lunes, 14 de julio de 2025
CARTA A MARIANA, CON EL CINE COMITÁN
Querida Mariana: me robé la foto del Facebook. Es una ceremonia de graduación, efectuada en el Cine Comitán.
A veces, en la sala cinematográfica no proyectaban películas, el escenario servía para actos cívicos y políticos.
El Cine Comitán servía para ceremonias de graduación. Ya te conté que mi graduación de secundaria fue ahí (ese día actuamos en una obra de teatro, dirigida por la gran Leonor Pulido, que era amiga del padre Carlos. ¿Viste lo que escribí? Actué en una obra de teatro, una comedia de enredos. Nadita, actué en el escenario del Cine Comitán).
Cuando vi esta fotografía que te comparto muchos recuerdos llegaron a mi mente. En primer lugar, las butacas. Siempre las recordé de ese color rojo quemado. Como se ve en la foto algunas tenían completos los descansabrazos y otras ya no los tenían. Ah, qué martirio poner tus brazos donde ya no había la correspondiente madera sino el ortigoso metal.
Muchos habitantes de Comitán recuerdan este cine (que estaba frente a la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez, actualmente hay una tienda de ropa). Lo recuerdan porque asistieron a una función de cine (la mayoría de cintas eran mexicanas, en el Cine Montebello proyectaban las norteamericanas) o porque acudieron a un acto cívico, una función de box o de lucha, o a una ceremonia de graduación, donde recibieron el documento de terminación de un ciclo escolar.
Yo, ya lo dije, fui también actor. Quienes actuamos en la obra nos sentimos por un ratito grandes actores y actrices: Rosa Elena Pulido fue como María Félix; Verónica Guillén fue Angélica María; Quique Robles: Jorge Rivero; y yo algo así como Viruta o como Capulina. Estoy hablando de 1971. El año de la foto que te comparto es posterior, pero la sala es la misma, con sus mismas butacas rojas.
En segundo lugar recordé la amplitud de la sala. ¿Cuántas butacas tenía el Cine Comitán? No lo sé, pero era un espacio grande (si entrás a la tienda de ropa ahora verás que tiene dos niveles, el nivel inferior corresponde a lo que era la sala, es un espacio generoso, muy generoso). Como advertirás, en la foto se alcanza a distinguir que tiene un cierto desnivel, lo que permitía que las butacas tuvieran la pendiente para que el de adelante no tapara la visibilidad del de atrás (en arquitectura aplican el término isóptica). La sala tenía tres pasillos, dos laterales y uno central (acá podés ver a dos personas que caminan por el pasillo central). El pasillo central cumplía una función esencial en las graduaciones y demás actos, porque por ahí pasaban los personajes importantes, así fuera Irma Serrano que cantaría o algún luchador o un político o una chica estudiante que recibiría su certificado. En los años sesenta el cine era una gran diversión para el pueblo, así que en domingos o funciones estelares, la sala se llenaba, tanto que en los corredores laterales quedaba gente parada. La sala carecía de una ventilación adecuada (¿aire acondicionado? Ah, pues, estamos chupando tranquilos); por eso, en las funciones vespertinas, los empleados esperaban que se hiciera la noche, para abrir unas ventilas que estaban en la pared de este lado (los vestigios de dichas ventilas aún pueden verse desde el estacionamiento del Hotel Internacional).
Los niños de los sesenta asistían a las funciones de la matiné y al salir iban a sus casas y en los sitios se convertían en Tarzán o en Santo o en Hopalong Cassidy. No sé si las chicas también jugaban a ser Rocío Dúrcal o Meche Carreño. No lo sé. Mis amigos sí imitaban lo que veían en la pantalla, tal vez soñaban con ser algo de lo que ahí veían, tal vez soñaban con ser actores y vivir aventuras extraordinarias. Te he contado que mi compañera de secundaria, Lety Pinto, sí soñaba con ser actriz y lo logró; tal vez los amigos de Javier Esponda pueden decir que éste soñó con ser actor y un día lo vieron en la pantalla grande. Lety fue una muchacha muy bella y Javiercito fue uno de los niños más bellos de nuestro pueblo. Si un día tenés oportunidad mirá la película “El jardín de Tía Isabel” y verás el rostro niño, hermoso, del Javiercito.
¿Cuántas personas cabían en el Cine Comitán? Perdí mi tiempo un rato haciendo cuentas medio mafufas. Miré que cada fila, más o menos, tenía quince butacas. ¿Cuántas filas había? Entre veinte y treinta, digo yo. Le pongamos las treinta, por quince, dan cuatrocientos cincuenta, por dos, hace un total de novecientos espectadores. Yo digo que sí. ¿Mirás qué espacio tan generoso?
Posdata: a veces pienso que nadie escuchó nuestros parlamentos, salvo el padre Carlos que estaba sentado en primera fila. No teníamos micrófonos, hablábamos casi gritando, pero la física tiene leyes inmutables, así que nuestras voces no llegaban más allá de dos o tres metros, como si fuera el virus de COVID se caían apenas salían de nuestras bocas. Por eso nadie de nosotros alcanzó la fama de la actuación.
¡Tzatz Comitán!