lunes, 29 de mayo de 2017

DÍA DE FUMIGACIÓN




Pau y yo fuimos al parque central de Comitán. Era sábado por la tarde. Una tarde espléndida, con cara de colibrí. A ella le gusta comer esquites. Bajábamos las gradas cuando me detuvo. ¡Cuidado, tío, no podemos entrar! ¿Por qué? ¿No ves?, ¡está cerrado por fumigación!
Cuando Pau dijo lo que dijo yo sonreí. Sin duda que ese cartelón había estado colocado en otro espacio. Si hubieran fumigado el parque central habrían colocado una cinta de protección alrededor de todo el parque. Aunque, la verdad, nunca he visto (en mis sesenta años de vida) que fumiguen el parque.
Me gustó cuando Pau me detuvo y dijo que no podíamos entrar. Me encantó, porque aun cuando el parque no tiene puertas, está bien definido su espacio. Basta salir del Pasaje Morales para entrar al parque; basta bajar las gradas que están al lado de la calle donde está la “Esquina de Belisario” para entrar; basta subir las gradas que están frente a la “Farmacia del Ahorro” para entrar al parque; basta salir del templo de Santo Domingo, cruzar la calle, para entrar. Sí, uno entra y sale, aun cuando todo pareciera una continuidad.
Nunca he sabido que fumiguen el parque. ¿No lo necesitará? Juan dice que sí. Juan dice que una tarde estaba muy contento, sentado en una banca, vigilaba que su niña (de tres o cuatro años) no fuera más allá de los límites del parque, que no saliera. Su hijita corría por el pasillo donde están los boleros, donde venden revistas y periódicos, donde está el árbol de chío, donde está el busto de Rosario Castellanos. La tarde, igual que la nuestra, era como un cristal líquido. La hijita de Juan levantaba los brazos y los movía como si fuera un pájaro. Juan le recomendaba, una y otra vez, que no fuera más allá y su hija, obediente, corría sin salirse del ángulo visual del papá. Todo era armonioso. Pero (dicen que nunca falta un pero), Juan sonreía, cuando su cara se transformó, porque al lado de donde estaba sentado apareció un ratón que, igual que su hijita, corrió de un lado a otro, buscando esconderse detrás de un arbusto. En el parque central de Comitán había ratones. Pensó que era necesario que fumigaran. ¿Fumigan los parques públicos? ¡Sí, claro! A veces, las autoridades detectan plagas y fumigan. En el ya inexistente Cine Comitán había ratones que corrían por en medio de las butacas en plena función. Los espectadores subían los pies cuando sentían a los animalitos correr por sus pies (de vez en vez se escuchaba un gritito -casi como de rata- de alguna mujer espantada). El remedio en el cine era un par de hermosos gatos. Éstos mantenían controlada a la comunidad de ratones.
Juan dice (vaya usted a saber por qué lo dice) que no sólo ratoncitos hay en el parque. Dice que, a veces, ha visto caminar ratas por ahí. Dice que no lo advertimos bien, pero hay plagas.
Juan dice que una vez vio una plaga de dinosaurios que se apoderaron del espacio público; dice que, a veces, ve una serie de vallas que impiden circular libremente por el espacio (de manera temporal, pero fastidiosa); dice que hay unos bichos que se autodenominan “organizaciones”, que andan de un lado para otro, como si el espacio público fuera de ellos. Eso es lo que dice Juan, por eso insiste en que sería bueno una fumigada, de vez en vez.
Cuando señalé que había personas en el parque, Pau dio un brinco (salvando dos escalones) y dijo: Entonces, entremos, y corrió por el frente del palacio municipal y luego bajó los escalones hasta llegar a la fuente y luego cruzó la calle y llegó al puesto de esquites y pidió dos grandes, uno para ella y otro para mí.
Mientras cruzamos el parque miré con atención, pero, gracias a Dios, todo estaba limpio, tranquilo, armonioso. La tarde era plena, sin plagas. Pensé que así debía estar siempre.