sábado, 30 de junio de 2012

CARTA A MARIANA, CON OREJA, PERO SIN RABO




Querida Mariana: admiro a los hombres que salen en busca de la vida y le meten el pie y la invitan a brincar la cuerda. Sabés que a mí me cuesta trabajo adaptarme a la vida. Ésta me llega como un balde de agua y -me conocés- no me gusta mojarme.
Cuando fui joven no tuve novia porque me daba pena acercarme a la niña que me gustaba. ¿Cómo acercarme a ella, si siempre estaba rodeada de amigos y todos chanceaban muy a gusto? Me daba pena quitarla de su alegría. Yo, ¿qué podía platicar? Me resulta muy difícil hablar de lo que hablan los demás. Ya Quique me dijo el otro día que soy extraterrestre. Tal vez me lo dijo porque cuando estudiábamos en la Universidad nos gustaba leer todo lo que tenía que ver con la ufología y éramos fanáticos de las teorías “marcianas” de Erick Von Däniken. Mis amigos adolescentes hablaban de los Beatles y cantaban sus canciones, en inglés. Yo no podía hablar de Los Beatles, porque nunca estuve al tanto de los ritmos de moda; no podía hablar de algún deporte, porque nunca los he practicado. Podía (esto sí) hablar de libros, pero ¿quién de las niñas de esos tiempos tenía interés por libros? A la mayoría de niñas de hoy tampoco le gusta hablar de libros. A las niñas de aquellos tiempos les interesaba la novedad, lo sorprendente, lo que olía a vida y, la mera verdad, yo era un chavo apocado, casi tímido. Me gustaba sentarme en una banca del parque, comer un helado, mirar el paso de las horas, con un libro en las manos.
Soy tan tímido que dudo a la hora de comprar un chunche. ¿Entrar a una tienda para comprar un suéter o un pantalón? ¡No, jamás! Bueno, con decirte que hasta el acto de cortarme el cabello se me vuelve una tragedia, de tal hondura que las historias de Sófocles ¡se quedan chiquitías!
Quienes saben de la vida dicen que muchos de nuestros complejos y de nuestros deseos provienen de nuestra infancia. Los primeros años nos marcan como si fuésemos toros y vacas en yerra (perdón por la comparación, pido perdón a vacas y toros). Por esto me provoca angustia cuando veo que un perro asusta a un niño de año y medio o cuando veo que un adulto maltrata a un niño de escasos meses de vida. ¿Qué piedras cargarán estos niños cuando crezcan? ¿Cómo se puede borrar el color oscuro de las nubes negras?
No obstante, a pesar de que es un pesar el corte de cabello, las peluquerías me seducen. Ver sus paredes llenas de espejos ¡me maravilla! Asimismo me provoca una gran alegría ver esos anuncios cilíndricos que son como dulces enormes con franjas rojas, azules y blancas. ¿A quién se le ocurrió simbolizar la peluquería con esos cilindros que llevan los colores de la bandera francesa? ¿Has pensado alguna vez que las peluquerías son como sucursales light de la Santa Inquisición? Todos los chunches que ahí están sirven para ¡cortar! ¡Dios mío! Basta ver la colección de navajas y tijeras sobre la mesa para sentirse agua puerca en batea de cuch. Hay personas que se sientan en un sillón de barbero, cierran los ojos y dormitan como niños inocentes. ¿No sienten un hilo de temor a la hora que el barbero desliza la navaja sobre su garganta a la hora de rasurarlo? ¿Qué pasaría si a esa hora un niño travieso entra y suelta un racimo de triques prendidos? ¿Qué pasaría si el peluquero se espanta y mueve las manos en movimiento automático? ¿Soltaría la navaja o, en la confusión, haría un ligero movimiento de más sobre la garganta del cliente? ¡No, no, qué miedo! Yo, por esto y por mucho más, no dejo que me rasuren. Lo más que permito es que, con una tijera, peine y maquinita me despunten tantito, tantito, no más.
Hace años leí un cuento de Vladimir Nabokov (el prodigioso escritor, autor de la novela “Lolita”). El cuento narra la historia de un barbero de Berlín. El barbero es un exiliado ruso. Un cliente llega, se sienta y, mientras le corta la barba, el barbero comienza a pensar en dónde conoció a su cliente, porque se le hace conocido, sí, ¡conocido! ¡Eureka, el cliente es el mismo policía ruso que lo torturó hace muchos años en su patria! Ahora lo tiene ahí, al alcance de la navaja. ¡Uf, conforme avanzaba en la lectura sentía en mi garganta el desasosiego! Hagamos un juego de imaginación, sólo por jugar: imaginá a la dueña de una estética que tiene enfrente, sentado en el sillón, al hombre que la violó hace muchos años, cuando ella tenía catorce años. ¿Cuál sería su pensamiento a la hora de cortarle la barba con una navaja filosísima? ¡Uf! ¡Uf! El cuento de Nabokov es excelso. Claro, vos sabés que él es un gran escritor. ¿En qué acaba el cuento? ¡Ah, saber! Conseguilo y leelo. Lo disfrutarás enormemente. El cuento se llama: “Navaja” y lo podés encontrar en el Internet.
Por todo esto, las peluquerías me provocan una mezcla de seducción y pánico. No me gusta ver chunches filosos.
De niño nunca asistí a una peluquería. El maestro peluquero iba a mi casa. En uno de los corredores de la casa, dos empleados de mi papá colocaban una mesa de madera y encima una pequeña silla donde yo me sentaba. El Maestro Armando Aguilar Domínguez, dueño de la peluquería “Varón Dandy” (quien, gracias a Dios aún vive y sigue ejerciendo su oficio) me cortaba el cabello. El otro día que fui a cortarme el cabello con él, me dijo: “Dos eran los que más lata me daban: Alex, el hijo del maestro Óscar Bonifaz y tú”. ¿Por qué?, pregunté. Rió y no me contestó, pero yo deduzco que lloraba y pataleaba y vos sabés que el oficio exige una especie de docilidad. Si uno se mueve tantito la punta de la tijera puede herirnos. No sé por qué (bueno, sí lo sé), la peluquería siempre la he relacionado con la sangre.
Tengo pocos afectos. Sólo me doy con gente de mucha confianza. Como mi carácter está lleno de complejos no puedo cortarme el cabello en cualquier peluquería. Cuando viví en Puebla fue necesario que Paty le entrara al oficio porque no hallé a alguien que me inspirara confianza. ¡Ay, lamenté tanto estar lejos de mi gente, lejos del cariño de mi maestro Armando! El primer día que Paty me cortó el cabello, saqué una silla y la coloqué a mitad del patio breve, ella me puso una toalla sobre la espalda y comenzó su labor. En dos ocasiones me regañó porque me moví y estuvo a punto de cortar “oreja” en su debut taurino. Con el tiempo ella mejoró en el arte de Fígaro y yo, entre que Fígaro sí, Fígaro no, me volví dócil a sus dictados.
Al regresar a Comitán lo primero que hice fue correr al Mercado Primero de Mayo a tomar un vaso de jocoatol y, acto seguido, corrí con rumbo a la casa de don Mario Kánter, porque en uno de los locales, mi amiga María de Lourdes Villatoro López, la esteticista de “La Central”, tiene su peluquería. ¡Por favor, le dije, dame una rebajadita! María de Lourdes fue mi “peluquera de confianza” en los últimos años de los noventa.
Ahora volví a encontrar a mi maestro Armando, pero a veces su local está cerrado (me dicen que va a su rancho); entonces busco el cobijo de mi amiga Lourdes y me siento a gusto (hasta donde la tragedia de cortarme el cabello me lo permite). Si no están disponibles el maestro Armando o mi amiga Lourdes entonces voy con el maestro Alfredo Aguilar Aguilar (quien heredó el nombre de “Varón Dandy”, porque trabajó con el maestro Armando).
Con mi maestro Armando disfrutó la plática, porque me cuenta de la vez que acompañó a mi papá en un viaje a San Cristóbal. Me dice que fue amigo de mi papá y a mí esto me llena de luz. Cuando alguien habla de manera afectuosa de mi padre es como si cubrieran mi corazón con hierba buena. Lourdes me pregunta acerca del programa de radio o de mis colaboraciones en el periódico y me dice que aún no ha terminado de leer el texto más reciente. Yo sonrío y luego le pregunto por su hija y ella me dice que ya estudia en la Universidad. Así la pasamos, mientras ella quita el cabello sobrante y yo, poco a poco, voy apropiándome del Síndrome de Sansón y me siento casi desnudo. No lo vayás a contar, fui feliz en los años setenta, cuando asomó la moda del cabello largo en los hombres. ¡Ah, cómo gocé esos tiempos en que los peluqueros se quedaron casi sin chamba! Todos los chavos andábamos con las grandes melenas y nos sentíamos poderosos, capaces de superar todas las hazañas de Sansón. Íbamos a la peluquería cada semestre, en temporada de vacaciones y pedíamos al peluquero que sólo le diera “forma” a nuestra melena de león de la Metro Goldwyn Mayer.
Cuando voy a la “Varón Dandy”, con el maestro Alfredo, platico poco. Le pido que mueva la silla y la coloque de tal forma que yo vea la calle. ¡Ah, me encanta ver cómo la gente sube o baja por la calle! Al frente hay un terreno bardado. Por encima de la barda logro ver unos árboles. Me siento como si estuviese en la avenida Ignacio Zaragoza, de la ciudad de México. Ahí se encuentran las peluquerías que llaman “de a paisajito”. El peluquero coloca una silla a mitad del camellón y hasta ahí llegan los que desean un corte de pelo.
¡No, no confundás las cosas! Nunca me corté el cabello ahí, pero imagino la maravilla que significa sentarse a mitad del camellón y oír el tropel de los motores de todos los camiones y respirar las toneladas de smog que vomitan los tubos de escape de cientos de autos. ¿Qué platican esos peluqueros con sus clientes? Tal vez nada, porque el ruido no se los permite. Tal vez el peluquero sólo se dedica a hacer su labor y el cliente se dedica a mirar el paisaje que es como la antesala del infierno. Por esto, mi niña bonita, ¡por esto!, me gusta ir con el maestro Alfredo. Nada platico. Sólo me dedico a ver cómo los comitecos suben y bajan por esa calle. Y sé que es el tiempo el que sube y baja en interminable juego infantil. Mientras yo, como si estuviese en un parque, estoy sentado en una banca y descubro que en Comitán tengo tres peluqueros de confianza y me siento bien y doy gracias a Dios por esa bendición.

Pd. Lourdes dice que en diciembre y en temporada de graduaciones es cuando tiene más chamba (ahora se soba las manos, porque ya terminará el ciclo escolar). Se soba las manos porque recibirá paguita, pero también (en la noche, en su casa) debe sobarse los pies, porque, niña mía, es una gran joda la que llevan los peluqueros. ¿Cuántas horas permanecen de pie? ¿Cuánto tiempo dando vueltas en un pequeño espacio como si bailaran danzón en cuatro ladrillos? ¿Cómo si -perdón- estuvieran dando vueltas y vueltas alrededor de un trapiche? Lourdes dice que tiene más de veinte años en su local. ¿Cuál es la compensación del peluquero? Tal vez la capacidad de hacer cientos de amigos y escuchar cientos de historias. A mí me gustaría escribir una novela que tenga como escenarios dos o tres peluquerías. ¿Imaginás la cantidad de historias que ahí caminan todos los días? Tal vez ésta sea la compensación de la friega de estar parados todos los días: enterarse de primera mano de todo lo que sucede en Comitán. Los peluqueros son como sacerdotes donde los clientes llegan a confesarse y a confesar los pecados de los otros (y de paso echar un poquito de lodo a honras ajenas).
Me cuesta trabajo salir de mi casa y mirar de frente la cara de la vida. No siempre tiene un rostro amable. A veces me duele la muela y -¡Dios mío!- debo ir con el dentista; a veces el cabello crece de más y -¡Dios mío!- debo ir con el peluquero. ¡A veces no queda de otra, debe uno mojarse! Como no es posible eludir estos tormentos, cuando menos que sea con mi odontólogo de confianza (el doctor Álvarez Solís) y con mi peluquero de confianza (mi querido Maestro Armando, o con Lourdes o con Alfredo).

viernes, 29 de junio de 2012

ARENILLA PARA URIEL IGNACIO PUIG




Uriel estudia en el Centro de Capacitación Artística, de la Asociación Nacional de Actores, en la ciudad de México. Llama mi atención cuando dice que su compromiso personal es “escucharse”. Es raro que un joven manifieste tal idea. Por lo regular, los jóvenes están dispuestos a escuchar el mundo, más que escuchar su dictado interior, pero Uriel va a contracorriente. Tal vez piensa que el mundo vocifera demasiado. Sí, debe ser muy pesado escuchar a todas horas miles de dictados. Todo mundo quiere opinar respecto al porvenir de los demás, pero no está dispuesto a escuchar. Uriel se “escucha”. ¿Cómo logra hacerlo en medio de tanto smog, de tanto grito en las plazas, en medio de tanto bocinazo? Debe ser difícil, pero si él tiene claro lo que desea, si ya no desvía en su proyecto de vida, estoy seguro que se oirá bien.

