martes, 14 de febrero de 2017
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA, DONDE APARECE UN ÁRBOL A MITAD DE UNA CALLE
La presencia del árbol es insólita. Todos los demás elementos de la fotografía son comunes: una muchacha camina por la banqueta, cargando la bolsa del mandado; y dos personas, sentadas sobre un pretil, ven cómo pasa el tiempo sin prisa. Aunque Mariana dice que lo enigmático es lo que la muchacha lleva en la bolsa, y que el misterio está en lo que el par de personas hace. ¿Platican? ¿De qué platican? ¿Descansan? ¿De dónde venían? Mariana siempre ha insistido en que las historias maravillosas aparecen donde hay seres humanos. Ella dice que la presencia de este pedazo de árbol sobre la calle, si bien no es común, es algo intrascendente, ella dice que ese pedazo de tronco está ahí, porque los vecinos lo colocaron para evitar el paso de autos, ya que el barrio de San Sebastián celebraba al Niño Fundador y, se sabe, que en pueblos de países tercermundistas no se aplican protocolos profesionales. En nuestro Comitán, explicó Mariana, estos fueron los elementos que usaron los vecinos y las autoridades para desviar el tráfico.
Y esto fue lo que llamó mi atención: en Comitán (lugar prodigioso y surrealista) se utilizan pedazos de troncos y piedras como elementos restrictivos de vialidad.
Si algún automovilista no se detiene y daña la parte inferior de su auto, porque queda encima del tronco o de la piedra, ¿de quién es la culpa? ¡Del automovilista, por supuesto! Porque indica que es un tipo que ignora, de cabo a rabo, la tradición cultural de este pueblo mágico.
Imaginemos que hubiera un automovilista acostumbrado a las costumbres de primer mundo; imaginemos que, ante una desviación vial, espera encontrar letreros luminosos preventivos o restrictivos; imaginemos que conduce a mitad de la noche, que da vuelta y se topa con estos elementos; imaginemos que ya tuvo la experiencia de hallar bloqueos en las carreteras que lo condujeron a Comitán. Lo menos que puede pensar es que este pueblo es cuna de alguna organización social, cuyos integrantes, embozados, con palos y machetes, detienen el tráfico libre y exigen una cuota voluntaria de cien pesos para franquear el paso.
Y si escribo lo de cuota voluntaria es para que algún lector de primer mundo no vaya a creer que, como de hecho es, nuestra sociedad es una sociedad anárquica, muy lejana del estado de derecho.
Mariana insistió en que nuestro primitivismo no queda ahí, sino que ese pedazo de tronco tiene una explicación aberrante de su origen. Sucede que, como se aprecia, fue utilizada una motosierra para talar un hermoso árbol que estaba sembrado en la esquina. Después de tumbar el árbol, el talador, como si fuese un médico asesino, desmembró el árbol.
¿Con permiso de quién el talador derribó el árbol que daba sombra, proporcionaba oxígeno y era un sedante para la vista por el colorido de sus flores? Con permiso de nadie. Porque ya se dijo que en sociedades tercermundistas la ley que impera es la del abusivo y, ante tales comportamientos, la conciencia ecológica es un espíritu helado y frío.
Mariana dice que, sin duda, la muchacha no advierte este comportamiento erróneo, no lo advierte porque ella es comiteca y está acostumbrada a nuestros rituales y a nuestros modos de ser. Si alguien le preguntara, sin duda, ella diría que “Como es fiesta del niñito, no dejan pasar carros”, y agregaría que eso es bueno, porque la tradición es voz mayor y que, para celebrar en grande al pichito, las calles se llenas de tiendas armables, donde ofrecen nanches y jocotes curtidos o discos de la Trakalosa o películas de Eugenio Derbez. Las calles se tapan porque ahí colocan la rueda de caballitos, con tubos oxidados y figuras despintadas. Dirá que la tradición es importante para sostener la identidad de pueblo mágico.
Y Mariana lamentará el derribe del árbol y se apenará por el grado de educación vial al que nos hemos acostumbrado.
La foto muestra elementos muy sencillos: una pareja de hombre y mujer que descansan sentados en un pretil; una muchacha que camina con rumbo a su casa, después de hacer el mandado; un pedazo de tronco a mitad de la calle y dos piedras que impiden la libre circulación de vehículos. Como se ve son elementos comunes en pueblos tercermundistas.