decimos que el año veinte veinte es el año cuarenta de esta empresa.
Nuestra actividad editorial nos permite, como mirás, tener acercamiento a grandes vidas, con grandes personajes.
¿Cómo se sostienen las grandes empresas? Bueno, ya lo dijimos, con una buena conducción de los dirigentes y con un hábil desempeño de los colaboradores. Esta sinergia es advertida por todos los consumidores que, con su preferencia, han hecho que estas empresas estén llenas de vida, de vida útil, de vida generosa.
En diciembre de 2019 tuvimos la oportunidad de conocer a una mujer extraordinaria, quien ha destinado muchos años de su vida a apuntalar la empresa de los Bolaños Ibarra.
Ha sido una vida de fidelidad por ambas partes. Doña Lulu (así, sin acento en la u final), Lulu, no Lulú, llegó a querer mucho a su patrón inicial, don Gilberto, y éste también le prodigó cariño y procuró el bienestar de su empleada. Esa relación personal se ha prolongado con los herederos de don Gilberto, quienes ahora son los que dirigen la empresa.
Ya no te cuento más, porque, en el número de agosto-septiembre podrás leer el testimonio completo, un testimonio lleno de humanidad, de actos nobilísimos; un testimonio de una vida agradecida y entregada a cumplir con su misión.
En este número conocerás la vida de doña Lulu, una mujer modesta, llena de sentimientos nobles y con una gran capacidad para el trabajo.
Pero, bueno, no sólo tendremos esa entrevista, también, ¡oh, la, la!, tendremos las respuestas del gran artista Robertoni Gómez, a las diez preguntas juguetonas de ARENILLA; un texto, escrito por nuestro director comercial en Guatemala, Carlos Rivas, que nos da a conocer la riqueza de juguetes artesanales, uno en especial, el “Ronrón”. ¡Ah, es un texto encantador! ¿Vos sabés qué es el ronrón? ¡Sí! Es una especie de abejorro. Bueno, pues en Guatemala hacen un juguete artesanal que… Ah, pero ya te enterarás a la hora que leás la revista.
Y tendremos el festejo de otra empresa de gran relevancia en nuestra región: los veinte años de MUEBLES PARA COMERCIO, HERMANOS FLORES. Platicamos con don Ángel Flores, gerente general, y nos dio un testimonio de una vida exitosa.
¿Mirás? Este número viene con marimba, juncia y reja de papel de china. Comitán y la región festejan los veinte años de MUEBLES PARA COMERCIO, HERMANOS FLORES; los cuarenta de la PANADERÍA Y PASTELERÍA LA FLOR DE MÉXICO; los cincuenta de SAN MARCOS; y los setenta del COLEGIO MARIANO N. RUIZ. ¡Ah, vidas gloriosas! Vidas que, como cualquier vida, han tenido dificultades, pero cuyas grandezas han permitido el vuelo. ¡Felicidades a estas empresas e instituciones que dan vida a este maravilloso pueblo!
Posdata: Más, mucho más, encontrarás en este número digital. Luego te doy más detalles. Sé que lo disfrutarás, sé que agradecerás que nuestra revista la compartimos con medio mundo. Lo hacemos con cariño, lo hacemos con pasión, lo hacemos a la comiteca; es decir, ¡bien hecho! ¡Salud! ¡Salud por siempre, para siempre!

martes, 28 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, CON UNA CONFESIÓN




Querida Mariana: El destacado cronista de Tuxtla Gutiérrez, José Luis Castro Aguilar, me platicó que su mamá, ya fallecida, doña María Antonia Aguilar Morales, era del barrio de La Cruz Grande, de acá de Comitán. Cuando le dije al cronista que tiene herencia cositía, me dijo que no alcanzó a pepenar “el sentido humorístico y la picardía del comiteco.”
El cronista Castro Aguilar mencionó dos características de la personalidad comiteca: humor y picardía.
Don José Luis conoció y convivió con doña Lolita Albores, cronista comiteca, y supo que nuestra querida Dolores poseía carretadas de ambas características, regaba humor chispeante con una picardía sin igual.
Sí, los comitecos gozan de esos dones. Yo nací en este pueblo, pero mi carácter es medio ish, a veces soy medio pícaro, pero carezco de la gracia humorística que sí poseen muchos paisanos. Cuando asisto a los tradicionales encuentros con contadores de anécdotas me boto de la risa con las historias que cuentan, con una gracia y cantadito mero comitecos. Ah, un ingenio que suena como tecla de marimba, que huele a flor de tenocté, que tiene el andadito del tutís del tsisim. Ellos sí poseen los dones benditos de Comitán: el humor y la picardía.
Sí, reconozco que igual que el cronista de Tuxtla no pepené mucho del ingenio comiteco y se sabe que lo que natura no da, Salamanca no presta. Tal vez, digo sólo que tal vez, esta carencia me viene porque mi papá nació en San Cristóbal de Las Casas y mi mamá nació en Huixtla. Quiero pensar que los comitecos que lo son por varias generaciones llevan más genes comitecos en su ser.
Si a esto le agregamos que mi apellido paterno es italiano y mi apellido materno es español, entiendo el porqué de mi carencia de personalidad mexicana. Digo esto, porque a mí no me causa gracia lo que sí causa gracia a muchos mexicanos. A mí no se me da burlarme de la muerte, como hacen millones de mexicanos en Día de Muertos; es decir, cuando me paro frente a un tzompantli, algo en mí lo rechaza. Llevo en mi espíritu el sentimiento trágico de la vida.
Ahora veo que muchas personas en redes sociales hacen memes donde el covid-19 es el motivo principal, el motivo de la burla. A mí, perdón, no me causa gracia alguna.
Durante un tiempo ejercí la caricatura, pero jamás hice una que se burlara de la desgracia. ¿Cómo hacer una broma con la cuerda dolorosa que ahoga a un semejante?
Algunos amigos me envían videos donde hay cámaras escondidas y la gente disfruta las bromas que le hacen a personas incautas. ¡No me causa gracia! No rio cuando alguien se resbala, cuando cae en un hueco, cuando se golpea contra un poste yendo en bicicleta. No disfruto con el dolor del otro.
A mí, la muerte no me pela los dientes; a mí, la muerte me provoca fisuras en el espíritu. Me gusta celebrar la vida sin llegar al extremo, como sucede en muchos festejos mexicanos, que, por excesos en consumo de alcohol, terminan en tragedia.
No sé cuál es el concepto que los italianos y españoles tienen de la muerte, pero lo que sí me queda claro es que ellos no comen calaveritas de azúcar. Un amigo que se casó con una italiana me contó que, en Italia, igual que en México, celebran el Día de Muertos y llevan flores a las tumbas.
Yo no acostumbro acudir al panteón en tales fechas. Me gusta más la costumbre de los judíos, que, en lugar de flores, colocan piedrecitas sobre las tumbas. El mensaje es más pleno. Las flores se secan, se echan a perder, expelen olores nauseabundos. ¿Las piedras? Las piedras son para siempre.
Entiendo que la riqueza visual es abismal. Las tumbas mexicanas están llenas de colores, las tumbas judías son tumbas con colores grises. Algo de gris tiene mi carácter, que debería tener todos los colores de la personalidad comiteca.
Posdata: Hace años se hizo famoso un video donde un niño intentaba cruzar un arroyo sobre un tronco, pero se cayó, porque un supuesto amigo le movió el tronco, mientras el niño pedía que no lo hiciera, “no, güey”, gritaba, con temor. Miles de personas rieron ante la travesura del otro. Yo lamenté lo que le hacían a ese niño. Sufrí al ver su sufrimiento, sufrí al ver que caía al agua, que caminaba todo mojado buscando la orilla, que escupía, con dificultad, el agua sucia que había tragado.
Me divierte la vida plena, me molesta la broma tonta de la cámara oculta, me enerva el abuso del mayor, me duele la muerte de mis semejantes, me disgusta que tomen a chanza un problema sanitario tan grave. No puedo reír ante un meme que se burla de la situación del mundo.

lunes, 27 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, DESDE UN ÁRBOL



Querida Mariana: ¿Vos sabés quién es Pete Nelson? ¿No? Bueno, resulta que este señor se dedica a una actividad que algún comiteco debería imitar. Don Pete tiene una empresa que construye casas en los árboles. ¿Lo imaginás?
Todo mundo, de chiquitío, tuvo el sueño de tener una casa sobre un árbol. Algunos privilegiados lograron que sus papás, junto con los tíos, les hicieran una casita arriba del árbol de ceiba que estaba sembrado en el sitio de la casa.
Don Pete llevó este sueño al plano profesional. Gente con paga lo contrata para hacer realidad ese sueño infantil. Lo que don Pete hace rebasa cualquier idea, entrega casas sensacionales. Los dueños se fascinan con la realización, suben por escaleras y se maravillan con las terrazas, con las recámaras, con las salas. ¡Son unas verdaderas casas! Suben y desde ahí miran el bosque, beben el aire y se sienten pájaros.
¿Cómo me enteré de este proyecto? El otro día me topé en la televisión con el programa y me lo eché completito. Desde que los dueños le dijeron todas sus necesidades y gustos, hasta que don Pete (después de días de talacha intensa) llevó a los propietarios con los ojos cerrados y, frente a la obra, les pidió que abrieran los ojos y admiraran su sueño hecho realidad.
El día que vi el programa, una pareja de amantes del teatro le pidió a don Pete construyera una casa en el árbol que tuviera un escenario. Don Pete hizo una casa bellísima, con una terraza y una sala con un escenario para representar pequeñas obras con pocos actores. Los propietarios quedaron fascinados. Acá te paso la fotografía que logré tomar de ese espacio. ¿Miras qué bonito? Sus cortinas, una mesa con dos sillas (como parte de la escenografía) y al fondo un librero, con libros y dos o tres objetos decorativos. Esa parte de la casa del árbol tiene un estrado, para que los actores estén en altito. Es fácil imaginar una velada inolvidable, donde los amigos de la pareja amante del teatro suben por una escalera al lado de ramas, entran y se sientan sobre cojines en el piso y se divierten como niños con la representación.
Digo que algún compa comiteco debería imitar la profesión de don Pete, acá, en el pueblo, hay grandes artesanos, excelentes carpinteros, personas con mucha imaginación y capacidad para el diseño. Ah, sería un éxito esa empresa.
Don Pete cuenta con un grupo de expertos en construcción y diseño. En el equipo existe una muchacha bonita que se encarga de todo el decorado, ella elige qué muebles, qué cortinajes, qué lámparas y todos los demás chunches que le dan el toque especial a cada casa del árbol.
Como ves, los propietarios gastan su paguita, se pagan su gusto, un gusto que viene desde la infancia. ¿Imaginás una casita así en el sitio de tu domicilio? Ah, ya estoy imaginando la divertida que te darías estando ahí con tu novio.
Pero ahora te contaré otra cosa que me sorprendió ese día. La diseñadora llegó y comenzó a colocar los libros en los libreros. Si ponés atención verás que los libros están colocados con las hojas al frente; es decir, no están bien colocados. Los libros no presentan el lomo, para ver los títulos y los autores, como es usual. ¡No! Acá llegó la muchacha bonita y con cuidado, eso sí, acomodó los libros con las hojas al frente, de tal suerte que quien se acerque a dicho librero no sabrá de qué títulos se trata. Pensé que la muchacha era una ignorante o una descuidada. Luego pensé que había que darle el reconocimiento por inaugurar la primera biblioteca con los libros alrevesados. Ya más tranquilo, pensé que todo era como un juego (arriba del árbol se vale olvidarse del mundo terrenal). El lector normal se acerca a un librero y comienza a leer títulos y autores, hace un escaneo rapidísimo, se detiene en algún título o autor que le llama la atención y lo toma y lo hojea. En esta biblioteca de la casa del árbol no es posible mantener una actitud normal. Uno se acerca y no sabe de qué libros se tratan. Lo único que se ve son columnas de hojas. Es preciso tomar cada libro, sacarlo y darle la vuelta para enterarse del título y del autor. ¡Ah, qué juego tan entretenido! La ignorancia y descuido de la chica propicia que en la casa del árbol haya un juego infinito con posibilidades infinitas.
Posdata: Sí, querida Mariana, me gustaría tener una casa en el árbol, pero no una casa improvisada hecha con costera. No, me gustaría una casita como las que hace don Pete, profesional, con paga, pues. Las casitas que él hace cuentan con sanitarios. No me preguntés adónde van los desechos. Te digo que don Pete es un profesional. Nada de baño con cuch joceador. ¡No! Baños ecológicos, como el que tiene la casa de mi amigo Crispín, allá en Las Margaritas. Baño higiénico, sin malos olores, que no gasta agua.
Sí, me gustaría una casita en el árbol, pero primero, como decía Antolino, necesito conseguir el árbol.