1.- Uriel, ¿sueñas con ganar el Ariel?
Por supuesto que sí, el trabajo que se hace con dedicación y esfuerzo siempre, psicológicamente, buscará una especie de reconocimiento, hablando específicamente de un premio como lo es el Ariel, podríamos entender que entonces ya no sólo es un reconocimiento sino un aporte especial al cine mexicano.

2.- Si en el restaurante te sirven de entrada a Fellini, ¿qué pedirías como plato fuerte?
Definitivamente completaría una comida memorable con Quinn, un toque de orgullo mexicano que le da aliento a mi sed de jugo del éxito.

3.- ¿Kieslowsky o simplemente sky?
Hablando de Kieslowski prefiero Rojo.

4.- ¿A qué hora el actor se pone la máscara de hipócrita?
Un actor se pone una máscara de hipócrita cuando pierde su compromiso y se vuelve peón de una empresa que no está comprometida por la verdadera esencia del arte, y entonces se pierde a sí mismo.

5.- ¿Qué clase de silencio vuela en el escenario después de una función?
Vuela el silencio de la energía, silencio de catarsis de personajes y silencio de emociones vividas.

6.- A pan y a tan tan suena Comitán, ¿a qué más suena?
A mí me suena a “Vos”; creo que si algo me marcó el tiempo que viví en Comitán fue esa forma peculiar de hablar el español, que es orgullosamente símbolo de distinción de su gente ante otros lugares del mismo estado y ¡qué de menos al resto de la república!

7.- La nostalgia por el pueblo ¿te pega, te acaricia o te es indiferente?
Me pega y fuerte; la pérdida de nuestro origen cada vez es más evidente y cada vez más grave, nuestra naturalidad humana, nuestra percepción natural de igualdad hacia otros seres vivos, es invadida por aparentes nuevos modelos de comunicación, resultado de una imagen del humano como ser productor económico de bienes para sobrevivir. “El ser humano ha dejado de vivir para trabajar su entorno, y ha permanecido trabajando para vivir”, he ahí para mí el origen de muchos males de la sociedad. Me preocupa la individualidad del humano, pero tengo fe en lo que hago y que podrá, en su tiempo, mover a gente de su estado de confort y así moverme del mío.

8.- ¿Denme un escenario y moveré el mundo?
Sí. El teatro tiene como objetivo poner al público en conflicto (un conflicto constructor) que entonces moverá su mundo de una o de otra forma. Mostrándole cómo los personajes concluyen su catarsis como un cuerpo vivo que pasó por una serie de eventos y lo llevó a “algo”.

9.- ¿Qué es más importante para el actor: la palabra o el gesto?
Son complemento. No existe razón de una sin la otra, pero, citando a Eugenio Barba, entonces entendemos que el Gesto es el que dispone del impulso, de la reacción de algún segundo; es parte de nuestro lenguaje corporal que sin el lenguaje hablado nos dice qué está pasando, y cómo debemos reaccionar: “una mirada dice más que mil palabras”.

10.- ¿Cómo se seduce a las piernas del escenario?
Con disciplina y completo amor a tu trabajo actoral. Podemos preguntarnos: ¿Qué pasa con uno cuando se enamora? La respuesta entonces nos dirá cómo debemos responderle, porque si de algo goza la carrera actoral es de la fama de ser celosa.

miércoles, 27 de junio de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO ESTAMOS HECHOS DE RETAZOS




Querida Mariana: tengo un afecto que me envía versos. Vibra mi celular y leo el mensaje: “>Es un desierto circular el mundo…<, Octavio Paz. Buen día, Alex”. Las cartas siempre me provocaron temor. Cuando el cartero llegaba a casa y tocaba el silbato yo imploraba la llegada de noticias buenas. Esto porque, en una ocasión, el cartero llegó y cuando mi papá abrió la carta una mota de tristeza apareció en su cara: “murió el tío Carlos”, dijo, arrugó el papel y lo tiró a medio patio. Ahora tengo una sensación similar cada vez que me llega un mensaje. Por esto, al principio, los versos fueron como una bendición. Pero al poco tiempo regresó el desasosiego. Ahora pienso que estamos hechos de retazos y por esto mi afecto me envía pedazos de poesía, retales de vida. Tal vez porque (¡Dios mío, qué jodido!) la vida nunca alcanzará para alcanzar la vida por entero. Por esto nos vamos llenando con trocitos. Nos comportamos en la vida como si fuésemos canaritos y nos llenáramos con dos o tres alpistes. Cuando Rocío regresó de Europa fui a su casa y le pregunté cómo le había ido. Ella me ofreció una taza de té de limón y un botón metálico como recuerdo. Se sentó en un sillón (casi se dejó caer) y me dijo que había regresado hastiada. ¿Fue mucho para tan pocos días?, le pregunté. Al contrario, dijo ella, fue muy poco para tanta vida. Estamos hechos por pedacitos. Somos tan frágiles que no tenemos alas y sólo nos alcanza para tener el deseo de vuelo. Rocío me ofreció otra taza de té y ella se sirvió la segunda cerveza alemana. Volvió a botarse sobre el sillón y dijo que había pepenado muy poco. Fue agotador entrar a cinco museos y regresar con casi nada. Bebió un trago y dijo que hubiese sido mejor estar los treinta días del tour ¡en una sola ciudad! Y visitar un solo museo y recorrer sólo un barrio y sentarse sólo en una loma para ver un solo río. Hubiese sido mejor llenarse con la mayor parte de un Todo, que atragantarse con tantos pedazos. Tal vez por esto el desasosiego aparece ahora cada vez que mi afecto me envía versos de poetas famosos. “>Alza su pecho gris la incertidumbre<, Efraín Bartolomé. Buena noche, mi Alex”. Al principio le respondía con la impresión que me causaba el verso. Después, ella reclamó, me dijo que me iba por la tangente. ¡Dios mío, cuál era entonces el Centro! ¿Cuál era el juego? Ella dijo que no era más que compartir conmigo sus lecturas. No dije más. Querida mía, ¿compartía conmigo sus lecturas? ¡No, no! Ella me enviaba pedazos de su lectura. Claro, así justificamos el amor. A veces vos, tal vez, has hecho lo mismo con tu principal afecto. Ves algo cuando no estás con él y le enviás un mensaje, pero no le decís que, en el fondo, no le estás enviando toda la mirada, sólo estás enviándole un pedacito de tu vida.
¿Y qué le vamos a hacer? ¡Así de pinche es la vida, así de miserable! Mi afecto me sigue enviando pedacitos de poesía. Ahora, desde hace tres o cuatro meses (¡qué pena!), ya no leo sus mensajes. Cuando el celular vibra, lo saco de la bolsa y si veo que es un mensaje enviado por ella ¡no lo leo! Le respondo con un “gracias por compartir” o “qué linda” o “qué buen detalle” o “yo también te quiero”. Agradezco que ella se acuerde de mí y por esto le correspondo. Pero, a últimas fechas pienso incluso que no sólo a mí envía estos mensajes sino que los envía como “cadena” a todos sus contactos. Por esto, ahora tengo algo como coraje, porque pienso que la vida es más cabrona todavía. No basta con que te envíen pedazos sino que, además, esas migajas las reparten entre más gente.
Sí, no podemos evitarlo, nuestra vida está hecha de retazos, de cachitos. Cuando menos en descargo de lo que hace mi afecto diré que ella nos manda migas de cielos, de luz. Digo, para no verme tan cabrón y para conjurar un poco el temor a abrir cartas y mensajes que traen nubes negras.

