viernes, 31 de agosto de 2018

TÚNELES LUMINOSOS




En la casa de mi tía Alicia había una pérgola. Era una estructura de madera, cuyos pilares soportaban una hilera de travesaños donde convivían enredaderas con rosales y buganvilias. Iba de un extremo a otro extremo del patio central. A mí me encantaba caminar por en medio de los pilares y debajo de ese cielo instantáneo poblado de hojas. A veces imaginaba que yo era un tren que realizaba el recorrido de una a otra terminal. Movía los brazos como si fueran aspas y avanzaba por rieles imaginarios. Con mi boca hacía el sonido del tren.
La pérgola tenía sus límites, en ambos extremos, en un corredor y en otro. La tía, no conforme con la generosidad de las enredaderas que cubrían casi en su totalidad los pilares y el cielo de la pérgola, había colocado entre pilares una serie de macetas con helechos. Las macetas estaban casi pegadas, esto hacía que nadie pudiera pasar por en medio de los pilares. Los únicos accesos a la pérgola eran por la entrada y salida del luminoso túnel.
Para ese tiempo, mi papá ya me había platicado que mi abuelo llegó a México, siendo niño, en un viaje desde Italia. Por eso, a veces no imaginaba que yo no era un tren sino que era un barco y salía de Italia y llegaba a México, salía de un corredor, navegaba por el patio y llegaba al otro corredor.
Una tarde, la tía me vio jugar y me preguntó a qué jugaba. Le conté. Ella sonrió, metió las manos en la bolsa de su delantal y me dio una galleta, dijo que esa galleta era danesa (sí, yo conocía las latas de galletas que tenía en la repisa de su cocina y que decía: “Made in Danmark”), dijo que Dinamarca estaba más cerca de Italia que de México y sin embargo ella tenía galletas danesas en su casa, porque, igual que yo, las latas llegaban en barco. Me encantó escuchar eso de: “Igual que yo”. Pensé que mi tía respetaba mis juegos, sabía que cuando yo era un barco ¡lo era! Pero, apenas lo había pensado me di cuenta que mi tía confundía mi juego. Había dicho que igual que yo, las latas llegaban en barco; es decir, yo no era un barco, jugaba a que viajaba en barco. Eso me puso triste.
Pensé entonces que mi tía también imaginaba que cuando yo jugaba a ser un tren, en realidad, no era un tren, sino que jugaba a viajar en tren.
Mi tía era tan mala como lo eran los espejos. Cada vez que me miraba al espejo no miraba más que mi rostro. No podía ser barco, ni tren, ni avión, ni nube. El juego entre los pilares de la pérgola perdió sustancia.
No sé a qué jugaban los otros niños que caminaba por pérgolas. Una vez vi fotografías antiguas de Comitán, en una de ellas había una pérgola en el parque central, y en otra fotografía estaba una pérgola en el centro del parque de La Pila. Pensé que hubo un tiempo en que los parques eran como los patios centrales de nuestra casa común. Vi las fotos y miré que no tenían la belleza de la pérgola de la casa de mi tía. Le faltaban las flores, pensé que era un contrasentido que Comitán de Las Flores no tuviera un manteado de pensamientos y de esas florecitas que les llaman hueledenoche. Era un contrasentido que no hubiese árboles de tenocté sembrados al lado de la pérgola. Es un contrasentido que, en la actualidad, no haya árboles de tenocté en el parque central.
Tal vez hubo un tiempo en que los pueblos de México tuvieron pérgolas en sus parques. Hoy, los conceptos urbanísticos desecharían de entrada eso que podría ser tildado de armatoste.
Cuando vi las fotografías pensé si los niños jugaban, igual que yo, a que eran trenes o barcos, al pasar por en medio de los pilares. Pensé que sí, porque los niños tienen más semejanza en sus juegos que los adultos en sus trabajos. Los niños juegan juegos sencillos, los adultos juegan a que juegan juegos complejos. Tal vez por esto mi tía nunca creyó que cuando movía mis brazos como si fueran émbolos no imaginaba que viajaba en tren, ¡no!, yo era el tren, por eso de mi boca salía el sonido de los trenes y me deslizaba con la lentitud de los trenes que había visto en las películas en blanco y negro que exhibían en el Cine Comitán.
Un día desaparecieron las pérgolas que había en el parque central y en la plaza de La Pila. De igual manera desapareció la pérgola del patio central de la casa de mi tía. Mi tía murió. Los hijos se disputaron la herencia y dentro de ese pleito fraccionaron la casa y tiraron la pérgola porque ahí levantaron una barda que dividió la casa, como si fuera pastel.
No sé a qué jugaban los niños que jugaban en los parques de Comitán. Nunca lo sabré. Los niños de hoy ya no tienen esos espacios para jugar.

miércoles, 29 de agosto de 2018

CARTA A MARIANA, CON VARIOS PRESENTES




Querida Mariana: Cuando una persona lo piensa bien, reconoce que los mejores regalos de la vida infantil siempre los recibió de sus papás. Hoy, si lo permitís, hablaré de tres regalos que me dio mi papá: un muñeco de cuerda, un carro de pedales y una marimba. Los presentes me llegaron en diferentes momentos, primero fue el muñeco de cuerda, un conejito de latón, forrado con fieltro, en colores rojo y blanco (los conejos deben ser blancos), cuya gracia era que tocaba un tambor. Yo le daba cuerda y el conejito movía sus manitas, con ritmo de maraquero, y tocaba, con dos baquetas, un pequeño tamborcito. A mí me encantaba escuchar el sonido y ver el movimiento de las manitas. El movimiento era sostenido, hasta que se agotaba la cuerda y se quedaba, congelado, con un bolillo en alto y el otro sobre la superficie del tambor.
El carro era de pedales. Ahora los carros son eléctricos, los niños suben al auto, accionan el botón de arranque y se desplazan. Yo me subía al carro, tomaba el volante, ponía mis pies sobre los pedales y, casi casi, con el mismo movimiento que hacía el conejito de cuerda con sus manitas, lograba impulsarme. Ya sabés que crecí en una casa enormísima de cuatro corredores, por lo que el juego era divertidísimo, porque tenía una pista secuenciada. Como el frenado del auto era en automático al dejar de mover los pies, conducía con cuidado en medio de las macetas con helechos, de cajas con refrescos que siempre estaban amontonadas en los corredores. Daba una vuelta y otra y otra hasta que me cansaba. A veces (príncipe después de todo) llamaba a Víctor (el hijo de Sara, la sirvienta) y él ponía sus manos en la parte trasera del carro y lo empujaba. Yo disfrutaba el movimiento de los pedales que, sin mi esfuerzo, se movían a la hora que Víctor hacía el esfuerzo.
La marimba era estática, como son todas las marimbas del mundo. El conejito, con la cuerda, movía sus manitas y tocaba el tambor; el carro, con sus pedales, propiciaba el movimiento y me llevaba de un lado a otro. La marimba fue todo un descubrimiento, porque ahí, como si fuera yo el conejito, necesitaba mover las manos para que ocurriera algo.
Mi papá contrató los servicios del maestro De la Cruz para que me enseñara a tocar la marimba. El maestro llegaba por las tardes a la casa (tres veces a la semana). Con paciencia comenzó a enseñarme los rudimentos. Recuerdo que alcancé a interpretar Las mañanitas, no más. Una mañana le dije a mi papá que no me gustaba la marimba. Mi papá agradeció los servicios del maestro y arrumbó la marimba. Ahí quedó.
El conejito, con el uso, perdió su color blanco y tomó un color de durazno podrido. Un día se le desconchinfló la cuerda y no sirvió más. Ahí quedó.
Crecí y ya fue imposible que lograra caber en el carro, que era de color plata, como el de Santo. No lo usé más. Ahí quedó.
Lo que no quedó ahí fue el mensaje que todo presente conlleva, cuando es de padre a hijo. Entiendo que para aprender a tocar marimba me faltó cuerda. Mi papá me dio el instrumento, pero en mí estaba el aliento de echarlo a andar, de subirme y pedalear con toda el alma.
Sí, el mensaje era ese precisamente: Mueve las manos y los pies. Para que el prodigio se dé es necesario echarle cuerda a la vida. Ahí está el mundo. El mundo, como el carro de pedales, está esperando que alguien suba y comience a pedalear. A veces, sólo a veces (príncipes después de todo) cualquier persona puede hallar a alguien que le dé un empujoncito, pero la mayoría de veces es preciso que sea la propia persona la que mueva los pies.
Si hubiese comprendido la lección en ese momento, habría dejado que mi corazón guiara mis manos sobre el teclado de la marimba y ahora interpretaría canciones de manera magistral.
Ahí se quedó el conejito del tambor, ahí se quedó el carro de pedal, ahí se quedó la marimba. Ahí se quedan todos los objetos del mundo. Lo que no se quedó ahí, lo que es infinito, es el mensaje que, como estafeta universal, los padres pasan a sus hijos. A veces, los mensajes, como si fuesen pegatinas, van adosados a un objeto material, pero, la mayoría de veces, los mensajes de vida, que los padres transmiten a sus hijos, van enredados en un sencillo abrazo, en el dar la mano a la hora que el hijo se cae por no conseguir equilibrar la bicicleta.
Posdata: Como el personaje de la película “El ciudadano Kane”, todo mundo tiene en su espíritu la palabra “Rosebud”, palabra que, el hombre multimillonario, dice en su lecho de muerte. Todos los que han visto la cinta saben que “Rosebud” es la palabra que estaba impresa en el trineo con el que jugaba de niño. No hay nada más importante en la vida que el recuerdo del juego infantil; no hay nada más importante en la vida que evitar que el adulto asfixie el niño que fuimos, que somos, que debemos ser.