sábado, 25 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN ÁRBOL LLENO DE HOJAS




Querida Mariana: Sin duda que conocés el árbol que está en el parque central, casi enfrente del acceso al Hotel Delfín. Hace dos o tres días, el maestro Ricardo Muñoz Tecalero compartió, en redes sociales, fotografías de una publicación realizada en 1977. La publicación fue subsidiada por el Honorable Ayuntamiento 96-98, por el DIF municipal y por la Casa de Cultura de Comitán. ¿Por qué se realizó la publicación, que constó de un tiraje de quinientos ejemplares? El propio texto da el motivo, dice: “Material de apoyo didáctico editado el 14 de marzo de 1997, con motivo de la inauguración del cuadro alegórico tallado por el maestro Eugenio Hernández López, en el tronco del cedro rojo del parque central.”
Como mirás en la fotografía que anexo, fue un cuaderno para iluminar. ¡Qué idea tan bonita, tan bien lograda! Sin duda que muchos chiquitíos que recibieron el cuadernillo, llegaron a sus casas, sacaron los lápices de colores de la mochila, se sentaron ante una mesa de madera e iluminaron el tronco, con sus raíces, y los rostros del ave y de los humanos que ahí aparecen.
El objetivo fue doble, los niños se divirtieron usando los colores y conocieron la historia de esa obra, porque el maestro Ricardo se dio a la tarea de escribir el guion, que cuenta la biografía del escultor y la vida del árbol.
¡Qué bonitas realizaciones hacen los comitecos talentosos! El opúsculo anota que fue coordinado por la licenciada Patricia Díaz, ah, mi querida amiga que, por desgracia, ya falleció. A ella le decía Paty Noches, en lugar de Paty Díaz. Era muy talentosa, con grandes iniciativas y con un encanto especial, encanto que le procuró muchas amistades; el guion, ya lo dije, fue escrito por el maestro Ricardo Muñoz Tecalero, maestro que un día llegó a la ciudad de Comitán, la hizo su casa y le ha dado gran riqueza cultural; las ilustraciones estuvieron a cargo de mi amigo, el licenciado Francisco Flores, quien, sin duda, era director de la Casa de la Cultura, en ese momento. Paco realizó dibujos con una línea limpia, muy bien trazada; y, finalmente, la lista de créditos señala que el maestro Jorge Gordillo Mandujano supervisó el texto. ¿Mirás? La presencia del profesor Jorge, mi amigo y maestro, es garantía de una buena redacción.
Insisto, qué bonitas acciones realizan nuestros ilustres paisanos, cuando unen voluntades y talentos. Ejemplo de ello es la publicación que hoy comento.
Me encantaría pasarte copia de cada página, para que vieras los dibujos y el concepto de la publicación, pero, como esto no es posible, sí copio, sólo para compartir, el texto que el maestro Ricardo escribió. Sé que con ello tendrás una idea más cercana del motivo de ese árbol que ha merecido cientos y cientos de fotografías de recuerdo de los turistas y de los propios comitecos.
El maestro Tecalero dice que “Eugenio Hernández López, autor de la obra, nació el 29 de julio de 1969, en la ranchería Señor del Pozo, Mpio. de Comitán, Chiapas.”
¿Mirás, el próximo miércoles estará, como se dice, de manteles largos, cumplirá 51 años. Eugenio estudió la primaria en la escuela rural federal 18 de marzo, en el barrio del Río Grande; su secundaria en la Escuela Secundaria del Estado y el bachillerato en el Cbtis 108. Cuando talló el árbol daba clases de plastilina y tallado en madera, en la Casa de la Cultura, de nuestra ciudad. ¿En dónde, el artista, pepenó el gusto por el arte? El maestro Tecalero menciona que después de estudiar cuatro semestres de Ingeniería en Fitotecnia, cursó dos semestres de Artes Plásticas, en el plantel de Bellas Artes de Texcoco, estado de México.
Sin duda que esa conjunción de materias hizo que un día tallara el árbol en Comitán, ahí plasmó esas dos pasiones: la naturaleza y el arte.
El maestro Tecalero escribió: “El Tallado en Madera obedece a un instinto natural que ha desarrollado sin la guía de maestro alguno, siendo sus herramientas favoritas el machete y la navaja.”
La obra tallada en el árbol se llama “Manos de la Naturaleza”. El propio autor le confió al maestro Ricardo lo siguiente: “Esta obra constituye un intento de llegar a la conciencia de muchas personas para que reflexionen el por qué los seres humanos destruimos lo que nos da vida, ignorando los ejemplos de organización y respeto que nos brinda la naturaleza, como lo hacen las hormigas, las abejas, etc. (…) Es injusto que nosotros decidamos por todos los seres que habitan el planeta. (…) En el cedro ya sin vida traté de plasmar lo que siento, no como protesta sino como un motivo de reflexión para que todos tomemos conciencia.”
Y ahí, en el parque central de Comitán, está sembrado este grito de conciencia, estas imágenes que son como alas que dan vuelo a la reflexión. Era un árbol sin vida, y las manos del maestro Eugenio le injertaron savia y ahí está, hablando por siempre, para siempre.
El artista explicó de esta manera su obra: “Las dos manos, que son las del hombre, sostienen las raíces del árbol de la vida; el árbol, como elemento del que todos dependemos: aire, agua, tierra, luz del día. El feto y la semilla germinando como el fruto, como el futuro que nos aguarda; la parte superior coronada por una paloma, como símbolo de la Paz; y los niños -mestizo e indígena- pidiendo por la Paz.”
Seguro que ahora, cuando estés frente al árbol tallado, tendrás más elementos de análisis de reflexión. Ese árbol seco no está seco, está lleno de vitalidad, sus imágenes son mariposas, que vuelan cada vez que una persona las ve.
Y la historia del árbol es fascinante. Te invito a dejarte conducir con la palabra del maestro Ricardo Muñoz Tecalero, que hace hablar al árbol. Escuchá y vivilo:
“¿Sabías que me llamo Cedro Rojo y puedo alcanzar una altura de hasta cuarenta metros? Mi especie proviene de Asia, y en América existimos dos clases de cedro: el cedro blanco y el cedro rojo, familia a la que pertenezco.
“Desde pequeño me trajeron de un rancho llamado Santa María. Allá por el año de 1920, atravesando caminos y veredas; tal vez a caballo, porque en ese entonces no había transportes como ahora. Afortunadamente llegué con vida a esta tierra. Me sembraron en un lugar del Parque Central de Comitán; tuve que adaptarme a este clima para crecer sano y robusto. ¡Los jardineros siempre me cuidaron!
“Fíjate que al crecer en este lugar tuve la oportunidad de dar sombra a los niños que venían a jugar a mi alrededor; las personas adultas se sentaban en las bancas que están junto a mí; a veces, las parejitas de novios se acercaban a mi sombra y cobijo.
“Con el tiempo llegué a ser adulto; en mis ramas grandes y frondosas anidaban los pájaros alegrando a Comitán. Pero un día, mis ramas comenzaron a secarse; mi cuerpo a ponerse más y más débil; fue el fin de mi existencia… se me fue la vida.
“Quedé muerto, después de haber sido un árbol diferente a los demás. Podrás darte cuenta de que en el parque no hay otro como yo. Al paso del tiempo me quedé solo y olvidado. Un buen día, el escultor Eugenio Hernández López se interesó en mí: al día siguiente comenzó a quitarme la corteza, sentí cosquillitas; luego puso unos dibujos y talló figuras por todo mi cuerpo.
“Ahora soy una talla que representa el comienzo de una nueva vida y simboliza, además, la paz y la libertad. ¡Nuevamente estoy vivo!”
¡Qué historia tan bonita! La historia de un árbol seco que renació.
Al final del folleto aparece el “Poema al Cedro Rojo”, escrito por doña Lolita Albores, cronista de Comitán. ¿Querés leerlo? Paso copia. Va.
Poema al Cedro Rojo
Árbol muy querido
de mi Comitán,
nos diste follaje,
belleza al paisaje.
Alguien que te quiso
te plantó en el parque.
De tierra caliente
te trajo hasta acá,
y hoy ya perpetuado
vivirás por siempre;
viviste el pasado
y estás en el presente.”