sábado, 23 de junio de 2012



CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA TIUCA SIGUE CAMPANTE

Querida Mariana: ¿vos conociste a mi primo José Luis González Córdova? Él fue Director de la Escuela Preparatoria y fue un entusiasta investigador y salvaguarda de las raíces comitecas. ¡Ah, me provoca cierta tiricia hablar de él en pasado! Falleció joven. Hay seres que son así: el destino les reserva una salida emergente a medio vuelo. La vida es como un vuelo en avión, sin paracaídas. De pronto una puerta se abre en el piso y alguien cae en caída libre. Nosotros, los que seguimos en el vuelo, nos paramos y hacemos el intento por alcanzarlos, extendemos nuestros brazos para cogerlos de las manos, pero ellos abren los brazos y mientras caen sienten el viento y sonríen, satisfechos, por haber dado lo que dieron. Nosotros, los que nos quedamos, somos quienes lamentamos su ausencia física. Ellos ¡sonríen! Pepe suspendió el vuelo a la mitad de la jornada, pero nos dejó su luz: un importante legado a través de sus libros.
Fijate que yo tuve el privilegio de ser su editor. Una mañana de 2005, Pepe me llamó por teléfono. Yo radicaba en Puebla. Recuerdo que mientras hablábamos me paré en la ventana del local y miré el Popocatépetl que, en su cima, se derramaba como un río de marfil. Mi primo me dijo que deseaba imprimir un libro, que tenía el título de “Glosario (habla popular comiteca)”. En ese momento le dije que miraba el Popo, él sonrió y dijo: “Yo miro el Junchavín”.
Hay veces que basta una palabra para entender todo. Cuando la muchacha bonita nos dice: “sí”, nos dice todo. Esa mañana comprendí que en la palabra Popocatépetl y la palabra Junchavín estaba contenido el Todo. La primera es una voz náhuatl que significa: “Montaña que humea” (¡ah, qué bonito!) y la segunda es una voz maya que significa: “Guardián número uno”. Yo miraba la montaña que humea, mientras Pepe era bendecido por el guardián número uno.
Comprendí la riqueza que encierra cada palabra y el hueco que se forma en el universo cuando desaparece una de ellas. Algo muere en nuestro espíritu cuando una palabra se apaga, así como, dicen, se apagó el brillo del Pájaro Dodo. ¿Podés imaginar cómo sería nuestro mundo sin las palabras Popocatépetl y Junchavín? ¡Ah, esa terminación de atl en el náhuatl es como el borboteo de la luz al amanecer! ¡Se oye hermoso!
Entonces a Pepe le dije: “Ya sé qué estás haciendo: ¡mantenés la flama!”. Él sonrió. Hicimos trato y yo le edité su libro. Libro que luego (siempre de corazón generoso) él donó a la Cruz Roja para que la paga sirviera a prestar los servicios elementales de esa institución.
Sí, Mariana ajonjolí, Pepe luchó siempre por preservar nuestra esencia. Gracias a él ahora podemos decir que no estamos tuncos o cojos. Su libro rescata una serie de palabras que enriquecen nuestro lenguaje. Igual que Bonifaz, Pepe se convirtió en nuestro “guardián número uno”. ¡Ah!, si ahora estuviera acá lo invitaría a echarse una su cervecita bien fría y le diría: “¡Salud, vos, Junchavín González!”, y él sonreiría, gustoso de oír esa mezcla maya-española. Porque a final de cuentas eso fue lo que mi primo hizo: preservar los legados maya y español que conforman nuestro modo de hablar.
Ahora, mientras te escribo, mientras tomo un té de limón, mientras te pienso, tengo el libro de Pepe sobre la mesa, al lado de la lámpara. Lo abro y juego a que juego con vos: cierro los ojos y señalo con mi dedo una palabra, abro los ojos y encuentro la palabra “Maceta” y luego leo el significado: “En Comitán es uno de los nombres que se le da a la cabeza”, y sonrío, porque recuerdo cuando mi tía Elena nos recriminaba por subir al árbol de jocote, en su sitio: “Bájense de ahí, cabroncitos. Se van a romper la maceta”. Chalío bajaba contra su voluntad y, con cara de Chita, decía en voz baja, sólo para que lo oyéramos nosotros: “La madre es lo que le quisiera romper, vieja bruja”. Nosotros nada decíamos. ¿En cuántos lugares de Hispanoamérica maceta significa cabeza? No sé, pero no creo que en muchos, si no en todas partes encontraríamos letreros que dijeran: “Se venden tacos de maceta de cuch”. Y es que tampoco en todas partes al cerdo le llaman “cuch”. El libro de Pepe dice que, en Comitán, al puerco y al marrano le llamamos cuch. Ahora recuerdo a la misma tía servirnos marquesote con agua de temperante, pararse y meterle un manotazo al mismo Chalío y decirle: “Sos un cuch trompudo, cabrón”, cuando miraba que nuestro primo no se conformaba con un pedazo de marquesote y, con sus manos llenas de tierra y lodo, se llenaba la boca con otro pedazo. Al Chalío le encantaba hacer enojar a la tía y cuando recibía el manotazo escupía todo el pan sobre la mesa, como si fuese una regadera. Chalío y la tía no se llevaban bien. Hace como dos años, el Chalío y yo fuimos a la tumba de la tía, le llevamos flores. Lo vi llorar. “¡Ay, pinche Alex, no sabés cómo quise a la tía! ¡No sabés cuánta falta me hace!”, dijo y con rabia se limpió las lágrimas. Cuando le pregunté por qué la hacía enojar tanto, me dijo: “¿No te digo que la quería un chingo?”.
De niño iba a la casa de Pepe. El día de su cumpleaños, mi querida tía Bety, su mamá, me pedía que cantara. Yo era afinadito y me gustaba cantar esa que dice: “¿Por qué se fue, por qué murió, por qué el Señor me la quitó?”, una canción de los sesenta que cantaba César Costa, el de los mil suéteres. Yo me hacía del rogar, pero al final terminaba cediendo, porque sabía que, si a mi tía le hacía su gusto, ella terminaba dándome un pedazo de pastel más grande.
No recuerdo muchas cosas de mi niñez, soy como el escritor español Vila-Matas que reafirma no recordar su niñez (tal vez por esto él y yo escribimos, un poco para inventarnos lo que fuimos y así confirmar lo que somos o seremos algún día). Como no recuerdo mi niñez no tengo conciencia de la importancia que le concedía al lenguaje. Tal vez hablaba como respiraba. Parece que Pepe no fue así. Pepe tuvo conciencia, desde niño, del significado de la lengua en nuestro espíritu comiteco. Por esto pepenó palabras (bueno, tal vez debiera escribir “Pepesí” en lugar de pepenó). Un poco al estilo de Rosario Castellanos, “Pepepepenó” muchas piedritas lingüísticas en el rebozo de su nana. A la hora de la cena, a la hora de estar rodeando el fogón en espera de que se cocieran los frijoles en la olla de barro o hirviera el café, Pepe escuchó la voz arrecha de su nana y embarró en su corazón la cadencia y ritmo de nuestro dialecto. Porque Pepe tuvo un corazón ciento por ciento comiteco: ¡generoso e inteligente!
Los libros de Pepe no pueden conseguirse ya. Todos están agotados. Es una pena, porque sus libros deberían tener más difusión. ¿A quién le corresponde hacer otra edición de sus libros? ¿A su mamá, a su viuda, a sus hijos? ¡No sé, Marianita de lluvia, no sé! Pero, te juro que me gustaría ver en las librerías de Comitán (¿cuáles?) sus libros. Me gustaría que su “Glosario” fuese libro de texto en su querida Preparatoria, para que los muchachos recuperaran el gusto por hablar y oír nuestras palabras. Pepe, como buen comiteco, como buen hombre, hizo lo que tenía que hacer. Tal vez ahora a sus familiares corresponda dar el siguiente paso (un poco como lo hicieron los hijos de Armando Alfonzo al reimprimir “Sólo para comitecos”).
Abro el libro de Pepe y como si jugara con vos (como lo hicimos aquella tarde en tu casa) cierro los ojos, señalo con un dedo, abro los ojos y leo: “JONDEAR. Se utiliza este término cuando queremos deshacernos de alguien que está fregando; ejemplo: ya te di lo que querías ahora andá a jondear gatos de la cola”. ¿Mirás qué término tan bonito? ¡Jondear! Claro, el ejemplo es cruel. Eso de andar jondeando gatos de la cola no es recomendable. Los gatos son bellos. Vos tenés tu “Dugu” (qué nombre tan bonito) y nosotros, en casa, tenemos al “Misha” (lo trajimos de Puebla y nos acompaña ya desde hace diez años). El Misha también se acostumbró a mirar al Popo. Los domingos en las mañanas (día en que estaba cerrado el negocio), se subía a la ventana del local y desde ahí miraba los pájaros que jugaban en los árboles sembrados en el camellón. Imagino que también, de vez en vez, le echaba una mirada al volcán. El gato es blanco. Tal vez pensaba que el Popo era como la continuación de su pelaje, como su hermano mayor. Un gato enorme que, en lugar de maullar, saca las uñas de lava.
Juego con vos: “TZILÍN. Voz onomatopéyica al chocar entre sí dos copas o vasos de vidrio”. ¡Ah, qué maravilla! Las onomatopeyas nacen del sonido natural. Así oímos el choque de dos vasos: Tzilín, por esto, cuando bebemos nuestro trago decimos: “¡Hagamos tzilín tzilín!”. Esto te parecerá una bobera pero no lo es. En México el canto del gallo lo oímos como “kikirikí”. ¿Sabés cómo lo oyen los franceses? “cocorocó”. Esto es sólo un ejemplo de la diversidad y de la urgente necesidad de preservar nuestras voces únicas y originales.
Dije que me da tiricia pensar que mi primo murió joven. La tiricia es como un listón de tristeza, de nostalgia por saber que en el vuelo muchos amigos han ido en caída libre. Una tarde, también Miguel Román se nos fue por el agujero y no pudimos tenderle la mano.
Mientras tanto, nosotros, seguimos aventando el piolet en intento de llegar a la cumbre del Everest. Nos han dicho que el mayor prodigio de la vida es mirar el horizonte desde la montaña más alta de Nepal. Intentamos ubicar nuestro Tibet interior. Lo hacemos recordando a nuestros amigos, venerando a quienes aportaron su talento y su amor para hacer más digna esta tierra.

Pd. Nuestras palabras tienen sonidos y ritmos especiales. Sus sonidos están emparentados con las entradas de velas y flores, con los rezos, con los arguendes de los mercados y con los guateques. Acá tenemos maneras especiales de decir “Te amo”. Y digo que nuestro lenguaje está enredado en la manta de los tojolabales y en el dril de los cashlanes, porque cuando oímos el tren de la vida salimos a la puerta de la calle o nos paramos en el balcón y miramos a los grupos de fieles con sus banderas, con sus farolitos, con sus flores, con sus santos que llevan en andas y oímos el sonido del tambor y pito y sabemos que ese sonsonete nos va diciendo: “Te lo tenté, te lo tenté, tenía pelitos y me espanté”.
Mi niña bonita, los adultos quisiéramos que ustedes, los jóvenes, pepenaran estos diamantes. Así como nuestras montañas tienen sus nombres propios originales, de igual modo todos nuestros rasgos culturales están bordados con un hilo único. Comitán es un pueblo bendito porque está resguardado por Junchavín, “el guardián número uno”.

viernes, 22 de junio de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAY INVENTOS DE FIN DE SEMANA





Querida Mariana: Don Prudencio insiste en que el mundo está mal diseñado. ¿Por qué resbalan las escaleras?, se pregunta y luego, dándole un trago a la cerveza, se responde: ¡porque están mal diseñadas! E insiste: los seres humanos somos tan tontos que ni siquiera hemos podido diseñar un sistema adecuado para sustituir el cierre o cremallera. En primer lugar la palabra cierre es un absurdo. La gente dice: “subite el cierre”. ¿Subir el cierre?, bah, qué tonto. La cremallera se traba, en el mejor de los casos, y en el peor de los casos: ¡jala cueritos! (a la hora que los hombres tienen necesidad de hacer chis). Se cree que el invento de la cremallera fue ¡el gran invento!, porque sustituyó a los botones, pero Don Prudencio dice que los botones también son un invento atroz. Muchos chistes circulan donde los curas (con tanto botón en sus sotanas) sufren a la hora de ir al baño. Millones de cremalleras andan de arriba para abajo a cada minuto en el mundo. Millones se traban. Si el cierre de la chamarra se traba no hay mucho problema, pero cuando se traba el zipper de un pantalón puede ser motivo de agravio.
Mi amigo César dice que el mayor invento del hombre es la botella pet y “el taparrosca”. Cuando me lo cuenta yo recuerdo dos cosas, la primera es que Einstein dijo que el mayor invento del siglo pasado fue ¡el cerillo! (por la posibilidad de hacer fuego sin necesidad de frotar palitos o piedritas); y la segunda fue que en mis años de adolescente apareció una botella de cerveza que, en la parte de abajo (en el culito, diría Tía Minga) traía un sistema para abrir otra botella. Vos insertabas la otra botella, le dabas vuelta y lograbas quitar, sin problema, la corcholata (eran tiempos en que las botellas traían corcholatas y sólo podían abrirse a través de destapadores. Tenía amigos que destapaban las botellas con los dientes o colocándolas contra el filo de una mesa y dándoles un golpe certero). La aparición del taparrosca sí fue un avance, así como fue un avance la lata de sardinas con su abrelata integrado. Aunque don Prudencio, siempre bebiendo cerveza, dice que es un absurdo también que las latas tengan que ser hechas con “lata” (es una lata, dice y ríe). ¿Sabés -pregunta- cuántas muertes han provocado estas latas? Cientos de personas se cortan, sus heridas se infectan y mueren. Hay miles de personas que mueren de tétano. Pero ¿entonces, de qué material hacerlo? No sé, no sé, dice don Prudencio, pero de que el mundo está mal diseñado ¡lo está!
Bueno, explica, con decirte que hasta las máquinas de cortar el cabello están mal diseñadas, y lo mismo sucede con las navajas de rasurar. A cada rato millones de personas se cortan, se lastiman. Estos aditamentos parecen elementos de tortura, propios de la Santa Inquisición. ¡El mundo es una jodidez!, dice y bebe más cerveza.
¿Quién inventará el sustituto de la cremallera? Don Prudencio dice que para esto deberá cambiar la forma de los pantalones y chamarras. Alguien debe inventar un tipo de ropa que no necesite “ventanas”. ¿Qué usan los hombres y mujeres que usan túnicas?
Don Prudencio dice que el mundo, a medida que avanza el siglo, inventa chunches más complicados. Dice que debemos dar un retorno a lo simple.
Según Einstein el invento más grande fue el cerillo. ¿Qué diría del invento de la computadora personal? Querida Mariana, a propósito, a don Prudencio no le he preguntado qué piensa de la computadora. Tal vez el mundo no está tan mal diseñado. Un ser que es capaz de llegar a la luna y enviar sondas espaciales no puede ser tan simple como para no poder inventar algo menos absurdo que el “cierre”. Porque yo sí coincido con don Prudencio: “la cremallera es un invento mediocre”.

