viernes, 30 de noviembre de 2018

CUANDO EL NO CAE A UN POZO




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que caminan como sapos inflados, y mujeres que nunca dicen no.
La mujer que nunca dice no, tampoco siempre dice sí. Ella nunca le dice no a la vida. Tiene la capacidad infinita de recibir con piernas y brazos abiertos el río de agua limpia. Jamás escucharás un no en su boca, ¡nunca! Pero, por favor, amantes bobos, no crean que ella está dispuesta a complacer todas sus guarradas (¡No! Ella no comulga con hombres que son como el tal Taibo, que dice cosas desagradables en público. ¿Por qué la mamá de Taibo no le enseñó que todo puede decirse, pero hay cosas que deben decirse sólo en la intimidad, que sólo se emplean como parte del juego erótico?)
La mujer que nunca dice no, siempre está dispuesta a bailar, reír, tomar, beber, jugar juegos de día y de noche; es una flor que se abre al contacto con el agua y que recibe al travieso colibrí y le prodiga su mejor néctar.
¡Es hermoso estar cerca de ella! Siempre es un privilegio estar cerca de nubes que no fomentan truenos; siempre es delicioso estar en una playa que recibe olas tiernas; siempre es agradable estar al lado de una mujer que ha arrancado el no de su boca. Lo que crece en su boca es la luz del amanecer, la cuerda con que vuela el papalote, la tortilla que alza su panza en el comal, el pájaro que busca el Sur, el río que da vuelta a la esquina y no llega al mar.
¡A ver, a ver! Tranquilos. Identificar a la mujer que nunca dice no ¡es acción sencilla! Ni siquiera es necesario estar pendiente de sus palabras. Sería un acto interminable, desastroso, estar pendiente de la mujer que ha proscrito la palabra no en su diccionario particular. ¡No! Identificar a la mujer que nunca dice no es tan sencillo como pararse frente a un abismo y ver no hacia el fondo sino hacia el horizonte. ¿Ven? Por lo regular, los amantes bobos, cuando están al filo del abismo ven el fondo y sienten vértigo y piensan que caer ahí debe ser como la muerte. Los amantes bobos no acostumbran a ver más allá. No saben, ¡pobrecitos!, que la vista siempre debe estar a la altura de los ojos; no saben que siempre debe verse al horizonte. Los amantes verdaderos saben que, incluso estando al borde del abismo, la línea del horizonte es el ideal. Por esto, los amantes verdaderos ven a los ojos de la amada, jamás posan su mirada estilo Taibo en las profundidades. Los amantes verdaderos siempre se asoman a la ventana llena de luz y no al pozo donde vive la oscuridad.
La mujer que nunca dice no es como una flor sencilla, como una gaviota que se para en un poste del puerto, como un pan recién salido del horno, como una tortuga a mitad de una laguna. La mujer que nunca dice no es como una palabra guarra dicha en el oído del amado, como una palabra delicada dicha ante una multitud, con fragor de cañón de guerra.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que toman el toro por los cuernos, y mujeres que toman el cuerno del toro.

jueves, 29 de noviembre de 2018

DEFINICIÓN DE FILO




¡Ah, qué palabra! Desde niño la escucho en medio de una oscuridad indecible. ¿Qué significa estar al filo de la navaja? ¿Qué significa estar al filo del abismo? Siempre el filo de algo es como estar en el límite de lo horrible.
Jamás (no sé ustedes), jamás he escuchado que alguien diga que está al filo del éxito. Nunca escuché que un amigo dijera que estaba al filo de lograr el sí de su muchacha bonita. ¡No! El filo siempre refiere a las cosas negativas. Por esto, la palabra filo es una palabra que me provoca escozor, me deja al filo del acantilado, desde donde, a medianoche, el mar es una sábana negrísima que vomita agua fría y encabronada en contra de las paredes.
Siempre pensé que hincarse ante el cura, en el confesionario, era como estar al filo de la navaja, un poco como dicen los policías que todo lo dicho podía ser usado en mi contra. El catecismo me obligaba a decir todo en la confesión a fin de quedar limpio de espíritu, pero ¡cómo podía hacerlo si el cura, cuando platicaba con mi papá deslizaba algunas pistas que luego hacían que mi papá, al llegar a casa, me sometiera a interminables interrogatorios! Por eso comencé a odiar al cura y a odiar el instante en que debía someterme a ese tormento que era muy semejante a los que infligían los monstruos del Santo Oficio.
“Ave María”, decía el cura, y yo sabía que en ese instante estaba al filo de la navaja. Yo respondía: “Sin pecado concebida”, pero pensaba: “Alejandro, estás al filo del abismo. Todo lo que digás será usado en tu contra”. “¿Hace cuánto no te confiesas?”. Yo decía: “Hace un mes, padre”, pero pensaba: “Nada le digás a este cura infecto, cucaracha santurrona”. “Dime tus pecados”, decía el cura, y yo desgranaba los tres pecados que ya había aprendido de memoria: Dije mentiras a mi mamá, no hice la tarea, y desobedecí a mi papá. Estos tres pecados (lo sabía) no me ponían al filo del abismo, eran tres minucias. Cuando mi papá platicaba con el cura éste hablaba de otras cosas y al final decía que Alejandrito era un buen chico, había que ir pensando en la posibilidad de enviarlo al seminario, para que dedicara su vida a servir al señor; es decir, el cura deseaba que yo fuera igual que él (vade retro).
Cuando lo pienso bien, pienso que los seres humanos siempre estamos al filo de la vida. ¿Qué otra cosa es la vida sino el infinito caminar sobre una cuerda que está atada al filo del aire? El otro día caminaba con rumbo a mi casa cuando vi en la calle a un motociclista que iba delante de un auto, de pronto, al llegar a la esquina, el motociclista decidió (como si estuviera solo en el campo) virar hacia la derecha, esta acción hizo que detuviera tantito la velocidad, el automovilista metió el freno y dio un volantazo que logró esquivar al de la motocicleta, quien aceleró y se fue tan campante. Supe que en ese momento había presenciado a dos hombres al filo del abismo, de la vida. El motociclista no lo supo, porque la mayoría de motociclistas no sabe que siempre está al filo (¿no han visto a algún motociclista que conduce su máquina llevando el casco colgado en el brazo izquierdo, en lugar de ponérselo para la protección de su cabeza? ¿Verdad que sí lo han visto?) Vi la cara del automovilista, quedó casi sin sangre. Él supo que estaba al filo de la navaja. Por un pelito no atropelló al motociclista; su vida se hubiese convertido en una gran tragedia. Nadie habría dicho que el culpable había sido el tipo que se detuvo de improviso, como si estuviera solo en el campo.
La palabra filo es cortante como frágil hoja de papel. No nos damos cuenta, pero la llevamos pegada como sombra. Siempre nos acompaña, es la mala compañía que el destino nos adosó desde el momento en que nacimos, desde el momento en que estuvimos al filo de la vida, en el instante en que los papás se dieron cuenta que su cría no respiraba y comenzaba a ponerse moradita; en el instante en que, ¡por fin!, la criatura lanzó un berrido de cabrito desesperado y todos los familiares respiraron tranquilos, porque abandonaron la idea de que estuvieron al filo, siempre al filo.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE UNA MARAVILLOSA DEFINICIÓN DEL ACTO DE PINTAR




Querida Mariana: En la Feria del Libro 2018, en Guadalajara, Orhan Pamuk dijo: “Pintar es como cantar bajo la regadera”. Reiteró que siempre deseó ser pintor. Actualmente pinta, pero la actividad que le permitió alcanzar la gloria mundial ha sido la escritura. Pamuk fue premiado con el Nobel de Literatura en 2006. Hay millones de lectores que lo consideran uno de los mejores escritores de estos tiempos (me incluyo, porque, vos sabés, me encantaron sus novelas “El museo de la inocencia” y “Me llamo Rojo”, así como ese libro de recuerdos que se llama “Estambul” y donde despliega un talento genial para describir la ciudad en que nació.)
¿Mirás qué dijo respecto al acto de pintar? Hay personas que prefieren bañarse con agua fría, otros con agua tibia, y hay muchos a quienes les encanta bañarse con agua caliente, pero ¿cuántos cantan bajo la regadera? ¿A vos cómo te gusta bañarte? (Este es un tema que a mí me apasiona. Imagino a mis amigas bajo la regadera, las imagino mariposas livianas en medio de la lluvia.) ¿Cantás bajo la regadera? No todo mundo lo hace. Yo fui una mañana a una casa de huéspedes cuando estudiaba en la Ciudad de México y cuando, un grupo de amigos, estábamos en el comedor escuchamos cantar a uno de los muchachos. Cantaba horrible. Elena, quien era mi amiga, dijo que su compañero estaba crudo, bueno, en realidad aún estaba borracho, así que no sabía bien a bien qué hacía. Los demás desayunábamos tamales (la casa era de una señora tuxtleca, que preparaba unos tamales bien sabrosos). El baño estaba arriba, la voz del amigo bolencón comenzó a oírse con más intensidad, yo imaginé que él se enjabonaba la cabeza cuando la voz, ya casi vuelta grito, cantó: “Nuestro amor siguió creciendo y con él nos fue envolviendo” y repitió la última palabra una y otra vez, una y otra vez, cada vez más alto. Hubo un instante en que debimos suspender la plática, porque los gritos superaban todo lo que decíamos, nos dedicamos a comer, los cristales comenzaron a vibrar, como si el cantante fuera un Plácido Domingo cualquiera. Llegó el momento en que el “envolviendo” nos envolvió de manera brutal. Vi que todos apretaban la mandíbula como si fueran caníbales o leones devorando una hiena, en lugar de degustar un rico tamal; los ojos iban como canicas de un lado a otro y los rostros parecían a punto de explotar como drenaje. Supe que todos estábamos en el límite, casi pude escuchar cómo todo mundo estaba a punto de gritar: ¡Ya, cállate, hijo de la china Hilaria! Por fortuna, no hubo necesidad, ya que de pronto el cantante pareció agotar el aire infinito de sus pulmones y el silencio se hizo. Vi que todos los que estábamos en la mesa expiramos una burbuja de sosiego, pero más tardamos en regresar a la armonía cuando el caos regresó, escuchamos unos gritos como de mono aullador, el muchacho estaba vomitando. ¡No! ¡Ya no, eso sí no podía soportarlo, porque sentí arcadas en mi estómago! Me levanté y me despedí. No había llegado a la puerta cuando una marabunta pasó sobre mí. Nadie de los que estaban en la mesa soportó tal martirio.
Esto recordé cuando oí la declaración de Pamuk. Entendí entonces que el disfrute está precisamente en quien canta debajo de la regadera, así cante horrible. El tormento es para quienes están a su alrededor.
Sí, yo, igual que Pamuk, también pinto. Y cuando lo hago es como si estuviera botado debajo de un árbol y recibiera una lluvia de pétalos.
Posdata: El gran caricaturista Abel Quezada también pintó muchos cuadros y él decía que el acto de pintar es la libertad total. La escritura tiene un corsé imposible de evadir. La pintura, en cambio, permite todo. No hay camino a seguir. La belleza de la pintura es que la creación abre miles de ventanas y todas son válidas. Claro, como sucede con las personas que cantan bajo la regadera, algunas cantan bonito, otras berrean y unas más vomitan. Lo mismo sucede con la pintura. Los espectadores disfrutan la obra o la aborrecen, porque las obras también cantan, algunas suenan como si las interpretara la Fourcade y otras como si las cantara Arjona.

martes, 27 de noviembre de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE LA TRADICIÓN ES RECUPERADA