martes, 28 de agosto de 2018

CARTA A MARIANA, CON AGUA QUE HUMEDECE EL PAPEL




Querida Mariana: ¿Y quién dijo que para nombrar a Rosario debemos recordarla con valeriana? Vos sabés que la valeriana, en dosis bajísimas, la recetan para que los pacientes con insomnio puedan dormir. La cinta “Los adioses” resultó lo que había pronosticado: Un valerianazo. El ritmo es pesadísimo, porque la película es muy pretensiosa y, ya se sabe, cuando la pretensión va por delante el arte se vuelve plástico.
Te doy mi opinión, la opinión de un simple espectador. Fui el domingo a la función de la una con veinticinco minutos. La sala apenas recibió a quince o dieciséis espectadores. A mitad de la película, una pareja que estaba sentada delante se paró y se retiró. Te juro que tenía tiempo que no observaba tal comportamiento.
Hay tomas fotográficas muy bellas, pero muy manieristas, lo que provoca afectación. Por ejemplo, diré que hay una toma (ya final) en la que la protagonista está en la tina del baño. La toma, a vuelo de pájaro, es muy bella, muy plástica, pero, ¡ay!, muy falsa. Rosario se cubre los pechos y su pubis es escondido porque ella tiene un cruce de piernas muy estético. ¡Por el amor de Dios! ¿Quién se baña así? La actriz posa para la cámara. Todo resulta mera pose.
Yo digo (sin ser crítico de cine) que ese tipo de fotografía sintetiza el carácter manierista del film, que, desde el principio, revela lo que será: una película que no atrapará la atención del cinéfilo y que, al final, terminará aburriendo.
Fui al cine reconociendo lo que siempre he dicho: el lenguaje literario es muy diferente al lenguaje cinematográfico, pero éste tiene la característica de embelesarnos al contarnos una historia soportada en imágenes y en sonidos. Fui al cine con la esperanza de hallar una buena cinta.
A mí me hubiera gustado ver la cinta y sorprenderme ante una película bien hecha. ¡No resultó así! La película tiene dos momentos dominantes: uno que cuenta la historia de Rosario y Ricardo al inicio de su relación, cuando se conocen en la facultad; y el otro momento es cuando ya están casados. Digo que tal vez, que tal vez, la directora se equivocó en la narración de ambos momentos. Tal vez (perdón por la arrogancia) lo más conveniente hubiese sido narrar la historia de manera cronológica y no como aparece, con una serie de flashbacks, gratuitos la mayoría de ellos. La mezcolanza hace que la cinta sea más atropellada.
Las actuaciones de actores y actrices son muy dignas, el mobiliario y circunstancia de época son impecables. Los espectadores logramos pepenar dos o tres poemas de Rosario a lo largo de la cinta, lo que hace que la película no cuaje es el ritmo, es un ritmo (ya lo dije) con demasiadas pretensiones de grandilocuencia. Si comparara la literatura de Rosario con esta cinta, digo que, en cuanto a ritmo literario, tiene menos de “Balún-Canán” y más de “Rito de iniciación”, que, como sabés, es una novela malograda de Rosario, porque tiene “pretensiones” de la “nouvelle roman”, que en los años sesenta estuvo de moda en Francia. La novela “Rito de iniciación”, de Rosario, también fue muy pretensiosa, por eso terminó siendo una novela que ella no quiso publicar y que al final se publicó con resultados no agradables. A los estudiantes les recomiendo leer “Balún-Canán”, nunca recomiendo leer ese otro ejercicio que pretendió ser vanguardista y terminó siendo un ejercicio fallido. A los estudiantes les recomiendo escribir y hablar con claridad y de manera sencilla, tratando de acercarse a la sencillez que poseen los grandes de la oratoria y de la literatura (y del cine, agregaría).
Y como dicen los jóvenes, para acabarla de acabar, de los dos momentos (brevísimos) en los que aparece Comitán en la cinta (uno en La Pila, y el otro en la finca Campumá), en uno de ellos existe un equívoco del tamaño de la grandeza literaria de Rosario. Las mujeres indígenas que ahí aparecen no visten los atuendos de las mujeres que a diario caminan por el parque de La Pila (en tiempos de Rosario y aún en estos tiempos. Algún experto me ha dicho que tienen la vestimenta de Amatenango del Valle). Los espectadores de Comitán de inmediato reconocieron el error y cuchichearon entre ellos (es probable que esto no suceda en ninguna otra sala de México, pero acá sí se notó el dislate).
Es una pena que la directora no haya hecho un documental, porque habría resultado una obra maestra y digo esto porque al final de la cinta aparece un breve instante de una película real (en blanco y negro, más negro que blanco) donde se ve a Rosario Castellanos acodada en el balcón de su casa, ve hacia el frente donde está un bosque bellísimo (quienes conocieron la casa de Rosario cuentan que estaba frente al bosque de Chapultepec, en la Ciudad de México). Rosario camina hacia el interior de su casa, se observa parte de su biblioteca, y toma un libro. Ahí termina la cinta. Final dignísimo de una película sosa.
Conste que no me estoy metiendo en el tema, porque por ahí muchas personas se pueden ir a favor del mensaje panfletario que aborda. Poner a una gran mujer en defensa de los valores de la mujer genera mucha simpatía en la sociedad actual. Sólo hablo de lo que me pareció como película, como muestra de lo que debe y no debe ser el séptimo arte; hablo con el aval que me otorga ser asiduo aficionado al cine, desde hace más de cincuenta y cinco años. Esta experiencia me permite, desde el inicio de una cinta, ver si ella tiene calidad o no. Me da pena decir que en este caso la cinta no respondió a mis expectativas como cinéfilo. No me gustó. Como en gustos se rompen géneros puede ser que alguien por ahí haya encontrado belleza en la secuencia sordísima. Toda opinión es muy respetable. Mi opinión es negativa en este caso y lo lamento.
No me salí de la sala a media función, porque (lo sabés) era un deber moral terminar de verla para contar con una opinión válida. Vivimos en el pueblo que habitó Rosario en su infancia y adolescencia. Lo que le importa a Comitán nos importa a nosotros.
No, perdón, no me gustó. Esto no significa que recomiende que no la vean. Al contrario, ¡vayan!, pero no se sorprendan si al final hallan lo que yo encontré (o bueno, tal vez sea mejor decir: lo que no encontré).
Posdata: Al salir de la sala (oh, coincidencia) me topé con Óscar Bonifaz, quien acudió como invitado especial la noche de preestreno y quien fue amigo personal de la escritora. Le pregunté qué le había parecido la película, me dijo: “No me gustó”. Bueno, ya somos dos y contando (perdón, debí escribir ¡cuatro!, olvidaba a la pareja que se salió a mitad de la exhibición).

lunes, 27 de agosto de 2018

PRECISIÓN




¿Y si comenzamos a precisar? ¿Y si hacemos un ejercicio para desinstalar la duda? Hoy, Rosario Castellanos está de moda: dos son los puntales que soportan tal estructura. Por un lado está el reciente estreno de la película “Los adioses”, que presenta aspectos biográficos de la escritora, dando prioridad a la relación que sostuvo con el filósofo Ricardo Guerra; por el otro lado, y mucho antes que la cinta mexicana, por el discurso reiterado de las feministas que retoman el mensaje de Rosario a favor de la mujer.
Esto es positivo. Ya dijo el licenciado Segundo Guillén que, si en sus manos hubiese estado la posibilidad, habría invitado a la directora del film, así como a sus principales actores, para que, el día de la presentación, se realizara en Comitán una alfombra roja. Ninguna autoridad municipal hizo caso a tal propuesta, misma que habría hecho que los reflectores nacionales se posaran en suelo comiteco. ¡Ahí será para la otra!
Digo que la imagen de Rosario ayuda a Comitán, por ser éste el lugar de sus ancestros y donde vivió su infancia y parte de su adolescencia, además de haber sido el metate donde molió la esencia de recuerdos que luego volcaría en “Balún-Canán” y en varios de sus ensayos, publicados en el periódico Excélsior.
Está bien la imagen mercadológica de Rosario, le hace bien a Comitán. Por lo mismo, debemos procurar ser precisos. Que nada se banalice, que todo sea para honrar su memoria.
La empresa Cinépolis lanzó una estimulante campaña publicitaria para atraer público a las salas. Además del tráiler tuvo la feliz idea de subir a las redes sociales un video con la participación de renombrados actores y actrices que interpretaron el poema “Autorretrato”, pero por ahí se les fue el choclo, porque al título le faltó una erre. Esto, que parece intrascendente, resulta un agravio a la obra de Rosario, porque si alguien es cuidadoso en el manejo del lenguaje es el escritor (bueno, bueno, hay de escritores a escritores). En ningún libro de poemas de Rosario aparece tal errata. Cinépolis quiso atraer público a las salas, pero (¡qué pena!) lo hizo con esta pequeña piedra, que hizo desmerecer el video, bien realizado por parte de actrices y actores mexicanos.
Se ha dicho que cuando recibió la descarga eléctrica (la película “Los adioses” vuelve a tomar la versión como cierta, ¡qué pena!) ella, momentos antes, se bañaba. Es una versión mítica. A cuarenta y cuatro años de su muerte ¡precisemos! Ella, Rosario Castellanos Figueroa, embajadora de México en Israel, murió al recibir una brutal descarga eléctrica, cuando regresaba de una salida para comprar una mesa en Jerusalén. Al regreso a Tel Aviv, lugar de residencia de la embajada sufrió el lamentable accidente (los expertos señalan que en aquel país el voltaje es muy superior al que existe en México).
Y digo lo anterior para que, de acá en adelante, aquéllos que nos atrevamos a escribir algo acerca de la vida y obra de Rosario procuremos ser precisos en el tratamiento de la información, hasta donde sea posible. No se honra su memoria diciendo que murió al tratar de responder una llamada telefónica al salir del baño, ni se la honra diciendo que su poema se llama “Autoretrato”.
¿Qué tal que comenzamos a precisar? Lo hagamos para que el conocimiento de su obra sea más extendido, pero en términos sencillos, claros y dignos.
Recordemos que una mentira dicha mil veces se convierte en verdad. Muchas personas han repetido que Rosario se bañaba antes de recibir la descarga. ¡Falso! Rosario, según cuenta Samuel Gordon, alumno y amigo cercano de la escritora, cuenta que el día que murió, Rosario regresaba de la compra de una mesa de bronce repujado, bajó del auto (que no tenía clima), se descalzó y entró a la residencia, desplazó otras mesas para que cupiera la recién comprada y movió una lámpara cuyos cables estaban mal aislados, ahí recibió la descarga que la mató.
En fin, se trata de ser precisos en cuanto a la vida y obra de alguien tan importante. Que nada le reste méritos a su proceso creativo.

domingo, 26 de agosto de 2018

COSAS SIN RUIDO



La Universidad Pedagógica Nacional presentó tres libros en el auditorio del Centro Cultural Rosario Castellanos, el sábado 25 de agosto. Me cupo el honor de hacer comentarios sobre el contenido de uno de ellos. Paso copia del textillo que leí:
Buenas tardes.
Los escritores sabemos que en la redacción de un libro hay dos instantes definitorios, infinitos. Uno es la escritura del propio libro y el otro es la búsqueda del título. El título de un libro debe ser contundente, rotundo, debe sintetizar el contenido de forma tal que no haya duda y que el lector sepa qué hallará en el interior. Las novelas y libros de cuentos permiten más juego. Un ejemplo de esto que digo es un título maravilloso “El ruido de las cosas al caer”, título de una novela del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, quien, dice la crítica hispanoamericana es, después de Gabriel García Márquez, el escritor más importante que ha parido aquella nación sudamericana. “El ruido de las cosas al caer” es un título muy bello, pero es un título que ronda casi lo poético y abre la puerta a la imaginación. Los científicos sociales no pueden darse ese lujo, deben titular sus libros con precisión y exactitud casi matemática, luminosa.
El libro que hoy nos reúne tiene, aparte de otras virtudes, la virtud de sintetizar de manera fiel el contenido. Veamos por qué. El título del libro del maestro Fidel González Aguilar es: “Globalización, identidad y representaciones sociales de mujeres tzeltales sobre la nación”. En esta triada de conceptos está resumida la esencia de su libro.
Quienes estamos acá hemos reflexionado, aunque sea en mínima parte, aunque sea desde la orilla, en esta triada. De esta trilogía de conceptos, tal vez (esto lo digo yo), el concepto decisivo en el libro del maestro Fidel es el de identidad, término que está vinculado con el de nación. Si los mexicanos logramos precisar el concepto de nación podemos, en la antesala de la llamada cuarta transformación, acceder a lo que el maestro Fidel define como “imaginario de acogida y seguridad individual y social”.
Rosario Castellanos reflexionó acerca del concepto de patria, de nación. Se le fue la vida tratando de hallar una definición precisa. Vivía en la confusión permanente acerca del sentido de patria y el de patrioterismo con el que se topaba a cada vuelta de la esquina. ¿Es México el que aparece en los gritos de millones de mexicanos cuando la selección de fútbol gana? El maestro González Aguilar coincide con Rosario en la importancia de definir, entre líneas, el concepto de nación, y, en su intento de clarificar conceptos, no podía ser de otra manera, elabora una tesis de construcción de la identidad mexicana a partir del concepto nación en el pensamiento de Torres Bodet. Rosario también sustentó su concepto de nación en el cimiento de otro grande de nuestra historia mexicana: Alfonso Reyes.
En este libro, el maestro Fidel advierte que el fenómeno de la globalización ocasiona la pérdida de la identidad y con ello rasguña la piel del concepto de nación. ¿Cómo formular un eje de resistencia? El maestro González Aguilar insiste en decir que es el pensamiento del profesor, “el lugar de reproducción, resistencia y lucha”. ¡Claro! ¿Quién más puede construir ese dique que impida que nuestras parcelas se inunden con las aguas de la transculturación?
Pero donde está el máximo aporte del maestro González es cuando aborda el tema del concepto de nación en mujeres tzeltales. La investigación se basa en grupos de mujeres tzeltales que educan mientras estudian. El concepto que deben enseñar es “una identidad forjada por los ojos de los mestizos”. El gran problema de la multiculturalidad de México, de este trozo inadvertido que llamamos nación. Cuando en mí aparece la duda, cualquiera que sea, acudo a los poetas, ahí logro un poco de claridad. Ahora recuerdo el poema de José Emilio Pacheco que se llama “Alta traición”, y que es el más bello canto de amor a México. Si ustedes recuerdan, el poema dice: “No amo mi patria. / Su fulgor abstracto es inasible. / Pero, aunque suene mal, daría la vida por diez lugares suyos, / cierta gente, puertos, bosques de pinos…”, y por ahí se va. ¿Ven? Acerca de la nación, el poeta dice que “su fulgor abstracto es inasible”.
¿Cómo es posible que un concepto de identidad mexicana esté formulada desde una mirada del mestizo cuando lo que el indígena tiene ante su mirada es un terrón de tierra roja?
El maestro, con sapiencia, nos dice que el concepto de identidad es un rompecabezas complejo. Uso el término rompecabezas en las dos acepciones, como el juego que debemos completar para tener una imagen total, y como el galimatías al que se enfrentan los científicos sociales.
De esto va el libro.
Al principio dije que el título de la novela de Juan Gabriel, “El ruido de las cosas al caer”, es un título bello; también dije que es un título que abre muchas posibilidades de interpretación. Cuando leí el libro del maestro Fidel pensé en la precisión de su título, pero también pensé en la novela del escritor colombiano; es decir, el estudio del maestro Fidel me permitió escuchar el ruido de la nación a la hora que se nos está cayendo, a la hora que la globalización (monstruo depredador) se traga a la identidad de los pueblos. El libro del maestro Fidel me permitió reflexionar en el papel fundamental del maestro en su labor infinita de ser dique, de ser muro, para evitar la caída de nuestro endeble concepto de nación. El libro del maestro Fidel me permitió revalorar el concepto de autenticidad como un elemento sustantivo en la preservación de identidad de pueblos indígenas; asimismo, me permitió ahondar en los orígenes del nacionalismo mexicano, para entender que la patria es una en el mundo.
“El ruido de las cosas al caer” puede referirse a la caída de la patria, pero también puede significar el derrumbe estruendoso de ese monstruo llamado globalización y la esperanza de un México más igualitario. Y en este proceso de transformación, me queda claro con este libro, el profesor mexicano es el eje fundamental.
Gracias, maestro Fidel, por permitirme reflexionar en esta triada de valores. Gracias. Un aplauso para usted.