miércoles, 20 de junio de 2012

SOLES DE HOJA DE LATA





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como tazas con café frío y mujeres que son como lapicero sin borrador.
La mujer lapicero sin borrador tiene una memoria privilegiada. Acude puntual al desembarco de versos venidos de Oriente. Si existe un embotellamiento en el cuaderno usa la técnica de la mancha para encubrir a vocales dispuestas a salir del closet.
Al abrir la ventana descubre que el arco de piedra es el amuleto del cielo e invoca un sol de hojalata, de esos soles que venden los artesanos al lado de la carretera; al abrir la huella busca, como si fuese una nuez, el centro del espejo retrovisor.
No toma taxis, porque sabe que el agua no tiene medida para cobrar el tiempo. Prefiere viajar sobre las cuerdas de una guitarra o en el arco de una viola.
Aplaude la vida a cada instante, a la hora que la niña masca chicle, a la hora que el pájaro interrumpe el sueño de una teja, a la hora que el amante descubre un collar de nomeolvides en el río de su amada.
Si su amado desea agradar con ella debe pintar de azul el cuarto de su memoria y grabar su voz en la fronda de una montaña. Si su amado intenta deslumbrarla debe pintar baleros en la cola de los papalotes.
La mujer lapicero sin borrador lleva en su piel la jacaranda de todos sus amados, venera los helados de vainilla que alumbraron sus balcones.
Hace colgajos con popotes de plástico y prende piercings en los escalones de su memoria; ofrece embajadas a los niños que cruzan las alambradas para robar aguamiel.
Los futuristas dicen que es una mujer en peligro de extinción, que será olvidada y su lugar será ocupado por mujeres que escribirán sobre muros que alimentan la soledad.
Se limpia los dientes con flores de escenario y usa zapatillas con aroma de agua de rosas. No la busquen a mitad de una pavana ni en el agua tibia de una tina antigua; búsquenla en el pasto de una novela policial o en el marco de una fotografía en color sepia. Búsquenla en la orilla de una canción hindú o en el círculo exterior de la onda que hace una piedra lanzada sobre uno de los lagos de colores.
Cuando cree que su cielo no tiene tachas ni errores de ramas sube a la bicicleta y pasea por los hilos donde se queman los infiernos. Cuando cree que su fuego no tiene olas para su mar camina sobre las carreteras de los deseos de su amado y corta la espiga del sol a mediodía.
Camina en la madrugada y dibuja rayitas sobre los cristales húmedos y sobre los mosaicos de los árboles en primavera; duerme en las tardes, cuando la lluvia extraña el ojo de una vela o cuando la distancia es un simple guijarro para una obertura.
Sus deseos son los del teclado de piano; sus pasiones son las cuerdas de un guitarrón, por esto, habla siempre como si cantara una copla, como si diluyera un corrido en el agua de limón.
Cuando recibe a su amado abre las piernas como si él fuese un violonchelo y disfruta el instante en que las manos de su amado suben la cortina de metal, como si inaugurará el local donde ofrecen lámparas para frotar.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en mujeres que son como ruedas para carrito del supermercado y mujeres que son como el hueco de una mesa de billar.

lunes, 18 de junio de 2012

PARA LA ALACENA





I.- José, el gato, jugaba con Elena, la ardilla. Él le decía: “sos un cero grande”, ella pintaba una sonrisa en su rostro de ámbar y decía: “entonces, soy un cerote”. Él decía: “sos una mama chiquita”, ella decía: “entonces soy una mamacita”. Elena no volvió a jugar con José, porque le dijo: “sos una madre pequeña”. Hasta en el juego más simple ¡hay límites!

II.- El Presidente de Tacuarancingo, el chico, decretó que las madres se llamarían padres y los padres se llamarían madres. Desde ese día, los pobladores dijeron “estoy hasta el padre” cuando estaban hasta la madre.

III.- “No tengo madre”, dijo el hombre, medio bolo, a punto del llanto. “No -le dijo su compadre- no digas eso. Tú tienes madre”, y mandó a llamar a una prostituta y le dijo: “Hijo, acá está tu madre; madre, acá está tu hijo”. Entonces el hombre, medio bolo, a punto del llanto se prendió de una teta de la mujer y se sintió culpable de incesto y lloró más, porque confirmó que, en verdad, ¡no tenía madre!

IV.- “¿Jugamos luchitas?”, dijo el niño a su mami. Ella dijo que sí. “Soy El Santo”, dijo el niño, mientras se ponía con los brazos abiertos, en posición de sumo. “Soy La Tetona Mendoza”, dijo ella. Años después se supo que el niño se llamaba Trino.

V.- Es lugar común decir que “no hay peor lucha que la Lucha Villa”, pero pocos saben que el abad Guillermo Schulenburg dijo: “no hay peor Villa que la de Guadalupe” y luego negó el milagro de la aparición.

VI.- Es lugar común decir que un colegio de monjas “huele a madres”, pero pocos saben que las madres que huelen a colegio huelen a deseo de adolescente.

VII.- ¿Se puede decir que tiene poca madre la madre que abandona a sus hijos? ¡No!, cuando es la abuela la que se hace cargo de los nietecitos.

VIII.- El estudiante repetía a cada rato que la UNACH era su Alma máter, como era un fósil y llevaba seis años sin concluir la carrera, los demás estudiantes decían que era un cabrón que chingaba a su máter con toda el alma.

IX.- Papá punto le dijo a su hijo puntito: “Hijo mío, ya estás en edad de hacer tu proyecto de vida. ¿Qué quieres ser de grande? ¿Un punto de quiebre, un punto de inflexión, un punto y aparte o un punto y seguido? De ti depende tu porvenir”. El puntito se llevó las manos a la cara y dijo: “¿No puedo ser un simple puntito, papi?”. “Ay, no -dijo el papá- mi hijo me salió gay”.

sábado, 16 de junio de 2012

CARTA A MARIANA, CON CARAMBOLA DE TRES BANDAS





Querida Mariana: ¿es válido preguntar por qué el paño de las mesas de billar es de color verde? El gran artista Gabriel Orozco diseñó una mesa de billar ¡circular!, pero le dejó el color verde del paño. En los años setenta, los estudiantes de la prepa íbamos al billar “Nevelandia”. El billar estaba al fondo de la nevería. Mientras las niñas bonitas tomaban un helado de limón, nosotros, los hombres, jugábamos billar, algunos “pul” y otros carambola. En ese tiempo no era costumbre que las mujeres entraran a los billares.
¿Por qué el paño de las mesas de billar no es de color negro, por ejemplo?
El billar, en los años setenta, era considerado, por los adultos, como la antesala del infierno. Los billaristas eran mal vistos, porque en el billar aparecían las apuestas y los jugadores fumaban, fumaban mucho. Todo parecía que estaba diseñado para ello. ¿Vos has estado cerca de una mesa de billar? Bueno, pues resulta que en las bandas, forradas de madera, hay ceniceros estratégicamente colocados. El billarista prendía su cigarro, daba una fumada y luego, mientras echaba tiza a la punta del taco, dejaba el cigarro en el cenicero. Los ceniceros estaban junto a los diamantes (que son puntitos de concha de nácar que sirven como puntos de referencia).
¿Por qué el paño de las mesas es de paño y no de otra tela, digamos, seda? ¿No se desplazarían mejor las bolas de marfil a través de una superficie de seda?
Yo iba al billar (a escondidas de mi mamá). Iba porque me emocionaba lo que ahí sucedía. Al entrar cerraba los ojos, no porque el humo del cigarro me molestara (yo también era un gran fumador), cerraba los ojos porque me fascinaba escuchar los ruidos que sólo un billar crea: el sonido de avalancha de las bolas en el pul y el sonido de viento de las bolas en la carambola. Querida mía, hasta en los juegos más elementales hay clases. Es una pena, pero así es. Por esto se dice que el tenis es un deporte para príncipes y el fútbol soccer (huy, a ver si no se enoja el Quique y compañía) es para clases sociales menos prestigiosas (la hija de Peña Nieto diría que es para la prole). Bueno, pues en el billar también hay clases, la broza juega pul y los más finos juegan carambola. La carambola exige un esfuerzo mental superior al del pul. Por esto digo que el jugador de pul mete un mazazo violento, mientras el jugador de carambola necesita hacer cálculos mentales sutiles (los diamantes son más requeridos por los jugadores de carambola que por los de pul, tal vez por esto los jugadores de pul nunca tienen paga para adquirir diamantes).
Permanecía con los ojos cerrados por un instante, maravillado con los ruidos de las bolas y con el sonido preciso que hace el jugador de carambola a la hora que, con el taco, mueve el marcador. Me encantaba el sonido del taco al desplazar la ficha de marcación sobre el alambre. ¡Ah, Mariana, el mundo de un billar es único!
¿Por qué el marcador de carambolas está diseñado especialmente para que hagás uso del taco? El alambre está colocado a una altura en donde no podés contabilizar con la mano (a menos que tengás la altura de mi amigo Luis Ortiz Gutiérrez).
Permanecía con los ojos cerrados para empaparme de esa niebla de humo que era parte consustancial del billar. Cuando abría los ojos me encantaba ver las lámparas que, a una determinada altura, estaban colocadas a mitad de las mesas. El haz que las lámparas proyectaban iluminaba sólo a las mesas, esto creaba una penumbra en donde las caras de los amigos se escondían detrás de las nubes del humo del cigarro. ¡Todo era como una película de cine negro!
El billar de “Nevelandia” era, por esencia, un billar para jóvenes. Los estudiantes de la preparatoria lo frecuentábamos a la hora del receso o cuando nos íbamos de pinta a la hora de la clase del Maestro Javier Flores Torres (¡uh, Historia de México, que aburrimiento!) o a la hora de la clase del Licenciado Roberto Solís (¡clases de Derecho! ¿A quién le importaba saber que el artículo treinta y dos habla de quién sabe qué?). Ya podés imaginar entonces, niña querida, el río de palabras que era el billar. La mentada y el albur estaban a la orden del día. “¡Chingue a su madre!”, era la ola menos violenta que aparecía a la hora que el jugador de pul fallaba y no metía la ocho en la buchaca. El juego verbal que se da en los billares es un prodigio de frontón donde la palabra (según Octavio Paz) va de una pared a otra y provoca enojos, risotadas y, en no pocas ocasiones, reflexiones que sirven para toda la vida.
No sé por qué, pero uno de los recuerdos más vívidos que tengo de ese billar es el mingitorio lleno de cáscaras de limón. El mingitorio estaba instalado en un esquinero. A mí siempre me dio pena orinar en medio de tanta gente, pero al final las ganas me “ganaban” y luego, la mera verdad, nadie miraba hacia el mingitorio, todo mundo estaba pendiente de los juegos. La primera vez que oriné llamó mi atención el canal de cemento, apenas mojado por un tubito con hoyos en donde el agua goteaba. Pensé que algún malcriado había tirado las cáscaras como si el mingitorio fuese un basurero. Ya luego el coime nos explicó, a Pedro y a mí, que las cáscaras de limón las usaban para contrarrestar el hedor de los orines. ¡Pucha, qué maravilla! El Pedro entonces bromeó y dijo que le pusiéramos cáscaras de limón a Martha (esto porque la ropa de ella siempre expedía un “chuquij”, como si se orinara en la cama).
Me fascinaba el ambiente del billar. Tal vez fue ahí, sólo tal vez, donde descubrí el prodigio de la palabra. Esa capacidad que tiene la palabra para contener tantos significados. Descubrí que la palabra es un río y que sus aguas son las más excelsas para sumergirse y no ahogarse jamás. En el billar, como si la vida fuese una nube sencilla, oí la palabra tiza, la palabra taco, la palabra buchaca, la palabra bola y, a partir de ahí, los niños malcriados me enseñaron que la palabra, igual que el billar, es un juego maravilloso. “Prestame tu buchaca para mis bolas”, le decía Joaquín a su novia y ella le decía a él que era un pendejo y Joaquín reía y todos sus amigos lo celebraban. ¿Podés imaginar la impresión que tuve el primer día que entré a un billar y Raúl me dijo que tomara un taco? Como siempre he sido lento para el aprendizaje, fue necesario que él me llevara al dispensador y me dijera que esa vara cilíndrica de madera se llamaba taco y luego, siguiendo el prodigio, dijo “ya tacostumbrarás”. ¡Ah, ah!, pensé que el billar era un sitio donde las palabras, igual que las bolas, rodaban felices, sin ataduras. Tiempo después (no mucho después) descubrí también que en la cantina se daba ese prodigio de la palabra y entonces me volví un billarista y, de paso, un bolo (¡qué pena!).
Cuando un jugador tiraba fuerte, a veces, una bola caía y estrellaba el mosaico y el prodigio de la estrella en el piso aparecía. De inmediato toda la flota gritaba: “¡mudo, pendejo!”, y la risa era como una carambola de tres bandas que rebotaba en las paredes. A veces, el jugador inexperto no calculaba bien y en lugar de pegarle a la bola se le iba el taco y se escuchaba un zziiiiizzz donde la tela era rasgada: “¡mudo, pendejo!”. El coime corría y amenazaba al jugador, mientras éste se comprometía a pagar el costo. Porque, Mariana marfil, el paño debe cambiarse, no admite remiendos. La mesa de billar debe estar limpísima, no acepta la mínima migaja, para que la bola corra bien y no tenga algún salto. La palabra, por el contrario, no se constriñe a la tersura del paño, siempre está en búsqueda de esa piedra que la hace brincar como si fuese niña saltando la cuerda. La palabra corre por todos los campos y sus paños son de todos colores. El paño de la mesa de billar sólo admite el color verde, el color de la vida. Es el augurio de que en el billar la vida corre sin preocupación.
El otro día entré a un billar en La Pila. Tenía añísimos sin entrar a un billar. Sólo estaba el dueño, sólo se escuchaba el sonido del agua al caer de los chorros. El dueño dormitaba en una silla plegadiza. El aire del local era limpio. ¿Había un mingitorio con cáscaras de limón? El dueño abrió los ojos y preguntó qué deseaba. Yo titubeé, ¿qué podía decirle? ¿Decirle que andaba pepenando sonidos y silencios antiguos? Balbuceé: “Nada” y luego le pregunté si su billar tenía un nombre. “Claro -dijo él- se llama Casino Fronterizo” y cuando vio mi cara de asombro me contó que él se llama Antonio Enoch Gómez García y que los billares fueron, originalmente, propiedad de don Caralampio Flores y cuando se refirió a él lo llamó “mi viejito” y supe que ahí, en el corazón y mente de don Antonio Enoch, habita una gran historia de los billares en Comitán, ¡una gran historia de la Historia de este pueblo!
Quedé de regresar con don Antonio Enoch, quedé de regresar para platicar con él, para seguir pepenando esas pepitas de oro que conforman nuestra identidad.
Del tiempo que te cuento, de cuando fui adolescente, hay cosas rescatables que me llenan de pena: el billar era un lugar prohibido para mujeres y un lugar lleno de humo de cigarro. Los papás nos regañaban y nos llamaban vagos porque, en lugar de estar en la escuela, andábamos perdiendo el tiempo en la antesala del infierno. Hoy los tiempos son otros, muchas muchachas bonitas juegan y el billar está considerado como un deporte. ¿Sabés cuántos kilómetros recorre un jugador en una partida, al estarle dando vueltas y vueltas a la mesa? ¿Sabés el ejercicio mental que realiza un billarista al agacharse y colocar las manos al ras de la mesa para ver qué efecto debe darle a la bola y ésta golpee a las otras dos a fin de que el jugador celebre una carambola de tres bandas?