Querida Mariana: Podemos pasar de largo. Claro que podemos hacerlo. Pero hacerlo sería tanto como seguir echando tierra a la tradición.
Hubo un tiempo, todo mundo lo sabe, que Comitán se distinguió por tener una hermosa educación musical. Cuentan los mayores, que en muchas casas se realizaban tertulias con emocionante frecuencia. Los amigos y familiares se reunían en las salas y cantaban o tocaban piano o violín y los tríos o cuartetos se lucían tocando las guitarras, guitarrones y tololoches. De igual manera aparecía por ahí un ejecutante sensacional que le sacaba calor a la marimba. Comitán tiene una tradición musical que reúne brillantes nombres de ejecutantes y de creadores de instrumentos musicales.
Por desgracia, esta tradición está entrando a un túnel oscuro. ¿Qué enamorado lleva ahora serenata con marimba? En algún momento se extravió el hilo de las serenatas con marimba. Una noche, un grupo de amigos bolos acompañó al amigo que llevó serenata con mariachi, ¡de ahí para el real! Luego, los novios abrieron las puertas de su auto y le subieron volumen al estéreo; luego, aparecieron los tecladistas. Y todo mundo dijo que era más económico llevar serenata con un tecladista, con un estéreo o con un mariachi. Ah, pobres chicas comitecas. Sus amados dejaron de ser delicados con ellas por cuestiones económicas. Los comitecos se volvieron codos y mezquinos y cambiaron sus gustos musicales. Cambiaron la belleza del amor por la belleza del dólar (bueno, de los pesos sencillos).
¡De ahí para el real! Las marimbas sobreviven gracias (hay que decirlo) a la organizaciones religiosas que brindan marimba el día del santo o virgen, y al buen gusto de los mayores que aún se dan el gusto de pagarlas para que ellas amenicen las bodas de oro o los bautizos de los nietos. ¿Y los constructores de marimbas? Van desapareciendo con la misma rapidez con que los grupos de marimba quedan relegados y con la misma velocidad con que los jóvenes músicos eligen otros instrumentos para aprender y para ejecutar. La marimba creció en prestigio mundial pero perdió la esencia local. Le sucedió un fenómeno similar al tango. Éste salió de las barriadas y se instaló en los grandes salones de Argentina. Bueno, la marimba también dio el brinco altísimo, de las casas de barrios modestos brincó a las grandes salas de concierto. Hoy, la marimba es apreciada en festivales de música a nivel internacional. Acá mismo, en nuestro pueblo, el cuatro de agosto (día de nuestro santo patrono), los comitecos gozan el encuentro de marimbas. Los jueves y domingos, frente al palacio, decenas de personas mueve el bote al ritmo de la marimba municipal. Muchos jóvenes bailan. Esto es así porque el sonido de la marimba está en sus genes, su espíritu reclama esa tradición, aunque ellos, por el lazo aprehensivo de la mercadotecnia, piensen que la banda es lo chic.
La guitarra de esta fotografía es una guitarra de estudio. No está hecha en Paracho, ni en China. ¿Sabés quién las construye? Un artista de Yalumá, que es una comunidad rural de nuestro municipio. Xun Gabriel es egresado de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, es un destacado ejecutante de la guitarra y, también, un delicado luthier, palabra que, me cuentan, significa constructor de instrumentos musicales de cuerda. ¿Recordás al maravilloso grupo musical argentino que se llama Les Luthiers? El nombre significa, entonces, los creadores de guitarras o violines o violas o...
Xun es un hombre prodigioso, en su casa (al lado del horno donde su hermano Manuel de Jesús, otro excelso artista, crea obras de cerámica) construye guitarras, guitarras únicas.
Ya mencioné que los tiempos actuales, de abrumadora mercadotecnia, nos hace dejar de lado el amor y privilegiar el dinero. ¿Quién adquiere las guitarras que Xun crea, cuando las chinas son más baratas?
¡Ah!, podemos pasar de largo ante la belleza y deslumbrarnos ante lo uniforme. Las guitarras de Xun son obras únicas. Xun camina contracorriente, deja el camino donde anda la mayoría en estos tiempos. Dejar solo a Xun sería volver a cometer un equívoco, sería volver a echar polvo a la memoria de los grandes constructores de instrumentos musicales de antaño.
Xun, de manera modesta, pero grandiosa, retoma la tradición de la grandeza musical de Comitán. De nada servirá el reconocimiento si éste no va acompañado del apoyo económico.
Adquirir una de las guitarras que él construye es hacer patria, es recuperar el prestigio de los grandes ejecutantes y constructores de instrumentos musicales de la región; es decir ¡no! a la globalización y decir ¡sí! al talento propio.
Posdata: Podemos pasar de largo, pero no es forma de apoyar a los creadores locales, que hacen un gran esfuerzo en abonar a nuestra tradición musical de excelencia.

lunes, 26 de noviembre de 2018

EL JUEGO DE BELISARIO DOMÍNGUEZ




¿Ya vieron la fotografía? ¡No ésta! Por favor, vean la fotografía que estuvo expuesta la tarde en que, por iniciativa ciudadana, Comitán celebró los cuatrocientos noventa años de su fundación. La fotografía expuesta es obra de Toño Aguilar (quien aparece en esta fotografía). En el pueblo todo mundo sabe que nuestro paisano Toño es uno de los grandes fotógrafos de México. ¿Ya hicieron favor de ver la fotografía que él tomó? En primer plano está la estatua del doctor Belisario Domínguez y en el fondo aparece un mar de nubes. La fotografía es sensacional. La tarde que el Senado de la República quiera ilustrar de manera digna algún libro debe comprar esta fotografía para usarla como portada, digo, para que la imagen del doctor Domínguez recupere su sitial de honor y para que se reconozca el trabajo de este genial artista comiteco.
Esa tarde de celebración aproveché que el autor de la fotografía estaba en el lugar donde minutos después se inauguró la muestra y le dije que jugáramos tantito, le dije que se parara al lado de su obra y que imitara la pose de Belisario. Toño, siempre tomando la vida con su mejor rostro, se paró junto a su fotografía y colocó su brazo derecho sobre el pecho y soltó el brazo izquierdo, con la misma actitud de la estatua, estatua que acompaña a los comitecos desde los años sesenta. Los jóvenes ven esta estatua en el inicio del bulevar, en la entrada a Comitán desde San Cristóbal, pero no saben que, al principio estuvo en el parque central.
Como esa tarde era tarde de fiesta, Toño tiene como fondo una reja de papel de china. ¿Ven que ese es el juego que le propuse a Toño? En la fotografía que él tomó el fondo es un rebaño sublime de nubes, acá, en esta fotografía, hay un tapiz de papel de china.
Como todo juego, la sencillez va más allá del mero entretenimiento. Las nubes de Comitán también están hechas con papel de china, con el papel que los comitecos emplean para hacer “rejas” cada que celebran un cumpleaños.
Esa tarde se celebraba el cumpleaños cuatrocientos noventa de la fundación de Comitán. Para celebrarlo, la iniciativa ciudadana, presidida por Antonio Zamudio Blanco y María de Jesús Coutiño Vázquez, y apoyada por el senador Eduardo Ramírez Aguilar, organizó una serie de actos, en las que estuvo presente la reafirmación de la identidad comiteca.
Acá, en este juego con el fotógrafo Toño, él imitó la pose del doctor Domínguez. No fue un simple juego. El juego pretende ir más allá. ¿Imaginan que, sólo como juego, todo mundo de Comitán se parara junto a la fotografía de Toño e imitara la pose de don Belisario? Que todos, niños, adolescentes, adultos y viejos, imitaran, de principio, la forma en que el doctor Domínguez se enfrentó a los avatares de la vida cotidiana. Don Belisario fue un mártir, pero antes que eso fue un humanista. La historia recuerda los instantes gloriosos en que el médico preparado en París se brindaba en cuerpo y alma a los más pobres de sus paisanos. Don Belisario fue un médico humanista, comprometido con su profesión y consciente de que su presencia hacía mucho bien a su pueblo.
¿Imaginan qué sucedería si comenzáramos un homenaje permanente a la labor humanitaria del médico Domínguez? Esto significa colocar el puño derecho sobre el pecho, como si hiciéramos un pacto con nosotros mismos y con el pueblo y prometiéramos ser humanistas.
¿imaginan que, con esa pose, recordáramos el legado del héroe comiteco y nos apropiáramos del mensaje en que sugirió que cada uno de nosotros haga lo que le corresponde a fin de salvar a la patria?
El juego de Belisario Domínguez invita a tomarnos la foto al lado de la foto de Toño (bien de manera real o de manera imaginaria) para rescatar el legado de don Belisario. Después de todo, lo sabemos, la patria se salva por la acción modesta que realizan sus hijos, día a día. Por fortuna, en este pueblo muchos juegan el juego de Belisario, cada día cumplen sus labores con responsabilidad y con ello contribuyen a que Comitán recupere la dignidad que le corresponde.
Toño jugó el juego, porque todos los días él cumple con su oficio de manera encomiable. ¡Que todo mundo juegue el juego de Belisario y coloque la mano derecha sobre el pecho y jure que amará y trabajará por dar luz a la patria común! Comencemos, sólo como mero juego.

sábado, 24 de noviembre de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO AMÍN Y YO SOMOS PERSONAJES LITERARIOS