sábado, 25 de agosto de 2018

CARTA A MARIANA, PORQUE NADA ES PARA SIEMPRE




Querida Mariana: Hay un letrero clásico que ronda por objetos viejos: “Como te ves me vi, como me ves te verás”, un poco como para decir que todo se erosiona, se oxida. Las llantas de esta fotografía alguna vez estuvieron en un auto; las puertas, alguna vez fueron elemento de residencias.
El tío Eusebio, cuando ya andaba cascabeleando decía, con voz afectuosa: “Ya estoy un poco desgastadito”, y buscaba el apoyo de un bastón para cruzar el patio, desde su recámara hasta la sala, que estaba en el corredor de enfrente. Esta travesía era muy tardada, como si el tío cruzara el canal de Suez, daba pasos lentos, como si tanteara la resistencia del terreno donde iba a colocar el pie. Tardaba en llegar, pero ¡llegaba!
También, a cada rato, asoma la sentencia definitiva que dice que “La vida es un instante”. Es cierto. Vos no lo percibís, porque los jóvenes no piensan en ello. Los jóvenes (¡bendito Dios!) disfrutan el momento y ven el porvenir a una distancia de miles de años luz. Pero lo cierto es que la vida es un suspiro, apenas llegás a la esquina y a la vuelta ya está el tope final. Pero, ¿cómo?, si apenas ayer éramos niños, si apenas ayer trepábamos por las bardas para subir a los árboles a cortar jocotes. Apenas ayer, abrazados, los integrantes de la palomilla íbamos al sitio de la casa de Mario y fumábamos un cigarro tras otro, para que la cajetilla se acabara pronto y no nos cacharan los papás; apenas ayer, en la madrugada, salíamos del Club de Leones, columpiándonos por los tragos que habíamos tomado; apenas ayer, nos separábamos, porque algunos de nosotros viajamos a la Ciudad de México para estudiar en la UNAM; apenas ayer, en una noche pletórica de estrellas, les dijimos a nuestras muchachas bonitas que queríamos compartir el resto de la vida con ellas; y fue apenas ayer que nacieron los hijos, que los llevamos al parque para que aprendieran a montar bicicleta; y apenas fue ayer cuando esos niños dejaron de correr en los patios y también ellos, ¡ay, de qué se trata!, crecieron y se fueron y nos quedamos solos.
El otro día vi una entrevista que le hicieron a Jane Fonda, una destacada actriz de Hollywood que viene de un padre también artista: Henry Fonda. No me sorprendió verla llena de vitalidad, porque ella, desde siempre, ha sido practicante de los aeróbics y de la buena alimentación. Ella ya tiene más de setenta años. Lo que sí me sorprendió fue su punto de vista respecto de la vida, ella dijo que hemos crecido con una idea equivocada, siempre nos han enseñado que llega un momento en que la vida comienza a declinar. Entonces, la figura que forma esta concepción de vida es como una campana, en la que el niño, el joven y el adulto ascienden hasta cierto momento en que todo comienza a ir hacia abajo. Vos que le entendés bien a la matemática dirás que es como un movimiento de parábola en el cual llega el momento que el proyectil enviado hacia arriba comienza a declinar. ¡Pues no!, dice Jane, ¡no! La vida no debe ser vista con tal imagen. Jane dice que la vida es un ascenso permanente y que la vejez no es otra cosa que la plenitud de llegar a la cima. ¿Mirás? A mí me gustó esa imagen. Es mucho más positiva que la primera. La de la parábola envía mensajes de decrepitud; por el contrario, la imagen de Jane es un mensaje optimista, en el que la vejez no es signo de derrumbe, sino símbolo de plenitud en la que el viejo corona toda una vida de esfuerzos.
La visión del tío Eusebio no era tan sabia como la de Jane, pero a mí me gustaba su visión del mundo, decía que ya estaba un poco desgastadito. Todos los cuerpos y objetos se desgastan. Si digo que hasta las piedras se desgastan con eso digo todo. Pero el tío se trataba con afecto, era mero comiteco, el desgaste lo trataba con un diminutivo, con lo que le quitaba solemnidad al desgaste natural del cuerpo.
¿Qué pasa con las ciudades? Bueno, lo mismo, los edificios y casas y templos y plazas se desgastan con el paso del tiempo. No obstante, las ciudades tienen un certificado de No Caducidad que, cuando es bien empleado, da brillo a lo antiguo, como si fuese de esas esculturas que se ven más bellas cuando se cubren con la pátina de los años. Miguel me dijo que cuando fue a Venecia pensó que caminaba por una ciudad creada en el siglo XX. Le pregunté si me estaba tomando el pelo y dijo que no, que la misma sensación había tenido estando en la Plaza de la Concordia en París. Ahí, frente a él tenía edificios que tenían quién sabe cuántos años de construidos y sin embargo, como las calles estaban llenas de personas y de autos y de motocicletas no se apreciaba que París estuviera “desgastadita”. Hay ciudades (nos dicen los viajeros) que a pesar de que tienen siglos se conservan muy bien. A veces entro al google maps y “viajo” a Venecia y camino a la orilla de sus canales y cruzo el puente que construyó Calatrava, ese famoso arquitecto español del siglo XX que colocó un alfil luminoso en una ciudad del siglo XIV, un puente que respeta el entorno, que casi no se nota, que deja visible toda la grandeza de aquella ciudad. Lo mismo pasa cuando “viajo” por París y voy al Museo del Louvre y me topo con esa grandeza arquitectónica que levantó Pei, arquitecto japonés, en el patio central y que es una pirámide de cristal que, de igual manera, se integra al ambiente con una naturalidad diáfana. Es entonces cuando recuerdo mis clases de arquitectura en la Universidad del Valle de México, plantel San Rafael, cuando, en una clase de mi maestra Miriam, descubrí el genio de Frank Lloyd Wright, con la residencia Kaufmann, que es más conocida como la Casa de la Cascada. ¡Ah, el genio de la humanidad!
Para noviembre esperamos los resultados del Premio Obras CEMEX 2018, concurso en el que, en la categoría de Espacio Colectivo, fue elegida la obra que está en CULTURALIA, y que es diseño de los arquitectos e ingenieros comitecos del GRUPO ALTOVA. Esta obra, de igual manera que los ejemplos dados, tiene la particularidad de integrarse de manera natural al espacio.
¿Por qué me refiero a esta obra? Porque es ejemplo de cómo en una ciudad de siglos, como es la nuestra, puede insertarse una obra contemporánea que no rompe con la armonía de una ciudad centenaria.
¿Está desgastada nuestra ciudad? Sí, por desgracia. Pero el desgaste es reciente y no es propiciado por el paso del tiempo, ni por la mano del hombre, sino por la pezuña de algunas bestias que no aman a nuestra ciudad. Hay casas que están cayéndose, pero no son tantas; son más las casas “modernas” que acusan un deterioro ambiental propiciado por una falta de regulación urbana.
Y si digo que los directivos del grupo ALTOVA van en la misma dirección de los arquitectos respetuosos del entorno, es porque, también, el desgaste de nuestra ciudad comenzó cuando, en los años sesenta y setenta, regresaron estudiantes que, ya convertidos en profesionales de la arquitectura, olvidaron la historia urbana y demolieron lo anterior para edificar lo nuevo, lo chic. Ni siquiera hicieron uso de los materiales de la región, ¡no!, irónicamente se trataba de demostrar que Comitán debía insertarse en la modernidad y se pensó que el camino era el injerto de lo más reciente. Así fue como, sólo como un ejemplo, los pisos ya no tuvieron los mosaicos tradicionales que se hacían en talleres artesanales de Comitán (menciono sólo dos: el taller de don Augusto Caralampio García y el taller de don Enrique Cancino). Los pisos de nuestras casas fueron de losetas de las grandes empresas de la Ciudad de México. Con ello se perdió parte de nuestra identidad y la carencia de demanda propició que tales talleres se cerraran. El otro día me dio gusto entrar al café “Central”, frente al parque Benito Juárez, y ver que, en la reciente remodelación, los propietarios optaron por colocar mosaicos tradicionales en el piso.
¿Por qué se desgastan las ciudades? Por falta de mantenimiento y por exceso de modernidad. El viaje más reciente que hice a la Ciudad de México me dejó impresionado, en forma negativa. Transitar por debajo del segundo piso del periférico fue una experiencia traumática. No dudo en decir que aquella ciudad está desgastadísima. No descubro el hilo negro, la Ciudad de México es una ciudad inhabitable. Comitán aún no llega a tales niveles. Ojalá nunca llegue a tal despropósito.
Un amigo urbanista me dijo que existe el término Ciudades Humanizadas, que son aquellas que privilegian la sana convivencia, que reconocen que la prioridad de una sociedad es el hombre y no el auto. Estas ciudades humanizadas no muestran desgaste, porque siempre están siendo atendidas para beneficio de la colectividad. Comitán debería tender a ser una de estas ciudades, debería ser un lugar donde las banquetas sean para que los peatones caminen con tranquilidad y no con obstáculos en el paso y con el riesgo de fractura por el peligro de la laja.
Posdata: Los comitecos viejos decimos que “Comitán ya no es lo que era”, apenas nos dimos la vuelta y ahora vemos que es una ciudad muy desgastada, una ciudad que, en momentos (¡qué pena!) parece una colonia proletaria de la Ciudad de México. No es justo que eso suceda y que continúe la devastación moral. ¡No! Ojalá que las nuevas autoridades tengan especialistas en materia urbana para que den orden y terminen con el caos.