Pd. Amada mía, el billar de “Nevelandia” ya no existe. Zozobró, como El Titanic, la tarde en que tiraron la manzana frente al parque central. El Casino Fronterizo también estuvo una temporada en la manzana de la discordia, pero este billar resistió, se cambió a otros lugares y ahora, ¡bendita la hora!, está en la esquina de la calle que se llama “El Resbalón”, en el barrio de La Pila. En esta historia encuentro un símbolo, un símbolo de permanencia, un poco como si alguien o algo nos quisiera decir que el destino de las cosas no es el extravío o la muerte, sino al contrario. El Casino Fronterizo sigue tan campante porque sus mesas tienen el paño del color de la vida: ¡el verde!
¿Por qué el color del paño de las mesas de billar tiene que ser verde? La respuesta no es producto de la casualidad. Los expertos dicen que el color de la pelota de tenis es del color que es porque es el más adecuado para la visión de los tenistas; de igual manera, el color de las aulas es del color más apropiado para la visión de los alumnos. Por esto el paño es verde, porque este color otorga la armonía necesaria para que el billarista se sienta bien y disfrute la generosidad de la vida.
Los alumnos de la prepa llegábamos al billar, prendíamos un cigarro (¡qué pena!) y gritábamos: “Bolas, coime”. De inmediato algún travieso albureaba: “Me sobas” y el coime corría a colocar las bolas. Siempre que pienso en el origen del universo creo que los dados de Dios los jugó en un espacio similar, un lugar donde los planetas son como las bolas de marfil y Él juega carambola de tres bandas.

viernes, 15 de junio de 2012



NO SIEMPRE ES PRIMAVERA

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como viento de junio y mujeres que son como escarcha de invierno.
La mujer viento de junio tiene la piel de luz a mediodía. De niña creció en callejones con grafitis y con mujeres en sandalias, por esto su abuela le regalaba huecos para que las ardillas construyeran su casa.
Desde niña se acostumbró a invocar la buena suerte frotando su brazo contra una pausa de mar. Aprendió que la suerte es un viaje en tren y que la desgracia es un amuleto para noches apolilladas.
Su abuelo le enseñó que nadie sabe a qué hora el corazón toma un aire de sepia; que nadie sabe en qué noche los labios de los amantes se vuelven un puente sobre los ríos del corazón; que nadie sabe en qué mano la espalda se convierte en el fruto de la tarde. El abuelo le enseñó, también, que ella jamás reconocería el instante en que la mano dibuja el carbón de la lluvia.
Nadie intuye el instante en que la lluvia se desgaja sobre el agua; nadie advierte la cicatriz sobre el árbol, sobre el círculo del alma; nadie sabe del dolor de la blusa a la hora que se afloja. Sólo la mujer viento de junio reconoce la calle donde el ojo descubre la huella; sólo ella identifica el párpado donde el cielo esconde su nube; sólo ella advierte la tira del sostén que, seductora, se desliza sobre el hombro, igual que se desliza la piedra sobre el abismo.
A ella le encanta cerrar los ojos cuando su amado ensarta collares de ausencias alrededor de su cuello y de su cintura; le encanta cantar el canto donde el alma es una sala de aeropuerto; le encanta depositar las maletas sobre cintas que dan mil vueltas sobre su propio eje. Piensa que la vida no es más que una maleta sobre la cinta transportadora y que mientras no se baje verá siempre el mismo paisaje.
Su corazón es como una casa construida con tabiques sin repello, es una construcción que, como salmón, remonta el vuelo del agua; su pensamiento es como una pared para prender alfileres y tempestades; su mirada es como una carretera donde el horizonte es un colgadero de ropa recién bautizada.
Sólo una grieta tiene en su muralla: no reconoce otoños ni inviernos, por eso no sabe del sueño del oso blanco ni la nostalgia de la hoja cuando se suelta del árbol; por eso su pared está llena de polen que brinca la cuerda de primavera y llena de nubes que sueñan caricias sobre pechos desnudos.
A veces, en noches de palabras cansadas, abre la ventana y mira cómo la vida es una mesa chueca con clavos oxidados; y mira la lluvia que se desprende del cielo de igual manera que se desprende el vacío del hueco, así como se desprende el pie del peldaño. En ese instante sabe que junio es un pretexto para el viento y que el viento seduce al aroma porque todo es como una habitación donde no entra el sol.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como pedal de piano, y mujeres que son como partitura para entonar la madrugada.

miércoles, 13 de junio de 2012

PORQUE A VECES LES BAJA LA MAREA





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como la luna llena, y mujeres que son como palmeras sin cocos.
La mujer luna llena es una mano que toca los labios del mar. El amado experto la encuentra en la taza de la mañana, pero es en la noche que ella brilla como si fuese una rueda de caballitos a mitad del desierto. Su habitación favorita es la biblioteca de la casa porque en cada libro encuentra el hilo que se pierde en la aguja. Siempre se pregunta ¿qué otro objeto puede pasar por el hueco de una aguja? Ya se sabe que, a veces, un camello trota por el ojo de una aguja, pero ¿es posible que pase la mano que mendiga, el labio que balbucea la palabra? ¿Es posible que en el ojo de la aguja pase el ojo de pescado del pie o que la niña del propio ojo brinque la cuerda en el hueco? ¿Es posible que pase el pie que camina con rumbo desconocido, el pie que titubea ante la siguiente estación?
Va al mercado sólo para subirse en los “diablitos” donde hombres, llenos de sudor que apesta a cloaca, cargan mercancías. Le gusta sentirse pariente de las cajas repletas de duraznos o de jitomates, sólo para recordar que los enamorados la quieren bajar todos los días, sin saber que la luna en la tierra se asfixia, se muere como se muere la barda en el color de la bugambilia.
Le gusta sentirse arco sobre puente, le gusta sentirse barca, sentirse callejón angosto. Le gusta caminar en lugares donde las puertas invitan a sentarse en el dintel para mirar a la gente que camina sin más destino que una bandera sobre el balcón.
En la madrugada, a la hora en que el sol es como un agudo de trompeta, sale a correr por las avenidas donde los gatos ahuyentan el silencio; a mediodía, hora en que todo es como un coliseo, escucha un solo de violonchelo, porque el cansancio es como un sofá con paso de caballo viejo.
Es vanidosa desde sus orígenes. Se sabe que su abuela, por caer en la tentación, fue condenada a bajar del cielo y ejercer el oficio de espejo en el ropero de cedro. ¡No hay castigo más impuro que ser espejo, porque se corre el riesgo de terminar con el rostro quebrado!
Sus sueños son los mismos sueños del agua que se deshace en la fuente o que se fatiga en el mar o debajo de un aguacero; sus sueños son los mismos de la pared cuyos colores de deshacen en los muslos de la humedad; sus deseos son los deseos del andén del metro a las cuatro de la mañana; sus deseos son los deseos de la luz que se inclina sobre el muslo de la adolescente que acaricia el labio de su amado; sus rosas son las que sostienen los tallos de la tarde; sus ojeras son las mismas que aparecen en la fatiga de los que caminan por el agua; sus labios son los del tronco que se enreda en el viento; sus caricias son las manos del cielo y del reflejo.
Se coloca una venda en los ojos para sentir que el cielo de la pasión también huele a oscuridad y tiene el aroma de la sábana del motel.
Le gusta que le besen la espalda y, poco a poco, le quiten el sostén para que sus pechos sean como la Vía Láctea que, dentro de cuatro mil años, chocará contra Andrómeda.
Le molesta, hasta el hartazgo, que los poetas mediocres la tomen como inspiración o que los amantes cursis la engarcen en un llavero para el corazón; le harta que la confundan con una rebanada de queso o que le pinten conejos en su vientre. Ella es una ventana al túnel, es la mano que se esconde en la entrepierna de la muchacha enamorada, es la línea que divide el horizonte, es el número escondido detrás de la puerta, es el riel del pétalo que no encuentra su tallo. La mujer luna llena es la distancia mínima del vestido que cae al suelo, es la conversación a medianoche, la mirada que descubre el sosiego en la piel de una muchacha.
Ya Sabines dijo que se puede tomar a cucharadas, pero los locos saben que también se puede beber como si fuese un mojito, como si fuese un tazón de leche caliente, como si una flor abriéndose en su pétalo.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como una azotea sin viento y mujeres que se azotan contra el viento.