Querida Mariana: A ver, nos pongamos de acuerdo. Esta fotografía está alterada. Algún sinquehacer la hizo meme. Meme, qué palabra tan bonita. No sé de dónde procede. En mi infancia, después de tomar el vaso de leche tibia y comer una tostada con nata, iba a desearle buena noche a mi papá, quien estaba sentado en una silla de mimbre, escuchando música en la sala, y él, al darme mi beso, me decía: “A hacer la meme, mi hijito”. Y ahora resulta que muchos años después, el que hizo el meme fue otro (porque estoy casi seguro que fue hombre. ¡Ah, hombre sinquehacer!)
La fotografía nos la tomó Isabel, la esposa de Amín. Nosotros, porque habíamos recibido un diploma que nos nombra como “Héroes sin capa”, y que nos otorgó, junto a veinte o más compas, la Dirección de Prevención al Delito, del ayuntamiento comiteco, estamos chentos (orgullosos). Y ahora resulta que alguien editó la fotografía. A mí me puso un bombín de mago y agregó dos nombres: Gandalf y Bilbo Bolson. Dos nombres que ustedes los jóvenes reconocen de inmediato, pero que a mí me costó trabajo identificar. Al principio, viejo ya, leí Gandaya y Bilboard. Vos sabés que Bilboard es una revista que hace la relación de las cien mejores canciones. ¿Gandaya? Bueno, según el diccionario de la Real es “redecilla del pelo”, en una segunda acepción. Vi de nuevo la foto y pensé que por eso el compa “memeador” me había puesto un sombrero en la cabeza, para que no se me cayera el pelo (que cae ya como agua de la Cascada El Chiflón). ¡Ah!, pensé, que simpático meme. Corrí a mostrárselo a mi Paty (el meme) y ella se botó de la risa, como estaba sentada en el borde de la cama, se hizo para atrás y tuvo que agarrarse el estómago con ambas manos, por la risa. La perrita (Pigosa), que también estaba sobre la cama, se emocionó, comenzó a dar vueltas y vueltas y luego comenzó a lamer la cara de Paty. Yo reí también, igual que ellos estaba contento. Cuando cesó la risa, Paty se incorporó y me dijo que sí, que yo tenía parecido a Gandalf. Yo rectifiqué, dije gandaya. Ella dijo que no, tomó su celular, buscó algo y me enseñó la pantalla, ahí estaba un viejo con el nombre de Gandalf. “Éste sos vos”, dijo Paty, sonrió y continúo bordando la muñeca que hace ahora. Volví a ver la pantalla de mi celular y ahora sí leí los nombres sin equivocación: Gandalf y Bilbo Bolson, entonces corrí a la computadora y busqué quiénes eran los fulanos. Ambos son personajes literarios creados por el famosísimo escritor británico J. R. R. Tolkien. No, perdón, Mariana, no he leído “El señor de los anillos”, ni he visto la película. Por esto no sabía quiénes eran tales personajes. Bueno, ahora lo sé, Amín y yo somos la reencarnación comiteca de Gandalf y Bilbo. Pucha, sólo falta que a partir de ahora nos traben este apodo. Ya mirás cómo son los comitecos. Lo bueno, es que ni Amín ni yo hacemos caso a los dichos. Amín me dijo el otro día que es figura pública, por lo tanto está expuesto a que la gente diga lo que quiera de él. ¿El lodo? Como dijera Rosario Castellanos “Nada, en fin, que un buen baño no borre”. Hace muchos años dibujaba una serie de caricaturas con un personaje central que se llamaba Don Piedra, bueno, pues en pleno 2018 todavía José Antonio me encuentra en la calle y me grita: “Don Piedra”. ¿Me ofende? ¡Al contrario, me halaga! ¿Imaginás qué honor que reconozca mi obra?
Cuando me cayó el veinte de lo que había hecho el memeador (dije, memeador y no lo que interpretaste) pensé de inmediato en que la literatura mundial tiene muchas parejas famosas: Basta mencionar acá a dos: El detective inglés Sherlock Holmes y su ayudante Watson; y el español don Quijote y su fiel escudero Sancho. Por cierto, el otro día, Ramiro me dijo que todo mundo dice que el detective inglés decía a cada rato: “Elemental, querido Watson”, y dice Ramiro que todo mundo está equivocado, porque el autor jamás puso tales palabras en la boca de Holmes; y luego mencionó que todo mundo repite: “Ladran los perros, Sancho, señal de que avanzamos”, y Ramiro jura y perjura que Cervantes jamás escribió tal cosa. Bueno, pensé, son memes literarios que se han hecho tan famosos como famosos fueron los personajes que aparecen en esas novelas; como famosos son Gandalf y Bilbo; como famosos somos ahora Amín y yo, gracias al memeador sinquehacer.
Bueno, pero a todo esto, quiénes son Gandalf y Bilbo. Busqué de nuevo en el Internet y hallé que Gandalf (es decir ¡yo!) es uno de los magos más famosos de la literatura mundial. Pucha, en este instante me sentí muy orgulloso. Pensé de inmediato en otro de los grandes magos del mundo de la ficción: El mago Merlín, aquel maravilloso personaje que al final de la historia terminó siendo una especie de consejero del Rey Arturo. ¿Mirás? ¡Nadita! Ser comparado con un mago es un privilegio, es como decir que uno es capaz de realizar prodigios.
¿Qué más? Gandalf es un mago y un anciano. Bueno, bueno, debo reconocer que ya estoy en el territorio de los viejos, porque, como decimos en Comitán, ya estoy andando en los sesenta y dos. ¡Sesenta y dos!, pucha, ya me hice viejo, tan viejo como el famoso Gandalf.
¿Y Bilbo? (Es decir, Amín). De nuevo entré al Internet. Ahí hallé que Bilbo es un hobbit y los hobbits son gente pequeña. ¡Sí, sí! Amín es de talla física pequeña, pero brillante en su pensamiento y en su creación. Cuando él vea este meme hecho por el tal memeador se sentirá chento y brincará (no muy alto) porque él es hijo, ¿sabés de quién?, del maestro Víctor, que acá en Comitán todo mundo le dijo: “Maestro chaparrito” y que él, sabio después de todo, recibió con el mismo afecto con que el pueblo lo reconoció, porque igual que su hijo Amín, el maestro chaparrito era corto de talla física, pero era de una inteligencia sorprendente, era un matemático excelso. ¿Y qué más? El hobbit tiende a ser de vientre pronunciado. ¡Sí, sí! Amín es panzudito.
Bueno, pensé, después de todo, el memeador nos hace un gran elogio. Nos compara con una pareja sublime de la literatura y del cine mundial. A mí me dice que soy un mago y a Amín le dice que es un hombre armonioso, porque los hobbits han tenido la capacidad de formar una sociedad donde todos viven en armonía. El memeador nos colocó a la altura de las grandes parejas de personajes que han hecho la delicia de millones de lectores en todo el mundo. Amín (Bilbo comiteco) es un responsable cronista y un dedicado investigador que ha obsequiado a la comunidad una serie de libros que ayudan a comprender nuestra identidad. ¿Yo? Pues a diario escribo y comparto Arenillas, que van también en el mismo sentido: apuntalar la identidad comiteca, y ensanchar el mundo de la imaginación, el mismo mundo del que nacieron Gandalf y Bilbo, del que nacieron Sherlock Holmes y Watson; del mismo mundo del que proceden El Quijote y Sancho.
Sí, el memeador nos regaló una bellísima imagen. El sinquehacer dedicó tiempo a elaborar el meme que nos halaga. Pensé que bien pudimos también ser Holmes y Watson o el Quijote y Sancho. Si fuésemos los primeros Amín sería más Holmes que yo, porque él es quien investiga y descubre los misterios, él es quien anda con la lupa desentrañando los secretos de la historia local; si fuésemos los segundos, yo bien podría ser el Quijote, porque algo de su hermosa locura fecunda en mí. Pero ¡no! Somos Gandalf y Bilbo. Él por chaparrito y yo por anciano. Sí, eso somos. En esta imagen jugamos a ser seres venidos de otro mundo, un mundo que no es tan plano como es el mundo real.
Cuando me tope con José Antonio en el parque o en el café (donde permanece casi todo el día) le diré que ya no soy Don Piedra, ahora (e hincharé el pecho como guajolote) diré que soy Gandalf. Ni gandaya ni bilboard, Amín es Bilbo y yo soy Gandalf. Somos personajes maravillosos de la literatura mundial. Ah, qué elogio tan grande nos hizo el memeador.

Posdata: ¿Qué puedo decir en mi nombre y en nombre de Amín? En nombre de Amín decir que es un gran hijo del Maestro Chaparrito, y en mi nombre decir que soy un orgulloso hijo de mi papá, quien también fue chaparrito. Venimos de padres pequeños, en altura física, pero enormes en humildad.
El memeador nos hizo un gran elogio. Nos comparó con grandes personajes literarios; nos metió en un mundo de ficción fascinante; y permitió que, ahora mismo, pueda decir que Comitán también tiene mucho de Gandalf y de Bilbo, porque nuestro pueblo tiene magia, a pesar de que es pequeño en su extensión geográfica y en su población, y es inmensamente grande en su tradición cultural, incluso en la de poner apodos y, ahora, en estos tiempos tecnológicos, hacer memes simpáticos. Que Dios siga prodigando ingenio a los sinquehacer comitecos, que se pasan el día viendo a qué honra joder.

jueves, 22 de noviembre de 2018

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA




Sí, quien camina a mitad de la avenida es Óscar Bonifaz. ¿Por qué camina a mitad de la avenida? ¿Por qué no tiene precaución con los autos que ahora son manejados como si fuesen caballos desbocados en la estepa rusa? ¿Acaso no recuerda aquella anécdota que él cuenta en la que estaba parado en una esquina esperando cruzar la calle cuando alguien, un muchacho sonriente, con el pelo engominado, detuvo su auto, movió el brazo cediendo el paso y dijo: ¡Ah!, sería un privilegio atropellar a tan destacado escritor?
Sí, quien camina a mitad de la avenida es Óscar Bonifaz. Avanza y supera una ligera pendiente. ¿A pesar del riesgo camina por la avenida porque ésta tiene el nombre de su amiga Rosario Castellanos? ¿Acaso es como una manda para recordar la memoria de su amiga? El maestro siempre se ha sentido orgulloso de la relación personal que llevó con la famosa escritora. El pasado domingo dieciocho de noviembre, estuvo en el encuentro del gobernador electo de Chiapas con algunos (más de doscientos) integrantes de la comunidad intelectual y artística del estado. Cuando pidió la palabra se presentó así: “Señor gobernador, soy Premio Chiapas, Óscar Bonifaz, amigo de toda la vida de Rosario Castellanos”. ¿Ven? Ninguno de los otros participantes que hizo uso de la palabra en el encuentro “chenteó” amistad con alguna persona ilustre de Chiapas. Óscar sí lo hizo. Su amistad con Rosario ha sido una carta de presentación para él. Ha dicho que todos los biógrafos de Rosario (que son varios y muy inteligentes) no conocieron a Rosario en edad temprana. Bonifaz cuenta que sí, que fue “amigo de toda la vida”. Él insiste en decir que los otros biógrafos ya conocieron a Rosario cuando ésta vivía en la Ciudad de México.
Pero no, Óscar Bonifaz camina a mitad de la avenida Rosario Castellanos, porque es veinte de noviembre y las autoridades de vialidad de Comitán no permitieron el paso de autos para que el desfile transcurriera con fluidez. Es veinte de noviembre, se conmemora el Día del inicio de la Revolución Mexicana. A la hora que Bonifaz camina por la avenida, acompañado por su asistente y por el maestro Sergio Peña (y casi protegido en la retaguardia por el artista Raúl Espinosa, quien va acompañado de su esposa y de uno de sus hijos), el contingente de avanzada del desfile pasa por el parque central. Aún falta que los grupos participantes del desfile lleguen a este punto, frente a la casa donde se puede contratar a la marimba orquesta Teclas Comitecas. Lo que se ve al fondo es el cerro donde está (mero en lo alto) la Piedra de la Ametralladora.
El señor que está parado y el joven que está sentado sobre la banqueta, son personas que esperan el paso del desfile. En el parque central cientos de personas están, como pájaros alegres a las seis de la tarde, viendo el paso de los participantes del desfile.
Mientras tanto, Bonifaz, Premio Chiapas y amigo de toda la vida de Rosario Castellanos, camina tranquilo por la avenida. ¡Ah!, es tan agradable caminar por lugares que son territorio natural de los autos. Es tan bonito volver andador a las casi ya pistas de Le Mans. Bonifaz caminaba apoyándose con el bastón que, insiste, emplea por recomendación médica, pero que no necesita y lo demuestra a cada rato al subir el bastón hacia su hombro y caminar dando saltitos como si fuera un grillo alebrestado, juvenil. Porque medio mundo ve que camina ya cansadito, pero sigue teniendo la misma vitalidad de siempre. Cuando sus ex alumnos ven una fotografía de grupo de los años setenta en la preparatoria, no les queda más que decir: “Los viejos somos nosotros”. Todos piensan: “El maestro sigue igual”. Los ex alumnos ya han perdido parte del cabello, sus vientres han crecido como globos y sus rostros coleccionan arrugas y cicatrices. La carita de Óscar es la misma carita de tiuca sonriente, llena de luz; su complexión física es la misma. Sólo sus piernas están un poco cansaditas y ya no camina con la misma velocidad de antes, pero, en esta fotografía se advierte, él ahí la lleva, sigue caminando solo, sin ayuda. Cuando se le antoja sube el bastón a su hombro y da saltitos como de grillo asombrado y feliz.
¡Ah!, qué bonitas son las calles y avenidas cuando se vuelven andadores y los autos vomitan su rabia en otros territorios. ¡Qué bonito es caminar con tranquilidad, al lado de amigos! La cara del pueblo se llena de armonía, lo cotidiano queda tirado en la esquina del aburrimiento.
Bonifaz debe sentir bonito caminar a mitad de la avenida que lleva el nombre de su famosa amiga. ¿Cuándo la autoridad nombra una calle con su nombre para que sus amigos sientan bonito caminar a mitad de la calle Óscar Bonifaz?
Esa mañana del 20 de noviembre amaneció chispeando, pero luego el sol salió. Óscar también salió y caminó por esa avenida llena de luz y de murmullos suaves y afectuosos.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA QUE SOMOS MÁS DE DOS




