sábado, 30 de septiembre de 2017

CARTA A MARIANA, DESDE EL PARAÍSO




Querida Mariana: La biblia dice que Eva fue la primera mujer. Otros textos hablan de una tal Lilith. Si hacemos caso a estos últimos textos, Eva fue la segunda mujer.
En esta fotografía que te anexo aparece Eva, Eva Morante. Ella fue mi compañera en el Colegio Mariano N. Ruiz, mientras estudiamos la secundaria. Hace cuatro o cinco días, Manolo (hermano de Eva) me etiquetó de manera especial en el Facebook. Manolo escribió: “Alejandro, ¿Quién aparece en la lectura de esta fotografía?”. Manolo es lector de mis textillos (cosa que agradezco) y sabe que algunas Arenillas son Lecturas de fotografías. Tal vez con esta intención me envió el mensaje.
Hay amigos y amigas que, igual que Manolo, me jalan el brazo para que escriba una Arenilla a propósito. No acostumbro hacerlo. Sé, por experiencia, que las mejores Arenillas son espontáneas. Además, cuando alguien me hace un encargo ¡cobro!, y cobro bien, porque es parte de mi oficio. Todo mundo ha comentado que cualquier profesional cobra por su trabajo: un médico, un albañil, una costurera, una química… ¿Por qué un escritor debería regalar su trabajo? Pero, en este caso, el beneficiado soy yo, porque me sentí halagado con el guiño de Manolo.
Me sentí halagado porque fue como si Manolo supiera que su hermana ha sido motivo de serias y profundas discusiones en algunas tardes de café con amigos de la misma generación. Manolo alto intuyó.
Nuestra Eva (Eva Morante) aparece en los recuerdos de muchos como la primera mujer. Pero hay algunos otros que le arrebatan ese primer lugar bíblico y la colocan en el segundo lugar, porque, dicen, hubo una Lilith que estuvo antes en el Paraíso. Y digo Paraíso porque esto fue lo que vivimos en la etapa que coincidimos en la secundaria. No he hallado a algún ex compañero que diga lo contrario. Los años vividos en el Colegio Mariano tuvieron el sabor de una paleta de chimbo. No importaron los borradorazos que aventaba el padre Jorge cuando estaba enojadísimo, ni importaron los zapes del padre Carlos cuando nos corrió del colegio (sólo por un día), ni nos hicieron mella los desprecios de nuestras compañeras (Eva incluida) porque ellas preferían a los muchachos mayores, los preparatorianos, ni nos dejaron huella traumática los maldosos más viejos que nos hacían bromas pesadísimas a los más jóvenes. ¡No! Recordamos con liviandad los peores momentos en clase de química, donde tatarateábamos en el estrado al no saber escribir la fórmula del ácido sulfúrico y al doctor Robles se le subía la bilirrubina y se ponía fúrico, casi sulfuroso, con más azufre que agua.
¡No! Recordamos con afecto los juegos en la cancha, la hora del recreo dando vueltas en el parque de San Sebastián, las visitas al santuario del Niñito Fundador donde esperábamos que las madres se distrajeran para robar bolsas de hostias y botellas de vino de consagrar. Recordamos con gratitud las obras de teatro que dirigía doña Leonor Pulido para representar el fin de curso; y los hombres saboreamos el instante en que nuestras compañeras se subían la falda del uniforme y la convertían en minifalda.
¡Porque acá es donde Eva y la hipotética Lilith entran en discusión! Hay muchos que votan porque Eva fue la primera mujer en el paraíso del Colegio y otros (no pocos, pero tampoco tantos para superar a los otros) que votan por Lilith.
¿Quién fue nuestra compañera más bella? ¡Ah! Es polémica la decisión porque hay muchos aspectos a tomar en cuenta, pero, al término de la votación aparecen Eva, Consuelo, Minerva, María de Los Ángeles y Leticia. Las mencionadas siempre son las punteras. Digamos pues que, para efectos de mitología bíblica, Consuelo, Minerva, María de Los Ángeles y Leticia son Lilith y Eva es ¡Eva! (Claro, por favor, lo de Lilith es un mero símbolo de lugar, porque Lilith -de acuerdo a la tradición- era muy rebelde y se daba una gran paseada por todos los infiernos). No. Acá se menciona sólo como un mero ejemplo de cómo algunos compañeros dicen que Eva no era la más bella sino que tal lugar le correspondía a Consuelo (Ramiro estaba enamorado de ella y yo, su gran amigo, hacía apuntes de ella en el cuaderno donde su cabellera era la figura central. Ramiro agradecía mucho el detalle que le obsequiaba); otros (varios, sin mal ojo) insisten en decir que la más bella del salón era Minerva (quien, con el tiempo, andaría metida en las parcelas del Subcomandante Marcos y los indígenas de Las Cañadas la llegaron a identificar con el nombre de doctora Bárbara, porque Bárbara Minerva es su nombre completo). ¡No, no!, dicen otros (ya no muchos), la chica más bella era María de Los Ángeles (quien era mayor que Minerva, por ejemplo, y cuyo desarrollo era muy generoso, sobre todo del busto, lo que hacía que sus admiradores la adoraran). ¿Y Leticia? Bueno, ya vos sabés quién es. Ella llegó a actuar en el cine nacional, al lado de los Almada y de Pedro Infante junior (¡nadita!). Las cintas que recuerdo son: “La banda del carro rojo” (que fue muy taquillera en sus tiempos) y “Los desarraigados” (cuya temática era la de migrantes mexicanos en USA). En “La banda del carro rojo” actuaron los ahora famosísimos “Tigres del Norte”, y en la de “Los desarraigados”, Lety actuó, además de los mencionados, al lado de Rosa Gloria Chagoyán, la famosa trailera. Anoto estos datos para decirte que Lety era una niña de rostro bello.
Lo anotado da cuenta de los atributos de nuestras compañeras más bellas. Eva, en la opinión de muchos, se llevaba el primer lugar. Su cuerpo era casi perfecto. Romeo siempre decía que (en puro juego de imaginación) ella había sido la modelo para la escultura de la Diana Cazadora que había en la Ciudad de México. Era una exageración, pero era una idea que rondaba en la mente de Romeo cada vez que Eva subía al estrado a resolver alguna ecuación de segundo grado, en la clase de Matemáticas, con el maestro Hermilo.
Eva fue la primera mujer en el Paraíso, porque fue madrina de muchos equipos deportivos, donde los jugadores la elegían para sentirse orgullosos; asimismo, Eva siempre se apuntaba para conducir actos culturales. Si en el Comitán de aquel tiempo hubiese existido revistas de “socialité” al estilo de ¡Hola!, o de “Vanity Fair”, ella se habría llevado muchas de las portadas, porque tenía gran personalidad, poseía el “charme” de las divas del cine de Hollywood, que actuaban en cintas en glorioso blanco y negro.
En esta foto, querida niña, vos mirás que ella carga un ramo enormísimo de rosas. Así como Ramiro me pedía que dibujara a Consuelo, Juan, no sé de dónde obtuvo una fotografía de Eva y me pidió que le hiciera un retrato. Recuerdo que sacó la fotografía de su bolsa, la llevó a sus labios y me la dio. La fotografía era como ésta, en blanco y negro. En aquel tiempo era difícil hallar fotografías a color. La fotografía que Juan me enseñó la había tomado alguien en un desfile. Eva llevaba el uniforme de gala del colegio, que era un uniforme muy digno. Como ya dije, la moda de la minifalda estaba en todo su furor. Eva mostraba con encanto la belleza de sus muslos. Juan estaba emocionadísimo con la foto. Me pidió que yo le hiciera un dibujo, cuando acepté me dijo que no tenía dinero para pagarme todo de junto, que a diario me daría cincuenta centavos. Yo estuve de acuerdo. Cuando él se levantó de la mesa de la cafetería donde estábamos se inclinó sobre la mesa, colocó los codos en el tablero y me dijo: “Los labios, Alex, los labios pintalos de rojo fuerte. Los labios de Eva son los labios más bellos del mundo”. Yo cumplí con decoro la petición de Juan. Fue un momento sublime cuando terminé de dibujar el rostro de Eva y tomé el lápiz de color rojo y comencé a darle color a sus labios. Sí, sus labios eran los labios más bellos. No había duda, ¡Eva era la primera mujer en el Paraíso!
Quique me dijo el otro día: “Lo que es la vida. En la secundaria, Eva nunca te peló y ahora te lee seguido”. Sí, la vida es así. Ya lo comenté el otro día, con Maricruz me topaba en los corredores de la prepa cuando ella estudiaba secundaria y yo prepa y nunca nos hablamos y ahora ella comparte mis textillos y los lee, casi a diario. Por fortuna, muchos seguimos en El Paraíso. Todos los que no fuimos expulsados de manera permanente (ya dije que el padre Carlos nos expulsó sólo una mañana) seguimos disfrutando de los frutos del árbol del bien y del mal.

Posdata: No hice el encargo de Manolo. No hice una Lectura de Fotografía. En este caso usé la foto como pretexto para contarte cómo Eva fue una mujer que, sin saberlo muy bien a bien, fue la primera mujer del Paraíso que motivó sueños y deseos en algunos de sus compañeros que esperaban el momento sublime en que el doctor Robles decía: “Eva Morante, pase al frente” y Eva subía con su falda a mitad de los muslos. Eva, como si fuera una reina, levantaba un pie y subía un escalón y luego hacía lo mismo con el otro pie y de nuevo para salvar los dos escalones hasta llegar a lo alto de la tarima. La sección de varones permanecía en silencio, atenta. Todos trataban de controlar la respiración. Todos sabían perfectamente la fórmula del Cloruro de Sodio, porque todos tenían la sal enredada en las manos llenas de sudor

viernes, 29 de septiembre de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE PROPONE LEVANTAR UN MURO EN LOS TERRITORIOS DEL PRESIDENTE




