miércoles, 30 de mayo de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE APARECEN MÁS DE DOS PRESENTES




Querida Mariana: Siempre me gusta la palabra presente como sinónimo de regalo. Acá te muestro dos presentes que me hizo Violeta, en mi más reciente viaje a Tuxtla. ¿Mirás qué bonito concepto? “¡Me hizo dos presentes!”. Héctor dice que la clave de la armonía es precisamente vivir en el presente. Por eso digo que es algo grato cuando alguien me “hace” un presente.
Son dos presentes: El cachito de lotería y el libro que sirve como apoyo. Cuando alguien me hace un presente que es un libro ¡soy feliz! Los libros sirven para todo. También sirven como apoyo, para colocar un cachito.
Si soy sincero me gustan más los libros que los cachitos. En los libros la promesa siempre es cumplida, aunque el libro no sea tan bueno como uno espera; en cambio, en los cachitos, la mayoría de veces, la promesa es incumplida.
Mis amigos siempre me obsequian libros. Sólo en una ocasión, Paco compartió conmigo un cachito de lotería. Paco acostumbra comprar la plana completa. Entiendo que nunca le ha pegado al gordo. Tal vez un día de éstos.
Violeta me obsequió el libro y el cachito. Ella sabe que a mí me encantan los libros. El libro es la novela más reciente de Heberto Morales, “Nahuyaca”. El cachito nunca fue el premiado. La bendición de este cachito (ya lo viste) es que corresponde a un sorteo que, en 2015, fue dedicado a la memoria de Rosario Castellanos, con motivo a su cumpleaños noventa. Es, digamos, un cachito de colección. Violeta, siempre generosa, en cuanto me vio me dijo: “Te tengo una sorpresa” y me enseñó el libro. Un segundo después dijo: “El libro no es la sorpresa”. Abrió el libro y me enseñó el cachito, que había colocado en páginas interiores. Violeta me dio dos presentes, “me hizo” dos presentes. Y luego me contó la historia que yo sabía en parte. Me dijo que ella procuró que para el cumpleaños noventa de Rosario se emitiera un sello postal en memoria de la escritora. ¡No fue posible! Correos de México pidió una cantidad de dinero (exorbitante) para que tal deseo se cumpliera. Fue cuando, por mediación de Zoé Robledo, lograron que la Lotería Nacional dedicara su sorteo Superior, número 2427, a celebrar el cumpleaños de la Chayo. Violeta me platicó que se emocionó en el momento que, en el edificio de la Lotería, en la Ciudad de México, Juan Carlos Gómez Aranda, tocó la campana para dar inicio al sorteo. Esa tarde, Violeta estuvo ahí; también estuvo Gabriel Guerra y, por supuesto, Zoé Robledo.
Cuando Violeta me dio el cachito me dijo que Zoé tiene una impresión gigante de este cachito. Coincidimos en que sería muy bello que dicha impresión estuviera expuesta en el Museo que en memoria de Rosario existe ya en Comitán. A Violeta le dije que ello contribuiría a hacer un poco más rico el material que ahí se expone y que, en verdad, está un poco raquítico.
Violeta, siempre diligente, siempre pendiente en honrar la memoria de Rosario, prometió que hablará con Zoé y le pedirá done tal reliquia. No dudo que Robledo, hábil político chiapaneco, dará su consentimiento. No dudo que Violeta logrará su encomienda, porque ella es una chiapaneca que ha honrado la memoria de Rosario, desde siempre.
Tal vez Gabriel Guerra, ahora que ya vio que el Museo es una realidad, pueda donar, de igual manera, objetos importantes que ayuden a comprender un poco más la vida de Rosario Castellanos. Ella (lo ha dicho medio mundo) merece todos los homenajes, por su talento y por su compromiso hacia la literatura y las causas sociales.
Mientras llega el momento cumbre, te mando esta fotografía donde aparece el cachito que mi querida Violeta me regaló.
Posdata: En el viaje de regreso comencé a leer el libro de Heberto Morales. Ni te preocupés, tengo un ejemplar para vos. Sucede que Marco también me obsequió el mismo libro. Esa tarde fui privilegiado, porque a los presentes de Violeta se unieron los de Marco, que consistieron en los libros de la poesía de mi maestro Óscar Oliva, el libro que Chiapas editó en conmemoración de los noventa años de Rosario, y la citada novela del maestro Heberto. Esa tarde, en Tuxtla, tuve muchos presentes. Éstos apuntalan mi futuro.

martes, 29 de mayo de 2018

MARIMBA EN EL CIELO




¡Así! Tocando en el aire. Como si el espacio fuera la marimba. Como si el viento fuera un hilo de madera de hormiguillo.
¡Así! En medio de la arboleda, al lado de las frondas donde los pájaros saltan de rama en rama.
¡Así! En el vapor que exhala el cuerpo amoroso de Tuxtla Gutiérrez.
El maestro Zeferino Nandayapa toca el aire. Toca el aire con cuatro baquetas, simples bolillos.
Basta un oído atento para escuchar lo que el maestro Nandayapa interpreta. Ahí, en esas lianas de viento están enredados Bach y Beethoven, y los hermanos Domínguez, y Agustín Lara y el bolonchón. Ahí, en esas tiras de incienso están arracimados los rezos de los templos de San Juan Chamula y de Zinacantán. Ahí están las tiucas, los loros y los cenzontles.
Ahí está la selva con su alharaca de mil monos aulladores, con su batahola de chicharras que piden lluvia de sonidos.
Me tocó sentarme en una banca del Parque de La Marimba y escuché lo que el maestro interpretaba, lo hacía con la maestría que le fue concedida por los dioses. Cerré los ojos y escuché. Cerré los ojos para no ver lo que veía: Una fatal hilera de cables detrás de la estatua del marimbista; escuché el sonido brutal que vomitaba una bocina instalada en la contra esquina del parque, ahí donde hay un local que presta dinero. Por eso cerré los ojos. El ideal hubiese sido cerrarlos para extasiarme con el sonido del aire, tocado por Nandayapa. Pero ¡no fue así! Cerré los ojos para no ver el cablerío. Así hubiese querido cerrar mis oídos para no escuchar el sonido infernal de esa bocina que vomitaba algo como un reggaetón.
Y pensé que la autoridad debería limpiar ese espacio. Pensé que ya es hora que los espacios públicos rescaten su dignidad.
El Parque de La Marimba es un orgullo de los tuxtlecos, un orgullo de los chiapanecos. En buena hora, a alguna autoridad se le ocurrió abrir el Museo de La Marimba frente al parque. El Museo es una institución que preserva la historia de dicho instrumento. Eso fue como cerrar el círculo con un broche de oro. Entonces, para que exista congruencia total, la autoridad tuxtleca debe limpiar esos cielos, debe quitar todo el cablerío que contamina (hacerlo subterráneo) y decretar que todos los negocios que están alrededor del parque sólo pongan música ambiental en marimba.
En el mundo existen pocos espacios como éste. Es un privilegio de Tuxtla el contar con un parque y un museo dedicados de manera exclusiva a preservar ese rasgo esencial de identidad. Si los comerciantes y negociantes de la periferia aplican de manera correcta la mercadotecnia, hallarán muchos elementos que les permitirá hacer una campaña promocional que hará que el turismo nacional e internacional vuelvan los ojos hacia ese espacio. Pero para ello, es necesario dignificarlo. De principio eliminar ese cablerío, que es un nefasto contaminante visual; y, en seguida, eliminar todo vestigio de música estruendosa. La autoridad municipal debería emitir un bando en el que prohíba bocinas en los negocios y coloque bocinas en todo el parque, en las que la marimba de Nandayapa deleite el espíritu de todos los que lleguen hasta ese espacio.
Imagino un espacio donde yo pueda cerrar los ojos y escuchar el prodigio de las manos de Nandayapa tocando el aire de Tuxtla, convirtiéndolo en un rebozo para cobijar el alma.
Imagino un espacio donde yo no tenga que cerrar los ojos para no ver esa telaraña de cables que infecta la mirada; imagino un espacio donde yo no tenga que cerrar mis oídos para no escuchar el reggaetón que vomita una bocina en un local de la esquina, justo a veinte metros donde está el Museo de La Marimba, de la capital de Chiapas.

lunes, 28 de mayo de 2018

ELOGIO AL TEXTO ESCRITO




¿Digo una obviedad? ¡Todo mundo habla! Bueno, hay algunos que no lo hacen, pero son minoría. En cambio, no todo mundo escribe. Hay una mayoría de analfabetos, sobre todo en países miserables, como el nuestro.
Y de esa minoría que escribe, no todos lo hacen con corrección. En cambio, la mayoría de hablantes lo hacen, si no de manera correcta, sí con gracia. Romeo siempre dijo que las buganvilias eran “bombambilias”. Lo decía porque así lo había escuchado. Era tan simpático oírlo, mientras echaba abono a los arbustos: “Ah, mero bonito que van a crecer las bombambilias”. Cuando lo decía su boca estallaba al decir ¡Bom! ¡Bam!, era como un restallido de sonidos, ante el restallido de colores.
Por ello, el otro día me dio risa cuando alguien dijo “Es tan tonto que lee”. Lo dijo en un mitin político. El aludido, en lugar de improvisar su discurso, sacó un texto y lo leyó. Lo leyó con corrección, despegando la vista del texto y dirigiéndose a su audiencia. No obstante, el crítico pensó que leer su participación lo hacía menos, mucho menos, que los otros tres oradores, quienes improvisaron sus discursos.
¿De veras el lector era tan tonto? ¿Era menos que los hablantes improvisadores? No lo creo.
Pensé en el tiempo que el lector había destinado a escribir su participación; pensé en la precisión para hallar la palabra exacta.
Los otros improvisaron. Como buenos oradores sus discursos fueron de calidad, pero fueron improvisados.
En la actualidad, la sociedad enaltece esos discursos improvisados, glorifica la capacidad mental de improvisación.
Yo, como escritor, reconozco más mérito en la persona que escribe su discurso, que en aquel que improvisa su pieza oratoria.
Si alguien me obliga a elegir entre un discurso de Fidel Castro y el discurso que Martin Luther King leyó aquella mañana gloriosa ¡elijo el maravilloso discurso “I have a dream”! Lo elijo, porque lo esencial del mensaje fue leído. Luther King leyó redactó un texto prodigioso con las palabras precisas, sabiendo que la historia recogería cada palabra y la sembraría en su corazón para siempre.
No cambio ningún discurso improvisado de los grandes oradores por la gloria de los discursos escritos que han leído los ganadores del Premio Nobel de Literatura, y que han leído antes de la ceremonia. Sus textos han contenido la gracia de la palabra exacta.
Cuando alguien lee un texto sé que eligió las palabras, de la misma manera que mi mamá elige las mejores flores en el jardín para colocar en la tumba de mi padre. Cuando alguien lee un texto sé que eligió las mejores nubes para construir su cielo.
Nunca coloco por encima del lector al orador. ¡Jamás! La improvisación, en muchas ocasiones, no es más que mero fuego de artificio. Las palabras restallan en el cielo con luces prodigiosas, pero luego dejan un tufo quemado, una nube de humo.
En los debates que ahora se realizan con motivo a las futuras elecciones ha existido mucha improvisación. La audiencia se queja de una falta de compromiso social. Los debates se han circunscrito a un mero alarde de palabrerío insulso. En Chiapas, muchas personas aplaudieron el discurso bobo y simpático de Alejo Orantes; en México, muchas personas volvieron relevantes las frases de El Bronco. ¡Discursos vanos! ¿Qué sucede con las propuestas que interesan a los mexicanos para el desarrollo de la nación?
Los debates tienen como característica esencial la improvisación y la inmediata respuesta ante un argumento. Por eso, en México, son tan vanos, tan sin sustancia.
Alabo los textos escritos, los que fueron escritos en la burbuja de la soledad y de la reflexión; los que eligieron la palabra precisa, los que respetan a su audiencia. Alabo los textos que piensan en la dignidad del presente y reconocen la calidad del futuro.
Todo mundo habla. Hay personas que hablan hasta por los codos. Esto último es cierto, por eso sus discursos se mueven de manera confusa en medio de laberintos.
No todo mundo escribe. Y de los pocos que escriben hay muchos que redactan con los pies.
Como se ve, hay muchos discursos que no provienen de la mente, sino del codo y del pie.