Querida Mariana: Cada persona tiene características especiales que las diferencian de las demás. Mi amigo el doctor Jorge Antonio es un gran aficionado a la tauromaquia (Iván también ama la fiesta brava), mientras mi amigo Eugenio odia todo lo que tenga que ver con el sacrificio de los animales, considera a las corridas de toros como la gran estupidez humana. Digo esto para que mirés que hay polos opuestos, pero éstos, digamos, son los que provocan la energía del mundo. Debe haber positivo y negativo para que la pila funcione. A vos y a mí no nos gusta lo de las corridas (bueno, en una ocasión me jalaste a tu optimismo juvenil y me hiciste correr al salir de la fonda sin pagar, con el pretexto de que era comida corrida. Claro, después fui yo quien te jaló a la cordura y regresamos a pagar. ¡Cómo no! La deshonestidad no es buena consejera y, además, la dueña de la fonda es mi conocida. Cuando regresamos, doña Chena dijo: “Ah, estaba yo segura que se había olvidado de pagar”.)
Como dice aquella cita famosa: “De todo hay en la viña del Señor”. Por eso, ahora que releo las “Cartas a Ricardo”, de Rosario Castellanos, me dio gusto hallar las siguientes líneas: “…me he acostumbrado demasiado a vivir sola y a no compartir con nadie ni mi tiempo ni mis gustos ni mis actividades…” Pensé: ¡Vaya, somos más de dos!
Yo, igual que Rosario, me he acostumbrado a vivir solo. Esto no quiere decir que viva en una burbuja o en lo alto de una montaña adentro de una cueva, como ermitaño. Igual que Rosario he terminado de adaptarme a la convivencia. Intercambio conversaciones con amigos, con compañeros de trabajo o con personas que me encuentro en el parque o en el billar o en el café, pero si me dan a elegir ¡elijo estar solo! Sí, como decía Armando: “Me llevo muy bien conmigo, soy mi mejor amigo”.
Y esto de acostumbrarse a vivir solo no es poca cosa. Requiere una gran disciplina y una fantástica contención, porque, así como dijo Nietzsche que los seres humanos estamos inclinados al mal también debemos admitir que estamos inclinados a la convivencia con otros, ya nos explicaron los que saben que los seres humanos somos seres sociales. Es tan bonito ver a grupos de amigos en el relajo sabroso de una sobremesa en la que hay cervecitas y botanas y música y chistes y tijereteo de honras ajenas. Como me acostumbré a vivir en soledad, a veces, cuando estoy con un grupo de amigos me engento y tengo necesidad de apartarme tantito, abandono la mesa y voy al jardín y me entretengo en ver las plantas y las mariposas y los colibríes que se acercan a libar o me acerco (de lejitos) al río y escucho cómo se desbarranca como potro desbocado en pequeñas cascadas. El sonido del agua desparramándose es, tal vez, el sonido más cercano del instante en que el universo dejará de expandirse.
Sí, igual que Rosario, me he acostumbrado a no compartir con nadie ni mi tiempo ni mis gustos ni mis actividades. Claro, igual que ella yo también comparto mi tiempo con mis afectos cercanos, con mi Paty, con mi mamá y lo hice con mis hijos y ahora lo hago (con mucho gusto) con vos, pero si me dan a elegir ¡elijo la soledad! Ésta me permite pintar, leer, dibujar y escribir. Todos los escritores han señalado una realidad: el oficio de escritor es un oficio solitario. Lo mismo resulta con los dibujantes, con los músicos; es decir, con los creadores. Aquellos artistas que son muy pachangueros, que son muy de tertulia, no alcanzan a realizar la obra a que estaban destinados. Claro, igual que Carlos Fuentes, me doy mi tiempo para lo demás. Fuentes (quien nos regaló un decálogo del buen escritor y señaló que la disciplina es una condición indispensable) escribía todas las mañanas, sin excepción, después de la comida ya salía con su esposa o con sus amigos e iba al cine o al teatro o a la ópera o al salón de baile o a cualquier lugar en donde la gente acostumbra reunirse. Las personas que viven a plenitud están en lugares donde la vida se manifiesta como un panal.
A veces, amigos me han dicho que yo no vivo, porque todo el día estoy casi encerrado como en un monasterio. Digo que no. Yo vivo y vivo bien y muy contento. Vivo enamorado de la vida.
Posdata: Los hijos únicos nos acostumbramos a vivir solos. Vivir en soledad es todo un privilegio, además de un conocimiento difícil de lograr. Conozco a muchos, muchos, que no se encuentran bien si no están en comunidad. Debe ser porque no se llevan bien consigo mismos. ¿Yo? Yo soy mi mejor amigo, me caigo muy bien. Por esto no me importa si a los demás les caigo bien o mal.

martes, 20 de noviembre de 2018

CARTA A MARIANA, CON UN CABALLITO DE MAR




Querida Mariana: Un periodista de Campeche caminaba al lado de amigos escritores a través de un pasillo. Yo caminaba detrás de ellos. Había ido a un Congreso de Escritores del Sureste (en 1994 o 1995). El pasillo estaba techado, era como un túnel en penumbra, con aroma a sal. Todas las voces y los pasos rebotaban en las paredes. Tal vez por este prodigio del eco, de pronto escuché que el periodista, como si lo confiara en mi oído, contó que una tarde, en Buenos Aires, había estado, ¿con quién creen?, dijo, e hizo una pausa en la que los escritores detuvieron su marcha: ¡Frente a Jorge Luis Borges!, dijo el periodista: ¡Frente al gran Borges! El gran escritor estaba sentado frente a mí. Todos los escritores lanzaron un ¡oh! prolongado. ¿Qué preguntarle que no le hubieran preguntado antes?, dijo el periodista, como si en ese instante estuviera frente a don Jorge Luis. Contó, entonces, que no podía desperdiciar la oportunidad que el destino le había puesto con generosidad, prendió la grabadora, dijo que era un periodista mexicano y le preguntó a Borges: ¿Qué le provoca el mar, maestro? Y contó que el gran Borges, con las manos sobre la parte superior del bastón, comenzó a hilar ideas en torno al mar. Sólo eso, no más. Cuando regresó a México, el periodista escribió un maravilloso reportaje, en el que incluyó las ideas del famoso escritor. Todos los escritores sonrieron y dijeron palabras elogiosas. Yo, detrás de ellos, pensé que al regresar a casa buscaría ese reportaje. Si era cierto lo que el periodista había contado debería existir un registro de ello. Una entrevista con Borges no puede extraviarse como un barquito de papel.
Cuento esto, porque cuando vi la fotografía que robé del muro de mi amiga Mar Pérez pensé que a Fernando Del Paso (quien falleció hace pocos días) bien le pudieron preguntar acerca del mar. Total, el día que inmortalizó esta fotografía estuvo al lado de Mar, quien, con sonrisa de delfines al vuelo y ojos de arena tibia dejó que sus olas se estrellaran felices contra ese enorme farallón. Si digo que don Fernando era el único mexicano que podía recibir el Nobel de Literatura estoy diciendo una obviedad, porque todo mundo sabe que hasta el 13 de noviembre fue el escritor mexicano vivo que infundía savia al torrente sanguíneo de la república de las letras. ¡Nadie más que él!
Bien le pudieron preguntar acerca del mar, porque él mismo lo fue, lo sigue siendo, lo será siempre. Por esto, sin duda, en esta fotografía viste una camisa con azules y celestes, como si fuera una de esas aguas infinitas del Caribe. El día que estuvo con mi amiga vistió esa camisa porque supo que estaría al lado de Mar, como en un enormísimo juego de espejos. Por esto, de igual manera, mi amiga escritora eligió de su guardarropa un suéter blanco, blanco de ola encrespada. Mi amiga Mar es de Jalisco, de la misma tierra donde vivió y murió Fernando, de la misma tierra donde nació Arreola, de la misma tierra donde emergió Juan Preciado Rulfo, de esa tierra que ha parido a maravillosos escritores.
Cuando regresé a casa, después del congreso en Campeche, busqué la entrevista que había contado el periodista. No hallé referencia alguna. Pensé, entonces, que el campechano era un gran mitómano, pero había mantenido al filo de la atención a cuatro escritores, expertos en ficción. Pensé que era como la prueba de fuego: ¿Cómo atrapar la atención de expertos mentirosos?
Por esto, cuando vi esta fotografía de Mar con Fernando del Paso, pensé que también, un periodista podía, a la hora que el escritor se parara y se despidiera de Mar, preguntarle: “¿Qué le provoca la mentira?”. Porque, todo mundo lo sabe, Del Paso fue el mayor inventor mexicano de quimeras. Sedujo a medio mundo con su mente prodigiosa. Honesto hasta decir ¡basta!, advirtió desde un principio que lo que contaría acerca de Carlota era ficción. Miles y miles de lectores caminaron por el pasillo portentoso de Del Paso y, ahora, la Historia de México, cuando menos durante el periodo del Maximato, no es lo que era, ya es lo que es; es decir, lo que Fernando dijo, lo que él narró. Una es la historia aburrida de los libros de texto y otra la historia fascinante que él nos legó. No hay más Maximiliano que el de Fernando, no hay más Carlota que la de Fernando. No hay más mar que Mar, que Mar Pérez, ni más Fernando que Del Paso.
Posdata: ¿Recordás cuando comenzamos a leer “Noticias del Imperio”? ¿Recordás que subiste a una piedra enorme, como si fueras una niña traviesa, y desde la atalaya, desde la cima, dijiste, a la manera del primer hombre que caminó por la luna, que eso era “Un salto pequeño, pero era un enorme Del Paso para la humanidad”, e hiciste silencio, levantaste las manos hacia el cielo y dejaste que tus palmas se llenaran con el color que esa tarde venía quién sabe de qué altura, de qué profundo mar?
Hasta el 13 de noviembre no hubo quién le pusiera un peldaño a Del Paso. Ahora, las demás escaleras comenzarán a subir al cielo, pero no llegarán, no llegarán a la altura de don Fernando. Uf, qué pena.