Querida Mariana: ¡Un muro para el presidente! Y no me refiero al presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, ¡no!, me refiero al presidente de los Estados Unidos Mexicanos.
Veo que muchos mexicanos se mofan de los dislates del presidente Peña Nieto. Hay videos que registran los errores que comete, con pasmosa regularidad. ¿Recordás aquello de los tres libros, ocurrido en una Feria Internacional del Libro? Todavía hay gente que hace burla de ello. El famoso Layín, aquel que dijo que robó poquito cuando fue presidente municipal de San Blas, Nayarit, también le entró a la pachanga porque a la pregunta del periodista de los tres libros que han marcado su vida, se limitó a “inventar” tres “títulos”: “Que nos vaya bien a todos”, “No ser ratero”, y “Tener sentido común”, y con esas respuestas “brillantes”, con humor involuntario, sin hacerlo a propósito, dejó al presidente de la república como un tipo carente de “sentido común”, porque Peña no logró decir tres títulos de libros leídos.
El sexenio de Peña Nieto (bueno, los cinco años que han transcurrido) se ha limitado a ser un muestrario de dislates del presidente. Medio México se ha dedicado a registrarlos con precisión y a recordarlos a cada instante para burlarse de ello. Esto es una pena. El fallecido Rius diría: “Es una peña”.
Si reflexionás tantito, en los últimos tiempos esto ha sido recurrente. ¿Qué no pasó lo mismo con Vicente Fox? Muchos mexicanos hicieron chanza de sus chiquillos y chiquillas, así como de sus tepocatas o de su “Cenas y te vas”.
¿Cuál fue el dislate más reciente de Peña Nieto? El del tiempo. El presidente dijo: “Estamos a nada de aterrizar en Oaxaca, estamos a un minuto; no, a menos, como a cinco minutos”. Vos has visto en las redes sociales miles de “memes” que hacen burla de tal error. La burla se concentra en lo de “un minuto, ¡no!, menos, cinco minutos”. Nadie ha reflexionado en lo primero, en lo de: “estamos a nada de aterrizar…”
Yo tampoco lo haré, porque mi propuesta es que levantemos un muro a este tipo de juegos que no contribuye en NADA a la reflexión seria y objetiva.
Cuando medio mundo cae en el juego de la burla le hacemos el juego al gobierno. Ellos mismos no tienen necesidad de levantar cortinas de humo que desvíen la atención de lo realmente importante. El pueblo cae en su juego y es el propio burlador quien sale burlado.
¿Qué gana México cuando sus propios ciudadanos se burlan de los errores del presidente de la república? El país nada gana. Los poderosos sí. Porque ellos saben que la atención del pueblo se centra en lo periférico, en lo soso, en lo elemental.
Una vez escribí que hay políticos que tienen veladoras prendidas para que el destino haga el “milagro” de que ocurra un desastre natural, porque saben que ante una tragedia, los fondos fluyen para la reconstrucción y todo mundo sabe que buena parte de ese dinero se desvía a los bolsillos de esos políticos sátrapas. Ahora pienso que también hay muchos políticos que tienen prendidas sus veladoras para que cada día (lo más frecuente posible) el presidente de la república cometa otra de sus acostumbrados desatinos, para que la atención nacional se vaya por ese camino y el pueblo comience a burlarse y olvide lo realmente importante.
Por esto y más digo que el pueblo de México debería levantar un muro en los territorios del presidente; que cuando Peña Nieto cometa una imprudencia verbal, el pueblo ignore su ignorancia y continúe pendiente de lo significativo y no pierda la atención de las jugadas que los poderosos hacen preparando las próximas contiendas electorales.
¡Que se levante un muro ante las cortinas de humo propiciadas por el humor involuntario de un presidente indocto!
Posdata: Las respuestas del tal Layín son de antología. No se quebró la cabeza, no se metió en callejones sin salida. El reportero le preguntó: “Cuáles son los tres libros que han marcado su vida”, y el personaje se concretó a mencionar tres de las frases que, sin duda, emplea en todos sus discursos. En la casa de Jorge, todos los viernes, a la hora del amigo, a la hora que toman la cerveza acompañada de costillitas doradas, hay un instante que se llama “El juego de Layín”, donde Jorge y sus amigos juegan a colocar autores a los tres “libros”. ¿Quién escribió “Que nos vaya bien a todos”? Este pasado viernes, Martín dijo el más celebrado: “El encargado de repartir las despensas que mandó la Cruz Roja”. ¿Quién escribió “No ser ratero”? Emiliano dijo: “Duarte, y no se mordió la lengua, porque chucho no come chucho”. ¿Quién escribió “Tener sentido común”?
¿Quién escribió este último título, mi niña bonita? ¿Quién lo escribe? México debería tener sentido común y dejar de celebrar los dislates del presidente de la república. México debería tener sentido común y levantar un muro en los territorios fangosos donde camina Peña. México debería tener sentido común y prepararse para que en el 2018 no llegue gente como Layín a ocupar las presidencias municipales y que en la presidencia de la república no llegue el que estás pensando.

jueves, 28 de septiembre de 2017

A MITAD DEL PARQUE




Dicen que Donato Joiyville (famoso escritor del siglo no sé cuántos) dijo que él no quería ser célebre, para que no le hicieran una estatua.
Mientras muchos buscan con afán la fama, Joiyville caminaba por las orillas del río de la celebridad. Sus obras alcanzaron la fama, pero, por fortuna, su deseo se cumplió. La historia cuenta que en su pueblo natal un grupo de personas, admiradoras de su trabajo, lanzó la iniciativa de hacerle un homenaje y una mujer se levantó y dijo: “Le hagamos una estatua”.
La celebridad está por encima del área de influencia del artista. Es algo que no puede controlar, porque (como en el caso que nos ocupa) la obra literaria de Joiyville tuvo gran recepción entre sus lectores y éstos lo convirtieron en una celebridad.
Por fortuna, la iniciativa lanzada por la mujer de que se le erigiera una estatua no tuvo eco y el escritor puede estar satisfecho (en su tumba) de que no hay plaza del mundo que tenga una estatua suya.
Azucena me contó que una noche de bohemia, en el patio de una casa tuxtleca, varios amigos rodeaban al gran poeta chiapaneco: Jaime Sabines. El poeta se había quitado la camisa por el calor y vestía una camiseta sin mangas que se le pegaba al cuerpo. Alguien del grupo de jóvenes (Azucena cree que fue Violeta) contó la anécdota de Joiyville y cuando terminó le lanzó la pregunta a Sabines: “¿Te gustaría tener una estatua?”. Sabines tiró el cigarro que fumaba, tomó el último trago de ron que tenía en el vaso, rio y dijo: “¡Qué pregunta tan pendeja!” y se hizo tacuatz porque habló de un poema de Rosario que recién había leído. Azucena contó que José se acercó a ella y le preguntó si era una pregunta pendeja porque la respuesta era: ¡Claro que sí!, o porque la respuesta era: ¡Claro que no! Ya nadie supo la opinión de Sabines, porque todo mundo entendió que a una pregunta pendeja sólo responden los pendejos.
Muchos años después (Azucena contó) que aquella noche, Sabines, ya medio borracho, se había levantado, apoyándose en una jardinera, y había dicho de memoria uno de sus versos: “Muero de ti, amor, de amor de ti / de urgencia mía de mi piel de ti…”, y Vicente había dicho que esa era la respuesta a la pregunta pendeja. Un poco como si el poeta dijera que la vida era de piel y no de bronce, algo así.
Jaime nunca negó la posibilidad. ¡Qué bueno! Qué bueno, porque todo mundo sabe que en Tuxtla, cuando menos, hay dos bronces que celebran la obra del poeta: un busto en el frente del centro cultural que lleva su nombre, y una escultura donde el poeta está sentado en una banca, en el mirador “Los amorosos”.
Hay espíritus mediocres que sueñan con tener una estatua. Muchos políticos sueñan con ella. En Ciudad Universitaria, de la UNAM, Miguel Alemán mandó a colocar una estatua suya. Los alumnos, en algún momento de la historia, la tiraron. La historia del mundo recoge testimonios gráficos donde el pueblo tira estatuas de dictadores. Ahí está la enseñanza que Donato nos legó: el bronce de la fama se quiebra ante la rotundez del piso.
El mayor reconocimiento que Sabines tiene es, más que esos dos bronces, la lectura de su obra. Muchos jóvenes aman su poesía. En lugar que su figura esté a mitad del parque, su permanencia está en las mentes de los jóvenes que abren sus libros y, en voz alta, dicen: “Muero de ti, amor, de amor de ti…”.
Tenía razón Joiyville. Las estatuas permanecen solas en las plazas, olvidadas del mundo. Sólo, en algún aniversario, se acuerdan de ellas y les colocan una corona de flores. Por lo regular permanecen sucias, cagadas por palomas u orinadas en sus bases por algún perro.
En Comitán hay un busto de Benito Juárez en el parque central (que se llama Benito Juárez). Juárez tiene un doble homenaje en Comitán, pero cuando el parque se llena de carpas donde venden artesanías o carne asada, el busto de Juárez queda detrás de las lonas. Olvidado, como por lo regular permanece, salvo el día en que las autoridades “deben” hacer un homenaje en su memoria, porque es aniversario de su nacimiento o de su muerte. Con excepción de esas dos fechas, durante todo el año el busto permanece cagado por las palomas que se dan gusto parándose en su cabeza.
Donato pidió no ser célebre para que no le hicieran estatuas. El destino no le concedió el primer deseo, porque su obra fue muy celebrada, pero sí logro su segundo deseo. ¡Qué bueno!

miércoles, 27 de septiembre de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA DIVERSIÓN ES LA RECETA ESENCIAL




Querida Mariana: Hace como cinco o seis años, mi sobrino Leonardo vino de vacaciones, en diciembre. Subimos al auto para ir a Tzimol. Rosa Elena, la mamá de Leonardo, quería comprar dos atados de panela. Conduje por una lateral del bulevar para hallar el entronque a la carretera, al llegar a la esquina, Leonardo vislumbró una calle empinada y gritó: “Mira, mamá, es como la montaña rusa”. Cuando volvimos de Tzimol, donde, además de comprar los atados, compramos batidos de panela, me metí por la calle del panteón, seguimos por San Sebastián, llegamos al parque central y luego bajamos a La Pila. Yo, en el retrovisor, veía la emoción de mi sobrino, quien, echado para adelante en su asiento disfrutaba las bajadas y las subidas. Sí, pensé, Leonardo tenía razón: era como un juego de montaña rusa, como de ratón loco. Pensé que, tal vez, la emoción que sentía Leonardo era un pequeño vislumbre de la emoción que sentían los niños de los años sesenta cuando se subían a un carretón y se dejaban ir por las bajadas interminables del pueblo. Cuando estuvimos en casa, mientras mi mamá y Rosita sacaban los tambaches de la cajuela, Leonardo se acercó y me dijo: “Tu pueblo es muy divertido”. Debe ser uno de los mejores elogios para Comitán. Y digo esto porque la gente que es divertida es como abono para la vida.
¿Recordás que el escritor Roald Dahl insistía en que los escritores deberían escribir libros divertidos, que no fueran aburridos? Él aplicaba muy bien su teoría, porque sus cuentos son muy entretenidos. Tal vez por esto tiene millones de lectores en todo el mundo.
Ayer en la tarde, leyendo un libro de Paul Auster, hallé lo siguiente que Paul dice respecto de la novela El Quijote: “La novela de Cervantes sigue pareciéndonos sumamente divertido. Y eso es en última instancia lo que cualquiera le pide a un libro, que le divierta”. ¿Mirás qué maravilla de conceptos?
Recordé el elogio de Leonardo en el momento que leí las líneas de Paul Auster, quien, entre paréntesis, vendrá a México en noviembre. Vendrá a Guadalajara, ya que en la Feria Internacional del Libro le entregarán la medalla Carlos Fuentes, con el agregado de un chequecito para que compre algunos dulces.
Yo, igual que vos, igual que Dahl y, ahora, Paul Auster, también pienso que los libros deben ser divertidos. Cada que escribo uno pido a los dioses que mi pluma no se vaya por el camino de lo presuntuoso sino por el camino llano de lo divertido. ¿Lo logro? Ya no corresponde a mí decirlo. Eso ya cae en el lado de la cancha de los lectores.
Hace años leí “La región más transparente”, de Carlos Fuentes. Se me hizo un libro pesado. A veces pienso en los muchachos de bachillerato que “deben” leer el libro, porque el maestro de Literatura lo tiene incluido en su programa. Pienso en que algunos de esos preparatorianos sobrellevarán la carga, pero no lo disfrutarán. Cuando leí “Noticias del Imperio” pensé que Fernando del Paso era mucho mejor escritor que Fuentes, que Del Paso tiene la genialidad de la que Fuentes careció. Puede ser que muchos lectores no coincidan con este comentario. Lo entiendo. Lo entiendo porque cada uno tiene su modo de divertirse, por eso, en materia deportiva muchos prefieren el fútbol soccer y otros acuden a ver tenis.
¿Me permitís que diga que, para mí, Fuentes es como el soccer y Del Paso es como el tenis? Veo a los aficionados aburrirse en los estadios de fútbol. A veces los delanteros no anotan gol y el partido termina cero a cero. ¡Dios mío! ¡Qué aburrición! Por eso los aficionados buscan entretenerse con alguna actividad extra cancha, piden cervezas, improvisan “Olas”, se paran y levantan los brazos, porque en la cancha el partido es como una página escrita por Fuentes (no todas, no todas. Me gusta “Aura” y uno que otro cuento y, tal vez, “Gringo viejo” y, tal vez, algo de “El espejo enterrado”). En cambio, en el tenis no hay momento de sosiego, el tenista hace el saque, la pelota pasa la red y el jugador contrario se desplaza sobre la grava y, con movimiento magistral, manda la pelota al otro lado y el primer jugador corre y responde y así, una y otra vez, mientras los aficionados, inmersos en una burbuja llena de emoción, casi no respiran, no hacen ruido alguno porque la acción de la cancha tiene atrapados todos sus sentidos. Es clásica la imagen cinematográfica en donde los aficionados ven hacia un lado y luego hacia el otro, dejándose seducir por el toque impecable de los tenistas. Hasta que un passing shot da los primeros quince puntos a uno de los dos jugadores y la gente en la tribuna, como olla vaporera, suelta su adrenalina y todo se vuelve una maravillosa catarsis. Así escribe Del Paso, genio de las letras y de las palabras y de los laberintos de la inteligencia. Los maestros de bachillerato debieran sugerir, en lugar de “La región más transparente”, la lectura de “Noticias del Imperio” o “Palinuro de México”, que es, como decimos en Comitán, una caballada genial.
Mis años de lector me han enseñado que la inteligencia es una chica que siempre está acompañada del humor, de la diversión. Jamás la inteligencia (la real, no la supuesta) anda en amoríos con lo pesado, con la solemnidad. ¡No!
Uno disfruta mucho la compañía de alguien divertido, más que la de un pedante.
Como mis mejores acompañantes son los libros, elijo autores divertidos, inteligentes. Por mi profesión leo también a los otros, pero a éstos los “escaneo”, sólo para tener una visión cercana de la calidad de su obra. Cuando me topo con un libro divertido ¡lo disfruto! Lo disfruto como si fuera un joven intrépido, audaz, y estuviera arriba de un carrito en las vías de la Montaña Rusa. Lo disfruto como Leonardo disfrutó el paseo en auto cuando estuvo en Comitán y lo llevé por la subida de San Sebastián y por la bajada de La Pila.

