martes, 28 de marzo de 2017



CARTA A MARIANA, DONDE SE VE UNA FOTOGRAFÍA CON CIELO LLENO DE HOJAS VERDES

Querida Mariana: ¿Qué significa una reunión de diez o más arquitectos? ¿Un congreso? ¿Una conferencia acerca de la obra de Niemeyer? ¿Una visita a la Torre Mayor?
La foto que te anexo, como indica la inscripción, corresponde a un grupo de arquitectos, de la generación 78-82, de la Universidad del Valle de México, Campus San Rafael. Todos ellos se reunieron, 35 años después de egresar de la escuela de arquitectura.
¿Por qué comparto esta foto contigo? Porque ellos son parte de mi vida. ¿Mirás lo que digo? ¡Parte de mi vida! Yo pertenecí a esa generación, todos ellos fueron mis compañeros de aula. Yo (inconstante en ese tiempo) no concluí la carrera. Estuve apenas dos años, la mitad de la carrera. Algún demonio de juventud sentenció: “¡Serás arquitecto, pero de tu propio destino!”, y así abandoné la universidad y regresé a Comitán. Ahora que escribí: “Abandoné la universidad”, titubeé, creo que debí escribir: “Me abandoné”. Porque me quedé sin los salones con asientos de metal, donde, alguno de nosotros (de los que están en la foto o yo) colocaba papel debajo y lo quemaba para que cuando se sentara equis o ye pegara el brinco, porque el asiento estaba caliente, casi hirviendo; me quedé sin las empanadas de cazón que la tía de un compañero de Tabasco nos preparaba a la hora que íbamos a su departamento y, mientras cortábamos el papel ilustración, para hacer una maqueta, tomábamos una caguama; me quedé sin la compañía de uno de ellos y los discos de Roberto Carlos que ponía una y otra vez en el departamento de Xola. Me quedé sin ir al taller donde uno de ellos nos llevaba para que viéramos los planos que su tío, el famoso arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, había hecho para la construcción de la Basílica de Guadalupe; me quedé sin esos guisos soberbios con plátano verde que preparaba una de ellas (colombiana), quien siempre que estábamos cerca me decía que yo olía muy rico, era porque siempre comía pastillas de menta. Me quedé sin las escapadas que a veces hacíamos para ir al cine a ver a Marcello Mastroiamni y a la hermosísima Nastassia Kinski, donde él interpreta a un arquitecto ya madurón y ella (casi interpretándose a sí misma) a una bellísima joven que se enamora de él, sin saber que, según parece, él puede ser su padre biológico, por lo que si se acuestan cometerán un acto incestuoso. Me quedé sin las madrugadas en que, en el departamento del pachuqueño, nos quedábamos dormidos, porque la jornada había sido intensa y, a duras penas, lográbamos llegar a la universidad cargando la maqueta que habíamos trabajado durante noches y noches infinitas. Me quedé sin la presencia de los maestros chilenos que salieron de su país después del golpe militar y que fueron recibidos en México y que aportaron su conocimiento en nuestra universidad. Me quedé sin mi placa de judicial que, de mentiritas, me había dado uno de ellos, para que, cuando entráramos a las fiestas en zonas deprimidas de la Ciudad de México, yo me pavoneara y me presentara como judicial. Yo, interpretando el papel de judicial, ¿podés creerlo?
Sí, ahora que vi la foto de esos hombres y mujeres que fueron parte de mi vida, supe que me había abandonado. Porque ahí, en el auditorio de la universidad, en ese viejo edificio de la colonia San Rafael, recibí una doble lección, que vuelvo a contarte. La primera fue que dos compañeros que, por normativa de seriación, no tenían derecho de entrar a la clase de Dibujo al Desnudo, sobornaron al encargado del auditorio para que, desde la cabina de proyección, como topos husmeando por la ventana, vieran a la modelo que, en el proscenio, se desnudaba y posaba para que hiciéramos bocetos con carboncillo sobre papel manila. La segunda fue que uno de los que sí tenían derecho no entró, cuando supimos la causa fuimos en grupo a hablar con la maestra para que se pusiera la mano en su corazón y permitiera que nuestro compañero no asistiera. La maestra dijo que era tolerante con todas las religiones, pero que si nuestro compañero no entraba a la clase ¡no acreditaría la materia! ¿Cuál era el problema? Algo muy sencillo, pero de gran trascendencia: la religión de él no le permitía ver mujeres desnudas. Él no sabía qué hacer. Uno de los compañeros le sugirió que hablara con su pastor, para que le diera alguna solución. Cuando nos tocó la siguiente clase, lo vimos con una sonrisa tan grande como su fe. Dijo que su pastor había solucionado su problema. Todos (o la mayoría) pensamos que el pastor le había dado permiso para que viera desnuda a la modelo, pero no fue así. Él se sentó al lado de quien dibujaba mejor, colocó su tablero frente a su cara y jamás, de veras ¡jamás!, vio a la modelo. Su dibujo lo hizo viendo el dibujo del compañero. Pensé que ese pastor sí era un verdadero guía, un verdadero sabio.