domingo, 27 de mayo de 2018

DESDE EL SUR DE MÉXICO




El viernes 25 de mayo tuve el honor de estar en la presentación del libro “Discursos históricos, literarios y culturales desde el sur de México y Centroamérica”, en el ciclo de presentaciones de libros que impulsa la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. Luis Armando Suárez inició los comentarios, luego seguí yo, y Roberto Rico cerró la participación.
El libro contiene doce ensayos y un dossier, dedicado al Doctor Víctor Manuel Esponda Jimeno. De esos doce ensayos, Luis Armando eligió cuatro para comentarlos: “Piratas, situados y naufragios. Financiamiento militar novohispano para los presidios del Gran Caribe, siglos XVI y XVII”, de Rafael Reichert; “Un liberal español en América”, de María Eugenia Claps Arenas; “Literatura infantil y psicoanálisis. Primeras reflexiones en torno al papel que juegan los cuentos en la construcción de la subjetividad del niño”, de Magda Estrella Zúñiga Zenteno; y “Reflexiones en torno a la creación artística y la crítica literaria a partir de la novela “El Regreso. Nueva vía de conversaciones (2013 y 2015)”, de Jesús Morales Bermúdez.
Roberto Rico explicó cómo este libro continúa con la tradición de los anuarios que año tras año, a lo largo de veinticinco, publicó el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica. Cuando tocó mi turno, leí el textillo que acá comparto:
Buenas noches.
El libro que hoy se presenta en este espacio demuestra que todo cabe en un libro ¡sabiéndolo acomodar! Quien acomodó estos textos como en gabinete, supo colocar textos iluminados e iluminadores en cada gavetía.
Por supuesto, como bien me dijo Luis Armando Suárez, cuando me invitó a esta presentación, hay textos que, por afinidad intelectual, están más cerca de un lector que de otro.
Leí los textos con atención, pero el que más me acercó a la reflexión y al disfrute fue el texto que escribió Fabio Alexis de Ganges, quien desde el mismo apellido parece tener un río de ideas amplias. El texto de Ganges se llama “Lo naco como fábrica de alteridad en San Cristóbal de Las Casas”. El texto lo escribió como pretexto para entregar un trabajo final de un seminario de alteridades que recibió. A mí me llamó la atención, porque, casi como con calzador, metió el tema en la sociedad coleta, tan cerrada, tan selectiva.
Ganges nos dice verdades como, por ejemplo, que, San Cristóbal es: “una ciudad con una gran cantidad de población indígena y muy estratificada en cuanto a las clases sociales”, y nos dice mentiras como la siguiente: “La tienda Elektra se caracteriza por vender muy barato y otorgar créditos con grandes facilidades”.
Cierto que San Cristóbal es una ciudad muy estratificada en cuanto a las clases sociales. Esa maravillosa ciudad es, tal vez, la ciudad de Chiapas que tiene una sociedad más cerrada en sus auténticos pobladores, quienes, desde siempre, se han caracterizado por practicar un exacerbado racismo. Eso que Elektra se “caracteriza por vender muy barato” es una opinión muy simple, porque no presenta las características de las trampas que esa empresa coloca al paso de los incautos compradores. Es casi como si alguien dijera que la Coca Cola es muy generosa porque vende más barato su refresco en la zona de los Altos de Chiapas. Un análisis más objetivo nos diría, de igual manera, la trampa grosera que la empresa refresquera hace en toda la zona para allegarse incautos que, sin duda, acusarán enfermedades propiciadas por el consumo de tanta azúcar. Pero, como dijera Nana Goya, esa es otra historia.
Digo que llamó mi atención el texto de Ganges, porque me hizo reflexionar en el tema que aborda: Lo naco como fenómeno de alteridad. Debo confesar ante ustedes que no tenía bien a bien aprehendido el significado de alteridad, por lo que acudí a San Google, quien iluminó mi cerebro y dijo: “Alteridad: Condición de ser otro o distinto”. ¡Ah, ya!, pensé, ahora sí entiendo. Cuando alguien le dice a otro que es naco, hay una condición discriminatoria que pretende volver otro al otro.
Ganges dice que Monsiváis casi definía a Naco diciendo que Naco es el que está a mi lado (No, por favor, no comiencen a ver al prójimo); es decir, nadie se asume como naco. No es un orgullo. Naco es aplicar etiquetas.
Pensé, entonces, ¿quién de los sociólogos comitecos se avienta el tiro de estudiar lo naco en Comitán? ¿Quién? En dos ocasiones he escuchado, perdón por decirlo, pero viene al caso y es una realidad, cómo algunos muchachos comitecos se refieren a la institución educativa CONALEP como NACOLEP. Hay cierto ingenio en modificar el orden de las dos primeras sílabas CONA y poner en primer lugar a la segunda para convertirlo en NACO. Es broma, pero hay un rasgo discriminatorio; es un poco como decir, que el CONALEP no es el TEC DE MONTERREY, porque jamás, lo juro, he escuchado decir que un estudiante del TEC sea NACO. Los del TEC tienen otras denominaciones.
Ganges no lo dice, pero pensé si alguien ha elaborado alguna teoría acerca de probables NACOLETOS; es decir, auténticos coletos que caigan en comportamientos que desdigan la supuesta raigambre de nobleza de donde provienen. La palabra COLETO, de igual manera que la palabra CONALEP, permite el juego cruel, por su primera sílaba. Fue cuando pensé que también Comitán puede tener lo suyo. Nosotros somos comitecos, somos cositías. ¿Hay NACOSITÍAS? ¿Hay NACOMITECOS? ¿Qué los define? ¿Qué hacen ellos para que otros digan que sus comportamientos rayan en lo naco? ¿Qué es lo Naco? ¿Es un NACOMPLEJO de un NACOMPLEJADO?
Ganges concluye, entre otras cosas, con una interrogante: “¿Es lo naco algo externo o solamente es una etiqueta que yo coloco sobre personas y cosas porque, de alguna manera, quiero interponer una barrera, una especie de protección racial, cultural o de algún tipo?”
La pregunta mueve a la reflexión, ¿verdad? Por eso digo que este libro miscelánea, este libro tachilgüil, es un buen motivo para acercarse a este tema que, por obvio, lo caminamos desde la orilla. Abrí una gaveta y hallé este texto y ahora ya ustedes podrán sacar conclusiones.
Gracias.

sábado, 26 de mayo de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE ESTÁ PACHECO EN UNA FIESTA DE NIÑOS




Querida Mariana: ¡Sí, ya reconociste la sonrisa del personaje que aparece en la fotografía! ¡Claro! Es José Emilio Pacheco. La librería de la UNACH, que está en Tuxtla Gutiérrez, lleva su nombre.
El otro día fui a Tuxtla. Sabés que no me gusta ir a Tuxtla. Fui porque me invitaron a participar en un homenaje dedicado a Rosario Castellanos. Ir a Tuxtla me provoca una especie de urticaria mental. El calor me agobia. Ahora sólo fui a comprobar lo que muchos habitantes de allá sostienen: La ciudad está más caótica y sucia que nunca. Pobres los tuxtlecos. La mayoría ama a su ciudad, pero la ven hacerse pedazos frente a su mirada y frente a su corazón. Estuve en el Centro Cultural Jaime Sabines. Este edificio no se salva de la imagen general de Tuxtla. El Sabines (pobre reconocimiento al poeta) está también sucísimo, no hay sanitarios, el polvo y las telarañas cubren todo el techo. ¿No hay alguien que pueda limpiar esta imagen? No, no hay alguien, dicen todos. ¡Qué pena! Sí, querida mía, duele que la capital de Chiapas tenga esta imagen tan deteriorada.
Pero la vida me compensa. Entro al Museo de la Marimba y ahí Socorrito Trejo y su esposo Fer me prodigan su afecto. Ellos son como ese aire fresco que se enreda en los árboles del parque de La Marimba, ahí donde hay una escultura de Zeferino Nandayapa, con bolillos en la mano, tocando el aire. La vida me compensa: en el auditorio del Sabines saludo a Violeta Pinto y ella también me enreda con su chal afectuoso; y luego leo ante una audiencia de cuarenta o cincuenta estudiantes de la Escuela de Trabajo Social y veo como se columpian como niñas en el parque o como pájaros arracimados sobre las frondas de los árboles. La vida me compensa cuando entro a la librería José Emilio Pacheco, de la UNACH. ¡Ah, qué diferencia con lo que afuera sucede! Estoy seguro que los tuxtlecos quisieran que su ciudad tuviera este aire limpio que es como el pulmón de esta librería.
En la librería que lleva su nombre está adosada a una pared esta fotografía. Esta fotografía es muy bella. El escritor algo ve hacia abajo y tiene una sonrisa que es como una paloma que apenas extiende sus alas para iniciar el vuelo. Ahí está el gran escritor mexicano (a mí me encanta su novela “Las batallas del desierto”); ahí está, venciendo la cruel línea del tiempo, la de la vida y la de la muerte. Él murió hace años, pero cuando le dije al chofer del taxi que me llevara a la librería José Emilio Pacheco, fue como si volviera a respirar, como si volviera a ser un barco navegando por el río del Sena.
Dejá que te cuente por qué tomé esta fotografía. Lo hice por lo que está debajo de la fotografía y está encima de la mesa. ¿Ya viste qué es? ¡Sí! ¡Es una mesa de regalos!
A mí me da risa cuando aparece una participación de matrimonio y la pareja contrayente dice que su “mesa de regalos” está en Liverpool o en el Palacio de Hierro. Me da risa, porque la mesa es una mera figura retórica. La sala, el refrigerador y la lavadora que eligieron para regalos no están sobre la mesa, ¡no caben! Los contrayentes debían, en honor a la verdad, decir más o menos lo siguiente: “El piso de regalos está en Liverpool”, así los amigos podrían poner los pies en la tierra, sacar el guardadito y comprar la recámara elegida por los novios y ofrecérselas como augurio de una feliz y eterna luna de miel.
Lo que hallé en la librería Pacheco me llenó de gusto. Sí era un verdadera Mesa de Regalos, porque los libros son objetos tan maravillosos que caben en una mesa.
Fui feliz imaginando el rostro de Enrique Fabián la tarde en que celebre su cumpleaños y todos sus amigos lleguen con un libro de regalo. Enrique, ¡sin duda!, es un gran lector. Así lo indica esta mesa de regalos.
En la librería me indicaron que la dinámica es muy sencilla y enriquecedora. Enrique Fabián llegó una tarde y se dedicó a buscar en los libreros aquellos títulos que le agradaban, los sacó, los vio, los acarició y se los fue dando a un empleado para que él los llevara a la mesa. Cuando tuvo un bonche suficiente (veinte o treinta libros), Enrique Fabián vio cómo el empleado acomodaba de la manera más visible todos los libros para que cuando llegaran los amigos del festejado pudieran tener la oportunidad, ellos mismos, de elegir el regalo que ofrecerían a su amigo.
La dinámica es muy sencilla: Enrique Fabián invitó a sus amigos y parientes más cercanos y, en el texto de la invitación, les dijo que en la Librería José Emilio Pacheco están los libros que él desea que le regalen. Cuando estuve frente a la mesa de regalo de Fabián casi pude ver su felicidad cuando sus amigos toquen la puerta de su casa, él abra, y ellos lo abracen y le entreguen su regalo, regalo que, sin duda, no será un balón ni un par de calcetines, porque sus amigos escucharon su mensaje: “¿Quieren hacerme feliz el día de mi cumpleaños? ¡Regálenme un libro! Uno de los que dejé apartados en mi mesa de regalos.”
En una carta pasada te conté que los regalos que más recuerdo en la vida fueron (entre otros, por supuesto) los cómics y los libros. Una vez, Tere, la secretaria de mi papá, llegó a mi cumpleaños y me dio un paquete envuelto en papel de china de color amarillo y moño rojo. Lo abrí de inmediato, vi que eran cinco revistas de monitos (cuentos les llamábamos en ese tiempo, cómics les llaman ahora). ¡Ah, qué lucha interna se me presentó! Deseaba mandar a volar todo el protocolo de la quebrada de piñata, la apagada de la velita, las mañanitas y la partida de pastel. Deseaba, con todo el corazón, sentarme en la gradita del corredor para comenzar a leer los cuentos. Recuerdo con emoción una de esas revistas, contaba el viaje de Marco Polo a la China. De igual manera recuerdo los libros que me regaló mi tía Emelina, quien fue una de las personas que más impulsó mi afición por la lectura (Dios la bendiga siempre). Todos los que me han obsequiado libros me han dibujado una sonrisa perenne en el corazón. Aquella tarde de mi cumpleaños, qué pena, deseaba que se retiraran ya todos mis amiguitos, para sentarme en la grada del corredor y disfrutar las cinco revistas que me había obsequiado Tere.
En mis tiempos de niño no existía la costumbre de la mesa de regalos. Los amiguitos te regalan lo que deseaban o lo que podían. Pienso que si me hubieran dicho en qué negocio deseaba poner mi mesa de regalos, hubiese optado por lo mismo que optó Enrique Fabián, les habría dicho a mis amigos que fueran a la Proveedora Cultural y que compraran muchas revistas ilustradas y muchos libros y me los regalaran para que yo fuera feliz.
Los demás regalos de cumpleaños se echaron a perder. Digo, los carritos se quedaron sin llantas y perdieron su vocación; las pelotas se poncharon; las canicas se perdieron en los albañales; las revistas también se humedecieron y los libros se deshojaron, pero estos últimos permanecen intactos en mi mente. Aún puedo oler su aroma de revistas nuevas, intocadas; su aroma de libros jamás tocados. Recuerdo los instantes de alegría que me propiciaron los carritos y las pelotas y las canicas, pero, por encima de esos instantes, están los recuerdos de las revistas y de los libros. Si alguien, como en mítico juego, me preguntará ¿qué recuerdos me llevaría a mi isla infinita? Respondería, sin dudar: los recuerdos de las revistas leídas y de los libros leídos. Me llevaría, pegado al corazón, todas las horas de lectura (que han sido miles) porque con ellas podría sobrevivir en esa isla eterna. ¡Son tantas historias! Historias conmovedoras, graciosas, violentas, amables, amorosas, dramáticas, llenas de nubes y algunas otras embarradas en mierda. Estas historias son las que me formaron, las que me hicieron el hombre que ahora soy. Esto que digo es sensacional, porque me reconozco un ser humano pleno. He sido feliz con tanto libro a la vuelta de la esquina y a la vuelta de mi mano.
El viaje a Tuxtla fue compensado con el saludo siempre afectuoso de mi amigo Héctor Cortés Mandujano, quien, siempre generoso, me obsequió su novela más reciente: “Estanislao Musni lo contó un día”; fue compensado con el volado que me ganó un hombre con el que no jugaba, él jugaba baraja en el parque Cinco de Mayo, jugaba en una mesa improvisada detrás del asiento donde un muchacho lustraba mis zapatos. Cuando metí la mano a la bolsa del pantalón para sacar las monedas y pagar la boleada, se cayó una moneda de cinco pesos. El hombre, de inmediato, dijo: “¡Águila!” y sonrió. Me puse los lentes, me agaché y vi que había caído águila. Extendí la mano y se la di. Él la tomó y dijo: “Es usted un jugador bien derecho”. Sonreí.
Posdata: Imagino a Enrique Fabián recibiendo “Dragones en el cielo” y “El libro de ideas”. ¿Mirás cuántas historias lo acompañarán el día de su cumpleaños? ¡Qué maravilla! ¡Ojalá que su casa siempre esté llena de libros, que es como decir llena de felicidad! ¡Feliz cumpleaños al estilo José Emilio Pacheco!