Posdata: Creo que un elogio para el pueblo es considerarlo un pueblo divertido. Leonardo tuvo la capacidad de advertirlo. Muchos comitecos y visitantes también así lo perciben. Comitán no tiene playas, no tiene la grandiosidad de París o de Praga, pero sus subidas y bajadas, en un clima admirable, la hacen una ciudad divertida, sublime, ¡inteligente!
Me gusta estar con vos, porque sos como una calle de San Cristóbal; como Praga; como un viaje por el Sena, en París; como ¡Comitán!
¿Ya miraste el prodigio de la fotografía que anexo? La forma de las montañas del fondo concuerda con la forma de los ladrillos del frente. ¿Coincidencia? ¡No! Los albañiles y maestros de obra de este pueblo son como el maravilloso arquitecto Frank Lloyd Wright, acomodan sus realizaciones a los sueños del entorno. Comitán es un pueblo divertido, permite los hallazgos de remates visuales insospechados.

martes, 26 de septiembre de 2017

CINCUENTA Y CINCUENTA (SIN CUENTA)




Los lectores sabemos que hay una ley tontita, la de Equidad de Género. La ley debería ser por Equidad de Inteligencia; es decir, que los diputados y senadores, por ejemplo, accedieran por neuronas y no por gónadas. Es casi una ofensa al razonamiento el hecho de que el cincuenta por ciento sea para mujeres y el otro cincuenta por ciento para hombres. Esta disposición garantiza la paridad de sexos, pero no garantiza la eficiencia de la institución. Y esto queda demostrado en los hechos: Hay equidad, pero no hay eficacia; es decir, de nada sirve ese equilibrio que justifica lo injustificable, porque pareciera que quienes aprobaron la ley no pensaron con la mente sino con otro órgano.
Y digo esto, porque la naturaleza sí es sabia. Si ponemos atención a los actos mínimos vemos que todo está exento de tal clasificación absurda. Hay millones de personas que creen en un Dios y conceden a éste el origen del universo. El nombre de Dios es un nombre genérico, porque si las feministas (debe haber dos o tres que son creyentes) insisten en llamarla Diosa, ¿cuál es el inconveniente? No hay problema, porque esa entidad divina, así como el universo (su máxima creación), está fuera de toda clasificación sexista. El universo no tiene sexo.
Los tontitos creen que la luna hembra sale por las noches, porque el sol varón lo hace las mañanas. ¡Ahí está la equidad!, dicen. ¡Tontitos! En realidad es lo contrario, porque la luna es un satélite (varón) y el sol es una estrella.
Pero, sólo como mero juego, ¿han pensado lo que sucede en Júpiter? Y Júpiter está a la vuelta de la esquina del universo, universo que tiene millones y millones de esquinas. Los científicos aseguran que Júpiter tiene más de sesenta lunas (¡sesenta!) y un solo sol, el mismo que acompaña a la Tierra. ¿Cuál equidad? ¡Ah!, ya imagino a los legisladores mexicanos exigiendo equidad para Júpiter, proponiendo treinta lunas y treinta “asteroipernotenos”.
Es una bobera lo que diré, pero el universo demuestra que la paridad no es lo ideal. Si el universo es infinito es gracias a su armonía perfecta que nada tiene que ver con cuestiones de equidad. Ya imagino a los legisladores mexicanos decretando una ley que solicitara equidad universal: La mitad de estrellas y la mitad de satélites; la mitad de galaxias y la mitad de agujeros negros.
Por ello, de todas las actividades humanas a mí me encanta la de lector. Los lectores (inteligentes por naturaleza y cultivados por práctica constante) no aplican criterios absurdos. ¿Equidad de género? ¡No, por favor! Los lectores siempre aplican el criterio del buen gusto y de la propuesta talentosa. Sería ilógico y lamentable que los lectores (igual que en las Cámaras Legislativas) aplicaran criterios de equidad de género. Después de leer un libro escrito por un autor ahora toca un libro escrito por una autora. ¡Qué estupidez! Como estupidez el criterio que pone etiquetas de literatura femenina o el de libros especiales para niños. (Luisito fue feliz viendo las ilustraciones que Doré realizó para “La Divina Comedia”, de Dante Alighieri, a pesar de que al principio la tía Eugenia se opuso a que viera el libro; y la abuela Josefina era feliz viendo las ilustraciones de “Alicia en el País de Las Maravillas”) .
Los lectores se mueven en un terreno donde lo que impera son propuestas plenas de imaginación y de seducción. El lector sabe que el conocimiento y la creatividad son características de seres humanos y no tienen distingos entre hombres y mujeres.
Ya pronto comenzaremos a escuchar los nombres de los candidatos a obtener el Premio Nobel de Literatura. A pesar de que este premio está sujeto a veleidades de tipo económico, político y social, cuando menos (hasta hoy) no tiene el corsé de la equidad de género. Sería lamentable que un año fuera para una escritora y otro año para un autor. ¡No! Los lectores no lo permitiríamos porque sería etiquetar la creatividad y el intelecto, sería establecer criterios de selección con base en penes y vaginas, en lugar de privilegiar la mente.
Por esto, admiro a los lectores del mundo y descreo de los otros, de los que promueven leyes que no son las más adecuadas, como la comentada o aquella donde prohibieron animales en los circos, para evitar el maltrato de ellos, y que al final cerraron fuentes de empleo y los animales fueron abandonados y muchos de ellos murieron. Los que decretan las leyes no son lectores. ¡Qué pena! (Por equidad de palabra diríamos ¡Qué pena y qué pene!).

lunes, 25 de septiembre de 2017

CARTA A MARIANA QUE NO SE PUBLICARÁ JAMÁS




Querida Mariana: ¿Y este bolso? Estaba olvidado. Una tarde de éstas caminaba por el corredor de la Casa de la Cultura. Me dirigía a la Librería Porrúa, para husmear en la mesa de novedades. Caminaba tranquilo cuando me topé con lo que acá ves: un bolso, como si fuera un perrito abandonado. Este tipo de escenas me aterra. Siempre pido al destino que me evite pasar por lugares donde hay objetos o personas o animales olvidados. Una vez me tocó, en un parque, mirar a un niño que parecía perdido. La persona que me acompañaba en ese momento me preguntó qué debíamos hacer. La jalé, caminamos hasta donde estaba una pareja y pregunté si ese niño no era su familiar. ¡No!, dijeron. Sin dar tiempo a más les dije que el niño parecía perdido. Sí, es cierto, dijo la mujer y jaló a su compañero para acercarse al niño. Yo, a mi vez, jalé a mi amiga y le dije que eso era lo que podíamos hacer, no más. Ella quiso protestar, pero yo la apuré, le dije que ya venía el transporte urbano; ella quiso protestar, quiso decir que habíamos quedado de sentarnos y tomar un helado en el parque, pero yo dije que mejor tomáramos un café.
Como ya advertiste yo deseaba salir de ese entorno, en donde el destino me había colocado frente a un niño que parecía perdido.
Siempre pido, a todos los dioses, apartarme de lugares donde hay objetos perdidos, animales perdidos, personas perdidas.
Pido no toparme con fajos de billetes, con anillos de oro tirados en el piso, con carteras repletas de dinero, con bolsos, como este bolso rojo. ¿Alguien dejó este bolso ahí? Sin duda, pero la pregunta que me hice fue la siguiente: ¿Tuvo un propósito o fue un olvido?
He visto en ese corredor a parejas de muchachos que, sentados en el piso, platican y se acarician. Pienso que este bolso era propiedad de una muchacha bonita que, por la emoción de estar con el novio, tomó su mochila, abrazó al muchacho y olvidó levantar el bolso y éste se quedó ahí como si fuese uno de esos planetas solitarios.
¿Y si no fue un olvido y alguien lo dejó a propósito para tender una trampa? Conozco historias donde alguien se acerca a ver un objeto olvidado en alguna banca de parque y en cuanto lo levanta, un tipo se acerca, lo encara y dice que ese bolso es de él, lo abre y exige, con un puño cerrado, a que el incauto le entregue el dinero que contenía. ¿Qué puede decir el incauto ante tal reclamo?
Caminaba tranquilo cuando vi el bolso olvidado. Llamó mi atención el color y tomé la fotografía, porque era como un auto solitario en una autopista de muchos carriles. Imaginé que Julio Cortázar podría escribir un cuento fantástico con tal imagen: un auto solitario en una autopista de decenas de carriles; en contraposición con aquel fabuloso texto que escribió donde hay un gigantesco atasco de autos.
¿Qué harías vos ante el bolso? ¿Seguir tu camino como si nada? ¿Acercarte, levantarlo y ver si existe alguna identificación del propietario y poner un aviso en las redes sociales para que la persona recupere sus pertenencias? ¿Y si era una trampa y no un olvido? ¿Y si era un olvido pero el propietario inventa pertenencias y demanda al acomedido?
Yo siempre pido a todos los dioses que me evite estas encrucijadas. Me encanta caminar sin que algo altere mi plan original. Esa tarde iba a la Librería Porrúa y, por desgracia, me topé con este bolso olvidado. Lo vi desamparado, pero no podés imaginar que su desamparo no era nada comparado con el mío. ¿Por qué, Dios mío, el destino me ponía en esta encrucijada? Tomé la foto, porque el bolso era como un vagón en medio del desierto. Me dio la impresión de un pozo vacío. Pensé que podía escribir una Arenilla, una de esas que acostumbro y llamo “Lectura de una fotografía”. Guardé mi cámara y entré a la librería. Ahí olvidé el bolso, porque ante mí estaban torres de libros, como si éstos formaran una ciudad de rascacielos como Nueva York. No llevaba intención de comprar. Era un atrevimiento de niño de pararse frente a la vidriera y ver los pasteles exhibidos. Tomé un libro de un librero, leí la contraportada y luego lo regresé a su lugar original, al hueco. En el momento de colocarlo pensé que la vida debía ser así de sencilla: Que todo tuviera su acomodo natural.
Sin comprar algo ¡salí! Lo primero que noté fue que el bolso ya no estaba. ¿Qué había sucedido? Lamenté la decisión de entrar. Pensé que hubiera sido buena idea ocultarme para ver quién se acercaba al bolso y se atrevía a levantarlo. No había duda: Alguien había levantado el bolso. ¿Quién? ¿Un ajeno y lo había guardado en su mochila y esperó llegar a su casa para revisar el contenido? ¿Llamó al propietario o se quedó con los billetes que había y quemó las credenciales para borrar rastros? ¿O fue algún incauto que cayó en la trampa que le puso el individuo que, a propósito, dejó ese bolso ahí para que alguien cediera a la tentación? ¿O el destino hizo el prodigio y el propietario regresó corriendo y, aliviado, vio su bolso? ¡Ahí estaba! ¡Nadie lo había tocado! Su pareja lo abrazó, lo besó y luego, como si fuera una madre, con el dedo índice le “recordó” que no debía dejar olvidados los objetos.