Abandoné la Universidad del Valle de México (me abandoné) en 1980. No volví a ver a mis compañeros, ni a mis maestros.
Una mañana de 2001, hallé un mensaje en inbox. Era Sergio Rafael García Ochoa, ¡uno de ellos! Decía que buscando en este chunche me había hallado.
¿Podés imaginarlo? Después de más de treinta años, alguien recordaba que habíamos compartido un tiempo y un espacio, un tiempo generoso, un espacio bendito. Me dijo que, de igual manera, estaba en comunicación con Jesús Estrada Arnica. Sergio Rafael vive en Querétaro y Jesús vive en Tabasco.
En esta fotografía hay más compañeros, son parte de aquella generación.
Si me topara en la calle con alguno de ellos ¡no lo reconocería! Me consuela saber que lo mismo pasaría con ellos, si me vieran en la calle ¡no me reconocerían! Sin embargo, ahora que vi esta foto, treinta y siete años después, me emocionó saber que ellos fueron parte de mi vida, son parte de mi vida.
Los veo satisfechos. ¿Cuántas historias han reunido?
Una tarde de 1980 abandoné el edificio personal que construía. Lo dejé a la mitad. Ahora, casi como prodigio, veo que es un edificio que tuvo buen cimiento, pero que se quedó con las varillas desnudas. Sin embargo (¿cómo es esto?) veo que tiene cielo. ¿Cómo se soporta ese cielo que es bello y resistente? La techumbre es como un cielo que levita. Debe ser que se apoya en el afecto, en el recuerdo, en la nostalgia.
Después de treinta y cinco años de egresar se reunieron en la Ciudad de México. En la foto veo, como fondo, un cielo verde lleno de hojas, un cielo de hojas verdes, una hoja verde llena de cielos. Cada uno de ellos ha formado su cielo.
Cuando vi la foto sentí una descarga de afecto y sonreí y pensé que, los ausentes, deben andar por ahí, en algún lugar de la república o del mundo, sin abandonar nada. Jesús me dijo: “Parece que “El padrecito” ya murió. Así le decíamos, “El padrecito”, porque era el más sencillo, el más recatado. Nunca falta (¡es una pena!) que en las fotos de generación alguien identifica a un compañero ya fallecido. Así es la vida.
Si me topara con ellos no los reconocería, pero ellos tampoco me reconocerían. Es preciso que aparezca un Sergio Rafael, un Jesús, para que el cordón de vida vuelva a extenderse.
Este grupo no acudió a congreso alguno o a visita de obra, ¡no! Este grupo se reunió para regar el árbol de la vida.
Ayer platiqué con Quique y me dijo que está alarmado, porque ya cumplió los sesenta años. Me preguntó, con mirada de paloma torcaza: “¿Qué vamos a hacer?”. Nada, ¡qué vamos a hacer! Vivir y, tal vez, buscar pretextos, como estos alumnos de mi generación, para reconocer que una vez fuimos jóvenes.

Posdata: Te he contado que en la UVM conocí a la maestra que me tomó de la mano, me llevó a la orilla del abismo y, con su dedo índice, señaló el horizonte, esa línea genial donde se unen las cadenas montañosas con el cielo. Entendí que la lección era: “Cada quien debe trazar su línea”.
Todos los que pasamos por una escuela tenemos una cercanía con los compañeros. Con algunos nos llevamos más que con otros, pero cuando volvemos la mirada y vemos que la esquina de adelante está más cercana que la de atrás, porque el tiempo ya nos quitó la juventud, entonces pepenamos los hilos sueltos, porque sabemos que el bordado, necesariamente, necesita de todos los hilos para hacer una obra perfecta.
Vi la foto y supe que así ha sido. Después de treinta y cinco años veo a cada uno de ellos satisfecho con la historia que han formado. Ellos han trazado la línea de su horizonte. Ellos saben mucho de trazado de líneas. No fueron gratuitas las noches de desvelo. ¡Salud por ellos!