lunes, 19 de noviembre de 2018

RETRATO




Raúl no sabe lo que dijo mi mamá cuando vio este retrato. Mi mamá se acercó y dijo: “No puedo dejar de verlo. Está muy bien hecho”.
Mi mamá no sabe que Raúl ha pasado de ser el Caricaturista Comiteco al Retratista Comiteco. Ambos caminos están llenos de luz.
Cuando Raúl me entregó este retrato me preguntó quién había hecho el retrato que, hace tiempo, subí a las redes sociales y, en los últimos días, alguien lo oxigenó y volvió a aparecer. Le dije que es un retrato que me obsequió Julio Alegría, el artista chiapaneco que realiza retratos con gran acierto. Julio ha hecho retratos (a lápiz y a tinta) de muchos personajes estatales y nacionales. Sin duda que formar parte de esa galería es un altísimo honor.
Lo mismo sucede con los trabajos de Raúl. Conozco a Raúl desde hace muchos años. En dos ocasiones hemos sido compañeros de trabajo (en el Colegio Mariano N. Ruiz y en el ayuntamiento de Comitán). Conozco, desde siempre, su pasión por el dibujo, disciplina que practica desde niño.
Sé, entonces, que dos de sus grandes influencias son: el comiteco Armando Alfonzo (quien fue su amigo, además de su maestro) y el poblano Jorge Carreño, el gran cartonista de “Siempre”, revista nacional; aunque en su trazo acusa también influencia del cartonista Naranjo, quien bien podía pasar a formar de los records Guinness, porque para hacer toda su obra empleó miles y miles de líneas. El trabajo actual de Raúl también está conformado por cientos y cientos de delicadas líneas a todo color. Me emociona ver cómo trabaja, ver cómo traza una línea delgadísima y luego otra y otra más y así hasta que logra dar el contraste preciso entre luz y sombra.
Raúl no distorsiona los rasgos físicos de una persona, lo que Raúl hace con sus trabajos es acentuar los rasgos síquicos y lo hace, igual que Julio Alegría, con gran acierto. Por ello, cuando Raúl conoció el trabajo de Jorge Carreño, quien elaboraba sus caricaturas con respeto del rostro se convirtió en apasionado seguidor de la obra del famoso cartonista. Hoy, las caricaturas de Raúl han mutado hacia el trabajo del retratista. Yo alabo este puente.
El mes pasado estuve en casa de don Roberto Albores Guillén, destacado comiteco, ex gobernador del estado de Chiapas y vi, colgada en una pared, una caricatura de Carreño, que éste le hizo cuando don Roberto ocupaba un relevante cargo en la función pública a nivel federal. Ya antes había visto en casa de don Jorge De la Vega Domínguez, otro destacado comiteco y también ex gobernador del estado, una caricatura del mismo Carreño que apareció publicada en “Siempre” y que tiene como título: “Le tocó bailar con la más fea”, en alusión a que había tomado posesión como Secretario de Comercio. De igual manera había visto en la oficina de don Enrique Montero, decano de la radio poblana, otra caricatura que le hizo su destacado paisano. El trabajo de Carreño obtuvo el reconocimiento nacional. El de Raúl comienza a ser conocido y reconocido, porque, ¡por fin!, logró ya un estilo inconfundible. El otro día estuve en el local comercial de un amigo y vi, a lo lejos, una acuarela, pregunté: ¿Es de Mario Pinto? La respuesta inmediata fue ¡Sí! Las acuarelas de Mario tienen estilo.
Raúl ¡ya encontró un estilo propio! Al principio acusaba mucha influencia de Armando Alfonzo, ahora, sus caricaturas más recientes y sus retratos a color son inconfundibles. Armando Alfonzo Alfonzo se sentiría muy orgulloso de la obra de su amigo Raúl. Los comitecos comienzan a sentirse chentos de la obra artística de Raúl Espinosa Mijangos. Estar incluido en la galería de sus personajes ¡es ya un altísimo honor!
Yo digo que muchas personas deberían buscar a Raúl y solicitarle un retrato. Los precios que Raúl ofrece son módicos, muy módicos. Como dijeran los clásicos, hay que aprovechar antes de que su obra obtenga reconocimiento nacional. Después, Raúl (qué bueno) se cotizará muy alto y no todo mundo podrá poseer un original de él. Por el momento, nuestro paisano comparte su arte con todos, a precios muy accesibles.
Mi mamá se acercó al retrato y dijo que no podía dejar de verlo. Raúl no lo sabe, pero éste fue uno de los mayores halagos a su obra, porque mi mamá es exigente en sus delicados gustos.

sábado, 17 de noviembre de 2018

CARTA A MARIANA, CON UN ALTAR COMITECO





Querida Mariana: A principios del mes de noviembre, como en todo México, en Comitán hicimos altares para honrar a nuestros difuntos.
Mientras escribo esta Arenilla escucho “Let her go”, una canción de Passenger, de 2012. Let her go, en una traducción así medio estilo panzazo diría “Déjala ir o la dejaste ir”.
Digo que la canción que escucho la grabaron en 2012, hace apenas seis años. Perdón, esto que digo es sólo para reafirmar que vivo, igual que vos, en el Siglo XXI. Pero yo nací en el siglo XX (bueno, igual que vos, pero yo nací en 1957, mientras vos no eras ni anteproyecto de vida). Crecí y viví de niño los años sesenta (ya lo he dicho hasta la saciedad) en una casa a media cuadra del parque central.
Esa casa grandísima (de cuatro corredores) tenía muchos cuartos, un zaguán, corredores, patio central, un baño y un sitio, sitio en el que había árboles y conejos y gallinas y gallos (un gallo blanco, jodón, que siempre que pasaba frente a él quería picotearme). Había tantos cuartos que uno de ellos era usado, como era costumbre antigua, como oratorio, espacio especial para colocar imágenes de santos y vírgenes, y reclinatorios para rezar el rosario. Si ahora me dijeras que eligiera mi cuarto preferido tendría tres opciones: la sala (lugar en el que estaba la radiola y la consola, y en la que escuchaba la XEW o música francesa con acordeón en los discos que conservaba mi papá), mi recámara (lugar en el que, en tardes lluviosas, colocaba sillas a la mitad del cuarto y hacía una especie de tienda de campaña donde jugaba con mis muñecos y carros), y el oratorio (lugar en el que pasaba a persignarme cada vez que salía a la calle, tal como me había enseñado mi abuelita Esperanza).
En muchas casas comitecas había oratorios, espacios especiales para hincarse y botar los fantasmas que se empecinaban en trepar a la espalda. Ahora ya no es costumbre tener esos espacios. ¡Es una pena! Es una pena por todo lo que significa: porque ya no hay lugares en donde botar la basura espiritual y porque se perdió un lugar que, con su penumbra y con la luz ambarina de las velas, provocaba un estado armonioso. ¿Qué le pasó al altar permanente? ¿En qué momento el alma comiteca, como dicta el grupo musical Passenger, “la dejamos ir”? ¿Por qué?
El arquitecto Gómez me explicó que un urbanista puede hallar coincidencias en la traza de las casas y la ciudad; es decir, hallar puntos de contacto entre lo particular y lo general. Me dijo que los horribles dobles pisos en la Ciudad de México no es más que una consecuencia lógica de los edificios de departamentos. Cuando la ciudad levanta edificios de más de diez pisos, las calles y avenidas parecen volverse aves y mueven las alas y sueñan con levantar el vuelo. ¡Dios mío!
Un día, nosotros en Comitán comenzamos a construir residencias de dos pisos y luego edificios de departamentos. Dejamos de asentar los pies sobre la tierra y tuvimos pretensiones de gran ciudad. Olvidamos que nos llamábamos Comitán y no remedo de la Ciudad de México. Con eso desaparecieron los sitios llenos de árboles frutales, lugares donde los niños de los años sesenta construimos maravillosos universos; con eso desaparecieron los corredores y ya no tuvimos esos pisos de ladrillo que se humedecían todas las mañanas (con esto desapareció también ese aroma de barro mojado, tan lleno de recuerdos); con eso, ¡oh, Dios querido!, desaparecieron los oratorios. ¿En dónde oran ahora las nuevas generaciones? ¿Cuál es su altar? Ahora, insisto, como en todo México, el 31 de octubre y el uno de noviembre hacemos altares momentáneos. Buscamos una mesa, le colgamos un mantel (a veces todo arrugado), colocamos dos o tres imágenes (bien puede ser el cristo crucificado y su madre o San Juditas o Tata Caralampio, que nos es tan querido), las fotos de los difuntitos y llenamos el espacio con cigarros, platos con mole, olla podrida, nuégados, chimbos y una botella de trago (desde Charrito pasando por el Tequila Herradura hasta llegar a una botella de güisqui. No he visto en los últimos tiempos una botella de coñac. Hasta en esto hemos perdido estilo). Para el día tres o cuatro de noviembre los altares han sido derruidos, la picota de nuestra inconformidad los ha destruido. La comida y el trago pasaron a mejor vida y reposó en la panza de los vivos muy vivos (como debe ser), las imágenes religiosas volvieron a colgarse en un pasillo, el mantel (así todo arrugado, doblado, y con manchas de mole) regresó a la gaveta oscura, y las fotos de los difuntitos volvieron al álbum lleno de polvo. Todo volverá a salir el próximo año. ¿En dónde oran ahora los jóvenes? ¿En dónde dejan por un instante el maremágnum de lo cotidiano y se dedican al galano arte de la contemplación? ¿A qué hora se sientan y ven las sombras y luces que emergen de una veladora?
Let her go. ¡Oh, qué pena! Los comitecos hemos dejado ir muchas esencias. Ese día le dije al arquitecto Gómez por qué no se comprometía a sugerir a sus clientes, a la hora de dibujar el proyecto, construir un altar en la casa nueva. ¡Ah, qué bobo sos!, me dijo y me contó que en una ocasión lo sugirió y el nuevo rico le dijo que no desperdiciaría un espacio que bien podría ser ampliación de su cantina y el arquitecto le diseñó una cantina bien bonita, bien chida, como dicen ustedes los jóvenes, bien nice.
¿Ya viste la fotografía que te anexo? ¿Te gusta? Sí, es del día en que las autoridades celebraron, en nombre de todo Comitán, el sexto aniversario del nombramiento de Comitán como Pueblo Mágico. ¿Sabías que este distintivo sólo lo tienen ciento diez ciudades más en todo el país? De miles de ciudades sólo ciento once son considerados pueblos mágicos.
Esa mañana celebratoria, las autoridades adornaron este espacio del parque central que es como un oratorio profano. Ahí está colocada una placa que da constancia del nombramiento de Pueblo Mágico y hay una escultura que se llama Día Marcado, realizada por el escultor Luis Aguilar y que alude a la más íntima identidad cultural de nuestro pueblo que, pícaro, imaginativo, creativo, genial, la bautizó como “Las Lolas”, porque muestra dos mujeres, una delgada y otra rolliza. Los comitecos saben que aluden a Lolita Guillén (quien fue secretaria municipal durante varias gestiones administrativas y siempre cumplió con responsabilidad su encargo y estuvo pendientísima de que el bulevar estuviera siempre atendido con cuidado) y a Lolita Albores (la recordada cronista vitalicia que siempre tuvo en su mano la esencia de este pueblo arrecho). Y digo que la escultura de Luis muestra un elemento esencial de Comitán, porque ahí están dos mujeres de esta región, una carga un cántaro y la otra lleva sobre la cabeza un canasto. Si uno se acerca puede escuchar su cantadito que dice: “¿Merca’sté chayotíos?”
Ahí puede verse un posible rescate de oratorio, lugar profano en el que los comitecos, a diario, encomienden su destino a la luz generosa del universo, a ese aire juguetón que siempre levanta faldas de muchachas bonitas y bota los sombreros de los hombres que, como muchachitos, corren, se acuclillan, mueven los brazos, en intento de levantarlos.
Recuerdo que mi abuelita y mi mamá y mi papá y la sirvienta entraban al oratorio y limpiaban el altar, ¡todas las mañanas! Recuerdo que ellos raspaban las velas para que estuvieran como nuevas y raspaban la carpeta de plástico para retirar la cera; ahora mismo, a través de mi recuerdo, los estoy viendo colocar flores en los floreros de cristal o de metal; ahora mismo veo cómo resplandece el altar, como las imágenes parecen sonreír ante el deslumbre de tanta margarita, de tanta rosa, tanto clavel. Yo paso frente al oratorio y me detengo y recibo la luz íntima que sale de ahí y me cubre, con la misma intensidad con que sale del horno el calorcito y el aroma del pan recién hecho. ¡Ah, qué prodigio!
Todos los días colocaban flores en el altar. El día de la celebración del sexto aniversario, las autoridades, en nombre de todos los comitecos, colocaron flores en este espacio del parque central. ¿Por qué no lo hacen a diario? ¿Por qué no recuperan esa maravillosa tradición de colocar flores en los altares? La mañana que pasé por ahí me sentí muy bien. Me senté un rato y vi que las personas que ahí caminaban se detenían tantito y algo como una luz de ámbar iluminaba sus rostros y, sin duda, también sus espíritus. Los vi bajar las gradas con más armonía. ¡Es tan bonito estar en lugares limpios, en lugares con personalidad, en lugares llenos de dignidad! Es tan jodido caminar por espacios llenos de basura, de agua estancada, de huecos en el piso.
Posdata: ¿Y si adornáramos nuestra ciudad con flores? ¿Y si le regresáramos la dignidad al pueblo? Yo tengo vecinas prodigiosas que han llenado de macetas con flores las banquetas. Cuando camino por ahí siento que mi espíritu se fortalece.
¿Por qué no celebramos a diario que somos un pueblo mágico? ¿Por qué no recuperamos la tradición comiteca de celebrar la vida cada día? La canción que escucho me gusta. No dejaré ir “Let her go” ¡No! Es lo que debemos hacer los comitecos con nuestra identidad. ¡No la dejemos ir! Somos un pueblo grande, un pueblo único.