Posdata: Al llegar a casa descargué la fotografía y la vi. Sí, podría servir como ilustración para una Arenilla. Pero luego pensé que no. ¡No! No la usaría porque el propietario (en caso de que hubiese sido un olvido) podría pensar que yo levanté el bolso. Hay tantas historias en el mundo que comienzan con jalar un simple hilo sin saber qué tiene amarrado en el otro lado. No, esta Arenilla nunca será publicada.

sábado, 23 de septiembre de 2017

CARTA A MARIANA, CON RECETA INCLUIDA




Querida Mariana: Hugo dice que los seres humanos están bien cuando no sienten su cuerpo, cuando viven sin conciencia del cuerpo. Margot dice lo mismo y agrega que los seres humanos están bien cuando no sienten su espíritu. Esto último ya es más complejo, pero basta darle tantita vuelta para entenderlo: El espíritu está en armonía cuando tiene suficiente transparencia, cuando no hay grietas. Lo que Hugo comenta es lo mismo que Lucero decía, allá en Puebla: “Estoy muy bien, ¡nada me duele!”. ¿Qué pasa -pregunto- con respecto a las sociedades? Tal vez es algo similar, porque las sociedades son cuerpos físicos con espíritu. ¿Estás de acuerdo?
Una vez, hace tiempo, escribí acerca de una amiga a quien no había visto en años. Cuando volví a verla (en Comitán) la vi radiante, diferente. Transmitía mucha paz, como si ella estuviera parada en un bosque lleno de eucaliptos y el aroma fuera delicado, sublime. Cuando me acerqué a ella y la saludé, le comenté esto. Ella me dijo que era cierto, se sentía muy bien. Un año antes había concluido con una relación muy desgastante, luego viajó a Guadalajara donde recibió un curso de yoga y de meditación trascendental. Me dijo que, gracias a ello, su vida se había transformado. Su cuerpo había sanado de dolencias que la aquejaban y su espíritu era como un lago de Montebello. Eso fue lo que dijo y yo entendí, porque era obvio, que estaba en completa armonía.
Eso que dijo del lago de Montebello fue porque, hace años, los lagos eran radiantes. Hacer un viajecito a los Lagos de Montebello era una experiencia sensacional: el color de los lagos, la transparencia de sus aguas, el verdor de sus árboles y la fragancia sutil del aroma de los pinos otorgaba tranquilidad, era como cuando uno, en el jardín, descubre un colibrí en vuelo sorprendente. Ahora, mi amiga no se atrevería a usar esa imagen como símil de su transparencia de espíritu. Ahora, medio mundo lo sabe, los Lagos de Montebello han perdido su color, su aroma, su armonía; es decir, ahora ese cuerpo, que antes fue lozano, está en plena decadencia. Antes todo fluía de manera cadenciosa, ahora todo es como un alud de piedras que provoca un ruido ensordecedor.
Así como se deterioran los ecosistemas y acusan enfermedades, pienso que ocurre lo mismo con las sociedades. Hoy mismo todo México sabe que nuestro país tiene muchas fracturas, está cojeando después de la caída brutal que sufrió. El cuerpo de nuestra patria está resentido. ¿Qué sucede con su espíritu? ¿Un poco achicopalado? Los desastres naturales han sido devastadores, brutales. Cada mexicano cuenta su experiencia personal. Los temblores y los huracanes han ocasionado llagas en el cuerpo de México y también en su espíritu.
Las sociedades tienen cuerpo y espíritu. Tratando de hacer una comparación podríamos decir que el cuerpo es el territorio: sus montañas, sus mares, sus ríos, sus planicies, sus volcanes (son como barros enormes), sus mesetas, sus lagunas y demás cadenas montañosas y bosques. Lo físico es más tangible. ¿Y el espíritu de una sociedad? ¡Ah, eso está hecho por la gente que la conforma! Por cada uno de los integrantes de los pueblos. Si se dice que Comitán tiene, más o menos, ciento veinte mil habitantes, decimos que estos ciento veinte mil “ectoplasmas” conforman el espíritu de Comitán. ¿Mirás? Por esto, cuando falla una de estas células, si me permitís el término y esperando que ningún científico se moleste por esta descripción tan de kínder, algo le pasa al espíritu de Comitán. Para que nuestra sociedad esté sana al ciento por ciento es deseable que no exista ninguna fractura, que su suelo y su espíritu estén armoniosos.
El otro día platiqué con Luis Aguilar, el escultor de dos de las esculturas que están en el parque central de Comitán: Día marcado (Las dos Lolas) y el busto de Rosario Castellanos. Y le dije que pocas cosas me han impactado tanto como una historia que me contó una mañana de hace varios años. La historia es sencilla pero como zarpa de tigre. Me contó que, siendo niño, se enteró que habría pachanga en una casa de su barrio. Ya no recuerdo el motivo, pudo ser quince años o una boda. El patio de la casa ya estaba adornado con festones de juncia y un manteado. Las mesas tenían manteles blanquísimos y la comida y bebida estaban al toque, como al toque estaba el grupo de marimbistas. Todo presagiaba un guateque de lujo. Pero (nunca falta) en casa había una persona mayor que tenía una dolencia grave. Horas antes que el festejo iniciara, una sirvienta se acercó a la dueña de casa y avisó que la enfermita tenía algo raro, estaba como pálida, como fría. “¿Muerta?”, preguntó la dueña de casa. La sirvienta se cubrió el rostro con su chal y se echó a llorar. La dueña de casa corrió al cuarto de la enferma (con parentesco cercanísimo, tal vez abuela o madre), entró, se hincó ante la cama y colocó un espejo en el rostro para ver si aún se empañaba. ¡No! La madre o abuela ya era difunta. La dueña de casa salió de la recámara, cerró la puerta, echó candado y ordenó a la sirvienta que nada dijera, ¡nada! Sólo eso faltaba, la muerta no iba a echar a perder el festejo, ya todo estaba listo. Fue a la cocina y, cantando, como si nada hubiera ocurrido, comenzó a dar órdenes para que prepararan la pierna mechada y que no olvidaran limpiar bien las copitas donde se iba a servir el comiteco, y salió al patio y pidió a los marimbistas que comenzaran a tocar. Predijo que la fiesta sería un éxito y así fue. Todo mundo llegó, se sentó, se paró, bailó, platicó, bebió, hasta altas horas de la noche. Al día siguiente, como a las diez de la mañana, la dueña de casa abrió el ropero de cedro y eligió una blusa blanca, un vestido negro, salió al patio y fue a quitar el candado al cuarto de la difunta. Abrió las puertas de par en par y comenzó a llorar, a gritar, a correr, a tocar de puerta en puerta avisando que la enfermita había muerto.
Mientras Luis me lo contaba yo estaba pasmado, como si fuera uno de esos pájaros que esperan enjaulados sin recibir ni una pizca de alpiste. ¿De veras?, pregunté a Luis al final del relato. Luis sonrió y me dijo que sí, que todo era cierto, que la dueña de casa había ignorado el cadáver de su pariente cercanísimo (abuela o madre) para que este infortunio no modificara los planes originales de la celebración.
¿Moraleja? No sé. El día que Luis me lo contó me quedé pasmado. Como pasmado sigo ahora y seguiré siempre. ¿Qué hubieras hecho vos ante una situación similar? A mí ni me quedés viendo, ya dije que no podría decir. Como dice don Arsenio: “Sólo cuando estás trepado en el cuaco es que sabés si camina derecho o se va de lado”.
Y digo esto porque ahora, en la casa de todos, en el hogar común, en la patria, estábamos a punto del festejo cuando apareció la tragedia. Nuestro cuerpo sufrió heridas y el espíritu, por consiguiente, se apachurró tantito. Ya los analistas y las personas de a pie han manifestado que México tiene una luz indecible. La sociedad civil se moviliza en forma solidaria. Mientras los gobernantes titubean, porque no saben cómo actuar, porque no les interesa la tragedia, porque ellos están interesados en cómo acceder al poder en 2018, la gente de a pie forma brigadas, levanta escombros, salva vidas, reparte agua y tortas, enciende la luz de la lámpara maravillosa que se llama esperanza.
El espíritu (nos han enseñado los sabios) se fortalece cuando hay un rasguño en el cuerpo, cuando hay una herida que tarda en cicatrizar.
Te conté la historia que Luis me confió porque encuentro similitudes en lo sucedido. Nos preparábamos para el festejo y apareció la tragedia. ¿Qué hacer? ¿Cerrar el cuarto y seguir con la pachanga? ¿Hacer como que nada ocurrió? Pues, resulta ilógico, pero eso fue lo que los gobernantes hicieron, lo que hacen siempre. Cierran con candado la puerta y dejan al muerto adentro y hacen como que nada pasa. Su incapacidad de acción y su pobreza espiritual así se los ordena. ¡Qué pena! Como todo mundo, he visto al pueblo movilizándose, aportando su fuerza de espíritu porque el cuerpo de la patria está dañado. Alguien, en las redes sociales, escribió un mensaje donde le decía al gobernador que ahora sí eran necesarias sus despensas, pero esas despensas no las sacan, porque esas servirán para los intereses partidarios del 2018. ¡Qué pena! Y digo que es una pena, porque para que el cuerpo y el espíritu de la patria funcionen al ciento por ciento es requisito que cada célula aporte su fuerza en la misma dirección. Los gobernantes actúan en reversa, siempre están en dirección contraria de donde el pueblo camina.

Posdata: Emociona ver la solidaridad del pueblo mexicano. Enerva constatar los comportamientos tibios de los gobernantes endebles y mañosos.
Cuando, hace años, vi radiante a mi amiga, le pedí que me diera la receta para lograr la armonía. Ella sonrió, me tomó la mano, sentí su calor, su afecto. Me pidió que cerrara los ojos y luego que los abriera, me dijo que la receta era cerrar tantito los ojos y luego abrirlos para observar en dónde estaba la luz y dónde la sombra. Esa es la receta. México, qué lástima, a veces cierra la puerta, a veces cierra los ojos y continúa en la pachanga y sigue dándole el poder al inepto. ¡Hay que abrir los ojos!