viernes, 25 de mayo de 2018

PARAGUAS DESCOMPUESTO




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que son como el pelo del gato y Mujeres que son como un paraguas desarmado.
Ustedes la conocen. La mujer paraguas desarmado siempre tiene la cara de cielo gris, como de punto a llover.
Cualquier sicólogo diría que ella tiene baja autoestima, pero su mamá sabe que ella nació con la mesa de su espíritu un poco pandeada. Cuando nació, ella lo hizo con los ojos cerrados, como si tuviera miedo de ver lo que le esperaba. La mamá explica que ella, en su vientre, no pateó alguna vez, como es costumbre en las niñas divertidas. La mamá dice que su hija era como una gatita viendo a través de la ventana. La mamá la imaginaba con los ojos abiertos viendo hacia el techo de su pancita y, mientras crecía, la mamá pensaba que su hija pedía a todos los santos nonatos suspender su crecimiento a fin de que no tuviera que salir al aire de todos los días. La mamá supo que su hija nunca estaría tan bien como cuando estuvo en su vientre. Ahí la sentía contenta, con los ojos cerrados, sin hacer algo. Dedicaba todo su tiempo en dormir y en escuchar los sonidos de afuera, esos que se daban en el entorno de la madre. La niña escuchaba el paso del camión del gas, con su cadena arrastrando sobre el asfalto; la niña oía la plática de su mamá cuando ésta iba al mercado y pedía un kilo de pechuga de pollo y la vendedora, mientras quitaba la piel a la carne de gallina, le contaba que a una de sus sobrinas la habían violado en un callejón la noche anterior; la niña escuchaba las carreras de los niños mientras jugaban a las escondidas en el sitio de la casa de la abuela; la niña oía el aleteo de las palomas, cuando la mamá les echaba granos de maíz en la plaza del parque, mientras las campanas del templo convocaban a misa; la niña oía el deslizamiento del lápiz mientras los niños hacían la tarea, la sirena de la ambulancia en madrugada, el estruendo del trueno a la hora en que el cielo se desgajaba, el paso lento de los rezos de la abuela en el oratorio de la casa, el jolgorio de una bandada de loros, el sonido de una bola cuando choca a otra en una mesa de billar, el chorro potente de un trailero que se bajó a orinar a orilla de carretera. Esto y muchos más sonidos escuchaba la niña mientras estuvo en el vientre materno, los escuchaba tenues, sencillos, afectuosos. Sólo se dedicaba a oír. Ella estaba calentita, protegida adentro de la pancita.
La mamá cuenta que su hija cambió mucho el primer día en que salió a la luz del aire exterior. Todos los sonidos que había escuchado a través de una campana protectora, se mostraron desnudos, brutales. La mujer paraguas desarmado escuchó el chirriar de las llantas de una camilla que llevaba, en el pasillo del hospital, a un herido en accidente vehicular; escuchó los lamentos del herido, sus quejidos, las voces de la esposa que le decía que no se preocupara, que todo estaba bien, que sus hijos estaban fuera de peligro, pero la esposa lo decía como si su voz saliera de un cristal quebrado, la voz salía llena de grietas, caían a un pozo profundo y el eco sonaba a libro deshojado.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que son como el cacahuate que no ha sido dorado en el comal y Mujeres que son como una coca cola tibia y sin gas.

jueves, 24 de mayo de 2018

DEFINICIÓN DE BANCO





Sí, lo sé. Lo primero que llega a la mente cuando escuchamos la palabra banco es la imagen de una institución bancaria. Esto es así (nos explican los que saben) porque los primeros banqueros, en Italia, usaban un banquito para sentarse y, en la calle, hacían operaciones financieras.
A mí me encanta la palabra banco, pero no la que alude a esas instituciones donde le prestan dinero sólo a las personas que tienen dinero y con ello garantizan el pago de intereses. ¿En qué mente socialista crece la idea de prestar dinero al que tiene dinero y no al que no tiene? En fin.
Digo que me gusta la palabra banco, pero la que designa al asiento. Joaquín (quien era socialista de hueso colorado) decía que cuando se sentaba en un banco siempre se pedorreaba; es decir, Joaquín usaba el concepto para pitorrearse de las instituciones bancarias y de sus honorables y distinguidísimos miembros de cuello blanco.
Los urbanistas saben de estas cuestiones, pero yo, en mi bobera (diría maestro Jorge) pienso que un espacio público está cojo si no tiene bancos. A mí me encanta hallar parques y plazas con bancos por doquier.
Me gusta ver a las parejas cuando caminan por los espacios públicos, pero me gusta más verlas sentadas en los bancos, platicando, comiendo una paleta de hielo o besándose. El banco es el espacio ideal para la pausa; es el pretexto para bajarse un instante del fragoroso tren. Como no tengo espíritu policial disfruto mucho cuando una muchacha bonita sube las piernas al banco y las enreda en su cuerpo como si hiciera un moño de regalo. Los espíritus policiales son aquéllos que amonestan: “¡Niña! ¿Esa es la educación que te dieron en tu casa? Baja los pies. Los bancos son para sentarse.” Los espíritus policiales (siempre con cara de doberman) creen que los bancos sólo sirven para colocar encima las sentaderas. ¡No! Los bancos son el columpio para el espíritu.
Vi la otra tarde una fotografía donde una chica (con playera y el cabello corto) estaba acostada sobre un banco en Central Park, en Nueva York. Ella tenía las plantas de los pies casi pegados al asiento, las piernas las tenía flexionadas y en las manos sostenía un libro que leía con atención. A mí me impresionó ver a una chica recostada sobre un banco en una actitud de gran armonía en una ciudad tan llena de trajín, como aquella urbe. Pensé que si los bancos de todo el mundo fueran tan pródigos como ese banco de Central Park el mundo fluiría con tranquilidad.
Los bancos del mundo, por desgracia, no son como los bancos de los parques y de las plazas. ¡No! Los bancos del mundo son castrantes y soberbios. Hay por ahí (todo mundo lo ha escuchado) un llamado Banco Mundial, que se abroga (como el nombre sugiere) ser el propietario de todo el mundo. Este banco es como un pulpo que ahoga con sus tentáculos a todos los cogotes del mundo subdesarrollado. No deja que alguien suba los pies o lo use para descansar o para leer. ¡No! Su lógica es sencilla, si el mundo deudor imita a Joaquín y quiere pedorrearse sobre él, este banco contraataca y caga al mundo. Vivimos en un mundo cagado por culpa de ese banco.
Y, de igual manera, hay millones y millones de personas que viven sometidas a los dictados brutales de los bancos.
El mundo olvidó que el banco, en un inicio, no fue más que un asiento para descansar, para colocar en el portal y sentarse a presenciar cómo el sol se ocultaba en el horizonte y matizaba el cielo con maravillosos colores.
A mí me encantan los bancos. Los que se encuentran en los parques y en las plazas. Esos que las personas emplean para dar una pausa de cristal a la vida.

miércoles, 23 de mayo de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SE RECUERDA LA CARA DE DIOS