viernes, 24 de agosto de 2018

DEFINICIÓN DE CULTURA




El término es confuso. Muchas personas lo emplean, como si fuera veneno, para espantar a las ratas intelectuales. Es tan confuso el término que en Chiapas hay un instituto gubernamental que se llama Consejo Estatal para las culturas y las artes, como si estas últimas no pertenecieran a las primeras. ¿Cuáles son las culturas de las que habla este Consejo?
Es tan confuso el término que muchos hablantes lo enredan con el término educación y ahí andan por todos lados diciendo que nos falta cultura vial, cuando lo que hace falta en Chiapas (y en muchos lugares polvorientos del tercer mundo) es educación vial.
En algún momento fui designado como director de cultura del ayuntamiento comiteco. Dos o tres personas acudieron a mi oficina para que les extendiera permisos para talar árboles. La primera vez no entendí, luego comprendí que había una confusión (una más). En el ayuntamiento había una dependencia que tenía el nombre de “Cultura Ambiental”. Ah, pensé, tal vez me hubiese gustado cambiar de dirección, eso de cultura ambiental sonaba como a ser experto en armar buenos ambientes, buenos reventones. ¡No! En realidad se trataba de una dependencia que tenía que ver con el medio ambiente.
¿Cultura? ¿Con qué se come? Si alguien dice que el maestro Enrique es un hombre culto debemos entender que se refiere a que su capacidad intelectual es soberbia, que es un hombre que posee muchos conocimientos en diversas materias. Octavio Paz era un hombre culto. ¿Quién puede poner en duda esta última sentencia? Bueno, pues resulta que, en términos reales, el famoso Octavio Paz era un hombre inculto, porque no sabía nada de electrónica; es decir, si alguien hace caso al ejemplo anterior podrá colegir que no existe, en ninguna parte del mundo, un hombre culto, porque nadie posee todo el conocimiento mundial (para ser congruente no escribo conocimiento universal, como muchos sí lo hacen).
Digo que es un término confuso y no sé bien a bien si la confusión sólo está en mi mente, porque veo que la mayoría de personas emplea el término sin ningún asomo de duda. La mayoría piensa que la cultura es esa botarga que siempre está haciendo sus pantomimas en las salas de concierto, en los museos, en las galerías, en los teatros, en las bibliotecas. Si alguien (fuera del círculo de selectos) se atreve a sugerir que la cultura también está trepada en los estantes de los mercados y en las barras de las pulquerías, de inmediato es visto con ojos de cilindro mal armado.
Dije que si creemos en la definición de diccionario, no existe persona en el mundo que pueda asumirse poseedora de la cultura mundial; pero si la cultura la extendemos en su sentido antropológico y decimos que cultura es todo lo que hace el ser humano, entonces el término toma aire, se vuelve un papalote gracioso, sin la pedantería de aquellas personas que caminan como pavo reales en salón de candiles de oro, porque así imaginan que deben caminar los cultos, cultísimos.
La cultura, en la última acepción se convierte entonces en el pan nuestro de cada día y cada vez que el ser humano realiza algo está haciendo cultura, sembrando cultura, cultivando su espíritu, porque he visto a un señor que se hincó en piso de aserrín y olió la silla hecha con madera de cedro y repasó su mano, una y otra vez, comprobando la perfección de la talla hecha por el carpintero; y he visto a una niña maravillada, casi casi como si estuviese frente al cuadro de la Gioconda, cuando un primo de ella le puso en la mano una piedrita que tenía la forma de sapito. Cuando el término cultura se expande como un globo azul, entonces puedo decir que comienzo a apreciar la palabra y escucho que suena como cascabel.

jueves, 23 de agosto de 2018

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA




Para los que sueñan con Uber, el servicio de transporte particular, acá les decimos por qué en Chiapas no hay tal servicio.
Los chiapanecos crecemos con la marimba y bebiendo pozol. Sabemos que las tradiciones son ricas en elementos culturales y ellas nos otorgan identidad.
Bueno, pues de igual manera, puede decirse que los chiapanecos crecemos con el servicio de taxis regular, que nada tiene que ver con el servicio de Uber, porque Uber está como en nado de Chiapa de Corzo a la Presa de Chicoasén; es decir, está más cerca ir de la Tierra a la luna.
Quienes han tenido la dicha de subir a un taxi Uber saben que lo normal es recibir un servicio distinguido, a pesar de que los conductores son particulares. El usuario pide el servicio desde su celular, elige el auto y el taxista; puede ver en pantalla el movimiento del taxi que lo atenderá. El precio es descontado de su tarjeta (de crédito o de débito). El interior del auto está impecable, el auto, por supuesto, es de modelo recentísimo. El conductor, por lo regular, pone música clásica o jazz o música selecta, en un volumen moderado; jamás, jamás, se mete en conversaciones de sus usuarios.
Para completar la descripción de la fotografía que acá se muestra, diré que el conductor lleva puesto el cinturón de seguridad, protocolo de seguridad que también realizan los usuarios.
¿Qué se aprecia en la fotografía? Al conductor de un taxi chiapaneco (comiteco, para más señas) que utiliza el cinturón de seguridad para detener el asiento que, sin duda, sin tal aditamento se hace para atrás hasta chocar con el asiento posterior.
¿En dónde se ha visto tal absurdo? Ya se dijo, en un taxi comiteco, y es que (también ya se dijo) los taxistas siguen la tradición con la que los chiapanecos hemos crecido. Los chiapanecos hemos crecido usando taxis que son modelos viejísimos. Por favor, que a ningún taxista se le ocurra destinar una nueva unidad para el servicio. “No, jefecito, ¿cómo cree? La gente es bien cochina. Los niños suben comiendo nieves o pizzas. Dejan todo un cochinero. A veces, los adultos fuman y queman la carpeta de los asientos o suben borrachos y vomitan todo el carro. Yo les digo que bajen la ventanilla y que saquen la cabeza, pero cuando la sacan ya mancharon toda la alfombra del piso. Y no sé, jefecito, si a usted le ha tocado una vomitada, apesta peor que la caca”. Y mientras lo platica yo veo que la manigueta para subir y bajar el cristal de la ventana lateral no funciona. ¿Cómo quiere que el borracho baje el cristal y saque la cabeza para vomitar?
“No, jefecito, ¿cómo cree? A veces nos toca una familia con siete, el papá, la mamá, la suegra y cuatro chilpayates. Ah, no sé cómo le hacemos para que quepan todos. ¿Mande? Sí, pues, le digo, los niños suben los pies a los asientos. ¡No! ¿Unidad nueva? Ni pensarlo. Le digo que la gente es bien puerca. No está usted para saberlo, ni yo para contarlo, porque es algo de cerdos, pero una vez una muchacha subió, yo sentía un tufo bien raro, cuando se bajó miré que había manchado el asiento, ¡ah!, la muy canija estaba en sus días. Ni toallas usan ahora estas muchachas liberadas.” Mientras lo cuenta yo le pido si puede bajar el volumen del audio y le pregunto por qué obliga a sus usuarios a escuchar la música que él prefiere. “Pues para que estén contentos en el viaje. Con tanto coche, ahora el tráfico es insoportable, a cada rato recibimos carretadas de humo de los camiones que el gobierno no controla, porque, mire, mire, la gran humareda que hacen. Los deberían multar, pero los de vialidad no hacen su trabajo, sólo se dedican a extorsionarnos.”
Y cuando le pregunto por qué no manda a componer su asiento, para que pueda usar el cinturón de seguridad como debe ser. ¿Qué no ve que arriesga su vida? ¿No ve que usa el broche que corresponde al cinturón del usuario? “No, jefecito, no tengo tiempo. ¿No ve que todo el día andamos buscando la chuleta? Además, el carro no es mío. Ya le dije al jefe, pero él no hace nada por apoyarnos. Tuve que ingeniármelas para que el asiento no se fuera para atrás”.
En lo dicho. Los chiapanecos hemos crecido con este tipo de servicio y los taxistas hacen todo lo posible para que la tradición no se pierda. ¿Uber en Chiapas? ¡Ni pensarlo! ¿No ve que los usuarios son bien cochinos? Han crecido con este tipo de autos, maltrechos, con llantas que (como dicen los clásicos) se ponchan con el piquete de un zancudo, escuchando música de banda y baladas de Arjona, porque según el taxista comiteco, era como un plus para que yo viajara contento.
Nos hemos acostumbrado a arriesgar la vida en cada subida, porque ellos manejan como si estuvieran en un circuito de autos de carrera, porque (crecimos con esa idea) ellos, los taxistas, tienen que ir corriendo como locos porque deben alcanzar la cuota que deben pagar al patrón e incrementar el sobrante, porque es la chuleta que les corresponde a ellos.
Así hemos crecido. ¿Uber en Chiapas? Imposible. Los usuarios somos bien cochinos, así lo aseguró el taxista.
En una ocasión subí a un taxi, me senté en el asiento posterior y (ay, pobre iluso) busqué el cinturón de seguridad, como no lo hallé sobre la superficie, pensé que debía estar escondido en un pliegue, metí la mano y sentí algo horripilante que se movía sobre mis dedos, saqué la mano de inmediato y vi, con asco, que era una cucaracha. Le dije al automovilista y él me contestó, riendo: “Es para que no extrañen la cocina de la casa” y siguió manejando tan campante. Así hemos crecido.

