lunes, 20 de marzo de 2017

DE MANERA MUY RESPETUOSA Y ATENTA SE SUPLICA NO USAR COMO BAÑO ESTE LUGAR




El coraje del dueño del predio es del mismo tamaño de la letra del aviso, ¡enorme! Sin duda que, de igual manera, ve los promontorios de excremento que amanecen al lado de la barda. Todo mundo estará de acuerdo que el letrero no es ofensivo, lo ofensivo es la actitud de los que, sin pena, sin vergüenza, se bajan los pantalones y defecan en ese espacio que, si bien público, exigiría un mínimo de decoro.
Al dueño del predio no le quedó más remedio que usar la palabra cagar para que el cagón lo entienda. En este caso no se vale usar eufemismos. En este caso hay que aplicar la prédica de llamar vino al vino, pan al pan y caca a la caca. ¡Qué pena!, dirá alguno. Sí, claro, pero la pena no está provocada por el que usó la palabra sino por el cagón irrespetuoso.
Hace cincuenta años este tipo de letreros en las bardas era inconcebible, por dos motivos: uno, porque la gente era más decente, y dos, porque todos los espacios eran descampados. Si la gente tenía necesidad de defecar buscaba un campito, se colocaba detrás de un árbol y, como el Tigre de Santa Julia, descomía sin mayor culpa. Porque, a pesar de que es obvio, es necesario reiterar que todos los seres humanos tenemos necesidades fisiológicas que cumplir. Ya lo dice el dicho que se aprende en los patios de las escuelas primarias: “Hasta la reina más guapa, hace su bola de caca”; pero, para eso existen lugares adecuados. Romeo siempre pregunta: “¿Y si la urgencia te gana en un lugar donde no hay sanitarios?”. Ah, en tal caso, el afligido debe buscar un “descampadito”. Pero, parece, los afligiditos de esta población ya hallaron su “descampado” en esta barda, porque, sin duda, el letrero enorme da a entender que mañana tras mañana el dueño del lugar halla promontorios con aromas pestilentes.
Hace cincuenta años no se encontraba este tipo de letreros en las bardas de la región. En Comitán, por ejemplo, a lo más que llegábamos a ver en las bardas eran los “famosos” letreros de la “famosa” palabra, que en la lengua tojolabal significa jolote. Los traviesos pintaban la palabra con letras gigantes, para que se notara la travesura.
Cuando un dueño de casa mandaba a pintar la fachada con colores armoniosos, cuando el pintor de brocha gorda terminaba su labor, el dueño contrataba a un rotulista para que, con letra clara y pequeña colocara el siguiente mensaje: “No anunciar”, con lo cual, el propietario prohibía que algún abusivo pegara carteles publicitarios con engrudo. Hoy, parecerá insólito, pero la gente de ese tiempo ¡respetaba la indicación! En cambio ahora, ¡ay, prenda! Una amiga mía tiene una casa bella, de esas casas enormes de los años cincuenta, por el barrio de Jesusito, ya lindando con la Pilita Seca. Cuando ella manda a pintar la fachada, al día siguiente, sin tardanza, encuentra enormes grafitis que ensucian su casa. ¿Qué hacer? ¡Nada!
Cuando vimos este letrero de No cagar, Emilia dijo que el dueño de la barda era muy decente, lo que debía hacer era sembrar ortiga en todo el perímetro, sólo así los cagones dejarían de ensuciar ahí. Romeo dijo que le gustaba el letrero, que debería haber más de estos en México, que deberían colocarlos cerca de algunas presidencias municipales y en algunos palacios estatales. Emilia dijo que no entendía por qué Romeo decía eso, pero dos segundos más tarde rio y dijo que ya, que ya había entendido. Claro, dijo, hay gobernantes que se la pasan defecando afuera del bacín.
Romeo dijo que no sólo eso, dijo que, por ejemplo, sería maravilloso ver letreros, así, bien grandes, que dijeran: “No chismosear”. Ah, dijo, Emilia, de nada serviría, nadie haría caso. Sí, dijo Romeo, igual que sucede con este letrero de No cagar. Nadie le hace caso. Por eso, insistió Emilia, el dueño debería sembrar ortiga para que los cagones salieran con las nalgas todas sarpullidas.
En esas estábamos cuando Romeo comenzó a bailar a media calle, alzaba una y otra pierna, una y otra vez, como si un ejército de hormigas subiera por sus calcañales, dijo que le ganaba, que tenía ganas de orinar. Emilia rio, dijo que el letrero nada decía de orinar y Romeo siguió la broma y dijo a Emilia que se volteara y cuando ella se volteó, escuchamos el chorro como si un vaso de presa se rompiera.
Cuando Romeo se unió al grupo dijo: “Es que cuando la gana gana, la pena no condena”. Y caminamos con rumbo al parque hundido, de ese maravilloso pueblo que antes se llamó Zapaluta. Fuimos a comprar caramelitos.