Querida Mariana: Hace muchos años, en Mérida, lanzaron la convocatoria para una Muestra de Fotografía que se llamó: “La cara de Dios”. La convocatoria era abierta a todos los fotógrafos, profesionales o amateurs. Por ser muestra no había premios. Un jurado elegiría cien fotografías para montar una exposición.
Estuve pendiente de los resultados. Al cierre de la convocatoria, la institución convocante manifestó que habían recibido más de dos mil trescientas imágenes participantes. A través del periódico informaron que el jurado (por la inesperada y motivadora respuesta) tardaría más tiempo del decretado en la convocatoria. No dijeron la fecha precisa para conocer resultados. Nunca supe qué desenlace tuvo dicha Muestra. Al parecer ya nunca se realizó. No sé por qué. En una ocasión llamé por teléfono, pero no respondieron. Insistí una y mil veces más y el resultado siempre fue negativo.
Yo no había enviado fotografía alguna. Estaba interesado por ver los resultados. ¿Cuáles -según el jurado- eran las cien fotografías representativas del rostro de Dios (en la Tierra)?
Pensé que un libro con tales fotografías resultaría muy interesante. Ayer, escuché que un amigo proponía hacer un concurso de fotografías, en Comitán. El tema sería: “¿Cómo ha cambiado la forma del agua?” (jugando con el título de la más reciente película de Del Toro). De igual manera retomaba la idea de Óscar Bonifaz, cuando publicó el libro “Semblanzas”. Dicho libro hace el contraste de fotografías tomadas en épocas diferentes, en los mismos lugares. “Semblanzas” es una lección permanente del cambio que sufren las ciudades y de la pérdida de identidad si dicho cambio no es controlado. ¿Cómo ha cambiado “la forma del agua” en Comitán? ¿Cómo eran los chorros de La Pila en 1950 y cómo son ahora? ¿Cómo (para decir el tristísimo lugar común actual) era el color de los Lagos de Montebello en 1950 y cómo son ahora? ¿Cómo es ahora el Río Grande? ¿Cómo el agua que recibimos (cuando recibimos) en la casa? ¿Cómo el agua de La Ciénega? ¿Cómo el agua que corría en la Calle del Resbalón?
Soltaron la idea del concurso, pero luego, a mitad de la segunda cerveza, la idea se fue diluyendo, ahora sí que como agua. Al final, los probables organizadores quedaron en nada. Alguien (creo que fue Pedro) dijo que, en Comitán, todo mundo reconoce la obvia diferencia: “Antes el agua fue un cristal de Dios, ahora es un monigote hecho de caca.”
Cuando escuché eso de “Cristal de Dios” me acordé de aquella muestra.
Lamenté que por algún motivo, nunca expresado, la Muestra no se realizara. No sé si algún participante se inconformó por la poca seriedad de la institución convocante. Como la convocatoria expresaba que no habría premio alguno, tal vez los fotógrafos participantes olvidaron el asunto, como se olvidan tantas cosas en este país.
Pero lamenté la cancelación de la Muestra. La sigo lamentando, porque pudo ser una Muestra muy bella, muy interesante.
¿Cuáles pueden ser las cien fotografías que sinteticen la cara de Dios? Sí, tenés razón. Cada imagen es como una esquina de ese rostro. Imagino que la Muestra pudo estar conformada con la foto de una oruga caminando sobre una rama húmeda; otra donde una mamá toma de la mano a su hijo para llevarlo a la escuela; otra donde un gatito se asoma por el cristal de una ventana; otra donde el papá le pega una bofetada al hijo que tiró la olla de frijoles; otra donde se advierte cómo el sol se oculta en el horizonte, mientras un barco de pescadores regresa a la playa; otra donde un cenzontle canta en la ventana de la casa de la abuela; otra donde, la misma abuela del cenzontle, riega granos de maíz a un montón de gansos; otra donde una madre coloca flores en la tumba de su hijo que murió en la guerra; otra donde un avión abre su panza y suelta una bomba nuclear sobre una ciudad de cien mil habitantes que, en ese instante, trabajan, caminan, toman una nieve, rezan, hacen el amor, estudian, ven una película, beben una cerveza con los amigos, pintan un cuadro, tocan el arpa en una sinfónica, sin saber que un minuto después terminarán abrasados. Sí, tal vez el jurado no pudo elegir cien fotografías, porque todas eran como una pieza de ese divino rompecabezas. Tal vez, en un instante sublime, se dieron cuenta que bastaba una fotografía para mostrar el verdadero rostro de Dios, una en donde estuviera la Nada, porque la Nada es el Todo.
Posdata: Siempre imaginé que debía aparecer una fotografía con una muchacha bonita leyendo. Porque si en la foto del niño que, lleno de lodo, corre con los brazos en alto celebrando un gol, es en la placidez y armonía de una chica leyendo donde la sonrisa de Dios es más auténtica, porque, estoy seguro, Dios es más feliz cuando su cara recibe el aire fresco y no cuando es azotada por la mano ensangrentada de la violencia.

martes, 22 de mayo de 2018

DEL CUENTO Y OTROS AJOS



Las autoridades del Museo de La Trinitaria me invitaron a dar una plática. Fue mi privilegio participar al lado del licenciado Diego Gordillo, quien disertó el tema: “Haciendas y hacendados”, y al lado del maestro José Luis Escalona, quien compartió el tema: “El sonido a través de la música regional”. Ambos conferenciantes hicieron brillantes exposiciones de sus temas. A mí me tocó hablar acerca del cuento. Paso copia del textillo que leí. Gracias.
DEL CUENTO Y OTROS AJOS
Me invitaron para hablar del cuento; es decir, me invitaron para hablar del prodigio de la vida. A muchos de ustedes, lo sé, les pasó lo mismo que a mí. Una tarde de lluvia, en que no tenía permiso de salir, mi abuela me dijo que me sentara a su lado y dijo que me contaría un cuento. Al principio, la lluvia me había molestado, porque había hecho que yo permaneciera como un canario enjaulado, pero conforme transcurrió el relato de mi abuela olvidé la lluvia, olvidé la calle, olvidé el motivo que me haría abandonar la casa esa tarde, y disfruté como nunca el cuento que me contaba mi abuela, que era el cuento de una niña que deseaba conocer el mar.
Mi abuela fumaba, así que esa tarde, yo veía cómo soltaba nubes de humo, como si su boca fuera una de las chimeneas de un barco, de esos barcos que navegaban por el río Amazonas, uno de los ríos más grandes y caudalosos del mundo.
A todas las personas, de todas las edades, de todos los países, les encanta escuchar cuentos, porque los cuentos son la puerta maravillosa que, cuando se abre, da a mil calles. ¿Pueden ahora ustedes imaginar cuántos cuentos se han contado en el mundo? Si ahora yo les preguntara acerca de sus cuentos favoritos, alguien podría mencionar el cuento del pollito al que le cayó una hoja seca del árbol y creyó que el cielo estaba cayéndose; o el cuento del águila que hizo volar a un elefante; o el del extraterrestre que se hizo amigo de una hormiga terrestre; o el cuento del delincuente que no tenía manos; o el cuento del avión sin alas. Miles y miles de temas que provocan miles y miles de historias, historias tristes, alegres, chistosas y dramáticas.
Dejen que les cuente que cuando era niño, a las revistas con monitos, las revistas que hoy se llaman cómics, les llamábamos cuentos. Así, todos los niños de los años sesenta crecimos leyendo cuentos. Los cuentos eran tan lindos, que nos aficionamos a ellos. En la Proveedora Cultural, que era un negocio donde vendían libros, periódicos y papelería, era frecuente encontrar más niños que en los billares o que en las canchas de básquetbol. En ese tiempo, los niños comitecos adoraban leer cuentos. Era tanta la afición que, en la feria de agosto, uno de los puestos más visitados era el que instalaba un señor de bigotes que rentaba cuentos. Los niños llegaban y buscaban entre las columnas de revistas las de Tawa, las del Diamante Negro, las de Chanoc, las de la Familia Burrón.
Muchos teóricos y analistas han estudiado la importancia del cuento. Ellos, los expertos, han elaborado teorías fantásticas acerca del por qué, durante siglos y siglos, los seres humanos nos hemos maravillado ante esas pequeñas historias. ¿Vale la pena acá repetir esas teorías iluminadoras? Creo que no. Y digo esto, porque cada uno puede, perfectamente, dar dos o tres argumentos por los cuales somos seducidos por los cuentos del mundo. Basta abrir un libro de cuentos para comprobar que las historias que ahí se cuentan nos divierten como pocas cosas en el mundo.
Permitan que les comparta un texto del libro más reciente del escritor turco, Orhan Pamuk, quien, gracias a contar historias de una manera sensacional, obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 2006. Este libro es una novela. Cuenta la historia de un pocero (un hombre que se dedica a abrir pozos) y la relación con un joven aprendiz. Cuando terminan su jornada, el pocero, que se llama Mahmut Usta le cuenta historias al joven. Cuando leí esto me acordé de mi abuela. Mi abuela me contaba historias en la sala de la casa o en la cocina, junto al fogón donde Sara, la sirvienta, ponía a calentar la jarra de barro con el café.
Un día, los papeles se invierten y el joven aprendiz le cuenta una historia al viejo Mahmut Usta. Le cuenta, nada más y nada menos, que la historia de Edipo, el rey griego. El escritor Pamuk lo cuenta con tal pericia que esta síntesis tiene todas las características de un cuento. ¿Me permiten que se los lea?
(NOTA: Acá leí la síntesis prodigiosa que Pamuk realizó en esta novela.)
¿Qué tal? ¿Verdad que es fascinante? Mi abuela se sentiría muy feliz al ver que ahora se invierten los papeles y que es su nieto quien cuenta los cuentos, de la misma manera que el joven aprendiz le contó la historia al maestro.
El cuento de la niña que quería conocer el mar terminaba cumpliéndole su deseo. Una tarde llegó un circo al pueblo y la mamá de la niña la llevó y le dijo que el hombre, con saco rojo que apareció en la pista, montando un elefante, era su abuelo. Cuando la función terminó el abuelo dijo que el siguiente pueblo que visitarían era Arcadia, un pueblo que se levantaba al lado del mar. La niña, entonces, le pidió al abuelo que la llevara y el abuelo dijo que sí. La niña conoció el mar y se hizo trapecista y conoció muchos lugares. El fin del cuento cuenta que la niña, junto con el abuelo, la madre y los cirqueros, suben a un barco porque irán a Europa, desde América, ya que el abuelo firmó un contrato para presentarse en las ciudades más importantes de aquel continente. Como si fuese una imagen de cine, se ve cómo el barco se aleja en el horizonte, a la hora que el sol se oculta. En la baranda de proa se ve al abuelo abrazando a la hija y a la nieta y se alcanza a ver la cabeza de un elefante que asoma desde un hueco.
¿Para qué queremos teorías acerca del cuento? Para nada. Ahora y siempre, los lectores y los escuchas, tienen suficientes elementos para decir por qué los cuentos han jugado un papel importante en el desarrollo intelectual del mundo. Bastaría decir que los cuentos estimulan la imaginación y que la imaginación es la que, desde siempre, ha movido al mundo. Los avances tecnológicos que ahora tanto nos sorprenden, como los teléfonos celulares y el Internet, nacieron de mentes que imaginaron tales maravillas. Sin duda que esos genios tuvieron el estímulo de los cuentos cuando eran niños.
(En la fotografía aparecen: el licenciado Gordillo, el maestro Escalona, y el moderador.)

lunes, 21 de mayo de 2018

¿Y SI HACEMOS UN TRATO SEÑOR CANDIDATO, SEÑORA CANDIDATA?




A la atención de: Mario A. Guillén Domínguez,
Francisco Javier Paniagua Morgan, José Luis Sánchez García,
Hugo Antonio Espinosa López, María de Lourdes Gómez Cancino,
José Gustavo López García, Emmanuel Cordero Sánchez
y Francisco Javier Avendaño Pérez.