Posdata: La próxima semana, Eugenio Hernández López cumple años. No sé por dónde anda el artista, pero, desde acá, le cantamos las mañanitas, las que cantan los pajaritos que sobrevuelan el parque central de Comitán, parque donde está el árbol que él resucitó, regresándolo a la hermosa vida. ¡Salud!

viernes, 24 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, DONDE SE HABLA DE UN PÚLPITO




Querida Mariana: La fotografía que te mando tiene varios elementos, pero el motivo que más atrae es el púlpito, púlpito de madera, que es tradicional en templos antiguos. En los templos modernos no he visto que se incluya este elemento. Ahora, los sacerdotes envían sus mensajes desde el mismo lugar donde ofician las misas, lo hacen a través de micrófonos de última tecnología. Antes, los curas se levantaban la sotana al tiempo que subían los escalones del púlpito, lugar donde, desde su ronco y santificado pecho, compartían su palabra con los fieles que, atentos y temerosos, escuchaban las piezas oratorias. Digo temerosos, porque, cuenta la leyenda, había curas sin pelos en la lengua que aventaban su verbo flamígero como flechas con dedicatoria especial. También había algunos fieles que hacían como que escuchaban con atención, con los ojos cerrados. La verdad es que dormían el sermón.
Este púlpito puede estar en cualquier templo. En realidad, está en el templo de San José, en Comitán. Si hago un recuento rápido digo algo que no es sorprendente, pero que sí llama la atención: es el único púlpito existente en templos comitecos. Puede ser que esté equivocado, vos mirás que no soy muy dado a ir a templos. Me gustaría que me callaran la boca, pero, insisto, si hago un recuento rápido, no encuentro púlpitos, ni en San Sebastián, ni en Santo Domingo, ni en San Caralampio, ni en los demás. Alguien dice que en Santo Domingo hubo, pero como decía la tía Naty: Hubo, tiempo pasado.
Este púlpito es simpático, porque el ebanista lo hizo con forma de copón. En algunos viajes ocasionales he estado frente a púlpitos en catedrales católicas. ¡Ah, qué formas tan soberbias, tan rotundas! Este púlpito comiteco da la sensación de fragilidad. Si mirás bien, podés imaginar (por la inclinación de la escalera) que sus peldaños son bien apachurraditos, con la huella no tan generosa.
Sus detalles son sobrios. Yo, si me preguntaras, diría que no, que no subiría, ni por asomo de duda, ni por mera curiosidad. Estar arriba de este púlpito me daría vértigo. Sí, me parece simpático, pero no recuerdo una sola ocasión donde un cura haya subido ahí para dar su sermón. Cuando he asistido al templo para acompañar a algún amigo a la boda de su hija, el sacerdote da su mensaje desde el altar. Este púlpito ya no cumple con su función principal, está convertido en un mero objeto decorativo.
En el cine mexicano clásico hay muchas escenas, en glorioso blanco y negro, donde aparecen sacerdotes aventándose sus arengas desde los púlpitos. El sacerdote, en esos tiempos, usaba estos chunches para visualizar a la audiencia y para que su voz llegara hasta el fondo, hasta los lugares donde estaban los más pecadores, porque (no es regla inmutable) los católicos más traviesos se sentaban en la parte trasera, como esos alumnos que nunca se sentaron en las primeras filas, para que el maestro no les preguntara.
Todo mundo recuerda a Cantinflas, en su papel de “El padrecito” (en glorioso tecnicolor), echándose una perorata enjundiosa, aclara su voz, coloca ambas manos en la baranda y comienza con gran decencia: “Queridos hermanos míos…”, y poco a poco entra en terrenos de indecencia, porque hace una reflexión acerca de La Última Cena; y, ¡faltaba más!, comienza a emocionarse, retira las manos de la baranda y las mueve como palomas en vuelo, como zanates, para hacer énfasis a su discurso: “… porque el señor fue un revolucionario, un revolucionario que agarraba el estandarte de la verdad, que agarraba el estandarte de la bondad, no como muchos que yo conozco, que agarran lo que pueden y ahí se van…” En este momento, tres personajes bien trajeados se quedan viendo.
Sí, la escena cantinflesca no era alejada de la realidad. En Comitán, muchos recuerdan los vibrantes sermones del padre Carlos, magnífico orador, que no tenía impedimento en señalar a algunos ricachones que, en lugar de agarrar el estandarte de la bondad, agarraban lo que podían y por ahí se iban.
Los fieles que estaban sentados en las primeras filas terminaban con dolor de cuello, porque tenían que estar viendo hacia donde estaba el cura, por más de veinte minutos. Por eso, muchos fieles preferían sentarse hasta atrás, donde echaban una pestañita y donde recibían las pullas ya en forma atenuada.
Posdata: Mi prima Irma no acentuaba de manera correcta la palabra, mientras tomábamos el chocolate con pastelitos de manjar contaba que el padre había dado el sermón arriba del pulpito. Mis tíos sonreían. Ella seguía contando y yo imaginaba al cura trepado sobre un pulpo pequeño, el cura movía sus manos y, el pulpito, como si siguiera las indicaciones del director de orquesta, movía sus tentáculos al mismo ritmo. Ya luego, cuando crecimos, mi prima y yo jugábamos con la palabra, con su doble sentido. ¡Ah, pulpito!

jueves, 23 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, CON BICHOS ASQUEROSOS




Querida Mariana: Va pregunta boba: “¿México tiene grupos de científicos investigando todo acerca de las cucarachas?”
Lanzo pregunta boba y coloco mi esperanza en que vos sepás la respuesta. Y digo esto, porque, en la novela “Nada se acaba”, de Margaret Atwood hallé lo siguiente: “…han encontrado una cucaracha viviendo en un reactor nuclear.”
Hace años me topé con una declaración de otro famoso escritor, Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, que iba en el mismo sentido. Gabo dijo que las cucarachas serán los únicos seres vivos que sobrevivan a la Tercera Guerra Mundial.
Gabo no era cucarachólogo, pero por ahí observó la fortaleza de este bicho que muere con un simple zapatazo, pero que, en condiciones normales en la naturaleza, tiene una capacidad de sobrevivencia brutal.
En esto que acabo de escribir mirás que hay algo que sirve para reflexionar: el ser humano es el único capaz de matar a la cucaracha, bicho que lleva viviendo quién sabe cuántos millones de años.
La canción de Miguel Mateos, la que se llama “Cuando seas grande”, menciona en uno de sus versos que le gustaría ser “estrella de rock and roll, presidente de la nación.” Yo nunca, ni en mis sueños más alocados, pensé en las dos posibilidades. Vos, ¿has pensado, en algún momento, ser estrella de rock and roll o presidente de la nación.? Tampoco, ¿verdad?
Pero ayer imaginé, por eso comencé diciendo que es una bobera, que era presidente de la nación. Bueno, pues, una de las primeras iniciativas de mi gobierno sería conjuntar a una serie de científicos de primer nivel (que hay muchísimos en este país, pero que no son suficientemente reconocidos) y le destinaría sueldos acordes a su nivel de excelencia y le proveería de laboratorios con los chunches tecnológicos más avanzados para que esos investigadores se dedicaran a una sola misión: ¿Qué tienen los cuerpos de las cucarachas que los hacen tan resistentes? El siguiente paso, ya lo intuiste, sería realizar experimentos para llevar al cuerpo humano esos dones.
Sí, es una bobera. Ah, pero tengo más. ¿Por qué no se destina un presupuesto generoso, inteligente, a la investigación de las fortalezas de los ajolotes? Vos sabés que esos animalitos, que son bien mexicanos, poseen características que los hacen también objetivo singular de la ciencia. El axolotl (ah, qué palabra tan sonora, tan bella) tiene la capacidad de regenerar extremidades que ha perdido. ¡Pucha, qué cuerpo tan genial!
Imaginá otra bobera, imaginá que alguien que, por meter la mano en una sierra eléctrica, perdiera cuatro dedos y pudiera, gracias a un medicamento ajolotero, regenerar lo perdido.
Tal vez por esto nunca soñé con ser presidente de la nación. No. Soy feliz con mi modesto oficio. Soy feliz imaginando y viendo, desde mi ventana, lo que sucede en el mundo.
Desde acá me entero que las cucarachas tienen una gran capacidad de sobrevivencia y los ajolotes poseen dones que les permiten regenerar miembros amputados.
Leí el libro “Voces de Chernóbil”, de la también Premio Nobel de Literatura, Svetlana Aleksiévich, y me enteré de los destrozos que ocasionó la explosión nuclear. Miles de personas tuvieron que ser desalojadas de la zona por el peligro de la radiación. Y luego encontré la cita literaria, ficcional, pero cierta, que dice que los científicos han hallado a cucarachas tomando el sol, plácidamente, en una central nuclear. A las cucarachas, la radiación le hace lo que el viento a Juárez. ¿Por qué? Ah, pues por eso, si fuera presidente de la nación, crearía un grupo de científicos para hallar la respuesta. ¿Qué tienen esos bichos que los hace tan resistentes?
“Nene, nene, ¿qué vas a hacer cuando seas grande?” ¿Estrella de rock and roll? ¿Presidente de la nación?
No, nada de eso. Tampoco científico de laboratorio, ni empleado de central nuclear, mucho menos estrella del fútbol. ¿Artista de cine? No. ¿Actor teatral? Esto sí lo pensé alguna vez, actué en una obra, en Comitán, con la dirección de Óscar Bonifaz, pero nunca pensé estudiar teatro.
Por fortuna soy feliz siendo lo que soy, un sencillo comiteco, que dedica su tiempo a sorprenderse al ver multitudes enloquecidas en los conciertos majestuosos de las estrellas de rock and roll; o multitudes enloquecidas ante las majestuosas presencias de los presidentes de la nación.
Posdata: ¿Hay grupos de científicos mexicanos que investigan por qué las cucarachas poseen una brutal capacidad de sobrevivencia?

miércoles, 22 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL PASADO NOS ALCANZÓ