viernes, 22 de septiembre de 2017

DEFINICIÓN DE TARDE




Si escucho: “Es muy tarde”, me preocupo; pero si escucho: “En la tarde”, me emociono. Me preocupo porque alguien ya no me deja entrar a la sala de conciertos: “Es muy tarde”; me emociono porque alguien promete que me verá “En la tarde”.
¿Cuántas palabras, como tarde, provocan estos sentimientos tan polarizados? Pienso que son pocas las palabras que tienen esta capacidad. Si pienso en la palabra “Mal”, cada vez que la escucho sé que nada “bueno” presagia; pero la palabra tarde puede significar tardanza o puede indicar el lapso después del mediodía hasta antes del anochecer.
Por fortuna, lo que nunca sucede es que la tarde llegue tarde o que alguien llegue tarde a la tarde. La tarde está por encima de la tardanza o de la puntualidad; es decir, la tarde siempre está lejana de las veleidades del tiempo. La tarde acude puntual todas las tardes.
Juan hizo una encuesta: ¿Cuál lapso te gusta más: la mañana, la tarde, la noche? ¡Ganó la tarde! Y esto fue así, porque sólo los jóvenes votaron arrolladoramente por la noche. Se entiende, cuando es viernes (y el cuerpo lo sabe) los chavos van al antro y beben y bailan y van al motel. Viven la noche de manera rotunda; en cambio, los viejos, las mamás y los niños votaron por la tarde, porque la tarde permite el juego infantil, la telenovela, el sentarse en la banca del parque para alimentar a las palomas.
Los niños aman la tarde, porque, después del fastidio de la tarea, pueden ver las caricaturas en televisión o jugar en el sitio de las casas. Lamentan el instante en que las mamás ordenan que se laven las manos y pasen a la mesa para la merienda; lo lamentan porque es el preludio para cancelar el día e ir a la cama. Los viejos aman la tarde, porque van a jugar dominó con los amigos, porque se sientan en las bancas del parque y recuerdan los tiempos en que eran jóvenes e iban a los bailes del Club de Leones o en los patios de las casas particulares; las mamás aman la tarde, porque les permite un poco de sosiego después del trajín matutino, cuando se levantan a las cinco de la mañana porque deben preparar los lonches de los hijos que llevarán a la escuela. En la tarde, las mamás pueden sentarse un rato frente al televisor y ver las telenovelas, donde mujeres glamorosas acuden a los antros y bailan y beben y van a los moteles, como si fuesen jovencitas sin obligación alguna.
Yo también amo las tardes. Me encanta ir al parque central para sentarme en una banca y (como si fuese un anciano) mirar las palomas y (como si fuese un adolescente) mirar los pechos de las muchachas bonitas que caminan como palomas inquietas frente a mí. Amo las tardes. Me encanta ir al parque central y abrir un libro y ponerme a leer, mientras los pájaros vuelan por encima de mí y hacen su pachanga en los árboles. Amo las tardes. Me encanta advertir cómo el cielo matiza su piel y la llena de naranjas, grises delicados y amarillos imperativos.
Hasta donde es posible procuro siempre llegar a tiempo a mis citas. Odio llegar tarde. A fin de que mi balanza de la palabra tarde se incline más a la definición de lapso que a la de tardanza. Me programo de tal manera que cuando escucho o pronuncio la palabra tarde siempre sea referido a esa cucharada en la que lo cotidiano tiene una cara de paleta de chimbo. Los mejores arcoíris que he visto en mi vida no los he visto en las mañanas, siempre ha sido en la tarde. Es posible que en la encuesta: “¿A qué hora te gusta salir?”, los arcoíris del mundo hayan contestado: “En la tarde, siempre en la tarde”.

jueves, 21 de septiembre de 2017

ELOGIO PARA MARICRUZ




Medio mundo, ya lo he dicho, me pregunta ¿Quién es Mariana? Pero ayer, en un desayuno, Memo cambió la pregunta: “¿Oí, compa, quién es Maricruz?”.
Ambos sonreímos. Yo sabía porqué lo preguntaba. Sucede que Maricruz es primer lugar, tiene la medalla de oro.
Espero que ahora no suceda como cuando un comentarista de fútbol elogia a un jugador y un minuto después el merecedor del elogio recibe el balón y, justo frente a la portería, lo vuela, lo manda por encima del marco y el balón va a dar a las tribunas, provocando la rechifla de los aficionados. El espléndido jugador hace el peor “oso” de su vida y lo hace precisamente un minuto después que el comentarista se había deshecho en loas y aplausos.
Espero que no suceda así. Espero que esta Arenilla, que es un agradecimiento para Maricruz, sea compartida en las redes sociales, primero antes que nadie, por ella, por Maricruz. Porque, Maricruz tiene el primer lugar por compartir las Arenillas. ¿Cómo le hace? No sé. Cuando, en las mañanas, subo la Arenilla del día, advierto, con satisfacción, que uno o dos minutos después ya fue compartida y, casi siempre, quien lo hace ¡es ella! (Mariana, un poco celosa, me dijo el otro día que ella no compartía mis textos, porque -lo dijo con tono irónico- “Ahí estaba la famosa Maricruz compartiéndola”).
Sí, debo confesar que me siento chento (en comiteco, la chentura es orgullo). Una vez alguien en el Facebook preguntó qué era más significativo: ¿Qué alguien le diera Me gusta a la publicación o la compartiera? Soy de los que piensan que es más relevante compartir, porque eso es como partir una manzana y repartir cachitos entre los amigos, porque la manzana está rica y es buena para la salud y debe compartirse con los afectos (el abuelo de Jorge, don César, siempre repetía el dicho popular: “Manzana y miel de abeja ¡la muerte de tu cuerpo aleja!; es decir, la manzana le hace bien al cuerpo y al alma). Maricruz, por lo regular, un minuto después que subí mi texto lo comparte en su muro y en el muro del grupo Imágenes Históricas, Leyendas y Personajes de Comitán (página que tiene más de once mil seguidores). Entiendo a la perfección que Maricruz parta la manzana y la comparta con los amigos de su muro, pero me sorprende mucho que lo comparta en la página creada por Francisco Domínguez (quien radica en San Luis Potosí). Me sorprende porque la página de Francisco fue creada para compartir ¡imágenes históricas, leyendas y personajes de Comitán! Mis textos no son históricos, ni rescatan leyendas, ni se refieren a personajes del pueblo. Las Arenillas, Maricruz lo sabe muy bien, son meros divertimentos que juegan con la palabra y la imaginación. En ocasiones tocan de manera tangencial el corazón de Comitán, pero en otras ocasiones vuelan por otros territorios, muchos de estos ¡fruto de la invención! Por esto, cuando hace ya algún tiempo vi que Maricruz compartía la Arenilla en la página del grupo pensé que los administradores de la página eliminarían el texto porque no cumplía con el fin para el que fue creada la página, pero grande fue mi sorpresa al comprobar que el texto se quedó ahí y, conforme pasó el tiempo, fue admitiendo las Arenillas que Maricruz compartía. Tal vez, un administrador se preguntó al inicio: ¿Por qué Maricruz comparte los textillos de Molinari? ¿Por qué? Igual que Memo se preguntó: ¿Quién es Maricruz?
Recuerdo a Maricruz en la secundaria. Yo estudiaba en la prepa, en el mismo edificio y, de igual manera que topábamos con decenas de compañeros, de vez en vez me topaba con Maricruz. Ella era una niña (una muchacha bonita) muy perseguida por muchos admiradores. Así la recuerdo. Ella y yo jamás hablamos, porque nada teníamos que hablar. No fuimos amigos. Fuimos conocidos.
Pero ahora, desde que subo mis textos en las redes sociales ella comparte las Arenillas en primer lugar. Ella (tal vez Francisco Domínguez no se ha dado cuenta) también es primer lugar en la página del grupo, porque ha sido fiel “colaboradora” de la página donde, imagino, uno o dos paisanos leen mis textillos (esto lo compruebo cada vez que el propio Francisco o Hugo Fritz escriben algún comentario). Debo decir que Maricruz ha hecho que las Arenillas sean ya como una laja en la banqueta maravillosa de la comunidad Imágenes históricas.
La otra noche me topé con Maricruz en el Museo de la Ciudad. Mi Paty y yo estábamos sentados detrás de ella. Le dije a mi Paty que iría a saludar a Maricruz. Me acerqué y le dije que le agradecía por compartir mis textillos en la red, le dije que ella me estaba haciendo famoso. Ella rio. Fue entonces cuando le dije que era el Primer Lugar en compartición. Un segundo después, la güerita María Antonieta Villatoro (quien estaba sentada a su lado) dijo: “Yo también las comparto, Alex”, lo dijo con vehemencia, como reclamando un mérito que le estaba negando. Sonreí, puse mi mano en el hombro de María Antonieta y dije que sí, que le agradecía también su generosidad, pero que Maricruz era ¡el primer lugar! Me sentí muy chento. La güerita quería subirse también al podio donde suben los campeones compartidores de las Arenillas. ¡Ah, era un sobrado homenaje! ¡Sobradísimo!
Hay muchos lectores generosos que comparten las Arenillas. A cada uno de ellos les agradezco su dadivoso obsequio. Miguel García Callejas, por ejemplo, quien vive en Nopala de Villagrán, Hidalgo, comparte mis Arenillas cada mañana. Imagino que él piensa que alguien de sus amigos puede encontrar alguna idea interesante en mis textillos. ¿Nopala de Villagrán? Sí, así se llama su pueblo y ahora, gracias al Internet y a mi amistad virtual con Miguel, he entrado a ver algunas fotografías de su lugar de residencia. Muchos amigos comparten mis textillos. Agradezco su generosidad, pero que quede claro (y que nadie se moleste, por favor), el primer lugar le corresponde a Maricruz Aguilar Gordillo, quien ha exagerado su generoso gesto y comparte mi texto un minuto después que subió. La Maricruz me está haciendo famoso. Ella es primer lugar en compartir Arenillas y primer lugar en subirlas al grupo de Imágenes Históricas de Comitán.
Si yo fuera más embelequero, si no fuera tan escaso en relaciones sociales, procuraría una ceremonia que reconociera la embelequería de Maricruz. En el Museo de la Ciudad, el mismo donde la saludé, convocaría a medio Comitán para que fuera testigo del acto donde Francisco Domínguez (invitado de honor) hiciera entrega del premio “Embelequerías” a Maricruz. Pero soy muy escaso, soy muy ish, y no tengo más para dar, sólo esta Arenilla, que pretende ser un elogio por hacer algo que nada lo obliga a hacer, sólo la complicidad entre lectora y escritor, sólo un guiño de amistad. Ella piensa que mi texto es como una manzana que hace bien y, generosa, lo comparte con los demás. Ha compartido tantas Arenillas que éstas ya formaron un grano de arena. ¡Gracias!
Espero, entonces, que Maricruz no falle. Que ahora no mande el balón a las tribunas. Espero que ella sea la primera en compartir este textillo en el que le envío un abrazo con mucho afecto.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