¡Va! Hagamos un trato. Usted necesita mi voto para llegar a la presidencia municipal de Comitán. Sé que en cuanto comiencen las campañas llegará a mi casa, me saludará y sonreirá. Sé que prometerá que terminará con la inseguridad en calles y domicilios particulares; prometerá que resolverá el problema ancestral del agua. Sé que dirá que las calles estarán iluminadas en las noches y que desaparecerán los baches. En fin, señor candidato, señora candidata, usted llegará a prometer lo que todo ciudadano de a pie demanda de su autoridad. Hará su promesa porque necesita mi voto. ¿Y qué tal que hacemos un trato? ¿Qué tal que comenzamos esta relación antes de la votación? Con ello sabré, como dice el poeta, “si podré contar con usted”. Porque, usted sabe, esta historia es cíclica. Los candidatos, amabilísimos antes del voto, se olvidan de lo prometido en cuanto consiguen su objetivo. Si me doy cuenta que podré contar con usted, entonces, sin duda, tendrá mi voto.
A ver, le cuento: En ciudades civilizadas de todo el mundo existe un movimiento prodigioso donde las bardas y paredes exteriores de edificios se llenan con imágenes pintadas por artistas de la calle (grafiteros) Sí las ha visto, ¿verdad? Por favor diga que sí. Bueno, si no es así, le pido, por favor, que le diga a uno de sus asesores de campaña que busque en el Internet y le muestre imágenes de lo que estoy hablando. ¡Es más, el pueblo prodigioso que se llama Juchitán, en Oaxaca, está llamando la atención del mundo, porque hay más de quince murales exteriores que representan a los ancianos del pueblo! ¡Esto es un maravilloso homenaje a la tradición, es un reconocimiento a las raíces de las ceibas que forman las comunidades! Todo esto es realizado por jóvenes artistas callejeros, quienes han encontrado en las bardas una forma de expresión.
Usted tal vez no lo sabe, pero lo que hacen los chavos es un rescate de espacios públicos. Ellos no comenzaron a usar las paredes, el grafitti lo empleó el partido político que lo abandera, con mucha anterioridad. Antes, mucho antes que los muchachos “pintarrajearan” las paredes, su partido lo hacía. Y lo hacía con la estrechez de límites que caracteriza a los partidos políticos.
Si yo le mostrara una fotografía con el mural que acá se ve (la fotografía la tomé en la octava avenida, en el barrio de El Cedro) y le mostrara una fotografía con una barda pintada con mensajes de candidatos, ¿cuál diría que es más digna? No sé qué respondería, porque ya la Biblia nos enseñó que “De todo hay en la Viña del Señor”.
¿Quiere que le diga cuál fue la votación de una mini encuesta que realicé con diez personas? ¿Sabe qué me dijeron? ¡Sí, claro! ¡Sí lo sabe! Las diez personas (de diversas edades, todas en edad de votar. Digo esto para que vea que responde a sus intereses.) prefirieron esta fotografía. Dijeron que era mucho más digna que las bardas de los políticos. ¿Advierte qué opinan los posibles votantes?
Va, pues, hagamos un trato. En esta ocasión, usted nos cambia sus comunes bardas chocantes por murales como el de la fotografía.
¿Por qué no contrata a muralistas callejeros para que pinten las bardas donde quiere mandarme un mensaje para que vote por usted? Hay muchos jóvenes comitecos que realizan estos murales. Todos (hasta el chavo que pinta de manera más regular) tienen una propuesta interesante.
¿Por qué no implementa un programa similar al que realizan en Juchitán y manda a pintar los rostros de nuestros viejos comitecos?
Ya sé que ahora (en caso de que leyera esta Arenilla) está pensando que su mensaje se perdería. ¡No, no! En una esquina inferior, usted puede mandar a colocar el logotipo de su partido político y un mensaje que más o menos diga lo siguiente: “Yo, fulano de tal (o fulana), apoyo a la juventud de Comitán”. Y ahora sí que como dijera aquel gobernante de cuyo nombre no quiero acordarme. Tendríamos, desde antes de las elecciones: “Hechos y no palabras”, porque, usted no está para saberlo, pero sus asesores sí para contárselo, el pueblo de Comitán cada vez se molesta más con las promesas incumplidas.
¿Y si hacemos un trato, un trato donde la palabra recupere la dignidad que tuvo antaño en este pueblo maravilloso que usted desea dirigir?
Usted no lo va a creer, pero hay bardas pintadas por candidatos que han permanecido así durante muchísimos años. El otro día me topé con una barda donde un candidato prometía que Comitán sería diferente. La barda pintada tiene más de quince años. ¿Usted sabe lo que es esto? ¡Más de quince años! El candidato no ganó, pero nos dejó su nombre grabado en la barda, como si su nombre fuera un nombre digno de recordarse por toda la eternidad.
Considero que esto último es una burla para el pueblo. Usted, asumo, no quiere burlarse de nuestro pueblo. ¿Verdad que no? Las bardas pintadas, en esta ocasión, servirán para promocionar su imagen durante un mes. ¡No más! Pregunto: ¿Qué pasará cuando pase el día de elección? ¿Se quedarán esas bardas pintadas para siempre? ¿Usted cree que esa contaminación visual sea algo justo para este pueblo digno?
Así que, le pido (con diez o doce días de anticipación) que considere mi propuesta: ¡Hagamos un trato! ¿Va a pintar bardas? Mande a pintarlas con imágenes bonitas de Comitán, de su gente; mándelas a pintar con mensajes luminosos e iluminadores; mándelas a pintar con mensajes que recuperen nuestra tradición cultural. Comience a distinguirse, a demostrarme que usted piensa diferente, que usted desea cambiar en forma positiva a Comitán.
Sé que usted, señor candidato, señora candidata, no leerá esta Arenilla, porque usted está centrado en su campaña política, pero espero que alguno de sus asesores la lea y se la comparta.
Pronto, Comitán se llenará de comunes y (perdón, por decirlo) fastidiosas bardas pintadas que contribuirán a la contaminación visual que cada vez nos abruma más.
¿Y si hacemos un trato? Yo, cumpliendo con mi obligación ciudadana de votar por quien quiera a Comitán y usted haciéndolo más digno.
Alguien dirá que ante los problemas urgentes del pueblo esto es cosa mínima, pero recuerde La Teoría de las Ventanas Rotas. Si usted me demuestra que está atento a las minucias, sabré que estará pendiente de las grandes responsabilidades.
¿Quiere mi voto? ¡Hagamos un trato! Demuéstreme que ama al pueblo donde usted y yo nacimos y ¡vamos para adelante!

sábado, 19 de mayo de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE HAY AVISO DE LLUVIAS




Querida Mariana: Me topé con este aviso preventivo: “¡Cuidado! ¡Está cayendo mezcla!”. Los constructores pensaron en los peatones y colocaron una especie de espantapájaros en territorio lleno de cemento.
Agradecí el aviso. Lo agradecí porque en este país padecemos una gran carencia de señales preventivas. En las carreteras, por ejemplo, existe muy poca señalética vial. El martes pasado fui a la comunidad Carmen Shan. Una amiga me dijo que la entrada estaba en la comunidad Lázaro Cárdenas. Cuando llegué a Cárdenas tuve que preguntar con una señora qué camino debía seguir para llegar a Carmen Shan. No había ni una miserable tablita que indicara el camino.
Algo similar existe en las instituciones públicas. Hay muchas que carecen de croquis informativos. ¡Señorita, señorita, ya me gana, necesito saber en dónde están los sanitarios! No, joven, yo no trabajo acá. Yo estoy buscando el departamento de quejas. ¡Uf! Qué calamidad.
Por eso agradecí el aviso de los constructores. Alertaba acerca de una lluvia de mezcla. Lamenté que días antes no existiera un aviso preventivo similar en el parque de San Caralampio. Te cuento: Compré unos esquites en el parque central y decidí ir a comerlos a La Pila. Me gusta escuchar el sonido de los chorros de agua. Después de cerrar los ojos y extasiarme con ese andar húmedo, en puntillas, decidí sentarme en las gradas del templo. Para no molestar a los fieles que entraban me senté en un extremo, donde está una columna gruesa. Me senté y comencé a disfrutar los esquites (vos sabés que los pido sólo con un poco de limón y un poco de sal). Dos palomas volaron y se posaron en el piso. Aventé un granito de maíz. Una parvada salió quién sabe de dónde y se acercaron a mi espacio temporal. Aventé otro granito. Se lo disputaron. Aventé más. Mientras aventaba un grano comía diez. ¡Ah, qué ricos! Estaba divertido, emocionado. Me sentía casi casi como si estuviera en la Plaza de San Marcos, en Venecia. Cuando, sin decir agua va, una plasta verde, ligosa, líquida, me cayó sobre el hombro. ¡Ah, qué chubasco de caca de paloma! El Sindicato de Palomas de La Pila no tuvo la atención de poner un letrerito que indicara: “¡Cuidando! ¡Está cayendo caca de paloma enferma!”, porque la coloración y la cantidad que me cayó del cielo era inusual. Veo a las esculturas que son cagadas por palomas y las veo con unos ligeros lunares blancos. Me levanté de inmediato y fui a los chorros a buscar un poco de agua. Por fortuna comprobé aquel viejo dicho que dice: “La caca de paloma ni huele ni hiede”. Ahora, procuro sentarme en un lugar donde no haya alguna paloma acurrucada en la cima de una columna gruesa.
De lo que te cuento se colige que hay las normales lluvias de agua (con granizo incluido, en ocasiones), lluvias de caca de paloma y lluvias de mezcla. Pero, la ciencia nos advierte que también (¡qué pena!) hay lluvias ácidas.
De las lluvias mencionadas se ve que sólo la lluvia normal es bendición, todo lo demás es nefasto. Por eso, pensé en lluvias que tienen la sonrisa del mundo. Me cuentan que en algunas iglesias hay algo que se llama lluvia de textos bíblicos y eso se me hace genial. Lo mismo sucede con los maestros que en las aulas provocan lluvias de ideas. ¿Mirás qué concepto tan bonito? ¡Lluvia de ideas! Pero hay más lluvias bondadosas, lluvias generosas que se alejan de esas lluvias de mezcla o de caca de paloma que ensucian la ropa y el ánimo. Por ejemplo, ahora, pienso en una lluvia de confeti. ¡Ah, qué alegría, que jolgorio! Pienso en la lluvia de pétalos que los amados sueltan desde los balcones a sus muchachas bonitas. Pienso también en la lluvia de hojas secas que crea alfombras de colores sugerentes. Pienso en la lluvia de canciones que los muchachos de antes desgranaban en los balcones de sus amadas, cuando les llevaban serenata con marimba.
El mundo debe inventar más lluvias generosas. Lluvias que compensen las lluvias ácidas que se dan en el mundo. Una vez, leí un cuento alucinante (basado en un hecho real), donde en un poblado de la costa italiana ocurría una lluvia de peces (ya pescados). Nada presagiaba el hecho, la mañana era luminosa, de pronto los techos de las casas y las calles se llenaron de cientos de pescados que caían, literalmente, del cielo, como si los peces hubiesen tenido alas y hubieran decidido dejar el mar y darse una vueltita por el centro del poblado. Creo que esa lluvia no fue tan desastrosa, tal vez hubo dos o tres personas que salieron con sus sartenes, echaron dos pescados, los frieron en casa y dijeron: “Esto fue el maná que Dios nos envió”.
¿Qué clase de lluvias te gustaría? Creo que los niños de dos años de edad, cuando se acuestan tienen lluvia de sueños placenteros. A veces he visto a Luisa (que tiene un año de edad), acostada en su cuna, bien tapada con colchas de color rosa, con la carita viendo hacia el cielo. Sonríe. ¿Por qué sonríe? Porque, sin duda, una lluvia de imágenes gratas están pasando frente a su memoria: gorriones saltando de una a otra nube; unicornios bañándose en riachuelos de agua pura; gatitos que cantan un aria de Bach; un grupo de conejos que, sobre el escenario de Bellas Artes, interpreta la Quinta Sinfonía de Beethoven.
Al mundo le hace falta lluvias de arco iris; lluvias de sonrisas de colibríes; lluvias de historias fantásticas; lluvias de caricias de madres para sus hijos; lluvias de atenciones para las viejitas que siguen prodigando vida en las casas, a pesar de que se desplazan apoyadas en bastones cansados.
Rosario dijo una vez, en broma, por supuesto, que lo que sí sería una tragedia, sería que los elefantes volaran y hubiera una lluvia de su popó. Con una cara de limón agrio preguntaba: “¿Imaginan la pestilencia?”.
Agradecí el letrero de los constructores. Ellos estaban trabajando en el segundo nivel de un edificio y repellaban la pared. El movimiento de repello es formidable: el albañil se convierte en un tenista y, con gran maestría, mueve la cuchara como si devolviera la pelota con una raqueta. La mezcla queda pegada a la pared, pero hay restos de mezcla que tienen la vocación de suicidas y se avientan al vacío. Si la gente que camina no tiene precaución puede terminar con la chamarra llena de mezcla, de igual manera que mi chamarra quedó llena de caca de paloma.
Agradecí el letrero de los constructores, porque, a final de cuentas, resultó ingenioso. Si mirás bien verás que la base es un bote lleno de arena donde hincaron un palo y sobre éste colocaron una camiseta roja. El color no es gratuito. Todo mundo sabe que es el color preventivo por excelencia. En las vialidades de las ciudades civilizadas hay semáforos donde la luz roja indica Alto. Acá el color de la camiseta (muy visible) funciona de igual manera, dice: “Peatón, hacé favor de tener cuidado. Caminá por la otra banqueta para que no te vayás a llenar de mezcla.”
El mojol fue el sombrero (que funciona a manera de casco, de esos que acostumbran en las grandes construcciones). El mensaje está completo. Luis, que a todo le encuentra, me dijo que no estaba de acuerdo, dijo que las letras estaban pintadas de un color muy tenue. Dijo que una viejita se iba a acercar para ver qué decía el letrero y a esa hora iba a caer un kilo de mezcla. Tal vez Luis tenga razón y para la otra, los constructores pinten un letrero más visible, uno donde el mensaje se distinga desde muy lejos. Sí, ahora que lo pienso mejor, Luis tiene razón. Los letreros preventivos deben ser claros y escritos con letra grande para que sean efectivos. En Chiapas hay la costumbre de colocar letreros en las carreteras que dicen: “Tope, ¡aquí!”. Es una estupidez.
Hay lluvia de piedras, lluvia de mentadas, lluvia de enojos. Hacen falta más lluvias afectuosas. Por ejemplo, ahora pienso que un día de estos una garza sobrevuela los cielos de Chiapas y suelta una lluvia de poemas envueltos en nubes. Los poemas son de Quincho Vázquez, son poemas que nos recuerdan la majestuosidad con que él envolvía el papel de china de su diccionario.
Posdata: Hacen falta lluvias de palabras luminosas e iluminadoras. Estamos llenos, sobre todo en estos últimos tiempos, de palabras huecas lanzadas de manera indiscriminada por los políticos. Hacen falta lluvias de palabras que huelan a menta, que tengan la luz de las veladoras del oratorio. Hacen falta lluvias de palabras que nos digan que un mundo mejor es posible. Hacen falta lluvias de palabras que contengan el dulce de las paletas de chimbo y el sabor único de los panes compuestos. Como dijera el cantautor: “Que llueva café”. Sí, que llueva la sonrisa de Dios a mitad de los campos.

