lunes, 5 de agosto de 2024

CARTA A MARIANA, CON UN DICHO

Querida Mariana: en los juegos infantiles usábamos la frase: “el que a hierro mata a hierro muere”, lo habíamos copiado de las películas de vaqueros que veíamos en el Cine Comitán, donde el muchacho bueno atrapaba al malo, lo amagaba con tremendo pistolón y, antes de soltarle un balazo en el pecho, le decía la frase. Esta frase estaba copiada de la cita bíblica que dice: “con la vara que midas serás medido”. Jordán decía que eso era una bobera, que no siempre se cumple, decía que él tuvo un amigo jotito (gay) que tenía el pene pequeño y que la vara con que era medido no era del tamaño con la que él medía. Bobo, el Jordán. En los años infantiles andábamos en busca de las frases “matadoras”, imitábamos todo lo que ocurría en el cine. Y también en la juventud, recuerdo una película que vimos con la palomilla en el Cine Montebello, donde actuaba Sandro, de América, el famoso cantante que vestía pantalones de cuero negro, en esa cinta Sandro se despidió de la chica llevándose el dedo índice de la mano derecha a los labios y enviándolo hacia ella. Ah, pucha, toda la chaviza salió del cine imitando ese beso que no obligaba a abrir los labios, era nada más acercar el dedo y luego enviar el beso. Muchos amigos recuerdan que salían del cine directamente al sitio de la casa, para imitar lo que Tarzán había hecho en la pantalla, de inmediato trepaban a los árboles de jocote o de aguacate y se descolgaban de lazos imitando lianas. Los que saben dicen que en el Comitán de los años sesenta no había más entretenimiento que ir al cine, aún no había llegado la televisión. En las funciones del día domingo, las dos salas de cine se llenaban, se hacían grandes filas para comprar boleto y en ocasiones el cine cerraba porque ya no cabía un alma más, todas las butacas estaban ocupadas y en los pasillos laterales muchas personas se aventaban de pie las dos películas de rigor. El calor era infernal, porque lo único que permitía un poco de aire eran unos ventanales que abrían cuando ya no había luz natural. Nunca nadie imaginó qué podía pasar en caso de un incendio o de un temblor. Ahora que lo pienso cierro los ojos y una escena dantesca aparece, porque las puertas de emergencia siempre estaban cerradas con inmenso candado. Doy gracias a Dios por haber vivido mi infancia en una época que en Comitán no había más entretenimiento. Eso fue una bendición para mi vida, porque conocí y amé el cine. A medida que conocí el cine se convirtió en mi pan de todos los días. Si una buena parte de la población iba porque no había más qué hacer, yo iba porque sentía que ese mundo irreal era mucho más intenso y vivificante que el de todos los días. Cuando me topé con la frase del gran cinéfilo Emilio García Riera: “el cine es mejor que la vida”, sólo corroboré lo que había pensado desde siempre. Gracias a Dios nunca me tocó un incendio o un temblor, ni un suceso de consecuencias lamentables, siempre salí indemne de las salas cinematográficas, cosa que no sucedía en la realidad, la pinche realidad, mientras permanecía en casa todo era maravilloso, los sirvientes cumplían mis deseos y mi papá y mi mamá me amaban sin medida, me cuidaban y protegían, pero la realidad exigía salir e ir a la escuela y ahí aparecían los cabrones abusivos, ahí se jodía la cosa, las maldades que aparecían en la pantalla y nos divertían a todos, tomaban cuerpo y me fastidiaban la vida, la hermosa vida. Supe que hay personas que traen la maldad en sus genes y para sobrevivir se manifiestan en sus peores versiones. El malvado más malvado del cine se quedaba cortito ante el tipejo que me amenazaba que si no le daba mi gasto me golpearía. Yo temeroso, metía la mano en la bolsa del pantalón y sacaba la moneda de veinte centavos que mi papá me había dado para la hora de recreo, a esa hora me quedaba ya no con una sino con las manos dentro del pantalón viendo, desde lejos, cómo el hijo de la chingada tomaba “mi” coca y “mis” galletas saladitas. Soy un viejo de sesenta y siete y sigo prefiriendo el cine a la vida, sé que lo dicho es un absurdo, pero me gustaría ser un poco como vos, dedicar la mayor parte de mi tiempo a ver películas. Vos has elegido una hermosísima profesión. En alguna ocasión, en mi juventud, pensé que me encantaría dedicarme a la crítica de cine, escribir en revistas de prestigio y asistir a todos los festivales de cine del mundo. Ahora dedico mis tardes a ver cine en el celular. Si me invitan a ir a actos culturales me disculpo, porque, ya lo dije, como García Riera sigo pensando que el cine es mejor que la vida. Posdata: “puedes portarte como un hombre”, es una frase de El Padrino. Nunca la he empleado. Es una bobera. Los hijos de la chingada que joden al prójimo deberían portarse como seres humanos, o, cuando menos, los deberían medir con la misma vara que miden, pero multiplicado a la enésima potencia. La vida debería ser como en el cine, pero por estos mierdas no sucede así. ¡Tzatz Comitán!