UNA TARDE EN PARÍS




La tarde del domingo me quedé en casa. Me senté en el sofá y leí a Vila-Matas. Luego me paré y vi a través de la ventana las plantas que ha sembrado mi mamá y que, por la lluvia, están soberbias. Pensé que sería bueno ir a un museo. ¿A cuál ir? Me latía ir al Louvre, pero no. Decidí ir a un museo que no conociera. ¿Cuál? ¿El museo de la música, en el edificio que tiene la Filarmónica de París? ¿Por qué no? Fui a la cocina, partí una papausa que compré en el mercadito, en la mañana, y me senté frente a la computadora. Me bastó abrir el Google Maps y “entrar” a la avenida Jean Jaurés. La avenida es amplia, con banquetas anchas, sin ambulantes. La tarde era luminosa. “Caminando” con atención descubrí la entrada del edificio que alberga al museo. Logré entrar a cuatro salas de exhibición y una de conciertos. ¡Ah, qué bonita sala! Imaginé cómo se llena en tardes de concierto y la gente disfruta la música.
Caminé tranquilamente por las salas de exhibición, mientras comía la papausa que estaba dulce, muy fresca. Me sorprendió ver el orden y el cuidado con que están presentadas las colecciones en el museo. En los paneles vi pinturas colgadas con personajes que ejecutan algún instrumento, para dar contexto, y, en vitrinas con cristales transparentes, colecciones bien distribuidas de instrumentos musicales: trompetas por allá, toloches más acá; timbales y tambores africanos; pianos de cola, como si estuviesen en una sala de un palacio francés; arpas, flautas, violines y ¡una marimba! Sí, una marimba, solita, como si fuese una estrella especial. Casi casi escuché su sonido. Como estaba en la Ciudad de la Música, al lado de la sala de conciertos, escuché el sonido delicado de la marimba en manos de Límbano Vidal, interpretando alguna sonata de Bach; pero luego, un rato después la escuché en manos de la Perla Chiapaneca, interpretando un son y luego, ¡faltaba más!, a mitad del patio de una casa comiteca, debajo de un manteado, en un piso lleno de juncia fresca, reventándose la del Tacuatzín.
¡Ah, qué disfrute esa sensación de reconocimiento!, como si cuando estuve caminando por la Avenue Jean Jaurés me hubiese topado con un grupo de comitecos y estos al verme hubieran gritado ¡Cotz!, sólo como símbolo de identidad. ¡Una marimba en París!, bien podría ser el título de una novela, título que sería como esos títulos admirables que García Márquez acostumbraba poner a sus novelas. Apenas ayer me enteré que una novela inédita e inacabada de Gabo se llama “En agosto nos vemos”. ¡Ah!, es un título que abre ventanas, un título lleno de aire.
Conforme recorrí el museo pensé en la variedad de materiales que las personas emplean para construir instrumentos musicales. Pensé en que esa marimba (hecha de madera de hormiguillo) tiene en la parte baja de los cajones un pedazo de cera que cubre pequeños huecos y que, de igual manera, tiene una telilla que sacan del intestino de cerdo. No sé cuál es la función de la cera ni de la telilla de cuch, pero advierto la conjunción de diversos materiales, todo en aras de lograr un sonido vibrante. Pensé en los materiales que emplean los constructores de violines, de flautas, de tambores, de cornetas.
Busqué un par de piedras, porque Juan, cuando ya estaba medio bolo, levantaba dos piedritas y mientras Rodrigo tocaba la guitarra y los demás hacíamos el coro para cantar esa de: “Pueblo mío que estás en la colina, tendido como un viejo que…”, Juan, con sus manos, hacía chocar las piedritas y provocaba un sonido que engrandecía el ritmo y nos daba enjundia para cantar con más emotividad.
Salí emocionado del museo. Regresé por donde había caminado. La tarde seguía impecable, como si no hubiera pasado el tiempo. La gente caminaba tranquila, el tráfico fluía con precisión. No me topé con ningún vendedor ambulante. No sé cómo le hacen en París para mantener limpias y ordenadas sus avenidas. Debe ser porque allá no hay organizaciones sociales como las de acá; debe ser que allá la democracia no funciona de manera clientelar.
Salí del Google Maps, terminé de comer la papausa. Me levanté y fui a tirar las semillas al basurero de la cocina. Cuando regresé a la sala me acerqué al ventanal y miré las plantas que ha sembrado mi mamá. Pensé que, cuando menos, en casa hay orden, hay armonía. En la avenida de París lo que vi era una alfombra de hojas secas, de ahí en fuera, todo era muy limpio. Hasta los grafitis del paso a desnivel por donde caminé se veían llenos de luz.

martes, 19 de septiembre de 2017

AUTORRETRATO




Rosario Castellanos era poeta. Su infancia y parte de su adolescencia las vivió en Comitán. Ella escribía poemas. Escribió uno que se llama “Autorretrato”, donde, como su título indica, hizo un boceto de su carácter para que la conocieran sus lectores.
Se le considera comiteca, por ello, en Comitán la casa de la cultura lleva su nombre. Hay, además, un sitio de taxis que se llama Rosario Castellanos y, en la periferia del pueblo, un fraccionamiento de viviendas de interés social, ¡faltaba más!, lleva el nombre de la escritora. Bueno, la cereza del pastel es el torneo de pesca que se llama Rosario Castellanos.
En una esquina del parque central del pueblo hay un busto que representa a la escritora. El bronce fue realizado por el escultor Luis Aguilar.
El poema “Autorretrato” apareció publicado en 1972; es decir, en este 2017 celebramos cuarenta y cinco años de su publicación. Rafita, quien, según él, es médium (Romeo lo molesta diciéndole que es médium mentirosum), nos platicó el otro día que se comunicó con el espíritu del busto de Rosario y éste le dijo que había hecho algunas modificaciones a su poema. ¿Cómo creerle a Rafita si la vez pasada dijo que había hecho contacto con el espíritu de Maximiliano y don Max le dijo que había metido una demanda contra Del Paso porque en su novela “Noticias del Imperio” asegura que no tenía relaciones con Carlota, cuando la realidad fue todo lo contrario, aseguró que ella estaba “loca” por él. Todo mundo celebró la ocurrencia de Rafita. Ahora sucedió algo similar.
Romeo propuso comprar una caguama antes de escuchar la versión remasterizada del poema de Rosario. Rafita dijo que, por cuestiones de los huracanes, temblores y demás contingencias naturales hubo cierta interferencia y sólo logró grabar unas cuantas líneas de la nueva versión.
Cuando Romeo sirvió la cerveza en vasos de veladora, hizo que todos guardáramos silencio y cedió la palabra a Rafita, quien, emocionado por ser de nuevo el centro de atención de la mesa redonda, dijo, con voz de declamador, las líneas del poema original; es decir, el de 1972: “Vivo enfrente del Bosque. Pero casi / nunca vuelvo los ojos para mirarlo. Y nunca / atravieso la calle que me separa de él / y paseo y respiro y acaricio / la corteza rugosa de los árboles. / Sé que es obligatorio escuchar música / pero la eludo con frecuencia. Sé /que es bueno ver pintura / pero no voy jamás a exposiciones / ni al estreno teatral ni al cine-club. / Prefiero estar aquí, como ahora, leyendo / y, si apago la luz, pensando un rato / en musarañas y otros menesteres.”
Alicia se emocionó (era la primera vez que escuchaba versos de la Castellanos) y aplaudió a rabiar, luego levantó el vaso vacío y dijo que le sirvieran más, que Rosario era una chingona, que qué fregón su poema. Romeo le dijo que no era para tanto, pero que ahí estaba un poco más (¿de poesía?, preguntó ella. No, dijo él, de cerveza) y sirvió más líquido ambarino en el vaso.
Y ahora, dijo Rafita, daré lectura a la versión remasterizada que me dijo Rosario, en una noche de truenos y rayos.
Yo pensé que todos se habían contagiado de un léxico pedante, aderezado con gotas de limón, e hice silencio para escuchar lo que, según Rafita, eran versos modificados por los tiempos que ahora se viven y por el entorno: “Vivo enfrente del parque. Pero ahora / con tanta carpa no puedo mirarlo. Y nunca / atravieso la calle porque hay mucho cafre. / Y no paseo ni respiro ni acaricio / la corteza del árbol porque apesta a coles. / Sé que es obligatorio escuchar banda / pero la vomito con frecuencia. Sé / que es bueno ver pintura / pero no voy jamás a las exposiciones / porque a los leones ya les quitaron su club. / Prefiero estar aquí, como ahora, durmiendo / y, si apago la luz, oliendo un rato / garnachas y otros culinarios placeres.” ¡Bravo, bravo!, dijo Alicia y pidió que le sirvieran más cerveza. Pero la caguama ya estaba vacía y nadie quiso cooperar para comprar otra.
Aparte de Alicia nadie dijo algo más. Como si una corriente de aire hubiera entrado, pero alguien hubiese cerrado la ventana, la calma volvió al cuarto. Rafita dijo que la noche de contacto había mucha interferencia. Nosotros dijimos que sí, que no se preocupara, que nos quedábamos con la versión original.
Rosario Castellanos era poeta. En su pueblo, Comitán, existe un busto que honra su memoria.

lunes, 18 de septiembre de 2017

PASEO CON NOBLES SIN MUCHA NOBLEZA




A Mariana le sorprende el nombre de esta negociación: “Rey del cochito”. Le sorprende porque dice que se acerca mucho a lo que ella piensa es la nobleza: una clase social que se regodea en chiqueros de oropel.
No sé. A mí lo de la nobleza me atrae como fenómeno social anacrónico. ¿Cómo es posible que en el siglo XXI la realeza siga vivita y coleando? En nuestro país está consignado en la Constitución Política que los títulos de nobleza están proscritos y sin embargo a cada rato (en forma simbólica) vemos que Lupita se convierte en Lupita Primera, porque fue nombrada Reina de la feria de San Sebastián. En Juncaná, por ejemplo, coronan a la “Reina Infantil del Elote”. Mariana dice que a su prima equis, que tiene los dientes salidos, la debían nombrar como la “Reina de la Mazorca”. ¡Ay, Mariana!
En este sentido, Mariana tiene razón. Don fulano de tal se autonombra Rey del Cochito. Por eso, mi querida niña comenzó a jugar en cuanto vio el letrero. Dijo que doña Concha es la Reina de la Gallina de Rancho, porque los caldos que vende en su casa, allá por el rumbo del camino a Yocnajab, es de antología. Pero luego dijo que si eso era así, la nieta de doña Concha, la simpática Aidé, es la Princesa de Los Huevos de Rancho, porque ella es la encargada de ir, cada mañana, a levantar los huevos en el corral.
Coincidimos que era un título muy riesgoso, reconociendo el espíritu alburero de nuestro país. Cuando pensamos esto, Mariana dijo que tampoco era buen título el que tenía don Armando, que la gente lo conoce como el Rey de los Tacos de Tripa, porque los albureros pueden modificar el título y jugar con “La tripa del rey del taco”.
¿Y qué pasa con María, quien, según sus amigos, es la Reina de las Toronjas, porque vende unas hermosas en su puesto del mercado? ¡Ah, qué pena con Rosario que, por el producto que vende, podría ser nombrada como la Reina de La Papaya! ¡Qué pena!
¿Y qué decir de don Rodrigo que vende los mejores chorizos de la región?
Hay productos que permiten los títulos nobiliarios. Por ejemplo, doña Lupita no tiene empacho alguno en ser nombrada “Reina del Pan Compuesto”, pero doña Arminda puede molestarse, con justa razón, cuando alguien la bautizara como la “Reina del platanito”, porque vende puro plátano dominico.
Hay un intento de ingresar a la nobleza, un poco a la fuerza. Esa tarde, Mariana y yo recordamos a José José, a quien la mercadotecnia bautizó como “El Príncipe de la Canción”. Pobre Pepe Pepe. A pesar de ser primogénito ya nunca alcanzó a ser el Rey de la Canción. Fue más importante (visto en términos reales, ¡de realidad y no de realeza!) Javier Solís porque éste sí fue nombrado Rey del Bolero.
Otro mundo fue Rubén Darío, porque este enormísimo poeta fue llamado “El príncipe de las letras”. Y digo que fue otro mundo, porque en la literatura los reyes son inexistentes, con la excepción de Agatha Christie, quien es conocida como la Reina del Crimen, no porque los cometiera, sino porque los narraba de manera exquisita.
Mario, cada vez que se presentaba, hacía una genuflexión y decía: “Mario, Duque de la Cruz Grande”. ¿De dónde sacó tal título? ¡Quién sabe!, pero cuando lo decía se esponjaba como si fuera un cuch real o un real cuch, pero Daniel recordaba que Mario era vecino del barrio de los “Cushes”, así que su título se reducía a un simple “Duque de los Cushes”.
Quique y yo fuimos una vez al burlesque, en la Ciudad de México, y nos emocionamos al ver a las vedetes en el escenario cada vez que nos presentaban la espalda y, lentamente, se destrababan el corpiño e imaginábamos sus pechos liberados. La imaginación la botábamos cuando la respetable audiencia comenzaba a gritar: “¡Pelos, pelos, pelos!”, y la vedete en turno se daba la vuelta y complacía a la excitada perrada; pero cuando Quique y yo nos emocionamos más fue cuando el maestro de ceremonias dijo, con voz de locutor de la XEW: “Y ahora, con ustedes, la única, la inigualable ¡Princesa Lea!”. Paco juraba que había en no sé qué burdel la Reina del Estriptis. Con eso comprobamos que hasta en mujeres del vodevil había niveles y algunas se movían en las alturas de la nobleza. Cuando salimos del teatro, Quique y yo jugamos también con títulos nobiliarios. Quique dijo que a nuestro amigo X se le podría otorgar el título de Príncipe de la gonorrea, porque con tanta visita a los prostíbulos en dos ocasiones había sido “premiado”. Quique se paró de pronto en la avenida San Juan de Letrán y con una gran seriedad preguntó: “¿Y quién en Comitán será la Reina del Cotz?”. Reímos, reímos mientras en la avenida transitaban decenas de vehículos y los anuncios de neón se derramaban en nuestros ojos.