Querida Mariana: La película “Volver al futuro” es simpática. A mí me gusta el juego que el título hace con el tiempo. ¿Puede volverse al futuro? En el plano de la realidad real ¡es imposible! Volvemos al pasado, pero sólo en la imaginación. Quien visualiza el futuro no lo hace de regreso, sino en viaje de ida.
Hubo un tiempo que los mayores aseguraron que “Todo tiempo pasado fue mejor”, muchos no lo creyeron, argumentaron que cada época tenía su singularidad, su lado bueno y su lado positivo. Pero, ahora, a partir de la pandemia, nadie puede dudar que “Todo tiempo pasado fue mejor”, incluso el pasado más reciente.
Ustedes, los jóvenes, saben, por primera vez, que los mayores no hablan de los años en que fueron jóvenes, en que no había Internet, ni celulares, ¡no!, ahora, todo mundo habla de lo que sucedió apenas hace seis o siete meses.
Nadie podrá objetar que la vida de hace ocho meses fue mejor que la vida actual. Hace apenas ocho meses celebrábamos la navidad en todo el mundo, incluso en países donde no se festeja el nacimiento de Cristo.
En Comitán, como todos los años, días antes de la celebración, miles de personas fueron a las tiendas y compraron regalos para los hijos, para los papás, para los abuelos o para la pareja (muchos, desde noviembre, hicieron sus compras en línea, para tener a tiempo los lectores digitales o los sintetizadores de lujo o los juguetes sexuales que disfrutaron con su pareja, convirtiendo así la noche buena en una buena noche); fueron a las vinaterías y compraron cervezas y botellas de ron o de güisqui para el festejo con los familiares o con amigos; llenaron la cocina con ollas y charolas, y en la estufa y en los hornos aparecieron los aromas de los guisos tradicionales; el tío imprudente salió al patio y preparó los triques y cuetes para encenderlos a media noche; acudieron al templo para celebrar al niño motivo principal de la celebración; colocaron el arbolito y el nacimiento en una esquina de la sala; adornaron el frente de la casa y el patio principal con series de foquitos que derramaron miles de luces en cascada; dieron unas monedas a los menesterosos que, a la salida del templo, pedían un poco de misericordia, para que ellos también tuvieran una feliz navidad. Todo mundo esperó la llegada de la media noche y se abrazó y repartió los regalos. Los niños, con emoción, rasgaron las envolturas, abrieron las cajas y brincaron de emoción, enseñando a todos los celulares que Santa Clos les había dejado. En las casas más modestas, el festejo fue similar, la cena, las bebidas y los regalos fueron más sencillos, pero, también, fueron llenos de alegría, de sonrisas, de besos y de abrazos.
Esto fue, apenas, hace ocho meses. Ocho meses, como decir: Tiempos a la vuelta de la esquina, y ahora, con nostalgia, revuelta con pesar, todo mundo ya dice que esos tiempos fueron mejores que los actuales. Los jóvenes, ahora, igual que los viejos, también dicen que los tiempos pasados fueron mejores. Porque el presente no posee la libertad del pasado. ¿Cómo volver al futuro, si es imposible regresar a la placidez del pasado?
Jamás imaginé que jóvenes y viejos coincidiéramos. La historia demuestra que los jóvenes y los viejos están colocados en polos extremos, los jóvenes piensan que los viejos vivimos tiempos secos, mientras ustedes viven tiempos frescos. ¡Y mirá ahora! La historia nos colocó en un mismo plano temporal. Viejos y jóvenes decimos: “Todo tiempo pasado fue mejor.” Ustedes, pata de chucho, por antonomasia, ahora (igual que nosotros) deben extremar precauciones. ¿En dónde se extraviaron los saludos de beso? ¿En dónde quedaron los abrazos que les daban a la abuela, en el día de cumpleaños? ¿En dónde los fajes robados con las parejas?
Posdata: Vos sabés que soy muy de casa, que soy escaso, casi no me doy con la gente. Es algún resabio de complejo infantil. Soy muy issh, dirían en Comitán, en cuanto a relaciones sociales. No me gusta que me saluden de beso, con trabajo, mucho trabajo, doy la mano. No obstante, extraño las salidas al parque central de nuestro pueblo, extraño levantar la mano y saludar al amigo que está sentado en una mesa del café, extraño sentarme en una banca del parque, abrir un libro y leer y mirar a los zanates y observar a las muchachas bonitas que, como palomas orgullosas, pasaban frente a mí moviendo sus brazos y las demás partecitas de sus cuerpos. Extraño a los que hoy extraño de más; extraño pararme frente a las multitudes que gozaban la vida y no se molestaban por la cercanía que no pasaba de un olor desagradable o de un empujón alebrestado. Ah, qué jodido tener qué admitir que los tiempos pasados fueron mejores. Siempre pensamos que el presente era el motivo principal de la vida. No el futuro, impredecible, ni el pasado, irrecuperable. El presente, este momento, el único que poseemos. Ahora tenemos que atesorar este instante, olvidar lo que vivimos antes y pensar que el futuro nos alcanzó y que debemos reinventarlo, no al deseo nuestro, sino a la forma que adquiere.
Como dice el cantante argentino Fito Páez, quien le ha hallado buen tono a la vida, esta situación no será para siempre, Fito dice: “Siempre que llovió, ¡paró!” Nadie dirá: “Todo tiempo pasado fue mejor”. ¡No! El futuro, ¡seguro!, será mejor que este presente, que, para entonces, será pasado. Así lo pedimos, así lo deseamos. Parará. Fito dice que “Siempre que llovió, ¡paró!”

martes, 21 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN GAJO DE ESPERANZA




Querida Mariana: ¡Qué tiempos! ¡Qué tiempos nos tocó vivir! Lucía dice que su abuela, quien nació en Polonia, le contaba historias de la Segunda Guerra Mundial, y una tarde que tomaban té en la terraza de su departamento, a la hora que se ocultaba el sol, dijo: “Para mi padre no volvió a nacer el sol.”, y agregó que, en la guerra, a muchas vidas, miles, les habían robado sus sueños. No sólo de los muertos, sino, de manera brutal, a los sobrevivientes.
La abuela siempre dijo que a su padre no le tocaba morir, platicaba que todo había sido como si él, tranquilo, estuviera viendo el mar desde un acantilado y alguien, en forma bestial, llegó a toda carrera y lo aventó, sin una razón válida, sin conocerlo, sin que su padre lo hubiera ofendido en algún momento.
Siempre, en los momentos más oscuros de su pensamiento, cuestionaba a su Dios, le preguntaba ¿por qué se había dado eso?, y decía que en la guerra el destino de su padre se había modificado por un absurdo acto humano, donde Dios no había tenido la misericordia de evitarlo.
Ahora, Lucía dice que en el mundo sucede algo similar, el mundo está metido en una fatídica guerra. Lucía insiste, como insistía en decir su abuela, que muchas personas están muriendo antes de tiempo.
Si el bisabuelo de Lucía no hubiera sido obligado a ir a la guerra, aseguraba la abuela, hubiera vivido con ella más tiempo; habría presenciado muchas veces el nacimiento del sol; habría cultivado más nabos, leído más novelas del siglo XVIII, que tanto le gustaban; habría escuchado sus discos con música de Mozart; habría reunido más tardes a los hijos para contarles cuentos infantiles polacos.
Óscar Bonifaz, en un documental que filmó Zarape Films, cuenta que a su papá, en una leva ilegal, se lo llevaron para la Revolución, siendo muy joven, casi un niño, tenía catorce años. Por supuesto, la mamá quedó muy afligida y lloraba mucho. Una vecina salió de su casa y le preguntó por qué lloraba, y la abuela del maestro Óscar le dijo que se habían llevado a su hijo a la Revolución; entonces, la vecina, para mitigar la aflicción, le dijo que no se preocupara: “Los hombres tiran las balas, pero Dios las reparte.”, y la abuela de Bonifaz respondió: “Sí, pero me lo llevaron donde están repartiendo.”
El papá de Bonifaz salió ileso y volvió a Comitán, pero al bisabuelo de Lucía le tocó una de las balas que estaban repartiendo.
Ahora, en esta contingencia mundial, Lucía dice que es como si a todo el mundo lo hubieran enviado a la guerra. La maestra María Elena dice que es una guerra donde los seres humanos no tenemos fusil para defendernos.
Al inicio de la pandemia, en Italia apareció una leyenda que decía: “A nuestros abuelos les pidieron que fueran a la guerra, a nosotros, sólo nos están pidiendo que nos quedemos en casa.” Pero el virus es tan agresivo que, como misil, se mete en muchos domicilios. Hay cientos de casos registrados de personas que han permanecido en el interior de sus casas y que han seguido todas las medidas de precaución, y, sin embargo, se han contagiado.
Por el covid-19 han muerto miles y miles en el mundo. ¿Todas estas personas ya tenían predestinado morir de esta forma? Lucía dice que no, que muchos estaban como estaba su bisabuelo, en la orilla de una cima, viendo el atardecer, a los pájaros en busca de refugio, recibiendo el beso del aire, cuando algo (así lo dice, algo) llegó en forma violenta y los empujó al vacío. Nada malo hacían, sólo respetaban la naturaleza, la vida, y sin embargo…
¡Qué tiempos! ¡Qué tiempos nos tocó vivir!
Posdata: Sin advertirlo, nos vimos envuelto en una redada infernal que nos aventó al campo de batalla; el campo es yermo, oscuro. Por el momento, el único resguardo posible es no subir a la montaña, ver los amaneceres desde los patios de las casas, aunque sea apenas a través de una mínima ventana. Hay que agradecer a Dios que aún vemos nacer el sol; hay que agradecer a Dios porque nos aleja de la repartición de las balas. ¡Salud, niña, salud!

lunes, 20 de julio de 2020

ANTES DE QUE TODO SE ACOMODE (XXV)




Casas. El tema es apasionante. Todos los seres humanos tenemos esencias inolvidables, esencias que nos han formado: nuestros padres, en primer lugar, y las casas, en segundo lugar. Estas dos esencias son nuestros primeros formadores. Ya luego llegan la escuela, los amigos, los amores, la sociedad, las películas, los libros, las religiones, el deporte, las cantinas, las oficinas y demás modeladores. El ADN va integrando nuevos rasgos al carácter y a la personalidad.
Los que saben nos explican que mucho de nuestro temperamento lo pepenamos, como esponjas absorbentes, en nuestra primera infancia.
La casa donde nací y crecí siempre la he recordado como un territorio inmenso. He dicho que tenía un zaguán, un patio central, muchos cuartos, de dimensiones generosas y paredes altas (uno se usaba para recámara familiar, los otros servían como oficina, bodegas, sala, comedor, dos para huéspedes, que nunca faltaban, y uno que siempre estaba cerrado, porque la propietaria de la casa, quien vivía en la Ciudad de México, lo había destinado para guardar objetos personales), cuatro corredores (¡cuatro!), oratorio, baño, lavadero, horno y un sitio o traspatio. La cocina tenía un fogón al centro con doce hornillas (¡doce!, qué estufa IEM, ni qué nada), que, por supuesto, eran alimentadas con carbón. En el traspatio había un aljibe que, cuando comencé a caminar, mi papá mandó a tapar con tierra para evitar problemas (mi papá siempre fue un hombre precavido, me amaba, y sabía que el pozo se tapa antes de que se ahogue el niño.)
Una mañana, de hace cuatro o cinco años, entré a esa casa (a media cuadra del parque central de Comitán), porque ahora, en el traspatio funciona un estacionamiento público, y supe que mi recuerdo no era preciso; es decir, sí es una casa enorme por la cantidad de elementos vitales que me proveyó, pero en dimensiones físicas es mucho menor si la comparo con la segunda casa donde viví, que fue la que mandaron a construir mis papás y que ahora es el Hotel Los Lagos de Montebello – Colonial (hotel que está a cuadra y media de la escuela primaria del estado Fray Matías de Córdova.)
Si hago un recuento de casas donde he vivido encuentro que la lista es larga y, como en botica, hay casas grandes, medianas y departamentos minúsculos. Esa lista se asemeja mucho a la lista de quienes han tenido que abandonar la casa paterna por alguna situación. Hay personas que tienen la bendición invisible e inexplicable de habitar una sola casa. Nacen, crecen, se reproducen y mueren en la misma parcela, son como árboles que nunca olvidan sus verdaderas raíces. Ganan mucho, pero, también, pierden.
De 1957 a 1964 viví en la casa del centro; luego, al lado de mis papás, nos despedimos de esa casa, que era propiedad de doña Esther viuda de Esponda, y habitamos la casa que ya era propiedad de la familia. Casa mucho más grande que la casa de mi infancia. ¡Ya era nuestra!
Pero, mi espíritu tiene el mismo techo de lámina de zinc que tiene la casa de infancia; por eso, cuando llovizna, yo escucho un estruendo bullanguero y cuando llueve fuerte yo escucho un tropel de ángeles que se descuelga como auténticos kamikazes; escucho el picoteo de los pajaritos a la hora que amanece y el paso soflamero del gato o del tacuatz a media noche. Mi espíritu está sostenido con pilares de madera, de madera de cedro; sus paredes son altísimas, por eso, en temporada de calor, corre el fresco, y en temporada de frío, tengo una sensación de íntimo calorcito. Estoy hecho a imagen y semejanza de la casa de mi infancia. Tengo un patio central que recibe la luz del día, que se solaza con la bendición de la lluvia y que, emocionado, mira cómo asoma la luna por encima de los tejados. Huelo a corredor con piso de ladrillos, al árbol de durazno del patio central y al árbol de limón del traspatio. Mi alma tiene un liviano aroma de azahar.
Los seres humanos estamos hechos con los hilos dorados que tejieron nuestros días infantiles, nuestra estructura sigue la traza de nuestras casas primeras.
Ya luego se incorporan todos los demás elementos y agregan o quitan pequeños gránulos de luz o de sombra, arenillas modeladoras.
Nota: En la fotografía aparecen mi mamá Hilda y mi abuela Esperanza (ella tiene el cigarro en sus manos). La foto está tomada desde el jardín del patio central de mi casa de infancia.

