jueves, 25 de mayo de 2017

LA FUENTES EN COMITÁN




En Comitán basta decir Rosario para saber a quién nombramos. A veces agregamos el apellido paterno: Castellanos. Muy pocas veces se suma el apellido materno: Figueroa. Nada tiene que ver con actitudes machistas, donde la luz materna se trata de ocultar detrás de la carga del padre. ¿De veras es así? ¿No será que a la hora de decir Rosario Castellanos contribuimos, inconscientemente, a privilegiar el apellido de abolengo y menospreciamos el Figueroa que no tenía tanto lustre? ¿No será que abonamos al régimen patriarcal?
Yolanda Gómez Fuentes (Premio Estatal de Poesía) escribió un libro que se llama “En el sur la marca de su mano. Los albores poéticos de Rosario Castellanos en la prensa de Chiapas”. A Yolanda la nombramos con sus dos apellidos, un poco como nombraban (muchísimos) a Gabriel García Márquez. Nadie dijo Gabriel García. El destino tiene rutas que son indescifrables. A García Márquez debía nombrársele con los dos apellidos. Cualquiera dirá que es porque el García es muy común, por lo que era necesario aliar la conjunción que hizo famoso el nombre del famoso personaje. Pero, ¿y si alguien dice que fue porque la sangre materna fue esencial en la vida y obra del escritor? La abuela Tranquilina fue un personaje importantísimo en la gestación de su obra. Ella fue la sembradora de lo que se convirtió en un enormísimo árbol. ¿Y si decimos que algo semejante ocurre en el caso de Yolanda? En Chiapas no podemos nombrarla Yolanda, porque en el estado hay más mujeres que comparten el oficio. Tenemos que nombrarla como Yolanda Gómez Fuentes. ¿Y si dijéramos la Fuentes? ¿Como si dijéramos el surtidor de palabras? ¿Y si con ello reafirmáramos la importancia del tronco materno en la erección del nuevo tejido social?
La Fuentes estuvo en Comitán para presentar su libro. Se paró al lado de un vinil que mostraba el rostro de Rosario. Ese instante fue prodigioso, casi casi como si ella tratara de aguzar el oído para escuchar el rumor del viento que, como pájaro, estaba trepado en la rama más alta. El retrato de Rosario era copia de una ilustración realizada por el famoso caricaturista Carreño. Carreño era originario del estado de Puebla. Por eso no había necesidad de decir su nombre ni de agregarle el apellido materno. En el mundo de la caricatura mexicana basta decir Carreño para saber que el patriarcado está presente con rotundez.
En Comitán, cuando apareció la novela de la Castellanos: “Balún-Canán”, muchos de sus paisanos, amigos de la familia de abolengo, hacendados de prosapia, se molestaron con la escritora: ¿Cómo era posible que, de refilón, criticara la férrea estructura de la institución hacendaria? ¿Derechos para los indios? ¿Qué se creía esta muchachita? ¿Acaso no entendía que era una Castellanos, par de los Rovelo, de los Domínguez?
Nunca nadie se atrevió a preguntarle a Rosario si estaba contenta con su apellido paterno. ¿Le gustaba que en Chiapas -así lo menciona la Fuentes en su libro- la nombraran como “la señorita Castellanos”? ¿Qué pensaba en lo íntimo acerca de que la trascendencia mundial de su nombre se hubiese visto recortado a un sencillo Rosario Castellanos? Cuando en Comitán se inauguró la biblioteca regional que lleva su nombre, Gonzalo Ruiz Albores, quien era el presidente municipal en ese momento, insistió en que la biblioteca llevara el nombre y los dos apellidos. Gonzalo sabía la trascendencia de que, en una sociedad eminentemente machista y discriminadora, apareciera el apellido de la madre. Por eso, a Yolanda la nombramos con sus dos apellidos y nos bañamos con agua fresca en las fuentes de su amor por la palabra.