sábado, 16 de septiembre de 2017

DEFINICIÓN DE BÁSICO




A Romelia siempre le llamó la atención la frase de “Canasta básica”, que, se supone, garantiza el mínimo de alimentos para satisfacer las necesidades de una familia. Y le llamaba la atención porque, decía, a ella jamás le habían preguntado cuál era su necesidad básica. “Lo básico”, entonces, está determinado por el otro y no por el necesitado. Lo básico lo determina quien posee el poder, bien puede ser una autoridad civil o una autoridad familiar. Si una muchacha bonita lee esta Arenilla estará de acuerdo que su papá ha determinado cuál es la cantidad básica para sus gastos. Tal concepto de básico lo lleva al mínimo. Si el papá de la chica está leyendo este texto, ahora mismo está pensando que ¡así debe ser! Ah, sólo faltaba que lo básico lo determinara la hija, ¡sólo eso faltaba! El dinero nunca alcanzaría.
Pero, entonces ¿qué es lo básico? El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española dice que básico es: “Que tiene carácter de base o constituye un elemento fundamental de algo”. ¿De veras eso dice? ¿Qué es entonces la famosa canasta básica? ¿Es la base alimenticia? ¿Es el elemento fundamental de la dieta del mexicano? Si seguimos al “pie de la letra” la definición concluimos que es así. La canasta básica es la base de la dieta del mexicano.
Todo mundo sabe que, en el país, el salario mínimo es impuesto por el poder político y económico. Dicho salario es el mínimo de lo mínimo. Y tal salario no alcanza para adquirir la canasta básica. Lo mínimo no alcanza para lo básico.
Sin saberlo bien a bien, el poder político y económico nos ha reducido la canasta de conceptos, porque nuestra canasta (antes ¡plena y satisfactoria!) se ha visto reducida a palabras miserables. Los poderosos nos han quitado de la canasta básica el concepto de ¡dignidad! Nos han ido robando las palabras que hacían fuerte a este país.
Los poderosos, en su eterna trampa, nos han engañado. Alguien nos dijo que los poderosos lo son porque son los dueños de los medios de producción. Medio mundo acepta tal verdad. Pero, nadie nos dijo que son los obreros, los dueños de la mano de obra, quienes echan a andar las máquinas. Cuando un grupo de obreros se resiste a trabajar, las máquinas se paran; es decir, la verdadera fuerza productiva reside en las manos de los obreros, en su voluntad, en su capacidad. Nadie nos dijo que la sociedad es la que, verdaderamente, mueve el país; nadie nos dijo que los poderosos se apropian de las frases más íntimas del pueblo y pregonan que ellos “Moverán a México”, cuando quien mueve a México es la sociedad que, con su entereza, hace que este país no se deshaga en las manos.
Nadie nos dijo que lo básico de una nación es la gente. La fuerza de esta república está dada por la base de la pirámide del Sol y de la Luna que está conformada por millones de estudiantes, maestros, amas de casa, jardineros, ingenieros, médicos, enfermeras, científicos, artistas, cineastas, artesanos, albañiles… Lo básico de México está en los millones de jornaleros que están condenados a recibir, mes a mes, un miserable salario mínimo. ¿Qué sucedería si esta base se opusiera y dijera cuáles son sus necesidades mínimas y usaran su fuerza productiva en lograr un salario que satisficiera el costo de la canasta mínima?
Nos han robado nuestra canasta mínima de palabras, de conceptos; la canasta que nos hizo humanos, que nos hizo grandes como nación. Ahora, los poderosos han llenado nuestra canasta con palabras como hambre, desidia, estulticia, violencia, corrupción y demás mierda de su mundo. Estas palabras no eran las nuestras, las nuestras eran las palabras como trabajo, luz, entrega, solidaridad, paz… Nuestras palabras eran luminosas y eran lo básico de nuestro carácter y de nuestra personalidad.

viernes, 15 de septiembre de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UN NIÑO SE ASOMA DETRÁS DE UN MOSTRADOR




Querida Mariana: Te anexo una fotografía. La foto, como mirás, es muy sencilla. Está tomada en el parque central de Comitán. Ahí se aprecia parte de la escultura que los comitecos bautizaron como “Las Lolas”, un hombre que sube la escalinata y la presidencia municipal (ya con adornos de las fiestas patrias y, como señaló una amiga en el Facebook, “el reloj que tiene cuatro días que marca dos minutos antes de las doce”, porque no le dan mantenimiento).
La foto es sencilla. La mañana es fresca (si observás con atención, en la base de la escultura se distinguen reflejos provocados por la escarcha matutina).
La foto podría pasar como un mero testimonio, a manera de postal del centro de Comitán. Pero si te digo que es un momento afortunado y único por el hombre que aparece ahí, la foto toma una relevancia especial. ¿Sabes quién es ese hombre? Es Luis Aguilar, el escultor de “Las Lolas” (que en realidad se llama “Día Marcado”, y es una obra en bronce que fue premiada en Japón). ¿Mirás en dónde? ¡En Japón! ¡Un comiteco premiado en la tierra del escritor que tanto te gusta leer: Yasunari Kawabata, premio Nobel de Literatura!
Ahora que sabemos que el escultor Luis Aguilar es quien aparece en la fotografía ¡todo cambia! Cambia porque el artista pareciera seguir a las canasteras que ahí están representadas y que él concibió en su mente, en su corazón, y le dio forma con sus manos. Es Luis (con barba, con chamarra por el frío, sonriente) que, como niño asombrado, va detrás de esas mujeres que cargan canastos tejidos con palma y ofrecen su mercancía en las calles del pueblo.
Un día Luis me regaló una vez una imagen sublime: Me contó que sus papás tenían una tienda, una tienda de aquellas que en los años sesenta tenían un mostrador de madera que era como una aduana, porque de un lado permanecía el propietario que atendía al cliente que estaba del otro lado. El mostrador era una barrera, pero permitía el intercambio, no sólo de mercancías sino también de afectos. Ahí, el niño Luis, pequeño, permanecía de un lado del mostrador, escuchaba lo que los mayores platicaban; oía a la canastera que ofrecía chayotíos o manía; escuchaba a la comadre que llegaba a platicar lo que en la tarde previa había sucedido en casa de doña Tencha. Pero Luisito fue creciendo y una mañana, ¡prodigiosa!, colocó sus manos en el mostrador, se paró en puntas y logró ver, por encima de la tabla que era su línea del horizonte, a la mujer que cargaba el canasto y supo que esa imagen era un símbolo de identidad. La mujer llevaba sobre su cabeza un yagual y sobre éste un canasto con su mercancía. La mujer sostenía el canasto con una mano.
Amín Guillén recuerda, siempre, que su abuela fue una canastera que, desde su comunidad, llegaba a ofrecer su mercancía a las personas del pueblo. Amín la ha rememorado caminando por la subida de La Pila, Amín caminó con ella y ha seguido a su lado en el recuerdo, en el orgullo. Lo mismo ha hecho el escultor Luis Aguilar. Él no tuvo necesidad de salir de casa, él, como si fuese visitado por el Ángel Gabriel, recibió la visita de las mujeres que ofrecen los duraznos que crecen en los sitios de Yalumá. Ahí, la sensibilidad del niño Luis recibió la luz y, desde entonces, su asombro no ha tenido sosiego.
Luis, como antes se sorprendió con el azul del cielo comiteco, ahora se sorprende con el azul del Caribe. Radica en Ciudad del Carmen, Campeche. Ahora, su línea del horizonte ya no es la cubierta del mostrador de madera (un poco apolillada), su línea del horizonte ahora es la del mar infinito, ahí donde los caribeños buscan las gaviotas en el cielo como si fueran comas o puntos de un texto supremo.
Una vez, querida mía, un adolescente, ferviente lector, me preguntó cómo se escribía una novela. Si ahora algún comiteco preguntara cómo se hace una escultura, como las que Luis hace, le diría lo que Luis me confío una mañana: Un niño se paró en puntas y alcanzó a ver, por encima del mostrador, a una canastera. Ese es el principio de todo. Lo mismo se aplica para la vocación literaria; es decir, el creador debe pepenar lo que vivió de niño.
¿De dónde los huecos que son propuesta estética en las esculturas de Luis? ¡Del aire comiteco! ¡De los papalotes! ¡De las rejas de papel de china! ¡De las celosías triangulares que los albañiles comitecos colocaban en las bardas! Del mismo aire que respiró Sabines cuando escribió ese poema tan bonito que, en algunas líneas dice: “¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán? / ¿En mayo, en la quietud, en la frescura, en el aire? / ¿Cómo amanecer en el aire? / ¿Qué es el aire?”.
¿Qué es el aire?, se pregunta el poeta. Y, sin duda, en ese instante de escribir la línea, al momento que tomaba un trago de su trago y fumaba su cigarro, aspiraba la humedad del cuarto y vislumbraba el aleteo de una mariposa llamada Comitán. Porque Sabines, igual que Amín, igual que Luis, caminó el pueblo en la mañana fría y húmeda, en una mañana similar a aquella en donde me topé con Luis en el parque central del pueblo. Sabines, desde lo alto de Guadalupe, vislumbró el valle y se lo bebió, mientras el aire acariciaba su cuerpo y le decía: “Siéntete vivo, Jaime, ¡vive!, ¡vive!”.
La vida está envuelta en las esculturas de Luis. Por ahí juega el viento, como si el aire fuera el papalote, como si fuera el hueco de la ventana, como si fuera el intersticio entre los dedos, como si fuera el caracol de mar que espera el divino soplido.
¿Cómo se escribe una novela? ¿Cómo se hace una escultura? ¿Cómo se pinta un cuadro? Parándose en puntas y viendo el entorno; cerrando los ojos y escuchando los sonidos que hacen los talabarteros, los que rezan en los templos, los que corren en los patios, las que besan a sus amados, los que beben en las cantinas, los que se acuestan en las camas de burdeles, los que corren y gritan en los campos mientras patean una pelota.
¿Cómo se invoca el acto creativo? Yendo al parque central de Comitán y parándose frente a Las Lolas o frente al busto de Rosario (obra también de Luis) o saltándose la minúscula reja que resguarda el arriate para ver de cerca los árboles que tienen manchas de humedad que son como huecos invisibles en los troncos. Ahí en esa pátina de la naturaleza está sugerida la pátina del bronce de la creación.
Por eso digo que esta fotografía es como un instante único, un instante que registra el momento en que el autor va detrás de las imágenes que creó y que comparte con todo el mundo. Porque esto y no otra cosa es lo que hace el artista: compartir una mirada que está un poco más arriba de la línea del horizonte que vemos los mortales comunes y corrientes. Acá Luis es un niño, tiene una mirada pícara, como si al llegar con las canasteras fuera a hacer una travesura. Debe ser la emoción de volverlas a ver, porque en Ciudad del Carmen, ahora se topa con otros personajes. Ahora su mirada abarca el mar infinito, la mano que lleva el hato de pescados y de piguas, el brazo que se extiende para aventar la red, para tomar el remo del cayuco. Pero, así lo advertí esa mañana que me topé con él en Comitán, su corazón sigue latiendo al son de esa canción que dice: “Comitán, Comitán de las flores, donde están mis amores…”
¿Qué pensará Luis al observar que el parque central de Comitán está modificado por su mano y por su talento? ¿Qué pensará cuando camina por el corredor que contiene en una esquina a Las Lolas y en la otra el busto de La Chayo? Ahí, en el parque, también hay esculturas que realizaron diversos artistas del mundo en los simposios que él alentó.

