sábado, 6 de octubre de 2018
CARTA A MARIANA, CON UN MENSAJE PRODIGIOSO
Querida Mariana: El lunes 24 de septiembre se realizó un acto solemne en la Sala de Cabildo, de la presidencia municipal. El ayuntamiento comiteco nombró Hijo Predilecto de Comitán a Mario Uvence.
Mario es un distinguido intelectual. La tarde que recibió el reconocimiento dijo: “Me siento muy honrado con esta distinción, siempre he tenido con Comitán una relación de magia, una relación de encuentros y también, a veces, una sensación de desencuentros, pero siempre prevalece mi amor por Comitán.“
Dijo lo que muchos comitecos piensan de este pueblo: A veces provoca enojo o tristeza ver cómo está Comitán, pero, por encima de todo, luego aparece el arco iris de afecto por esta tierra.
El acto fue significativo, porque sienta un precedente: Reconocer a los hijos de esta ciudad que se han significado por honrar a la tierra que los vio nacer. Si en tiempos de Armando Alfonzo Alfonzo y de Rosario Castellanos hubiese existido una iniciativa semejante, no dudo que habrían recibido una honra similar.
El mensaje que Mario expresó al recibir el nombramiento de Hijo Predilecto de Comitán se dividió en dos: una parte dictada por la razón y otra dictada por el corazón; una parte fue la lectura de un texto preparado y la otra parte fueron palabras improvisadas. Lo más emotivo, sin duda, fueron las palabras donde Mario abrió la ventana de su espíritu y escarbó en su memoria. Su mensaje inició, no podía ser de otra manera, aludiendo a la palabra: “Instrumento del diálogo y de la amistad”, y esto fue el aire que elevó el papalote de su emoción.
Todos los que estuvieron esa tarde en Sala de Cabildo, funcionarios del ayuntamiento, ciudadanos, amigos y familiares de Mario, fueron testigos (no podía ser de otra forma) de una pieza oratoria de excelencia. Mario dijo que quien cultiva la palabra, como cultiva el jardín, es un afortunado: “Como esa comiteca excepcional dueña de las palabras y de la memoria, la inolvidable e irremplazable Lolita Albores, la que tejió de palabras las casas, los patios, las calles de Comitán, creando un paisaje de entrañable presencia, paisaje que resuena en la madera de los portones, de los balcones, de las arcadas, paisaje que resuena en las teclas de las marimbas que esparcen al aire las notas que nos hacen recordar y soñar, recordar las fiestas, los cohetes, el papel de china, notas que saben a temperante”.
¿Qué tal, querida Mariana? ¿Cómo oís las palabras de Mario? Son precisas, bellas, ¿verdad? Mario siempre se ha caracterizado por el buen decir, es un artesano de la palabra, la ha consentido desde su infancia. Hay personas (Mario es de ellas) que emplean la palabra como si ésta fuese siempre un trapito para limpiar el corazón.
Debo decir que (normal) el reconocimiento a Mario fue recibido con agrado por muchos comitecos, pero otros no estuvieron de acuerdo. Lo sabemos, nadie es monedita de oro. Si a mí me preguntan digo lo que ya dije: Mario es un intelectual destacado; y si me preguntan qué ha hecho Mario por Comitán acudo a dos hechos relevantes, sólo como mero ejemplo: La creación del Concurso Nacional de Oratoria y la publicación del periódico LANCE. Los comitecos nos beneficiamos con ambas iniciativas. Es memorable recordar cómo el auditorio de la Casa de la Cultura y del Teatro de la Ciudad se llenaban hasta el tope con cientos de comitecos que escuchaban, absortos, encantados, la palabra flama de oradores de todo el país; de igual manera, el periódico LANCE fue un detonante de la imaginación y de la inteligencia para cientos de lectores comitecos que conocieron el mensaje de escritores soberbios. Los dos actos que menciono tuvieron la marca que siempre ha distinguido a Mario: la excelencia.
Mario, hay que decirlo, es un bien hecho, le gusta que todas las empresas que emprende estén bien hechas.
Los que saben nos han explicado que mucho de lo que somos de grandes lo modelamos en la primera edad. Mario no es la excepción. Uno de los momentos más emotivos de su mensaje fue cuando recordó a su mamá. Te paso copia de lo que dijo: “Recordar… (Acá Mario hizo una larga pausa. La pausa no fue para buscar la palabra exacta, no fue producto de titubeo porque Mario hila las palabras con la proeza con que la artesana borda un huipil; la pausa fue porque la cuerda de la emoción se le enredó no sólo en la garganta sino en todo el espíritu a la hora del recuerdo) ¡a mi madre!, la mujer que me formó, la mujer que me dio los valores fundamentales de la vida, la disciplina, la responsabilidad, la integridad, la honradez, el compromiso, el servicio, la capacidad de asombro y el tratar de vivir la vida sin deberle nada a la vida misma. Mi infancia está llena de recuerdos, siempre con las caricias de mi madre.”