sábado, 18 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, VIENDO HACIA EL HORIZONTE




Querida Mariana: ¿Ya viste la foto? Es una mano con el dedo índice que señala hacia un lugar en el horizonte. Sí, es la mano chenca. La bendición de las manos es que podés señalar un lugar con cualquiera de las dos. Antes, ¡qué bobos!, había maestros que regañaban a los niños que eran zurdos, que escribían con la mano izquierda. Todavía hay personas que creen que uno debe levantarse con el pie derecho, para que le vaya bien durante el día. La verdad es que uno puede levantarse con el pie que desee y señalar el horizonte con cualquier mano. Los izquierdos y derechos son bendiciones. Un día, al hacer un mal movimiento con mi brazo derecho, me afecté el hombro. Me dolía al mover el brazo. Cuando manipulaba el mouse de la computadora sentía un tirón que me provocaba dolor. Nunca he sido zurdo, pero decidí que mi brazo izquierdo debía sustituir al derecho en el movimiento del mouse, así que cambié el chunche electrónico al otro lado de la computadora y comencé a maniobrar el mouse. Esto que te cuento sucedió hace varios meses. Con reposo, masajes y pomada de árnica, el hombro derecho se recuperó al ciento por ciento; es decir, ahora podría, perfectamente, regresar el mouse al lado derecho. ¡No lo hice! Ahora, el mouse lo manejo con la mano izquierda y lo hago con destreza. Esto hace que se active el otro lado de mi cerebro y que yo bendiga las dos manos, los dos pies, los dos ojos, los dos oídos y, ¡sí!, también… los dos muslos y los dos pulmones y las dos fosas nasales y… (¡ah, traviesa, sé en qué estás pensando!)
Cuando vi la fotografía, recordé que la tarde cuando la tomé mi pensamiento fue: A la hora que alguien señala un punto, con el dedo índice, basta que se acompañe con una palabra: ¡Allá! ¿A poco no? Uno señala con el índice cuando hay una pregunta y se completa con la palabra allá (también puede ser acá).
Alguien pregunta: ¿En dónde queda la huerta de tío Samuel? Y el que responde señala y dice: Allá. ¿En dónde sale el sol? El índice señala y la persona dice: Allá.
¿Mirás qué bonito? Todo un acto lleno de misterio y de duda se resuelve con un simple movimiento de dedo y una palabra: Allá, aquí, acá. A mí me encanta esta economía de lenguaje. Viene de la tradición, viene de los tiempos cuando alguien, a mitad del siglo XIX, preguntaba: ¿En dónde queda el pueblo llamado Comitán?, y el hombre, con sombrero de palma, con la coa en una mano, señalaba con la otra y decía: “Allá, tras lomita.” El viajero daba las gracias y caminaba y caminaba y no alcanzaba la lomita y cuando subía a la cima no distinguía el caserío. ¿Se había equivocado de ruta? ¡No! El pueblo estaba detrás de la otra lomita, lomita que estaba a dos leguas de camino, todavía.
Y digo que no sólo se dice Allá, también se señala y se dice Acá. ¿En dónde nos vemos a las cinco? Acá, responde el otro, y, como si fuera un pájaro carpintero, mueve el índice derecho hacia abajo. Acá; es decir, en el mismo lugar, que puede ser el parque central, la fuente, la casa de la cultura, el patio escolar, la banqueta que está frente a la cenaduría El Foquito. En fin, hay mil lugares. Como nos enseñaron en el programa Plaza Sésamo, el allá se usa para lugares lejanos y el acá para lugares cercanos. Por eso en estos tiempos, y en todos los tiempos de todos los tiempos, preferimos vernos en el más acá, que en el más allá.
La chica, así como muy modosita, queda viendo fijamente al chico y le pregunta: ¿En dónde me dijiste que querés un besito? Y el chico, ya con el nervio de la emoción, señala con su índice derecho y dice: Acá. La chica sonríe.
¿Mirás lo que digo? Basta un ligero movimiento del dedo índice y la palabra allá o acá, para modificar el rumbo del mundo.
Claro, si nos metemos en más vericuetos, podemos decir que el dedo índice no sólo sirve para indicar los lugares de allá y de acá. ¡No! El dedo índice sirve para más actos que, aparentemente intrascendentes, también pueden cambiar el rumbo del universo.
Tengo amigos que nunca aprendieron a usar todos los dedos en las máquinas mecánicas de escribir y tampoco escriben con todos los dedos en los teclados de las computadoras. ¿Cómo escriben? ¡Usan los dos dedos índices! Ah, a mí me encanta verlos, cuando picotean como gallinas el teclado, sólo con dos dedos, los índices.
Ustedes, los jóvenes, emplean los dedos pulgares para responder mensajes por el celular, pero he visto que los mayores (menos duchos en estas cuestiones tecnológicas) usan el dedo índice para escribir.
Muchos a la hora de prender o apagar la luz usan el dedo medio, pero yo, no sé porqué, empleo el dedo índice.
Vos has visto que en esta temporada de quedarse en casa he realizado dibujitos con bolígrafo (ya llevo treinta, todos bien bonitos). A la hora que tomo el bolígrafo, el dedo medio me sirve como soporte, es donde la pluma se recarga, y el pulgar y el índice son los que completan la maravillosa maquinaria a la hora de hacer el trazo. A veces juego a hacer trazos con la mano izquierda, con la zurda, con la chueca, para activar el cerebro, para demostrar que todos los dedos son una bendición. Todos. El anular sirve para indicar a la chica si el chico que la seduce en el bar está o no casado y el meñique, ah, el meñique, es el dedo más sensual, el que sirve para rascarse el oído, para quitarse la cerilla. ¿Quién, digo yo, en su completo juicio se mete el dedo pulgar en el oído?
¿En dónde te escuece? Acá, y el que responde se frota, con el dedo índice la parte del cuerpo donde tiene escozor.
Pienso (es una bobera) que el índice y la palabra acá o allá o aquí, forman una de las parejas más bien avenidas de la comunicación humana. La unión de un movimiento de dedo y una sencilla palabra logran el prodigio de que dos personas (o más, pero el ideal es la participación de dos) establezcan una comunicación completa. El receptor recibe un código completo por parte del emisor. ¿En dónde está el porvenir? Allá, y el índice señala el horizonte, el lejano paisaje donde habita la esperanza.
El porvenir nunca está a la espalda. El porvenir siempre está al frente, en el lugar donde señala el índice, dedo que recibe la orden emitida por el cerebro, pero que germinó en el corazón.
La chica acostumbra preguntar a su amado: ¿Cuánto me querés? La pregunta exige una cantidad, cantidad que siempre será menor a lo esperado. La chica, vos lo sabés, nunca se conforma, siempre quiere más (digo, ¡qué bueno!) La pregunta no debería ser esa, porque la respuesta siempre quedará a deber. Mi amiga Liz me platicó que una amiga suya le preguntó a su amado cuánto la quería, y él, para que no hubiera discusión, le respondió que la quería tanto como el tiempo que durará el universo. Y la chica lo quedó viendo fijamente, torció la boca, como si se hubiera machucado el dedo, y dijo: O sea que, cuando el universo acabe, ¿me dejarás de querer?
Te digo, las chicas no tienen llenadero. Bueno, sí tienen, gracias a Dios, sí tienen, pero nunca están satisfechas.
Por eso digo que la pregunta no debería ser esa, en caso de que la pregunta sea hecha con buena intención y no con dolo. La pregunta, dice Liz, debería ser: ¿Me querés acá o allá? ¿Mirás qué diferencia? Ahora dirás que todo mundo responderá acá, pero no es así. Si lo pensás tantito, verás que la respuesta allá, con el índice señalando algún punto, puede ser una respuesta que halague a la chica, que dé señales de lo intenso del amor del chico.
Supongamos que una chica (puede ser la que ahora veo en un video, que cumple quince años, y sus amigos y familiares, por la contingencia, pasan en autos frente a su casa y, con sana distancia, le dejan regalos y le dan flores y le cantan las mañanitas y le avientan besos y le desean muchas felicidades, muchos años más de vida plena) le pregunta a su amado: ¿Me querés acá o allá? Y el chico responde: Allá y señala el horizonte con el dedo índice, a la hora que hay una lluvia de estrellas, a la hora que el cielo es una limpia curva azul, con puntos luminosos, y el muchacho la toma de la mano y repite: Te quiero allá y vuelve a señalar con su mano el lugar donde aparece la luna detrás de una nube.
Si la chica es una chica sencilla, amante de los amaneceres y amiga de las mascotas y respetuosa con sus padres y amorosa con sus abuelos, sabrá que el muchacho le señala el porvenir y le reafirma su convicción de que juntos (recordá que la tiene tomada de la mano) caminarán hacia donde el futuro es una planta que necesita de su agua.
Posdata: A mí se me hace una pregunta perversa la de ¿Cuánto me querés? Ninguna respuesta puede satisfacer esa pregunta inútil. Yo preguntaría: ¿Me querés acá o allá?, y al decir acá señalaría (con el dedo índice) el cielo de Comitán, y al responder allá señalaría (con el dedo índice) el cielo de Comitán. Cualquier respuesta la recibiría con cariño, con gratitud. Yo te quiero acá y allá, en todas partes.

