jueves, 18 de octubre de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SE ESBOZA UN MANUAL PARA MANUEL




Querida Mariana: Manuel es mi sobrino. En casa le dicen Manú. Bueno, no todos. Elena le dice Mané. A mí me gusta más este último nombre. Bueno, no sólo le dicen Manú o Mané, Juan le dice Man y cuando lo dice lo pronuncia como si lo pronunciara en inglés.
Manuel es mi sobrino y es comiteco. Cuando en la calle o en el billar o en la oficina alguno de sus amigos le dice Manuel él se comporta como lo que es: un comiteco, de La Pila. Pero cuando la tía Eulogia le sirve una taza de té en el corredor de la casa, en tardes de lluvia, y le dice Manú, él cambia de personalidad, deja de ser el sencillo comiteco de La Pila y adopta una mirada casi bíblica. Yo sé que él piensa que Manú suena como Maná, por eso camina como si fuera primo hermano de Moisés, como si calzara sandalias y caminara sobre la arena del desierto. Lo mismo sucede cuando Elena lo invita a montar bicicleta para hacer el recorrido de Yalchivol a Yocnabaj. Manuel deja de ser tal y se convierte en Mané y en lugar de ser un simple bicicletero se convierte en un ciclista de competencia, como si en lugar de pedalear por los campos de La tapadera lo hiciera en un camino de la campiña francesa, en el Tour. ¡Ah!, pero la transformación más impresionante ocurre cuando alguien le dice Man. A mí me tocó verlo el otro día caminar por la bajada de San Sebastián. Yo estaba parado en el quicio de Creaciones Águeda, miraba a todos los que subían y bajaban, a los camiones urbanos que echaban su polvareda de humo y a los muchachos que salían de la escuela, cuando lo vi. Caminaba como el sencillo comiteco pileño que es, caminaba distraído, miraba hacia la calle y luego las fachadas, cuando, desde un carro, vi que alguien sacó la mano, saludó y dijo: “Adiós, Man”. Manuel, entonces, se transformó. Fue una transformación inmediata y total. Manuel no levantó la mano para responder al saludo. Lo que hizo fue levantar la cara y recibir el rayo transformador. Su cara se iluminó y caminó como si, en lugar de hacerlo en una simple banqueta comiteca resbalosa, llena de huecos y de lajas, lo hiciera en una calle del Londres neblinoso. ¡Sí!, por quién sabe qué recóndita señal, Manuel (Man) se piensa (digo yo) un gentleman. Él no piensa en Súper cuando escucha Man, ¡no!, él cree que camina en algún salón del Palacio de Buckingham, que se dirige a algún salón donde la Reina lo espera para tomar el té. Desde la puerta donde estaba parado casi vi que su vestimenta se transformaba, en lugar de la gorra de los Lakers llevaba un bombín y su pantalón de mezclilla y la camiseta con un logotipo bordado en el pecho se convirtieron en un frac de tela inglesa (por supuesto). Si no hubiera sido por un leve titubeo al meter el pie sobre un hueco, se diría que era el hombre más serio y formal de todo Comitán. A la hora que estuvo a punto de resbalar casi escuché un ¡Puta madre!, que acabó con toda su flema inglesa y con la corrección en su andar. Se sostuvo en la pared y vi en su cara que trató de recuperar la figura de Gentleman, pero el hechizo ya lo había abandonado. Me vio, alzó la mano y gritó: “Buenas, tío”. Yo alcé la mano, sonreí y le respondí: “¿Cómo estás, Manuel?”. Como él sabía que yo había presenciado todo el montaje de transformación, titubeó en su respuesta y se despidió. Lo vi caminar en forma perpleja. Su altivo rostro bajó para ver en dónde colocaba el pie. Yo pensé que los pasillos del palacio de Buckingham no tienen los huecos que sí tienen las banquetas del pueblo. Hasta ahí llegó su transformación, misma que recibió la nota de gracia a la hora que le dije su nombre verdadero.
¿Por qué titulé Manual para Manuel esta Arenilla? Porque recordé que una tarde de lluvia, hace muchos años, Manuel (que en ese tiempo era Manuelito) se paró junto a mí en el balcón y mientras veíamos correr a las personas en la calle, cubriéndose con plásticos o debajo de paraguas, me dijo que como yo era escritor debía escribirle un Manual para Manuel (no sé de dónde había obtenido el título). Le pregunté: ¿Un manual de qué?, y él, con una mirada que ya comenzaba a tomar tintes diferentes, dijo que no importaba de qué, que él quería un Manual para Manuel de lo que fuera. Yo sonreí, dije que sí, que cualquier tarde lo haría, pero lo olvidé y ahora, casi veinte años después recordé mi ofrecimiento. Lo recordé la tarde que lo vi transformarse. Cuando perdí su figura, porque ya estaba llegando al parque de San Sebastián, pensé que cualquier tarde de éstas redactaré el manual.
Posdata: Estoy entre redactar un manual para un sencillo pileño o un manual para un confundido comiteco que se cree gentleman. De cualquier manera, pienso que contendrá algún punto en que yo manifieste mi admiración por el hecho de que alguien se transforme de manera tan radical con la simple modificación de un nombre.
¿A vos te ha tocado ver un fenómeno similar? ¿Qué sucede cuando tu abuelo Enrique elimina el María de tu nombre y te dice Nita? ¿Te volvés otra por un momento? ¿En qué te convertís? ¿Nita, princesa del universo?