lunes, 7 de julio de 2025
HORMIGAS EN LA RECÁMARA
La tía Juvencia lo dijo en broma, se reía cubriéndose la boca; no lo dijo seria, como exigía la ocasión. Amonestó: “niño, no dejés basura en el cuarto, vendrán las hormigas y, en la noche, treparán en la cama y comerán a tu abuelita”, digo que lo dicho debió decirlo en tono formal, casi amenazador, sentencioso, para que el niño, que no era otro que mi primo Jaime, le hiciera caso, porque como la tía lo dijo en plan de juego, el Jaime también se pitorreó cuando ella se fue, y dejó el bagazo de la mandarina que comíamos atrás del cesto donde la abuela botaba los papeles llenos de mocos.
En la noche, no sé el porqué, a la hora de tomar el libro de cuentos para llamar el sueño, me quedé con los ojos abiertos, viendo hacia el techo y, en mi imaginación, sólo en mi imaginación, vi un caminito que se movía, como si fuera un tren infinito. ¡Las hormigas!, pensé. Me senté sobre la cama, luego lo hice en el borde, busqué, con los pies, las pantunflas, me puse una chamarra y salí al corredor. En el cuarto de Jaime había luz, así lo advertí en la franja de luz de la parte inferior de la puerta, moví la llave y entré. Jaime leía, el libro lo detenía en el atril que formaban sus piernas dobladas. Me vio, bajó las piernas y, sin preguntarme algo, palmeó sobre el colchón, indicando que me sentará a su lado, vi que, en medio de sus piernas, había un volcancito, supe que estaba leyendo los cuentos eróticos (casi pornográficos que le habíamos robado al tío Amador, que hacía honor a su nombre). Jaime me dijo que el libro estaba muy bueno y se agarró la entrepierna. Le dije el motivo de mi visita. “No, güey, ¡cómo podés creer!” Le dije que tal vez no era tan dramático como lo había dicho la tía, por eso lo había dicho riéndose, pero de que el bagazo convocaría a las hormigas, ¡las convocaría! Y terminé diciéndole que si las hormigas no se comían a la abuela, a él le pondrían una tunda de Dios padre. ¿Me madrearán?, preguntó con una inocencia que no le cuadraba. No sólo te madrearán, le dije, no te darán permiso de ir a la matiné, ni te darán paga. Acabó la salida del domingo. Se sentó en la orilla de la cama, se puso los zapatos y se enrolló una toalla al cuello. Fuimos al baño por una cubeta, la pusimos debajo del grifo, la llenamos y yo la cargué. Nosotros, a diferencia de la tía, tomamos en serio la misión, los dos empijamados íbamos a una misión importante. Pensé que convencí a Jaime con la mención del posible castigo, no ir a la matiné era lo peor que podía pasarnos. Pero el calenturiento se convenció que su maldad se le podría revertir, así que, llegamos al cuarto, empujamos la puerta que lanzó un quejido y hallamos a la abuela, con una vela prendida, sentada en la cama, en la misma posición que tenía mi primo, la vela la tenía pegada a la pared, al lado de la cabecera. Cuando ella nos vio dio gracias a Dios. Ya no dijo más, vio la cubeta de agua y sólo mostró, con la vela, el camino de hormigas diminutas que iban hacia el basurero. Jaime cogió agua con su mano y la repasó sobre la pared, se agachó y deshizo el camino, me pidió que prendiera la luz del buró, lo hice y le pedí a la abuela el cabo de vela, soplé y apagué.
Posdata: la mera verdad es que regresamos a leer el cuento, dejamos bien acostadita a la abuela, Jaime dijo que al otro día moveríamos la cama, porque el nido estaba atrás de la cabecera y salieron cuando olieron la comida, bien que lo sabía la tía, dijo. Le pedimos a la abuela que nada dijera. Nos metimos debajo de las colchas, comenzamos a leer, el cuento estaba bueno, ya nos estábamos calentando, cuando se abrió la puerta, asomó la tía con un cinturón en la mano y dijo que volviera a mi cuarto, “cabrón, ya les he dicho que no deben dormir juntos, por eso cada uno tiene su cuarto”, salí corriendo, dejé una pantufla. Todavía oí que dijo: “mañana hablaremos”. Lo dijo seria, con voz de piedra. Al final nos perdonó y el domingo fuimos a la matiné. La abuela cumplió su palabra, nada dijo. Movimos su cama y nada hallamos. El bobo de mi primo, en broma, dijo que deberíamos dejar otro bagazo para ver de dónde salían. Yo seguí pensando que evité una tragedia, no lo de las hormigas, sino lo de la vela, la abuela pudo morir quemada. A la tía le dije que le quitara los cerillos y las velas a la abuela. Así lo hizo, sin preguntarme por qué le sugería eso.