viernes, 17 de julio de 2020

CARTA A MARIANA CON UN JUEGO DE IMAGINACIÓN




Querida Mariana: Todo ha sido una bendición. El juego del “Imaginá que te llamás”, propuesta de ARENILLA-Video, ha superado las expectativas. Siempre sucede así en juegos donde la imaginación es la que reina, la que abandona el trono y se trepa a bicicletas o a carretones, abre las manos y piernas y se descuelga desde lo alto de una lomita. Los que saben dicen que Santa Teresa, sí, ¡Santa Teresa!, la del famoso poema que comienza así: “Nada te turbe, / nada te espante. / Todo se pasa, / Dios no se muda.”, decía que la imaginación era “la loca de la casa.”
Sí, la que trastoca las cosas, la que abre la ventana y tira los papeles que están sobre la mesa. La imaginación abre senderos donde, minutos antes, sólo había terrenos enmontados.
Ah, pero la imaginación, si no estimula el pensamiento de los otros nada logra, es como un viento que, como tornado, sólo levanta techos y provoca desgracias.
La imaginación debe estimular el pensamiento, debe hacer que imaginemos mejores mundos. La imaginación es la que ha impulsado los grandes avances en todos los campos de la ciencia, la que ha hecho que hoy, por ejemplo, gocemos de las bondades del Internet, de los celulares y de las redes sociales. Elementos tecnológicos que nos permiten, sin salir de casa, estar en comunicación y jugar el juego que se llama “Imaginá que te llamás”.
Esta semana tuvimos la participación de Segundo Guillén, destacado empresario comiteco, siempre pendiente del desarrollo de la comunidad.
Segundo, en su respuesta a la primera pregunta, nos mostró un auto muy bien conservado y nos enteramos que es un Ford Fairlane 1959, rojo, con franjas blancas, propiedad de su papá, don Toñito Guillén. La primera pregunta fue: Imaginá que te llamás auto, ¿qué marca y modelo serías y quién te gustaría que te manejara?
La respuesta de Segundo fue: “Si yo fuera un auto del pasado, sin duda sería este Ford Fairlane 1959. Este auto fue uno de los primeros autos con el que mi papá empezó a trabajar en este largo camino que lo ha llevado a construir lo que hoy es su empresa de transporte. Este auto sería, sin duda, el que elegiría ser, porque mi papá me estaría conduciendo y me estaría manejando, como lo ha hecho también en mi vida, con buenos consejos, con buena dirección, pero, sobre todo, porque escucharía tantas historias de todo lo que él tuvo que pasar para llegar a su presente: sus sueños, sus anhelos, sus objetivos, los retos a los que se enfrentó. Sin duda, este auto, un auto con historia, es el que elegiría para ser: un auto Ford Fairlane 1959, el de mi padre.”
Y la siguiente pregunta fue: Imaginá que te llamás auto, y sos un auto que inventó un comiteco en el año 2050, ¿qué innovaciones tenés? ¿Por qué te compran tanto en Europa?
Y la respuesta, llena de tintes locales, pero universales, fue: “Si fuera un auto del futuro que inventó un comiteco y que tiene un gran éxito en ventas en Europa, pues sería un auto que este comiteco, seguramente, le puso un aspersor de una sustancia que logró extraer el buen carácter y los valores que tienen los comitecos; esto es, la amabilidad, la calidez y la característica de ser buenos anfitriones. Por eso ha tenido tanto éxito en Europa este auto, porque está siendo utilizado para la movilidad urbana en las nuevas plataformas de esta clase de servicios de transporte, y por eso está teniendo un gran valor, porque la gente que se sube ahí, automáticamente, se contagia de buena vibra y le cambia el humor a una cosa muy positiva, como ha distinguido siempre, por años, a los comitecos.”
Posdata: Como mirás, querida niña, en cada juego de la imaginación y de la palabra hay elementos que nos mueven a la reflexión y, sin duda, a la acción. Segundo dijo que el auto de 2050, inventado por un comiteco, tiene tanto éxito en Europa, porque tiene un aspersor que riega valores íntimos de nuestro pueblo: la amabilidad, la calidez y el distintivo que nos identifica en todo el mundo como buenos anfitriones. Valores que debemos preservar, que debemos presumir, que debemos estimular para nuestra sana convivencia comunitaria y para que, ahora que los turistas vuelvan a hacer maletas para viajar a los mejores destinos del mundo, Comitán sea la opción a considerar.
¡Que viva Comitán y sus hijos más preclaros!

jueves, 16 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, PARA DECIR QUE CUMPLIMOS




Querida Mariana: Hace una semana, Malú Puig Albores dio su autorización para que digitalizáramos el libro de su mamá doña Lolita Albores: “Así te recuerdo Comitán”, un libro impreso inconseguible.
Pues ahora, gracias a la tecnología de estos benditos tiempos, ponemos a disposición de todo el mundo este libro.
El proceso fue sencillo, tal como lo pensé. Bastó tomar fotografías a las páginas de mi ejemplar y enviarlo al equipo de trabajo de ARENILLA-Revista para que lo trabajaran y, una semana después de la iniciativa, ¡quedó listo!
Es increíble, pero bien creíble. Ya está listo el libro “Así te recuerdo Comitán”. Con esto, así lo dijimos, honramos la memoria de doña Lolita Albores, honramos a la crónica comiteca, y honramos al pueblo de Comitán.
Varias personas me preguntaron dónde podían conseguir el libro, querían tenerlo, querían leerlo, querían disfrutarlo.
A todas ellas les respondí que era inconseguible, porque las dos ediciones impresas se agotaron. Pero, estos tiempos de pandemia, dentro del agobio y de la tragedia, también ha permitido que sigamos viendo el rostro agradable de la vida.
A todos los interesados informamos que, a partir de hoy, ya está disponible el libro en forma electrónica.
Para quienes no conozcan el contenido del libro, me permito, con tu permiso, niña querida, pasar copia del índice.
Acá va: Después de la presentación, que ya comenté en una carta anterior, viene lo siguiente: Mi ciudad (un vistazo a vuelo de pájaro por los nombres y hechos relevantes de Comitán); Cómo era Comitán (¿cómo era el Comitán de mediados del siglo pasado? Acá está la crónica); Quinta Avenida (un texto dedicado a la avenida donde está la casa en que ella creció); Ya no eres la misma mi Quinta Avenida (acá da cuenta de las transformaciones urbanas); Llanitos de mi pueblo (ah, un idílico relato de lugares donde los niños volaban papalotes, se bañaban y cortaban jocotes); Calles y barrios (vistazo rápido que explica cómo Comitán pasó de tener barrios a tener colonias y fraccionamientos); Crónica de la feria de San Sebastián 1934 (¿Cómo celebró Comitán ese año la feria de San Sebas?); Crónica de la feria de San Sebastián 1984 (¿Qué cambios hubo en cincuenta años?); Feria de San Caralampio (datos acerca de la feria del santo consentido del pueblo); Cuaresma y Semana Santa (¿Cómo celebraban los comitecos estas fechas simbólicas?); Creencias y costumbres de mi pueblo (Cuenta, entre muchas otras cosas más, que tomar tres buches de agua del Amate, en Uninajab, hacía engordar a los flacos); Chichimá (el texto termina diciendo: “Esta noche, tu recuerdo, me está llenando el alma, Chichimá.”); El granizal (Crónica del suceso ocurrido el 28 de abril de 1931); El Chichonal (Cómo vivió Comitán la erupción del volcán, ocurrida en 1982); Del zacate a la gasolina (De la caballeriza a la cochera); Quema de santos e imágenes (Acá están los quemasantos comitecos, del año 1934); Serenatas con música inolvidable (¿Cómo eran las serenatas de gala?); Teléfonos y radiodifusoras (Los primeros teléfonos y la primera estación de radio); “El Ariel”, grupo cultural que existió en Comitán (puntual crónica de este icónico grupo que alimentó el espíritu de los comitecos en la primera mitad del siglo XX); Dichos populares de Comitán y sus orígenes (donde aparece, por supuesto, lo que dijo el padre Naty); Cines y teatros (recuento de espacios culturales cerrados desde los años veinte del siglo pasado); Feria de Santo Domingo (acá se aprecia cómo la feria pasó de la marimba a la Chica Dorada); Escuelas y maestras del recuerdo (con nombres de ilustres mentores comitecos); Fiestas patrias (nos enteramos que, antes, en estos festejos se elegía a una reina, en medio de un jolgorio muy animado); Mes de octubre y Todos Santos (con aroma a jutús y calabaza con panela); Crónica de una boda 1925 (donde la señorita Ernestina Velasco Ruiz se casó con el conocido hacendado Luis Méndez Argüello); Crónica de una boda 1985 (boda del señor ingeniero Juan Carlos Solís Castillo, con la señorita química Anabel Domínguez Castellanos); Agua de la Cueva de Tío Ticho (con el puntual relato de la historia de Tío Ticho); Navidad (festejos marcados por la tradición de años); y, al final, Balance (texto donde doña Lolita hace, al término del año, un recuento de los dones y de los malestares recibidos).
Posdata: Como mirás, el contenido del libro da cuenta de rasgos culturales de nuestro pueblo. Ahí están plasmados los anhelos, logros, picardía y sufrimientos en común de un pueblo maravilloso.
¡Va, pues! Hemos cumplido. Acá está el libro, en su versión digital. Ya todo mundo, en forma gratuita, puede acceder a él. Basta entrar a esta liga: https://drive.google.com/file/d/1PLbV_8UYe1ynIR-b6OmqV7XqN2orTqb3/view?usp=sharing, para descargarlo y guardarlo en la computadora, en el celular y en el corazón.
¡Que viva doña Lolita! ¡Que viva la crónica comiteca! ¡Que viva Comitán!

miércoles, 15 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, CON UNA MIRADA