Posdata: ¿Cómo se escribe una novela? ¿Cómo se hace una escultura? ¿Cómo se pinta un cuadro? ¿Cómo se realiza una partitura? ¿Cómo se educa un actor? ¿Cómo se convierte uno en un bailarín como el mexicano Isaac Hernández, quien es primer bailarín del Ballet Nacional del Reino Unido? Se para uno de puntas y mira por encima de la línea del horizonte. Pepena todo lo que los sentidos pueden abarcar y más allá. Luego, se hace lo que el maravilloso flautista mexicano, Horacio Franco, recomienda: “Con pasión y talento no se hace nada. Hay que ponerse a trabajar”.
Caminaba muy temprano por el parque central de Comitán cuando me topé con Luis. Fuimos al mercado Primero de Mayo, pedimos dos vasos de atol, él pidió de granillo y yo pedí un jocoatol. Vimos, asombrados, cómo la mujer metía el cucharón en la gran olla, lo sacaba y luego, en movimiento prodigioso con el brazo y la mano dejaba caer el líquido sobre el vaso. Luis dijo que ese movimiento era muy parecido al que realiza el escultor a la hora de manejar el cincel. Yo pensé que también tenía mucha semejanza con el que realiza la pintora. Primero ver sobre el mostrador de madera y luego ¡ponerse a trabajar!

jueves, 14 de septiembre de 2017

CHAYOTE COMITECO




En algunas regiones del mundo no hay chayotes. Como en muchas regiones de México, en Comitán ¡sí hay chayotes! Los viejos recuerdan que las canasteras pasaban por el frente de las casas ofreciendo: “¿Merca’sté chayotíos?”; es decir, en Comitán (¡ah!, pueblo maravilloso) el chayote se llama chayotío, así, en diminutivo, para reafirmar nuestra condición de cositías, de llevar al extremo del afecto a toda persona u objeto con el que nos topamos.
Por eso no nos extrañó que la tía Argucia (sí, así se llama), cuando miró esta construcción dijo: “Miren, qué cosa tan chulita. Bien que se mira que ese chayotío es comiteco”.
Bueno, a decir verdad, Florencia sí se extrañó con el dicho de la tía, porque preguntó: “¿Por qué decís que se mira que es comiteco? ¿Cómo lo notás?”. La tía, frunciendo la nariz como si oliera un aroma desagradable, dijo: “¡Ah!, pues porque es bien argüendero. Ve cómo se estira para mirar lo que pasa en la calle”.
En efecto, parte del carácter comiteco está sintetizado en la clásica imagen de una mujer (sobre todo) que se asoma en la ventana para ver qué sucede en la calle. Por supuesto que nadie lo hace con el total descaro de esta mata de chayote. Por lo regular sucede un “cortineo”, donde la chismosa (o chismoso) ventanea con un ojo.
Es proverbial el hecho de que una persona llega a tocar la puerta de una casa y quien abre tantito la ventana es la vecina que argüendea. Si quien toca se mira que es persona “decente”, la vecina entreabre la ventana, saca la cabeza y dice: “No está doña Esperancita. Salió hace como una hora. Llevaba una morraleta, “decho” que fue al mercado”.
Después que la tía explicó la razón del porqué este chayote es bien comiteco, Arturo comentó que, sin duda, la construcción estaba deshabitada. Sí, dijo Florencia, se ve que no tiene techo, ya no siguieron construyéndola. Pero Emilio se acercó a la barda y, como buen comiteco, husmeó en el interior. Dijo que en el interior había una casa, en buen estado, se veía habitada. En el patio estaba un cordel con ropa secándose y más allá una pequeña caseta para un perro. La tía dijo que tuviera cuidado, no fuera a venir el chucho y éste fuera rabioso.
Fue entonces cuando Florencia preguntó el motivo de la ventana en la pared exterior. ¿Para qué el hueco? Dijo que si no fuera por el chayote ese hueco sería una invitación permanente para la delincuencia. Arturo dijo que con o sin chayote ese hueco era un contrasentido. ¿A quién se le ocurría, en estos tiempos de tanta inseguridad, dejar esos espacios abiertos por donde pueden colarse los malhechores?
Entonces la tía contó por qué a don Jacinto, el de la tercera, le decían “Jolote tierno”. Contó que la casa de don Jacinto tenía un murete de piedra, de esos chaparritos, que delimitaba el predio y la calle. Esos muretes dejaban ver todo lo que había en el interior y cualquiera podía saltar al otro lado. En esos tiempos, Comitán era un pueblo tranquilo. La casa estaba a mitad del predio y el cuarto de don Jacinto daba al frente de la entrada. Los vecinos caminaban por la banqueta y, en muchas ocasiones, saludaban al viejo de bigote espeso, que se encontraba en su recámara y desde esa ventana respondía al saludo. Una tarde el viejo fue al parque y regresó ya pardeando la tarde. A punto de meter la llave en la puerta de calle oyó un ruido, se asomó por el murete y vio una sombra en su cuarto. “Chingar -dijo- ya se metió un ladrón”. Se quitó el cinturón, lo amarró a su puño izquierdo y, para no hacer ruido, en lugar de abrir la puerta, se trepó en un piedrón para saltar el murete, pero, como los años no son de balde, calculó mal, no logró abrir en tijera sus piernas y uno de los pies se trabó con una de las piedras sobrepuestas y esto ocasionó que don Jacinto fuera a dar al suelo, junto con un montón de piedras encimadas. La ruidazón fue de antología. Los vecinos salieron a ver el argüende y tres llegaron a auxiliar al viejo que gritaba: “Te voy a agarrar, cabrón”. Mientras dos lo levantaban y lo auxiliaban de sus heridas, el otro vecino empujó la puerta de la casa, entró a la recámara y salió cargando un guajolote que se había metido al cuarto por la ventana. “Ya agarré al cabrón”, dijo el vecino, y don Jacinto, con la mano en la sien, dijo: “¡Ah!, y resultó jolotío tierno”.
Desde entonces, don Jacinto fue conocido como don Jolote Tierno. Cuando se casó, con doña Eulalia, tenía ya más de sesenta años. En el pueblo, en medio de risas, los pobladores dijeron que el jolote ya no estaba tan tierno y no se cocía al primer hervor.
En el libro “Anecdotario de lo real”, aparece una mención de don Jacinto y le ponen como apodo: Don Jolotío Tierno, para reafirmar el trato afectuoso que los comitecos siempre dispensan a sus personajes más queridos.
La tía nos urgió a seguir caminando, tenía que ir al mercado. A mitad de la cuadra se paró y dijo: “Pero nada mudo el dueño: Si alguien se brinca ¡que se espine el culo con los chayotes!”

miércoles, 13 de septiembre de 2017

UNA LECCIÓN DE KARLSSON




El escritor sueco Adam Karlsson da un ejemplo de cómo se escribe una novela. Dice que para cautivar a los lectores, el escritor debe elegir una escena que vaya en contra de lo que el lector imagina. Por ejemplo, dice, imagine que un hombre de camisa azul camina por un puente de esos que se ven en las películas norteamericanas, puente con tirantes, enorme. Los autos avanzan mientras el hombre de camisa azul camina por la lateral donde también caminan hombres y mujeres y niños, los niños con globos. Algunas mujeres, vestidas con pants y zapatillas de jugador, trotan, mientras abajo, el agua de mar pasa por debajo del puente. Algunos peatones se recargan en la baranda de protección y ven el mar. En el cielo algunas gaviotas vuelan, se suspenden en el cielo, parecieran mirar a los que caminan por el puente o conducen los autos que avanzan en velocidad moderada. Debajo del puente pasa una lancha conducida por un hombre que lleva una gorra blanca y un gazné también blanco. El hombre de camisa azul está decidido a suicidarse. Ha decidido hacerlo en el puente. No importa, dice Karlsson cuál es la razón que lo orilla a suicidarse. El lector supondrá que el suicida se matará arrojándose al mar, que, a mitad del puente, subirá a la barra de protección, se asirá de un cable y, mientras los peatones a su lado gritan ¡No, no lo haga!, y tratan de detenerlo, el suicida se arrojará al vacío hasta chocar, metros abajo, con el agua. El conductor de la lancha mirará una sombra en el cielo, se dará cuenta que algo ha caído desde la altura, creerá que es un costal, que alguien aventó un costal desde el puente, imaginará que en el costal va un cadáver. Avisará por teléfono a la guardia costera y parara el motor para esperar la llegada de la policía. Pero ¡no! El escritor ha decidido que el suicida no se arroje desde la baranda, porque eso sería narrar lo más obvio, lo que espera el lector. ¡No! El escritor ha colocado en la bolsa de la chamarra del hombre una pistola, una pistola calibre treinta y ocho. En este instante, el lector imagina la manera en que el hombre se suicidará. Por esto, el escritor debe cambiar la atención y decir que el suicida deja de caminar por la orilla, al lado de la baranda, y camina por el otro extremo, al lado de la autopista, al lado del flujo de los autos que avanzan. El suicida siente la corriente del aire cada vez que un auto pasa a su lado, piensa que sería tan fácil echar a correr en dirección contraria, en medio de los autos que avanzan. El automovilista que le tocara en suerte (en desgracia) toparse con el suicida frente a su auto frenaría de golpe, provocaría que los automovilistas que conducían tranquilamente detrás de él, escuchando música de jazz, no lograrían evitar el golpe contra el carro delantero, se impactarían. El suicida quedaría debajo del auto, porque ante el impacto volaría dos o tres metros adelante, pero el auto, por la inercia seguiría avanzando, marcando una huella de llantas en el derrapón y haría el alto total sobre el cuerpo del suicida que habría muerto a la hora que su cuerpo chocara contra el piso y su cabeza estallara. El escritor con esta digresión habrá enviado al lector por otro camino, porque el escritor regresará a narrar que el personaje toma la pistola, la lleva aprisionada en su mano derecha, aún dentro de la chamarra, espera un momento sublime para sacarla. El suicida se para frente a donde se dirige un hombre con chamarra de cuadros, de una edad aproximada de cincuenta años y lentes. Le pregunta: “Hermano, ¿usted es católico?”. El hombre de la chamarra duda, sonríe, dice que sí, que sí es católico y pregunta por qué. El suicida le pregunta si estaría dispuesto a hacer un acto de caridad en nombre de Dios. El hombre de los lentes se quita éstos y dice que por Dios estaría dispuesto a todo, lo ha dicho con tal seguridad que parece que estuviera en el templo respondiéndole al Papa. Entonces, el suicida sonríe, saca la pistola con calma y la ofrece al hombre, dice: “Entonces, ¡máteme, por el amor de Dios, máteme!”. El hombre de la chamarra se retira, como si hubiese visto al demonio, grita: “¡No, no!”. El suicida, como si ofreciera un caramelo a un niño, extiende la pistola al hombre y suplica: “¡Máteme, en nombre de Dios!”. Los peatones se retiran, gritan, alborotan, levantan los brazos, corren. Una patrulla pasa en ese momento. El agente que va en la ventanilla del copiloto observa el movimiento, ve que un hombre tiene una pistola, obliga a su compañero a detenerse, ambos bajan. El piloto se acuclilla sobre el cofre, levanta su arma con las dos manos y grita al suicida que tire el arma. El hombre de la chamarra se ha hincado frente al suicida y pide que no lo haga. El suicida insiste: “Máteme, por favor”. El otro policía corre, está a punto de alcanzar al suicida, de detenerlo, de quitarle la pistola, pero el suicida se vuelve hacia el guardia y, ya cegado, le extiende la pistola y pide: “Máteme, por el amor de Dios”. El otro guardia ve la escena, ve que el suicida trata de levantar la pistola para apuntar a su compañero y dispara. El tiro entra directo en la sien del suicida que, ante el impacto, cae muerto, al lado del hombre de la chamarra.
Karlsson dice que pocos lectores podrían, al principio, imaginar que así terminaría el suicida. El escritor debe darle una torcedura a la historia común.
¡Así se escribe una novela!