viernes, 18 de mayo de 2018

POR LAS FONDAS DEL MERCADO




El hilo negro ya está descubierto: En los mercados de México está la esencia de la cultura popular. Ahí donde los aromas son pájaros sin alas; ahí donde los olores a ajo, a chile, a mole, a frijoles, a café, se enredan en el ventrículo izquierdo del espíritu está el centro del corazón.
¿Quién, de niño, no acudió a un mercado, tomado de la mano de la mamá, y se asombró con ese árbol lleno de colores, sabores y aromas? ¿Quién, de niño, no estiró la mano para cortar una hoja de menta y llevársela a la nariz? ¿Quién no alargó la mano y robó un pedazo de chicharrón, de ese chicharrón de cáscara que se deshacía al contacto con la saliva? ¿Quién no escuchó las voces de las mercadoras ofreciendo queso, atol de granillo, chile piquín, aguayón, quesadillas de flor de calabaza, frijol de enredo, tamales de bola, chinculguajes, jocoatol, maíz de guineo, arroz con leche, palmito o café?
A mí, de niño, me horrorizaba ver las ensartas de chorizo y los colgajos de carne salada llenas de moscas. Las moscas parecían nacer de esos alargados amasijos. Pero el horror era simple. Apenas me provocaba cierto escozor en mi ideal estético. Más temor me causaba ver una cabeza de cuch colgada de un garfio, como el del capitán del mismo nombre. Pero también era un horror pasajero, porque eran más las bondades que el mercado reservaba para la mirada. Me molestaba pasar por las carnicerías. El olor, casi peste, de las carnes expuestas, de cuch y de res, me provocaba arcadas, pero caminaba cincuenta pasos y me paraba al lado de los puestos donde vendían fruta y los aromas de mangos, piñas y manzanas eran el bálsamo suficiente para la armonía. Si Gabriel García Márquez dice que la guayaba sintetiza el trópico, yo digo que el aroma de la lima de pechito sintetiza a Comitán.
Me encantaba ver cómo, de una hoja verde de plátano, aparecía un queso blanquísimo, lo veía como veía aparecer la semilla del chayote. La blancura del queso era como el alma de la hoja de plátano. Este prodigio sólo se daba en el mercado, porque ya en la casa, Sara pasaba el queso en trozos pequeños sobre un plato de cerámica. Yo intuía que el queso era una cosa en casa y otra en el mercado. En el mercado estaba puro, era una imagen virgen. La quesería olía a queso, a leche, a mantequilla, a crema, a hierba, a vaca mugiendo en la finca San Nicolás que atendía mi tío Ramiro. En casa, el queso trozado perdía su preeminencia y se confundía con los aromas del chocolate, del huevo con chorizo, del frijol, del café, del pan y de la leche calentita. En el mercado, todo estaba como están distribuidos los estambres en el gabinete de madera que tiene mi mamá. El mercado era una caja enorme con múltiples gavetas donde cada una de éstas conservaba un aroma especial que no se confundía con algún otro. Cuando me acercaba con mi mamá al puesto donde vendían el café mi nariz se llenaba de ese aroma que se potenciaba en el fogón, adentro de la olla donde hervía.
El mercado es el lugar donde aprendemos a reconocer la esencia de la vida. Es como un gran árbol lleno de pájaros, donde éstos tienen los aromas más sublimes, los cantos más rotundos, los sabores más llenos de aire.
Ahora de viejo sigo frecuentando los mercados. En mi pueblo voy al Primero de Mayo y a la Central de Abasto. Me detengo ante los puestos, ramas de árbol maravilloso, y escucho el parloteo de las aves que ahí se concentran. ¡Ah, qué deleite! ¡Qué guateque sonoro tan impresionante!
¡Que nadie invente el hilo negro! ¡Ya está inventado! Los mercados sintetizan la cultura de los pueblos.

jueves, 17 de mayo de 2018

DEFINICIÓN DE CUATRO




Los expertos en literatura de Julio Cortázar tal vez puedan orientar acerca de una probable afinidad del escritor por el número cuatro.
El número cuatro es un número un tanto relegado en el mundo. Desde que se supo que el mundo no era una superficie rectangular, el cuatro perdió su hegemonía.
En las escuelas nadie lo menciona. Los alumnos desean obtener diez (aunque no se lo merezcan). De no ser posible la calificación máxima comienzan a conformarse con un nueve o con un ocho. Cuando la situación es alarmante, los alumnos encuentran en el siete un asidero maravilloso. Y ya, cuando todo es negro como la situación de un país de cuyo nombre no quiero acordarme, el seis tiene una luz que es iluminadora.
La situación escolar se mueve entre el anhelado diez y el odiado cinco. ¿Quién habla del cuatro? ¡Nadie! Desde el sistema educativo, tal número fue casi casi eliminado.
Menos mal que el pueblo sigue conservándolo, aunque sea en frases como “Le pusieron un cuatro”; es decir, le tendieron una trampa. Ah, pobre cuatro. Sirve como sinónimo de trampa.
Los triángulos se volvieron más interesantes que los cuadrados y que los rectángulos. No hay más cuadrado que el cuadrado y no hay más rectángulo que el rectángulo. Por el contrario, el triángulo se da el lujo de ser escaleno, equilátero e isósceles. Lo que diré a continuación no tiene algo que ver con lo tratado, pero ahora que escribí lo que escribí recuerdo que en Tuxtepec, Oaxaca, conocí a un muchacho que despachaba en una vinatería y que cuando le pregunté cómo se llamaba dijo: Me llamo Isósceles. Pensé que había escuchado mal, insistí y él insistió. Su nombre era Isósceles. Cuando subí al carro y comenté, asombrado, el asunto, María dijo que su papá lo bautizó con tal nombre porque él se llamaba Escaleno. Reímos. Mientras el carro se desplazaba por la carretera que parecía exudar vapor, por tanto calor, pensé que, sin duda, el muchacho era objeto de mil burlas, pero luego Rodrigo dijo que no, que no era cierto, que, sin duda, el muchacho había sido quien se burló de mí. ¿Cómo podía creer que alguien tuviera ese nombre? Ahora que recordé esto, pensé en lo que me dijo Rodrigo y pensé que, tal vez, el muchacho me había puesto un cuatro.
Mi tío Joaquín siempre compraba planas de cachitos de lotería, en número que terminaba en cuatro. Jamás obtuvo un premio mayor, siempre debió conformarse con premios de poca monta. La tía Eugenia, su esposa, siempre insistió que él debía cambiar de número, le sugería el nueve. La tía aseguraba que el número cuatro es un número de mal agüero. ¿Qué no había leído lo que se decía de las cuatro plagas que invadieron Egipto? Cuando el tío le decía que no fueron cuatro sino diez, la tía hacía más polvo con su escoba y decía que entonces no eran las plagas, sino las cuatro maravillas del mundo. El tío ya no se atrevía a rectificar el número de las maravillas, porque, sin duda, la escoba pasaría de barrer el piso a barrer su espalda. Al final, el tío le dio la razón a la tía, el cuatro no le había prodigado el premio esperado. Dejó de comprar las sábanas de costumbre y sólo para no perder ésta compraba un cachito cada semana. Cambió al nueve. Bastó un mes para que el tío leyera en el periódico, emocionado, que el premio mayor coincidía con su cachito. La tía entonces sí cogió la escoba y la despedazó en la espalda del tío. ¿Por qué no había comprado un entero?
Incluso el diccionario de la Real ha sido discriminatorio con respecto al número cuatro. ¿Saben cómo lo define? De la siguiente manera: “Tres más uno”. ¡Ah, el presuntuoso tres no lo deja respirar!