Querida Mariana: Vos sabés que nuestra revista ARENILLA (del número uno al número 15) se distribuyó en varias ciudades: San Cristóbal de Las Casas, Las Margaritas, La Trinitaria, Comitán y Huehuetenango, Guatemala. La pandemia nos obligó a suspender (momentáneamente) la edición impresa, de dos mil ejemplares, que se distribuía en forma gratuita a los múltiples lectores, gracias al patrocinio de empresas que apuestan por el desarrollo cultural de nuestro Comitán y de la región. Nos quedamos con el número 16 en prensa.
Pero, ante la crisis, nos renovamos. Comenzamos a hacer ediciones especiales, en formato digital. Ahora, nuestra revista se distribuye a través de direcciones electrónicas y del WhatsApp y, ¡no era para menos!, ha tenido una recepción muy entusiasta por parte de los lectores. Estamos llegando a miles de lectores que, por la pandemia, agradecen tener en sus manos un producto editorial de calidad, con contenidos inteligentes y sin riesgo de contagio.
Desde que se supo el impacto que este virus tendría en la sociedad, el equipo de ARENILLA puso manos a la obra, realizando una serie de contenidos en forma virtual; ahora, además de la revista bimestral digital, hemos agregado a los contenidos que realizamos en forma constante, una nueva propuesta que ya viste. ARENILLA-Video presenta la serie “Imaginá que te llamás”. Y en dos o tres días, gracias a la anuencia de su hija Malú, subiremos el pdf con el libro “Así te recuerdo Comitán”, uno de los grandes legados que nos dejó doña Lolita Albores a toda la comitecada y a todos los interesados en la cultura comiteca.
No hemos parado. Trabajamos con denuedo a favor de la cultura de esta región del mundo, región riquísima en valores culturales, pero de gran rezago educativo. Nosotros cumplimos con nuestra vocación, sembramos el gusto por la lectura. ¡No es poca cosa! Nuestros patrocinadores siguen apoyando esta propuesta editorial, porque saben que en tiempos de crisis todos debemos echar el hombro para salir avante, en comunidad. En cada número, gracias al patrocinio de la Fundación Alexandra del Castillo Castellanos, publicamos un cuentito para que los papás compartan con sus hijos, para que alimenten su imaginación y la hagan crecer con leyendas e historias locales. Nos interesa mucho injertar el gusto por la lectura en nuestros niños, para que ellos fortalezcan su imaginación y así vislumbren nuevos mundos, tal como lo está exigiendo este tiempo. Ellos, cuando crezcan, serán los gobernantes, los líderes, los científicos, los empresarios, los que deberán construir espacios de convivencia más agradables, más seguros, más llenos de vida. Abonamos para el porvenir de la patria.
Seguimos trabajando, desde casa; seguimos compartiendo algo de lo mejor de nuestros pueblos, abonando a la esperanza. En cada número sembramos gajos de luz.
Con el mismo entusiasmo, con la misma pasión, Carlos Antonio Rivas López, nuestro director comercial, en Guatemala, también siembra banderitas mexicanas en suelo centroamericano y banderitas guatemaltecas en parcelas mexicanas. Él ha sido pieza fundamental para que el mensaje de México sea recibido por los lectores de nuestro país vecino, país lleno de afinidades con la tierra chiapaneca. Él ha sido pieza fundamental para que los lectores de nuestra patria reciban gajos de ese fruto, que se llama Guatemala.
Nosotros hemos tendido un puente y las manos de Carlos han sido las receptoras de ese extremo que ha consolidado en la orilla de su país.
Nuestros pueblos siempre han reconocido su afinidad. Chiapas y Guatemala han estado unidas con lazos culturales que fortalecen el árbol que crece en ambos territorios. La línea divisoria es apenas un hilo que se desvanece, no sólo en el constante flujo migratorio, sino también en el permanente intercambio de lo mejor de las culturas.
Carlos Rivas ha sido un embajador de nuestra revista mexicana. Ha viajado a muchas ciudades y lugares de su país, entregando ARENILLA en las manos de destacados personajes guatemaltecos.
En esta fotografía, que difundió en redes sociales, aparece él, al frente de un edificio majestuoso: El Teatro Municipal, de Quetzaltenango, Guatemala, espacio cultural (así nos lo cuenta Carlos Rivas) donde, cada año, en septiembre, se realiza la premiación de los Juegos Florales Hispanoamericanos.
Posdata: Hoy, por la pandemia, Carlos hace su labor de emisario a través de los dispositivos electrónicos. Con fidelidad absoluta envía a muchos celulares y a muchas direcciones electrónicas de amigos guatemaltecos, el mensaje inteligente de los chiapanecos, el abrazo fraterno. Carlos es un buen patojo, un digno hijo de la tierra del quetzal.







martes, 14 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, QUE CAMINA POR CAMINOS INÉDITOS




Querida Mariana: A veces digo que divido el mundo en dos. Hoy podría decir que hay personas que caminan por sendas trilladas, y personas que, como diría el poeta, hacen camino al andar. Todos los seres humanos son vitales para el desarrollo del mundo, pero quienes más aportan a su desarrollo son los que abren brechas, los que se atreven a caminar por lugares donde nadie más ha pasado.
Con el juego “Imaginá que te llamás”, nuestros invitados abren caminos insólitos, ventanas que dan a espacios llenos de imaginación.
Iniciamos la semana pasada con el juego, al que están invitados todos. Jugamos a imaginar que, por un instante, nos llamamos piano, computadora, cielo, zapato, calcetín con hoyo, mesa, botella, calzón nuevo (también sucio) y mucho más. Es un juego donde la palabra estimula a la imaginación y ésta provoca vida.
Cada semana tendremos estas ventanas que se abrirán por cielos jamás advertidos anteriormente. Nuestros invitados abren caminos y nos invitan a caminar con ellos. Algunos caminos serán jocosos, otros serán solemnes, algunos más serán como changos trepadores, y otros serán como gallinas cluecas (culecas, decimos en el pueblo). Todo es pretexto para celebrar la vida, para regresarle al lenguaje su capacidad de formular nuevos mundos.
Damaris Disner, promotora cultural, dramaturga y fundadora de la Galería Disner, de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, inauguró la nueva serie de ARENILLA-Video. A ella (como lo haremos con todos nuestros invitados) le lanzamos dos preguntas, dos preguntas que pepenó al vuelo (igual que lo harán los demás participantes) e imaginó que se llamaba escenario, que era un escenario y jugó y nos regaló dos ventanas para imaginar.
La primera pregunta fue: Imaginá que te llamás escenario, si van a representar el monólogo de un sueño, ¿a quién elegirías como actriz? Su respuesta fue: “Y como es de sueño, y como es de imaginar, elijo a Amparo Dávila, que es una de mis escritoras favoritas y nos regaló toda su magia, todo un mundo de sueños, un mundo de fantasía, quien, realmente, se adentró a la condición humana. Ella falleció en abril de este año, a la edad de noventa y dos años. Yo la elegiría a ella, si vamos a soñar, soñaré que ella representa el monólogo de muchos sueños, porque toda su vida construyó muchísimos para nosotras, sus lectoras.”
La segunda pregunta fue: Imaginá que te llamás escenario y que servís para la representación de una comedia chiapaneca, en el año 2050, ¿de qué trata la obra y qué mensaje de humor da a los espectadores? Ésta fue su respuesta: “Soy un escenario y hay una obra que es del año 2050, donde los chiapanecos y las chiapanecas pierden la posibilidad de hablar, pero vamos a regresar al 2020, donde hay una pandemia y todos deben usar mascarillas y cubrebocas, pero llega una mañana en que se petrifica a sus rostros estas mascarillas y, entonces, ya no pueden hablar, están totalmente mudos por esta situación. ¿Y qué sucede? No se pueden comunicar, como no habían aprendido a hablar desde el corazón, ¡nadie se entendía! Pero, ¿qué pasó?, los animales ¡sí podían entender. Cuando los humanos se dieron cuenta de eso, trataron de imitar maullidos, graznidos, ladridos, trinos… Eso se volvió, realmente, ¡un caos! Los animales se los quedaban viendo, con cara de: ¡Ay!, ¿así maúllo tan feo? Ya imaginarán a los gatos y a las gatas, alzando sus colitas y diciendo “Yo no maúllo así”; y los perros: “¿Así ladramos?” Todo se volvió un relajo, ¡un relajo! Y lo que pasó es que los humanos, avergonzados, se fueron a vivir al Cañón del Sumidero, se fueron a vivir a las montañas, y comenzaron a construir casas. Los animales se fueron a las casas de los humanos, pero no les gustaban, estaban demasiado cuadradas, simples, no era nada grato estar ahí. Entonces, lo que sucedió es que, desesperados, no tenían una comunicación posible, hasta que, por fin, una mañana, se despertaron con la inquietud de comunicarse desde el habla y ahí, en ese momento, los lenguajes se fueron a cada una de las especies. Fue un gran espectáculo ver cómo millones y millones de pájaros llevaban un avión, o bien, cuando los gatos y las gatas manejaban combis y ellos, que eran muy respetuosos, trataban con mucha consideración a los humanos. Éstos recordaron eso, y cuando amaneció, lograron hablar desde el alma y pudieron entenderse perfectamente. Ya no había diferencias entre humanos y animales. Por eso, los chiapanecos y las chiapanecas decidieron ser vegetarianos, pero esta historia no acaba aquí, porque, entonces, las plantas hicieron una reunión…”
Posdata: Sí, querida mía, Damaris nos dejó picados. ¿qué sucedió en la reunión convocada por las plantas? Ah, eso, como diría Nana Goya, es otra historia, para otro juego, para otro tiempo, para otro “Imaginá que te llamás”.

lunes, 13 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN CHORRO DE LUZ




Querida Mariana: Paso copia de una fotografía de 1948. Seguro que no reconocerás a ninguno de los tres personajes que acá aparecen. La fotografía fue tomada en el Distrito Federal, hoy Ciudad de México. ¿Mirás que en el fondo aparece el fragmento de un mural? Digo esto, porque puede ser una pista para identificar el lugar; pero, bueno, lo más importante es decirte que quien está en el centro, muy guapa, con una cadena y dije en el cuello, aretes de gota y un chongo hecho a propósito para la ocasión, es doña Lolita Albores, la cronista vitalicia de Comitán. Ella sostiene en las manos un reconocimiento. En ese momento ella tenía veintinueve o treinta años de edad. La cronista Sofía Mireles Gavito, quien actualmente es la Presidente de la Asociación de Cronistas de Chiapas, menciona que doña Lolita “en el año 1948, siendo gobernador el general César Lara, es becada para estudiar declamación en la ciudad de México, ingresando al Estudio María Lomelí…” Es probable, entonces, que esta fotografía corresponda al día en que recibió diploma del curso de declamación. Puede ser, porque en el primer plano de la fotografía hay un velo de flores blancas (el reverso de la fotografía informa que quienes acompañan a doña Lolita son Estelita Vargas y Nacho Vargas.)
Pero el envío de esta fotografía es feliz pretexto para comentarte algo relevante. ¿Recordás que el sábado pasado, en la carta que te mandé, hablé del libro “Así te recuerdo Comitán”, libro escrito por doña Lolita, y en la posdata escribí lo siguiente:

A veces pienso que, en estos tiempos de chunches electrónicos, sería muy fácil que alguien, ducho en papalotes cibernéticos, digitalizara el libro y lo compartiera con medio mundo. A veces lo pienso y digo: ¿Quién hará la caridad? Pero luego pienso en los derechos de autor y pienso que, tal vez, la familia no autorizara dicha publicación digital; pero cuando veo que un compa subió a Youtube los discos malcriados de doña Lolita, sin ninguna pretensión pecuniaria, sólo por el gusto de compartir con los demás la riqueza de nuestro lenguaje y de nuestras costumbres y medio mundo está agradecido con dicha acción, pienso que, de igual manera, alguien debe digitalizar el libro y ponerlo a disposición del mundo. Sería un homenaje merecido a la memoria de doña Lolita, quien jamás pensó en enriquecerse con el producto de la venta del libro. Su libro lo escribió, como ella lo dijo, “para que recuerden cómo se vivía un año en esta tierra de las que tantas cosas se dicen, de su clima, de sus gentes, de nuestra manera de hablar.”