miércoles, 22 de agosto de 2018

MANUMISSIO




La Casa Museo Dr. Belisario Domínguez y la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar extendieron la invitación para asistir a la presentación de la novela “Manumissio. Una historia de amor, pasión y trata”, de Andrés Alfonso Ramírez. Dicho acto se realizó la tarde del dieciocho de agosto, a las seis de la tarde.
Los comentarios estuvieron a cargo de la licenciada Ana Candelaria Gómez Penagos, del doctor Andrés Alfonso Ramírez y de un servidor. Paso copia del textillo que leí.
Buenas tardes.
La novela de Andrés Alfonso Ramírez que hoy presentamos tiene el título exacto para que los lectores sepan qué hallarán en su interior: Una historia de amor, pasión y trata; es decir, la síntesis de las pasiones humanas en los dos extremos, en uno donde está el afecto del amor puro y en otro donde se agazapa la miseria y la brutalidad de la esclavitud sexual.
El texto de contraportada es certero, en unas líneas dice: “La historia que transcurre en Panamá, Costa Rica y Guatemala, pone al desnudo las complejidades de la trata como forma contemporánea de la esclavitud en pleno siglo”. ¿Ven? La novela entra a una grieta en la que, por lo regular no nos acercamos, pero que es una constante en esta región. Recordemos que Chiapas es un estado que ha sido nombrado como “La puerta al sur”; es decir, la entrada del corredor donde el trasiego de Centroamérica se da en forma frecuente.
Sé que, ya en este instante, hay lectores que están levantando la mano para adquirir la novela de Andrés y acercarse, a través de su mirada, a esa historia donde están las luces y las sombras de la condición humana.
No trataré más el tema. Diré que en la lectura hallé más elementos para analizar. El que ahora privilegio es uno que también está íntimamente ligado con nuestra capacidad de resistencia: El lenguaje.
En la primera novela breve que escribió el afamado escritor español Enrique Vila-Matas aparece como elemento fundamental el ritmo del lenguaje. Vila-Matas realiza un ejercicio de vanguardia, en el que se deshace de puntos y de puntos y aparte. Lo mismo sucede con una novela de José Saramago. Ambos escritores nos recuerdan que, antes que todo, la literatura es lenguaje. En los dos casos que menciono, los lectores debemos ir con mucho cuidado. Saramago decía que debíamos imaginar una carretera sin señalamientos viales, los conductores, insistía, debían conducir con mucha precaución.
La novela de Andrés no entra en estos ejercicios vanguardistas, pero sí incluye la esencia del lenguaje; es decir, el habla de todos los días de las personas de a pie. En el texto existen diálogos que nos dan perfecta cuenta de que los personajes son centroamericanos y ahí hallamos modismos y regionalismos. El primero de ellos es el voseo, voseo que es característico del habla de esta región del mundo, incluido, por supuesto, nuestro pueblo.
En ello advierto un movimiento de resistencia, un sólido muro para caer presa de una explotación lingüística.
Si su novela trata acerca de la trata sexual también trata del fenómeno de dependencia cultural. La única manera de hacer contrapeso a la aculturación desmedida es fomentando el uso de nuestras variedades dialectales.
Los personajes de Andrés hablan con el orgullo del timbre de la región centroamericana. Pienso que acá tenemos una gran lección: nuestros pueblos deben reforzar ese bagaje cultural. Andrés nos hereda una gran lección: los escritores de esta región del mundo deben escribir con las palabras con las que nuestros ancestros sembraron nuestros más altos árboles.
Los personajes de la novela de Andrés usan el voseo, porque éste es uno de los pilares en que se funda nuestra unicidad. ¿Imaginan que todos nuestros pueblos hablaran con el tono y el ritmo de los demás pueblos? Perderíamos identidad.
Pero no sólo el voseo está presente en esta historia, también está presente el caló, que es una jerga especial que sólo dominan los involucrados en grupos especiales. Este caliche no es más que la certeza de que el lenguaje es un elemento vivo, que, en muchas ocasiones, se aparta de los salones exquisitos, donde los académicos dictan las normas del buen decir.
La inclusión de estos elementos en la novela de Andrés le da un brillo especial. Son elementos que la llenan de vida, que nos dicen que el deber de un escritor va más allá de la narración de una historia, que en este caso es una novela que nos da a conocer un cristal roto del gran ventanal de la miseria humana. El escritor debe entregar a sus lectores esos mínimos gajos que son muestra de rebeldía. La lengua que se habla en la calle, en la plaza, en el café o el burdel es muy diferente de la que se habla en los grandes salones del poder. Acá, en la novela de Andrés, hallamos una historia que se forma en el fango de los prostíbulos y en la oscuridad del callejón absurdo. La literatura no sólo expone casos sociales, también es el resguardo de nuestros tesoros lingüísticos, es la muestra de que la gente de a pie encuentra, a través de la palabra, resquicios donde expone su lucha contra la explotación en todos los sentidos.
Para que tengan una idea más cercana de lo que digo, me permitiré leer un párrafo de ese lenguaje que está lleno de palabras que se saltan las bardas del decir exquisito:
“Una tarde, ya en horas pardas, en que no se sabe si es de día o si es de noche, Luis estaba bebiendo en la cantina con Alfonso, un viejo expatrón y amigo suyo de ochenta años, con el que había trabajado un año atrás como ayudante en su taller mecánico. Después de un rato, Alfonso se atrevió a decirle:
―Te voy a comentar una cocoa, nomás pa que sepas, no es por bochinche, ya sabes que a mí no me gusta vidajenear; tú sabrás si te metes o no, ese es asunto tuyo. Hace una semana fui al lupanar a ver pelas y vi a Luz, la hija de tu mujer. Yo ya estoy muy viejo, voy de vez en cuando a esos lugares, solo, nomás a divertirme; nunca fui rejero, ni cuando buai. Tomo un par de chupes, miro muchachas, me pongo un poco arrecho y las invito nomás de puro grubeo, para conversar un rato, les invito dos o tres copas, se ganan su comisión y las dejo ir. A Luz la tienen medio escondida porque está muy polla (…) Ella me contó que Pedro la metió a trabajar en ese lugar y que la trata mal, que la explota, porque él se lleva las dos terceras partes de lo que gana y cuando protesta le pega. Yo no quiero flintín con ese man, es un rambulero, pero creo que esta situación es un vale cebo”.
¿Ven? La literatura está llena de estos guiños, de estos elementos que nos hablan de la vitalidad de la lengua. La novela de Andrés está llena de estos guiños, que son una lección permanente para los escritores de esta región del mundo.
Gracias.

martes, 21 de agosto de 2018

DÍA DE FÚTBOL




Este es un relato triste. Yo tenía cinco o seis años. Mi abuelo me invitó al fútbol. ¡Iría al estadio! Pasó por mí un domingo. Yo había desayunado tamales y chocolate. El sol presagiaba un día luminoso, porque el patio de la casa estaba radiante. Mi mamá regaba los helechos del corredor. Cuando el abuelo llegó, mi mamá dijo que me apurara. Mi abuelo, quien era severo y pocas veces tenía rasgos afectuosos, con su voz de lobo dijo que llevara una gorra, porque haría mucho calor. Así era, en cuanto salimos a la calle sentí el mismo calor que salía del horno cuando mi mamá hacía pan.
Pensé que subiríamos al camión urbano. ¡No! Desde casa caminamos cinco o seis cuadras, el tramo que nos separaba de la carretera principal. Llegando a la carretera caminamos muchas cuadras más, muchas más, hasta llegar al estadio. Mi abuelo metió la mano a la bolsa de su pantalón, sacó un billete y pidió dos entradas. El hombre, con pants, dijo que estaba completo. Mi abuelo dijo que no, que no estaba completo, ¿qué no veía que yo era un niño? La entrada era: ¡un adulto y un niño! El hombre de pants tomó una moneda de una bolsa de plástico y se la dio a mi abuelo. Siempre hay que estar muy abusado con estos rateros, me dijo y agregó: Esta es tu primera lección del día.
Caminamos hasta donde estaban las tribunas. Era una estructura de madera, como la de un circo pobre. Mientras caminábamos yo veía que la tribuna no sólo era pobre, sino que estaba poco frecuentada, acá y allá se veían pocos aficionados; conforme nos acercamos pude ver a los contados espectadores: uno de ellos leía el periódico deportivo ESTO. Las tribunas eran bancas corridas. Yo había visto juegos en la televisión, había visto estadios cuyas tribunas le daban la vuelta completa a la cancha; había visto tribunas llenas de aficionados con banderas, silbatos, matracas, cerveza en mano, que se paraban emocionados cada vez que el balón estaba cerca de alguna portería. Acá una señora, en un extremo, tejía (tal vez era esposa de algún jugador); otro niño, hincado sobre una tabla, jugaba carritos, dando la espalda a la cancha, donde, minutos después comenzaría el encuentro. Mi abuelo y yo nos sentamos a mitad de la tribuna, en la cuarta grada de abajo hacia arriba (que era la misma cuarta grada si se contaba de arriba hacia abajo). Al sentarme sentí que la banca estaba húmeda, a pesar de que el sol nos pegaba de frente. En ese tiempo no calculaba mis emociones, por lo tanto bajé una de mis manos y toqué la madera mojada, luego me llevé los dedos a la nariz y comprobé lo que pensaba: olía a orines. Le dije a mi abuelo que nos sentáramos en la grada de arriba, pero él se opuso. Dijo que él había elegido ese lugar, porque era el mejor para ver el partido.
Los equipos salieron a la cancha. Los jugadores alzaron los brazos a manera de saludo. Nadie de la tribuna tuvo alguna reacción, salvo la mujer del tejido que dejó éste sobre la banca y aplaudió. Todos volteamos a verla, ella nos vio y dejó de aplaudir, volvió a tomar su tejido y se olvidó de lo que en la cancha estaba sucediendo. El viejo del periódico lo bajó tantito, husmeó por encima y volvió a enfrascarse en la lectura. Un muchacho que cargaba un palo con algodones de azúcar ensartados se acercó hasta donde estábamos mi abuelo y yo y ofreció los algodones de color azul y rosa. Mi abuelo le dijo que no molestara, que no compraríamos nada, y en cuanto el muchacho se fue me dijo: Siempre hay que estar abusado con los que nos quieren tomar el pelo, y agregó: Esta es otra lección, y siguió viendo el partido que se desarrollaba abajo. El partido estaba aburrido. Los jugadores parecían demasiado cansados (hacía tanto calor), cuando el balón les llegaba a los pies trataban de dar el pase lo más pronto posible, lo pateaban como si fuera un ratón del que había que deshacerse para que no entrara a la casa; lo mismo sucedía con el que recibía el balón. Tal premura hacía que el jugador se equivocara y diera el balón a un contrario y éste hacía lo mismo que su contrincante y así se pasaron todo el primer tiempo, hasta que el árbitro pitó. Yo vi las caras de los veintidós jugadores, les vi cara de “¿No es el final? ¿Todavía tenemos que regresar a la cancha?”. Los jugadores y el árbitro y su ayudante entraron a los vestidores. Nosotros nos quedamos en la misma posición. El viejo del periódico dormitaba, el niño seguía jugando sus carritos, la mujer tejía y el muchacho de los algodones se había sentado y mantenía el palo con los algodones como si fuera un asta de bandera en el patio de la escuela. Mi abuelo me preguntó si necesitaba ir al baño. Dije que no. Él se levantó y dijo que iría a orinar. Lo vi bajar las gradas y caminar hacia un extremo de la tribuna. Caminaba cansado, con el mismo cansancio de los jugadores. Me quedé solo, vi hacia todos lados. Sentí una desolación como jamás lo había sentido. Era domingo. Pensé que era uno de los domingos más tristes de mi vida. Me paré, quise bajar a la cancha y jugar con el balón que estaba en la línea y que ahí había dejado el árbitro, pero intuí que mi abuelo me regañaría. Volví a sentarme y esperé que mi abuelo regresara. Los jugadores volvieron a la cancha y comenzó el segundo periodo. Mi abuelo no regresaba. Bajé las gradas y le pregunté al muchacho en dónde estaban los baños, con su mano derecha me indicó. Fui a la parte trasera de la tribuna. Ahí encontré a mi abuelo, sentado en una piedra. Cuando me vio se paró y dijo que ya nos iríamos. Estos jugadores son muy malos, dijo, y agregó: Nunca dejes que un mal partido eche a perder un buen domingo. Metió la mano en su bolsa y me dio el cambio que había recibido en la entrada y me dijo que comprara un algodón. Corrí a la tribuna y pedí un algodón azul. Alcancé a mi abuelo. Lo notaba cansado. Cuando caminábamos hacia la salida oí aplausos, volví la mirada y vi que los jugadores de un equipo se abrazaban y la mujer del tejido, parada sobre la tribuna, aplaudía. Pensé que nos habíamos perdido el gol.
Cuando salimos del estadio, mi abuelo le hizo parada a un taxi y subimos al asiento posterior. El asiento quemaba. Al chofer le dictó la dirección de la casa y repitió: Nunca dejes que un mal partido eche a perder un buen domingo, y yo pensé que esa era mi tercera lección. Mi abuelo subió el cristal de la ventanilla y dijo que comiera mi algodón. Yo lo saqué de la bolsa y corté gajos y los llevé a mi boca donde se deshicieron como si fueran de aire.