miércoles, 16 de mayo de 2018

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA




Muchos, en Comitán, conocen a esta niña. ¡Es Renata! Ella tiene pocos días de nacida. Sin embargo, su mamá (cariñosa) ya le puso unos aretes en forma de corazón, para que este símbolo sea como la tea que guíe sus pasos por esta vida.
El corazón es símbolo del buen deseo. Todos los niños del mundo son recibidos con ese símbolo. Los niños recién nacidos lo sienten latir cuando, por primera vez, su madre los abraza.
Cuando vi esta fotografía pensé que, sin ser de un profesional, era una foto simbólica; es una foto que sintetiza el mundo de los recién nacidos.
Renata, después de un baño con agua calentita, en brazos de una persona amada, sintiéndose muy segura, se acerca a la ventana del mundo y lo mira por primera vez. Su carita muestra el asombro que mostramos todos cuando vemos algo que no imaginábamos. Acá está el mundo frente a ella, como dándole la bienvenida.
Los recién nacidos se asoman a la ventana y ven la maravilla del universo y desean volar por sus cielos. Sin embargo, los adultos sabemos que el mundo tiene grietas, por eso, para que el corazón sea un árbol lleno de pájaros alegres, la mirada del recién nacido debe ser llenada con imágenes agradables. Por esto, en la ventana de Renata deben colocar un cenzontle, para que sepa que la vida está asegurada cuando el ser humano escucha el canto de un pájaro en la mañana. La ventana de Renata debe tener una torre Eiffel, para que sepa que el mundo tiene ciudades bellas como París y que ella debe llenar sus ojos, no con lágrimas, sino con el agua luminosa de todos los ríos del mundo. Su ventana debe tener las imágenes de sus padres, de sus bisabuelos y abuelos y tíos y primos, para reconocer que el árbol de la vida está sustentado en las raíces de la tradición; su ventana debe tener una imagen del universo, para que ella sepa que siempre hay más cosas de las que alcance a apreciar y a palpar, debe reconocer que la infinitud es apenas el misterio donde juega Dios.
Vi la fotografía y vi a Renata con su carita en la misma posición con que un aficionado a la lectura revisa los títulos en los libreros. Por eso, pensé que su ventana debe tener una imagen de Bach, para que ella escuche los pasos de Dios a la hora que camina por los pentagramas del mundo; pensé que la ventana de Renata debe tener un libro que resuma todos los libros bellos del mundo, los que cuentan las mejores historias, las que nos hacen soñar, las que nos estimulan a pasear en alfombras voladoras.
Recién salida del agua calentita, extensión del líquido amable donde nadó durante nueve meses en el vientre materno, Renata nos regaló la mirada inocente que tienen todos los niños al nacer. Ella está recostada en un brazo, que es como la curvatura del arco iris.
La ventana de Renata debe tener lo que tiene la casa del aire, debe tener la luz afectuosa que tiene el templo a la hora que Dios juega el eterno juego de la vida. La ventana de Renata debe tener un dulce de panela, una flor para que libe el colibrí, un puente para cruzar de lo oscuro a la luz, un huerto donde la mano alcance el fruto, un río donde el barco del sueño bogue sin riesgo. La ventana de Renata debe ser luminosa e iluminadora.
Por el momento, se ve que su ventana está llena de amor. El corazón que está en el lóbulo y está a mitad del patio de su cuerpecito, debe ser el faro que guíe todos sus pasos, pasos que deben seguir las huellas limpias que han sembrado sus padres, sus abuelos, sus bisabuelos y los demás pájaros bondadosos de su árbol mayor.

martes, 15 de mayo de 2018

CARTA A MARIANA, CON PALABRA LUMINOSA




Querida Mariana: ¿Vos has oído alguna vez la palabra Nicanshoyom? ¿Nunca? ¿En serio? Es normal. La quisieron enterrar y estaba empolvada, pero ahora, por fortuna, vuelve a brillar. Ojalá brille por mucho tiempo, por siempre.
Dicen que cuando murió Benito Juárez, la república se deshizo en homenajes hacia él. Una ciudad llevó su nombre, así como decenas de escuelas y parques (el parque central de Comitán lleva su nombre. Por eso, muchos dicen que las autoridades municipales no honran la memoria del héroe, porque el parque está para llorar. Pero parece (qué ironía) a las autoridades la opinión del pueblo le hace lo que “el viento a Juárez”.)
Algo similar sucedió con Belisario Domínguez. En nuestro pueblo (pueblo en que nació el héroe) hay calles, escuelas, sitios de autos de alquiler, su casa museo, un auditorio de trescientos millones de pesos y una colonia con su nombre. Además, la ciudad se llama Comitán de Domínguez, en su memoria. Tío Belis no se puede quejar, tiene muchos motivos para estar presente en la memoria histórica. Los jóvenes también se apoderan de su imagen. Frente al parque central ahora hay un restaurante que se llama “La esquina de Belisario” y este Belisario no es otro que nuestro héroe, porque el logotipo de la empresa muestra el rostro de don Belisario Domínguez. Estos jóvenes empresarios comitecos (como debe ser) le restan un poco de pomposidad al nombre y le botan el don y lo tratan de tú (de vos): Belisario, para hacerlo más cercano. Total, medio Comitán le ha dicho tío Belis al héroe.
La clase política tiene mil motivos para entronizar la memoria de los héroes. Esto fortalece el nacionalismo y la estructura de autoridad. Ellos se abrogan el poder de cambiar nombres. Un día (tal vez los cronistas tienen el dato preciso) el barrio que se llamaba Nicanshoyom cambió su nombre por el de colonia Belisario Domínguez; de un solo plumazo, el barrio se convirtió en colonia y dejó su nombre original y adoptó el del héroe.
Sí, son los excesos del poder, son los contrasentidos, y digo esto porque don Belis ya tenía suficientes túmulos para recordar su memoria. ¿A quién se le ocurrió borrar el nombre maravilloso de Nicanshoyom? No lo sé. ¿Por qué se permite en Comitán tales atropellos?
Por fortuna, ahora, jóvenes emprendedores rescataron el nombre. En el corazón de la colonia Belisario Domínguez, inauguraron una cafetería, que vende café, snack’s y lunch. ¡Ah, me encanta ese desplante y ese orgullo por las voces originales! En la patria mexicana hay decenas de espacios que se llaman Belisario Domínguez. Sólo había un barrio llamado Nicanshoyom (un día de estos le preguntaré a Amín Guillén, experto en estas voces, el significado de tan hermosa palabra).
Sólo había un Nicanshoyom y las autoridades intentaron enterrarla, para que sólo los nombres de los héroes mexicanos brillen en el calendario de nuestra memoria. Pero he acá que jóvenes emprendedores ha desempolvado el nombre y lo hace brillar con luz propia.
Espero que su negocio sea exitoso, que mucha gente llegue y que en los celulares y en las redes sociales aparezca la siguiente leyenda: “Estoy en el café Nicanshoyom”. Con esto, lo digo con mucho respeto, pero con gran convicción, al nombrar espacios con nombres auténticos se hace más patria que al bautizar colonias con nombres de políticos.
En Comitán hay una escuela secundaria que se llama “Juan Sabines Guerrero” y hay un fraccionamiento que también lleva el nombre del ex gobernador de Chiapas. No sé, pero no creo que los estudiantes de esa escuela o los habitantes de ese fraccionamiento se sientan muy orgullosos al conocer la biografía mínima del personaje en cuestión.
Advierto (como todo mundo) que los propietarios de este espacio tuvieron la libertad de nombrar a su negociación con cualquier nombre, pero (en buen momento) eligieron un nombre comiteco auténtico.
Posdata: A mí me encanta esa mezcla de vocablos, habla de una mixtura de culturas en tiempos de globalización. En lugar de decir botana o tentempié o canapés o bocados, está la palabra snack al lado de la palabra Nicanshoyom. Tal conjunción prodigiosa no se verá más que en este pueblo y esto habla de un rasgo de verdadero orgullo.
Bien por los jóvenes que emprenden negocios y nos devuelven rasgos de identidad.

lunes, 14 de mayo de 2018

SE LA CLAVÉ




Quienes ignoran la ortografía no advierten que la tilde hace diferencia. En el Facebook aparece, con cierta frecuencia un ejemplo que es rotundo: “Sé la clave” o “Se la clavé”. ¡Claro!, la tilde hace la diferencia. Si jugamos tantito podemos decir que en el primer caso hay una persona que sabe cómo abrir la caja fuerte; y en el segundo, hay una persona que fanfarronea por haber hecho suya a la muchacha que desea medio mundo (dije que jugáramos). Rocío (quien también es juguetona), cuando está con sus amigos tomando una cerveza, siempre pregunta: “¿Qué diferencia hay entre lástima y lastima?”. Cuando algún inocente dice que es la tilde, ella dice que no, que la diferencia entre alguien que da lástima y alguien que lastima son ¡treinta centímetros! A veces, el inocente sigue sin entender, mientras los demás festejan la procacidad de Rocío.
El tío Andrés siempre puso un ejemplo menos prosaico. Él decía que no era lo mismo escribir “Mirada lúbrica”, que “Mirada lubrica”, y nos preguntaba si entendíamos la diferencia. Antes que alguien hablara él explicaba que esa era la diferencia entre un verdadero seductor y un pobre perverso.
Sí, entendíamos. El tío decía que nosotros (estudiantes de bachillerato) debíamos aspirar a evitar lo primero; decía que las miradas lúbricas son propias de seres menores. A las chicas, nos explicaba, no les gusta esas miradas. Ellas se sienten ofendidas, amenazadas. En cambio, quienes tienen una mirada lubrica, las deshacen con un sutil encanto.
Romeo (quien siempre fue el más inocente de nosotros, pero también el más sagaz para cuestiones de ortografía) decía no entender lo que el tío explicaba, porque la segunda expresión era incorrecta. Lúbrico es un adjetivo, por lo que mirada lúbrica estaba bien dicho, pero mirada lubrica era una incorrección, ya que lubricar es un verbo.
Nosotros nada le decíamos al tío, porque sabíamos cuál era su intención. El ejemplo se nos hacía muy bello.
Yo, por desgracia, por más que lo intenté, nunca logré evitar la primera. Cuando veía a una muchacha bonita en el parque, con blusa de escote generoso, mi mirada era lúbrica. ¡No podía evitarla! Era (perdón por el ejemplo tan burdo) como los ojos que ponía mi prima Amanda cuando le ponían un pedazo de pay de queso frente a ella. Su mirada derramaba saliva, que era como baba de diablo.
Una tarde, que estaba solo con el tío en la cocina de su casa, mientras tomábamos café y comíamos tostadas, el tío me dijo que él, cuando era joven, era muy lúbrico, pero comenzó a darse cuenta que si su calentura (así lo dijo) se pasaba al territorio de la ternura, tenía más éxito con las muchachas, porque éstas reconocían que su cuerpo despertaba admiración y pasión sana en ellos. Porque (dijo) sabrás que existen pasiones sanas y pasiones insanas. Cuando un hombre mira como perro a la chica la está rebajando al nivel de perra, pero cuando hay pasión humana, la chica se sabe amada con la mirada. Por eso (terminó esa tarde) cuando dijo que hay que cambiar la mirada lúbrica por la mirada lubrica les estoy diciendo a ustedes, muchachos de porra, que no babeen por los ojos, sino que manden tal energía que sean ellas las que se lubriquen, las que se “mojen” toditas.
Esa tarde me sorprendió el tío. Jamás había explicado de esta manera su ejemplo. Yo me reí y él también lo hizo. Sí, dijo, se sobó las manos, y agregó: “Ellas sienten mojadas sus cositas y sienten bonito”.
Ah, pensé, si Romeo hubiera escuchado eso. Yo jamás le conté esto a Romeo. Se me hacía que le iba a encontrar, tal vez, incorrecciones morales.
Esa tarde yo me sentí muy cerca del tío, como nunca. Entendí que sabía perfectamente que su ejemplo no era un dechado de virtud ortográfica, pero sí era un ejemplo de vida.