viernes, 16 de noviembre de 2018

DEFINICIÓN DE EDAD




Hay palabras que no se modifican con el paso del tiempo. La palabra Infinito no tiene arrugas, su carita siempre está como nalga de niño, está así desde que al dios de la palabra se le ocurrió hacer un pase mágico e inventarla. Pero ¿qué pasa con la palabra edad? ¡Ah, qué desalmada! Crece conforme pasa el tiempo. La edad es cruel, es como aquella vieja que, de niños, vimos sentada en la banqueta, siempre hurgando en un viejo bolsón, sacando chunches antiguos, levantando estrellas caídas, nubes desgajadas, espejos rotos, labiales sin color, bacinicas llenas de orugas. Ella, esa vieja rugosa, había perdido la palabra edad y parecía eterna, infinita. Todos los demás crecimos, fuimos a estudiar a la Ciudad de México, regresamos al pueblo, nos casamos y tuvimos hijos, y ella seguía sentada sobre la banqueta, sentada con las piernas dobladas como si fuese una caja de cartón desarmada; seguía sacando objetos antiguos de su costal raído: Sacaba vasos de papel, avioncitos sin alas, tripas resecas de gato, orinales con abejas muertas. Nosotros habíamos crecido. La conocimos de niños y los niños que iban cogidos a nuestras manos eran nuestros hijos y ya éstos la miraban y ella seguía ahí, incólume, como columna de un templo griego, como un árbol enormísimo a la orilla del Sena o del Río Grande, de Comitán, río que, igual que nosotros, había perdido su cabellera y se mostraba chimuelo, apenas hilo de agua. Y ella, la vieja hurgadora, seguía como el Ganges, como el Sena, como el Amazonas, como la Vía Láctea. Parecía infinita, eterna. Ella, ya lo dije, parecía haber extraviado la palabra edad, la había macerado, la había hecho polvojuan, polvo para colorete de mejilla.
La palabra edad es cruel. Cuando nacemos, los dioses de las palabras nos injertan la palabra edad y, a diferencia de la palabra infinito, va creciendo con nosotros. Cuando somos jóvenes, la palabra edad está crecida como un árbol de tenocté y florece como si sus ramas fueran brazos para la caricia, para el nado, para el vuelo, pero luego toma la tonalidad de las hojas en otoño, pierde el vigor, extravía el sol de las mañanas y se convierte en un coral desintegrado, migaja de pan ázimo y quemado. Ya no levanta sus velas, ya permanece en la orilla del río, sólo viendo los bergantines que, afanosos, nadan alegres a mitad del río. La palabra edad se hace vieja conforme nosotros nos hacemos viejos. Al final camina con dificultad, le cuesta mucho trabajo subir una escalera, debe apoyarse en un bordón, cayado para incapaces, soporte para el paso de tortuga. Ella, la palabra edad, tuvo la gracia del venado y de la gacela y se convirtió en un sapo que croa todo el día a mitad de la laguna pantanosa, callosa, odiosa.
¡Ah, qué cruel es la palabra edad! Su misión es estúpida: llevar el recuento de las caídas, de las caídas en las escaleras, de las caídas del cabello, de las caídas de la pasión al estar en la cama al lado de la chica deseada, de la caída del ánimo, de los proyectos y de los sueños.
Es tan cruel que una tarde, hace poco, fui a la esquina de la vieja infinita y ya no le hallé. Sólo encontré su bolsón, vacío. Supe entonces que ella metió la mano y al no hallar más objetos decidió apagar su corazón, con la esperanza de encontrar en otra dimensión la palabra extraviada.
¡Qué absurda es la palabra edad! Su misión es recordarnos a cada rato que el día de hoy es un día menos. ¡Qué pendejada!

jueves, 15 de noviembre de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA QUE NO SÓLO A ELLA LE ESCRIBO




Querida Mariana: Una madrugada de junio de 2013 escribí una Carta a Socorro Trejo. ¿Querés saber que le dije a Socorro? Paso copia.
“Querida Socorro: Muchos de tus amigos te dicen Socorrito. El trato afectuoso que ellos te prodigan también es parte de mi ser comiteco. Los comitecos somos amorosos y cuando correspondemos a un afecto lo tratamos en diminutivo. No obstante, yo te nombro ¡Socorro! Me resulta imposible imaginar a un náufrago, a mitad de mar abierto, decir: “¡Auxilito! ¡Socorrito!”. Quienes vivimos en una isla en el límite del mundo, solicitamos ¡Auxilio! ¡Socorro! Y esto, Socorro, es lo que has prodigado a manos llenas, a palabras llenas. Tu mano y tu palabra siempre se han extendido generosas, para evitar la asfixia y el ahogo de los extraviados.
“Hay, lo sabés, espíritus isla y espíritus continente. El continente, como su camino indica, lo contiene todo: las gaviotas, el cáliz, el cielo y la semilla. La isla, al contrario, es una porción de tierra rodeada de agua. Para nombrarte a vos no basta el agua, es preciso aprehender el aire, la montaña y la calle. ¡No!, no te enojés, no digo que seás mujer de calle ni piedra de montaña, ni, mucho menos, aro de aire. No sos esto, porque vos sos el vaso que contiene ese espíritu continente que, en pleno mediodía, insiste en rebosar sus límites. Porque igual que ave, vos también sos cristal para el vuelo.
“Socorro, por siempre te nombraré ¡Socorro! Socorro por siempre, porque siempre serás auxilio para el huérfano y auxilio para el río que, tontito, se cree salmón y va a contracorriente. Has sido generosa al extender tu mano y tu palabra. Por esto, muchos de tus afectos te nombran Socorrito, un poco como si dijeran fogón, brasa. No te llamaré fuego, te llamaré pan para la mesa; memoria para el olvido; papelito de papel, doblado en cuatro; ramita de laberinto.
“Te llamaré por tu nombre, porque al hacerlo estaré nombrando una esquina del mundo, ¡alumbrándola!
“Con afecto.
“Alejandro”
Esta carta aparece en el libro “Canto sin fronteras”, edición de Coneculta, que se imprimió como homenaje a mi amiga Socorro Trejo Sirvent, en marzo de 2014.
Ahora, en una madrugada de noviembre de 2018 (cinco años después de aquella carta) escribo ésta para vos, para decirte que, entre mis consentidas, sos la principal, pero quede constancia que tengo más consentidas. Una de éstas (uf, qué feo sonó esta última palabra) es Socorro y ahora me entero (bueno, ayer me enteré) que ella, la ramita de laberinto, el pan para la mesa, recibió el máximo galardón que entrega el gobierno local: El Premio Chiapas, en Artes.
Como siempre he dicho, nadie es monedita de oro. Hay muchas personas que reciben este nombramiento como propio y lo disfrutan y ponen marimba y echan traguito; y hay otras que recibieron la noticia como un fuetazo en el centro del alma, un fuetazo con ortiga, y les ha crecido una montaña de ronchas rojas, purulentas. ¡Así es el barco de la vida! Unos viajan libres y reciben el aire en la proa y otros reciben la supia de la proa.
Yo celebro el premio para Socorro, lo celebro porque, ya lo dije, sus manos y su palabra siempre se han extendido generosas, para evitar la asfixia y el ahogo de los extraviados. Ha sido una espléndida promotora cultural. Lo seguirá siendo.
Posdata: Querida Mariana, a vos no te digo Marianita, como te dicen muchos de tus afectos. Yo te digo Mariana porque igual que Socorro, vos sos memoria para el olvido, gajito de nube.

martes, 13 de noviembre de 2018

¿Y AHORA?




El cabildo de mi pueblo me honró con el nombramiento de Cronista Municipal (algunos titulares periodísticos dicen que fui nombrado Cronista de la Ciudad. ¡No!, en realidad la distinción es: Cronista Municipal). Los regidores presentes en la sesión de cabildo dijeron que sí a la propuesta. El presidente municipal de Comitán, acuerpado por la síndica y por el secretario municipal, me tomó la protesta. Al decir ¡Sí, protesto!, el presidente señaló que si no cumplo con la encomienda la sociedad me lo demandará.
Salí de la sala de cabildo, porque las autoridades siguieron con la sesión. Afuera había un sol brillante que doraba la estatua de Belisario Domínguez, en el patio central del palacio municipal. Esa estatua en que la mano izquierda de Belisario reposa sobre la tribuna, mientras el brazo derecho, con energía, remarca una línea importante de su discurso.
Yo, modesto comiteco, al igual que Belisario, llevaba preparadas unas líneas. Las había escrito la madrugada de ese mismo día, el décimo día del décimo mes; las había preparado por si me eran requeridas después de la toma de protesta. Como no fueron requeridas se quedaron en la bolsa de mi camisa.
Pero ahora, ya con el espíritu más sosegado, después del tsunami emocional en que me vi arrojado por el destino generoso, tomo el papel ajado y leo lo que escribí esa madrugada:
“Buenos días.
“Me honra que el honorable cabildo de mi pueblo me distinga con el nombramiento de Cronista Municipal, de Comitán de Domínguez. Agradezco a cada uno de ustedes tal distinción, agradezco al presidente municipal su anuencia y agradezco a quien realizó la propuesta.
“Vengo de la tradición. He pepenado algunas semillas del árbol sencillo y genial de Armando Alfonzo; del rosal afectuoso de Lolita Albores; del chulul pícaro de Óscar Bonifaz; del tenocté inagotable de Pepe Trujillo; y de las ramas afanosas de Pepe Alfonzo. Vengo de la tradición, del trabajo callado que hacen muchos paisanos, quienes, actualmente, complementan la crónica de Comitán desde sus cubículos personales.
“Pero, por encima de todo, vengo de la tradición del pueblo, de este maravilloso pueblo del que nos nutrimos todos los comitecos y al que nos debemos y el que justifica cada uno de nuestros actos.
“Soy comiteco de primera generación. Mi papá nació en San Cristóbal de Las Casas y mi mamá nació en Huixtla, pero ambos hicieron el milagro de que yo naciera en este pueblo y esto fue una bendición.
“Ahora, que ustedes, autoridades comitecas elegidas por el pueblo, me honran con este nombramiento, no haré más que lo que he venido haciendo durante mi vida, lo que, a diario, hacen miles y miles de comitecos de buena cuna: Amar a Comitán y procurar mejores cielos para sus hijos, ¡todos!
“Cuando me enteré de esta noticia, pensé: Si esta distinción le sirve a Comitán, con gusto ¡le sirvo a Comitán!
“Muchas gracias.”
Un día después de la toma de protesta me topé en la central de abasto con el ex regidor Paco Ruiz Vera, me abrazó, en medio de mujeres que cargaban bolsas llenas de verduras y frutas y de una canastera que ofrecía pepita molida. Paco dijo que, en las redes sociales, me había felicitado y que había lanzado una pregunta: ¿Qué pasará ahora con Mariana? ¿Con sus cartas? Respondí lo que respondo ahora: Nada se modifica. Ahora confieso que Mariana se alegró, mucho, por el nombramiento y me dijo que ahora tendría más trabajo, pero que no haría más que lo que he estado haciendo estos recientes años: escribir, ¡escribir!
¿Y ahora? ¡Nada! Seguiré escribiendo cuentos, novelas breves, las Arenillas y, por supuesto, las cartas a mi amiga Mariana. Agregaré la encomienda que recibí el décimo día del décimo mes de este año. Lo haré con gusto. Lo haré sin renunciar a mi estilo.
Desde el día del nombramiento he recibido muchas muestras de afecto, tanto en redes sociales como en la calle, en la banqueta, en el café, en el parque. Rescato ahora una palabra del mensaje que me envió el licenciado Nampulá (¡ah, qué apellido tan chiapaneco!): Digerible. El licenciado Nampulá dijo que le gusta mi escritura porque hago digerible el conocimiento. ¡Sí, así lo entiendo! Los grandes escritores siempre escriben con sencillez (cualidad dificilísima de adquirir) y con claridad. Siempre he estado alejado de la soberbia literaria, siempre he procurado hablar de manera llana y con el toque de humor que siempre acompaña al comiteco. Seguiré escribiendo con tal modesta pretensión. Deseo que mi mensaje llegue a todo mundo, pero, de manera especial, a los jóvenes. Deseo decirle a los jóvenes que haber nacido en este pueblo es una bendición; deseo mostrarles cuáles son los rasgos que nos otorgan identidad, cuáles son las raíces que sustentan lo que son y que si botan esa herencia nada serán, como dice la canción: No serán de aquí ni serán de allá.
Algún día escribiré el “Decálogo de un cronista honesto”. Por el momento, consigno el cuarto artículo, que procuraré seguir al pie de la letra: “Permanecé en la última fila”; es decir, que el encargo no signifique que debés estar en la mesa de honor o en la primera fila. Quien se confunde entre la multitud escucha la palabra crítica, la que señala el pueblo respecto al acto que se realiza.
¿Sólo me dedicaré a la escritura? ¡No! Prepararé dos o tres sencillas charlas con temas comitecos e iré de regalado a las instituciones educativas. Tocaré la puerta de las escuelas de nivel medio superior y preguntaré: “¿No merca’sté chayotíos?”, y cuando, ocasionalmente, digan que sí, entraré y, empleando los recursos tecnológicos de estos tiempos, compartiré con los jóvenes los frutos de este tapesco inmenso e infinito que se llama Comitán, Comitán de Domínguez, o como decía la admirada Lolita Albores, Comitán de los Tomates, tomate una, tomate dos…
¿Y ahora? ¡Nada! Seguiré haciendo lo que he hecho durante toda mi vida, lo que a diario hacen miles y miles de comitecos de buena cuna: Seguiré amando a este pueblo llamado Comitán, seguiré consintiéndolo, venerándolo, cuchuchéandolo, reconociéndolo, colocándolo en el lugar de privilegio que le corresponde; seguiré pidiendo su luz; seguiré viviéndolo, ¡viviéndolo!