lunes, 20 de agosto de 2018

CARTA A MARIANA, CON UNA PÁGINA ABIERTA




Querida Mariana: La lectura es un acto de libertad. Así lo han manifestado los grandes pensadores, escritores y lectores de todos los tiempos.
Dos o tres amigos han criticado el hecho de que en mi cátedra ¡jamás obligo a algún alumno a leer! ¿Cómo -dicen- tus alumnos se apropiarán del conocimiento?
Prefiero el sutil contagio. Siempre he pensado que en las calles del mundo es bueno aplicar la técnica “Sala de espera del dentista”. El ejemplo no es el mejor, pero se acerca mucho a lo que debería hacerse para contagiar el gusto por la lectura.
En la sala de espera del dentista siempre (bueno, casi siempre) hay una mesita que tiene revistas, para que el paciente (antes que se pare “frente al pelotón de fusilamiento”) entretenga su espera. Y digo que no es el mejor ejemplo, porque quien tiene el cachete como balón de fútbol, por una severa infección, no tiene gana de leer, sino de pasar al consultorio, para que el dentista le calme el dolor indecible.
Yo vi (antes de la llegada del celular) que las personas tomaban una revista y le daban una hojeada antes de pasar con el dentista. Pienso que es la mejor técnica para acercarse a la lectura, para ejercer el sublime acto libertario.
En un corredor de la Casa de la Cultura, Luis Armando, su director, colocó un mueble donde hay libros, para que quien lo desee pueda tomar uno y darle una hojeada.
Yo me caigo mal, porque como el gusto por la lectura rebasa la norma, siempre que veo un libro sobre una mesa me escuece el ánimo por tomarlo y darle una “escaneada”. Pero, a veces, estoy en lugares que no son públicos. Es una falta de respeto tomar algo que no es suyo. Hace años estuve sentado frente a un presidente municipal de mi pueblo y apenas lo saludé vi que tenía un libro hermoso sobre su escritorio. Desde ese instante mi atención desvió su discurso. Toda mi emoción estaba colocada en la pasta del libro. ¿Qué libro era? ¿Podía pedirle que me diera permiso para darle una hojeada? Pensé que él no había comprado el libro, alguien se lo había obsequiado, y jamás lo iba a leer. ¡Jamás! Los presidentes no leen (¿es necesario recordar el caso patético de Peña Nieto?), y no lo hacen porque, imagino, la agenda republicana es tan demandante, que antes que leer un poema es preciso resolver si se construye o no el nuevo aeropuerto. El presidente de mi pueblo, que a final de cuentas no era un tonto, vio que mi rostro se había iluminado al ver el libro y que poco caso le estaba haciendo a su plática. Alargó el brazo izquierdo, tomó el libro y me lo dio. “Sé que en tus manos estará mejor”, dijo y esperó que mi emoción se extendiera como la flor de una planta carnívora. Yo balbuceé un tímido gracias. Dejé el libro cerca de mi mano derecha, bajé la cortina de la emoción y puse atención a lo que el presidente me indicaba.
Chucho me preguntó alguna vez, al saber de mi desmedido interés por los libros, si alguna vez había robado alguno. No recuerdo haberlo hecho. He aprendido que, como en el caso que te conté, los libros llegan a mí por los caminos más inescrutables. Siempre que he visitado a Socorrito Trejo, en las diversas oficinas por donde ha pasado, ella se levanta, me abraza, me dice, Alex, qué bueno verte, y se para frente al librero y comienza a sacar libros para obsequiármelos. Siempre ha sido así. Muchos otros amigos también son generosos y me regalan libros. El gran escritor chileno Roberto Bolaño contaba que él sí tenía la costumbre de “extraer” libros de las librerías en la Ciudad de México.
A lo más que llega mi desmedida afición es a mirar con perversa obsesión los libros que están en manos de muchachas bonitas. Imaginemos que camino por el parque central, voy viendo a los boleros, a los que beben cerveza en los restaurantes del andador, a los muchachos que buscan las pecas que tienen sus muchachas en los cuellos (zona erógena especial) y de pronto, así sin más aviso, una luz, como la que dicen se le apareció a Moisés cuando subió al monte Sinaí, brilla desde una banca. ¡Ahí está una muchacha bonita con un libro en las manos! Ahí se acaba mi ruta. Si tenía cita con alguien importante, la cita se convierte en el acto más trivial. Me acerco a la muchacha, procuro sentarme frente a ella y, como si fuera un ratón frente al queso, ladeo mi cabeza intentando descubrir el título del libro que ella lee. Pensarás que soy el clásico hipócrita. ¡No! No es un mero pretexto para ver a la chica. ¡No! Porque si así fuera, viviría en el parque, sentado frente a las muchachas bonitas. Esto que cuento sólo ocurre cuando la chica tiene un libro en las manos; es decir, lo que funciona como imán es el libro. ¡Claro! En el intento de descubrir el título, mi mirada, como ave tierna, se posa de vez en vez en la pista de sus muslos o en las sublimes montañas de su pecho, cosa que ha hecho que, más de diez veces, las chicas cierren el libro y se levanten molestas (una de ellas se acercó, muy enojada, y me dijo: ¡Viejo pendejo, morboso! Yo me cubrí la cara porque pensé que ella me lanzaría una bofetada, pero no lo hizo. Al final vi que sonreía). Cuando las chicas piensan que mi insistente mirada es para ver sus encantos físicos, no he logrado ver el título del libro y esto me provoca cierta desazón, cierto ánimo de frustración.
Posdata: Ya los sabios lo han dicho, la lectura es uno de los más excelsos actos de libertad. El lector, sin que nadie lo obligue, toma un libro, lo abre y lo lee. Puede, incluso, aventarlo muy lejos, mandarlo a volar.
En este país debería haber más mesas en lugares públicos, con bellos libros ilustrados, para que los niños se acercaran y descubrieran la esencia de la libertad.
Para acercarse a la lectura, nadie debe obligar a tomar un libro. ¡No! La lectura es el acto más bello de la libertad. Todo mundo debe acercarse por gusto, con emoción, y abrir un libro para sentir qué siente la nube en el aire.

sábado, 18 de agosto de 2018

CARTA A MARIANA, CON PANTALLA DE CRISTAL LÍQUIDO




Querida Mariana: Hay términos que no comprendo. El otro día, Juan me dijo que la pantalla de su televisor es LCD. No supe qué significa tal sigla. Casi estuve a punto de confundirla con LSD.
Hace años sabía lo que era el LSD (una droga alucinógena). Lo sabía porque tuve un amigo (le llamemos Z) que le entraba con fe y pasión (bueno, con pasón). Una vez, en el barrio de La Cruz Grande estacionó su auto, sacó algo como un terrón de azúcar y comenzó a chuparlo. Luego supe que era droga, era LSD. Esa tarde leímos “Tarumba”, de Sabines. Creo que él acabó más tarumbeado que yo. Cuando oí que la pantalla del televisor de Juan es LCD asocié ambas siglas y pensé que la televisión también emite imágenes alucinantes. El LSD y la LCD nos permiten hacer viajes, en el tiempo y en el espacio. Claro, si sometemos a debate la pregunta de cuál tipo de viaje es menos peligroso, ganará la opción de la LCD; aunque la otra opción, decía mi amigo, era más intensa, porque al consumirla miraba sonidos y escuchaba imágenes. ¡Andá a saber! Yo soy de los que piensan que más vale mirar la televisión que estar en pasón para poder mirar.
Más o menos por el tiempo que te platico leí un libro de Rius, el sensacional caricaturista mexicano, creador de “Los Agachados”. En ese libro sugería “Apagar la televisión y prender un libro”, a fin de ser crítico y reflexivo. Ahí también leí que la televisión era nombrada como “La caja idiota”. Como era chavo y quería ser rebelde y un tantito revolucionario le hice caso a Rius: apagué la caja idiota y prendí un libro, muchos libros. Ahora, muchos años después, puedo decirte que fue una decisión ventajosa y sublime. ¡Ah!, la lectura de libros la disfruté como jamás había disfrutado la visión del aparato televisor. Por no sé qué regla física inconcebible descubrí que el cuadro de la hoja del libro era más prodigioso que el cuadro de la pantalla del televisor (que en ese tiempo era de tubos catódicos y funcionaba con bulbos. Por eso, las pantallas no eran planas, como ahora, sino que tenían una gran joroba en la parte trasera). En la ventana del televisor las imágenes estaban dadas, en la ventana del libro mi imaginación era la que producía las imágenes y éstas variaban de lector a lector; es decir, eran únicas.
Pero conforme crecí y abandoné mi idea de ser un rebelde entendí que decir que la televisión era una caja idiota era un exceso, una soberana mentira. Es cierto, en la televisión exhibían muchas idioteces (aún las siguen exhibiendo), pero, también es cierto que, en ocasiones, exhibían programas interesantes, donde la imagen entregada era el soporte de la realidad.
Ahora, casi cuarenta y cinco años después de haber leído el libro de Rius, sigo leyendo (mucho, mucho), pero veo televisión de vez en vez. ¡No, no! No vi la serie de Luis Miguel, ni veo Video-rola. ¡No! Estoy suscrito al cable (que no es lo óptimo, pero no hay otra opción. A veces toman decisiones tontas, por ejemplo, el canal de Tv Unam, en ocasiones, lo cancelan y ponen otro canal. ¡Qué pena!, esta carta suena como queja de viejo que no lo atienden en su casa y está olvidado en un rincón).
En la televisión de cable veo, con frecuencia, el noticiario cultural de Canal 22 y, por ratos, también, veo documentales históricos y veo ¡películas! A veces me topo con películas que vi en los años sesenta en el Cine Comitán. ¡Ah!, disfruto mucho las películas de Santo, el enmascarado de plata, y disfruto el cine de arte que programa Tv Unam y el Canal 22. ¿Caja idiota? No. La televisión es una caja que, como todo en la vida, tiene opciones inteligentes y opciones bobas. Lo mismo sucede con la literatura, hay libros inteligentes y libros sosos.
Cuando Juan me explicó cómo es una pantalla LCD le dije que la mía (la pantalla) también es así, delgada. Quiso explicarme el funcionamiento, pero lo agradecí. ¿Para qué iba a hacerle perder su tiempo si, al final, no iba a comprender bien a bien cómo funciona esa ciencia? Hasta la fecha tengo muchas dudas acerca de muchas cosas. No sé, por ejemplo, cómo la energía eléctrica logra el prodigio de echar a andar la licuadora, la televisión y demás chunches o cómo logra el enormísimo milagro de que cuando la noche asoma, gracias a ella tengo luz en la casa. A veces recurro al cuento de Gabriel García Márquez que se llama “La luz es como el agua”, y que es un texto fantástico, en las dos acepciones, fantástico porque está muy bien escrito, y fantástico porque camina en el callejón de la imaginación. Sintetizo la idea (si querés leer completo el cuento búscalo en el Internet, ya dije que se llama “La luz es como el agua”): los hijos, pequeños, preguntan a su papá cómo es que cuando accionan el interruptor se prende el foco, y el papá (para no complicarse la vida, metiéndose en terrenos que son confusos) responde que la luz es como el agua, se abre el grifo y sale. Dije que el cuento es fantástico, porque una noche, en que los papás fueron al cine, los niños cerraron todas las ventanas del piso y quebraron el foco y la luz, como si fuera agua, se desparramó luminosa inundando el piso. ¿Qué tal? Ah, es un cuento bonito. Leelo. Buscalo en el Internet. Bueno, pues siempre que pienso en cómo “se hace la luz” pienso en lo mismo, como si fuera un chorro de agua, porque mi cabeza no da para entender la grandeza científica y eso que estudié en la facultad de ingeniería de la UNAM, por más de cuatro años. Bueno, ya te he contado que en realidad no cumplía con mi carga académica. Jamás falté a la universidad, sólo que fui el clásico alumno que se “volaba” las clases y siempre iba a la biblioteca central a leer novelas y cuentos o iba a los auditorios de las diversas facultades a ver los ciclos de cine de arte que programaban. Creo que, en ese tiempo, ningún alumno de la facultad de filosofía y letras leyó tanta literatura como lo hice yo. Si hubiese estado inscrito en la facultad de letras habría sido un alumno sobresaliente y me hubiera graduado con honores.
Sé que lo que digo acerca de la televisión tiene sus dos caras. Sé que la mayoría de la población no tiene acceso al sistema de televisión por cable o satelital, la mayoría (millones y millones de telespectadores) sólo tienen acceso al sistema de televisión abierta y en ésta es donde exhiben la mayor cantidad de basura, la programación chatarra, que es tan dañina como las frituras que se consumen a la hora de ver la telenovela. Recuerdo la frase inmortal de Azcárraga Milmo, el papá del actual propietario de Televisa, que dijo: “México es un país de clase modesta muy jodida, que no va a salir de jodida. Para la televisión es una obligación llevar diversión a esa gente y sacarla de su triste realidad y de su futuro difícil”. ¡Uf! ¿Mirás el concepto de servicio que tenía el viejo tigre? Un verdadero capitalista canijo. Su concepto de televisión era el de ofrecer un mero distractor, sé que están jodidos y así seguirán, por lo que yo (uf, qué generoso) les daré un poco de distracción para que, cuando menos por un rato, olviden su jodida condición. ¡Qué canijo! Pero, bueno, habrá que decir que en algo tenía razón el Tigre, en que México es un país de clase modesta muy jodida. Sí, hay millones y millones de pobres. Y acá es donde aparece el círculo vicioso, no salen de su condición paupérrima, porque consumen la basura que ofrece la televisión comercial. López Obrador ha ofrecido que todos los mexicanos tendremos acceso al Internet. Es una promesa muy halagüeña, pero ¿cuántos millones tienen computadora? No tengo el dato exacto, pero pienso que son muchos más millones lo que tienen televisor en su casa. Lo que sería muy plausible es que el gobierno federal incluya en la televisión abierta canales culturales que puedan ofrecer un abanico más generoso: Acá está la basura y acá está la alta cultura. Esos canales deben realizar programas con gran atractivo, de tal forma que, los televidentes, poco a poco se vayan acercando a nuevos contenidos y encuentren la belleza del arte. ¡Eso sería una verdadera revolución! Porque habrá que reconocer que la televisión ha sido la nodriza de este país. Millones y millones de personas se han educado viendo “La escuelita” de Jorge Ortiz de Pinedo, y “La escuelita” del chavo del ocho. Escuelitas en las que los alumnos se burlan de los maestros, escuelitas en las que los maestros fuman adentro del aula (uf, yo hacía lo mismo en secundaria hace muchos años. No cabe duda que era un hijo del profesor Jirafales, pero en pobre, porque él fumaba puros -espero que hayan sido cubanos cohiba- y yo fumaba Delicados). Un cambio de programación en la televisión abierta sería ideal. No se puede controlar los contenidos de Televisa y de Tv Azteca, porque ellos producen basura que les reditúa millones y millones de pesos, pero sí puede incluirse en la programación abierta los canales de Tv UNAM, del Canal 11 (del politécnico nacional) y del canal 22 (el canal cultural de México). Esto puede ser el inicio de cambio de paradigmas, el inicio de una gran transformación. Con ello millones y millones de televidentes podrán descubrir que, como dijera Rosario Castellanos, “hay otro modo de ser humano y libre”, y comenzar a pensar que los jodidos son los otros, los que piensan que el pueblo está jodido. Eso sería el inicio de una gran revolución.
Posdata: Por supuesto que, puestos a elegir, elegimos el libro. Este objeto cultural es el más noble, el más democrático. No requiere de luz y está al alcance de todos. No hay necesidad de acudir a una librería para comprarlo (porque muchos no tienen paga para ello), basta ir a una biblioteca pública para abrir la ventana más sublime. Pero quien está acostumbrado a ver televisión no se volverá lector de la noche a la mañana, pero si en la llamada “caja idiota” encuentra programas inteligentes, poco a poco se acostumbrará a consumir productos de calidad y abandonará la comida chatarra. Será de poco a poco, pero es momento de comenzar. Bueno, es lo que digo. Si estamos acostumbrados a la ventana LCD la convirtamos en La Cerebral Decisión.