Pero no sólo recordó a su mamá, también recordó a otra mujer, una mujer que muchos comitecos también le darían un especial reconocimiento por su labor esmerada a favor de la educación de cientos de niños, que, como Mario, también abrevaron savia de su noble corazón: La madre Dolores de la Barreda Guevara, la querida madre Sara. Te pido que escuchés con atención lo que Mario dijo: “Me eduqué en el Colegio Mariano Nicolás Ruiz y tengo los más bellos y gratos recuerdos de ello, especialmente de la madre Sara, esa bendita hermana no sólo me enseñó a leer en público, no sólo me hizo sufrir, siendo niño, hasta el cansancio para que yo repitiera una y otra vez la prosa de un libro o las líneas de El Pelícano, en la fiesta del sacerdote del barrio. Esa mujer me abrió las primeras aspiraciones de la sensibilidad artística, cuando nos enseñó la letra gótica, cuando nos enseñó a hacer pájaros con arte plumario y teñir las plumas para lograr un excelente regalo que le dábamos a nuestra madre un 10 de mayo; esa mujer me enseñó a declamar los primeros poemas, hizo que me aprendiera, de niño, ¡más de noventa poemas!, que ahora, porque así es la memoria en la vida, vuelvo a recordar cuando ya los había olvidado hace muchísimo tiempo. Y con ella vienen a mi recuerdo el maestro Artemio Torres, la maestra Lucha, el maestro Álvarez, hermano del padre Eugenio, y de otros. Fue, sin lugar a dudas, lo que más marcó mi destino y lo que más marcó mi vida y con ello también conocí a mis primeros amigos, muchos de ellos aquí presentes. Empecé a sentir lo que era coleccionar buenos amigos y eso es algo que, también, como decía el maestro José Muñoz Cota, se lleva en la alcancía del corazón. Así que esos fueron mis años en Comitán, hasta que en el segundo año de secundaria, la necesidad, los hermanos que se habían ido, y la necesidad de mejorar y sobrevivir nos hicieron emigrar a la Ciudad de México.”
Esa tarde, Mario, con sus palabras, reconoció que Comitán y algunos comitecos sembraron lo que se ha convertido en un gran árbol. Por ahí, en los cielos de Comitán, Mario, igual que Rosario Castellanos, bebió la raíz de la palabra, palabra que Rosario usó para escribir sus libros y Mario emplea para formar esculturas de palabras al aire.
Mario, así lo dijo, es subastador internacional de arte y uno de los anticuarios más reconocidos de México. Contó lo siguiente, que queda para el anecdotario histórico de nuestro pueblo: “El primer San Caralampio que se conoció en Comitán está en ese museo (el museo que está en el Parador Santa María. Hacienda que rescató), y que cuando lo adquirí descubrí en el reverso del cuadro una leyenda que me llenó de emoción, una leyenda con letra a tinta, con letra antigua que dice: “Imagen comprada a una compañía de la Grecia, por don Flavio Guillén”, y entonces se confirma lo que siempre hemos sabido que nuestro queridísimo San Caralampio viene de la iglesia ortodoxa de Oriente y que aquí se desarrolló ese culto hasta la fecha.”
Casi a punto de terminar su mensaje, las campanas del templo de Santo Domingo comenzaron a sonar. Era un repique a misa, pero también era como el aleteo infinito con que Comitán saluda a todos sus hijos. Minutos después no serían las campanas sino los aplausos de la audiencia los que sellarían el acto, el pacto de un comiteco con su pueblo.
Posdata: ¿Recordás la anécdota de la rueda de la fortuna que Rosario Castellanos describe en “Balún-Canán”? Es una imagen que permanece en la memoria de miles de lectores. Ahora, al imaginario colectivo se agrega la anécdota chusca y penosa que le sucedió a Mario y que contó así: “Me subieron a la rueda de la fortuna y abajo, en el carrito de abajo, estaban dos muchachas, trabajadoras domésticas con unos cabellos larguísimos, preciosas, y yo tenía una vomitadera. Yo observaba a esas pobres mujeres que me veían con un odio tremendo.”
Ahora, esas muchachas, ya mayores, podrían, tal vez, perdonar a Mario y decir que un día un niño las vomitó sin querer, un niño que, nunca lo imaginaron, sería nombrado muchos años después ¡hijo predilecto de Comitán!
Mario concluyó diciendo: “Sin Comitán nunca habría conseguido la felicidad que he construido.”
Por eso, ahora, todos decimos ¡Que viva Comitán!