domingo, 13 de mayo de 2018

DESDE LA BANQUETA




Me gusta la mujer de domingo. Sobre todo, la que ve la calle desde una ventana del segundo piso. Me gusta porque es tan liviana, como el vuelo de las palomas. No me importa qué edad tiene. La edad no tiene la menor importancia cuando de mujeres se trata. Puede ser mujer casada que riega las plantas del balcón o soltera recién salida del baño.
Me encanta verla desde abajo, desde la altura que no puede alcanzar ni sus sueños ni sus derrotas. Me gusta verla, porque tiene mucho del carácter de los faroles. Muchas personas entienden la importancia del faro sólo cuando la noche llega; no advierten que el farol está siempre iluminando el espacio. Lo mismo sucede con la mujer que, en domingo, se muestra lejos de su oficio diario. ¡Es tan dueña de ese espacio!
Me encanta ver cómo ella mira lo que sucede a sus pies, como si todo acto fuera un homenaje permanente a su luz y a su paciencia.
La observo en su rutina de mirar hacia abajo. Esta frase define la grandeza de su espíritu. A veces está más alta que las frondas de los árboles que crecen en las banquetas, a veces está al mismo nivel y, en otras ocasiones, está a un nivel inferior. Sin importar la comparación, ella siempre es como esa rama que alimenta los nidos con luz.
Ella lo ve todo desde su altura. Siempre ha sido así. Eso fortalece su intuición primaria. Ve a la otra mujer que camina con el bolso enredado al brazo, a la que se sube a la motoneta que tiene marca italiana, a la que barre la banqueta, a la que se cita con el novio por el celular. Ella ve el perro que husmea en las bolsas de basura que dejaron en la esquina; ve el pájaro que se para en el dintel y pía; ve al hombre que mira para todos lados, se saca el miembro y orina y cuando, satisfecho por la expulsión del pis, mira hacia arriba y se sabe descubierto, ya no puede evitar el chorro y sólo alcanza a darse tantito la vuelta para no ser ofensivo.
Me gusta la mujer de domingo. La que escucha la radio, mientras limpia, con un trapo, los cristales del balcón. Me gusta la mujer que se acoda en el balcón y deja que el chal de la tarde cubra su nostalgia. A veces pienso en qué piensa ella, mientras, sentada en su mecedora, teje una chambrita para su sobrina recién nacida.
La veo desde la banqueta, desde un lugar donde disimulo mi presencia. Porque sé que si ella advierte que yo la veo durante mucho tiempo, ella hablará por teléfono a la policía para alertar acerca de la presencia de un desconocido que quién sabe qué intenciones tiene. Casi puedo escucharla decir: “Lleva más de media hora frente a mi casa. Debe ser un delincuente. Vengan pronto, por favor. Pronto.”
Cuando veo que la mujer se alarma, camino y abandono la calle. Voy en busca de otro balcón, de otra mujer.
Me encanta ver a la mujer del domingo que abandona tantito el balcón para preparar la botana del juego de fútbol por televisión; a la que corre para darle la mamila al bebé que berrea; a la que hojea una revista de espectáculos o limpia un cuadro colgado en la pared o saca la novela pendiente del librero. Me encanta ver a la mujer que se peina frente al espejo, a la que se depila las cejas, a la que llora frente a la fotografía de su madre muerta, a la que relee una y otra vez las cartas que le ha enviado el hijo que vive en Estados Unidos.
Me encanta saberla como hoja permanente del árbol de luz. Me encanta saberla postigo abierto de ventana. No me importa la edad que tenga. La edad es una mera referencia advenediza en el reloj infinito del universo. Me basta con saberla como canario en jaula de domingo. Sabiendo que al otro día, lunes intenso, dejará ese sofá en nubes envuelto, para bajar con rapidez a la calle y convertirse en una mujer más, en una que lleva el bolso del trabajo bajo el brazo o la mochila con la computadora para llegar pronto a la biblioteca universitaria.
Me gusta la mujer del domingo, la que, como azalea, se asolea en el balcón.

viernes, 11 de mayo de 2018

CARTA A MARIANA, CON REGALO INCLUIDO




Querida Mariana: Ya viene el día de tu cumpleaños. ¿Qué regalarte? Tu novio y tus papás, sin duda, se ponen en aprietos para ver qué regalo puede gustarte. Yo, gracias a Dios, no tengo problema. Voy a la librería Lalilu, compro un libro y ¡listo! Todo mundo te cantará las tradicionales mañanitas. Yo no lo haré, porque sabés que pienso que esa canción es muy triste. El otro día la canté y la tuve que hacer a ritmo de rap. Así sonó más o menos alegre, a tono con el festejo.
En apariencia, México es un pueblo muy alegre. Pero, si rascamos tantito hallamos que es un pueblo triste. Tenemos por costumbre cantar “Las Mañanitas” a nuestros amigos, compadres, familiares, novias y demás hierbas y ajos. ¿La canción de Las Mañanitas es un canto celebratorio de felicidad? No lo creo. No lo creo, porque el ritmo es cansado, tristón. Nos paramos frente al cuarto del celebrado y, en voz baja, decimos: Una, dos, tres, y comenzamos a cantar a coro: “Estas son las mañanitas que cantaba el Rey David…” ¿Ya escuchaste que el ritmo es como de paso de tortuga, como de hilo de agua cansado? No sé de música y no sé qué ritmo tiene dicha canción, pero lo que sí sé es que es como de flojera. Y luego ¡la letra! Romeo dice que en Brasil cantan una versión arreglada del Happy birthday to you (Sapo verde tuyú). Deben hacerlo a ritmo de samba y las quinceañeras deben mover la cintura como sólo las garotas saben hacerlo. Romeo dice que los brasileños dicen: “Felicidades para ti, en esta fecha querida. Te deseamos muchas felicidades, muchos años de vida. Hoy es día de fiesta. Cantan nuestras almas. Te enviamos una salva de aplausos.” ¿Cómo lo mirás? Está bien, ¿no? Hay un sincero deseo de que el festejado sea feliz. A mí me gusta eso de “Cantan nuestras almas”.
¿Qué pasa con la canción que cantamos en México? Ya muchos analistas han dicho que la letra es compleja y pedante. En primer lugar, nos han dicho, repetimos algo que cantaba un Rey, el Rey David. Con esto demostramos un gran complejo racial. Ya lo dice la Constitución que en este país no hay títulos de nobleza. ¿No? Ah, bueno, pues para que vean que soñamos con ser nobles, cuando cumplimos años, repetimos algo que dijo un rey. Habrá que reconocer, en este instante, que el tal Rey David no era buen poeta. Los brasileños dicen que “Cantan sus almas”, acá ¿qué decimos? Decimos que el día que nació el festejado, ¡nacieron todas las flores!, y “en la pila del bautismo cantaron los ruiseñores”. ¡Qué poca imaginación! ¡Cuánto complejo! Si el festejado se pone a reflexionar tantito (lo bueno es que con tanto abrazo ni tiempo tiene), verá que le están mintiendo. Le están haciendo creer que lo que le cantan lo cantó un rey y que todas las flores del mundo nacieron el día que él nació, cuando basta ver el jardín para comprobar que las flores viven por sí mismas, y si el festejado no hubiese nacido, el jardín seguiría tan florido como siempre.
El colofón de lujo es lo que dice: “…Quisiera ser un San Juan, quisiera ser un San Pedro, para venirte a saludar, con la música del cielo…”. ¡De nuevo el complejo aparece! Decir que quisiera ser un San Pedro, significa que el cantante no posee las llaves del cielo y que, sin duda, ni siquiera las llaves de su casa tiene.
¿Ya miraste que nuestra canción de las mañanitas no sólo es triste en su ritmo sino también es muy acomplejada y compleja en su letra? Los brasileños, dice Romeo, no se andan por las ramas, desean, a través de una canción más movida, felicidad al festejado, mediante el canto de su alma y, al final, envían una salva de aplausos. ¡Ah, qué bonito! Es una canción sin complejos.
Posdata: Los mexicanos crecemos con esa canción que cantó el Rey David. ¡Padre mío! Crecemos creyendo, de verdad, que el día que nacimos “nacieron todas las flores”. ¡Qué pedantería! Nos pensamos nobles. Por eso somos como somos. El doce de mayo no te cantaré las mañanitas, sólo te regalaré un libro y dejaré que mi alma te cante y te mande una salva de aplausos, que sean como agradecimiento a Dios por haberte dado la vida y permitido que fueras vecina de mi espíritu.

jueves, 10 de mayo de 2018

DEFINICIÓN DE ABIERTO




No puedo evitarlo. Siempre que escucho la palabra “abierto” recuerdo un programa de Plaza Sésamo. Uno de los personajes del programa abría una puerta y decía: “Abierto”, luego la cerraba y decía “Cerrado”. No puedo evitarlo. El otro día, mi esposa me dijo que fuéramos a comprar unos estambres, como ya era más de las siete de la noche le pregunté si no estaría cerrado a esa hora. Ella dijo: “Está abierto” y yo, de manera inconsciente, dije: “Cerrado”, en automático. ¿Cómo explicarle a mi esposa lo que ya expliqué? Ella pensó que la molestaba. Me dijo que si no quería llevarla en el auto, se bajaría y caminaría. ¡No, no!, le dije y le expliqué. No me creyó. Pero, lo juro, siempre que escucho la palabra Abierto, en automático aparece la palabra Cerrado en mi mente, y ¡la digo! ¡No puedo evitarlo! Es algo así como dicen que sucedía con los chuchos de Pavlov. ¿Por qué me sucede eso? No lo sé, porque el programa de Plaza Sésamo no lo vi siendo niño, sino que lo vi una mañana cuando ya tenía como cuarenta años.
Ahora mismo deseo escribir algo acerca de tal palabra, pero sé que en cuanto la escriba, de inmediato aparecerá la otra. Por eso, en este momento, trato de evitar escribirla y suplico a mis lectores que sean ellos quienes la pronuncien, deseando (con todo el corazón, de veras) que no les suceda lo mismo que a mí y que en cuanto pronuncien la palabra aparezca la otra y comiencen a padecer del mismo trauma semántico que yo tengo.
Esto, que pareciera cosa mínima, se ha convertido en un verdadero problema, porque mi mente (juguetona) me hace pasar serios problemas. Cuando voy a la peluquería (sólo por poner un ejemplo) encuentro, la mayor cantidad de veces, un letrero sobre la vidriera que dice: Sí, eso, la famosa palabra, pero como mi mente de inmediato me hace la travesura, aparece la otra palabra y entonces (no me pregunten cómo sucede esto, porque es materia de sicólogos y terapeutas de la mente) como la segunda palabra es la más reciente en mi código mental, pienso que la peluquería está fuera de servicio y me voy.
Hace muchos años estuve con una chica que me gustaba mucho, ella aceptó tomar un café conmigo, fuimos a un Sanborns que estaba en Insurgentes (tal vez sigue ahí). Como yo era muy tímido (hasta la fecha) y llegó un instante en que no tenía de qué platicar y estos silencios siempre me han parecido muy dramáticos, así que le conté la historia de la niña que siempre confundía el sí con el no. Esta historia me la había contado mi abuela Esperanza, ahora sí, cuando era niño. A la chica le gustó mi historia. Cuando la terminé de contar ella dijo que debía despedirse porque se le había hecho tarde. Me paré, pedí la cuenta y la acompañé hasta la parada del autobús. Cuando vimos que se acercaba el camión, le dije si podíamos volver a vernos, sí, dijo ella, me la pasé muy a gusto contigo, pero, mi mente (como sucede ahora) siguió con el juego de la historia de la niña y, de inmediato, al escuchar sí, tradujo no y yo me agüité y pensé que siempre era lo mismo, las chicas preferían estar con alguien más platicador, con alguien más simpático. Cuando ella subió y con su mano me dijo adiós a través de la ventanilla, yo seguí con las manos adentro de la bolsa, pensé: “Que se vaya a la mierda”.
Perdón, ya no definí la palabra, porque (ya lo dije) si la escribo o la pronuncio, de inmediato, pienso en la palabra contraria, y entonces (digo yo) todo pierde sentido. Tal vez algún día les cuente de la historia (que también me contaba mi abuela Esperanza) del niño que cuando escuchaba la palabra blanco pensaba en el color negro. La historia cuenta de cómo un niño negro, en los Estados Unidos de Norteamérica, entró a un restaurante donde solo se servía a niños blancos.