viernes, 17 de agosto de 2018

DEFINICIÓN DE TABERNA




Por la región de Chicomuselo, taberna es el nombre de una bebida que sacan de la palma del coyol y que fermentan. En la región de Comalapa, coyol es el nombre del testículo. Juan juega con las dos palabras: taberna y testículo, porque, dice, que cuando alguien bebe taberna se vuelve testículo de chucho, porque como el coyol del chucho “se pone hasta atrás”.
Una vez, en el rancho de Jorge bebimos taberna. Ya un viejo de la zona nos había advertido que tuviéramos cuidado a la hora del consumo, porque no se siente el efecto. “Están sentados, bien contentos, bebiendo y bebiendo, pero a la hora que quieren pararse ahí les pega el aire y ya no se pueden mover”. Como dicen que ante advertencia no hay engaño, nada dijimos cuando estuvimos “bebe y bebe”, sentados en la arena de la playa del río Grijalva (antes, mucho antes que esa zona fuera inundada por la construcción de la presa La Angostura), y cuando quisimos pararnos nos fuimos de bruces sobre el piso. ¡Ay, padre! Los rancheros se reían, terminaron ayudándonos a pararnos y, sosteniéndonos de los brazos, nos ayudaron a llegar a la Casa Grande, donde caímos como bultos. Uno de los amigos rechazó la ayuda y quedó tirado en la playa. Dos horas después ya estábamos en condiciones de caminar, bajamos para ir por el amigo y cuando llegamos vimos que una mancha negra le cubría todo el cuerpo, ¡eran hormigas! Tuvimos que cargarlo y aventarlo al río para que despertara y murieran las hormigas. Desde entonces, cuando íbamos a tomar una cerveza en alguna cantina comiteca, decíamos: “Pero, sin taberna”, con lo cual queríamos decir que no nos emborracharíamos, que no dejaríamos que nos subieran las hormigas del delirium tremens.
Pero, todo mundo lo sabe, la palabra taberna alude a ese clásico maravilloso espacio donde se sirven bebidas y botanas.
Cuando voy a Chicomuselo pregunto por qué a la bebida de la palma de coyol le llaman taberna y nadie sabe decirme. Rafael dice que algún lector de novelas leyó un libro de aventuras donde algún espadachín entró a una taberna y pidió un vaso de vino. Como el personaje se emborrachó y se batió a espadazos con algún truhán, el compa de Chicomuselo dedujo que en la taberna se embolaba la gente y luego se peleaba y como lo mismo sucedía cuando ellos bebían la bebida fermentada decidió bautizarla con tal nombre. Esto es una bobera de Rafael, pero vale como anécdota.
En Chiapas no hay más taberna que la bebida alcohólica, en Chiapas hay bebederos (pucha, ni que fuéramos caballos), cantinas y bares (ahora hay antros). Las cantinas, entonces, son sobrinas de las tabernas clásicas, porque en las cantinas, como en aquéllas, se entra a beber y nunca faltan las disputas (por favor, no separar la palabra en sílabas remarcadas).
Cuando le pregunto a amigos qué piensan cuando escuchan la palabra taberna, siempre se remontan a imágenes cinematográficas, televisivas o imágenes de novelas y cuentos clásicos. Por lo regular son escenas europeas, del medioevo, porque cuentan que hay mesas de madera donde están jarras de vino, pan y quesos. Las mujeres llevan vestidos hasta el tobillo y algunas de ellas llevan blusones con escotes generosos que permiten ver pechos soberbios.
La taberna es la abuela clásica de las cantinas. Pero, en Chiapas es prima hermana del posh y del llamado hinchapié.

jueves, 16 de agosto de 2018

DOS PERSONAJES DEL SIGLO




El próximo lunes iniciamos el ciclo escolar en el Colegio Mariano N. Ruiz. Cientos de instituciones educativas en el país harán lo mismo.
En el Colegio tendremos un acto especial. El maestro José Hugo Campos Guillén, Director General, ha preparado un sencillo homenaje en memoria del Padre Carlos J. Mandujano, personaje ilustre de Comitán. ¿Por qué tal acto? Porque el lunes, precisamente el padre cumpliría cien años de edad. Él nació el 20 de agosto de 1918.
Pero Comitán no sólo conmemora el centenario del natalicio del padre Carlos, también celebra el centenario del nacimiento de doña Lolita Albores, recordada cronista de nuestra ciudad.
Mario Uvence Rojas (actual secretario de turismo, del estado de Chiapas), en compañía de Benjamín López y de Luis Armando Suárez Argüello, entre otras personas, tienen programado un acto conmemorativo para honrar la memoria de doña Lolita, en los últimos días del mes de agosto.
Nadie, en Comitán, duda del prestigio de ambos personajes, que, polémicos porque no fueron monedita de oro, hicieron que Comitán tuviera una presencia señera.
El padre Carlos se distinguió por dos acciones fundamentales: el trabajo en la iglesia y su ideal educativo. En la primera actividad llegó a hacerse cargo del templo de Santo Domingo y posteriormente el obispo Samuel Ruiz lo nombró párroco del templo de San Sebastián, barrio en el que en los años sesenta comenzó a funcionar la escuela primaria del Colegio Mariano N. Ruiz, institución que él fundó el cinco de febrero de 1950.
A doña Lolita, Comitán también la recuerda por dos actividades esenciales: su labor social como enfermera y como cronista de Comitán. El ayuntamiento comiteco la nombró cronista vitalicia, cargo que ejerció con dignidad hasta que la enfermedad la atenazó.
El padre Carlos nombró a su colegio con el nombre del maestro Mariano, porque fue alumno de él, en la mítica escuela “La industrial”. La historia consigna que a la sentida muerte del maestro Mariano (personaje ilustre, también polémico) un grupo de ex alumnos propuso honrar su memoria erigiendo un faro en lo alto de un cerro. La idea no prosperó, fue el instante en que apareció el deslumbre de ese hombre prodigioso que fue el padre Carlos y sentenció que edificaría una escuela, que fuera un faro permanente que diera luz a la inteligencia y al corazón del hombre. El Colegio Mariano N. Ruiz, en este aniversario del nacimiento de su fundador, cumple 68 años de ser ese faro que ha guiado los pasos de cientos de alumnos que ahora dan gloria a la institución y a Comitán, en todo el mundo.
De igual manera, el recuerdo excelso de la labor de doña Lolita da brillo a nuestra identidad. Ella era una mujer que sintetizó el carácter picaresco del comiteco. Poseedora de una memoria sorprendente se dedicó a fortalecer nuestro modo de hablar y de preservar nuestras mejores anécdotas. Nadie podía confundirse: doña Lolita era mera comiteca, dicharachera, alegre, optimista y culta (no en el término naftalinesco sino en la posesión de la esencia del pueblo).
Hay muchas personas que cuando escuchan el nombre del padre Carlos o de doña Lolita lamentan sus ausencias físicas, porque fueron espíritus plenos de luz; hay otros (los menos, contaditos) que sacan a lucir los trapos sucios, desconociendo que ellos también fueron seres humanos con virtudes y defectos (Quien esté libre de piedras que aviente el primer pecado).
Comitán celebra en este mes dos personajes del siglo. Que la gloria del recuerdo llene nuestras memorias, que los actos nobles de ambos nos sirvan de ejemplo, y que sus defectos los enterremos en el terreno de la condición humana. Ellos fueron comitecos que definieron nuestra identidad y con sus obras dieron luz a este pueblo.
Que la obra educativa del padre Carlos siga irradiando ciencia y valores; que la obra social de doña Lolita continúe siendo un bálsamo para nuestra identidad. ¡Loor por siempre para ellos!