La Arenilla tuvo varios comentarios, dos fueron directamente con la propuesta de hacerlo libro digital y compartirlo con medio mundo. La maestra Lucy Flores comentó: “Tal vez tú podrías digitalizar el libro o convencer a los familiares de doña Lolita para que lo hagan.”, y Francisco Domínguez, el creador de la página “Imágenes históricas, leyendas y personajes de Comitán”, comentó: “Buena idea la de digitalizar el libro, hay que ver quién puede hacerlo, y no creo que nadie de la familia se oponga.”
A las dos y media del mismo día recibí una llamada telefónica, era Malú Puig Albores, hija de doña Lolita. Me dijo que había leído la Arenilla y que ella, como bien predijo Francisco, no tenía inconveniente alguno para que se digitalice y se ponga a disposición de todo el mundo, en forma gratuita.
La llamada me provocó mucho gusto. En tiempos de pandemia, el pueblo de Comitán se une en lo esencial, sigue demostrando su calidad humana. Va pues. Y como a las ideas nobles hay que subirlas al tren para que pronto lleguen al andén deseado, tomaremos fotografías de las páginas del libro (así, de manera modesta) y luego lo haremos libro y lo subiremos en PDF para disfrute de todos los interesados. Lo haremos tan pronto que, antes de finalizar la semana, estará disponible. Ya te avisaré.
Con esta sencilla acción honraremos la memoria de la inigualable Lolita Albores y honraremos a la crónica comiteca y al pueblo ilustre que nos alimenta a diario con sus cielos azulísimos.
Posdata: ¡Que viva doña Lolita Albores! ¡Que viva Comitán! ¡Que viva la vida!

sábado, 11 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN RECUERDO




Querida Mariana: Difundo videos en redes sociales. Hago una serie de cápsulas dedicada a doña Lolita Albores, cronista vitalicia de Comitán. Es sencillo lo que hago: Comparto fragmentos de textos escritos por ella en su libro “Así te recuerdo Comitán”.
¡Ah, no imaginás cuántas personas preguntan dónde pueden conseguir el libro! Muchas personas están interesadas en el libro. Entiendo que es inconseguible, porque están agotadas las dos ediciones que ella mandó a hacer.
Por esto, porque ahora el libro es inconseguible, comparto fragmentos en video, para que más gente conozca el contenido y más personas sepan cómo era el Comitán que ella recordaba a la perfección, porque, lo he dicho mil veces, doña Lolita tenía una memoria prodigiosa y poseía el don de la trasmisión oral. A veces, su redacción es nebulosa, en la lectura que hago me trabo tantito, porque una palabra no está en el lugar que le corresponde, o se adelantó o se atrasó o, traviesa, quiso encaramarse. Su editor de muchos años, Xavier González, quien publicó sus crónicas en el Boletín ImaginARTE a Comitán, hizo una labor de verdadero corrector a la hora de pasar en limpio sus trabajos. Pero, sí reconocemos el trabajo dedicado que ella realizó en favor de Comitán. Sus méritos son muchísimos. Recuerdo que ella, en la estación de radio local, se presentaba a fines de año, para leer las efemérides. Ella, con amorosa pasión, consignaba los sucesos más representativos ocurridos en el año y luego los compartía con la audiencia de la radio. Asimismo (ya lo dije), ella publicaba en el Boletín las crónicas. Fue, sin duda, una cronista muy leída, porque el Boletín llegaba a muchos hogares de nuestro pueblo. Y escribía libros (el que comento ahora) y dos de chistes. Sí, chistes, porque ella era muy graciosa, muy simpática. Siempre, en las reuniones, contaba alguna anécdota que hacía que medio mundo se botara de la risa. Por eso he dicho (también muchas veces) que cuando me invitaban a una reunión, al llegar al salón o al patio central de la casa, patio regado con juncia fresca, lo primero que hacía era ver si por ahí andaba doña Lolita y si así era acercaba una silla plegadiza de madera, saludaba a todos y me sentaba atrás de doña Lolita, quien sonreía al verme. Como has de imaginar, mi posición era muy incómoda (yo lo sabía), así que no faltaba el alma caritativa que, con todo el coraje contenido, decía: Pero no estés ahí, a ver, acá te hacemos un huequito; y movía la silla y le pedía al que estaba sentado al lado que se hiciera un poquito más allá y yo, ni tardo ni perezoso, movía mi silla y quedaba sentado a dos lugares de donde estaba sentada doña Lolita y así no me perdía ninguna de sus anécdotas, ninguno de sus chistes, ninguno de sus recuerdos. Lo que yo hacía era lo mismo que hacía medio mundo. Medio mundo gozaba la compañía de nuestra cronista y de su carcajada de río desbocado, río que mojaba las orillas de nuestros corazones.
Porque su libro “Así te recuerdo Comitán” es inconseguible es que me he dado a la tarea (muy satisfactoria) de leer fragmentos para que las nuevas generaciones conozcan al Comitán de sus abuelos, para que identifiquen las ramas del tronco enormísimo del que proceden.
El ejemplar que poseo corresponde al año de 1986 y tiene una portada en color sepia con letras plateadas (hubo otra edición con una portada en tono azul deslavado). La fotografía en sepia es la de la calle que baja y luego sube, con dirección al templo de Guadalupe, cuyo campanario y nave techada se ven al fondo. La fotografía es muy decidora de la identidad. Ya dije que es una bajada y una subida y muestra un caserío en medio de árboles que crecen en los sitios. Al lado de la calle hay pedazos de banquetas y muretes de piedras que están amontonados. La figura principal es el de una mujer que camina a mitad de la calle (¡ay, padre, nadie lo haría en estos tiempos!) La foto debió ser tomada antes del mediodía, por la sombra que proyectan las casas sobre la calle y la sombra de la mujer que camina, enfundada en el tradicional chal. La mujer que camina solitaria es de una belleza indescriptible, camina con un paso soberbio, tranquilo, sosegado; camina justo a la mitad de la calle, por una angosta vereda que está marcada por las llantas de las carretas que por ahí pasaban. Si uno ve con atención la fotografía puede sentir el calorcito tibio de una mañana comiteca, el rumor del viento al despeinar las frondas de los árboles (de jocote, de lima, de limón, de naranja agria, de chulul -¡ah, tan sabroso el chulul!-, y de pinos). Nada interrumpe el caminar discreto de esa mujer que camina solitaria, dueña de ese espacio (más allá, como media cuadra más adelante, casi al inicio de la subida, caminan dos hombres.) Hay una gran armonía en la imagen. Todas las casas están techadas con tejas, con tejas hechas en Yalchivol. Las bardas tienen los característicos remates triangulares y algunas casas ostentan sobre las puertas de entrada los techitos de tejamanil, de dos aguas que, vistos de perfil, eran como cruces, con el infaltable letrero de “Viva Cristo Rey.”
El libro abre con el contenido que, como en botica gastronómica, tiene textos de chile, dulce y manteca, ya que doña Lolita entrevera crónicas como las de bodas celebradas en el año de 1925 y en el año de 1985 y muchos recuerdos más, al lado de textos rimados que ella escribió a la avenida donde estaba su casa, su amada quinta avenida.
En la página siguiente está la dedicatoria, donde explica a la perfección el motivo de la publicación. Ahí queda consignado mucho del carácter y personalidad de nuestra autora. Dice que es un libro sencillo. ¿Mirás, qué humildad, qué acto tan noble? Dice que su única pretensión es “hacer recordar a los paisanos y a los que en años anteriores vivieron en Comitán, cómo eran nuestras ferias, costumbres y creencias y cómo fueron cambiando.” Le faltó pensar en el porvenir, decir que su libro serviría (como lo está haciendo) para que las generaciones que vendrían después tuvieran elementos para reafirmar la identidad.
Y en el último párrafo de la dedicatoria escribe un texto que ya se volvió clásico: “Comitán de Las Flores, Comitán de Domínguez, Comitán clima de Dios, Comitán de Los Tomates, tomate una, tomate dos; tierra de fiebres, de ollas y de hoyos; de vientos encontrados; de bolos y bravucones; tierra de Dios y de María Santísima.”
¿Por qué somos como somos? Porque nuestra esencia está contenida en lo que de manera puntual sintetizó doña Lolita. Lo de Comitán de Los Tomates es una genialidad. ¿Y por qué se llama así? Ah, porque acá decimos tomate una, tomate dos… y cele el que deje algo.
Digo pues que acá, ya en la presentación tan sencilla, queda demostrado el carácter de doña Lolita, ella, mera comiteca, tenía la chispa que poseen los nacidos en esta tierra de Dios y de María Santísima (recordá que estamos hablando de años donde la religión católica era la única que tronaba sus chicharrones en el pueblo. En estos tiempos, doña Lolita, de la misma forma en que escribió el texto “Del zacate a la gasolina”, escribiría un texto titulado: “De los mochos católicos a las muchas sectas.”)
Muchos de los textos publicados tienen ilustraciones del Comitán antiguo, copias de esas postales que aún siguen circulando y que nos hablan de un pueblo que ha perdido mucho de su traza urbana que le daba identidad. Por ejemplo, el texto “Feria de San Caralampio” está ilustrado con una fotografía tomada desde la esquina de la Calle del Resbalón, donde se ve el templo al fondo, pero, justo al borde inferior de la puerta aparece, sobre la calle, un tablero de básquetbol. Esto quiere decir que los pileños, en las tardes, llegaban a jugar un veintiuno en la placita que queda entre las casas y los chorros de La Pila. En la fotografía del libro vemos a un burrero con un patache de burritos que llevan en sus lomos los característicos barriles llenos de agua. Ahora esta imagen es inalcanzable. Ahora, la gente (cuando escasea mucho el agua) baja con sus autos (sustitutos de los burros) y llenan sus ánforas de plástico (sustitutas de los barriles).
Por eso, muchas personas que ven y escuchan las cápsulas que comparto en las redes sociales, me preguntan dónde pueden conseguir el libro “Así te recuerdo Comitán”. Es inconseguible, quienes poseen un ejemplar son benditos.
Posdata: Pero a veces pienso que, en estos tiempos de chunches electrónicos, sería muy fácil que alguien, ducho en papalotes cibernéticos, digitalizara el libro y lo compartiera con medio mundo. A veces lo pienso y digo: ¿Quién hará la caridad? Pero luego pienso en los derechos de autor y pienso que, tal vez, la familia no autorizara dicha publicación digital; pero cuando veo que un compa subió a Youtube los discos malcriados de doña Lolita, sin ninguna pretensión pecuniaria, sólo por el gusto de compartir con los demás la riqueza de nuestro lenguaje y de nuestras costumbres y medio mundo está agradecido con dicha acción, pienso que, de igual manera, alguien debe digitalizar el libro y ponerlo a disposición del mundo. Sería un homenaje merecido a la memoria de doña Lolita, quien jamás pensó en enriquecerse con el producto de la venta del libro. Su libro lo escribió, como ella lo dijo, “para que recuerden cómo se vivía un año en esta tierra de las que tantas cosas se dicen, de su clima, de sus gentes, de nuestra manera de hablar.”