sábado, 10 de noviembre de 2018

CARTA A MARIANA, CON AROMA DE OLIVO




Querida Mariana: El otro día, el maestro Mario me mostró un centenario. Me explicó que la moneda era de oro. Como he visto que hacen los campeones olímpicos, llevó la moneda a su boca y la mordió, como para comprobar que no era falsa. ¿Qué te parece?, me pregunté. Dije que estaba bonita. Una vez tuve en mis manos una medalla de oro, me la mostró el maestro Ricardo. El maestro Ricardo me dijo que se la había otorgado el gobierno como reconocimiento por más de cuarenta años de magisterio.
Sí, querida Mariana, el oro lo ganan los campeones olímpicos y los servidores públicos que han dedicado su vida al servicio de la patria.
El oro, desde siempre, ha sido un metal muy codiciado, por su valor. Pero, cuando estudié la secundaria, el padre Carlos nos enseñó, a los alumnos de segundo grado, que no todo era oro en la vida, porque nos dijo que Pierre de Coubertin, el fundador de los Juegos Olímpicos, dijo que: “Lo esencial no es ganar, sino competir”; es decir que la gloria no importa tanto, lo que importa es estar en el juego de la vida. El padre Carlos también nos enseñó que, en la antigua Grecia, los campeones olímpicos recibían una corona con ramas de olivo. ¡No había tu oro, ni tu plata, ni tu bronce, como sucede en la actualidad! Los alumnos aprendimos que las hojas de olivo eran de olivo silvestre; es decir, eran ramas de las plantas más modestas (aunque, más tarde, en clase de Historia, con el maestro Temo Torres, corregimos la versión, porque él contó que el olivo era cortado con un cuchillo de oro).
Eva Morante, hasta la fecha, sostiene que lo del barón de Coubertin, en la actualidad, no tiene tanta validez. Eva dice que “Lo esencial de la competencia es la victoria”, y parece que medio mundo le otorga razón, porque quienes compiten en las olimpiadas sueñan con el triunfo, sueñan con subir al podio, en el sitio de honor, recibir la medalla de oro y escuchar el himno de su patria, mientras ven cómo izan la bandera que representan. ¡Sí! ¡No hay sabor más dulce que el sabor de la victoria!
Fernanda es una niña bonita que estudia el bachillerato, ella practica el taekwondo. Ha obtenido triunfos en dicha disciplina. Cuando le planteé la pregunta, dijo que está de acuerdo con lo que Eva dice: ¡Lo importante es ganar! Cuando Fer gana siente orgullo, siente que todos los esfuerzos tienen su compensación. Con un rostro radiante dijo que los deportistas, todos, se preparan para ganar.
Coincido con Fer. ¿Quién es el que se prepara para perder? ¡Nadie! Suben al podio sólo los elegidos, quienes dedican horas y horas al ejercicio y práctica de su pasión.
Esto que digo no sólo es para los deportistas, es para cualquier profesión u oficio. El médico que anoche puso en práctica todo su conocimiento y realizó una operación exitosa no obtuvo una medalla de oro, pero el paciente, con gusto, le habría impuesto una corona de olivo, porque fue un triunfador. Lo mismo puede decirse de aquel carpintero que hizo una silla bien hecha, una silla que no se quebrará y provocará que la abuela se quiebre los huesos.
¿Qué sucede con los maestros que cumplen su vocación con cariño y prudencia? Los que llegan a tener cuarenta años de servicio reciben (entiendo) la medalla Manuel Altamirano, medalla que juran es de oro. Quien recibe dicho reconocimiento, igual que Fer cuando gana, se siente orgulloso por haber cumplido con la encomienda que le dio la sociedad y la patria. En ese instante sube al podio de honor y recibe los vítores y las exclamaciones de gratitud y de cariño.
En Comitán conozco a algunos maestros que han merecido tal reconocimiento. No digo nombres para no omitir alguno. Como tengo el privilegio de contar con el afecto de estos maestros digo que he visto las medallas que han recibido. Los veo orgullosos cuando abren la gaveta del escritorio y me enseñan la medalla que tiene unas cintas azules que sirvieron para colgárselas al cuello. ¡Ah, qué bonito es ganar! No todo mundo tiene ese privilegio.
Cuando estoy al lado de triunfadores me embarga un sentimiento de felicidad. Alguien podrá decir que es una bobera, pero yo me siento feliz con la felicidad de los otros. Cuando el victorioso es mi amigo o mi familiar o mi conocido me siento contento. Lo mismo sucede cuando leo en algún periódico que un paisano obtuvo algún triunfo. La victoria es una línea de luz que ilumina. Los verdaderos campeones no se llenan de soberbia, al contrario, aceptan con humildad, pero con mucho orgullo, el triunfo. La victoria es transparente, sutil, dadora de vida.
Y digo lo que digo, querida Mariana, porque hace dos días todo Comitán se enteró que el arquitecto Roberto y el ingeniero Luis Álvarez Torres Valle, del grupo ALTOVA, fueron merecedores de un tercer lugar, del Premio Obras Cemex 2018. Este reconocimiento los coloca como grandes triunfadores a nivel nacional. En cuanto se supo la noticia vi que muchas personas manifestaron su gusto con tal triunfo. Casi casi vi a estas personas (amigos, parientes y paisanos) llenarse de la misma energía. Y es que esto provoca el triunfo cuando es bien recibido, porque (hay que decirlo) también genera lo contrario. Hay personas que envidian la victoria del otro. Bueno, estas personas (por fortuna, pocas) son perdedoras y no soportan que otros brillen, mientras ellos se solazan en el fango de la oscuridad.
Comitán celebró la victoria de estos paisanos talentosos. De igual manera ocurrió cuando todo el pueblo se enteró de los triunfos recientes de Ana Carolina Guillén y Ricardo Villanueva Nájera, quienes son los directivos de Zarape Films. Ellos obtuvieron hace poco un reconocimiento por el documental “Una piedra en mi zapato”; y más recientemente fueron reconocidos con el Primer Lugar, en el XVII Concurso Nacional de Guión para Cortometraje, del Festival Internacional de Cine en Guanajuato. Llamó mi atención el instante en que pasaron a recibir el premio y Carolina, al agradecer la distinción, dijo, palabras más, palabras menos: “Y esto es sólo el principio”. Con talento y con trabajo sostenido, ellos aspiran a más, a ser unos grandes triunfadores.
Hace poco nos enteramos que la Torre Reforma (que se ubica en la ciudad de México) obtuvo el reconocimiento del rascacielos más innovador del mundo, ¡del mundo!
Cuando mexicanos obtienen un triunfo a nivel internacional los demás paisanos celebramos su victoria. Lo mismo sucede en nuestro pueblo cuando nos enteramos que comitecos triunfan en múltiples disciplinas. El talento crece en todos los territorios, pero en estas tierras siempre hemos sabido reconocer que se da con la misma exuberancia con que crecen las orquídeas.
Orquídeas de lujo son nuestros paisanos talentosos y triunfadores. Cada vez que obtienen triunfos pepenan lo que siembran con pasión.
El triunfo de ALTOVA no es fruto de la casualidad, es fruto del talento, de la pasión, de horas y horas convertidas en proyectos arquitectónicos que están a la altura de los mejores del mundo. Su creatividad los hará alcanzar más y más éxitos. Lo mismo sucede con ZARAPE FILMS. Si se lo proponen algún día estarán recibiendo un Ariel.
Ellos son inspiración para este pueblo. Los jóvenes de ahora, cuando ven la obra de estos triunfadores, reconocen que ellos también pueden ser hijos de la victoria mayor.
Nuestro Comitán se aleja de la nata mediocre, cada vez que uno de sus hijos triunfa, en el deporte, en la ciencia, en el arte. Ahora he resaltado la disciplina deportiva, arquitectónica y cinematográfica, pero, lo sabemos, hay muchas más veredas por donde caminan sus mejores hijos.
Posdata: Digo que nuestros talentos han sido reconocidos por la sociedad. Deben ser reconocidos por las autoridades, porque éstas son las representantes de la sociedad. Ya Juan Carlos López Pinto ha comentado que, en ocasiones, los deportistas más brillantes de esta tierra no reciben los estímulos suficientes para la práctica de su disciplina, y los utilizan sólo para la fotografía. Es justo que nuestros campeones sean reconocidos en su pueblo y que se elimine ese absurdo constante que dice que Nadie es profeta en su pueblo. ZARAPE FILMS y ALTOVA han logrado grandes triunfos desde su tierra. Acá crean sus obras, acá cobijan y fomentan su talento; acá dejan su legado; acá nos contagian con sus triunfos. Acá, entonces, antes que en cualquier otro lugar, ¡deben ser reconocidos! Acá el olivo y también el oro, la plata y el bronce. ¿Por qué no?