lunes, 11 de junio de 2012

SEMBLANZA DE HERNÁN BECERRA PINO*




Hernán nació en Tapachula, Chiapas. Apenas el pasado mes de abril, recibió la medalla Benito Juárez, en la Biblioteca Palafoxiana, de la ciudad de Puebla. Su ficha biográfica puede escribirse a partir de hechos reales y hechos ficticios. Su personalidad oscila entre ambos mundos. Ya lo dijo Gabriel García Márquez: la vida de un hombre es lo que recuerda, lo que cuenta. A veces, lo que contamos y recordamos dista de la realidad y ésta es sustituida por la ficción. Digo esto porque Hernán me contó que admira al jaguar, es tanta su admiración que una mañana, frente al mar, en un zoológico, tuvo a un grupo de ocho o nueve de estos animales al alcance de su mano. Sólo la reja impedía la cercanía suficiente para que él acariciara a estos animales y éstos le dieran un rasguño mortal. Es tanta su admiración al jaguar que, en ese instante sublime, se dio cuenta de que jamás volvería a estar tan cerca de uno de estos animales, así que metió la mano a través de los barrotes y acarició a uno de los jaguares. El animal lo vio y se dejó acariciar. Siempre que Hernán me cuenta el acto yo lo quedo viendo con cara de “andá a contarle este cuento a tu abuelita”, pero él, con rostro serio, me pone cara de: “es verdad, hermanito” y luego camina como si, en realidad, fuera un jaguar y yo un simple mico de noche.
Hernán nació en Tapachula, pero ha tenido varios renacimientos. Renace cada vez que presenta un libro o cada vez que alguna institución le ofrece un homenaje. Renace porque está en su carácter el sentirse querido y admirado. En sus genes hay una necesidad del aplauso ajeno, del reconocimiento público. Por esto ahora ha creado un espejo: una fundación que lleva su nombre. Él, quien en dos ocasiones ha recibido el Premio Nacional de Periodismo (en 1997 y en 2005), ahora entrega el Premio Pakal de Oro. Está en su personalidad la necesidad de trascender a toda costa. A cada rato juega y dice: “¿no será que ya me voy a morir?”, por esto tiene una urgencia de hacer. Hace días comenté con un afecto la última jugada magistral de Hernán (la Fundación Hernán Becerra Pino) y mi afecto dijo que le escribiría un mensaje de felicitación. Dijo que la gente que se atreve es la que triunfa en la vida. Yo puse mi cara de mico de noche al ver lo que logra el atrevimiento de Hernán. Sí, Hernán es un atrevido. Tan atrevido que ahora, nuevamente, estoy frente a ustedes porque él se atrevió a invitarme. ¿Por qué -le dije- insistís en que hable de vos o de tu obra si cada vez que lo hago soy inclemente? Tal vez también es parte de su personalidad el regreso a los territorios donde la ficción se convierte en realidad.
Hernán nació en Tapachula y es periodista, poeta y narrador; es miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y de la Sociedad General de Escritores de México (la SOGEM). Ya tiene varios libros publicados: libros de poesía, de cuentos, de entrevistas, novelas y, ahora, uno de redacción. Un elemento de su carácter es la profusión, la necesidad de abarcar todos los campos del conocimiento humano. En tiempos en que la especialidad es el pan nuestro de cada día él se atreve a incursionar en muchas disciplinas, un poco como si quisiera imprimir las huellas del jaguar en todos los territorios.
Hernán nació en una tierra calurosa con aroma a café, con color de nube y con sabor a sal. ¿Cómo, los tapachultecos logran domeñar el calor del alma y el del cuerpo? ¿La brasa de la piel define el fogón del espíritu o éste doblega a aquélla? Hernán está hecho de esa brasa, por esto incendia todo lo que toca. En muchos de sus artículos existen dedicatorias a gente del pueblo, pero por encima de la prole están las dedicatorias a gente de la “nobleza” de este país. Hernán tiene una propensión urgente de darnos a conocer que su columna más reciente está dedicada a Mario Vázquez Raña -dueño de la Organización Editorial Mexicana- o a Carlos Slim -el hombre más rico del mundo-. Pocos hombres de este país tratan de llevarse de tú con estos personajes. Hernán insiste una y otra vez. ¿Por qué lo hace? Porque, ya lo dijo mi afecto, es un atrevido y quienes se atreven, siempre, ven hacia arriba, son seducidos por la cumbre del Everest. A Hernán lo seduce el aparador, sueña con su nombre escrito en letras de oro, mientras toma champaña al lado de los dueños del poder y de la pachocha. Así es él, qué le vamos a hacer.
¿Por qué digo lo que digo? Porque, ya lo dije o cuando menos lo dejé entrever, Hernán permite que, de vez en vez, Molinari lo coloque ante esa línea donde la ficción se cuela con la historia. Su personalidad ya corresponde al territorio del mito. ¿En dónde termina el Hernán real y comienza el Hernán hijo del mito? Ni él mismo lo sabe, porque si en este momento le preguntara acerca de los míticos jaguares de ese zoológico frente al mar, él comenzaría a platicar cómo le agarró la cola a la bestia más peligrosa, porque él es un hombre que le rasca la panza al tigre y se queda tan tranquilo. Todo esto lo digo al más puro estilo Molinari, lo hago para decirle a Hernán que nos da gusto que este acá, de nuevo, para presentar un libro, uno más, pero le advierto que acá no hay jaguares, así que no le quedará más que contar que un día chifló como tiuca o voló como tzizim comiteco. ¡Bienvenido!


*Texto leído el sábado 9 de junio, en la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez, en la presentación del libro: “Redacción Avanzada. Nuevos escenarios para lograr una lecto-escritura”, de Hernán Becerra Pino.

sábado, 9 de junio de 2012



CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO ESTE PAÍS NO ES UN ABISMO

Querida Mariana: esta patria anda metida en la confusión. El otro día escuché un dato revelador: de 142 países evaluados, México ocupa el lugar 104 en avance educativo. Don Teófilo, el barrendero del sótano de la Torre Mayor diría: “¡Qué bajo hemos caído!”. Ciento tres países están por encima del nuestro.
Estamos a menos de un mes de elegir al próximo presidente de México. ¿Para dónde hacerse? Ahora está de moda un concepto: “Tejido Social”. Según los entendidos, este concepto se refiere a todos los grupos que conforman una sociedad. ¿Por qué usaron el término de tejido? Porque una sociedad es un entramado complejo. Las sociedades desarrolladas tienen un tejido puntual y exacto como esos tapices hermosísimos que tejen en Oaxaca o como los no menos bellos rebozos que borda el señor Monjarás allá por el barrio del Cerrito Nitre. Por desgracia, nosotros enredamos nuestro tejido y ya está como suéter que jugueteó un chucho travieso. Ay, Marianita, nuestro tejido social anda como cobija de teporocho.
¿Para dónde hacerse? Pues ya los viejos no tenemos mucho para dónde hacernos. Aún cuando muchos no lo entienden, la responsabilidad de los viejos es guiar a los jóvenes por un camino menos sinuoso, pero no siempre es así. Al contrario, muchos viejos perversos, en lugar de abrir brechas luminosas, descomponen el tejido social. La única forma para que el país no se convierta en un hueco sin salida es encauzar a niños y jóvenes por el camino de la educación, del deporte y del arte. Este triángulo es el único capaz de generar luz.
¿Cuál de los cuatro candidatos a la Presidencia de la República garantiza propiciar las condiciones para que los niños y jóvenes de nuestra patria reciban la luz del arte, el vigor del deporte y la flama de la educación? ¿Quadri, AMLO, Peña o Josefina? ¿Quién de los cuatro representa la posibilidad de cambio? Y digo cambio porque, si en educación andamos tan mal, la inercia sólo propiciará un porvenir más oscuro. Se necesita un cambio urgente en materia educativa. ¿Es posible seguir soportando los plantones de días y días que se da en Oaxaca? ¿Cómo es posible que un sector del magisterio chiapaneco esté en paro cuando el gobierno les acaba de obsequiar la promesa de un aguinaldo de tres meses? ¡Tres meses, Dios mío! Pareciera que la tolerancia o alcahuetería de gobernantes ante las cúpulas sindicales no tiene corresponsabilidad en la base magisterial. No entienden que ponen en riesgo el crecimiento sano de los niños y jóvenes y con ello ponen en riesgo a la patria.
¿Qué candidato al gobierno de Chiapas garantiza el desarrollo de esos rubros? ¿Quién en Comitán? Comitán, el río de nuestras aguas afectivas, está lejos del Centro. Esto es una desventaja, lo es porque en Tuxtla hay más oportunidades de desarrollo físico, educativo y artístico que en cualquier otra ciudad y no se diga en las comunidades rurales más lejanas. A las ciudades del interior de Chiapas nos envían las sobras. Comenté en una carta anterior que Coneculta concentra en Tuxtla la mayor oferta de arte. ¿Cómo revertir esta tendencia negativa y perniciosa?
Nuestra tierra es generosa y pródiga en arte, educación y deporte. Ahora que la Escuela Secundaria Comitán celebró setenta y cinco años, todo Comitán recordó nombres de grandes maestros que alumbraron la mente y el corazón de los comitecos: Javier Flores Torres, Reynaldo Avendaño, Maestro Güero, Guillermo Robles Domínguez, Elías Macal, Víctor Manuel Aranda León y más, muchos más.
¿Y qué decir del arte? ¿Y qué del deporte? ¡Debemos sembrar más! Que nuestros jóvenes se contagien del amor por practicar deportes (y no sólo por verlos a través de la televisión, echadotes en poltronas, comiendo sabritas y bebiendo coca cola); que se contagien del amor por la apreciación artística y por la misma creación; que se contagien del entusiasmo por caminar el camino de la ciencia. ¡Que nuestro pueblo se llene de motivos de contagio! ¡Que los aires se llenen con papalotes donde la palabra sea la cinta para la reflexión y para la alegría!
Un paso importante se dio en esta administración municipal, a pesar del poco tiempo que duró. Ya te conté cómo en promoción del arte se generó un proyecto editorial interesante y se fundó el Centro Comiteco de Creación Literaria. Pero tal vez, sólo tal vez, fue en deporte donde más logros se contabilizan. Mi amigo, el profesor Jorge Antonio Gómez Solís, puso todos los balones sobre el asador y le echó ganas para acrecentar la infraestructura deportiva comiteca y para fomentar el soberano gusto del cultivo del cuerpo. Hay pendientes, sobre todo el de que los deportistas mayores entiendan que el trago no se lleva con el deporte. Si todo es por contagio, ¿cómo es posible que los viejos, al término del partido, abran las tecates y, frente a los niños, distorsionen el ideal limpio del deporte? El deporte no se lleva con el trago ni con el cigarro, menos con yerbitas verdes
Hay pendientes, pero se avanzó. Jorge y yo tomamos un café el lunes pasado e hizo un recuento de todos los logros de la administración de José Antonio Aguilar Meza en materia deportiva. ¡Son un bonche!
Si digo que la centralización de las acciones hace mucho daño, debo decir que me dio gusto saber que en nuestro pueblo se descentraliza. Pronto se inaugurará la nueva Unidad Deportiva, ubicada en el barrio de La Cueva. Qué bueno que haya más campos donde practicar deporte y que estén diseminados por todos los rumbos de la ciudad. La nueva Unidad contará con un gimnasio al aire libre, con un campo de tiro para la práctica de pistola con municiones y para tiro al arco. ¡Ah, qué maravilla! Asimismo tendrá una cancha de fútbol rápido, con pasto sintético.
No conozco la cancha de la Pilita Seca, pero tengo ganas de ir a conocerla, porque Jorge, el buen Negrito, me contó que es la primera cancha de pasto sintético en Comitán. Imagino que es como la del estadio de Las Chivas (claro, sin las maravillosas tribunas de aquel estadio y sin la presencia engorrosa de Jorge Vergara).
Hay pendientes. ¿Quién podrá defendernos? Pues la próxima administración. Se necesita continuidad en áreas decisivas. Jorge dice que es necesario implementar una ciclopista en la Unidad Deportiva que lleva el nombre de mi querido Maestro Víctor Manuel Aranda León y más campos, muchos más; y más gimnasios; y más albercas techadas; y más, más, para que los jóvenes se apasionen por el deporte y sean ciudadanos libres y sanos, de mente y de cuerpo.
Otro pendiente, según me informan mis amigos basquetbolistas, es la unión de las ligas. Ahora existen dos y los integrantes de las dos advierten que es un problema, un poco como si hubiese dos ligas de fútbol a nivel nacional. ¿En qué FIFA les admitirían dos selecciones nacionales? ¿No es posible ponerse de acuerdo? Por bien del deporte comiteco ¡yo creo que sí! En fin yo no sé de esto y sólo hablo de oídas (bueno, bueno, escribo de oídas). A propósito de esto, el otro día llamé por teléfono a Óscar Bonifaz y le pedí el teléfono de un amigo, él me dijo: “Ah, no, el teléfono lo tiene él, si querés te doy su número telefónico”, cuando me reí y le dije que me estaba chingando, él dijo: “Hablemos con propiedad”. Ah, cuánta razón tiene mi querido Maestro. ¡Hablemos con propiedad, escribamos con propiedad, actuemos con propiedad! Hagamos que nuestra patria tenga acciones con propiedad, así podremos contrarrestar el fango en que, sin saber bien a bien, nos metimos.
Un día infausto comenzamos a tener lodo en nuestras calles y como no las lavamos ¡el lodo siguió creciendo! Ahora, a pocos días de las elecciones, el fango ya supera el metro y medio y casi casi nos llega al cuello. ¡Dios mío, estamos a punto de la asfixia!
Por esto, porque está en juego la pervivencia de esta patria, es preciso hacer un examen concienzudo para elegir. ¿Por quién votar? Escucho con frecuencia el lamento de que ninguno de los cuatro candidatos presidenciales garantiza un horizonte más limpio, incluso en el “facebook” circula con profusión la imagen de un niño que, con las manos unidas, implora: “Señor, mándanos un quinto candidato”, pero este quinto elemento es un mero espejismo. Sólo tenemos cuatro elementos: El agua Peña, el viento Josefina, la tierra Quadri y el fuego Obrador. ¡No hay más! Uno de éstos gobernará nuestra patria. ¿Quién es el mejor para limpiar el lodo? ¿Vos ya tenés tu candidato? ¿Estás consciente que tu elección puede hacer la diferencia entre un país sumido en la sombra o un país iluminado por la oportunidad de una mejor vida? ¿Por quién vas a votar acá en Comitán? Acá, por fortuna, no está tan pobre la caballada, acá se vislumbra un buen horizonte. Ojalá. Comitán lo merece. Votemos bien para que a Comitán le vaya bien.