miércoles, 15 de agosto de 2018

DE CRISTAL HA DE SER LA CAMA, DE CRISTAL LA CABECERA





Azucena me preguntó qué elegía: ¿Ser piedra de cimiento o piedra de corredor?, y explicó que si eligiera ser piedra de cimiento siempre estaría cargando el edificio y si eligiera ser piedra de corredor todos los peatones me pisarían a todas horas.
Yo quise decirle que no elegiría ser piedra, ni de cimiento ni de corredor, ni siquiera piedra de cauce de río. ¡No! Jamás piedra de cauce de río, porque no sé nadar y me ahogaría. Ser piedra es un destino ingrato.
Quise preguntarle cómo respiran las piedras en lo profundo del cimiento, cómo respiran las que están en el fondo de los ríos, pero no lo hice, porque ella seguía así, como maestra de primaria, con los brazos cruzados, esperando mi respuesta.
Debía elegir una de sus opciones. Yo hubiese querido decirle que si tuviera que elegir entre algún objeto me gustaría ser cristal de una ventana, ¡claro!, un cristal de esos irrompibles que usan en las ventanillas de banco. Sí, eso elegiría, elegiría ser cristal de ventana, de esas ventanas que dan a la calle.
Imaginé que podría estar todo el día viendo lo que en las calles sucede, que es mucho. ¿Piedra de cimiento? No, que aburrición. ¿Piedra de corredor? No. Ni siquiera me conmueve la idea de poder ver las piernas y las pantaletas de las muchachas bonitas que por ahí caminaran, porque mis ojos estarían siempre hinchados y con moratones como los ojos de los boxeadores con tanto taconazo que recibiría.
No, piedra de cimiento, ¡no!
Me gustaría ser cristal de ventana, porque la transparencia de su esqueleto es un prodigio para la vista, porque permite que quien está adentro de la habitación pueda ver lo que sucede en la calle, y quien pasa por la calle pueda ver lo que hay en la habitación; es decir, el cristal es el objeto más democrático del mundo, es un objeto que no hace distingos ni discrimina a alguien. En cambio, la piedra es un objeto rotundo que no permite ver qué hay del otro lado, por esto, los muros que se han levantado en el mundo han sido muros de piedra. Si los muros fueran construidos con cristales la visión del mundo fuera otra, no una de prohibición sino una de marginal tolerancia. ¿Imaginan al Muro de Berlín construido totalmente de cristal y no de piedra? Los de Alemania Occidental podrían haber visto a todos lo que caminaran en la Alemania Oriental y esto les habría dado la sensación de estar en el mismo espacio. Los padres hubiesen visto a sus hijos; y los amantes también habrían colocado las palmas de sus manos en los cristales para, en un trasvase de energías, gritarse su pasión. Claro, es mil veces mejor como está ahora, sin muro.
Azucena siempre juega conmigo, pero sus juegos son oscuros. Dice que la vida es así y que el juego debe ser representación de la vida, para que no sea una utopía absurda. A mí me gusta jugar los juegos de Azucena, pero sería feliz si sus opciones fueran menos lúgubres. ¿Por qué insiste en decirme que elija entre un cuchillo de carnicero o una navaja de cazador? ¿Por qué me provoca a elegir entre un guante de boxeo o una capucha de torturador?
Cuando me preguntó lo de la piedra levantó una, una que estaba al lado de una buganvilia, y comenzó a jugarla pasándosela de una a otra mano, como si en cualquier momento fuera a aventarla. ¿Qué elegía? Dije que si tenía que elegir ser una piedra, elegía ser una piedra del corredor de la casa. Cuando menos, pensé, podía recibir el aire de la tarde y el sol del mediodía; podía, pensé, tener la esperanza de que el tráfico intenso me despegara del piso y algún niño me levantara y me guardara en su caja de juguetes y algún día me llevara al campo y me colocara en su tiradora en el instante que quisiera matar a un pajarito. Yo podía, entonces, aunque fuera por un ratito, volar, y hacerme a un lado para que el niño fallara el tiro y, en lugar de matar al pajarito, le pegara a una hoja y ésta dejara de estar sujeta a la rama y, de igual manera, tuviera la indecible sensación del vuelo. Yo hacia arriba y la hoja hacia abajo, pero vuelo al fin.

martes, 14 de agosto de 2018

DEFINICIÓN DE LUGAR




Radamés dice que no hay mejor lugar que el corazón de la persona amada, que es el espacio entrañable donde todo mundo quiere estar.
El diccionario define a lugar como: “Porción de espacio”. Así que Radamés no está equivocado. Los amantes desean estar en el corazón del otro.
Pero, de acuerdo con lo que Radamés dice y lo que dice el diccionario, podemos pensar que cada persona tiene su propia definición de lugar y éste no siempre define al lugar deseado. Cuando alguien sufre un accidente, los periodistas se solazan diciendo: Estuvo en el momento más inoportuno, en el lugar equivocado. Cuando a alguien le sucede un acto prodigioso, bien puede decirse que estuvo en el lugar preciso, en el momento indicado.
¿Cómo saber cuál, entonces, es el lugar que nos corresponde? ¿Cómo invocar los lugares precisos para que siempre nos vaya bien?
La mayoría de amantes se da cuenta, con el paso del tiempo, que el corazón del otro no era el lugar anhelado. Esto sucede así (los sicólogos nos han explicado) porque cuando alguien se enamora ensalza las virtudes y cancela los defectos; es decir, construimos un espacio irreal, uno a la medida de nuestros deseos. El lugar ideal nunca estará fuera de nosotros.
Con lo anterior podemos colegir que hay lugares reales y lugares ideales. Los seres humanos poseemos la capacidad de idealizar lugares; además (esto nos lo ha enseñado la física) siempre ocupamos un lugar, en cualquier instante. Hay una ley física que a mí me encanta, es la Ley de la impenetrabilidad que dice: “Ningún cuerpo puede ocupar al mismo tiempo el lugar de otro”. Yazmín se bota de la risa, porque dice que los choferes de las combis colectivas van en contra de tal principio, porque ellos sí meten a pasajeros en el lugar donde hay otros.
Si aplicamos la Ley de la Impenetrabilidad a nuestras actividades cotidianas vemos que es inmutable: No podemos ocupar el lugar de otro. Lo mismo sucede cuando la aplicamos en el plano intelectual. ¿Cuál es el lugar ideal? ¿Cómo estar siempre en el lugar indicado, en el momento preciso?
Advierto (los lectores también) que existen lugares físicos dados y lugares que es posible diseñar, conforme a los intereses.
Radamés es un cinéfilo de toda la vida. Iba al mítico Cine Comitán casi todas las tardes. Los domingos nos reuníamos y juntos íbamos a la matiné, salíamos, corríamos a nuestras respectivas casas, y después de comer, volvíamos a vernos para ir al Comitán o al Cine Montebello. Los domingos veíamos cuatro horas de cine en la matiné y tres horas en la función doble, ¡siete horas de cine! Ah, en ese tiempo, éramos como los críticos de cine que ven muchas cintas en el Festival de Cannes o en el Festival de Cine, de Morelia. En ese momento (así lo pensábamos) estábamos en el lugar indicado, en el momento oportuno, en el instante que la vida tomaba su mejor cara. Niños, entonces, construíamos nuestros instantes y nuestros lugares.
Siempre ocupamos un lugar, en todo instante. Parece que el chiste de la vida es estar en el lugar donde coincidamos con nuestros deseos o, si lo anterior es imposible, aceptar con tolerancia el lugar donde nos coloca el destino, que, en muchas ocasiones, es un ente que nada sabe de nuestros deseos y anhelos.

lunes, 13 de agosto de 2018

CARTA A MARIANA, CON TOPES BRUTALES




Querida Mariana: ¿De verdad ya estamos a punto de entrar a la Cuarta Transformación? Este país tiene una serie de carencias y limitaciones que ahoga su pleno desarrollo. Los ciudadanos de a pie sufren, todos los días, a todas horas, una serie de obstáculos que dificulta su tránsito.
Muchos esperan la Cuarta Transformación como el gran movimiento que cambiará a México, pero, también, muchos ciudadanos opinan que la verdadera transformación debe comenzar desde los espacios más modestos.
En esta fotografía se ve una banqueta con un obstáculo. La banqueta es de una calle comiteca. Sin duda que esta base estaba preparada para recibir algún objeto, un teléfono público o un poste para una cámara, pero, en algún instante, el aditamento ya no se colocó y la base se quedó para siempre. La sabiduría popular recuerda que “Nada es para siempre”. La gente repite la frase cada vez que una muchacha bonita cree que su noviazgo será para toda la vida. No, niña, le dicen, y le recuerdan la sentencia: “Nada es para siempre”. Sin embargo, las autoridades municipales, de todos los municipios de este país, insisten en abonar la idea de que los males son para siempre.
¿Cuáles fueron las tres grandes transformaciones de este país? López Obrador explica que la primera fue La Independencia, la segunda fue La Revolución y la tercera fue la Reforma. Romeo, con sonrisa burlona, dice que las grandes transformaciones de México han sido una mera simulación al estilo de los famosos “Transformers” norteamericanos. Explica que los transformers siempre regresan a su forma original. ¿La primera transformación fue La Independencia? Romeo dice que, con la pena, dos siglos y cachito después de tal movimiento, México sigue dependiendo de otras naciones. ¿La segunda transformación fue la revolución? Romeo dice que dicho movimiento sólo logró colocar a una élite en el poder, élite que privilegió sus intereses personales y aún mantiene en pobreza a millones y millones de mexicanos, a quienes la revolución nunca les hizo justicia. ¿La tercera transformación fue La Reforma? Los ideales de Juárez siguen olvidados en el basurero de la historia. Basta mencionar que la tal llamada separación de los intereses del clero con los intereses del gobierno nunca se logró. Por eso, Romeo, con sorna, dice que ya viene el “cuarto transformer”, que sólo será una mera simulación que regresará a su forma original.
Romeo está de acuerdo con quienes dicen que la real transformación se gesta en pequeños espacios, porque a nivel macro, los intereses del capital son avasallantes y no permiten una verdadera transformación social. Dice que ya que no somos independientes, que no somos laicos y que la revolución no le hizo justicia a las clases más desprotegidas, cuando menos transformemos los espacios mínimos para vivir con cierta dignidad.
Hace cuatro o cinco años, Romeo sugirió a las autoridades municipales que implementaran brigadas que se encargaran de revisar las banquetas y eliminaran los obstáculos como el que se ve en la fotografía. Acá basta un “seguetazo” para eliminar los cuatro tornillos que son obstáculo para la carrera de los niños o para el paso cansado de los ancianos, pero como no estábamos en tiempos de transformación ¡lo ignoraron!
Cuando caminamos no siempre vamos pendientes del suelo, debemos ver hacia el frente. ¿Imaginan lo que sucede con la columna vertebral de un peatón anciano cuando su pie choca contra uno de estos obstáculos?
¿Qué autoridad o empresa dejó este obstáculo “para siempre”? El tope fue olvidado y ahí quedó para la eternidad, creando una serie de problemas físicos para los peatones. Todo es un riesgo. Posdata: Hemos comentado que en el parque central, aparte del montón de hoyancos, hay una serie de tornillos y clavos que dejan en el piso los que colocan gigantescas o minúsculas carpas y templetes.
¿Imaginás lo que sería que la nueva administración municipal implementara una brigada que fuera eliminando estos obstáculos que causan lesiones a los peatones? Sería un buen inicio para dejar de ser un simple Transformer.