viernes, 9 de noviembre de 2018

DÍA DE AGUA CLARA




Natalia contaba. Contaba que era feliz el día de su cumpleaños. Bueno, era feliz desde muchos días antes. Pero el mero día era tan feliz como un colibrí.
Natalia contaba que le encantaba oír desde su cama los preparativos. Sus familiares, desde temprano, se levantaban y todos, ¡todos!, preparaban el festejo. En la cocina, la abuela Hermila, con el chal cubriéndole la espalda y la boca, colocaba sobre el brasero la olla donde preparaba el chocolate. Natalia, desde su cama, imaginaba el momento en que la abuela Hermila soltaba las dos tabletas de chocolate que, una tarde antes, había hecho Eugenia, en el metate.
Natalia contaba que Eugenia se hincaba en el piso, frente a la piedra y molía el cacao para hacer el chocolate. Natalia contaba que Eugenia colocaba una brasa debajo del metate, a fin de que el cacao se reblandeciera y no le costara tanto la molienda, decía que cuando Eugenia molía el cacao toda la casa se llenaba de ese aroma, era como si alguien, desde arriba, desde el cielo, regara pétalos de chocolate dulce.
Natalia contaba que le encantaba oír desde su cama, el sonido tenue del papel de china. Su mamá Herlinda y su papá Alfredo, se subían a sendas sillas y, con cera cantul pegaban la tradicional reja. Natalia contaba que la reja de papel de china la hacía su tío Emilio una tarde antes del cumpleaños. Natalia lo había visto, en el sitio, debajo del árbol de durazno, con un troquel y un martillo hacer los diseños sobre las hojas de papel de china que, luego, unía hasta formar un tapete de formas maravillosas. A Natalia le encantaba ver los dibujos. Decía que cada año eran diferentes. Así que cuando ella escuchaba las mañanitas que tío Chilo interpretaba con su guitarra y que cantaban todos se levantaba, caminaba en puntillas y abría la puerta para recibir la lluvia de confeti, los aplausos, los abrazos y los regalos.
Natalia contaba, decía que el día más hermoso de todo el año era el día de su cumpleaños. ¡No, no!, decía con convicción. No, el día de la navidad no es especial; no, en navidad hay, también, muchos regalos, pero ese día celebramos el nacimiento del niño Dios. El día de mi cumpleaños, decía, con su sonrisa de dulce de melcocha estirada, suave y dulce, sólo me celebran a mí y, con el dedo índice, se apuntaba al pecho.
Natalia contaba que era feliz el día de su cumpleaños. Abría la puerta y antes de romper la reja de papel de china, miraba a través de los huequitos, a través de un pico de estrella o del pétalo de una flor, que eran figuras que formaban el diseño de la reja. Miraba a través de esa sábana de papel tan delicado, lo hacía como si fuera una niña que mirara a través de un cristal de balcón o fuera una estrella que mirara a través del ventanal del universo. Miraba a sus papás que cargaban los regalos; miraba al tío Chilo, quien con un pie sobre una silla sostenía la guitarra que rasgueaba; miraba a su abuela Hermila con las manos temblorosas, llenas de confeti; miraba al Duque, el perro de la casa, que brincaba ansioso por ver aparecer a su ama; miraba a Eugenia, quien, con las manos adentro del delantal, también esperaba el momento para abrazarla. Sí, ese momento era único, absolutamente fantástico. Esas personas, que eran como planetas alrededor del sol, estaban ahí sólo para ella. Natalia contaba que se sentía como esos políticos que son vitoreados en las plazas y en las calles; se sentía como esos artistas que seducen hasta el paroxismo a miles de fanáticos que se emocionan cuando el cantante aparece en el escenario. Era una irreverencia, pero ella contaba que se sentía como cuando todos los fieles escuchaban la campana y se hincaban porque ante ellos aparecía el Santísimo.
Natalia contaba que era feliz el día de su cumpleaños. Por eso, ahora, cuando es el día de su cumpleaños, todos los de casa van al panteón y colocan una reja de papel de china sobre su tumba. Todos piensan (así debe ser, sin duda) que ella, cuando le cantan las mañanitas, se levanta y mira a través de los huecos de esa sábana coloreada, frágil, infinita, y se siente feliz, feliz.

jueves, 8 de noviembre de 2018

DEFINICIÓN DE RAMA




Sí, igual que ustedes, yo, en alguna clase de Historia Universal, escuché que Rama es el nombre de un avatar de Visnú, quien, según Wikipedia, es el dios más popular de la India. Todo mundo sabe que un avatar es la encarnación terrestre de un dios. Así que, hasta donde da mi cabeza, Rama es la representación de algún Dios sobre la tierra.
A mí siempre me llamó la atención tal nombre, porque cuando alguien hablaba de las ramas de los árboles de por acá, yo pensaba de inmediato en aquellos avatares hindúes. Cuando iba de día de campo, a un llano más allá de Chacaljocom, con rumbo a San Cristóbal, y caminaba por en medio de los pinos y sentía el aroma de la trementina y el rumor del aire, veía cómo los pájaros se paraban en las ramas y pensaba que esas aves platicaban con los árboles porque hacían un jolgorio como cuando había un encuentro de fútbol. ¿Las aves platicaban con las ramas? Pensaba que sí; es decir, las aves platicaban con los dioses. Por esto, los dioses eran brazos generosos que permitían que las aves construyeran ahí sus nidos.
Un dicho dice que el perro es el mejor amigo del hombre. Yo creía que esos dioses eran los mejores amigos de las aves. Pensaba que cada vez que un pajarito se posaba en uno de los dioses, éste le daba la bendición, por eso cuando volaban en busca de alimento, en dos minutos hallaban gusanos que llevaban a sus crías que esperaban con el pico abierto.
Por fortuna nunca apareció la pregunta en clase de biología, porque si un maestro hubiese preguntado qué era un árbol y qué una rama, yo habría reprobado y habría sido el hazmerreír de todo el salón, porque habría dicho que una Rama era el avatar de Visnú y un árbol era la casa de los dioses. Lo bueno fue que en botánica nunca apareció tal pregunta y ésta brotó una tarde en que un grupo de amigos tomábamos cervezas en la casa de Betty (a quien le decíamos la doble te, porque así escribe su nombre). No sé en qué instante apareció el tema del bosque en nuestra plática y yo conté lo que he contado, cuando se agotó el tema pasamos a otro y el primero entró al cuarto a donde van a dar todas las pláticas del mundo, más de pronto vi algo como un aleteo luminoso, Rocío, una niña linda, estudiante de secundaria (nosotros estudiábamos el último año de prepa) se sentó a mi lado y dijo: “¿Podés repetir lo que dijiste?”. Yo había olvidado ya todo. Le pregunté a qué se refería, y ella, con ojitos de cielo en atardecer, dijo: “Lo de la casa de los dioses”. Nunca me había pasado algo semejante, digo, que una niña se acercara y me viera con tanta ternura, con tanta admiración. Repetí lo de la casa y le eché algo más de mi cosecha, como si le pusiera un poco de menta a mi té. Cuando terminé, ella, así, sin ver al derredor, como si estuviera trepada en la rama más alta del árbol de la vida, se acercó, me dio un beso, se sonrojó tantito y corrió hasta la cocina, lugar al que los dioses me mandaron de inmediato. Ella estaba recargada en la mesa del centro. Cuando me vio, dijo: “Perdón”. Me acerqué y ella volvió a hablar: “Es tan bello lo que decís”, dijo.
Ahora trabajo en un lugar en el que hay muchos árboles, me basta volver la mirada para ver la copa de los árboles a través de la ventana. Trabajo en un lugar donde hay muchas casas de dioses, donde éstos permiten que las aves construyan sus nidos.

martes, 6 de noviembre de 2018

CON LA PENA




Esta Arenilla se debía titular: “Con el alma en pena”. Sucede que la maestra María Elena nos envía el quinsanto todos los años (kin-santo). Para quienes no son comitecos debo aclarar que el quinsanto es una hermosa costumbre de nuestro pueblo. Los que saben explican que el Día de Todos los Santos se hace el altar dedicado a los difuntos y en la noche se coloca la ofrenda, que, como todo mundo sabe, consiste en diversos platillos, dulces, cigarros, traguito y agua, para que los difuntos puedan disfrutar en la muerte lo que les gustaba en vida.
Según la tradición comiteca, el Día de Los Muertos, una vez que los difuntos comieron y bebieron, los “sobrantes” se reparten entre los amigos, familiares y vecinos. Es proverbial que en la calle uno se encuentre a personas que llevan platos de cartón forrados con papel de china llenos de calabaza en dulce, turrones, quiebramuelas, pastelitos, fruta y demás delicias. Eso de “sobrantes” es un decir. Es un decir porque los difuntos tienen la hermosa capacidad de disfrutar lo que se dejó en el altar, pero sin tocar una sola semilla, un solo pétalo. Lo que “sobró” en el altar en realidad es la totalidad de lo que se colocó. Los difuntitos, que generalmente fueron generosos en vida con sus familiares y amigos, lo siguen siendo en muerte y, como si fuesen la madre abnegada, prefieren compartir la ofrenda con los demás.
La maestra María Elena, desde que se enteró que habíamos regresado de Puebla para vivir en Comitán y nos hicimos sus vecinos, envió el quinsanto envuelto en papel de china. El primer año me sorprendí. Me sorprendí porque fui yo quien abrió la puerta. Ahí estaba ella, con su sonrisa de luciérnaga, extendiendo las manos en forma desprendida. “Para doña Hildita y para ustedes”. Yo, como es mi costumbre, tartamudeé y di las gracias. Ella se despidió, cerré la puerta y yo fui al comedor y dejé el presente sobre la mesa. Cuando mi mamá preguntó quién había tocado, le dije que la vecina, la maestra María Elena, nos había llevado un presente. Mi mamá se secó las manos, dejó la toalla en la cocina y comenzó a hurgar en el interior del canastillo. “Ah -dijo- es el quinsanto”, y tomó un pedazo de calabaza en dulce de panela y lo comió hasta chuparse los dedos.
Ese fue el primer Día de Muertos que pasamos en Comitán a nuestro regreso. Desde entonces han pasado más de diez años y en cada uno de éstos, la maestra no ha dejado de enviarnos el quinsanto, rica tradición del pueblo.
Este año envío una cajita de madera llena de delicias culinarias (cada año advierto que envía más y esto lo disfrutamos mucho, como si fuésemos niños en la escuela a la hora del recreo).
Hace dos días pasé por su casa y, al verla en su patio central, me acerqué al portón y dije que le agradecía mucho el presente, en nombre de mi mamá, de mi Paty y del mío. Ella, con su sonrisa infinita de orquídea, dijo que sí, que era su gusto. Y yo insistí. Dije que ella siempre ha sido muy generosa con nosotros y pensé que un vecino bueno es una de las mayores bendiciones de la vida, lo contrario es un tormento.
Encarrerados en la plática le dije a nuestra vecina que era maravilloso que ella continuara con la tradición de compartir el quinsanto (los que saben dicen que kin significa fiesta, por lo que quinsanto es fiesta del santo), porque esa costumbre ya no es común. Entonces, contra lo que suponía, dijo que no sólo ella hacía eso, que en el barrio había más de veinte personas que continuaban con la tradición y que lo mismo sucede en muchos barrios comitecos. ¿De verdad?, pregunté. Ella, con su sonrisa de panela, confirmó que así era, que ella enviaba veinte platillos y recibía igual número de platos, porque la tradición exige que cuando alguien recibe un presente debe ser recíproco y hacer lo mismo. La quedé viendo y ella rio. Sí, pensé, entonces que ella envía veinte platos y recibe diecinueve, porque nosotros (¡qué pena!) en todos estos años hemos recibido el envío con gran gusto, pero jamás hemos regresado la atención. Si alguien me obligara a justificar nuestro comportamiento diría (con la pena) que no hacemos altar en casa, por lo mismo ¡no tenemos ofrendas para enviar a los vecinos!
Cuando le dije a la maestra que, entonces sólo los Molinari no mantenían la tradición, ella rio y asintió. Dijo que sí, que los Molinari eran los únicos que no le enviaban quinsanto. Quise abrazarla, pero me contuve. Pensé que sería un abrazo muy fuera de lugar. Sonreí. ¿Qué más me quedaba por hacer? Siempre que me siento como un bobo sonrío.
Nuestra vecina siempre es muy generosa. Es una buena vecina. A pesar de que nunca hemos correspondido a su gentileza, ella, cada año, prepara, con gran afecto, un platito con quinsanto para los Molinari.
No ponemos altar en casa. Me reconforta saber que mis vecinos sí lo hacen. Mis muertitos, después de pasar a la casa, deben entrar a las de los vecinos y tomar agua y comer una tableta de manía y echarse un buche de charrito. ¡Qué bueno es tener buenos vecinos!
Este año, la maestra María Elena nos envió un huacalito de madera con el siguiente mensaje: “¡Dame tu corazón y te daré vida eterna!”. Lo interpreté como una cita divina, lo interpreté como un abrazo con sonrisa de panela en dulce.
La maestra María Elena es una buena vecina. Tener buenos vecinos es una bendición infinita, eterna.