Pd. Me gusta eso de “Tejido social”, porque el tejido es un oficio que se acerca mucho a la idea de Dios. Quienes tejen son pacientes porque el tejido ayuda a alimentar la nube de la paciencia, basta recordar la historia de Penélope que tejía por la mañana y destejía por la noche en un acto de lealtad hacia Odiseo. Mi mamá teje, siempre lo ha hecho. Me encanta verla, sentada frente al televisor, moviendo las manos y las agujas como si diseñara una madrugada. Porque esto es lo que mi mamá hace: ilumina el mundo que, sin ella, sería un mundo en sepia. Tu mamá también teje, ¿verdad? Tal vez nos convendría poner más atención a este oficio, ver cómo las manos de nuestras madres, de la nada, con un simple gancho y estambre inventan mundos luminosos.
¿Nuestro Tejido Social está enredado? ¿Por qué no -a semejanza de Penélope- los comitecos comenzamos a destejer lo magro y continuamos tejiendo las bondades que los hombres buenos han hecho crecer? ¿Con estambre de qué color? ¿De qué color es el color de la vida?

viernes, 8 de junio de 2012



Con un abrazo respetuoso para la familia Almaraz Castellanos
por la ausencia física de Daniel.

PARA LA ALACENA

I.- Tío Gumer “canta al pie de su ventana”. Está frente al balcón de Peña Nieto y canta: “¿Qué te ha dado esa mujer?” y no se refiere a Josefina Vázquez ni se refiere a Elba Esther sino a Rosario Robles.

II.- Tío Gumer “canta al pie de su ventana”. Está frente al balcón de Josefina Vázquez y canta: “La chancla que yo tiro no la vuelvo a levantar” y se la dedica, con armonía de víboras y tepocatas, a Vicente Fox.

III.- Tío Gumer “canta al pie de su ventana”. Está frente al balcón de Andrés Manuel López Obrador y canta: “Ay, ay, ay, ay, canta y no llores” y se la dedica al mismo balconero.

IV.- Tío Gumer “canta al pie de su ventana”. Está frente al balcón de Gabriel Cuadri y canta: “Pin pon es un muñeco, con cara de cartón”, la canta por encargo de Elba Esther Gordillo (¡paisana!).

V.- En la comunidad de Siempre realizaron elecciones para nombrar al presidente de la comunidad. Participaron cuatro partidos políticos: el Nada, el Todo, el Lleno y el Vacío. Las encuestas, a dos días de la votación, daban como primer lugar a Todo, en segundo lugar aparecía Nada, Vacío en tercer lugar y Lleno en cuarto. Minutos después del recuento de votos, el IFE (Instituto de Felices encuestas) dio a conocer que Vacío obtuvo el noventa y dos por ciento de la votación. La comunidad de Siempre celebró el triunfo dos días con sus correspondientes noches. Cuando la euforia terminó el pueblo se dedicó a llenar el Vacío para evitar que la Nada se apropiara del Todo.

VI.- Y como final de su discurso dijo: “Mientras existan los nefastos ‘tal vez’ seguirán existiendo los impúdicos ‘pudiera’”, dijo Arquímedes López de la Corcuera ante un auditorio de dos mil personas. Todo el auditorio aplaudió. Cuando el conferenciante caminó por el pasillo rumbo al camerino, una mujer se acercó, le presentó un libro y le dijo: “¿Pudiera usted autografiarme su libro? Arquímedes la vio como si ella fuese un sillón vacío y dijo: “Tal vez” y siguió caminando.

VII.- Recomendaciones cinematográficas. Josefina a Peña Nieto: “Prometeo”; Peña Nieto a Josefina: “Blanca Nieves y el cazador”; López Obrador a Peña Nieto: “Gimme the power”; Josefina a Quadri: “Era de Hielo 4”; Yo soy 132 a Peña Nieto: “Los Vengadores”.

VIII.- Y todas las consonantes iniciaron el exilio. Habían decidido dejar a las vocales solas para que se las arreglaran con las palabras. ¡A ver, a ver!, dijeron, a ver qué hacen sin nosotras. Diez años después regresaron creyendo que los seres humanos se habían quedado mudos. Gran chasco se llevaron. Las vocales habían descubierto un alfabeto a estilo y semejanza de la numeración maya. Cuando las consonantes entraron al pueblo fueron secuestradas y al grito de ¡aae iaaa uaaaia! (¡no las necesitamos!) fueron lanzadas al Cañón del Sumidero.

miércoles, 6 de junio de 2012

PARA CUANDO HACE FALTA UN COLOR SIN VIENTO





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como puestos en la calle, y mujeres que son como locales en plaza comercial.
La mujer puesto de la calle siempre tiene como cielo un lienzo de plástico, de color azul, rojo o amarillo, como si el techo de su mundo fuese una bandera de partido político. Recorre las calles con un cansancio de rana a mitad de la noche. Practica el diálogo corto y siempre está en búsqueda del ahorro del idioma; sabe que la palabra no es mercancía en venta.
Sus ojos son un cartel más para la contaminación visual que asfixia al caminante; su cuerpo es un cerillo en medio del smog. A veces se para frente a un aparador donde hay maniquíes y descubre que su sonrisa es como una cinta de carnicería a las seis de la tarde, a esa hora en que la carne comienza a emanar un olor de esquina en madrugada.
A veces, mientras coloca su puesto, piensa que no es ella la que ofrece mercancías sino los otros, los que caminan apresurados; entonces juega, juega a que los otros gritan las ofertas del día: “Llévela, llévela, tengo una prisa para las macetas de su corredor”; “Bufandas, bufandas, bufandas para ahorcar el frío de la garganta, llévelas, dos por uno”; “Güerito, güerito, chamorros para disfrazar el sinsentido de la vida, vamos, anímate”. Los caminantes ofrecen cientos de mercancías: las niñas de uniforme con las piernas al descubierto ofrecen migajas de luz; los hombres con portafolios ofrecen tiras de desaliento; las señoras, con velo sobre la cabeza, ofrecen luces disecadas. Hay mujeres que venden tatuajes para el corazón, hombres que ofrecen gaviotas para el descanso del lago; niñas que, en oferta, ofrecen ojos de agua para la luna; y canarios que cantan sueños sin gangrena.
Echa de menos las tardes en que, siendo niña, trepaba sobre los árboles que tenían el sabor del limón con frambuesa; echa de menos el lado izquierdo de la nostalgia; echa de menos la vela donde se humedecen las huellas de todos los migrantes. Pero, también, echa de más la lluvia que se deshace sobre el cielo de los viejos; echa de más la luz que se apaga cuando una niña brinca sobre los charcos; echa de más las letras que se quedan detenidas en todos los letreros de una estación de trenes.
Cuando llueve sobre los ladrillos, ella juega a pescar las líneas de adobe; cuando llueve sobre gotas de mar, ella sonríe con luz de marfil.
A veces, los policías, que se creen Jesús, la azotan y la corren del templo. Ella, entonces, se convierte en “torera” y amarra sus sueños al campanario del templo del deseo. Se sienta sobre una silla de madera, una silla tan pequeña como la que tenía cuando jugaba a la comidita en el patio central de la casa de la abuela.
Más que juegos de mesa, le gustan juegos de silla. Se sienta, abre sus piernas y provoca a su amante, lo provoca para que juegue a los dados o a las serpientes y escaleras. Y él, amoroso, flama de vela, dice que para subir a su cielo se necesita “una escalera grande y otra chiquita” y sube los peldaños, poco a poco, como si todo fuese un concierto de guitarra o una excursión a la cima más caliente del cuerpo.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como miradas en ventana y mujeres que son como pasos a mitad de la puerta.

lunes, 4 de junio de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL CIELO TIENE UN HUECO POR DONDE PASA LA LUZ





Querida Mariana: Quique me envió un mensaje: “Doña Rome ¡murió!”. En Comitán era la primera tarde iluminada, después de tres tardes lluviosas. Esa tarde el cielo era como el cristal de una ventana recién lavada. Las tres anteriores habían sido como mantos de luto. Y sin embargo, esa tarde luminosa el manto negro apareció de pronto, así como asoman las nubes negras por el rumbo de Las Margaritas antes de que el “pencazo” de agua se suelte sobre las calles de Comitán. Luego otro mensaje: “Está en Funerales Figueroa”.
En los años setenta, los estudiantes comitecos que estudiaban en la ciudad de México vivían en la casa de Doña Rome Aranda de Gómez. Su casa era la casa de los comitecos, ¡ella era la casa!
Tres tardes llovió en Comitán. Llovió con tormenta eléctrica. A distancia, por encima de las montañas, veíamos las nubes negras y los rayos y luego nos agazapamos en las casas mientras la lluvia se deshacía sobre los tejados. ¡La casa nos protege siempre de las nubes negras!
Ella, señora bonita, era la casa de nosotros en aquella ciudad enorme. ¿Qué hace el niño en medio de un bosque, a media noche, en donde los ruidos pueden ser aves que buscan su nido o lobos rasgando los troncos de los árboles? ¿Qué hace? ¿Se queda paralizado, temblando, sintiendo el agua fría del miedo o corre en busca de la luz, gritando: “¡mamita, mamita!”? Doña Rome fue la casa, fue el fogón para los miedos de decenas de estudiantes comitecos radicados en el Distrito Federal.
Porque la vida, querida Mariana, es como una lluvia con rayos y truenos. La vida, niña querida, es el destello en la sábana del cielo y luego el estruendo del rayo que quema troncos, nidos de pájaros, lobos y, a veces, corazones de hombres. Mi mamá le teme a las tardes donde todo es luminoso y, de pronto, asoman los rayos “en seco”.
Esa tarde, el mensaje de Quique fue ese deslumbre en medio de la tarde sosegada. Ya después, siempre lo sabemos, acudirá el trueno. No sabemos bien cuándo nos cae el veinte. Una tarde, después de muchas de ocurrido el deslumbre, nos llega el brutal sonido del trueno, ese ruido que hace temblar a los cristales de las ventanas de nuestra casa. Ella, doña Rome, era nuestra casa, era el cristal limpio en medio del bosque.
La luz siempre camina más veloz que el sonido, por esto, por esto, niña mía, doña Rome siempre se nos adelantó en su flama. La recuerdo a la hora de la comida, a la hora en que cinco o seis de sus huéspedes esperamos, sentados ante la mesa, los platos. Ella, con un mandil a cuadros, blancos y negros, con la sonrisa de tiuca, nos sirve chiles rellenos. Ese día tarda en servir la jarra de agua de limón, tarda tanto que Ramiro De la Fuente dice: “Doña Rome, falta el agua” y ella, ardillita traviesa, dice: “¿Qué? ¿Te atragantaste con el chile?” y aparece, sol en tarde luminosa, con la jarra de agua y ríe y nosotros hacemos lo mismo, porque ella es el corazón de todos nosotros, ella es nuestra casa, ella es nuestra mamá en aquella ciudad, donde estamos tan lejos de nuestras casas, de nuestros cielos, de nuestros corazones, de nuestras mamás. Reímos con mamá Rome y somos pajaritos sin alas y abrimos el pico y ella, amorosa, nos da su flama, como si fuéramos un fogón. Son tiempos en que su destello ilumina nuestros cielos. Hace apenas dos o tres tardes el mensaje de Quique trajo el trueno a nuestro corazón. ¡Ah, siempre el sonido tarda en alcanzar la luz! Fue un simple mensaje: “Doña Rome, ¡murió!”, y un pedazo de cielo se rasgó, a pesar de que esa tarde no llovió.

sábado, 2 de junio de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAY GENTE QUE LE BUSCA LA CUADRATURA AL CÍRCULO


Con un abrazo respetuoso para José Antonio Aguilar Meza,
nuestro presidente, por su cumpleaños.



Querida Mariana: el Centro avanza. ¡No!, no hablo del avance de los Andadores del Centro, ni de la búsqueda infinita del hombre por alcanzar la armonía del Centro. Hablo del Centro Comiteco de Creación Literaria.
Te cuento esto porque vos te has resistido a asistir. Sé que sos como Borges, que se enorgullecía más por lo que había leído que por lo que escribió. Una certeza es que no a todo mundo le gusta el fútbol, por lo que es muy comprensible que no a todo mundo le guste escribir. Esto tiene que ver con afinidades culturales y con capacidades. No todo mundo nació para ser “Chicharito”, así como no todo mundo nació para ser Gabriel García Márquez. A vos y a mí no nos une la escritura, pero sí, gracias a Dios, nos une la lectura y es una bendición compartirla. Tal vez sos como Aurora Bernárdez, la primera mujer de Julio Cortázar, que no escribió, para que en la familia sólo hubiese un escritor: ¡el enormísimo cronopio! Me das chance que yo sea el escritor.
Hablo de Borges porque sé que vos, igual que él, sos fanática de los cuentos policiales. Pues, ¿qué creés? Ahora los integrantes del Centro están metidos en un proyecto de escritura de cuentos policiales. Sí, es un hecho inédito en nuestra ciudad (El Nuka dice que Mario Escobar tiene escrito un cuento policial). El cuento policial es, tal vez, el más complejo. Si de por sí la escritura de cuentos requiere de un rigor ausente en la escritura de la novela, escribir un cuento policial exige una estructura estricta. El cuento policial clásico contiene elementos que no pueden excluirse y que deben tratarse con una precisión de bisturí de médico sobre la panza de un paciente: un crimen, varias pistas sobre el posible motivo del hecho y un detective (son famosos los ayudantes de éste).
A los lectores les encanta estos cuentos donde debe resolverse un misterio. Un buen cuento policial nos atrapa desde las primeras líneas y no queremos parar de leer, porque deseamos conocer el desenlace.
Existen miles de escritores en el mundo, pero la relación de escritores que escriben cuentos policiales es reducida. Esto es así porque el cuento policial no es sencillo. Y ahora los integrantes del Centro Comiteco de Creación Literaria andan metidos en un proyecto de escritura de cuento policial. ¡Pucha, nadita! Y lo más interesante es que apenas llevamos tres sesiones en el proyecto y ya están asomando los borradores de lo que prometen serán ¡textos muy dignos! ¿Lo mirás? Por primera vez en la literatura comiteca aparecerán ¡detectives comitecos! ¡Ah, sería maravilloso que alguno de ellos llegara a convertirse en un detective tan famoso como Sherlock Holmes (creación de Arthur Conan Doyle) o como Hercule Poirot (creación de Agatha Christie)!
Carlos, Rosy, Paty, El Nuka, Pedro, Samy y Pepis andan metidos en el ajo. A ellos les he pedido que no desmayen. La labor no es simple, ni sencilla, pero como al Centro llegamos a jugar, siguen -con mucho ánimo- jugando a inventar detectives. Pedro ya tiene boceteado al “Ratón”, un joven abogado que ante el asesinato de su amigo “El coimís” (mesero de una cantina) tiene que hacerla de investigador para descubrir al asesino.
El Nuka ya tiene el cuento policial en la mano. Le faltan amarrar algunos hilos para que aparezca el primer cuento policial comiteco (El Nuka llegará a ser uno de los mejores escritores de Chiapas, si se dedica con disciplina a cultivar su talento innato). En su cuento aparece un elemento muy propio de México: el toloache.
Rosy y Paty ya tienen el primer borrador de sus historias, les hace falta el proceso de revisión. Los más rezagados son Carlos (ahora anda metido en el ajo de su titulación como Licenciado en Historia) y Pepis (quien trabaja de manera más lenta, porque así se lo exige su “de por sí”, pero que, siempre, nos sorprende con textos muy dignos. Hasta el momento, ella es quien ha escrito el soneto más luminoso). Samy aún no se decide, pero aporta elementos importantes en la crítica de los textos.
Son escasos los nombres de escritores mexicanos de cuentos policiales, pero son de mucha calidad. Mi maestro de cuento: Rafael Ramírez Heredia (ya fallecido) nos legó un detective entrañable: Ifigenio Clausel, “If”.
El otro día, en el Centro, alguien comentó que resulta difícil pensar en un detective mexicano dado que acá los casos policiales están enredados en una nebulosa por parte de los encargados de impartir justicia y por una ineficacia en caso de quienes investigan los sucesos. Al final, los integrantes del Centro coincidieron en que esa indolencia es elemento para comenzar a dibujar al personaje. Sí, tal vez nuestros detectives comitecos ficcionales serán chaparrritos, con un apodo (¡por supuesto!), tendrán manías especiales, formas inequívocas de lenguaje, comerán tzizim, butifarras y, tal vez, se echarán unos sus pitutazos de “comiteco”. Nuestra literatura no puede imitar a personajes como Sherlock Holmes, debe crear sus propios personajes con características autóctonas. El fin supremo de la literatura es convertir la aldea local en aldea global para que las características de un pueblo se vuelvan universales. Esto han hecho los grandes escritores. Cuenta Gabriel García Márquez que cuando leyó a William Faulkner se dio cuenta que la descripción de esos pueblos norteamericanos tenía mucha similitud con los pueblos de Colombia, así que decidió escribir acerca de su pueblo: Aracataca e inventó Macondo. Los escritores comitecos no tienen más cometido que escribir de este pueblo para hacerlo universal. Por esto no me sorprende que los textos de Pedro y de El Nuka estén ambientados en La Pila, en ambos aparecen los chorros que de manera permanente iluminan con su hilo de vida y con su tambor discreto el alma de ese barrio. Y no es casual porque, según la leyenda, Comitán ahí tuvo su origen. Por esto, tampoco es casual, que el santo más querido del pueblo tenga ahí su santuario. San Caralampio bendice esa agua y los patios de sus casas y los salones oscuros de sus cantinas. Y ahora, los narradores comitecos, integrantes del Centro, también injertan el origen del cuento policial comiteco en ese territorio entrañable.
El Centro tiene quince meses de funcionamiento. Ya te he contado que el Centro nació de una propuesta de la Universidad Mariano N. Ruiz auspiciada por el Honorable Ayuntamiento de Comitán 2011-2012. La historia consignará que nuestro presidente tuvo la sensibilidad para crear este Centro que ha permitido canalizar los deseos y aptitudes de nuestros escritores. En la primera etapa del Diplomado acudieron los más connotados poetas y narradores chiapanecos a compartir su talento; en esta segunda etapa los integrantes aplican los conocimientos adquiridos para realizar un proyecto de libro.
En el camino, por desgracia, varios integrantes han desertado. Danik e Itzel eran estudiantes del Cbtis 108 cuando se integraron al Centro, pero meses después se retiraron porque se inscribieron en la Universidad (Danik a Puebla e Itzel a Tuxtla). Una pena porque ambas son dos niñas muy talentosas y entusiastas; cuatro muchachos estudiantes de la Universidad Autónoma de Chiapas acudieron como parte de una disciplina especial relacionada con el arte y cuando concluyó su compromiso ya no regresaron. A partir de septiembre iniciaremos con una nueva generación. No tengo duda que el próximo presidente municipal apoyará decididamente este proyecto que le hace bien a nuestra sociedad. De todos los integrantes, Pedro ha sido el más responsable y entusiasta. No ha faltado a ninguna sesión (incluso el día de su cumpleaños llegó para estar un rato con nosotros a partir su pastel).
Sin el apoyo de José Antonio Aguilar Meza este sueño hubiese sido un globo desinflado. Él le inyectó aire. ¿Cómo puede medirse el avance de un proyecto de esta naturaleza? No es mensurable en términos estadísticos. El arte corresponde a la esfera del espíritu. Pero, el presidente municipal, en este rubro de su administración, puede estar satisfecho. Prendió un gajo de arte en el árbol de nuestro pueblo. Tengo la certeza de que estos rebrotes se multiplicarán en el porvenir y más flamas iluminarán este pueblo que, a veces, quiere oscurecerse.
El Centro avanza con pasos firmes y sostenidos. Vos y yo hemos platicado en varias ocasiones que nuestra patria necesita, ¡con urgencia!, actividades que contrarresten la zozobra en que está metida. Un camino sin piedras es sembrar arte en la mente y en el corazón de todos los chiquitíos y de todos los jóvenes.
Yo te quiero mucho, porque te admiro, porque sos una niña comprometida con tu patria. Sos buena estudiante y sos una lectora prodigiosa. La lectura te ha permitido alimentar la semilla más luminosa: ¡la imaginación! Que Dios siempre elimine los abrojos de tu senda y haga lo mismo con los caminos de todos los comitecos.

Pd. El otro día, Carlos Marroquín, editor de la Sección Cultura de “El Heraldo de Chiapas”, me preguntó: ¿Cómo se fomenta la lectura? ¡Por contagio!, fue mi respuesta inmediata. Un día de febrero de dos mil once, Comitán creó el Centro Comiteco de Creación Literaria, a partir de ese día, los miércoles de cinco a seis y media de la tarde, muchos muchachos (y algunos ya mayores) se han contagiado de literatura y del acto creativo. ¿Cuántos pueblos en México cuentan con estos espacios? Coneculta Chiapas propicia estos talleres, pero lo hace sólo en las ciudades principales (Tapachula, Tuxtla, San Cristóbal y Chiapa de Corzo). ¡Uf, Comitán nunca ha estado incluida! ¡Que los coneculteros con su pan se lo coman, por habernos ignorado! Estos talleres se efectúan una vez por mes. Acá lo hacemos cada semana, porque el contagio se da con la asiduidad. El oficio maravilloso de escritor requiere una esencia fundamental de la vida: ¡disciplina! Los integrantes del Centro ya se apropiaron de ese valor y escriben, escriben, escriben sin desmayo. Algún día “por sus frutos los conoceréis”. Todos buscan el Centro de su espíritu, el mandala universal.